La reacción de Althaus frente al giro histórico de 1933 sólo se puede entender desde su
historia previa, en la que conviene distinguir la teología de la ideología. Muchas de sus
obras son, en lo esencial, estudios socio-políticos que se enraízan más en su ideología
personal que en su teología. Cierto que no puede evitarse la mezcla de teología e
ideología. Pero, a pesar de esta mezcla, siguen siendo dimensiones distintas.
El trasfondo teológico
b) El fundamento y el medio para llevar a cabo esta teología política es, en Althaus, su
doctrina de la revelación general (Uroffenbarungslehre). Althaus describe la vigencia de
esa revelación general en el hombre (en su autoexperiencia, en su relación a la verdad y
en su pensar lógico) y en la naturaleza (en su ordenación misteriosa y en su fin). Pero el
trasfondo de su reacción a los acontecimientos de 1933 lo encontramos en su
comprensión de la revelación general en la historia. La historia, para Althaus, no está
separada de lo eterno por la línea dialéctica de la muerte, sino que más bien es el lugar
en que el hombre puede experimentar a Dios y conocerlo. El Eterno es el Señor de la
historia, que usa los hombres como instrumentos para realizar su plan, por encima y
más allá de los planes humanos. La historia otorga conocimiento de Dios por ser cosa
de la voluntad de Dios, dirá Althaus. Y la experiencia de lo eterno acontece sobre todo
en el terreno ético: en las responsabilidades, nos coge la Responsabilidad; en las tareas
condicionadas, el Señor incondicionado; en lo histórico, el Eterno. Tras el imperativo
ético, histórico, está el indicativo divino, eterno. Pero Dios no es sólo el fundamento del
PAUL KNITTER
Althaus se guarda muy bie n, a pesar de todo esto, de confundir tiempo y eternidad. Dios
permanece más allá de lo histórico, nunca está totalmente presente, ni es experimentable
con definitiva claridad. Por ello, está siempre al acecho el peligro de idolatría. Y, por
esto, la revelación general ha de estar subordinada a la revelación salvífica. El hombre
sólo puede entender adecuadamente la revelación general a la luz de la revelación de
Jesucristo. Todo teólogo que acepte una revelación al margen de Cristo admitirá la
intención de las afirmaciones de Althaus: Dios actúa en, y a través de, la realidad
histórica, llamando a los hombres a un encuentro con Él, aunque en la conciencia
humana no aparezca claramente presente como Dios.
El trasfondo ideológico
Por lo demás, Althaus se sentía muy atado a la idea luterana de la autoridad (que
también puede parecer una mezcla de ideología y teología), de manera que, desde ahí,
estaba abierto a la idea de nación del idealismo. Como Lutero, Althaus creía que Dios
exige fidelidad y obediencia frente a la "superioridad".
Desde la teología
a) Que Althaus tenía que reaccionar ante la nueva realidad política de 1933, ya fuese en
forma positiva o negativa, era una consecuencia de sus premisas teológicas. Que la
reacción fuese al principio fuertemente positiva, se entiende por las seguridades y
promesas que el nuevo régimen hizo a un país interiormente debilitado y
económicamente inseguro. Por lo demás, Althaus estaba convencido de que el estado
nazi "se declaraba explícitamente partidario del fundamento cristiano del pueblo
alemán, reconocía el significado de las iglesias cristianas para el pueblo alemán y
garantizaba su lugar en la vida de dicho pueblo". Para Althaus, era claro que se
encontraba ante una manifestación de Dios en la historia, ante un nuevo efecto de la
revelación general: "Nuestras iglesias han saludado el giro de 1933 como un don y un
milagro de Dios". La mística patriótica que invadió al pueblo, dándole fuerza interior,
llevaba a Althaus a reconocer en los hechos una nueva interpelación de Dios, y en la
voz del Führer algo más que una voz de hombre. Cierto que, según Althaus, la historia
alemana de 1933 no podía ser considerada como historia de salvación, pero sí que debía
ser comprendida como historia de Dios (Gottesgeschichte).
En resumen: Althaus había mantenido siempre que Dios se revela como presente en la
historia y, ahora en 1933, podía aplicar este convencimiento teológico al momento
histórico. Para Althaus, la verdad teológica y su aplicación a la situación política son
cosas que van unidas. Pero a pesar de esto, él las consideraba siempre como dos cosas
distintas.
Desde su ideología
b) Su comprensión del estado fue también parte de su reacción ideológica frente a los
nuevos acontecimientos. El estado, bien entendido, es el que ayuda al pueblo a realizar
las tareas que Dios le ha encomendado. Y el orden que proporcionaba el nuevo
Régimen era indudablemente mejor que el caos anterior. "Es una gracia de Dios el
hecho de que exista un poder que cree y mantenga el orden", afirmó Althaus. Y cuando
afirmaba que las leyes eran sagradas, y que los hombres buscaban a Dios al seguirlas y
no al oponerse a ellas, no hacía más que reflejar su convencimiento de que el nuevo
estado sólo podía salvar a su pueblo de su miseria de esta manera. Y aceptaba el
totalitarismo como medida terapéutica y transitoria, que debía cesar cuando las fuerzas
individuales hubiesen cobrado conciencia de su responsabilidad ante la totalidad.
c) Su visión de la guerra, en los años 30, venía determinada por su ideología del pueblo
y del estado. Estaba contra una glorificación de la guerra, pero creía que debía evitarse
una visión totalmente negativa de ella. Althaus creía en la existencia de una cierta "ley
del conflicto", que formaría parte de la pecaminosidad del hombre. Y el conflicto surge
cuando la vocación de una nación entra en conflicto con la de otras. Y entonces surge
una cuestión de derecho y de poder o fuerza, cosas que Althaus parece equiparar cuando
afirma que "sobre el derecho no se decide en un forum humano, sino en el riesgo de la
acción histórica, que implicará elementos de fuerza o poder, porque es entonces cuando
los pueblos ponen toda su fuerza a contribución de su vocación". A esto se añade su
visión romántica de la muerte, que, si acontece por la patria, viene a ser una imagen de
lo que el Reino de Dios nos exige.
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d) Un aspecto ulterior y quizá el más sombrío del "sí" de Althaus al cambio político de
1933 atañe a la cuestión de los judíos. En el comentario al "Párrafo de los Arios"1 ,
publicado con Elert, afirmaba Althaus que desde el punto de vista teológico no existen
razas y que todos los hombres pueden ser uno en Cristo y su Iglesia. Pero añadía,
ideológicamente, que existen diferencias biológicas y sociales. Y creía que la Iglesia,
que siempre ha podido poner condiciones a los que han de ser sus jerarcas, podía en este
caso excluir del ministerio a aquellos que fuesen ajenos (" fremd ") a la comunidad, sin
necesidad de excluirlos también de la comunidad o de la iglesia. Cierto que, tras estas
graves concesiones, afirmaba que la iglesia no puede permitir que el estado le prescriba
la destitución de los pastores judíos acreditados.
Hay que añadir que, ya antes del 33, Althaus era contrario a cualquier forma de
antisemitismo y rechazaba una expulsión legal de los judíos, aunque reconocía una
fuerte incompatibilidad entre el pueblo judío y el alemán. Los judíos debían quedarse,
creía, a fin de romper la armonía del pueblo y recordarle los límites y la relatividad de la
selectividad de un pueblo.
Hemos visto el "sí" de Althaus al giro de 1933, designándolo como una solución
química hecha de teología e ideología. La pregunta que ahora nos hacemos es si la
teología no quedó absorbida de tal manera en esta solución química que, al final, el
producto resultó ser mera ideología. Con ello va unida la pregunta de si todo teólogo
que intenta mezcla r su teología con una ideología ha de acabar viendo absorbida su
teología por dicha ideología. La respuesta es que esto no debe ocurrir necesariamente, ni
de hecho ocurrió en el caso de Althaus, quien desde el principio se mantuvo en su
derecho de teólogo de criticar toda ideología existente, y desde este derecho criticó las
relaciones políticas y su propia ideología, y esto de forma creciente, a la luz de su
teología.
La crítica de Althaus
El punto de partida para mantener cierta reserva ante el tercer Re ich fue que la
revelación general ha de estar subordinada a la revelación salvífica, y ha de ser juzgada
a su luz. Y desde ahí pronunció Althaus su "segunda palabra" frente al giro de 1933.
Palabra teológicamente clara, inequívoca, y no ensombrecida por la ideología, como lo
fue su "primera palabra".
Althaus, ante las crecientes aberraciones del nazismo, no quería limitarse a condenar,
sino que quería también contribuir a mejorar la situación. Esta voluntad conciliatoria se
muestra en su reacción ante el "Manifiesto teológico de Barmen" y ante el "Consejo de
Ansbach".
el estado: más bien hay que ver a la luz del Evangelio cómo debe realizarse esta
obediencia y esta relación. Ni hay que rechazar de plano la revelación general, sino
buscar una nueva sensibilidad teológica que delimite aguda y claramente la idea de la
revelación general.
La terminología suena hoy peor que antes, y la voluntad de acomodación del Consejo de
Ansbach encontró pronto sus límites. En agosto del 34, Müller, obispo del Reich,
imponía un voto a los ministros de la iglesia por el cual quedaban obligados ante el
Führer y el obispo del Reich. Althaus se retiró del círculo de Ansbach. Las intenciones
de la "superioridad" se habían puesto de manifiesto. Y en septiembre y octubre publica
unas notas en que acusa al Régimen de ultrajar los mandamientos de Dios que la iglesia
debe obedecer. Con esto mostró Althaus que un teólogo que puede utilizar su teología
para justificar su ideología, también puede utilizarla para su condenación, cuando ya no
es posible una reconciliación.
Desde 1937, el Régimen se esfuerza por conseguir un mayor control sobre las iglesias,
sobre todo con presiones financieras. Esto, unido al hecho de un progresivo
encarcelamiento de miembros de la "iglesia confesante", ponía de manifiesto la
necesidad de someter la ideología a la crítica teológica y, en definitiva, a la palabra de
Dios. Todo ello llevó a Althaus a un notable cambio en sus ideas sobre nación, estado y
guerra.
a) Althaus se revuelve contra el mito del pueblo, que lo eleva al plano de Dios y le
atribuye un valor único y una misión especial. Dios es quien pone límites a toda nación.
Por lo demás, al negar que debiera llegarse a una autarquía nacional, Althaus ponía en
guardia ante el peligro de destruir la unidad de todos los pueblos y animaba a que todo
pueblo aceptase una responsabilidad en la existencia de los pueblos vecinos.
b) La reserva de Althaus ante la autoridad del estado se hace má s clara. Un estado que
no respeta el orden de Dios, deja de ser servidor de Dios y por tanto hay que oponérsele.
Tal es el caso del estado que quiere inmiscuirse en la libertad de la iglesia. Y en esta
situación, la iglesia debe atender principalmente a su tarea de predicar la palabra de
Dios, que es signo de contradicción y divide los ánimos. Y ahí, cree él, encontrará la
iglesia su significado decisivo en la existencia política de la nación, pues cuando una
nación ya no quiere escuchar la palabra de Dios, está condenada al fracaso.
PAUL KNITTER
Al mismo tiempo, Althaus advierte que la iglesia y la teología están expuestas al peligro
de que una iglesia de la nación o pueblo pase a ser una iglesia nacional o popular, que
ya no escucha al único Señor de todos los pueblos, sino a un dios nacional.
Hoy podemos decir que Althaus podía haber pronunciado antes su "no" total. Él mismo
lo reconoció posteriormente. Pero en todo caso, la teología, es decir, la doctrina de la
revelación general, no fue culpable de este retraso. Desde su teología, Althaus podía
criticar la situación y de hecho la criticó. El retraso se debió a que, durante un tiempo,
no captó la gravedad del momento en toda su extensión. Y no la captó por causa de su
ideología, es decir, por su fidelidad al estado y por la esperanza que él ponía en su
pueblo. Es más, cuando comenzó la guerra todavía creyó, por un momento, en la
posibilidad de recuperar la unidad y la identidad de su pueblo. Pero la forma de
recuperarlas se mostró al poco tiempo como contraria a la palabra de Dios. Cuando
Althaus oyó hablar de los campos de concentración, rompió definitivamente con su
estado y llegó a afirmar: "Esta guerra la perderemos; debemos perderla, puesto que
hemos . cometido un crimen tal espantoso".
Aunque estas correcciones pueden parecer insuficientes, por no ser lo bastante radicales,
hemos de decir que Althaus, con ellas, manifiesta que de por sí y según su concepción
personal, su ideología política y social se distingue claramente de su concepto de
revelación general y de la "teología política".
TEOLOGIA E IDEOLOGÍA
El caso de Althaus nos puede hacer ver la diferencia que hay entre una falsa teología,
una teología que se opone al Evangelio, y una falsa aplicación de unos principios
teológicos válidos, coherentes con el Evangelio. La falsa aplicación, proviene, la
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mayoría de las veces, de una falsa ideología. Tillich y Brunner compartían con Althaus
la idea de la revelación general. Pero no compartían su ideología, y por ello no cayeron
en sus mismos errores. En último término, pues, la revelación general puede utilizarse
para la defensa y para la crítica de determinadas situaciones socio-políticas. Y a pesar
de sus riesgos, dicha doctrina proporciona unos medios más aptos para la crítica
política, que una teología que rechace la acción de Dios en la naturaleza y en la historia
y tenga por irrelevante, teológicamente, la realidad política. Por esto el ejemplo de
Althaus puede sernos útil en tres aspectos:
1) Si un teólogo quiere hacer teología política (la legitimidad de la teología política está
fuera de duda), ha de distinguir claramente entre teología e ideología. Marcar la
diferencia será especialmente difícil en una época en que muchos consideran que la
mezcla con las ideologías es la única salvación de la teología. La distinción hay que
mantenerla en nombre del Evangelio.
2) Una teología política auténtica es, según su esencia, teología y no política. El teólogo
que pone en un plano de igualdad la teología y la ideología, o somete la teología a la
ideología, traiciona su misión. Para poder comprender y predicar hoy la palabra de Dios,
el teólogo debe esforzarse por captar seriamente los problemas socio-políticos de su
mundo, analizarlos agudamente y comprenderlos como cuestiones existenciales, a las
que él debe responder. Pero, en todo caso, debe dejar bien sentado que quien gobierna el
mundo no son las circunstancias (Verhältnisse), sino el Dios vivo. Y si alguna vez
constata una contradicción entre su ideología personal y el Evange lio, es éste quien debe
determinar su conducta si quiere seguir siendo un teólogo cristiano.
Notas:
1
Articulo de los Arios. Legislación estatal que excluía a los judíos de los empleos, y que
fue aceptada en Agosto de 1933 por el Sínodo de la Iglesia Evangélica de Berlín,
excluyéndolos del ministerio pastoral (N. de la R.).