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PAUL KNITTER

TEOLOGÍA E IDEOLOGÍA POLÍTICA


Die Uroffenbarungslehre von Paul Althaus - Anknüpfungspunkt für den
Nationalsazialismus?, Evangelische Theologie, 33 (1973) 138-164

En el presente artículo se intentará responder a las siguientes preguntas: ¿Compuso


Althaus su doctrina de la revelación al margen de Cristo, de modo tal que armonizara
con el nacionalsocialismo? O bien, ¿le condujo esta doctrina, sin querer, a una falta de
claridad política?, ¿fue culpable esta doctrina de ciertos errores políticos que Althaus
posiblemente cometió en el tercer Reich?, ¿traiciona el Evangelio un teólogo que intenta
responder a los problemas de su tiempo, cuando formula su respuesta sobre la base de
una revelación divina al margen de Cristo?

EL TRASFONDO DE LA REACCIÓN DE ALTHAUS FRENTE AL


NACIONALSOCIALISMO

La reacción de Althaus frente al giro histórico de 1933 sólo se puede entender desde su
historia previa, en la que conviene distinguir la teología de la ideología. Muchas de sus
obras son, en lo esencial, estudios socio-políticos que se enraízan más en su ideología
personal que en su teología. Cierto que no puede evitarse la mezcla de teología e
ideología. Pero, a pesar de esta mezcla, siguen siendo dimensiones distintas.

El trasfondo teológico

a) Podría hablarse de teología política en Althaus. En efecto, él creía que revelación, fe


y teología no son un paquete de verdades que uno posee de una vez por todas. La
palabra de Dios ha de ser predicada, experimentada y se ha de verificar en la situación
concreta histórica -es decir, política- del creyente. Y ésta es la tarea socio-política de la
teología. Tarea que implica el peligro de prestar más oídos a la voz del tiempo que a la
palabra de Dios. Pero implica un peligro mayor: el ignorar el momento histórico
presente, a fin de evitar este riesgo, pues una teología que no es política -es decir, que
no toma una postura, positiva o negativa, ante las realidades socio-políticas del
momento- yerra en su tarea más propia.

b) El fundamento y el medio para llevar a cabo esta teología política es, en Althaus, su
doctrina de la revelación general (Uroffenbarungslehre). Althaus describe la vigencia de
esa revelación general en el hombre (en su autoexperiencia, en su relación a la verdad y
en su pensar lógico) y en la naturaleza (en su ordenación misteriosa y en su fin). Pero el
trasfondo de su reacción a los acontecimientos de 1933 lo encontramos en su
comprensión de la revelación general en la historia. La historia, para Althaus, no está
separada de lo eterno por la línea dialéctica de la muerte, sino que más bien es el lugar
en que el hombre puede experimentar a Dios y conocerlo. El Eterno es el Señor de la
historia, que usa los hombres como instrumentos para realizar su plan, por encima y
más allá de los planes humanos. La historia otorga conocimiento de Dios por ser cosa
de la voluntad de Dios, dirá Althaus. Y la experiencia de lo eterno acontece sobre todo
en el terreno ético: en las responsabilidades, nos coge la Responsabilidad; en las tareas
condicionadas, el Señor incondicionado; en lo histórico, el Eterno. Tras el imperativo
ético, histórico, está el indicativo divino, eterno. Pero Dios no es sólo el fundamento del
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compromiso humano en la historia, sino que también es su límite. El hombre


experimenta una clara llamada a la acción y, sin embargo, el secreto del éxito
permanece oculto. La experiencia de Dios surge en la historia, cuando ésta llama a la
realización de un sentido y al mismo tiempo nos coloca ante el misterio de un sentido
que es superior a toda razón.

Althaus se guarda muy bie n, a pesar de todo esto, de confundir tiempo y eternidad. Dios
permanece más allá de lo histórico, nunca está totalmente presente, ni es experimentable
con definitiva claridad. Por ello, está siempre al acecho el peligro de idolatría. Y, por
esto, la revelación general ha de estar subordinada a la revelación salvífica. El hombre
sólo puede entender adecuadamente la revelación general a la luz de la revelación de
Jesucristo. Todo teólogo que acepte una revelación al margen de Cristo admitirá la
intención de las afirmaciones de Althaus: Dios actúa en, y a través de, la realidad
histórica, llamando a los hombres a un encuentro con Él, aunque en la conciencia
humana no aparezca claramente presente como Dios.

El trasfondo ideológico

El trasfondo ideológico de Althaus puede ser caracterizado como patriotismo


(Patriotismus) y amor a la patria (Vaterlandshebe).

a) El amor de Althaus a la patria en gran parte era la herencia intelectual de la filosofía


del pueblo y del estado, del idealismo y del romanticismo alemán. Según Althaus,
Hegel y Schleiermacher acentúan la estrecha relación entre pueblo y estado, y afirman
que el espíritu del pueblo y la peculiaridad nacional determinan la existencia objetiva y
la faceta interior del estado. Schleiermacher tiene como predeterminados por Dios la
forma peculiar y la vocación específica de cada pueblo. Por ello, todo pueblo ha de
defender su individualidad contra una dominación extranjera.

Por lo demás, Althaus se sentía muy atado a la idea luterana de la autoridad (que
también puede parecer una mezcla de ideología y teología), de manera que, desde ahí,
estaba abierto a la idea de nación del idealismo. Como Lutero, Althaus creía que Dios
exige fidelidad y obediencia frente a la "superioridad".

b) El amor de Althaus a su patria no se alimentaba sólo en el silencio de su estudio, sino


que se acreditaba en su postura personal ante las situaciones difíciles de la historia
alemana, a comienzos de nuestro siglo. Capellán militar en la primera guerra mundial,
se interesaba ya por cuestiones políticas. Tras la guerra, las flagrantes injusticias de
Versalles, la persecución bolchevique de los cristianos alemanes en Rusia, la lamentable
situación de los alemanes fuera de su patria, todo esto acongojaba su corazón patriótico.
Y desde este corazón, y no desde el de teólogo, dirá: amamos la libertad de los alemanes
y honramos al estado alemán como voluntad de Dios... Y por ello nuestro dolor alemán
por la libertad perdida, y nuestra voluntad alemana frente a una nueva misión alemana
en el mundo, no es arbitrariedad, sino obediencia ante Dios.

La crisis económica de los años 20, la creciente falta de unidad en el parlamento


alemán, todo ello fortalecía el convencimiento de Althaus de que "aunque el estado
ideal democrático de la igualdad y el parlamentarismo sigue teniendo validez, Alemania
ha de mantenerse fiel a su idea nacional, que viene caracterizada por la acentuación de
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lo orgánico y que radica en su historia y en su pensamiento". La Alemania de antes de


1933, amenazada en su existencia económica, en su honor y en su libertad, debía
aferrarse al amor a la patria, a fin de sobrevivir. Con esta ideología del amor a la patria
(distinta, pero mezclada con su doctrina de la revelación general), se enfrentó Althaus al
giro de 1933.

EL "SÍ" DE ALTHAUS AL CAMBIO DE 1933

También en este análisis intentaremos distinguir lo teológico de lo ideológico. Muchas


expresiones de Althaus vienen a ser como una solución química. Intentaremos separar
dicha solución química o hacer resaltar los componentes dominantes.

Desde la teología

a) Que Althaus tenía que reaccionar ante la nueva realidad política de 1933, ya fuese en
forma positiva o negativa, era una consecuencia de sus premisas teológicas. Que la
reacción fuese al principio fuertemente positiva, se entiende por las seguridades y
promesas que el nuevo régimen hizo a un país interiormente debilitado y
económicamente inseguro. Por lo demás, Althaus estaba convencido de que el estado
nazi "se declaraba explícitamente partidario del fundamento cristiano del pueblo
alemán, reconocía el significado de las iglesias cristianas para el pueblo alemán y
garantizaba su lugar en la vida de dicho pueblo". Para Althaus, era claro que se
encontraba ante una manifestación de Dios en la historia, ante un nuevo efecto de la
revelación general: "Nuestras iglesias han saludado el giro de 1933 como un don y un
milagro de Dios". La mística patriótica que invadió al pueblo, dándole fuerza interior,
llevaba a Althaus a reconocer en los hechos una nueva interpelación de Dios, y en la
voz del Führer algo más que una voz de hombre. Cierto que, según Althaus, la historia
alemana de 1933 no podía ser considerada como historia de salvación, pero sí que debía
ser comprendida como historia de Dios (Gottesgeschichte).

En estos acontecimientos histórico-políticos, no sólo Dios llamaba a los hombres, sino


que los hombres andaban tras la salvación de Dios. La terminología de Althaus es, en
este punto, muy semejante a la de la actual teología política: "Hoy somos cada vez más
una generación política. Y nuestra pregunta por la salvación surge en la dimensión de lo
político. A los hombres de nuestro tiempo no les preocupa la paz con Dios, sino la
superación de la miseria política en un sentido amplío, la subsistencia de un pueblo... ".
Cuando comenzó el tercer Reich, Althaus compartía el juicio de la mayoría de los
teólogos que propagaban un cristianismo orientado al socialismo: el Reino de Dios no
podía ser "lo totalmente otro", y "toda liberación y resurrección histórica ha de ser signo
del Reino y remitir a él".

b) A la luz de la revelación general, Althaus interpretaba también los órdenes socio-


políticos. Consideraba que vinculaban a los hombres entre sí y les disponían al mutuo
servicio. Ello permitía llevar adelante la idea de considerarlos como reflejo de la
revelación general, como creación de Dios y como posibilidades de mantener esta
creación. Por más que perteneciesen al mundo pecador, los hombres debían aceptarlos
como obras o instrumentos de Dios. Ante el giro de 1933, Althaus creía que "los
hombres del movimiento nacional habían sido captados por dichos órdenes
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sociopolíticos" y que "tenían la inmediata seguridad de la validez y santidad de dichos


órdenes..., una inmediata seguridad de experimentar un encuentro con Dios".

En resumen: Althaus había mantenido siempre que Dios se revela como presente en la
historia y, ahora en 1933, podía aplicar este convencimiento teológico al momento
histórico. Para Althaus, la verdad teológica y su aplicación a la situación política son
cosas que van unidas. Pero a pesar de esto, él las consideraba siempre como dos cosas
distintas.

Desde su ideología

Mientras que la reacción teórica de Althaus fue determinada en general desde su


teología, su apreciación práctica fue sobre todo de carácter ideológico. Althaus
ciertamente intentó cimentar su ideología teológicamente. Pero el fundamento y la
motivación seguían siendo ideológicos. Estamos ante una solución química cuyo
componente principal es la ideología.

a) El "sí" de Althaus al comienzo del tercer Reich consistió principalmente en sus


manifestaciones sobre el pueblo y la nación; Althaus afirma las diferencias que hay
entre pueblo y pueblo, nación y nación. Pero añade que no deben exagerarse tales
diferencias, que las naciones han de colaborar, pero manteniendo cada una su
idiosincrasia. "Esto lo exige la responsabilidad frente a la herencia corporal y espiritual
de nuestro pueblo". Subraya además la vocación especial que tiene todo pueblo y
establece en este punto una semejanza entre Israel y Alemania: pues Dios no actúa sólo
en los individuos, sino también en las naciones, que Él escoge, a fin de dotarlas de
especiales cualidades de cara a unas tareas determinadas.

b) Su comprensión del estado fue también parte de su reacción ideológica frente a los
nuevos acontecimientos. El estado, bien entendido, es el que ayuda al pueblo a realizar
las tareas que Dios le ha encomendado. Y el orden que proporcionaba el nuevo
Régimen era indudablemente mejor que el caos anterior. "Es una gracia de Dios el
hecho de que exista un poder que cree y mantenga el orden", afirmó Althaus. Y cuando
afirmaba que las leyes eran sagradas, y que los hombres buscaban a Dios al seguirlas y
no al oponerse a ellas, no hacía más que reflejar su convencimiento de que el nuevo
estado sólo podía salvar a su pueblo de su miseria de esta manera. Y aceptaba el
totalitarismo como medida terapéutica y transitoria, que debía cesar cuando las fuerzas
individuales hubiesen cobrado conciencia de su responsabilidad ante la totalidad.

c) Su visión de la guerra, en los años 30, venía determinada por su ideología del pueblo
y del estado. Estaba contra una glorificación de la guerra, pero creía que debía evitarse
una visión totalmente negativa de ella. Althaus creía en la existencia de una cierta "ley
del conflicto", que formaría parte de la pecaminosidad del hombre. Y el conflicto surge
cuando la vocación de una nación entra en conflicto con la de otras. Y entonces surge
una cuestión de derecho y de poder o fuerza, cosas que Althaus parece equiparar cuando
afirma que "sobre el derecho no se decide en un forum humano, sino en el riesgo de la
acción histórica, que implicará elementos de fuerza o poder, porque es entonces cuando
los pueblos ponen toda su fuerza a contribución de su vocación". A esto se añade su
visión romántica de la muerte, que, si acontece por la patria, viene a ser una imagen de
lo que el Reino de Dios nos exige.
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d) Un aspecto ulterior y quizá el más sombrío del "sí" de Althaus al cambio político de
1933 atañe a la cuestión de los judíos. En el comentario al "Párrafo de los Arios"1 ,
publicado con Elert, afirmaba Althaus que desde el punto de vista teológico no existen
razas y que todos los hombres pueden ser uno en Cristo y su Iglesia. Pero añadía,
ideológicamente, que existen diferencias biológicas y sociales. Y creía que la Iglesia,
que siempre ha podido poner condiciones a los que han de ser sus jerarcas, podía en este
caso excluir del ministerio a aquellos que fuesen ajenos (" fremd ") a la comunidad, sin
necesidad de excluirlos también de la comunidad o de la iglesia. Cierto que, tras estas
graves concesiones, afirmaba que la iglesia no puede permitir que el estado le prescriba
la destitución de los pastores judíos acreditados.

Hay que añadir que, ya antes del 33, Althaus era contrario a cualquier forma de
antisemitismo y rechazaba una expulsión legal de los judíos, aunque reconocía una
fuerte incompatibilidad entre el pueblo judío y el alemán. Los judíos debían quedarse,
creía, a fin de romper la armonía del pueblo y recordarle los límites y la relatividad de la
selectividad de un pueblo.

EL "NO" DE ALTHAUS AL CAMBIO DE 1933

Hemos visto el "sí" de Althaus al giro de 1933, designándolo como una solución
química hecha de teología e ideología. La pregunta que ahora nos hacemos es si la
teología no quedó absorbida de tal manera en esta solución química que, al final, el
producto resultó ser mera ideología. Con ello va unida la pregunta de si todo teólogo
que intenta mezcla r su teología con una ideología ha de acabar viendo absorbida su
teología por dicha ideología. La respuesta es que esto no debe ocurrir necesariamente, ni
de hecho ocurrió en el caso de Althaus, quien desde el principio se mantuvo en su
derecho de teólogo de criticar toda ideología existente, y desde este derecho criticó las
relaciones políticas y su propia ideología, y esto de forma creciente, a la luz de su
teología.

La crítica de Althaus

El punto de partida para mantener cierta reserva ante el tercer Re ich fue que la
revelación general ha de estar subordinada a la revelación salvífica, y ha de ser juzgada
a su luz. Y desde ahí pronunció Althaus su "segunda palabra" frente al giro de 1933.
Palabra teológicamente clara, inequívoca, y no ensombrecida por la ideología, como lo
fue su "primera palabra".

a) Althaus puso en guardia ante una identificación no crítica de la revelación de Dios


con el fenómeno del nacismo. Ya desde 1933, advirtió Althaus del peligro de
transfigurar en religiosos, ideas o valores simplemente humanos. Cierto que fue
miembro de los "cristianos alemanes" (Deutsche Christen ), pero los abandonó a los
pocos meses y se les enfrentó decididamente. Reprochó a muchos teólogos el haber
traicionado el Evangelio, identificando la vivencia naciona l o las manifestaciones de los
políticos con la revelación de Dios, poniendo la revelación general al mismo nivel que
la revelación salvífica o por encima de ella, confundiendo, en fin, el atrio con el sancta
sanctorum. Afirmó que el tercer Reich no era la irrupción del Reino de Dios, "porque
éste está más allá de todo reino terreno, incluso del tercer Reich". Consideró una burda
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herejía el fundamentar la fe en el éxito del tercer Reich, en la fe en la victoria del Reino


de Cristo, o la atribución de una misión mesiánica al pueblo alemán. "Nada bueno
puede salir de esta mezcla", en la que la ideología absorbía completamente la teología.
Para mantenerlas separadas, Althaus consideraba indispensable mantener la afirmación
de que la revelación general no debía identificarse con la salvífica.

b) Althaus puso de manifiesto la pecaminosidad de la nueva situación política. Cuando


el tercer Reich siguió su desaforada carrera, Althaus comprendió que las estructuras del
nacionalsocialismo llevaban "los estigmas de muerte de este mundo", y por ello
"estaban llenas de pecado, blasfemia, muerte y eran instrumentos al servicio del
dominio de Satán". Vio una de las causas principales en la falta de sometimiento al
Señor de todos los órdenes, lo cual provocaba que lo que se había iniciado con gran
esperanza acabase fatalmente en condenación.

Althaus descubrió la pecaminosidad especialmente en las ideologías, mitologías y


pseudoteologías del pueblo, paganas o semipaganas, que desembocaban en "una
demoníaca totalidad de la nación, en una religión nacional, en una iglesia nacional
anticristiana". Ya en 1934, reconocía la peligrosidad de su comentario al "Párrafo de los
Arios", y condenaba "aquella ideología racional que propagaba como fuente de todos
los valores y normas una nación de raza unitaria".

c) Althaus llamó directa e indirectamente a la lucha contra las estructuras políticas


pecaminosas. Althaus admitía, realísticamente, que los extremos pecaminosos de la vida
política y social no podían desterrarse totalmente. Pero creía que el cristiano debía
combatir el pecado en cualquier situación, mayormente en el caso de un estado "que se
tiene por más que Dios y desprecia valores como la autoridad paterna, la vida, el
matrimonio... ". En 1934, al tratar de los límites de la autoridad del estado, afirmaba que
cuando el estado traspasa estos límites, entonces el cristiano ha de ejercitar su
conciencia política y está obligado, por mandato divino, a la desobediencia. Es más, en
tal caso la Iglesia debe asumir su misión de enseñar y condenar (docere et damnare) y
ha de pronunciar un claro "no" a esta traición al Evangelio. En el caso límite de la
revolución, Althaus se inclinó por un claro "sí", pues "el estado puede exigir el
sacrificio de la vida, pero no el de la conciencia". Althaus practicó esta conciencia
política y su claro "no" en una conferencia de 1933 mereció una reprimenda del
gobierno, expresada en la frase banal: "limítese Ud. a su dogmática".

No sólo condenar, sino también corregir

Althaus, ante las crecientes aberraciones del nazismo, no quería limitarse a condenar,
sino que quería también contribuir a mejorar la situación. Esta voluntad conciliatoria se
muestra en su reacción ante el "Manifiesto teológico de Barmen" y ante el "Consejo de
Ansbach".

a) Sus reservas ante el manifiesto de Barmen eran teológicas y tácticas. Teológicamente,


reprochaba como doctrina monística de la revelación la afirmación de que "Jesucristo es
la única palabra de Dios que hemos de escuchar". Tácticamente, y aceptando el fin que
tal manifiesto se proponía, Althaus lo consideraba como deficiente, porque, en lugar de
dar respuesta a los errores de la situación política, dicho manifiesto parecía ignorarla.
No basta rechazar la obediencia al estado, ni basta negar toda relación entre la iglesia y
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el estado: más bien hay que ver a la luz del Evangelio cómo debe realizarse esta
obediencia y esta relación. Ni hay que rechazar de plano la revelación general, sino
buscar una nueva sensibilidad teológica que delimite aguda y claramente la idea de la
revelación general.

b) La misma voluntad conciliatoria encontramos tras la firma de Althaus en el


documento de Ansbach. El documento afirma que la Iglesia está obligada a la
obediencia a la palabra de Dios quien no sólo habla en el Evangelio, sino también en la
realidad total de nuestra vida, que incluye estructuras naturales como familia, nación,
jerarquía. Cree, además, dicho documento que "Dios ha donado a nuestra nación, en su
necesidad, al Führer como soberano piadoso y fiel, y al régimen nazi como régimen
celoso y honorable" añadiendo, de todos modos, que los cristianos han de saber
distinguir entre órdenes sanos y pervertidos.

La terminología suena hoy peor que antes, y la voluntad de acomodación del Consejo de
Ansbach encontró pronto sus límites. En agosto del 34, Müller, obispo del Reich,
imponía un voto a los ministros de la iglesia por el cual quedaban obligados ante el
Führer y el obispo del Reich. Althaus se retiró del círculo de Ansbach. Las intenciones
de la "superioridad" se habían puesto de manifiesto. Y en septiembre y octubre publica
unas notas en que acusa al Régimen de ultrajar los mandamientos de Dios que la iglesia
debe obedecer. Con esto mostró Althaus que un teólogo que puede utilizar su teología
para justificar su ideología, también puede utilizarla para su condenación, cuando ya no
es posible una reconciliación.

Una crítica más enérgica: 1937

Desde 1937, el Régimen se esfuerza por conseguir un mayor control sobre las iglesias,
sobre todo con presiones financieras. Esto, unido al hecho de un progresivo
encarcelamiento de miembros de la "iglesia confesante", ponía de manifiesto la
necesidad de someter la ideología a la crítica teológica y, en definitiva, a la palabra de
Dios. Todo ello llevó a Althaus a un notable cambio en sus ideas sobre nación, estado y
guerra.

a) Althaus se revuelve contra el mito del pueblo, que lo eleva al plano de Dios y le
atribuye un valor único y una misión especial. Dios es quien pone límites a toda nación.
Por lo demás, al negar que debiera llegarse a una autarquía nacional, Althaus ponía en
guardia ante el peligro de destruir la unidad de todos los pueblos y animaba a que todo
pueblo aceptase una responsabilidad en la existencia de los pueblos vecinos.

b) La reserva de Althaus ante la autoridad del estado se hace má s clara. Un estado que
no respeta el orden de Dios, deja de ser servidor de Dios y por tanto hay que oponérsele.
Tal es el caso del estado que quiere inmiscuirse en la libertad de la iglesia. Y en esta
situación, la iglesia debe atender principalmente a su tarea de predicar la palabra de
Dios, que es signo de contradicción y divide los ánimos. Y ahí, cree él, encontrará la
iglesia su significado decisivo en la existencia política de la nación, pues cuando una
nación ya no quiere escuchar la palabra de Dios, está condenada al fracaso.
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Al mismo tiempo, Althaus advierte que la iglesia y la teología están expuestas al peligro
de que una iglesia de la nación o pueblo pase a ser una iglesia nacional o popular, que
ya no escucha al único Señor de todos los pueblos, sino a un dios nacional.

c) La tecnificación y totalización de la guerra, que la convertían en algo nuevo y, de


alguna forma, en una amenaza universal, llevaron a Althaus a cuestionarse "si la guerra
podía tener hoy sentido como medio para la acción política de los pueblos". Más bien se
inclinó por un abandono de la guerra como lo políticamente razonable. Cierto que no
pasó a exigir un pacifismo cristiano, pero sí defendió "la necesidad concreta y política
de la paz, que solo puede conseguirse con medios e inteligencia política".

¿Fue la teología un obstáculo que retrasó la crítica política?

Hoy podemos decir que Althaus podía haber pronunciado antes su "no" total. Él mismo
lo reconoció posteriormente. Pero en todo caso, la teología, es decir, la doctrina de la
revelación general, no fue culpable de este retraso. Desde su teología, Althaus podía
criticar la situación y de hecho la criticó. El retraso se debió a que, durante un tiempo,
no captó la gravedad del momento en toda su extensión. Y no la captó por causa de su
ideología, es decir, por su fidelidad al estado y por la esperanza que él ponía en su
pueblo. Es más, cuando comenzó la guerra todavía creyó, por un momento, en la
posibilidad de recuperar la unidad y la identidad de su pueblo. Pero la forma de
recuperarlas se mostró al poco tiempo como contraria a la palabra de Dios. Cuando
Althaus oyó hablar de los campos de concentración, rompió definitivamente con su
estado y llegó a afirmar: "Esta guerra la perderemos; debemos perderla, puesto que
hemos . cometido un crimen tal espantoso".

Otras razones del retraso de su crítica hemos de buscarlas en la misma confusión de la


situación histórica -confusión de la que no se libró tampoco la iglesia confesante- y en
la censura. En 1953, afirmó que en aquellos años no había publicado todo lo que él
hubiese querido. Y dada la crítica que realizó, no tenemos razones para dudar de esta
afirmación. Notemos, además, que entre los años 30-37 encontramos 33 publicaciones
suyas (30 % de todos sus escritos) que se ocupan de temas políticos y nacionales. En
cambio, los años 38 y 39 registran una publicación cada uno. Viene después un largo
silencio, que puede ser considerado como un ejemplo de la opinión suya sobre la
teología política: que a veces no puede ejercitar su función en oposición abierta y
revolucionaria, y ha de mantenerse quieta y pasiva en su sitio, reuniendo fuerzas para el
momento decisivo.

CONFESIONES Y CORRECCIONES DESPUÉS DE 1945

Después de la guerra, Althaus distinguió claramente entre una auténtica doctrina


teológica y su falsa aplicación a una situación histórica especial. Y no cree él que la
causa de los errores eclesiales en la época nazi tenga su explicación en una doctrina
teológica que, en consecuencia, habría que desechar. Lo que amenazaba a la iglesia en
1933-34 no era una herejía peligrosa, sino un delirio y un tumulto político y político-
eclesial, que posteriormente intentaba justificarse con una "teología". El mal no
amenazaba desde la doctrina de la revelación general, o desde el esfuerzo del teólogo
por unir teología y acontecimiento político, sino desde "el delirio y el tumulto" que
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apresaba doctrinas y teólogos, es decir, desde las ideologías. A diferencia de muchos


teólogos que, como él, cometieron muchas exageraciones políticas durante el tercer
Reich, Althaus reconoció, después de la guerra, que él había sido cegado de forma
desmesurada por su delirio ideológico. Por ello, no necesita cambiar su teología para
realizar una serie de correcciones en su ideología, cuando el delirio y el tumulto han
dejado paso a la vergüenza.

Las correcciones son especialmente claras en la segunda edición de su Ética (1953 ). En


la cuestión o tema del pueblo (Volksfrage ) Althaus acentúa ahora la unidad de los
hombres y la necesidad de la colaboración, apuntando además la idea de la ayuda a las
naciones subdesarrolladas. No hay ya referencias a las diferencias biológicas o sociales
entre los judíos y las otras naciones. Muy distintas son su consideraciones sobre el
estado, de las expresadas por él al comienzo del nazismo: determina sus límites, acentúa
la posibilidad real de una degeneración totalitaria del estado y la necesidad de
oponérsele hasta el caso límite de la revolución, si fuese necesario. Frente a la guerra,
Althaus concede que puede ser necesaria, pero solo cuando han fallado todos los otros
medios y solo en caso de defensa de unos derechos; pero añade: "nuestro "sí" a la
legítima defensa no significa ninguna justificación de la guerra en cuanto tal". Y
proclama como claro mandamiento de la razón política el esfuerzo por evitar toda
guerra futura.

Finalmente, en su edición de la Dogmática de 1947 se reproduce literalmente el capítulo


sobre la necesidad de la doctrina de la revelación general, tomado de la edición del año
36, pero con la excepción del apartado cuarto, en que Althaus refería dicha doctrina a
las estructuras y hablaba de "seguridad inmediata de un encuentro con Dios". Althaus
reconocía que había hablado de esto precipitadamente, bajo el influjo del "delirio y el
tumulto".

Aunque estas correcciones pueden parecer insuficientes, por no ser lo bastante radicales,
hemos de decir que Althaus, con ellas, manifiesta que de por sí y según su concepción
personal, su ideología política y social se distingue claramente de su concepto de
revelación general y de la "teología política".

TEOLOGIA E IDEOLOGÍA

Que Althaus se equivocó políticamente, y que no reconoció la demonología política del


tercer Reich tan rápidamente como Barth, Bonhoeffer, Bultmann, etc..., es algo patente.
Pero la causa de estos errores no estuvo en su teología, en especial en su comprensión
de la revelación, sino en su herencia ideológica, y en su entusiasmo personal, a menudo
exagerado, por la nación, el estado y "la superioridad" (jerarquía, autoridad). Althaus
siempre creyó en la tarea crítica de la teología frente a las ideologías. Y realizó dicha
crítica en nombre de su doctrina de la revelación general, subordinada, según él, a la
revelación salvífica. Si su crítica correctiva no fue suficientemente clara y dura fue
porque su ideología bloqueó a la teología, y ésta solo pudo liberarse a tiempo con
mucho esfuerzo.

El caso de Althaus nos puede hacer ver la diferencia que hay entre una falsa teología,
una teología que se opone al Evangelio, y una falsa aplicación de unos principios
teológicos válidos, coherentes con el Evangelio. La falsa aplicación, proviene, la
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mayoría de las veces, de una falsa ideología. Tillich y Brunner compartían con Althaus
la idea de la revelación general. Pero no compartían su ideología, y por ello no cayeron
en sus mismos errores. En último término, pues, la revelación general puede utilizarse
para la defensa y para la crítica de determinadas situaciones socio-políticas. Y a pesar
de sus riesgos, dicha doctrina proporciona unos medios más aptos para la crítica
política, que una teología que rechace la acción de Dios en la naturaleza y en la historia
y tenga por irrelevante, teológicamente, la realidad política. Por esto el ejemplo de
Althaus puede sernos útil en tres aspectos:

1) Si un teólogo quiere hacer teología política (la legitimidad de la teología política está
fuera de duda), ha de distinguir claramente entre teología e ideología. Marcar la
diferencia será especialmente difícil en una época en que muchos consideran que la
mezcla con las ideologías es la única salvación de la teología. La distinción hay que
mantenerla en nombre del Evangelio.

2) Una teología política auténtica es, según su esencia, teología y no política. El teólogo
que pone en un plano de igualdad la teología y la ideología, o somete la teología a la
ideología, traiciona su misión. Para poder comprender y predicar hoy la palabra de Dios,
el teólogo debe esforzarse por captar seriamente los problemas socio-políticos de su
mundo, analizarlos agudamente y comprenderlos como cuestiones existenciales, a las
que él debe responder. Pero, en todo caso, debe dejar bien sentado que quien gobierna el
mundo no son las circunstancias (Verhältnisse), sino el Dios vivo. Y si alguna vez
constata una contradicción entre su ideología personal y el Evange lio, es éste quien debe
determinar su conducta si quiere seguir siendo un teólogo cristiano.

3) Para mantener asegurada la subordinación de la ideología a la teología, el teólogo


debe confrontar constantemente su teología con el Evangelio. Precisamente las
ideologías de un teólogo deben ser más abiertas, flexibles y antidogmáticas que las de
un político o un sociólogo. Sólo así podrá evitar que la ideología acabe dominando su
teología.

En su "sí" y en su "no" frente al nacionalsocialismo, Althaus viene a ser un modelo para


la problemática de la relación entre teología e ideología; una relación tan peligrosa
como necesaria. Pues una teología que se somete a una ideología traiciona a Dios y
adora ídolos; pero una teología que pasa por encima de las ideologías de su tiempo y las
desprecia, desconoce el significado real de la palabra de Dios para sus contemporáneos,
y de esta forma abre las puertas de par en par a la tiranía de las ideologías.

Notas:
1
Articulo de los Arios. Legislación estatal que excluía a los judíos de los empleos, y que
fue aceptada en Agosto de 1933 por el Sínodo de la Iglesia Evangélica de Berlín,
excluyéndolos del ministerio pastoral (N. de la R.).

Tradujo y condensó: LUIS TUÑI

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