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CUERPO HUMANO

1. Cuerpo orgánico
El cuerpo humano vivo, sus funciones y facultades constituyen la naturaleza
humana, la vida recibida; la herencia biológica que debemos a nuestros padres.
De ellos no hemos recibido la persona que somos, a saber, el acto de ser
personal, ni tampoco la esencia humana, es decir, el partido que cada cual saca
de sus facultades superiores sin base orgánica.
El cuerpo vivo no es tal antes de recibir la vida. Sin ella las realidades físicas no
son cuerpo orgánico, sino materia inerte. Cuerpo con vida es cuerpo orgánico.
Los órganos son los soportes biológicos de las potencias o facultades de que
está dotado un ser vivo corpóreo (ej. los oídos son los órganos de la facultad
auditiva, los ojos lo son de la visiva, etc.). Tales potencias con soporte orgánico
son principios próximos que ordenan, configuran, informan, una parte del cuerpo,
no el cuerpo entero, sino cada una a su órgano (ej. la facultad auditiva activa a
los oídos; la de la vista, a los ojos, etc.).
Los cuerpos orgánicos tienen mayor o menor complejidad dependiendo del
mayor o menor número de potencias o facultades que posean y del tipo de las
mismas. Los órganos son para las facultades; no al revés (ej. el ojo es para la
vista, no la vista para el ojo; no se trata sólo de que veamos porque tengamos
ojos, sino de que los ojos son para ver). De modo semejante, hay que recordar
a menudo que el cuerpo es para el alma, y no a la inversa.
El cuerpo humano es el cuerpo vivo más complejo de la realidad, no sólo por la
composición biológica, sino por el para de su funcionalidad. El cuerpo y el alma
no funcionan cada cuál por su cuenta al menos no es pertinente que así
procedan, sino que están vinculados armónicamente. La unión es de
subordinación del cuerpo al alma. El uno depende de la otra.

2. Carácter distintivo del cuerpo humano


Es sentencia clásicamente admitida que el hombre es un animal racional. Esta
definición parece sostener que tenemos algo en común con el género animal,
que sería la animalidad, y algo propio y distintivo nuestro, que vendría a ser
exclusivamente lo racional que, por cierto, perdemos con frecuencia, Sin
embargo, el hombre se distingue radicalmente no sólo de grado de los animales
a todo nivel corpóreo, y no sólo por la razón (y en la pérdida de ella). En rigor, el
hombre no es animal. El hombre no es su cuerpo, y su cuerpo no es animal. Por
lo demás, en virtud de ese carácter propio del cuerpo humano se distinguen, al
menos hasta nuestros días.
El cuerpo de los animales es sumamente determinado constitucionalmente, y
especializado en orden a una función; el del hombre, por el contrario, es abierto
y desespecializado. En lenguaje aristotélico se podría decir que el cuerpo
humano es potencial, o sea, no hecho para esto o lo otro, sino abierto para
hacerse con esto, con lo otro y con lo que se desee y, además, para hacerse con
ello de un modo u otro, es decir, como se desee.
El hombre puede ejercer mediante su cuerpo todas aquellas funciones de cara
a las que está especificado el cuerpo animal, aunque no merced al sólo cuerpo,
sino a lo que adscribe a su cuerpo. Por eso todos los rasgos corpóreos son
compatibles con la inteligencia, que no es orgánica, pues ella es susceptible de
crear instrumentos para hacer viable nuestra nuda corporeidad y continuarla. Por
eso fabricamos vestidos para cubrirnos, automóviles para desplazarnos, barcos
para navegar, aviones para volar, satélites para comunicarnos, etc. La
inteligencia humana procura al cuerpo los instrumentos necesarios para dominar
la tierra, el mar y el aire; en definitiva, el espacio y el tiempo físicos.

3. Manos, rostro y cabeza


Estas partes corpóreas humanas guardan todavía más rasgos distintivos con el
resto de los animales.
Atendamos a las manos. La finura de la piel en las manos indica más
sensibilidad, más posibilidad de captar matices de la realidad sensible. Las
manos no están determinadas para una sola función, sino que pueden realizarlas
todas. Aristóteles las llama, por ello, el instrumento de los instrumentos, porque
con ellas podemos hacer cualquier actividad práctica. Están hechas para tener y
hacer, es decir, para usar, manejar cosas naturales, y para fabricar artificiales.
Son perfectamente compatibles también con el lenguaje, pues acompañan con
sus gestos la expresión de lo que uno lleva dentro, y, por consiguiente, con el
pensar y con el querer. Por eso, no sirven sólo para usar o construir, sino también
para dar, ofrecer (manifestación de afecto es, en muchos países, dar un buen
apretón de manos.
Fijémonos en la cara. La cara dice Julián Marías es una singular abreviatura de
la realidad personal en su integridad. Es más expresiva aún que las manos. El
refrán popular acierta al sentar que la cara es el espejo del alma, aunque no sólo
la cara, sino todo el cuerpo, puesto que cuando el alma está bien, el cuerpo baila
(la inversa también es verdad).
El cuello humano está dotado de movimientos normales, ni rápidos como los de
las aves, pues éstos nos impedirían pensar, como el camaleón, porque serían
una rémora para percibir mejor el medio ambiente en el que nos movemos y del
que adquirimos conocimientos. Nuestra lengua no es pesada, como la del
camello, por ejemplo; o demasiado estrecha y fina, como la de las serpientes, lo
cual nos permite articular la voz.
La cabeza, nuestro cráneo ocupa una posición vertical sobre la columna
vertebral, para mirar de frente. La posición del cráneo de los cuadrúpedos es
horizontal respecto de su cuerpo, en disposición hacia el suelo, donde
encuentran el alimento y su hábitat. En el nuestro, el cerebro ocupa la mayor
parte de la capacidad craneana; en los animales, en cambio, es sólo una
pequeña parte. Nuestro cerebro dispone además de más neuronas libres, es
decir, de aquéllas que carecen de una función biológica determinada (inervar el
estómago, los ojos, etc.). El hombre también es el único animal que se peina,
que se arregla de un modo u otro el cabello.

4. Las funciones añadidas al cuerpo humano


El cuerpo humano es el cuerpo más abierto a más posibilidades. No está
determinado a nada, aunque puede hacerlo todo. No está hecho para adaptarse,
sino para adaptar el mundo a su necesidad biológica. El cuerpo humano es
expresivo de multiplicidad de asuntos que no son meramente biológicos.
El cuerpo humano permite jugar, y salta a la vista que el juego no es una
necesidad fisiológica. Arrodillarse, indica piedad. Ya hemos aludido al sexo como
expresión de la intimidad masculina, y, sobre todo, de la femenina (repárese que
los órganos genitales femeninos son internos). Las manos no determinadas a lo
uno son abiertas a múltiples usos; son también expresivas, y hasta tal punto, que
constituyen, por ejemplo, la base del lenguaje para sordomudos, una forma
concreta de lenguaje convencional, uno entre otros muchos. Con ellas no sólo
se saluda, sino que también se señala, se enseña, se acaricia, se acepta (no
sólo ama el corazón; también las manos pueden ser expresión del amor
personal), etc.
Con la cara expresamos, todavía más que con las manos, algo de nosotros
mismos, y no sólo algo meramente biológico. Reír es un propio humano, decían
los medievales. Esa propiedad humana hoy se satiriza comentando que el que
es capaz de sonreír cuando todo está saliendo mal.

5. El sentido de la sexualidad humana


El sexo humano es la manifestación corpórea de que existen dos tipos dentro de
lo humano: mujer y varón. La sexualidad humana es la distinta tipología biológica
de encarnar lo natural humano. Evidentemente esas diferencias naturales son el
analogado inferior de las distinciones psicológicas. La disposición sexual, es una
manifestación corpórea de la persona. Las distinciones corporales entre varón y
mujer son manifiestas y, obviamente, no se reducen a los órganos genitales. Es
usual notar que el cuerpo de la mujer es más débil. Pero esto no significa que la
mujer sea más débil en todas las facetas, pues aunque lo sea en su naturaleza,
no lo es en su esencia.
El uso de la sexualidad es la disposición del cuerpo humano que permite
manifestar la mayor donación y aceptación amorosa natural entre personas. El
amor personal es don. Dar es ofrecimiento personal a una persona distinta. Y
también, y por encima de ello, es aceptación. Un acto sexual realizado sin tener
en cuenta el carácter de persona a quien uno se da o acepta, conlleva asimismo
la ausencia del carácter de persona que se da o que acepta. Como el acto sexual
depende de la naturaleza humana, y ésta es tipológica, sólo es con sentido
cuando se establece entre los dos tipos, pues la distinción entre ellos radica en
que uno da y otro recibe en orden a un fin muy concreto: el don. Por eso, la
homosexualidad, aunque se le intente dar un sentido cultural determinado,
carece de sentido tipológico natural, y por ende, personal.
Por eso un acto sexual elevado a nivel personal no puede ser sino familiar. Sin
familia, ese acto no es amor personal. Sin amor personal ese acto no es personal
sino despersonalizante. Si tal acto es personal, expresa sin engaños el mutuo
darse y aceptarse de las personas a través del sexo, lo cual implica
responsabilidad personal y una entrega permanente, porque como a una
persona no la mide el tiempo físico, el amor hacia ella no puede ser momentáneo
sino incesante.
El divorcio es un problema familiar porque es un problema personal. La traba
reside en la cortedad de miras, pues se cree que la unión no es entre personas,
sino entre lo que se manifiesta a través de su cuerpo. Ciertamente, una persona
humana, pese a sus errores y defectos de todo tipo, es infinitamente amable, en
cuanto a intensidad, a tiempo, y al margen del tiempo. El matrimonio como se
verá es una fraternidad adquirida. Por muy mal que se lleven hermana hermano
(por culpa de uno o de los dos), se pueden separar (a veces es lo mejor), pero
nunca dejan de ser hermanos. Los mismo, pero con más motivo, los esposos,
porque entre ellos no media una fraternidad natural, sino personal.

6. Liberación sexual
El sentido del pudor Por liberación sexual se suele entender dejar rienda suelta
al apetito sexual. Se trata de una supuesta liberación que, paradógicamente, ni
responde ni respeta la verdadera libertad personal, pues acaba sometida a la
esclavitud de las pasiones sensibles (que ocupan una posición más bien
modesta en la escala ontológica humana). En efecto, la libertad es del orden de
la persona. Si la sexualidad es del ámbito de la manifestación, una manifestación
sexual incompatible con la intimidad personal no es apropiada para la persona,
sino que despersonaliza. Desde ese momento se puede hablar de deseo, de
placer, de medio, etc., pero no de amor personal.
En consecuencia, los abusos sexuales en la mujer quedan más en ella misma,
en su cuerpo y en su personalidad que los del varón en la suya. Por ello, las
consecuencias de deshumanizar a la mujer son siempre más graves que si se
procede a corromper al varón. Sin embargo, los varones suelen ser los
principales responsables de la deshumanización femenina, porque en lugar de
virilizarla la degradan.
El pudor es cualidad personal que, de modo similar al sexo, tampoco se entiende
sin alcanzar la intimidad de cada quién. La despersonalización o el debilitamiento
del sentido del ser personal conlleva el debilitamiento del sentido del pudor.
7. El tener según el cuerpo, el habitar y el trabajo. Propiedad privada y
pública
El cuerpo humano está hecho para tener. Es poseedor por necesidad y sin ella,
pues unas posesiones son necesarias para su supervivencia (alimento, vestido,
vivienda, etc.), mientras que otras son más bien libres, complementarias (arte,
una u otra forma de cultura, etc.). Adscribimos a nuestro cuerpo prendas de vestir
(pantalones, chaquetas, corbatas, pañuelos, abrigos, etc.), que son modos de
manifestar cada quién en su cuerpo la idea de belleza personal que tiene en su
interior (o también la manifestación de que no la tiene, o de que la tiene un tanto
estropeada), el respeto por los demás, etc.
Habitar es el modo de estar del hombre en el mundo de acuerdo con el interés,
no de su ser, porque la persona humana no pertenece al mundo y, por tanto, el
interés no la constituye. Por eso el pragmatismo en antropología es reductivo. El
hombre habita. El animal no.
El fin del trabajo es el tener, es decir, las posesiones, tanto externas como
internas. Las internas son ideas y hábitos en la inteligencia y virtudes en la
voluntad; las externas las posesiones físicas: alimento, vestido, casa, etc. El
hombre sufre por saber, y trabaja por tener. En suma, el tener se dualiza con el
trabajo, siendo el disponer el miembro superior de esa dualidad. A su vez, el
tener inferior, el externo, se dualiza con el interno (ideas, hábitos y virtudes) y
debe subordinarse a él, pues poco vale la riqueza sin la sabiduría.
La propiedad privada y la pública. Durante buena parte del s. XIX y XX los
colectivismos y comunismos de cuño marxista, materialista, lanzaron a la
palestra social una propaganda ideológica sobre la superioridad de la propiedad
pública sobre la privada. Por el contrario, los liberalismos radicales de aquella
misma época histórica, que defendían extremosamente la propiedad privada a
costa de la pública, sospechaban con recelo de esta última, intentando segar de
raíz cualquier brote de estatalismo.
Además, una y otra no sólo son naturales al hombre, sino distintivas en él
respecto del resto de los animales, puesto que el cuerpo humano es el único que
está diseñado para poseer en privado y en común realidades materiales.

8. Las privaciones corporales: la enfermedad y el dolor


La enfermedad es la pérdida parcial del bien corpóreo más alto: la salud. La
muerte es la pérdida total de ella. Salud es orden orgánico, armonía, no sólo
fisiológica, sino también funcional. Que en el hombre la enfermedad es distinta
de los animales es notorio, no por los agentes patógenos que la producen, sino
por el modo de enfrentarlas. Para combatir esa privación hemos inventado toda
una ciencia muy sofisticada: la medicina.
Ya vimos que el dolor es también una privación. El sufrimiento físico o moral
afecta a la persona entera. No es, pues, lo contrario del placer sensible, porque
mientras que en éste el sujeto no está enteramente comprometido, sí lo está en
el dolor, pues duela lo que duela el doliente es uno.
El dolor es, pues, como el mal, una carencia. No es ninguna realidad positiva,
por eso es precisamente tan difícil comprenderlo. Es una carencia que tiene,
según una tesis medieval, una vertiente física y otra moral. Pues bien, lo que hay
que añadir a esa tesis tradicional, que ve el mal como ausencia de salud física o
de salud moral, es que el dolor y el mal son algo que no afecta sólo a la
naturaleza y esencia humana (al cuerpo y a las facultades superiores de índole
espiritual), sino que dolor y mal afectan también a la índole personal.

9. Aclaraciones a los problemas mente-cuerpo


El cuerpo humano no es la persona humana. Ésta puede existir sin cuerpo. Pero
no por ello el cuerpo humano es irrelevante, entre otras cosas porque el pensar
racional humano es imposible sin el cuerpo, ya que, como se sabe, el inicio del
pensar, la abstracción, parte de los sentidos.
El pensar racional no puede conocer la vida corpórea de su propio cuerpo,
porque objetivar el cuerpo no es conocerlo como vivo y real, sino hacer ideas de
él, pero ya sabemos que las ideas son ideales, no vitales o reales. No obstante,
es claro que conocemos al propio cuerpo tal como vive.
Si la sindéresis conoce hasta cierto punto la corporeidad humana, no hay
inconveniente en hacer equivaler la sindéresis al alma, pues el alma no sólo
vivifica al cuerpo, sino que, por ser cognoscitiva, lo ilumina. Por eso es explicable
la muerte. Si el cuerpo es asistido siempre por el alma hasta la muerte.
El alma (sindéresis) vigila el cuerpo y a las potencias de éste; vigila asimismo
sus propias potencias: la inteligencia y la voluntad; es el pastor de ellas, pero no
del ser extramental (como propone Heidegger), porque éste no depende de ella.
El hombre es "el pastor" del mundo a nivel de las facultades superiores
(inteligencia y voluntad). Con ellas el hombre "pastorea" de la esencia de la
realidad física, y de los asuntos artificiales que, aprovechando el mundo, produce
la acción humana.

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