DE LA
ENSEÑANZA DEL DERECHO*
1. Introducción
2. Planteamiento del problema
3. El derecho socialmente imperante
4. El derecho al margen de los cambios sociales
5. El crecimiento desmesurado de las reglas jurídicas
6. La enseñanza jurídica no debe idealizar la legislación
7. Mitos destinados a la preservación y mantenimiento del sistema legal
vigente
8. En el derecho anidan concepciones individualistas
9. El derecho a la zaga de los cambios sociales
10. La gran clasificación del derecho
11. Las direcciones principales de una enseñanza moderna del derecho
12. Algunos contenidos indispensables de la enseñanza
Notas
1. INTRODUCCIÓN
Cada vez que se habla de mejorar o de modernizar la enseñanza del derecho nos asalta la
sospecha de que -si el problema no es comprendido en toda su dimensión- puedan
acentuarse, antes que resolverse, los defectos notorios que envuelve el sistema actual de
aprendizaje jurídico.
Basta ver el entusiasmo y la pasión que muchos catedráticos jóvenes ponen en los
aspectos de forma de la enseñanza y de su metodología, para advertir que única o
principalmente se les representa la conveniencia de mejorar la manera de transmitir
conocimientos jurídicos a los estudiantes, sin conceder importancia a lo que parece más
*Este capítulo corresponde, salvo pequeñas variaciones, a un trabajo denominado: "Algunos aspectos sobre
contenido de una enseñanza moderna del derecho", que se incorporó a la obra colectiva, compilada por J.
Witker, titulada Antología de estudios sobre enseñanza del derecho, Ediciones UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, México, D. F., 1976.
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esencial, esto es, la naturaleza de los fenómenos, las ideas y teorías que van a ser dados
a conocer.
Existe de por medio, en consecuencia, una cuestión de fondo, que debe centrar la
atención de los docentes, la cual consiste en la revisión del contenido de la enseñanza (1)
para que esta brinde a los estudiantes una formación básica que les permita captar con
eficacia la exposición, el estudio y la solución de los fenómenos jurídicos, tal como ellos
se presentan en las sociedades actuales y conforme a principios admisibles para
mentalidades científicas modernas.
En tales casos no podemos menos de pensar que esos aspavientos técnicos, relativos a
una nueva forma de la enseñanza, no son otra cosa que disfraces empleados por los
docentes del derecho para dar apariencia de enfoques renovadores o modernizantes a sus
tareas, distrayendo así la atención respecto de su real y tenaz empeño en preservar
indemne la sustancia de sus enseñanzas (véase infra, cap. IV).
Esto obliga a proponer no solamente cómo debe enseñarse el derecho, sino, además, qué
debe hallarse en la sustancia de lo que se enseña como 'ciencia jurídica', que es lo
capital.
Para ello es necesario que docentes y estudiantes adquieran clara conciencia de que el
derecho ha sido dejado atrás por la creciente movilidad de la sociedad moderna y que, por
consiguiente, la principal tarea, presente y futura, que les corresponde asumir es la de
hacer un esfuerzo sobrehumano para poner al día el derecho y hacer de él algo
actualizado, que ayude efectivamente al desarrollo del hombre.
Solamente formando una sólida y certera conciencia crítica sobre las deficiencias del
derecho vigente podremos lograr que sus estudiosos queden en condiciones de rendir el
ímprobo esfuerzo científico necesario para sacarlo de su retraso. El análisis profundo de
algunos viejos principios, la comprobación de su inadecuación a las condiciones actuales
de vida humana y de su desplazamiento de la realidad social, la elaboración de ideas y
sistemas normativos más aptos, serán, en consecuencia, el objetivo fundamental de una
enseñanza del derecho concebida con criterio moderno.
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Las líneas que siguen, tienen por objeto señalar algunos aspectos de esta verdadera
obsolescencia del derecho que debieran ser reparados, o cuando menos denunciados por
todo jurista entregado a la docencia. Mientras en las universidades se continúe
enseñando como ciencia jurídica un conjunto de ideas y principios que ya no se ajustan
con los problemas y organización de una sociedad de nuestro tiempo, cualquier mejora
en los sistemas de enseñanza solo tendrá como efecto imbuir en los estudiantes una
concepción añeja y periclitada del derecho, transformándolos en instrumentos más o
menos inconscientes de un afán de sostener lo que debería ser cambiado o inculcándoles
fe en algo que perdió ya totalmente su confiabilidad.
Este cada vez mayor alejamiento del derecho de la realidad social y su renuencia a
satisfacer lo que toda sociedad progresista espera de él, no es, sin embargo, su aspecto
negativo más saliente.
A nuestro juicio, la nota más deprimente reside en que los preceptos, esquemas y
principios jurídicos en boga se van convirtiendo gradualmente no solo en un pesado
lastre que frena el progreso social, sino que llega, en muchas ocasiones, a levantarse
como un verdadero obstáculo para este.
Esto puede advertirse en la mayor parte de los países que constituyen nuestro horizonte
cultural, pero cobra mayor importancia dentro de los países latinoamericanos, en los
cuales se comprueba de modo particularmente agudo la subsistencia de enormes
diferencias en la distribución de la riqueza y la existencia de una enorme masa,
ampliamente mayoritaria, colocada en posición de franco menoscabo, víctima de la
desnutrición, carente de vivienda, falta de educación y de atención médica.
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Es que los juristas no han reparado, en su adormecimiento, que es preciso abandonar las
posiciones rígidamente jurídicas. Solamente si obtienen información apropiada sobre el
acontecer social y se disponen a utilizarla, junto con sus conocimientos técnicos, en
beneficio efectivo de una mejor organización social, podrán hacer del derecho algo actual
y eficiente.
Mirado en esta perspectiva, el derecho recobra toda esa vitalidad y grandeza que lo
aureolaron en otra época, pero esto no en razón de ilusorias concepciones metafísicas
sino en virtud del aporte cierto y eficaz que podría dar en pro de una mejor sociedad
humana y del bien de cada uno de sus miembros.
Esto sirve para poner de relieve la necesidad que existe, aun desde un punto de vista
estrictamente jurídico, de que el estudio científico del fenómeno jurídico sea efectuado
considerando no solamente la formulación estatal de las normas, sino asimismo su
efectiva aplicación social.
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No es preciso realizar prolijas encuestas ni contar con muy trabajadas estadísticas para
darse cuenta que la legislación tradicional rige, en el hecho, para un porcentaje cada vez
más reducido de la población, compuesto por aquellos que han sido más favorecidos
dentro de la tan desigual repartición de la riqueza. Hay una demostración empírica muy
sencilla que lo comprueba: revísense las materias sobre las que versan los litigios que se
promueven actualmente ante los tribunales ordinarios de justicia y compárense
porcentualmente con los que ingresaban a comienzos de siglo y se verificará que -
excluida la materia criminal, que puede permanecer más o menos constante- cada vez es
menor la proporción de materias propiamente 'civiles', en el sentido de aquellas que
versan sobre conflictos que corresponde resolver de manera directa al Código Civil. Más
fácil resulta aún, comparar el porcentaje de sentencias propiamente civiles que dictan
hoy día los tribunales de justicia con el de las que expedían hace cincuenta años o más.
Lo anterior evidencia que la realidad y las necesidades sociales tienen, en último término,
más poder normativo que la voluntad de un legislador que no esté muy atento a
adaptarse al curso histórico que ellas van asumiendo.
a) Los progresos cada vez mayores del hombre en el dominio y utilización de nuevas
energías, en el desarrollo de la física, del maquinismo y de la electrónica, le han permitido
multiplicar en forma pasmosa la cantidad de energía que puede poner a su servicio
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f) Sobreviene un aumento de los problemas y conflictos que agobian al hombre y con ello
se extienden las tensiones y complejos síquicos y la tendencia al escapismo (ingestión de
bebidas intoxicantes, drogadicción, etc.).
Se trata, como puede apreciarse, de nuevas fuerzas, de nuevos medios al servicio del
hombre, de nuevas manifestaciones culturales, de nuevas formas de organización, de
nuevos impulsos sociales y de nuevos fenómenos de todo orden, señalados de manera
muy incompleta puesto que en el reducidísimo espacio anterior no hemos podido
consignar sino algunas de las más obvias alteraciones de la vida humana en las últimas
décadas. Cualquier lector puede complementar con sus conocimientos generales esa lista.
Ante todo eso podríamos suponer que en el mundo ha aparecido ya un nuevo derecho
que responda a las nuevas exigencias humanas y de las diversas sociedades que existen.
Sin embargo, la realidad es que el derecho, salvo mínimas y en su mayor parte
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Este crecimiento fuera de toda medida de las leyes hace que las antiguas especialidades
jurídicas no sean bastantes hoy para dotar a una persona del dominio de toda la materia
legislativa que ellas abarcaban. Los antiguos civilistas, penalistas, constitucionalistas,
etc., han debido subdividir sus conocimientos en partes más reducidas a fin de poderlas
aprehender mejor, debido a su complejidad creciente. Ahora nos encontramos con
especialistas jurídicos en propiedad horizontal, sociedades, garantías constitucionales y
amparo, delitos políticos, documentos de comercio, etc., cuyo campo cubre apenas una
pequeña parte de lo que antes constituía el ramo y aun así se ven en apuros para estar al
día con las leyes, reglamentos y normas de toda clase que día a día aumentan las
disposiciones aplicables dentro de él.
Esta atomización del derecho es muy nociva y, por principio, contraria a su naturaleza y
finalidad, pues quiebra el concepto mismo de lo que debe ser un conjunto sistemático,
ordenado, claro y accesible de reglas de conducta exigidas -normalmente- a todos los
hombres.
Por obra de este maremágnum de preceptos de todas clases, inspiraciones y épocas, con
esta avalancha legislativa que presenciamos, el sistema legal positivo pasa a convertirse
en una espesa e impenetrable selva normativa, que más que ordenar la vida social, la
desarticula, la confunde y la hace ingrata. Esa densa y desorganizada red de preceptos,
concluye entorpeciendo la acción de los órganos del Estado y enervando a los
ciudadanos.
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Es muy cierto, como lo anota soler en un intento de rescatar el prestigio de la ley, que
"entre el más grande tratado y la más modesta ley... existe una diferencia
cualitativamente insalvable", pues esa modesta ley debe ser obedecida y el Estado
dispone de los medios para imponer su cumplimiento. No discutimos tal proposición,
pero estimamos que si se quiere dar una formación científica a quienes entran a conocer
el derecho, es necesario abordar con los ojos bien abiertos, con criterio objetivo y con la
mayor franqueza, el examen de la legislación en vigencia. Es la única manera, por otra
parte, de obtener que alguna vez sus vicios puedan ser corregidos.
Todo empeño por desconocer esta verdad no puede conducir sino a una insensata
exaltación de lo que la experiencia nos muestra como francamente insuficiente y, esto, a
su vez, traerá consigo el grave inconveniente de que los que estudian el derecho no
buscarán la forma de mejorarlo, sino que, en actitud venerante, se limitarán a su
contemplación y a su teorización abstracta, que es una forma especial de adoración
inventada por los juristas.
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Sin embargo, desde antiguo se ha sostenido que por sobre el derecho positivo existen
reglas jurídicas obligatorias superiores y anteriores a él que integrarían un supuesto
derecho natural dentro del cual se encontraría la esencia de una 'justicia' que aquel
debería reflejar en sus preceptos (4). La verdad es que ese pretendido derecho natural no
es otra cosa que un conjunto de principios éticos, los que pueden ser válidos como tales,
pero no como normas jurídicas valederas.
Las doctrinas que sustentan la existencia de un derecho natural y las que señalan a la
justicia como el objeto exclusivo y propio del derecho, contribuyen a la preservación de la
legislación existente.
Ya Heráclito veía en las "leyes naturales" una encarnación de la ley divina en contra de la
cual el pueblo no puede rebelarse, sino que debe combatir por ellas como lo hace por su
hogar. Alf Ross comprueba que el derecho natural ha cumplido históricamente, en forma
primordial, una función conservadora de hálito de validez. H. Kelsen señala, por su parte,
la índole conservadora muy acentuada de la doctrina del derecho natural, destinada a
defender la propiedad privada y a ser arma contra el comunismo. Radbruch denuncia
que el derecho natural conduce necesariamente al perenne estancamiento de la historia
del derecho.
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Algunos las apoyan con sincero convencimiento de su verdad filosófica. Otros se pliegan
interesadamente a ellas con el objeto de que no se altere el régimen jurídico que tantas
ventajas les ha dado y que ha regido hasta ahora. Ya veremos la clase de organización
social que fluye de tal régimen jurídico.
Es el derecho, precisamente, uno de los mecanismos de vida social en el que ellas se han
enquistado y donde mejor resisten las tentativas de extirparlas que inician algunos bien
inspirados gobiernos que proclaman la justicia social, el desarrollo de la solidaridad entre
los hombres y el mejoramiento de las condiciones de vida de los desposeídos.
En efecto, el más puro individualismo continúa inficionando dentro del derecho a muchos
principios, instituciones y reglas, harto más allá de lo que cualquiera podría imaginar.
Es la consecuencia del conservantismo del derecho, tardo para integrarse a las nuevas
condiciones de la vida presente y portador, por ello, de pesados lastres del pasado. Ese
conservantismo ha sido manipulado muy hábilmente por intereses creados que buscan
una careta jurídica para poder sostenerse.
El derecho de propiedad, establecido como derecho subjetivo muy amplio y, desde luego,
perpetuo, olvidando su fundamentación original, que no era otra que la de permitir que el
hombre pueda gozar y disponer de los bienes que necesita para su vida.
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intervinientes) sean elevadas a principios jurídicos básicos. Para ello se supone una
igualdad de las partes que no corresponde a la realidad.
Existen, pues, instituciones claves del derecho burgués que no tienen otra finalidad que
la de afianzar el status jurídico presente y modelar la mente de quienes lo estudian.
La gran tarea del derecho y de los juristas conscientes de tan grave deficiencia consiste,
por consiguiente, en modelar un derecho que se ajuste a las necesidades reales del
respectivo país y que termine con esa parte de la legislación que conserva un sello
individualista, que entre en vigor una legislación de alta calidad jurídica, coherente y
armónica, con la necesaria flexibilidad, a fin de permitirle una adaptación fácil a nuevas
situaciones, que sirva al pueblo de manera efectiva.
Para esto no existe sino un camino válido: que cada legislador renueve su derecho
interpretando jurídicamente el proyecto histórico social de su pueblo.
No pretendemos negar que haya habido algunos progresos dentro de la ciencia jurídica y
de las legislaciones, pero todos ellos han quedado cortos ante los requerimientos sociales.
Muchas veces se ha tratado de meras reformulaciones de los añejos moldes, otras han
sido novedades que miran más a lo formal o lo accidental, que al fondo y a las esencias
de las instituciones; no pocas veces los adelantos quedan en lo puramente teórico, sin
posibilidad para enfrentar las nuevas realidades. A ello se debe que el derecho, como
ciencia y como legislación, vaya quedando rezagado y que su desajuste con la evolución
social vaya apareciendo cada vez más de manifiesto.
El derecho, como instrumento para una vida social satisfactoria, no debería tratar de
conservarse a sí mismo ni de mantener pertinazmente sus posiciones tradicionales.
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Entretanto, dentro del ambiente social ganan terreno, cada vez más, ideas divorciadas de
aquellas que constituyen la inspiración del derecho así considerado. Las tendencias que
asignan preponderancia a la organización colectiva y a los valores del conjunto de la
comunidad toman la delantera y conquistan la adhesión mayoritaria, aunque ello ocurra
bajo diversos signos y denominaciones. Sea en la forma más radical del ideario socialista,
aceptado y puesto en práctica ya por casi el 40% de toda la humanidad, sea como
aquellas tendencias que en forma más cauta o tímida se llaman a sí mismas socializantes
y que dominan ampliamente en los círculos intelectuales de nuestros países, sea en
medios simplemente reformistas que declaran procurar la gradual modificación y
mejoramiento de las condiciones de vida de las clases pobres, una mayoría abrumadora
está en favor de cauces enteramente diferentes de los que inspiraron a los aspectos más
primordiales del derecho vigente.
Pero es evidente la ausencia de líneas directrices que puedan conducir al derecho a una
renovación o, cuando menos, a una conformación de sus instituciones y bases con las
nuevas ideas imperantes. Mientras quienes lo estudian y enseñan permanecen aferrados
a los viejos moldes, la imaginación de los que quisieran verlo trasformado se muestra, por
su parte, incapaz de encontrar caminos inéditos de salida.
Como principio general, horadado cada día por mayor número de excepciones, puede
mencionarse el de que en derecho privado predomina un criterio de libertad, lo que
conduce a que, por lo general, pueda hacerse todo aquello que la ley no prohíbe (prima la
capacidad); en tanto que en el derecho público predomina el criterio del control de la ley,
por lo que generalmente puede hacerse solo lo que la ley autoriza expresamente (prima la
competencia).
Pero todo indica que las nuevas formas de vida social y sus incipientes expresiones
legislativas actuales han agregado ya un tercer término a esa división bipartita, pues hoy
día es preciso considerar también un derecho social diverso del derecho público y del
derecho privado.
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Pensemos, por ejemplo, en el derecho sindical. ¿Podemos incluirlo dentro del derecho
privado, siendo que el sindicato cuenta con atribuciones que le permiten imponer sobre
la voluntad de sus miembros materias tan importantes como una huelga o un contrato
colectivo? Y algo semejante podemos decir del derecho del trabajo, del derecho de
seguridad social, del derecho económico, de la legislación sobre organizaciones
comunitarias de base (juntas de vecinos, etc.). No es posible tenerlos por parte del
derecho privado, ni tampoco del derecho público.
Radbruch reconoce en el derecho social un nuevo estilo del derecho, como resultado de
una nueva concepción jurídica del hombre que reacciona contra el individualismo. La
idea central del derecho social, según él, no es la idea de la igualdad de las personas, sino
la de nivelación de las desigualdades que entre ellas existen, con lo que la igualdad deja
de ser un punto de partida para convertirse en una aspiración del orden jurídico. Para
esto, el derecho social desdobla a la persona, abstracción niveladora, en diferentes tipos
humanos que permiten marcar mejor la peculiaridad individual: patrones y trabajadores,
ricos y pobres, productores y consumidores, etc. Pero Radbruch no capta un elemento
esencial del derecho social, que es el considerar al hombre en tanto miembro integrado de
la comunidad social.
Legaz y Lacambra toca acertadamente este último aspecto. Según él, debe aceptarse la
triple división del derecho, basándose en la clase de relaciones sociales que regula. Hay
relaciones de subordinación, que son las que tiene un sujeto con la autoridad; su acento
está en la obediencia, pues aquel debe acatar a esta para mantener la organización. Hay
también relaciones entre sujetos iguales e independientes entre sí, cuyo acento se sitúa
en los derechos de cada uno y en el respeto de su libertad. Hay, finalmente, relaciones de
sujetos en cuanto miembros de una comunidad integrada, que pone el acento en la
solidaridad y en los deberes de todos, en las cuales se obra como compañero o camarada
y que tienden a asegurar la colaboración de cada uno para el bien social. Las primeras
corresponden al derecho público, las segundas al derecho privado y las últimas al
derecho social.
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La carrera de derecho no es apropiada hoy día para aquellos que mediante ella buscan
mejorar sus condiciones para acceder a actuaciones políticas destacadas, al desempeño
de superiores funciones gubernamentales, a la alta diplomacia o a la dirección de grandes
empresas industriales o de servicios. Tampoco lo es para aquellos que creen ver en ella la
oportunidad para lograr una amplia cultura general en materia social y de relaciones
humanas.
Desde que, a fines del siglo pasado, se inició la diversificación de las ciencias sociales en
distintas ramas, cada una de las cuales ha alcanzado ya por sí misma una profundidad y
una extensión que les otorga completa autonomía, los estudios de derecho no sirven para
tales fines. Serán la ciencia política, las ciencias de administración, la economía y los
altos estudios internacionales los que podrán satisfacer aquellos deseos o ambiciones,
pues es en ellas donde se dispensan los conocimientos adecuados. Como consecuencia,
los estudios jurídicos han sido despojados, en gran medida, de los conocimientos
generales amplios sobre esas materias que integraban antes sus programas; a la
especialización ha sucedido -como es natural- una reducción de nociones extrajurídicas
o, cuando menos, el mantenimiento de la enseñanza de estas dentro de un plano de
generalidad que dista mucho de conceder un dominio pleno de su contenido. En
consecuencia, frente al vasto desarrollo de las demás ciencias sociales, es difícil entender
que la carrera de derecho vaya a permitir al estudiante alcanzar, salvo en términos
excesivamente generales, el conocimiento de aquellas.
Las facultades de derecho deben ahuyentar de sus aulas a los estudiantes que ingresan a
ellas en procura del prestigio social que concede el título correspondiente (prestigio que,
felizmente," va en franco descenso en el concepto social moderno) o tras la obtención de
una aptitud profesional que permite ganar mucho dinero (pero, conviene aclararlo de
inmediato: difícilmente por caminos honestos). Por el contrario, es necesario inculcar
desde el inicio a los estudiantes, que la carrera de derecho tiene por objeto dar
conocimientos técnicos que permitan llegar a una mejor organización social, que faciliten
la solución de conflictos individuales y sociales y que funden una conveniente defensa o
una apropiada exigencia de los derechos y deberes humanos individuales y sociales
fundamentales. En estos aspectos debe insistirse a lo largo de todos los estudios.
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De este modo, el derecho civil, que se estimaba como la rama más tradicional, perfecta,
profunda y formativa de las ciencias jurídicas, adquirió tal preeminencia dentro de la
enseñanza del derecho, que era el único que debía ser estudiado y examinado a lo largo
de todos los años de la carrera (en primer año bajo la forma de derecho privado romano);
al punto de que pasó a convertirse en verdadera espina dorsal destinada a sustentar
todos los principios fundamentales del derecho (se confundía, así, el estudio del título
preliminar del Código Civil con el curso de Introducción al Estudio del Derecho).
Todo esto pasó ya, como realidad social. Hoy día -lo vimos- el derecho civil ha sido
desplazado cuantitativamente por otras ramas del derecho, especialmente por aquellas
que conforman el derecho social y el derecho administrativo; su aplicación interesa,
apenas (salvo el derecho de familia), a reducidos grupos de propietarios.
Cualitativamente, además, la realidad social ha empequeñecido su importancia. Pese a
ello, él continúa siendo, en los programas de la mayor parte de las facultades de derecho,
el ramo central y predominante. Y junto con el derecho mercantil y el derecho procesal
civil, permanece como el sector de los estudios jurídicos que recibe mayor atención y que
ocupa mayor número de horas de enseñanza en esas facultades.
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Algunos docentes han llegado a los ápices más extremos de una teorización finísima,
como escape a la falta de vigencia real de las ramas que profesan o a la escasa eficacia
práctica de las doctrinas que enseñan. Es preferible abandonar esa teorización excesiva,
que separa aún más al derecho de sus funciones de instrumento de una organización
social eficiente, y ocuparse algo más de la efectividad del derecho dentro de la vida en
sociedad. ¡Cómo sería de desear que los procesalistas pusieran menos énfasis en sus
interesantes construcciones teóricas, a fin de otorgar mayor atención a uno de los
máximos problemas sociales propios de su materia: la falta de acceso fácil y gratuito de
los ciudadanos ante los tribunales y la decisión rápida de los conflictos que ante estos se
plantean! Por su parte, los penalistas podrían abandonar tanta sutileza bizantina,
expresada en lenguaje hermético, para buscar soluciones jurídicas prácticas que tiendan
a una verdadera disminución de los delitos. Algo semejante podría decirse de muchas
otras ramas del derecho.
b) Incorporar a los planes de estudio enseñanza sobre metodología del derecho y sobre
investigaciones sobre materia jurídica, pues la tarea de la universidad es dar al
estudiante una base formativa e impulsarlo luego a que prosiga sus estudios e
investigaciones por su cuenta, para lo cual necesita de aquellos instrumentos.
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e) Proceder en igual forma respecto del derecho administrativo, tan hondamente alterado
con las nuevas funciones que asume el Estado y con la injerencia de este en la economía;
en este plano habrán de surgir soluciones inéditas para muchos fenómenos importantes
y, especialmente, para la aparición de las empresas del Estado. Estas últimas siguen
regladas como sociedades comerciales con fin de lucro, por falta de una doctrina jurídica
satisfactoria que descubra en ellas la nueva institución jurídica que son.
En suma, la enseñanza moderna del derecho debe tener por preocupación principal, el
obtener que los futuros abogados o científicos del derecho puedan más adelante aplicar
sus conocimientos en una forma que signifique un progreso social efectivo y una
adaptación verdadera del derecho a las necesidades sociales.
Notas:
1. No hay contradicción entre lo que aquí reclamamos, que es dirigir la atención principal al
contenido de la enseñanza del derecho y lo que expusimos en el cap. I en orden a que el derecho
es puramente instrumental y su contenido proviene de una voluntad ajena. Porque aquí tratamos
del contenido de la enseñanza del derecho, vale decir, de los temas o materias jurídicas que deben
ser trasmitidas a los estudiantes.
2. En el capítulo precedente hemos señalado que algo tan capital para el conocimiento jurídico,
como son los límites del poder de legislar, de los cuales el más importante es el de los derechos
humanos, no figura generalmente en los planes regulares de los estudios de derecho como tema
autónomo, sino, cuando más, como una referencia harto superficial que a ellos se hace en la parte
dogmática del derecho constitucional.
3. Véase nuestro trabajo "¿Hay un límite crítico para la legislación?", publicado en Jurídica, núm.
6, de julio de 1974, Anuario del Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana,
México, D. F.
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4. Véase nuestro libro ¿Qué queda del derecho natural?, Buenos Aires, Editorial Depalma, 1967.
5. Conviene mostrar la forma en que las necesidades sociales han ido desplazando los principios
jurídicos privatistas, dejando a estos en incapacidad de proporcionar las soluciones jurídicas
adecuadas. En unas Jornadas sobre derecho social organizadas en 1965 por la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, en Santiago (curiosamente encargadas al
Seminario de Derecho Privado de dicha Facultad), en las que participaban muchos profesores de
derecho civil, pregunté cómo debería ser calificado el acto jurídico mediante el cual una persona
adquiere en un establecimiento mercantil un objeto que es artículo de primera necesidad,
exigiendo la entrega a un comerciante que no desearía efectuarla, amparado en que la ley
establecía entonces la venta obligatoria de un objeto de esa clase. Anticipé mi opinión de que a ese
acto no podía corresponderle la calificación jurídica de contrato de compraventa (art. 1793 del C.
C. chileno) porque no se había originado en un concurso real de la voluntad de ambas partes (arts.
1437 y 1438 del Código citado). Tras algunos momentos de sorpresa y de silencio, hubo una sola
respuesta (y el profesor que la dio públicamente la creyó inteligente y acertada): "Se trata de una
expropiación". El disparate mayúsculo contenido en ella demostró no solo la incapacidad de las
instituciones tradicionales para resolver problemas frecuente en nuestra época, sino también la
falta de preocupación de los docentes a la antigua para analizar las cuestiones nuevas que van
surgiendo en el campo de su propia especialización.
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