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Vamos ahora a estudiar la actualización del gesto del

Lavatorio de los pies de Jesús) DESPUÉS DE


HABERLES LAVADO LOS PIES, DE HABERSE
PUESTO DE NUEVO LAS VESTIDURAS Y
SENTADO A LA MESA, LES DIJO ENTONCES:
«COMPRENDED LO QUE HE HECHO.
VOSOTROS ME LLAMÁIS 'MAESTRO' Y
'SEÑOR', Y DECÍS BIEN; EFECTIVAMENTE
LO SOY. ENTONCES, SI YO, EL SEÑOR Y EL
MAESTRO, OS HE LAVADO LOS PIES,
TAMBIÉN VOSOTROS DEBÉIS LAVAROS LOS
PIES UNOS A OTROS. EN EFECTO, ES UN
EJEMPLO QUE OS HE DADO PARA QUE, LO
MISMO QUE YO HE HECHO POR VOSOTROS,
TAMBIÉN VOSOTROS LO HAGÁIS LOS UNOS
POR LOS OTROS. AMÉN, AMÉN, OS LO DIGO:
EL SIERVO NO ES MAYOR QUE SU SEÑOR NI
EL ENVIADO MAYOR QUE EL QUE LO HA
ENVIADO. SABIENDO ESTO, SERÉIS
BIENAVENTURADOS SI LLEGÁIS A
HACERLO» (Termina la escena del lavatorio de los
pies. Jesús «vuelve a tomar» sus vestiduras y ocupa de
nuevo su lugar en la mesa entre los discípulos. Su
última contestación a Pedro (versículo 10) ha dejado a
los comensales en suspenso: ¿por qué Jesús se ha
portado así delante de ellos? Ahora el «Señor» se
dirige al grupo, pero lo que les dice no es una
«explicación» del misterio que ha simbolizado. Jesús
se preocupa más bien de iluminar, a partir de su gesto,
lo que les corresponde luego hacer a sus discípulos. En
el capítulo 13 de Mateo, Jesús, después de contar a la
gente la parábola del sembrador, vuelve a repetirla en
el círculo de los discípulos, no para explicarla, sino
para interpretarla en función de su propia situación.
Aquí se trata de un procedimiento análogo. En vez de
traducir la primera frase de Jesús (versículo 12) por
una pregunta, creo que es mejor entenderla como un
imperativo: Jesús exhorta a los discípulos a sacar las
consecuencias para ellos mismos de lo que le han visto
hacer, un acto cuya anomalía había subrayado
justamente Pedro, al protestar vigorosamente contra él.
De hecho, Jesús recoge el título de «Señor», que Pedro
le ha dirigido, y le añade el de Maestro, para confirmar
la validez de los dos; y luego vuelve a insistir. Se ha
buscado adrede el contraste entre la persona de Jesús y
su acto para estimular a los discípulos. Pero sigue
siendo evidente una diferencia de nivel: de la relación
Maestro/discípulos, Jesús pasa a la de los discípulos
entre sí; de una relación fundadora en la que él solo
tiene la autoridad y el poder, pasa a la relación entre
hermanos. La frase decisiva es la del versículo 15, en
el centro de todo el desarrollo: “Es un ejemplo
(ὑπόδειγμα) que os he dado, para que, lo mismo
(καθὼς) que yo he hecho por vosotros, también
vosotros lo hagáis los unos por los otros”. El término
ὑπόδειγμα tiene una connotación claramente visual, la
de figura, imagen, «tipo», modelo [Hebreos 8, 5 utiliza
este término en el sentido de «figura»; luego cita,
inmediatamente después, a Éxodo 25,40, donde
aparece el término τύπος: en el cielo había un
«modelo», según el cual convenía fabricar el arca del
Señor], y, no sólo la acepción de «ejemplo» (que
seguir o no seguir) en el orden moral [Hay que seguir
el ejemplo de los profetas (Santiago 5,10), no ya el de
los sodomitas (2 Pedro 2, 6), ni tampoco el de los
judíos rebeldes (Hebreos 4,11)]. Se deriva del verbo
δείκνυμι, que significa «hacer ver, mostrar», y que
tiene ordinariamente en Juan un valor teológico. Así,
«el Padre muestra (al Hijo) todo lo que él mismo
hace» (5,20). A su vez, Jesús muestra a los discípulos
lo que él hace. Y, lo mismo que el Hijo hace lo que ve
hacer al Padre (5,19), también Jesús pretende que los
discípulos hagan lo que le han visto hacer a él. La
mirada tiene en Juan una función importante: ver es
quedarse sorprendido por una presencia, es contemplar
en profundidad. Este «ejemplo» - podríamos decir esta
mostración -, no lo presenta Jesús simplemente como
un modelo exterior que imitar, sino como un don [El
verbo «dar» podría tomarse en sentido fuerte, en la
medida en que, con algunos manuscritos que no logran
imponerse, no se leyera el aoristo ἔδωκα sino el
perfecto δέδωκα: la acción de Cristo dura todavía] que
engendra el comportamiento futuro de los discípulos.
Es lo que da a entender, en la frase del versículo 15, la
conjunción καθὼς, que no significa simplemente
«como» en sentido comparativo, sino que establece un
vínculo intrínseco, una relación de generación
[Cuando el término καθὼς no va seguido de οὕτως, de
esta manera, sino de καὶ (como en 10,15; 17,21;
17,23), puede tener el sentido de fundación, de
engendramiento]. Podríamos parafrasearla así: «Al
obrar de esta manera, os concedo que vosotros podáis
obrar lo mismo que yo». ¿En qué consiste la acción
que se espera de los discípulos? Evidentemente, no se
trata de que reproduzcan la acción material de lavar los
pies, sino de la disponibilidad fundamental y efectiva
de estar al servicio unos de otros, un servicio sin
reservas, exento de voluntad de poder. Es interesante
preguntar si se puede establecer una relación entre el
«ejemplo» que ha de seguirse y la «memoria de mí»
que pide Jesús en la institución de la eucaristía. De
hecho, el contexto es en los dos casos el mismo, el de
la última cena; la insistencia en el «hacer» caracteriza
a las dos frases; finalmente, en los dos casos, el
sentido último es la comunidad de vida con Jesús.
Volveremos sobre estas dos «memorias» - la cultual y
la existencial - que animan la conducta cristiana. Jesús,
en su exordio (versículo 12), había invitado a los
discípulos a una toma de conciencia; para concluir,
vuelve sobre esta idea para exhortar a los discípulos a
obrar tal como espera de ellos. Ahora utiliza un verbo
(οἶδα) que expresa un conocimiento ya poseído, y no
simplemente inicial, versículo 17 «Sabiendo esto (εἰ
ταῦτα οἴδατε), seréis bienaventurados si llegáis a
hacerlo». Esta exhortación, que toma la forma de una
bienaventuranza [Véase Mateo 5,3-11; Juan 20,29; 1
Pedro 3,14; 4,14; Apocalipsis 14,13], se refiere a la
necesidad de pasar del dicho al hecho; de lo contrario,
la fidelidad del discípulo al Señor sería ilusoria. Pero
es importante señalar que en la bienaventuranza
anunciada conserva todo su peso el conocimiento, la
comprensión profunda. El pasaje entero, centrado en el
«hacer», está enmarcado por verbos de conocimiento
(«comprended» y «sabiendo»). El discípulo no
practica una ley que esté fuera de él, sino que está
impregnado interiormente de la revelación recibida.
¿No reproduce entonces, a su medida, la experiencia
del Hijo, cuya fidelidad a la palabra del Padre es
siempre, en Juan, la expresión de un conocimiento
perfecto? Antes de este versículo final se introduce
una sentencia cuya primera parte («el siervo no es
mayor que su señor») volverá a aparecer en el discurso
de despedida a propósito de la persecución que
amenaza a los discípulos (15,20). Aquí este logión
queda bastante bien insertado en el episodio; pertenece
sin duda a una colección de sentencias que circulaban
en la tradición oral [Mateo 10,24: «El discípulo no está
por encima de su maestro ni el siervo por encima de su
señor». C. H. Dodd remite a Juan 12,25-26; 12,44;
13,20; 15,18-16,4 y a Mateo 10,17-25: 10,39]. A
continuación, comienza la perícopa en la que se narra
cómo Judas se excluye de la comunidad (13, 18-30).
Desde el comienzo (13,2) planeaba una sombra sobre
la escena del lavatorio de los pies, durante la cual
Jesús constituyó la comunidad de los suyos sobre el
fundamento de su ejemplo. «No estáis todos limpios»,
había dicho Jesús a los comensales; y el narrador
comenta: «Él sabía quién le iba a entregar» (13,10-11).
En el segundo cuadro, la presencia de Judas en la mesa
del Señor llena todo el relato. Frente a Judas, Jesús
toma la iniciativa, que en realidad es una iniciativa
contra el Adversario. Desde el recuerdo de la Escritura
hasta el momento en que deja - en que hace - salir a
Judas, Jesús, plenamente consciente de la pasión que
le espera, consiente activamente a ella. Quedándose
sólo con los que creen en él, les va a dictar su
testamento en el discurso de despedida. Pero antes
proclamará ante ellos la glorificación del Hijo del
hombre, la glorificación de Dios) «NO ESTOY
HABLANDO DE TODOS VOSOTROS; YO SÉ A
LOS QUE HE ESCOGIDO, PERO ES PARA QUE
LA ESCRITURA SE CUMPLA: EL QUE COME
MI PAN HA LEVANTADO SU TALÓN CONTRA
MÍ. DESDE AHORA OS LO DIGO, ANTES DE
QUE ESTO SUCEDA, PARA QUE UNA VEZ
SUCEDIDO, CREÁIS QUE YO SOY. AMÉN,
AMÉN, OS DIGO: EL QUE ACOGE AL QUE YO
ENVÍE, ME ACOGE A MÍ, Y EL QUE ME
ACOGE, ACOGE A AQUEL QUE ME HA
ENVIADO» (Este texto está compuesto con esmero:
una parte discursiva (tres frases de Jesús enunciadas de
seguido: 13,18-20) y una parte narrativa (13,21-30),
que comienza con el anuncio explícito de la traición.
Con frecuencia los comentaristas relacionan los
versículos 18-20 con el cuadro anterior, sin tener en
cuenta que el versículo 18, con la cita del salmo 41,
tiene una función esencial respecto a lo siguiente: no
sólo orienta ya hacia la traición, sino que la sitúa en la
perspectiva del cumplimiento de la Escritura. La
traición a Jesús de uno de los que él mismo había
escogido había sido señalada por Juan, pero no
justificada, al final del capítulo 6 [Véase 6,64-65;
6,70-71]. Aquel suceso, que constituía un problema
para la comunidad pospascual, se ilumina en la
tradición evangélica por el anuncio de Jesús a lo largo
de la última cena: «Uno de vosotros me va a entregar»
[Mateo 26,21 = Marcos 14,18 = Juan 13,21. En Lucas
22,21 la formulación es algo distinta: «La mano del
que me entrega se sirve en esta mesa conmigo»]. El
hecho de que Jesús conozca de antemano la traición
del discípulo demuestra que domina todo lo que le
sucede. Juan, que ha destacado fuertemente el
conocimiento superior de Jesús (13,1-3; 13,11), lo
muestra en el versículo 18 interpretando lo que él sabe
a la luz de la Escritura. Se trata de otra manera de
eliminar el escándalo, más radical: el suceso
incomprensible toma sentido dentro del proyecto
salvífico de Dios recogido en la Escritura, que «nadie
puede abolir» (10,35). Juan coincide con la antigua
tradición cristiana: frente al drama de la pasión, la
comunidad primitiva no se preocupaba de justificarlo,
sino de situarlo en la economía divina gracias a la
inteligencia de la Escritura. El evangelista introduce el
texto del salmo 41 con la fórmula de cumplimiento
(ἵνα ἡ γραφὴ πληρωθῇ) que, a partir de este pasaje
caracterizará a todas las citas bíblicas ulteriores. Cita
solamente el segundo estiquio de Salmo 41,10: “Hasta
el hombre de mi paz, con el que yo contaba, el que
comía mi pan, ha levantado contra mí el talón” [Un
«amigo íntimo» se dice en hebreo ‫ֹלומי ִ֤איׁש‬
ִ֨ ‫’( ְׁׁש‬îš
šəlōwmî), «el hombre de mi paz». Sin apelar a la
explicitación joánica, se puede afirmar que Marcos
14,8 cita el salmo, sobre el fundamento de estas
palabras tan sólo «uno que come conmigo»]. En este
salmo el orante, enfermo, pide a Dios que le proteja
contra los malvados que traman contra él, entre los que
está su amigo, su invitado que ahora «se ha vuelto
contra él» (sentido probable del texto hebreo). La
expresión acabó designando un gesto de desprecio
[Única en la Biblia, la expresión «levantar el talón
contra alguien» es difícil de interpretar Según E F F
Bishop, se derivaría de la costumbre oriental que
prohíbe cruzar las piernas para no dejar que la planta
del pie se dirija contra el que está enfrente. El verbo
«levantar» añadiría al carácter impertinente de esa
actitud un matiz de desprecio. Según otros autores,
este gesto equivaldría a «echar la zancadilla» o a «dar
un puntapié por detrás»]. Al citar este versículo de la
Escritura, Jesús se muestra plenamente consciente de
que está realizando el designio de Dios; aunque parece
estar reflexionando para su interior, lo cierto es que
está hablando para los discípulos) «DESDE AHORA
OS LO DIGO, ANTES DE QUE ESTO SUCEDA,
PARA QUE UNA VEZ SUCEDIDO, CREÁIS QUE
YO SOY» (Esta misma frase aparecerá en 14,29. Pero
aquí se precisa el objeto del «creer»: «que yo soy».
Este giro reproduce el que contenían las declaraciones
de Jesús en 8,24; 8,28, en donde significa que Jesús es
el que dice que es, el Enviado del Padre en perfecta
comunión con él 57. Este Egó eimi podría evocar
además la afirmación absoluta de 8, 58, que hemos
interpretado del Hijo «que vive» por su unidad con
Dios58.
A primera vista, el versículo 20 no se relaciona con
ninguno de los que le rodean:
20 «Amén, amén, os (lo) digo: el que acoge al que yo
envíe, me acoge a mi, y el que me acoge acoge a aquel
que me ha enviado».
Dado que este versículo equivale a un logion de la
triple tradición sinóptica (véase Mateo 10, 40; Marcos
9, 37; Lucas 9, 48; 10, 16), los críticos afirman en su
mayoría que se trata de un añadido redaccional
destinado a completar la frase tradicional de 13, 16: el
enviado no es mayor que el que lo envía, pero
participa de la dignidad de éste. Sin embargo, esta
justificación no explica el emplazamiento escogido.
Sin prejuzgar su carácter secundario, no es imposible
leer este versículo en el movimiento del texto que
precede y que culmina en el Egé eimi: Jesús, que ha
dirigido su mirada sobre la situación de los discípulos
después de su muerte y que ha podido decir: «Yo soy»,
sigue estando presente en el tiempo futuro para
aquellos que quieran acogerlo. Esta presencia se
realizará por medio de los discípulos (de los que la
primera parte del versículo 20 demuestra que su envío
no se ha realizado todavía). En otras palabras, la
expresión «Yo soy» del versículo 19 se ve confirmada
en el versículo 20, en cuanto que se refiere a una
duración sin límite.
Bajo esta luz el evangelista traza la terrible escena al
final de la cual Judas deja la comunidad. Comprende
cuatro momentos: el anuncio que hace el Señor de la
traición con la sorpresa consiguiente (versículo 2122),
el intermedio en que el discípulo amado pregunta a
Jesús y recibe su respuesta (versículo 23-26a), el gesto
y la palabra que Jesús dirige a Judas (26b-29), la salida
de Judas (versículo 30).
58. Véase H, 237s.
13, 21 Jesús funda la comunidad de sus discípulos

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