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Historia de la lectura y de las lectoras en Chile a comienzos de

siglo.
Objetivos de Investigación (OI)
Damaris Landeros

damaris.landeros@hotmail.com

Un panorama general.

Los estudios literarios, en general, se han enfocado históricamente en los

productores de bienes simbólicos y en los productos –creaciones literarias- que ellos han

generado, siendo su objetivo primordial analizar a los escritores y la escritura como materia

tradicional que se circunscribe a ese espacio inscrito en el concepto de literatura (Angenot,

2010; Robin, 1993). Y aunque existen investigaciones ligadas a la recepción de la obra y a

la prevalencia de los lectores en torno al Campo Literario (Bourdieu, 2011), en ellas se los

suele relegar a un segundo plano el carácter subversivo inscrito en esta práctica,

caracterizándolos como consumidores pasivos de bienes simbólicos, los que admiten una

sola interpretación correcta: el sentido literal. El caso nacional no es distinto, y aunque

aparecen voces que comienzan a estudiar el rol de los lectores y la lectura en la constitución

del campo literario, lo cierto es que ellas siguen siendo inferiores en número que las

referidas a los productores1.

Es por ello que esta investigación pretende subsanar, en parte, el vacío que la crítica

ha dejado en torno a la figura de los lectores, utilizando como objeto de análisis las prácticas

de lectura durante el periodo de conformación del campo literario chileno (1890-1930),

seleccionado a un grupo específico, pero heterogéneo de participantes: las mujeres. Para

ello, el objeto de estudio específico será un corpus de obras pertenecientes al género

1 Este es el caso de Poblete (2003), Subercaseaux (2006), Osses (2007, 2011 7 2012), Soffia
(2006) y Romero (2011).
referencial de la autobiografía, en el que estas escritoras (se) construyen como lectoras,

estableciendo dentro de este ejercicio elementos que reflejan las tensiones en las que

participaban como iniciales representantes de un elenco letrado en formación. La

productividad de este corpus, a su vez se comprende desde la lógica formal que ostentaron

las autobiografías en el periodo referido, pues en ellas el rol del autobiógrafo como narrador

de su propia experiencia lectora fue pieza clave para ejercer un rol performativo al momento

de representar y construir la cultura de su momento. En palabras de Molloy: “consideraré

una estrategia frecuente del autobiógrafo hispanoamericano […] poner en relieve el acto

mismo de leer. Tratado como escena textual primitiva, puede colocarse en pie de igualdad

con destacados elementos […] que recurren en estos textos como autobiografemas

básicos. El encuentro del yo con el libro es crucial” (1996:28). En esta comunión, la

presencia de las escenas de lectura cumple una doble función, primero reconstruye esa

“escena textual primitiva” que es un hito formador dentro de su experiencia como

consumidora y como creadora, a la vez que permite a una autora legitimarse como “buena

lectora”, un agente cultural con un rol relevante dentro de la institución literaria y la

interpretación de los sentidos de una cultura. Es así como la selección de este corpus

pretende delimitar las formas de lectura –apropiación de los dispositivos impresos- que

estas sujetos desarrollaban a la vez que se entiende la lógica de promoción de esas

prácticas. Junto con lo anterior, al exhibirse como lectoras (consumidoras, más que

productoras), muchas veces buscaban un lugar de validación intelectual que les permitiera

desarrollarse en el ámbito de las letras, desde una posición menos conflictiva que la de una

“literata”. En este sentido, recordemos lo propuesto por Susan Gubar y Sandra M. Gilbert

en el texto La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria (1998) en el que se


mostraban cuan extremos era la estrecha relación entre escritura femenina2 y

exhibición(ismo).

Finalmente, otro de los puntos importantes en esta propuesta es el rol que ellas

tendrán en la construcción de dicho campo literario en ampliación, función que es innegable,

pero que ha sido escasamente analizada, sobre todo comprendiendo la prevalencia que

tendrán las prácticas de lectura como espacio de consumo de los bienes simbólicos y de

validación de sus consumidores.

Considerando las complejidades del entramado que compone este escenario, la

investigación pretende articular un bosquejo de las prácticas de lectura de estas

productoras de bienes simbólicos (Chartier, R., 1994, 1997, 1998, 2000) con una cartografía

del campo literario en su proceso de autonomización (Bourdieu, 2011) para observar cómo

ejercen diferentes modos de apropiación de los textos. Es por eso que se busca reconstruir

a través de los vestigios presentes en diferentes tipos de evidencias –las representaciones

de la lectura inscritas en las autobiografías (Molloy, 1996)- delimitando cómo se llevaba a

cabo el ejercicio de otorgar sentidos a los bienes culturales. Es importante constatar que la

lectura funciona como una praxis vagabunda, errática, herética y subversiva, pero necesaria

en los procesos de legitimización de este tipo de agentes y autonomización del campo

literario (Catalán 1985).

Las modificaciones en las prácticas se conjugan con la constatación del cambio del

sensorium (Benjamin, 2007) durante el proceso de modernización cultural encarnado

durante estos años en las modificaciones en la lectura, pasando del dominio de la

intensividad (productiva, social, cultural y económica) a la extensividad (vaga, errática y

evasiva. Finalmente improductiva) (Ossandón, 2005). La tensión entre la heterogeneidad

2
Específicamente, nos referimos a las primeras líneas del libro que marcan el grado de
atrevimiento que tendrían las escritoras al expresarse: “¿Es la pluma un pene metafórico?” (1998:
18)
de las prácticas y las modificaciones globales de ellas –de lo intensivo a lo extensivo-, darán

cuenta de lo complejo que es este objeto de análisis. Para desarrollar lo anterior nos

centraremos en las representaciones de lectura reproducidas a través del género de las

autobiografías (Molloy, 1996) y cómo en ellos muchas veces se textualizan los gustos y

ejercicios lectores a través de escenas de lectura, manifestándose y promoviéndose un

corpus de lecturas afines a la sensibilidad del propio escritor.

En este sentido, la autobiografía va a ser en este momento material fértil para dar

cuenta por una parte, del estado del campo, y por otra, del real consumo de las obras que

circulaban en el campo en plena consolidación. Por ejemplo, es posible evidenciar en el

texto Memorias de Iris (1899-1925) (2005) una serie de referentes textuales de diversa

índole –novelas, textos de teosofía, poesía, cartas, relatos históricos, revistas, diarios, etc.-

entre los que prevalecen las novelas. Esto da cuenta del gusto y de un modo de configurar

en ese momento la lectura femenina (representada en la época como propia de lo extensivo,

evocativo e irreflexivo). Junto con la delimitación de un corpus de novelas (entre las que se

encuentran autores como Loti, Dostoievsky, Tolstoy, D’Anunzzio, Luis Orrego Luco, Alberto

Blest Gana y otros), se establecen los efectos corporales que provoca la lectura en Iris,

sensaciones que también son posibles de observar en Recuerdos de mi vida (1945) de

Martina Barros y Bendita mi lengua sea (2009) de Gabriela Mistral.

Las instancias de formación de estos escritores -los conformadores y estabilizadores

de este nuevo campo- se presentarán en variados espacios de relación, siendo el más obvio

la escuela y la Universidad3.

3 No podemos ignorar la importancia que cobrará la Universidad en la formación de la clase media


emergente. En este sentido, es relevante cotejar ejercicios como los que realizó Neruda al ingresar
a la carrera de Pedagogía en Francés. Su formación le permitió conocer y dominar este idioma y,
por lo tanto, leer de una forma distinta a los simbolistas y decadentistas decimonónicos, antesala de
las vanguardias poéticas.
A pesar de ello, es posible sostener que espacios extra-institucionalizados permiten

(des)encuentros tan ricos como aquellos normados por la doxa académica. En esta tensión

entre los espacios institucionalizados y aquellas instancias de solidaridad y comunión entre

los agentes (Oses, 2012) consumidores de bienes simbólicos (clubes de lectura, tertulias,

salones, cofradías, grupos, relaciones de apadrinamiento, etc.), podremos encontrar un

material rico en representaciones de lectura y en la construcción de diversos tipos de corpus

de consumo literario.

Finalmente, creemos relevante establecer el rol que pueden llegar a poseer las

prácticas de lectura de estas escritoras lateralmente consagradas en su instalación como

referente de los procesos de ampliación de la esfera literaria, dado a que este terreno es

escasamente tratado por las historiografías y estudios que delimitan el campo, presentando

excepciones en las investigaciones de Poblete (2003), Oses (2007, 2012), Pas (2013) y

Batticuore (2005). A pesar del amplio valor de estos estudios, por razones variadas, ellos

se han remitido a entregar fragmentos de esta cartografía, sin articular las diversas prácticas

de lectura entendiéndolas como praxis inscrita en un mismo espacio temporal, como

oposiciones y continuaciones de un proceso disímil, compleja y heterogénea.

Importancia de las prácticas lectoras de mujeres en el fin de siècle.

El centro de mi investigación4 son las autorrepresentaciones de estas escritoras

como lectoras desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX. El objetivo

esencial de la propuesta es detectar y analizar los modos de consumo de los objetos

literarios desarrollados por este grupo de incumbentes, quienes han sido tradicionalmente

marginados del acceso al conocimiento. Esta lateralidad de su posición dentro de este

protocampo literario no está del todo ‘mejorado’ por la posición social que la mayoría de las

4Esta investigación se circunscribe al FONDECYT Postdoctoral 2016 n° 3160589 llamado “Lectoras


y lecturas : la escenificación de la lectura en autobiografías de mujeres escritoras (1890-1935)”
autoras analizadas detentaron, pues aunque es indudable que los grados y modos de

formación estuvieron alejados en relación con el campo literario, participando de la

institucionalidad educativa de forma marginal y precaria, por lo mismo, parece fundamental

observar de qué modo estas mujeres (la mayoría sin formación) accedieron y ampliaron su

capital intelectual. Así, es posible establecer que muchas de estas mujeres tuvieron

instancias de formación parainstitucionales, las que van desde la educación dentro de

familias con alto capital cultural5 hasta la vinculación con redes intelectuales diversas –

clubes, salones, redes, etc.- que les permitieron acceder al conocimiento, aunque sea a

partir de instancias no del todo validadas por la institucionalidad.

La lectura, como práctica, tiende a ser una huidiza y en fuga, pues como señala

Roger Chartier: “la lectura, por definición, es rebelde y vagabunda. Son infinitas las astucias

que desarrollan los lectores para procurarse los libros prohibidos, para leer entre líneas,

para subvertir las lecciones impuestas” (2000: 20). En esas “astucias” son las que

pretendemos detenernos, pues no son sólo indicios de las tretas personales con las que se

puede haber una lectora en particular, pues ellas son las pistas que nos permiten establecer

qué estrategias podía desplegar una lectora en ese contexto particular.

Así, aprendemos a través de los testimonios de Inés Echeverría, Martina Barros y

Teresa Wilms Montt que la formación dentro de las paredes de la casa familiar permitió en

parte suplir una educación formal, la que les estaba vedada en su completa extensión6.

Vemos desde muy temprano en la historia de la familia chilena las diferencias entre la

5 Ejemplo de esto son Inés Echeverría Bello y Martina Barros quienes gracias su abuelo y a su tío
respectivamente, tuvieron un acceso a producciones que eran privativas incluso para las mujeres de
su estatus. Así Martina tuvo acceso, e incluso sirvió de secretaria, para algunas de las obras claves
que publicaría su tío Diego Barros Arana. Iris por su parte leería y escribiría parte de la
correspondencia que su abuelo mantendría con Blanco Cuartín.
6 Martina Barros sí recibió en su etapa inicial una educación formal, pero a pesar de ello, debió ella

ser parada al cumplir los 12 años de edad. A partir de esta edad, toda su formación intelectual
dependerá de estas instancias parainstitucionales, siendo las más importantes la influencia de su tío
Diego Barros Arana y, posteriormente, de su futuro esposo Augusto Orrego Luco.
educación en entre mujeres y hombres en la misma clase social, enfatizándose en aquellos

espacios de la elite, sobre todo por aquellos factores que se relacionaban con el decoro y

la clausura en la que se debían desarrollar las jovencitas durante su infancia. Un ejemplo

de aquello lo encontramos en cómo comienza a describir su niñez Iris:

Tuve una infancia mimada, vida fácil, lujosa, abundancia de todo lo material. Clausura
monjil en las costumbres. Clichés, viejos discos usados en la conversación. Carencia
absoluta de intelectualidad. Religión primitiva, puro sentimiento sin luz espiritual, almas
adocenadas, mediocres, pero sanas, puras, nobles y abnegadas (2005: 15).

La educación en casa –ya hubiese sido realizada por institutrices y/o por los mismos

miembros del núcleo familiar- tiende a ser una práctica extendida en la elite, procurando a

la vez que se educa a las jovencitas, vigilar y castigar las posibles ‘desviaciones’ o

‘infecciones’ que podían contraer al recibir una educación lejos del seno familiar. Es la

familia, especialmente la madre, quién está llamada a educar a su hija, en tanto es la

guardiana natural del ‘decoro familiar’7.

Con una formación menguada -incluso para la elite-, descubrir de qué forma y a

través de qué estrategias estas mujeres lograron finalmente posicionarse como

intelectuales reconocidas dentro de la institución literaria parece natural. Y si a esto

sumamos otro factor, específicamente la gran importancia que tuvieron desde la segunda

mitad del siglo XIX la figura de la lectora en la literatura y el arte en general, esta

inconsistencia parece necesaria de analizar. Esto lo señalamos a partir de la tesis de Nora

Catelli en su libro Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa

moderna, PENDIENTE

7 Recordemos el texto de Mercedes Marín del Solar “Plan de estudio para una niña”, manual
destinado a que las madres tuvieran una ‘metodología’ para enseñar a sus hijas dentro de la sanidad
lógica del seno familiar. El manual tiene una inclinación hacia textos que desarrollan la formación
moral de las jóvenes, siempre siguiendo los dogmas de la iglesia católica.
Junto con los espacios y modos de acceso, otro componente interesante de analizar

son las formas y sentidos de los consumos en aquel periodo. Si pensamos que la lectura

para los diversos grupos masculinos8 pretendía capitalizar –en un amplio sentido de la

palabra- el consumo intelectual en un momento en que las mujeres tenían una participación

menor en el mercado laboral, las finalidades de ese consumo estarán ligadas más al

hedonismo que a la productivización de esas lecturas. Ahora bien, no podemos dejar de

pensar que ese carácter placentero, en general, tenía un sentido subversivo, pues más allá

que estas mujeres leyeran obras con sesgos patriarcales y de ‘baja calidad’, el trabajo

intelectual y la capacidad de ellas de buscar nuevos espacios de placer que se alejaban de

las reglas del romance familiar, ya implicaba prácticas que se rebelaban en contra de lo

establecido.

Siempre es necesario tener un matiz, en este caso, establecer un bemol dentro de

los juicios. No todas leían igual ni leían con la misma finalidad, las prácticas lectoras son

por naturaleza heterogéneas, por lo que es complejo pensar en recurrencias Ellas leían

para evadir, para construir(se) desde otras realidades. Ahora bien, sobre todo mujeres de

clases emergentes –caso paradigmático es el de Mistral- la lectura era por placer, pero

también estaba mediada por las necesidades laborales, articulando la lectura por placer de

una práctica más cercana a la ‘lectura masculina’. Es así como Mistral menciona en sus

memorias que leía por placer a Martí, pero también lo utilizaba para sus clases, retomando

sus gustos y plasmándolos en sus prácticas docentes.

8 Inclusos en los obreros, muchos impulsados por los postulados anarquistas, la lectura era un ‘arma’
para algo más que el placer. Era un modo de formación alejada de las regulaciones institucionales,
la que en la mayoría de las ocasiones tenía un fin de legitimarlos como sujetos activos políticamente,
como una fuerza de trabajo, pero también como un interlocutor válido.
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