MIÉRCOLES 23-10-91 ESPECTÁCULOS ABC. Pág.

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«Tacones lejanos»: ¿Por qué sonríe la Gioconda?
Esta noche se estrena la última película de Pedro Almodóvar
Almodóvar despedaza en su última película, «Ta-
cones lejanos», algunos de los misterios del arte
o sus aledaños que penetran en el corazón hu-
mano como una paradoja y viven siempre allí di-
simuladamente: ¿Por qué sonríe la Gioconda?
¿Por qué la mueca de Charlie Rivel pone alegre
por fuera y triste por dentro? ¿De qué me río
A Almodóvar, como a los clási-
cos, hay que leerlo despacio.
Detrás de su aspecto prosaico,
de su escritura aparentemente
fácil, de su viva la vida, se es-
conde un espíritu delicadamente
sensible a la medida, ritmo y
rima de las cosas de cada día.
De esos, ciertamente, está el
mundo lleno, pero no son intere-
santes: no hacen películas, no
escriben, no comunican, no
cuentan. Almodóvar sí. Lleva, el
tío, quince años haciendo pasar
por menudillo y por carne de can
lo que realmente es un poético
extracto vitamínico fin de milenio.
Y los modernos, tragando, por-
que el asunto les hace ladrar. El
hueso del jamón, la ducha hú-
meda, la cama ardiendo, la de-
claración de amor de un atador,
de un matador, de una monja,
de un «colgao», la manga que
riega a un travestí, el hombre
que riega la planta del deseo, el
deseo que riega la planta del
alma, un tigre, un par de pante-
ras, el barro, el polvo..., la poé-
tica escondida entre una cha-
queta imposible, entre los brillos
de un imperdible, entre los boto-
nes de una bragueta.
Llega ahora Almodóvar des-
pués del éxito. Sería, por lo
tanto, el momento de macha-
carlo; es imposible, como sus
chaquetas. «Tacones lejanos»
es una historia urdida con los hi-
los rosados del melodrama, y
que, además, se salta como un
chiquillo su ley más elemental: el
melodrama no admite bromas...,
meterle un chiste a una situación
que está al borde del abismo de
lo melodramático es como darle
una patada a la muleta de un
cojo; se cae. Almodóvar mete el
chiste. Le da la patada. No se
cae. Circula por esa delgada
senda que separa la tragedia de
la comedia, la lágrima de la risa,
el corazón de la tripa, el avispero
del culebrón.
En esta historia sórdida de
madre fatua, hija abandonada,
odios que cuelgan del perchero
de la memoria, amores que de-
rriban el perchero, tacones que
van y vienen; en esta historia en
la que Cenicienta sí tiene madre,
pero no zapato ni príncipe, hay
algo realmente insólito, único en
una película: tiene el corazón en
el centro, como una manzana.
La escena de Victoria Abril con
Marisa Paredes en la trastienda
-Crítica de cine-
cuando Charlot arruga el bigote? ¿De qué,
cuando el horroroso correcaminos maltrata al
coyote? Almodóvar urde en su película una en-
tramada red sentimental entre sus personajes,
donde el dolor, el amor, el reproche, la tragedia,
el desamparo, el sacrificio y el no olvido jugue-
tean con el melodrama como el payaso con su silla.
Miguel Bosé ha puesto
la ambigüedad de su
personaje en las manos
de Almodóvar y al
servicio de un doble
papel, mujer que canta
y juez que pregunta.
Subido a
los tacones del
director es cuando
consigue hablar
con mejor
voz de sus capacidades
interpretativas
del juez, en la que la hija le ex-
plica a la madre el significado de
«Sonata de otoño», el significado
de lo que Bergman pretendía de-
cir con aquellas dos formas de
tocar el piano..., ahí está el gran
nudo en la película y el gran
nudo en la garganta, en Berg-
man, porque Almodóvar, como
Woody Alien, como todos los
que le sacan una punta de ci-
nismo a su pequeño mundo,
también sienten la necesidad de
transformarlo en grande, y aca-
ban explicando a Bergman me-
jor, incluso, que Bergman.
Como una piedra en el agua,
esa escena se queda en el cen-
tro haciendo círculos hasta ro-
dear lo que es la película. Y en
el centro del centro, en la diana,
Victoria Abril con más verdad
que nunca en la boca; y Marisa
Paredes, pared de la verdad. De
ella, salen otras escenas, unas
más graciosas que otras, otras
más tristes, menos dramáticas,
mejor hiladas, peor digeribles,
más musicales..., en fin, lo que
es una película, en este caso la
más seria de Almodóvar, que,
otra vez como Woody Alien,
cada vez se pone más serio al
tiempo que cuenta mejores chis-
tes.
A uno le trepa la risa por la
garganta, pero se le despeña por
la boca, en momentos como en
el que ella confiesa su crimen
ante los espectadores del tele-
diario (ha matado al hombre que
ama, pero no el amor que siente
por él), mientras que la traduc-
tora simultánea para sordomu-
dos hace aspavientos con las
manos; o cuando, después de
una tragicómica escena de amor
con Miguel Bosé con peluca y
- — — Ficha
-Producción: El Deseo S.A.,
Ciby 2000.
-Guión y dirección: Pedro
Almodóvar.
-Fotografía: Alfredo Mayo.
-Música: Ryuichi Saka-
moto.
-Intérprete canciones: Luz
Casal.
-Intérpretes: Victoria Abril,
Marisa Paredes, Miguel
Bosé, Feodor Atkine, Mi-
riam Díaz Aroca.
-Salas de estreno: Palacio
de la Música, Cid Campea-
dor, Novedades, Juan de
Austria, Cartago, Aluche,
Florida.
Personajes
• Rebeca: Siente dolorosa-
mente la desidia sentimental de
su madre hacia ella. Su adora-
ción por la madre dispersa la
lleva a cometer las mayores ba-
jezas para llamar su atención.
Genial Victoria Abril.
• Becky del Páramo: La ma-
dre, una artista y su soledad, el
acelerador de la tragedia y el
embrague de la pasión. Perfecta
Marisa Paredes.
• Femme Letal: Monstruo de
la escena, doblez disfrazado de
Becky del Páramo, Mr. Hyde
cantando «Piensa en mí». Fabu-
loso Miguel Bosé.
• Juez Domínguez: Entra en
escena después de la tragedia,
preguntador incansable, amor
blando. Miguel Bosé, sin más.
tacones, se susurra a sí misma
un «creo que me he pasado»; o
en el patio de esa cárcel de mu-
jeres, donde hay lugar para el
merengue; o en la ambulancia,
con la muerte pisándole los taco-
nes a la madre y su ira con el
hombre muerto: «cómo se pudo
dormir, con la que tuvimos an-
tes»... Frases y situaciones que
endulzan la amargura, pero que
dejan el regusto de un Almodó-
var profundamente patético.
Hay que hablar en «Tacones
lejanos» de Miguel Bosé, de los
dos, el hombre que se sube al
par de agujas de unos zapatos y
canta (hace que canta) «Piensa
en mí», y de la mujer que se
pega una barba y se calza un
traje de juez. Dos papeles que
alisa con la plancha de su perso-
nalidad (en la próxima, podría
hacer perfectamente de pez). Y
hay que hablar de Marisa Pare-
des, que encuentra el perfil justo
de su personaje lleno de perfiles
invisibles, como Ja jeta de la Gio-
conda. Y hay que que hablar de
Victoria Abril, que desmenuza el
complicado mejunje de Rebeca
(la que nunca hubiera muerto en
Manderley) y le cambia la cara al
espectador, de la risa al congojo,
con la misma naturalidad que
Walt Disney al Pato Donald. Ya
nunca se puede decir si éste es
el mejor trabajo de Victoria Abril,
pero sí, al menos, que es tan
perfecto como el mejor. Y no se
puede dejar de hablar de la corte
entera de actores que enhebran
y bordan el argumento, desde
Miriam Díaz Aroca (sorpren-
dente) hasta Abraham García
(en su punto).
Sí se puede dejar de hablar,
en cambio, de Giorgio Armani,
de Chanel, de Ryuichi Sakamoto
y de la sección de accesorios al
completo de los grandes almace-
nes Almodóvar, y que él utiliza
para enmascarar tras una mon-
taña de diseño el grano de su
delicado espíritu.
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

ABC (Madrid) - 23/10/1991, Página 97

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