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Tolerancia contra preferencia

Tolerancia contra preferencia es el nombre de un dilema que surge en muchos problemas éticos, en especial en política y en economía. En esencia,
el dilema consiste en que la presentación del problema al público requiere que sea enmarcado de modo que el público está escogiendo "tolerar", es
decir, aceptar una entre muchas alternativas gravosas, o "preferir", es decir, escoger una entre varias alternativas la que resulte deseable. En
consecuencia, la elección de la presentación es en sí misma un problema político.

“Estoy en contra de la tolerancia”


DIC 20 • CONEXIONES, DESTACAMOS, PRINCIPALES • 1773 VIEWS • NO HAY COMENTARIOS EN “ESTOY EN CONTRA DE LA TOLERANCIA”

POR LEONARDO TARIFEÑO

Desde que empezó a imaginar el libro que tiempo más tarde sería El hambre, el escritor argentino Martín Caparrós supo que al final de su aventura lo esperaba un
fracaso sin igual. Su intuición fue tan clara y contundente que, llegado el momento, no dudó en evocarla en las primeras páginas de su monumental crónica. “Una
exploración del mayor fracaso del género humano no podía sino fracasar —apuntó—. Y, aún así, es un fracaso que no me avergüenza: tendría que haber conocido más
historias, pensado más cuestiones, entendido algunas cosas más. Pero a veces fracasar vale la pena”.

¿Por qué este libro osado y brutal supone una derrota digna, pero derrota al fin? Porque a los ojos del mundo alimentado no hay nada más normal que millones de
personas pasen hambre. Y el esfuerzo de Caparrós se propone demostrar justamente lo contrario, que esa normalidad no puede ser tal en una época que produce mucha
más comida de la que necesitan los habitantes del planeta. ¿Hay un lector posible para esta historia deprimente y acusadora, basada en la cruel aceptación de que “si hay
gente que no come lo suficiente es porque los que tenemos comida no queremos dársela”? Para sorpresa del autor, sí, y muchos. “La recepción ha sido muy buena en
varios países, al contrario de lo que yo imaginaba —señala—. Y es que, en general, todo el mundo siente que ya sabe lo que tiene que saber sobre el hambre, y se
supone que saber o no saber da lo mismo porque no hay nada que se pueda hacer al respecto. Por culpa de esa idea yo no le tenía mucha fe al libro, pero había que
intentarlo. Me parecía que había que retomar el tema, porque da la sensación de que se trata de algo ya muy visto, y esa sensación es la excusa que te permite mirar para
otro lado”.

—¿Ése era el mayor peligro que veías a la hora de escribir El hambre? ¿Cuál era el que más querías evitar?

—Había varios. Por un lado, me preocupaba mucho caer en un lugar común “buenista” y políticamente correcto.

—¿De indignación cómoda?

—Sí. De hecho, en algún momento del libro escribo contra la idea del “indignado”. Y es que, en este asunto, es muy fácil inscribirse en un discurso bienintencionado.
Obviamente nadie está a favor del hambre, así que estar en contra es un lugar ya muy instituido y que no sirve para nada más que para calmar algunas buenas
conciencias. El principal desafío era encontrar otra forma de hablar del asunto. Y, también, de mantener un equilibrio entre narración y análisis. Sin análisis, la
narración se convertía en pornografía de la miseria; y sin narración, el puro análisis no parecía una buena estrategia comunicativa. Pero ése no era el único equilibrio
que debía encontrar.

—¿Qué otro equilibrio buscabas?

—Uno que me parecía muy importante era entre lo que sin dudas hay que contar y la intensidad de eso que se narra. Había que tener cuidado con las impresiones que
podían causar ciertas historias, ya que demasiada intensidad podía resultar contraproducente. Lo mismo me pasaba con el tipo de escritura. Tenía que cuidarme mucho
de usar adjetivos que subrayaran lo que ya venía subrayado por sí mismo. Y otro problema consistió en ordenar la masa de datos, que en realidad es un manojo de
causas y efectos entrecruzados. El tema del hambre muestra muy bien que las causas son efectos de otras causas, que a su vez son efectos de otras causas. Me costó
muchísimo ordenar eso en una sucesión lineal, que en definitiva es lo que siempre se hace en un libro.

—Siempre hay una distancia insalvable entre el libro que uno quiere escribir y el que puede escribir. Tal como está El hambre, ¿es el libro que querías
escribir?

—Es el que pude escribir. Sólo dos veces en mi vida estuve satisfecho cuando terminé un libro. Una vez, con una novela que se llama La historia, que nadie leyó, así
que seguramente en algo me equivoqué. Y la otra vez, con El interior, que me obligó a recorrer la Argentina para contar el país más allá de Buenos Aires. En ambos
casos me dije que hice lo que estaba a mi alcance, todo lo que yo podía hacer para esos libros estaba allí. Con El hambre no tuve esa sensación. Debería haber hecho
algo más, pero no pude.

—En esas páginas se te ve muy autocrítico y hasta te acusas de cobardía. ¿Qué habría sido ser valiente como narrador del hambre?

—Bueno, si hubiera sabido qué hacer, lo habría intentado. Es curioso, uno sabe qué es ser cobarde pero no necesariamente sabe siempre dónde radica la valentía, ¿no?
Pero sí, soy muy autocrítico, siempre lo fui. Tal vez por eso sé que al libro le faltan algunas cosas. De todas maneras, ése es otro delirio que suelo tener, el de hacer
libros totalizadores. ¿A quién se le ocurrió que en un libro tiene que estar todo? Siempre me corro a mí mismo con una frase de un santo del siglo III, Clemente de
Alejandría, para quien “poner en un libro todas las cosas es como dejar una espada en manos de un niño”. Y yo, sin embargo, sigo empeñado en que mis libros
contengan todas las cosas.

—¿A qué atribuyes ese afán totalizador que mencionas?

—En el caso de El hambre, a tratar de entender un problema global. Es raro: en general, los que escribimos en castellano no escribimos sobre el mundo. Hablamos de
nuestro país, nuestro barrio o nuestra región, algo parcial digamos, y les dejamos la mirada sobre el mundo a los norteamericanos y a los europeos occidentales, como si
nosotros sólo tuviéramos derecho a ocuparnos de lo particular. Para saber cómo es el mundo, leemos a los que les otorgamos el derecho de contarlo. Y a mí a veces sí
me dan ganas de contar el mundo. Contra el cambio y El hambre intentan pensar los problemas globales. Y de algún modo dicen que nosotros también podemos pensar
esas cuestiones.

—En distintos momentos de El hambre se te nota impaciente, casi harto. ¿La escritura del libro te llevó hasta cierta intolerancia con la hipocresía que
detectaste en tu investigación?

—Bueno, yo nunca fui muy tolerante, y además estoy en contra de la tolerancia. Voltaire escribió un tratado sobre la tolerancia y, sin ánimo de comparación, creo que
yo debería escribir algo contra la tolerancia porque creo que no es más que el desdén que el poder ejerce ante aquello que no lo amenaza. Se es tolerante cuando un
discurso, una actitud o una conducta no te amenazan lo suficiente para oponerte a ellos, entonces las dejás tranquilas. Las dejás porque no molestan. A mí ésa me parece
una actitud muy desdeñosa, traté de no ejercerla nunca. Pero bueno, también es cierto que en Contra el cambio y El hambre mi postura está muy explícita. Y es que me
pareció que para discutir este tipo de problemas globales no podía confiarme al relato y a ciertos guiños, como en general había hecho hasta ahora, sino que debía
intervenir de manera más directa y explícita ante cuestiones sobre las que no tengo ninguna posibilidad ni intención de neutralidad. Tengo una postura muy fuerte, y es
en este sentido que para mí El hambre es panfletario. No es un libro, digamos, aséptico.

—La pregunta “¿cómo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?” recorre el libro de punta a punta. Como respuesta, ¿te animaste a pensar que el
hambre de los demás no nos importa?

—Sí, claro, y en el libro planteo esa posibilidad porque no quiero dar por supuesto lo contrario. Dar por supuesto que el hambre debería importarnos es neutralizar el
compromiso posible con la cuestión. Convertir a ese compromiso en algo obligatorio es banalizarlo, no permitir que sea producto de una decisión. Y, además, hay
mucha gente que honestamente piensa que uno no tiene por qué preocuparse por cosas que no lo afectan, como la situación de un morocho en Mali. Yo estoy en
desacuerdo con eso. La realidad de un mundo donde pasan esas cosas me resulta ultrajantemente antiestética. Me parece espantoso, muy muy feo, tengo un problema
estético grave con esa fealdad extrema.

—¿Tu reacción, entonces, es estética?

—Para ponerla en los términos menos defendibles que se me ocurren, sí. Porque estoy un poco harto de escuchar hablar de la ética, o de los grandes valores, no le creo
al que sale a hablar así. Más de una vez he dicho que la ética es el refugio de los canallas, los que se pasan la vida cagando al prójimo son los que más hablan de ética. Y
los que no, hablan de ética desde una posición externa, en la que uno se refugia para quedarse más o menos tranquilo. Pero yo no quiero esos refugios, sino pensar en
alguna otra razón. Somos autores del mundo, autores menores pero autores al fin. Y a mí hay cosas que como autor del mundo me dan vergüenza porque me parecen
muy feas. Entonces, quiero corregirlo un poquito para que no sea tan espantoso.

—La solución que planteas para el hambre tiene que venir de la política. Pero, ¿se puede confiar en la política en el mundo de hoy?

—Bueno, lo primero que hay que solucionar políticamente es la política misma. Las formas de hacer política tienen que cambiar mucho, y todo indica que ese proceso
de cambio ya comenzó. Los políticos nos convencieron de que “política” es eso que hacen ellos, pero para mí “política” es mucho más que hacer negocios en el poder.
Que hace 200 años a algunos señores se les haya ocurrido que las formas políticas pasaban por un parlamento y un poder ejecutivo, y que en estos 200 años esa idea
haya funcionado, bueno, está muy bien, pero eso no significa que ahí se acabe la política. Se trata de una forma contemporánea que tomó la política, que está a todas
luces agotada y que por lo tanto debe ser reemplazada, así como la monarquía absoluta fue reemplazada en 1789 por esta forma que utilizamos hasta ahora.

—En el libro siempre le preguntas a aquellos que no tienen nada qué le pedirían a un mago con el poder de hacerles aparecer todo lo que deseen. Si tú fueras
ese mago, ¿qué clase de mago serías?

—Ah, ¿si yo fuera el mago? Sería un desastre, porque a la persona que me pidiera algo le empezaría a preguntar “¿te parece?, ¿por qué?” ¡Y lo que tiene que hacer el
mago es hacer aparecer lo que le piden! Yo sería una catástrofe como mago, ¡discutiría todo y terminaría a los golpes!

*Fotografía: El periodista argentino abordó el problema de el hambre a partir de testimonios e investigación geopolítica / EFE.

Las redes sociales son la indignación de los frustrados: Fernando Lobo


Autor:
Redacción RIO
-
5 abril, 2016 12:42

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Por Rodrigo Islas Brito

“Las redes sociales canalizan la indignación a un punto de evitar cierta frustración. Donde el pequeño burgués observa masacres y una

actitud cómplice del Estado y del periodismo hegemónico, y se indigna y pone un comentario o un me gusta, y eso se convierte

entonces en una participación. Para mí eso tiene un nombre y se llama Terapia contra la frustración. Es una indignación chatarra”.

Con Fernando Lobo ya ni siquiera queda el alivio o coartada de preguntarle qué es lo que quiso decir. Sus palabras son claras y certeras

como navajas, inundando las entrañas de modernos y cibernéticos conceptos de ayuda como Change.Org, a la que escritor y ensayista

define como una “locura”.

“Deposite aquí su indignación, su causa y junte firmas, es decir, te invitan a que mediaticemos todas las causas del mundo. Y lo peor

es que la gente lo hace, gente que antes tenía una voluntad de salir a la calle, ahora aprieta un botón y ya tiene su indignación

manifiesta. Este es seguramente el fenómeno menos democratizador que nos puede haber pasado”.

Lobo no está de acuerdo en mirar a las redes sociales como panacea de una sociedad más politizada, y explica el porqué:

“Mucha gente está sorprendida por la capacidad conspiratoria y de odio de las redes sociales. Eso ya estaba, eso que en el siglo 19 se

mencionaba en los cafés, que se movía igual: el rumor”.

“Las redes sociales y paginas como You Tube no están mejorando la calidad de los contenidos, sigue existiendo como en la televisión

una gran masa de contenidos chatarra y dos o tres cosas rescatables”.

“Un infomercial sobre un horno que al final se lava solo y lo puedes ver a las tres de la mañana es la sublimación de la televisión y se

está viendo lo mismo en las redes sociales. No tiene caso buscar ahí contenidos inteligentes”.

Para el autor de Latinas candentes 6 y el ensayo Sentido común, simulación y paranoia, no existe un efecto democratizador de las

redes sociales, porque afirmar tal cosa es como si dijéramos que la invención del megáfono a principios del siglo veinte, democratizó

las movilizaciones sociales.


“El empoderamiento de la gente no depende de tecnologías, sobre todo si la gente tiene chatarra en sus cabezas. No está en el

abaratamiento de las cosas el camino hacia la democratización de nada”.

Aunque no lo parezca esta entrevista es para que Lobo hable sobre su nuevo libro, Frikis, su primera novela no corta en la que rebasa

las 130 páginas.

“Es sobre la televisión, el modo en el cómo las sociedades contemporáneas se representan a partir de las pantallas, como sus relaciones

sociales y económicas se filtran a través de ellas”.

El entrevistado habla de que hoy nos estamos reproduciéndonos en un mundo virtual y reproducido, y aclara que eso no lo dijo él, sino

el filósofo alemán Walter Benjamin.

“Quien hablaba de como podíamos reproducir una obra de arte cuantas veces quisiéramos en forma de mercancía”.

El escritor también cita como influencias para Frikis a otros teóricos marxistas (cuyos nombres el reportero no alcanzara nunca a

dilucidar) que hablaban de como las sociedades contemporáneas se presentaban como una acumulación de espectáculos, como

representaciones perfectas de las sociedades capitalistas.

La trama de Frikis va sobre una actriz, Tania Monroy, símbolo sexual televisivo que pasa de los cincuenta años y pierde la nariz en su

tercera cirugía estética consecutiva. Provocando así una serie de conflictos de intereses y financieros de gran calado en una gran

cadena televisiva con intereses transnacionales.

“El otro personaje principal es el director de una revista de chismes y espectáculos, quería que ese fuera el eje, el chisme, el morbo.

Conectarlo todo con autores clásicos como Balzac, con su prosa extraordinaria, extrayendo de las vidas privadas las partes más

impúdicas e infamantes”.

Al final, Lobo afirma que para esta nueva novela se fue sumiendo en la vulgaridad. “Termine coleccionando TVyNovelas y TV Notas.

Los lectores tendrán que agradecerme la cantidad de basura que pasó por mi cerebro durante estos dos años”.

Apunta que este tipo de revistas tienen un aparato legal para pelear contra demandas por difamación, pues es más importante para

ellas eso, que la información en si.

“Las grandes cadenas televisoras están dejando de ser el modo predominante del espectáculo. Con las redes sociales y las series por

internet, el mundo está cambiando”.

Dice Lobo al tiempo en que reconoce para mal a Televisa como la gran autora de la cultura mexicana.
Habla de Telemanía, la televisora de su novela poseedora de un ochenta por ciento del mercado. Anota que podría ser cualquiera.

“Adapto mis ficciones al esquema de realidad en el que vivo, no al revés”.

Sobre la posibilidad de que exista un México sin Televisa, la fuerza mediatizadora de sus últimos cincuenta años de vida pública, Lobo

responde recordando que punto de arranque para Frikis vino en la campaña a la presidencia de Enrique Peña Nieto.

“Observe como la campaña estaba funcionando en los notichismes de Televisa, ahí es donde realmente comienza la campaña

presidencial del actual presidente de la Republica”.

“Televisa brincó entonces a controlar la política, aunque desde la misma transición democrática del país las televisoras se convirtieron

en las organizaciones que parten el pastel de los procesos electorales y por lo tanto de los procesos políticos”.

“Si no sales al aire no existes, los políticos reaccionaron subordinándose al oligopolio con tal de aparecer más en televisión. Se terminó

esa alianza que al principio fue de subordinación de Televisa hacia el gobierno, cuando el Tigre Azcárraga se declaró un soldado del

presidente”.

“Hoy se ha invertido, los locutores de noticiarios regañan a los funcionarios cuando no hacen lo que ellos quieren, con una agenda

ideológica muy transparente”.

Respecto a la pregunta que inicio toda esta reflexión, Lobo apunta a que “en un mundo sin Televisa la basura se trasladaría a otro

lado”.

“La basura y los intereses políticos no se desintegran, se transforman, se desplazan. Los grandes consorcios mediáticos seguirán

teniendo el control de la política”.

“El presidente de una televisora y el presidente de una minera tienen una gran parentesco ideológico, y miran a la clase política como

sus achichincles”.

Televisa hoy está en números rojos, en una crisis financiera y de voluntades que no calculó. Lobo responde a esto calificando al gigante

como “un monstruo que se concentra en un mismo polo, en sus sets”.

“Donde todo es aparatosamente caro, no vieron venir las tecnologías, y sobre todo como ha venido cambiando el mismo público. La

gran crisis de televisa está en su telenovelas y sus series cómicas que nunca mejoraron su calidad, que siempre menospreciaron a su

público”.
“El Tigre trataba al público como idiota y lo declaraba sin pelos en la lengua, y tratar a la gente como idiota es un acto idiota, tarde

que temprano terminas perdiendo. Aun con el aparato constitucional y gubernamental de un país entero a tu servicio”.

Lobo observa que el oligopolio no vio venir ni a Netflix, ni a cualquiera de las nuevas propuestas, simplemente porque no podía.

“Lo que le pasa a los grandes oligopolios es que son incapaces de innovar. Están tan convencidos de sus fórmulas de mercado que lo

que ellos llaman nichos se terminan por volver abismos”.

“Televisa no tiene por qué desaparecer, un monstruo de ese tamaño puede adaptarse a lo que sea, aunque tenga que perder el treinta

por ciento de su bolsillo. Aunque hoy su poder evidentemente se está mermando después de haber llegado a un punto máximo en el

que tuvo el control de la vida política del país”.

“Lo que va a desaparecer es esta relación que tenemos con el televisor como el principal contacto que tenemos con los medios masivos.

Está la accesibilidad de jalar televisión a tu computadora”.

El escritor medio sonríe y recuerda como el apagón analógico agarró desprevenido a la mitad de su pueblo.

“La mitad de Tlacochahuaya hoy no está viendo televisión. Existe ya una gran carrera armamentista de antenas largas. La mitad de

mi pueblo, que no pudieron comprar su pantalla plana están sin tele y han descubierto que no se van a morir de eso”.

Fernando Lobo habla entonces del libro que está escribiendo sobre la Oaxaca que vivió e investigo del 2006 y aclara que por principio

de cuentas a él, “el futurismo no me va mucho, pero puedo observar ciertas tendencias”.

Aunque en la segunda parte de esta entrevista, donde hablara de lo que Oaxaca aprendió en el 2006, observara que hoy el futuro

resuena a una especie de neomedievo.

Contra la tolerancia

JOSÉ SARAMAGO
9 DIC 1992

Es justa la alegría de los lexicólogos y de los editores cuando aparecen, al son de los tambores y trompetas de la publicidad, anunciándonos la entrada, de unos cuantos

millares de palabras nuevas en sus diccionarios. Con el paso del tiempo, la lengua va perdiendo y ganando, se vuelve, cada día que pasa, simultáneamente más rica y

más pobre: las palabras viejas, cansadas, fuera de uso, apenas resisten la frenética agitación de las palabras recién llegadas, y acaban por caer en una especie de limbo

donde permanecen a la espera de la muerte definitiva o, en el mejor de los casos, del toque de la varita mágica de un erudito obsesivo o de un curioso ocasional, quienes

de esta manera le darán todavía un breve destello de vida, un suplemento de precaria existencia, una última esperanza. El diccionario, imagen ordenada del mundo, se

construye y se desenvuelve sobre tantísimas palabras que vivieron una vida plena, después envejecieron y languidecieron, primero generadas, después generadoras,
como lo fueron los hombres y las mujeres que las hicieron nacer y de las que vendrán a ser, a su vez, y de modo simultáneo, señores y siervos.Crecen, pues, los

diccionarios, se expanden continuamente, como universos alfabéticos, con sus entrelazadas constelaciones de verbos y pronombres, conjunciones y preposiciones,

sustantivos y adjetivos, adverbios y tutti quanti. Serían vertiginosamente mayores si en ellos decidiésemos admitir las múltiples y multiformes formas verbales, serían

un poco más breves si de ellos eliminásemos los antónimos, palabras en verdad innecesarias siempre que no perdiésemos de vista y de sentido la simple noción de los

contrarios. Nos bastaría que el diccionario registrase, por ejemplo, las palabras "feliz", "felicidad", para que, por una especie de operación mecánica conmutativa, en

seguida se nos presentasen en el espíritu, quizá ayudados por la experiencia, los estados y sentimientos alternativos, la lágrima en vez de la sonrisa, la tristeza en vez de

la alegría. La ausencia de los antónimos no volvería mejor el mundo ni nos liberaría de la parte de negatividad cósmica del bien y del mal, pero representaría, sin duda,

un ahorro considerable de celulosa y de papel, nada despreciable en los pródigos y desperdiciado res tiempos que vivimos.

De igual manera procederíamos con aquella detestada palabra que se escribe con las letras de la "intolerancia", sombra de nuestros días, pesadilla de nuestras noches,

embrujo retornado al mundo cuando, ingenuamente estúpidos, la creíamos desterrada de él para siempre, tomada, cuando mucho, exclusiva de las relaciones entre

perros y gatos, los cuales, como es sabido, no se pueden ni oler los unos a los otros. Así fuera lanzada la maldita, expulsada de una vez de los diccionarios, nos

quedaríamos viviendo en la buena paz de su contraria, la humanitaria y dulce "tolerancia", mil veces cantada y alabada, diana inocente de arengas de parlamento y

sermones de iglesia, pío consejo de padres bien educados a la prole esperanzadora, guía inmaculada de moralistas impenitentes y confiados, estrella y faro de

editorialistas, y filósofos. "La tolerancia", proclaman a coro, para el caso, y aquí sin mayores primores de estilo, pero con excesos de convicción, "la tolerancia, señoras

y señores, es lo mejor que hay". Habiendo dicho esto, y como si, por su boca y pluma, hubiese sido anunciada la más incontrovertible de las verdades, esperan de la

simplicidad de la gente común -yo, vosotros, casi todos- que tomemos por oro de ley, contrastado y a prueba de falsificaciones, lo que, probablemente, no pasa de

imitación engañadora, insuficiente y equívoca aproximación de un estadio que ya tarda: el de la instauración de una relación de igualdad auténtica, ontológica, por

decirlo así, si los puristas no me prohíben la palabra, entre todos los seres humanos, sean cuales sean sus orígenes, razas, colores y religiones.

Con su implacable magistralidad, el diccionario afirma que "tolerancia" e "intolerancia" son prácticas y conceptos extremos e incompatibles entre sí, y, definiéndolos de

este modo, implícitamente nos concita, con exclusión de alternativas posibles, a situarnos en otro de aquellos polos, como si, entre ellos o más allá de ellos, no existiese

o no pueda llegar a existir otro lugar, el de la reunión y, perdónese la retórica, de la fraternidad. Para ese lugar no tenemos nosotros la palabra identificadora, la brújula,

la piedra de toque. No está la palabra en el diccionario porque no tenemos en la inteligencia la conciencia fulgurante que representaría, y también porque no llevamos en

el corazón (séame perdonada otra vez la retó rica) el sentimiento que le con feriría una definitiva humanidad: los hombres, al final, no pueden, antes del tiempo exacto,

inventar las palabras de las que, sin saberlo o no queriendo saberlo, vitalmente ya necesitan.

Bien vistos los casos y los comportamientos, ¿qué es la tolerancia sino una intolerancia aún capaz de vigilarse a sí misma, temerosa de denunciarse a sus propios ojos,

siempre bajo la amenaza del momento en el que las circunstancias la arranquen o la fuercen a dejar caer la máscara de buenas intenciones que otras circunstancias le

habían pegado a la piel como si fuese aparentemente la suya propia? ¿Cuántas personas hoy intolerantes eran tolerantes todavía ayer? Tolerar (lo que dice el

respetabilísimo diccionario de la Real Academia Española) es "sufrir, llevar con paciencia, disimular algunas cosas que no son lícitas, soportar, llevar, aguantar",

dándose como ejemplo de todo esto una elocuente frase: "Mi estómago no tolera la leche". Así, académicamente abonado, el tolerante podrá siempre decir que su

estómago, en realidad, no soporta negros ni judíos, ni nadie de esa raza universal a la que llamamos inmigrantes, pero que, en fin, teniendo en cuenta ciertos deberes,

ciertas reglas, y no raramente ciertas necesidades materiales y prácticas, está dispuesto a sufrirlos, a llevarlos con paciencia, transitoriamente, hasta el día en el que la

paciencia se agote o las ventajas vengan a padecer una disminución sensible.


La tolerancia y la intolerancia son los dos peldaños de una escalera que no tiene otros. Del primer escalón, que es el suyo, la tolerancia lanza hacia abajo, hacia la

planicie donde se encuentran los tolerados de toda especie, una mirada que desearía ser, quizá, comprensiva, pero que, las más de las veces, va a buscar equivocadas

formas de compasión y de remordimiento por cuenta ajena a su razón de ser y a su afirmación cívica. Desde lo alto del segundo escalón la intolerancia mira con odio a

la multitud de los extranjeros de raza o nación que la rodean y con desprecio irónico a la tolerancia, pues claramente ve cómo ésta es frágil, asustadiza, indecisa, tan

sujeta a la tentación de subir al segundo y fatal peldaño cuanto incapaz de llevar a consecuencias extremas su perpleja voluntad de justicia, que sería renunciar a ser lo

que es -simple permisión-, para volverse identificación e igualdad. O igualancia, si una palabra nueva hace falta, aunque de bárbaro sonido.

Tolerantes somos, tolerantes continuaremos siendo. Pero sólo hasta el día en el que haberlo sido nos parezca tan inhumano como hoy nos parece la intolerancia. Cuando

ese día llegue -si llega-, seremos, finalmente, humanos completamente.

José Saramago es escritor portugués. Traducción: Eduardo Naval.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 9 de diciembre de 1992

El caso de la discriminación

2 COMENTARIOS
ETIQUETAS Teoría política

01/05/2011 Walter Block

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Walter Block ha estado escribiendo sobre la economía de la discriminación, y en defensa de la
discriminación, correctamente entendida, durante más de 30 años. Esta gran tapa dura recoge casi toda
esta escritura para presentar una alternativa radical a la vista dominante.
Su tesis es que la discriminación - elegir una cosa sobre otra - es una característica inevitable del mundo
material donde la escasez de bienes y el tiempo es la característica generalizada. No hay forma de
evitarlo. Debe discriminar y, por lo tanto, debe tener la libertad de discriminar, lo que solo significa la
libertad de elegir. Sin discriminación, no hay economización teniendo lugar. Es caos
El mercado incorpora instituciones que ayudan a las personas a tomar las mejores decisiones posibles
teniendo en cuenta las alternativas. En este sentido, la discriminación es racional y socialmente
óptima. Que el Estado presuma de criminalizarlo en función de las prioridades sociales y políticas
equivale a una subversión del mercado y de la libertad humana que conduce al conflicto social.
El detalle empírico en este trabajo es tan riguroso como el argumento es radical. Lo que la política
considera como una desigualdad peligrosa, Block considera como perfectamente racional las realidades
existentes.
En esencia, el libro de Block es una aplicación especializada de la perspectiva libertaria sobre la
sociedad, tal como se aplica a una controversia particular en nuestros tiempos. Es sumamente raro
abordar este tema de frente, y ofrecer una alternativa sin concesiones: abolir todas las leyes
antidiscriminatorias sobre la base de que no tienen sentido económico y solo generan conflictos donde no
es necesario que existan.
¿Este libro causará controversia? De seguro. Pero ese no es su objetivo. Su objetivo es el desarraigo de
una teoría social defectuosa y fallida y su reemplazo por una realista que se arraiga en una preocupación
genuina por los derechos humanos y el bien de todos.

I spend a lot of time arguing that discrimination is obviously a right, but I'm still not inclined to read this (though I'm going to), because the author seems to be
unaware of what discrimination *is*.

Defining discrimination as "choosing one thing over another" is patently false. It is "choosing one thing over another by extrapolating characteristics and generalities
of a group and assuming they apply to an individual that is ostensibly a member of that group." Discrimination is classification and categorization, a clear evolutionary
benefit. Redefining it to simply be about choice is absurd; it's about making an uninformed choice based on information extrapolated from a group and presumed
true of the individual."

If the author spends 300 pages saying that choice is key, that's fine, but choice itself is hardly equivalent to discrimination in the sense we commonly use it. Choosing
one individual or another based on their own merits and characters is certainly a form of discrimination, but it's deceitful to play word games like that, considering
almost no one associates "discrimination" in such a way. Discrimination while knowing the individual's characteristics and not wanting them is drastically different
from assuming the individual's characteristics and rejecting the individual based on those assumptions.

Paso mucho tiempo argumentando que la discriminación es obviamente un derecho, pero todavía no estoy dispuesto a leer esto
(aunque voy a hacerlo), porque el autor parece desconocer qué discriminación * es *.

Definir la discriminación como "elegir una cosa sobre otra" es evidentemente falsa. Es "elegir una cosa sobre otra extrapolando
características y generalidades de un grupo y asumiendo que se aplican a un individuo que aparentemente es un miembro de ese
grupo". La discriminación es clasificación y categorización, un claro beneficio evolutivo. Redefinirlo para que simplemente se trate de
elección es absurdo; se trata de hacer una elección desinformada basada en información extrapolada de un grupo y presumiblemente
verdadera del individuo ".

Si el autor pasa 300 páginas diciendo que la elección es la clave, está bien, pero la elección en sí misma no es equivalente a la
discriminación en el sentido en que la usamos comúnmente. Elegir a una persona u otra según sus propios méritos y caracteres es
ciertamente una forma de discriminación, pero es engañoso jugar juegos de palabras de esa manera, ya que casi nadie asocia la
"discriminación" de esa manera. La discriminación al conocer las características del individuo y no quererlas es drásticamente
diferente de asumir las características del individuo y rechazar al individuo en base a esas suposiciones.

En esta ocasión cuelgo el video de Walter Block, economista y filosofo


anarcocapitalista. El video se divide en dos partes, una primera de exposición
de algunas de las tesis que mantiene en su libro más conocido, Defendiendo lo
indefendible, y una segunda en la que entabla un diálogo con la audiencia. Se
trataba de una conferencia organizada por el PLL argentino.

No he leido Defendiendo lo indefendible, me he limitado a picar aquí y allá por


por el pdf disponible en el Mises Institute, y lo he incorporado a mi lista de
lecturas playeras (a la vuelta tocara post sobre el mismo). Pero entre las catas
literarias, alguna noción anterior y el video tengo claro que no comparto al
100% las ideas de Block. Es más, a veces creo que el tampoco lo hace. ¿Por qué
lo digo?

Lo afirmo porque el libro es un enorme ejercicio de provocación, de


provocación intelectual, de llevar las teorías al máximo, y cuando estas allí das
un paso más. Y por ello creo que merece la pena leerlo, por sacarte de los
convencionalismos.

Estoy con Block en su defensa del especulador, del usurero, de


la prostitución, del chantajista, del asocial misántropo, de la legalización del
tráfico de drogas, etc. Pero su defensa de los llamados contratos de
esclavitud me chirrían, me resultan un juego intelectual de no va más. El tema
del aborto casi que prefiero no tocarlo en este blog, pero me parece que su
postura es la de un escapista profesional. Pero lo cierto es que siendo la
primera que veo una de sus charlas, el hombre me caído bien.

De verdad, que no entiendo el éxito mundial de Freaknomics y sus derivados, y


que yo no haya sido capaz de encontrar una edición en español, de una
obra publicada unas cuantas décadas antes, y que creo que es mucho más
incisiva y estimulante para los no iniciados en la economía o para los
aficionados heterodoxos. A ver si va a ser un fallo del mercado.

Vía | Anarquista 101


Más información | Lew Rockwell, Pymes y Autónomos
En El Blog Salmón | ¿Dónde nos llevará la crisis?
Contra la tolerancia
Publicado en Colegaweb

Observados los comportamientos y las situaciones, ¿qué es entonces la tolerancia sino una intolerancia
todavía capaz de vigilarse a sí misma, temerosa de verse denunciada ante sus propios ojos, siempre bajo la
amenaza de un momento en que las circunstancias la obliguen a quitarse una máscara de las buenas
intenciones que otras circunstancias le pegaron a la piel como si aparentemente fuera la propia? ¿Cuántas
personas hoy intolerantes eran tolerantes todavía ayer?
Tolerar (lo enseña el infalible diccionario de Morais) es soportar con indulgencia; soportar. Permitir
tácitamente (lo que es censurable, peligroso, merecedor de castigo, etcétera). Permitir por ley (cultos
diferentes de los de la religión considerada como del Estado). Admitir. Soportar, asimilar, digerir.
Buena prueba de la última acepción sería, por ejemplo, la frase: Mi estómago no tolera la leche, lo que
extrapolando, significa que el tolerante podría alegar que su estómago, en realidad, no soporta a negros ni
a judíos, ni a nadie de esa raza universal que llamamos emigrantes, pero que, teniendo en cuenta ciertos
deberes, ciertas reglas, y a veces ciertas necesidades materiales y prácticas, están dispuestos a permitirlos,
a soportarlos con indulgencia, provisionalmente, hasta el día en que la paciencia se agote o las ventajas
proporcionadas por la emigración sufran una disminución sensible.
La tolerancia y la intolerancia son dos grados de una escala que no tiene otros. Desde el primer grado que
es el suyo, la tolerancia lanza, a la planicie donde se encuentra la multitud de tolerados de todas las
especies, una mirada que desearía que fuera comprensiva, pero que, muchas veces,busca en equívocas
formas de compasión y de remordimiento su débil razón de ser.
Desde lo alto del segundo grado, la intolerancia mira con odio la confusión de los extranjeros de raza o de
nación que la rodean, y con irónico desprecio a la tolerancia, pues claramente ve que es frágil, asustadiza,
indecisa, tan sujeta a la tentación de subir al segundo y fatal grado como incapaz de llevar hasta sus
últimas consecuencias su perpleja ansia de justicia, que sería renunciar a lo que ha sido -simple permisión,
aparente benevolencia- para convertirse en identificación e igualdad, es decir en respeto. O igualancia, la
palabra nueva que falta aunque tenga tan bárbaro sonido...
Tolerantes somos, tolerantes seguiremos siendo. Pero sólo hasta el día en que haberlo sido nos parezca tan
contrario a la humanidad como hoy nos parece la intolerancia. Cuando llegue ese día, si llega alguna vez,
comenzaremos a ser, por fin, humanos entre humanos.
Virginia Yoldi dijo...
Gracias.
Me sentía tan sola cuando en medio de cabezadas de aprobación la palabra tolerancia me resultaba
chirriante...
Para tolerar tienes que situarte en un plano de superioridad moral, y el solo hecho de situarte en él te
despeña del mismo estrepitosmente, con ruido, con estridencia, sacándote los colores.
No sé. La continua utilización de esta palabra me produce desesperanza. Un abrazo
agosto 06, 2009 8:17 p. m.

beatriz ramirez dijo...


pues claro que volveriamos a ser seres humanos, volveriamos a nuestra foema natural, la de micos que
pelean hasta por un mango y a la guerra de todos contra todos porque a nadie le gusta lo de otro.
octubre 24, 2013 12:25 a. m.
Carina dijo...
Gracias por este espacio!!!, también soy una admiradora del escritor y el hombre. Felicitaciones!!!
noviembre 02, 2013 10:24 a. m.

Isabel Salas dijo...


Excelente, también me cuesta muchas discusiones defender mi postura intolerante ante algunas
situaciones que no consigo soportar ni me esfuerzo en hacerlo, pues considero que es una victoria moral
sobre la mediocridad el condenar lo que es claramente condenable.
mayo 22, 2017 5:07 p. m.

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