Será una de las obras que más fama le dio. Su título original fue La cruz
en la montaña. En la obra vemos algunos de los aspectos que
caracterizan las obras de Friedrich: obras con pocos objetos o pocos
elementos compositivos, destacando, en este caso, la roca. Detrás de
la roca se intuye la presencia del sol, solo que no sabemos si sale o se
esconde pero que deja verse a través de los rayos. La presencia del
crucifijo, una escultura donde Jesús está de espaldas a nosotros y
mirando hacia abajo como si buscara el punto del que viene la luz del
sol. A esto se le añaden los pinos.
Simbólicamente hablando, estamos ante un sol que proyecta tres rayos (la Trinidad); del tronco
de la cruz nace hiedra, una planta que se mantiene siempre verde al igual que los pinos, que no
caducan, al igual que la fe de los hombres en Dios. Esto también sirve para conectar religión y
naturaleza. Por otro lado, la cruz está firmemente anclada en la roca, un símbolo de la fuerza y
la fe del hombre.
Todo ello forma un paisaje que se convierte en un cuadro religioso. La naturaleza está
sacralizada.
En 1808, cuando se terminó el cuadro, en Suecia se produjo un golpe militar que consiguió
derrocar al rey, de tal manera que Friedrich ya no podrá regalarle el cuadro al monarca. En este
momento fue cuando decidió colocar el marco de madera y ofrecerlo o venderlo al palacio de
Tetschen para que lo utilicen como retablo de la capilla.
En resumen, el cuadro posee una lectura política inicial y una lectura religiosa motivada con
posterioridad.
Esta obra le sustituyó apoyos y críticas. Probablemente el mayor momento de éxito del artista
coincidió con esta obra, aunque también, fue una obra desaprobada por algunos críticos debido
a una cuestión técnica: la piedra está en un segundo plano y, sin embargo, está representada
como si de un primer plano se tratase, por lo que consideraron que este era un fallo técnico.