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Exposición.

Nayla Vargas.

Mariana García.

Teorías literarias:

 Deconstrucción.

A finales de 1960, surgió en Francia un movimiento denominado


posestructuralismo, que ya fue explicado por el equipo anterior. Entre sus
exponentes principales, se encuentra Jaques Derrida, de origen argelino, que
desarrolló un importante aporte para el análisis literario, denominado
deconstrucción.

La Deconstrucción constituye uno de los capítulos más controvertidos e


intrincados de la Teoría Literaria del siglo XX, ya que va ligada con la filosofía, por
ende, elaborar un concepto de deconstrucción es complicado, sin embargo,
podemos entender que es un proceso de análisis mediante el cual pueden
descubrirse diferentes significaciones de un mismo texto a través de la
descomposición de la estructura del lenguaje en el cual fue escrito. Es, pues,
enfrentarse a sus contradicciones internas y leerlos a partir de sus implicaciones,
presuposiciones y posibilidades no esperadas. Se trata entonces de una
extrapolación literaria, que nos lleva a una doble reflexión regresiva.

Para Culler:

[...] la Deconstrucción no aclara los textos en el sentido tradicional de


intentar captar un contenido o tema unitario; investiga el funcionamiento de
las oposiciones metafísicas en sus argumentos y los modos en que las
figuras y las relaciones textuales [...] producen una lógicadoble y aporética
(“Sobre la deconstrucción”, p. 99).
Agrega que la deconstrucción se basa en las implicaciones de los
conceptos y figuras y no en las intenciones del autor. En resumen, es una práctica
de la lectura y la escritura, hecha a través de un ejercicio de búsqueda de la
verdad, que no parte de una teoría absoluta y estratégica. Su único objetivo está
en ella misma, en la ejecución de lo que Derrida llama “protocolos de lectura” o
“escritura de la escritura”, que permiten llevar a cabo el proceso ya explicado.

Derrida propone un proceso similar al ya hecho por Saussure, en el que


realiza un juego de semejanzas y diferencias, ya que ningún signo puede
funcionar sin remitir a otro elemento, lo que elabora una cadena de eslabones,
marcada por lo que otros signos han ido dejando, en una estructuración hecha a
partir de presencias y ausencias, que coexisten y que se buscan una a la otra. Por
ende, la deconstrucción propone que todo texto es una construcción intencional,
no la representación de una realidad.

En otras palabras, la ausencia determina a un texto del mismo modo en que


su presencia lo hace. Desde una imagen literal, puede entenderse como una
linterna que ilumina algo en medio de la oscuridad: descubre lo que alumbra, pero
oculta lo que permanece oscuro. Lo mismo sucede con la literatura, tomamos
ciertos puntos de una “realidad”, dejando fuera ciertos elementos, formando una
parte que está en presencia, y otra en ausencia que incluye lo que fue excluido.

Para entenderlo mejor, tomemos como ejemplo el siguiente poema de


Leonardo Padrón:

Última hora.

En Ucrania gritan fraude en una lengua pastosa

En Estados Unidos el aborto pierde las elecciones

Mi país se da golpes contra las paredes

Y yo no sé si podré obviarte

En este mapa de huesos confusos

Caracas arde

Sin las conjeturas del sol

Y el día es un alazán desconcertado.


Culler, partiendo de la teoría de Derrida, afirma que para deconstruir un
escrito el primer paso que debe hacerse es buscar el concepto clave que maneja
el autor, determinando las causas y efectos, para llegar a su origen. Sin embargo,
¿cuántas interpretaciones diferentes puede tener este poema? Muchas, para cada
lector será distinto y, si consultamos los resultados, cada uno formará una opinión
particular.

Retomando el poema, en una primera lectura, podemos tener la impresión


de que el poema habla de que hay revueltas en el mundo y Caracas nunca escapa
de esa realidad. Es ahí cuando comenzamos a cuestionarnos ¿qué causas son
esas?, ¿cuál es su origen?, ¿qué tiene que ver Caracas con Ucrania y Estados
Unidos?, ¿se parecen?, ¿Caracas es o no es?, ¿Caracas se está quemando?:
¿por qué, en qué sentido?

En una segunda lectura, y a partir de esas preguntas, podemos replantear


si el punto de partida del poema no podría ser otro, que vaya más allá de la
convulsión del mundo, y que tenga como eje principal que Caracas arde.
Observamos que Padrón utiliza esa palabra polisémica, pues bien puede referirse
a fuego, a quemarse, a incendio, a calor, o a pasión, y nos permite como lectores
preguntarnos en qué sentido hace uso de ese verbo. Si seguimos leyendo, nos
encontramos con el siguiente verso, que reza que lo hace “sin las conjeturas del
sol”, entonces, nos damos cuenta de que la palabra refiere a que Caracas se
quema de una manera metafórica, aunque no tan alejada de la literalidad, y que
no necesita de un suceso extraordinario para arder.

Vemos que si vamos más allá, la idea inicial desaparece, pues la nueva
construcción de sentido hecha permite entender que el sentido del poema se aleja
completamente de lo que en un principio parecía y más bien hace una
transfiguración de la ciudad, en pro de mostrar una realidad, como lo es el hecho
de que Caracas, como el fuego, nos abrasa sin necesidad de un suceso
extraordinario. Entonces, arde se convierte en un término autodestructivo, que
lleva a un plano que va mucho más allá de su simple significado y es la piedra
angular, en palabras de Derrida, que nos permite adentrarnos en las articulaciones
ocultas y fragmentarias dentro de esa realidad.

El siguiente paso es preguntarnos cómo el autor, en este caso Padrón, ha


logrado hacernos pensar, en un primer momento, que el sentido del poema era
otro. Lo logró a base de recursos y figuras literarias, en un juego que coloca
elementos de más y añade figuras retóricas para lograr la deconstrucción de su
obra. Ahora, analicémoslo verso por verso:

En un principio, añade información complementaria: En Ucrania se cantó


fraude y en Estados Unidos no se aprobó el aborto. Esto no tiene nada que ver
con el sentido del poema y logra desenfocar la verdadera realidad que busca
expresar. Posteriormente, habla de su país, en primera persona, alegando que
este se da golpe contra las paredes, es decir, gira, se desespera, se autogolpea, y
él no puede obviarlo, a pesar del aparente caos exterior, pues en ese mapa de
huesos confusos, Caracas arde por sobretodas las cosas y, a diferencia del resto
del mundo, no necesita del sol para hacerlo. Aquí construye una gran metáfora de
la ciudad como masoquista, que se rebusca, como la serpiente que se muerde la
cola y que él, como su habitante, no puede evitar obviarla dentro de la realidad del
mundo avasallante que se la come, pues esta sigue ardiendo.

Cierra con una metátesis, donde hace un paralelismo entre un día en


Caracas y un alazán, que es un caballo o una yegua rojizo, color canela. Si nos
vamos a lo que representa un caballo, es un animal libre, desbocado, que trota y
que transporta. Además, le agrega que es rojizo, como el fuego que quema,
confuso, agitado y galopante.

Vemos como Padrón lleva una realidad a la literatura y nos hace


deconstruirla para leerla y sentir que Caracas nos quema. Progresivamente, esto
se transforma, a partir del uso de la frase “sin las conjeturas del sol”, que permite
esclarecer el sentido del poema. Vemos pues, que por un lado tenemos lo que
sucede, lo conocido, y por el otro lo dicho a través de las metáforas, que es lo
desconocido, lo que se debe analizar. A medida que esto se logra, los roles se van
intercambiando, pues lo no visto toma un papel preponderante y jerárquico,
partiendo de la disemia encontrada en arder, ya que posee dos significados: el
literal y el metafórico.

Así, podemos establecer la archihuella contenida en este poema. Dicho


fenómeno, es definido por Derreida como la “posibilidad e imposibilidad de la auto-
presencia del presente y del sentido”. Dicho esto, puede decirse que la huella es
una marca que nunca se menciona y que se maximiza al encontrar el sentido no
vulgar del poema, es decir, lo que no se ve, lo que está detrás de las palabras
usadas, ¿qué hace arder a Caracas?

Una vez que hemos leído y puesto en primer plano las implicaciones y
presuposiciones que encierra el texto, es necesario penetrar en el poema para
indagar sobre los elementos literarios usados por el escritor y determinar, según la
teoría expuesta, qué elementos actúan en el poema como anfitriones y quienes
están bajo ellos. Si Caracas arde, ¿Qué la hace arder? Y ese es el
deconstruccionismo en su máxima expresión.

Podemos ver, en conclusión, que como lectores rellenamos huecos y


actualizamos lo que el texto deja inconcluso, resolviendo una especie de
rompecabezas. Para Jean-Paul Sartre “La literatura es la forma en que los lectores
crean y descubren al mismo tiempo, descubren creando y crean descubriendo”,
siendo este uno de los objetivos principales de la teoría presentada.

Puede verse que pueden hacérsele múltiples lecturas a un texto sin


manipularlo. Deconstruimos el texto, pero este permanece inmutable para que
otros lo lean en su forma original. No existe un análisis verdadero, ni una intención
netamente concreta. En definitiva, un análisis deconstructivo es útil para meditar
sobre el lenguaje, la literatura y la traducción si es el caso. Sin embargo, es válido
recalcar que, para algunos críticos, sacar a la deconstrucción del plano de la neta
teoría es imposible, por lo que la consideran inaplicable a la literatura. Aun así,
puede creerse que es aplicable y que permite construir un sentido más amplio del
texto en cuestión.
 Estudios culturales.

Según Jonathan Culler, los estudios culturales comenzaron a tomar fuerza en


la década de los 90. Los mismos tienen como objetivo principal entender cómo
funciona la cultura y cómo se organiza la misma en el mundo diverso en el que
vivimos. Por ende, los estudios culturales abarcan los estudios literarios, pues
estos son una práctica particular de cultura. Ahora bien, dentro de este panorama,
cabe preguntarse ¿de qué manera lo hacen?

Para conseguir esa respuesta, es necesario revisar el origen de los estudios


culturales modernos, los cuales derivan del estructuralismo francés, desarrollado
en los años 60, que definían a la cultura, incluyendo a la literatura dentro de ésta,
como una serie de prácticas cuyas reglas y convenciones hay que describir, para
lo que es necesario analizar las prácticas culturales desde la literatura, para
observar las connotaciones presentes y cómo funciona esa teoría en la práctica
real.

La segunda fuente de los estudios culturales contemporáneos es la teoría


literaria marxista de Gran Bretaña. La obra Cultura y Sociedad, de Raymond
Williams y el libro Los usos de la literalidad, de Richard Hoggart (fundador del
centro de Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham), buscaron
recuperar y analizar la cultura de la clase trabajadora, que se había perdido al
encasillar a la cultura en un cierto tipo de literatura. Esto dio pie a replantear lo ya
conocido y analizar la cultura desde las masas, que parten de una formación
ideológica represiva, donde los lectores eran consumidores de la justificación de
los procedimientos de El Estado. Así, se ligaron dos análisis de la cultura:
viéndola como expresión de las personas o como imposición a las personas, lo
que permitió el desarrollo de los estudios culturales que hoy en día conocemos.

Podemos ver, entonces, que los estudios culturales se han visto marcados
por la tensión entre recuperar la cultura popular, como expresión de las masas,
para otorgarle voz a los marginados, y por otra parte viendo el estudio de la cultura
de masas como una imposición ideológica opresiva. Para Culler, es importante
estudiar la cultura popular, porque nos pone en contacto con lo básico, lo corriente
y lo común. Sin embargo, también es importante resaltar el impulso de mostrar
cómo las fuerzas culturales nos manipulan y nos transforman. Como ejemplo,
tenemos los anuncios publicitarios, que se dirigen a nosotros como consumidores
que valoramos determinadas características, los que nos convierte en sujetos
determinados, bajo un fin concreto, que buscan un final exacto. Entonces, los
estudios culturales parten de la base de observar en qué medida nos manipulan
las formas culturales y en qué medida podemos usarlas para otros propósitos,
utilizando nuestra responsabilidad.

Por ende, los estudios culturales viven en la tensión que surge entre el
deseo de analizar la cultura como un conjunto de códigos y prácticas que alienan
al pueblo a ciertos intereses y deseos, y entre la necesidad de encontrar en la
cultura una forma de expresión auténtica y valiosa. En consecuencia, numerosas
investigaciones culturales se han enfocado en cómo la identidad se forma, de
transmite y se experimenta, mediante las minorías étnicas, que suelen no
identificarse con la cultura mayor, construyendo una ideología cambiante.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la literatura? Construir una relación
entre ambos puntos sigue siendo complicada. Sin embargo, los estudios culturales
no están comprometidos a repudiar a los estudios culturales. Por contrario, estos
surgieron de la aplicación de técnicas de análisis literario a otros materiales
culturales, lo que permiten que la literatura se estudie como una práctica de
cultura singular, colocándolas en relación con discursos de otro tipo. Entonces, la
unión entre ambos estudios siempre será favorable, ya que intensifican el estudio
de la literatura como un fenómeno cultural e intertextual complejo.

La relación entre los estudios culturales y los literarios se puede englobar


en dos grandes puntos: el canon literario y los métodos más adecuados para el
análisis de los objetos culturales.

Como ya vimos, el canon literario se compone de obras que se suelen


estudiar en ámbitos literarios, con el fin de juzgarlas a partir de determinados
criterios. Ahora bien, el mismo ha ganado nuevos focos a partir de los estudios
culturales, ya que se ha abierto una nueva puerta para leer a las grandes obras.
Ahora, se analizan las grandes novelas desde perspectivas modernas,
proporcionando nuevos contextos y aumentando la diversidad de temas a tratar,
alejados de lo tradicional e impulsando nuevos métodos. En consecuencia, el
desarrollo de los estudios culturales ha expandido el canon literario. Esta unión
permite incluir obras y colectivos históricamente marginados, para estudiarlos
integrados a lo tradicional o como un nuevo ente separado, que de pie a un nuevo
análisis.

Sin embargo, esto ha traído como consecuencia múltiples preguntas: ¿se


han puesto en peligro las tradiciones literarias?, ¿las obras se escogen por su
excelencia literaria o por su representatividad cultural?, ¿la selección de obras se
ha desviado a lo políticamente correcto en vez de a criterios específicamente
literarios? Podemos encontrar múltiples respuestas, pero resumamos un poco: La
excelencia literaria nunca ha determinado qué se debería estudiar, como
profesores no escogemos las obras más representativas, de acuerdo a un género
o un período literario, considerando que son las mejores. Lo novedoso consiste en
elegir obras que representen una variedad de culturas, además de reflejar formas
literarias.

Por otra parte, la excelencia literaria no va subordinada a criterios de raza y


sexo, ya que las experiencias de un cierto colectivo menor son consideradas
particulares, mientras que las de una fuerza mayor se consideran universales. Por
último, el concepto de excelencia literaria es cuestionable, pues la misma va ligada
a la percepción e, inevitablemente, la misma se conjuga con la cultura y cada
quién encontrará motivos dignos de estudio, según cual sea su caso.

Ahora, veamos los distintos métodos de análisis, que conjugan la literatura


con la cultura. Cuando los estudios culturales se desligaron de los literarios, se
aplicó el método de análisis literario a nuevos estudios culturales. Uno de ellos,
explicado por Culler, parte de que existe una totalidad social y que las formas
culturales son su expresión o síntoma, de manera que analizarlas es trazar su
relación con una realidad social de la que derivan, que a su vez es aplicable a la
literatura si se suspende la alerta ante los detalles de la estructura narrativa y las
complejidades del significado, sustituyendo estas por un análisis sociopolítico, en
una especie de interpretación sintomática. Por ende, el análisis de significados
múltiples, la intervención del lenguaje, la imaginación y el interés por conocer
cómo se genera y estructura son disposiciones que pueden considerarse en otros
fenómenos culturales, alejados de la literatura, aunque partan del análisis de la
misma.

También es necesario delimitar los objetivos de lo anteriormente definido.


En los estudios culturales se suele partir de la base de que su trabajo logrará una
intervención, más allá de una somera descripción. Deben suponer una diferencia,
pues esa es la idea. Además, históricamente la idea de estudiar la cultura popular
ha estado siempre ligada con el fin de convertir el trabajo propio en una
intervención que produzca un cambio. En consecuencia, se cree que los estudios
culturales deben ser radicales, pero los mismos pueden ser activistas o pasivos, lo
que desata una nueva polémica sobre la relación entre ambos estudios que,
sobretodo, van en contra del elitismo y la creencia de que la inclusión de la cultura
popular acabará con la literatura.

Esto nos lleva a separar dos grandes pasos que hay que llevar a cabo: Un
primer momento que lleva a estudiar el valor de estudiar cualquier tipo de objeto
cultural, partiendo de la argumentación, estableciendo comparaciones y tomando
como válido todo aquello que se considere cultura; y un segundo momento en el
que se evalúen los métodos de análisis, aplicables a los objetos culturales, como
plantear las ventajas y desventajas de diferentes formas de análisis que puedan
considerarse verdaderas. Entre ellos, destaca la apreciación apreciativa, ligada a
la literatura, y el análisis sintomático, ligada a la cultura, que pueden combinarse y
utilizarse en ambas disciplinas, pues la lectura atenta de textos no literarios no
requiere necesariamente de la valoración estética del objeto, así como realizar
preguntas culturales a un texto literario no lo cambia. En conclusión, la literatura
forma parte de la cultura. Por ende, los estudios culturales son perfectamente
aplicables a las obras canónicas o no, y viceversa.

 Literaturas postautónomas.

Partiendo de los postulados de Josefina Ludmer, hay cierto tipo de escritos


que no admiten una lectura literaria, es decir, no se sabe y ni siquiera importa
si son o no literatura, mucho menos si son realidad o ficción. Las mismas se
instalan en una localidad y en una realidad cotidiana para “fabricar presente”,
siendo este su sentido.

Es sabido que muchas obras atraviesan el límite de lo literario y quedan


atrapadas en la frontera, como si estuvieran en éxodo. Sin embargo, tienen el
formato de libro, se incluyen en algún género literario y se definen como
literatura. Aun así, no se les puede leer con criterios literarios, como estilo,
escritura, sentido, etc., porque carecen de sentido, porque son y no son
literatura al mismo tiempo y se les denomina literaturas postautónomas.

Las mismas se fundan en dos grandes postulados contemporáneos: El


primero es que todo lo cultural y literario es económico y viceversa; y el
segundo es que la realidad es ficción y viceversa. Esto se debe a que estas
escrituras postautónomas no sólo atraviesan la frontera de la literatura, sino
también de la ficción, quedando atrapadas entre los dos extremos. Y sucede
que logran reformular la categoría de “realidad”, porque si bien no se las puede
leer como un realismo absoluto, tampoco se pueden considerar escrituras
inverosímiles, ya que toman forma de testimonio, autobiografía, crónica, diario
e incluso etnografía, porque las mismas se adentran a la realidad, fuera de la
literatura, y se van a lo cotidiano, fabricando el presente con el día a día, en el
mundo moderno. Por ende, es una realidad que no quiere ser representada
porque ya es una pura representación, compuesta con palabras e imágenes en
distintos grados, interiores y exteriores a un sujeto, que potencian lo virtual, lo
mágico y lo fantasmático.
Entonces, la realidad cotidiana de las escrituras postautónomas exhiben
todos los realismos históricos, sociales, mágicos, costumbristas, surrealistas y
naturalistas. Fusiona todo lo pasado para construir una ficción del presente,
que es la hiperrealidad, alejada de lo clásico y lo moderno, sin oposiciones,
porque todo sucede.

Su fin es mostrar la idea y la experiencia de una realidad cotidiana que


sobrepasa los límites. En ella, no se opone el “sujeto”, con la “realidad
histórica”, ni tampoco la “cotidianidad” se opone a un “fin”: no ocurre como en
los grandes clásicos latinoamericanos, como por ejemplo ocurre en El otoño
del patriarca, del Gabriel García Márquez, donde se trazan fronteras palpables
entre lo histórico, tomado como real, y lo literario que viene a ser símbolo, mito,
alegoría o momentos de subjetividad, produciendo una tensión entre ambos
extremos, que produce la ficción y que vuelve a la realidad histórica un mito,
cosa que se ha quedado de lado con la literatura postautónoma.

Esta nueva propuesta tiene una lógica interna, que le permite definirse y
regirse por sus propias leyes, con críticas y enseñanzas particulares, en
relación con otros puntos culturales. Se tiene como base la autonomía y la
autorreflexión, para poder leer y cambiar a la literatura desde ella misma,
desdibujando los límites anteriormente trazados.

Estas escrituras del presente, que han atravesado la frontera literaria,


terminan con las clasificaciones y géneros, abriendo paso a nuevas literaturas,
híbridas y escritas entre dos mundos distintos, en pro de acabar con las luchas
internas por el poder literario y por la definición de las mismas. Por ende, existe
una gran diferencia entre la literatura del siglo XX y la escrita en nuestra
contemporaneidad, ya que se pierden, voluntariamente, atributos y
especificidad literaria, perdiendo así el valor anteriormente otorgado.

Las escrituras postautónomas pueden mostrar o no sus marcas literarias y


los tópicos que marcaron su autonomía, como por ejemplo las relaciones
especulares, la metaliteratura, el narrador como escritor y lector, los
paralelismos, paradojas, citas, referencias, etc. Bien pueden ponerse, o no,
dentro de la literatura y seguir ostentando los atributos que la definían antes,
como una literatura total, y eso no cambiará su estatus postautónomo. Cual
sea el caso, estos nuevos métodos plantean el problema del valor literario,
pues todo depende de cómo se tome hoy o de desde dónde se lea, lo que
puede llevar a un cambio que nos lleve a otras maneras de leer o simplemente
a una negación, que siga trazando el límite entre literatura o no literatura, o lo
bueno y lo malo.

En conclusión, las literaturas postautónomas salen de la literatura y entran


en un medio real, donde todo lo que se produce afecta de manera social,
pública y real. Es decir, es un tipo de trabajo social donde no se mide la
realidad o la ficción, fabricado a través de una gran imaginación, que cuenta
las vidas cotidianas, las experiencias comunes y la realidad en ciertos
territorios, tomando siempre como punto de partida el lugar donde el lector se
sitúa, sin opuestos, autores o demasiado sentido, puesto que la narrativa
contemporánea ya no se escribe con la intención de registrar lo que puede ser
olvidado, ni tampoco con el deseo de dar testimonio de lo ocurrido con lujo de
detalles, sino que se hacen con el fin de constatar una manera de vivir el
presente, a través de una imaginación pública, que no posee límites y la que
sólo se construye en presencia, fuera de los estereotipos, ya que lo que pasa
es parte de una realidad-ficción particular, inestable y mutable, que no se
parece en nada a lo que ya se escribió.

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