J ean -P au l C o u jo u
Institut Catholique de Toulouse/Lycée Fermat
*
Traducción de Philippe Rabaté para el texto del artículo y las citas en él contenidas.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
un bien y cualquier bien es la obra de Dios; ésta se puede identificar a la vez con el Ser y
el Bien supremos, perteneciendo todo defecto al No-Ser, del cual todo lo que no es Dios
toma su origen: ¿cómo cabe pensar entonces la constitución de la realidad en su
totalidad para que haya en su seno un modo de ser como la libertad? ¿Y en qué debe
consistir la realidad para que el hombre pueda concebirse en ella como el autor de sus
actos y seguir siendo libre? Así, reflexionar sobre el modo de ser específico implicado
por la libertad significa interrogar otros modos de ser como la causalidad, la necesidad,
la contingencia y la posibilidad dentro de una problemática dominada por la lógica de
las naturalezas corruptibles y de la voluntad falible.
«Situamos —escribe San Agustín refiriendo las palabras de Pelagio— el poder en la
naturaleza, el querer en el libre albedrío, y el ser en la ejecución. El primer elemento, o
sea el poder, depende propiamente de Dios que se lo otorgó a su criatura; pero los otros
dos —es decir, el querer y el ser— deben ser relacionados con el hombre ya que
proceden de su libre albedrío» 1. Si nos referimos a esta cuestión de la libertad de la
voluntad, ésta se articula —de manera conforme con esta tripartición especificada en el
De libero arbitrio— con el problema de la existencia del mal y con el estatuto social
concedido a la voluntad buena por la cual deseamos vivir con rectitud y honor y
alcanzar la sabiduría suprema, constituyendo la voluntad buena un bien que se posee
con solo quererlo.
Cabe subrayar que la fórmula liberum arbitrium queda traducida de manera algo
empobrecida por la expresión «libre albedrío». Esta señala precisamente en la obra de
San Agustín el poder de decidir o de elegir libremente, no entre el bien y el mal, sino
entre un bien superior y un bien inferior2. Somos libres precisamente porque podemos
aceptar una cosa rechazando otra al mismo tiempo, lo que equivale a elegir. El libre
albedrío es la elección que se ejerce en función de motivos: no podría ceñirse a la
libertad de acción y requiere además la libertad de juicio. Cuando se considera por
ejemplo la caída de una piedra, esta no se efectúa sin causa; sin embargo la piedra cae
sin motivo precisamente porque no tiene libre albedrío. Si consideramos a un animal
desprovisto de razón, es de cierta manera un ser libre de movimiento o de acción, pero
no libre de juicio.
Según esta perspectiva, entendemos que si las acciones del hombre distan mucho de
coincidir siempre con lo que deben ser, se puede imputar la responsabilidad de ello a su
voluntad; si la criatura razonable es libre, es precisamente porque es capaz de actuar
mal. Por lo tanto, ¿cómo pudo Dios en su perfección dotarnos del libre albedrío y, así,
de una voluntad capaz de actuar mal? En conformidad con la doctrina agustiniana,
Dios, como ser infinitamente bueno, no es el autor del mal y sin embargo el mal existe y,
más peculiarmente, el mal moral. ¿Cómo dar razón entonces de lo que parece carecer de
ella? Según San Agustín, «queda que la única cosa que hace del espíritu el criado del
deseo, es la voluntad propia y el libre albedrío»3. El ánima pensante que se convierte en
el esclavo del apetito sensual sufre un doble castigo. Primero, durante esta vida terrenal
durante la cual no hace sino errar en la incertidumbre e ir, por este mero hecho, de
1
San Agustín, La gracia de Cristo y el pecado original, I, iv, 5, p. 804.
2
San Agustín, Del libre albedrío, II, 53, pp. 208-209.
3
San Agustín, Del libre albedrío, I, xi, p. 129.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
4
San Agustín, Enchiridion, IX, 30, p. 246.
5
San Agustín, Del libre albedrío, III, i, 1, p. 213.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
Conforme con esta herencia agustiniana, el problema del bien y del mal en Suárez
sólo encuentra su solución en el examen de las condiciones de posibilidad de la praxis
humana y del estudio crítico de la intencionalidad de la acción y de su articulación con
los motivos de actuar. Exige que volvamos a pensar la relación que mantiene el hombre
como ente razonable, finito y libre, con su acción6. Cualquier ente finito produce
efectos; ejerce como tal efectos adecuados o no con los demás entes. El principio de
causalidad eficiente implica que haya una dependencia del efecto con relación al agente;
representa el principio primero a partir del cual se produce una acción7. Esta causa es
extrínseca, contrariamente a las diversas causas formales y materiales, ya que no
transmite al efecto su ser propio e individual sino un ser diferente que nace de él por
mediación de la acción8. Se identifica por lo tanto con un principio extrínseco que
comunica el ser a un efecto mediante una acción.
El establecimiento de la diversidad de los tipos de causalidades eficientes resulta
necesario para evitar cualquier empleo impropio de la noción. Suárez enumera las
siguientes: 1) la causalidad eficiente por sí misma y por accidente, 2) física o moral, 3)
principal o instrumental, 4) unívoca o equívoca, 5) primera o segunda. El problema de
la acción humana tiene que entenderse a partir del análisis del segundo tipo de
causalidad eficiente. La causalidad física se identifica según su comprensión extensiva9
con la causa que influye realmente en el efecto. De la misma manera que el término de
naturaleza puede —según los casos— designar la esencia, se califica a veces de
«influencia física» lo que se produce por la mediación de una causalidad real y esencial.
Así, se podrá decir que Dios es causa física cuando crea, y lo mismo para el intelecto
cuando produce la intelección, y la voluntad el querer 10.
Por lo que a la causa moralmente eficiente respecta, es posible considerarla según dos
modalidades. En primer lugar, se identifica con una causa moral por el mero hecho de
que actúa libremente; se trata de una causalidad por libertad. Según esta modalidad, la
causa moral se distingue de la causa física que implica una acción natural y necesaria.
Cuando se postula que la libertad ama libremente, esto significa que representa la causa
verdadera y física de su amor del que es, sin embargo, la causa libre. En segundo lugar,
la comprensión de la causa moral como radicalmente distinta de la causa física remite a
una causa que no es verdaderamente producida por sí sino que implica la imputabilidad
del efecto11. La causa moral sólo tiene sentido porque supone el poder y el deber de
cumplir una acción, o sea, la posibilidad física de conformarse o sustraerse a una
obligación o a un mandamiento.
Para Suárez, la causa física ha de entenderse como el origen de la producción de los
efectos, y la causa moral como la que produce implicando una imputación. Desde el
punto de vista metafísico, solo la causa que produce según una modalidad física puede
constituir la causa esencial. La causa que produce moralmente, considerada desde el
6
Suárez, De legibus ac Deo legislatore, II, 8, n. 4; III, 1, n. 12.
7
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XVII, 1, n. 6.
8
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XVII, 1, n. 6.
9
Lo que significa que no se entiende aquí como la causa corpórea o natural que actúa por la mediación
del movimiento corpóreo y material.
10
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XVII, 2, n. 6.
11
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XVII, 2, n. 6.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
punto de vista físico, será una causa accidental. Eso quiere decir que la causa moral, por
ser físicamente accidental, no constituye un objeto posible para la ciencia física. El
examen de la causa moral pertenece a la ciencia moral y no a la metafísica. Por lo tanto,
la causa física puede poseer dos modos de acción: natural o libre, necesario o
contingente. El modo de acción del ente finito, a causa de su estatuto ontológico
específico, remite a la esfera de la causa eficiente creada. En la naturaleza, numerosas
causas creadas producen efectos según una modalidad necesaria. Por experiencia, es
manifiesto que el sol alumbra necesariamente y que el fuego quema12. La idea de
causalidad necesaria supone la conjunción de la totalidad de las condiciones exigidas
para la realización de una acción. Todas las causas que actúan sin el uso de la razón
obran por necesidad.
Desde el punto de vista antropológico, conviene determinar entonces si el apetito
sensitivo del hombre implica una acción por libertad o por necesidad. En realidad, sólo
es legítimo concebir una presencia de la libertad en el apetito sensitivo del hombre en la
medida en que existe una participación de la razón en los pensamientos humanos. El
fundamento de la libertad estriba en realidad en el uso de la razón. Es la ausencia de este
uso la que da lugar a la privación de la libertad y, por lo tanto, expresa la necesidad de
la acción. Los entes o las facultades que, por naturaleza, están determinadas en su modo
de acción se hallan, por ser imperfectas, en la imposibilidad de dominar sus operaciones.
En cambio, la indiferencia en la acción, o sea su indeterminación o ausencia de sumisión
a la necesidad natural, tiene «como origen intrínseco y adecuado la extensión de la
facultad racional»13. El acto libre es por lo tanto la expresión del poder de
autodeterminación de la razón o la manifestación de un poder que escapa a la
causalidad natural. Lo propio de las causas naturales es que son un obstáculo por su
resistencia o su acción contraria. Sin embargo, no tienen el poder de modificar la
naturaleza respectiva de los entes o de aniquilar las propiedades intrínsecas de las cosas.
En lo que se refiere a la causalidad por la libertad, se afirma según la tradición
heredada de la filosofía moral —principalmente tomista—, que la voluntad sólo es capaz
de actuar si es movida y determinada efectivamente por el intelecto. La voluntad
representa en realidad una potencia ciega, así como la causalidad necesaria; sólo
produce el acto al ser dirigida por el intelecto. Esta perspectiva resulta ser, sin embargo,
insuficiente para dar cuenta de la causalidad racional por la libertad. Para que la
relación entre la libertad, la razón y la necesidad resulte inteligible, conviene proceder a
una elucidación semántica de los conceptos. Desde un punto de vista dialéctico, el
término «necesidad» señala lo que se opone al mismo tiempo a lo imposible y a aquello
que posee la posibilidad de no existir14. La necesidad refleja, según esta orientación, una
imposibilidad lógico-ontológica. Sin embargo, el término «necesario» se opone también
al término «voluntario». Para que una acción sea designada como necesaria, no basta
con que no pueda ser realizada sino que es necesario precisamente que sea no-
voluntaria. Esta característica se expresa según dos modalidades: negativamente o por
contrariedad. Según la primera modalidad, se llamarán necesarias las acciones de los
12
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 1, n. 1.
13
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 1, n. 13.
14
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 2, n. 8.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
15
Suárez, Disputationes Metaphysicae, I, 6, n. 3.
16
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 1, n. 9.
17
Véase por ejemplo la crítica de San Agustín en Confesiones, IV, 3.
18
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 2, n. 12.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
19
Suárez recoge la argumentación de Tomás de Aquino, Suma teológica, I, Q. 83, a. 1, ad 1, 2, 3, 4, 5.
20
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 2, n. 15.
21
Tomás de Aquino, Suma teológica, I, Q. 83, a. 1.
22
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 2, n. 17.
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él. Por lo tanto, cada individuo puede ser entendido a partir de su capacidad para
afirmar su querer, o para expresar su propio querer, de manera proporcional a su
esencia de ser finito.
Se puede reconocer, pues, que la necesidad material, según una modalidad indirecta
—por la mediación del cuerpo y de las afecciones humanas23— pesa sobre las decisiones
humanas. A pesar de esto, el poder de la voluntad libre siempre puede vencer las
inclinaciones humanas. La eficacia política y social del temor al castigo está ahí para
recordarlo. Como intelecto, el ente razonable es libertad y su responsabilidad es total. Es
siempre con respecto a lo que no ha sido elegido —la necesidad material— como el
hombre elige. La responsabilidad y la libertad de la voluntad expresan precisamente la
imposibilidad de reducir la causa de los acontecimientos del mundo a una causa
necesaria. Si no depende del hombre, por su propia naturaleza, el vivir fuera de toda
sociedad política, en cambio depende de él el organizar la sociedad política de tal suerte
que pueda ser una condición de la realización de su esencia de hombre.
La historia encarna asimismo la universalidad de una causalidad racional irreductible
a toda causalidad necesaria; traduce un hecho colectivo en la duración que resulta
ininteligible a partir del modelo de la causalidad necesaria. Por lo tanto, la historia
revela el modo de ser de la humanidad como un modo de ser libre y responsable que se
puede separar del modo de ser de los entes naturales. Este movimiento de
autonomización de la razón que se manifiesta en el uso de la libertad es inseparable de
un proceso de individualización del hombre como ser social. Desde el punto de vista
práctico, la experiencia de la libertad y de la responsabilidad hace del ente razonable un
ser irreductible a cualquier otro ser. Esta posibilidad de individualizarse, o sea de hacer
de cualquier ser razonable un ser, es constitutiva de la humanidad. La libertad es
precisamente en Suárez el momento en el que la esencia real se exterioriza como
existente. La historia reproduce en efecto este principio ontológico desde el punto de
vista colectivo y en la duración. Así, la existencia del ente razonable es inseparable del
proceso ontológico de la individuación que representa la realización de la
exteriorización de la esencia en la duración por la mediación de la libertad.
Si el intelecto se identifica con el poder de pensar por sí mismo, la libertad,
analógicamente, se asimilará con el poder de comenzar y de actuar por sí mismo. Es, por
lo tanto, indisociable de la construcción de un devenir humano del hombre, a quien
permite pensarse como fundamento primero y fin de sus actos. Así, el orden que
estructura la existencia comunitaria ya no expresa un orden anterior a la libertad del
querer y a la convención: sólo existe como creado por la libertad humana. Al disociar el
orden de la naturaleza —que se manifiesta por la causalidad necesaria y material—, del
orden humano del vivir en sociedad como revelación de la causalidad racional, Suárez
presupone la humanidad del hombre a partir de una realización en el tiempo. La
experiencia de la libertad es la marca concreta de la separación entre el hombre y la
naturaleza; hay otro comienzo posible: el que produce el hombre. El principio fundador
de esta separación es precisamente la naturaleza humana que no tiene nada de natural
en cuanto consagra el advenimiento del orden humano, y no la mera repetición de un
orden preestablecido. El arraigamiento del hombre en la cultura, y su realización en la
23
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 2, n. 17.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
historia, muestran que la libertad revela un orden dado por la razón, en la inmanencia
de la interioridad.
La experiencia interior de la libertad funda asimismo la conciencia de la pertenencia
a la humanidad. Por la libertad de su querer, cada uno se descubre esencialmente
humano como comienzo por sí mismo. Cada uno encuentra en sí mismo la posibilidad
de hacerse humano, es decir, de afirmar su autonomía de ente racional, su
individualidad, para actuar humanamente en un mundo humano en constitución. El uso
que cada uno puede hacer de su libertad representa así la norma de su propia
humanidad, de la misma manera que el uso que puede hacer de su intelecto. Esta
experiencia es también universalizable; permite reconocer la humanidad en el otro y, por
lo tanto, establecer con él una relación de igualdad como seres racionales y autónomos.
El principio original de la acción libre se identifica para Suárez con la sustancia
espiritual24 o el alma racional. Si cada forma material produce efectos
independientemente de una inteligencia y de una razón y si, por consiguiente, su modo
de ser es puramente natural, por oposición, la forma que es el principio de la acción
libre sólo puede poseer un modo de ser espiritual. Este último constituye la norma no
natural de la humanidad del hombre. Ser libre para el hombre significa engendrar su
propia humanidad y revelar esta humanidad en este mismo engendrar, es decir en la
exteriorización de su autonomía como ser razonable y en la afirmación de la
individualidad de su existencia. El hombre, por ejemplo, se define creando normas no
naturales entre las cuales figuran la costumbre, la tradición y la cultura25, que son signos
históricos.
Para Suárez, es indisociable del juicio práctico el mandamiento práctico del intelecto
en función del cual se define el hecho para el individuo de dirigirse a sí mismo o a su
propia voluntad26. Suárez concuerda aquí con la tesis tomista27 según la cual el
mandamiento es un acto de la razón que presupone un acto de la voluntad. Hay
interacción entre los actos de la voluntad y de la razón en cuanto que la razón razona
sobre el querer y que la voluntad quiere razonar28. Por una parte, el mandamiento no
implica un movimiento independiente de cualquier orientación racional, ya que
prescribir lo que conviene hacer solo puede proceder de la razón. Por otra parte, la
voluntad, como sujeto, es el fundamento de la libertad, mientras que, como causa, este
fundamento es la razón. La orientación libre de la voluntad hacia diferentes objetos se
convierte en algo inteligible gracias a la posibilidad que tiene la razón de representarse el
bien de manera diferente.
En conformidad con la orientación de Suárez, el juicio práctico procede del acto libre
de la voluntad 29. Al consentimiento libre de la voluntad sobre lo que conviene hacer
sigue en el intelecto un juicio práctico. Así, como postula Tomás de Aquino, el intelecto
evalúa en un plano práctico lo que debe hacerse después de la elección efectiva de la
24
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 5, n. 2.
25
Suárez, De opere sex dierum, III, vii, n. 6 et n. 12.
26
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 6, n. 8.
27
Tomás de Aquino, Suma teológica, Ia -IIae , Q. 17.
28
Tomás de Aquino, Suma teológica, Ia -IIae , Q. 17, a. 1.
29
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 7, n. 12.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
30
Tomás de Aquino, Suma teológica, I a -IIae , Q. 17, a. 3: «De la misma manera que el acto de la voluntad
que emplea la razón para mandar precede al mismo mandamiento, así podemos decir que cierto mandamiento
de la razón precede a este uso de la voluntad; esto proviene del hecho de que los actos de estas facultades se
influencian recíprocamente».
31
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 10, n. 1.
32
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XIX, 10, n. 1. Véase Aristóteles, De la interpretación, I, 13.
33
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 1, n. 8.
34
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 1, n. 6-7.
35
Ser para una criatura significa, por la tanto, ser producido y conservado por el Ser en sí, o sea por Dios
o Ipsum Esse. Así, Dios incluye en su razón esencial la perfección integral del ente.
36
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXXI, 2, n. 1.
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37
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 1, n. 14.
38
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 3, n. 15.
39
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 3, n. 15.
40
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 3, n. 11. Hasta podemos pensar, añade Suárez, que «tal
nombre ha sido atribuido anteriormente al ser creado, antes de serlo al ser increado».
41
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXVIII, 3, n. 21.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
Referencias bibliográficas
42
Suárez, Disputationes Metaphysicae, XXXI, 9, n. 12.
CRITICÓN. Núm 111-112 (2011). Jean-Paul Coujou. Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío ...
Thomas d’Aquin, Saint, Somme théologique, ed. A. M. Roguet, Paris, Les Éditions du Cerf,
1984-1986, 4 vols.
COUJOU, Jean-Paul. «Los límites de la herencia agustiniana del libre albedrío en la comprensión
suareciana de la libertad de la voluntad». En Criticón (Toulouse), 111-112, 2011, pp. 153-165.
Resumen. La herencia agustiniana de la teoría del libre albedrío, tal y como se la reapropia Suárez (1548-
1617), deja traslucir, más allá de las cuestiones teológicas de la naturaleza y de la gracia, una orientación de la
interrogación metafísica sobre la libertad de la voluntad hacia una interrogación sobre la libertad política; esta
última encuentra su realización en la tesis de la democracia original.
Résumé. L’héritage augustinien de la théorie du libre arbitre, tel qu’il est remanié par Suárez (1548-1617), fait
apparaître par-delà les questions théologiques de la nature et de la grâce, une orientation de l’interrogation
métaphysique sur la liberté de la volonté vers la question de la liberté politique; cette dernière trouve son
aboutissement dans la thèse de la démocratie originelle.
Summary. The Augustinian's inheritance of free will’s as it is reworked by Suárez (1548-1617) makes
appearing, beyond theological questions of nature and sake, an orientation of the metaphysical interrogation
about freedom of will to the question of political freedom; the latter finds its result in the thesis of the original
democracy.
Palabras clave. Causalidad. Contingencia. Historia. Libre albedrío. Necesidad. Suárez, Francisco.
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ROMANCERO
EN EL QUAL SE CONTIENEN ALGUNOS SUCESOS
QUE EN LA JORNADA DE FLANDES LOS
ESPAÑOLES HIZIERON. CON OTRAS
HISTORIAS Y POESÍAS
DIFERENTES
Estudios de
Antonio Rey Hazas
Mariano de la Campa
Edición de
José J. Labrador Herraiz
Ralph A. DiFranco