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UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

Facultad de Humanidades, Departamento de Letras


Profesorado de enseñanza media en lengua y literatura, plan sábado
Literatura grecolatina

El mito y los orígenes de la literatura

Antes de que existiera la literatura el mundo era contado por el mito. Éste daba cuenta de esa unidad
esencial entre el hombre, la naturaleza y sus dioses. (…)

¿Qué hubiera ocurrido si un relato, en el que los hombres ni siquiera alcanzan a ser personajes
secundarios y, sin embargo, son el objeto del mismo, se hubiera contado desde el punto de vista de los
hombres? Si todo esto se hubiera contado desde el punto de vista de los hombres, ya no estaríamos
hablando de mito sino de literatura. La literatura es la expresión del hombre, aún en sus géneros más
fantásticos e imaginativos: el hombre es el centro de la invención literaria. En el mito, en cambio, los
héroes son los dioses: aunque sepamos que a través de sus acciones y las pasiones de los dioses es el
hombre quien habla de sí mismo, su papel en el mito es pasivo: el del destino sujeto a la voluntad de
los inmortales.

Digamos ahora que el mito es un relato fantástico cuyos protagonistas son seres maravillosos; una
antigua historia contada de generación en generación, en su origen sólo entre los iniciados y luego, en
cuanto ya no dice la verdad para el hombre, divulgada como un relato simbólico que ya no puede ser
interpretado literalmente.

Como dice Mircea Eliade, el mito “cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento primordial, el
tiempo fabuloso de los comienzos. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de
los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el cosmos, o
solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución.
Es, pues, siempre el relato de una “creación”: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a
ser. El mito no habla de lo que ha sucedido realmente, de lo que se ha manifestado plenamente. Los
personajes de los mitos son seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el
tiempo prestigioso de los comienzos. Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y desvelan la
sacralidad (o simplemente la “sobrenaturalidad”) de sus obras. En suma, los mitos describen las
diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado en el mundo”.

En el relato de Prometeo llama la atención el modo como recuerdan los primeros hombres el origen de
las artes: según el mito, no habrían adquirido tales saberes mediante la experimentación propia, sino
como un regalo divino. Nada en el mito es declarado como una hazaña del hombre, sino que todo es
debido, ordenado y administrado por los dioses. Era una forma de normatizar la vida en comunidad.
Pero las reglas no podían provenir de los mismos hombres, aunque estos escribieran las leyes que los
dioses no escribían. El orden era impuesto por seres sobrenaturales que representaban los poderes sin
forma de la naturaleza y que poco a poco se hacían parecidos a los hombres.

El mito tiene una función primordial: revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y actividades
humanas significativas: tanto la alimentación o el matrimonio como el trabajo, la educación o la
sabiduría”.
***
Tipos de mitos
Según su contenido, los mitos que tratan sobre el origen pueden clasificarse como teogónicos,
cosmogónicos y etiológicos. Los primeros aluden al origen de los dioses, dando cuenta de un orden y
un sentido del cosmos y de la vida. Los segundos son los que narran el origen del cosmos como
realidad natural, resultado de la participación de los dioses. Los últimos explican el porqué de las
actividades sociales fundamentales para el desarrollo de una sociedad, como la familia, el matrimonio,
los oficios, etc.
***
El mito pertenecía a una comunidad que no reconocía la individualidad o que, al menos, no expresaba
nunca a un solo individuo. Su función era explicar cómo debía funcionar ese mundo cerrado y
autosuficiente. Cuando aquel sentimiento común comienza a diluirse, a desvanecerse, es porque ha
llegado el momento de la existencia de la literatura.

Si retomamos la definición de Eliade: el mito es el relato de una creación (del mundo, de hombre, de
los astros, del cosmos) podría decirse, en cambio, que la literatura es el relato de la invención de lo
humano. Lo que va de la creación a la invención es lo mismo que separa el mito de la literatura.

La mitología no se crea, es el relato de una creación o, por lo menos, sus orígenes son los
suficientemente remotos como para alcanzar alguna vez al Creador que hubiere detrás de los mitos; de
ese misterio obtuvieron parte de su poder y su grandeza. La literatura, en cambio, tiene un creador, un
proceso de creación, que relatan una aventura, más o menos abstracta, del encuentro del hombre con
su humanidad, sus miserias y sus grandezas. Mircea Eliade lo dice de esta manera: “el hombre
moderno se estima constituido por la Historia; el hombre de las sociedades arcaicas se declara como el
resultado de cierto número de acontecimientos míticos”, que también constituyen una historia, pero
sagrada.

Sobre la idea de la invención de la literatura y creación es significativa la polémica que existe en torno
a la persona de Homero. En la famosa cuestión homérica, cierta crítica afirma que Homero no existió,
que sus obras son la suma de muchas voces poéticas que fueron creando y modificando un mito
original que las precede. Es otra la actitud de quienes defienden la existencia de un solo autor,
Homero. La polémica encierra, en el fondo, la doble perspectiva de aquellos que pretenden acercar los
poemas homéricos al mito y los que prefieren acercarlos a la literatura. Si Homero es la voz de muchos
poetas que repiten una tradición desde tiempos inmemoriales, estos poemas pertenecen más al mito
que a la literatura. No obstante, pensemos que Homero recogió y cantó una tradición que le preexistía:
aquella que habla de la época heroica de Grecia. Como sea, el puesto que ocupa Homero en la literatura
occidental, por ser el primero, comparte cualidades de estas dos realidades: el mito y la literatura.

Como un último elemento de comparación entre mito y literatura, está el problema de la forma, es
decir, el modo como es contado el mito y la manera como es escrita la literatura. La forma tiene que
ver no sólo con el legado intelectual que tiene el creador a la mano para forjar su obra, sino también
con las técnicas que puede utilizar. El mito es repetitivo: recordemos que permanecía en la memoria
de una comunidad que no conocía otros medios para reproducirlo, es decir, sin escritura. La literatura
diversificó no solo el relato del mito original, sino su lenguaje, es decir, el modo de contarlo y las
palabras con que se contaba, gracias a la escritura. Lo primero dio origen a los géneros literarios; lo
segundo, a las figuras.

La literatura le tema a la reiteración, por eso uno de sus valores es la originalidad. El mito, como se
dijo, sobrevivió gracias a esa repetición y no admitía la originalidad, es decir, la invención creadora de
un individuo.
La épica griega
De un sentimiento histórico proviene la estrecha relación entre el mito y la literatura griega, ya que el
hombre griego asume la historia que cuenta el mito no sólo como una historia sagrada, protagonizada
por los dioses, sino como parte de su propia historia cultural, política y guerrera. Es mucho, pues, lo
que los géneros clásicos le deben al mito. Y así como la literatura griega toma sus temas del mito y está
relacionada estrechamente con él, nosotros tomamos buena parte de lo que aún puebla nuestra
literatura occidental, nuestra historia, filosofía, ciencia… de aquello que los griegos nos legaron.
La Grecia de los tiempos de Homero (S. IV u VIII a.C) creía en la sucesión de cinco edades que
correspondían a los tipos de hombres que habían poblado la tierra, simbolizados por metales en orden
de valor descendente. La última, la más imperfecta de todas, a la que identificaban con su propia
sociedad, era representada por el hierro. La primera, la mejor y más lejana, por el oro; la seguían la
edad de plata y la de bronce. Hasta aquí los griegos no hacían más que seguir un viejo mito oriental.
Añadieron una cuarta edad, también de bronce, antes de la del hierro, que les servía de modelo para
oponer a la miseria y la degradación de la época en que les tocó vivir.

No les bastaba a los griegos, orgullosos de su humanidad, imaginar a los dioses como semejantes a los
hombres. Antropomorfizados, dejaron de ser fuerzas naturales y se convirtieron en hombres y
mujeres inmortales con poderes sobrenaturales: había que hacer a los hombres semejantes a los
dioses. Primero honraron una raza de semidioses, o hijos de un mortal y un dios; después elevaron la
grandeza de sus héroes mortales. Inventaron una manera de inmortalizar esta nueva raza: la épica es
la ambrosía de los grandes héroes, el canto de sus hazañas guerreras. La épica, esa extensa narración
en verso (más de 15 mil la Ilíada y 12 mil la Odisea) recoge la historia de aquella edad heroica. Los
griegos de la época de Homero no creían que él estuviera haciendo literatura; creían que los hechos de
que hablan sus poemas habían tenido lugar en un tiempo que les hacía verse a sí mismos como
herederos de sus antepasados.

En dos escenarios paralelos se manifiestan los acontecimientos que recuerda la épica: el mundo de los
mortales, quienes se alimentan de los frutos y animales de la tierra, y el Olimpo, lugar de los dioses,
que se alimentan de ambrosía. El mundo de los hombres es, para los dioses, ancho y peligroso. El
Olimpo les queda estrecho, viven en un eterno presente y quizá por eso salen de allí cuando son
invocados por los hombres, para entrometerse en sus asuntos.
Los dioses protagonizan, tanto como los humanos, el poema épico. Mientras, en el mito, los únicos
actores son los dioses y los hombres figuran como elementos decorativos, diminutos e insignificantes.
En cambio, el héroe de la épica eleva al hombre hasta la altura de los dioses.
La épica se componía en verso que se suponían emparentados con el verso en que hablaba el oráculo
de Delfos, que era como decir la voz del destino, o la voz del dios Apolo, quien era su portador. Era la
voz a través de la cual se garantizaba el destino, el hado, que no era un poder superior a los dioses
sino un orden. Estos versos, llamados heroicos, son conocidos como hexámetros.
El rapsoda o el aedo (el primero interpreta y el segundo, además, compone fragmentos épicos)
cantaba fragmentos sueltos acompañado por la música frente a un auditorio amplio, en varias
sesiones. De ahí el carácter cerrado y con sentido completo que tiene cada una de las rapsodias o
cantos. Ambos poemas están divididos en 24 rapsodias y utilizan fórmulas de lenguaje repetidas —que
podían intercambiarse de lugar en los versos del poema por su equivalencia métrica—, lo que facilita
la memorización del poema.
Se ha calculado que hay unas 25 expresiones de fórmulas, o de fragmentos de fórmulas, en las
primeras 25 líneas de la Ilíada. Aproximadamente la tercera parte del poema entero consiste en versos
o grupos de versos que se presentan más de una vez en la obra, y lo mismo ocurre en la Odisea.

***
El oráculo de Delfos

Para los griegos, el “ombligo” del mundo estaba en Delfos, en donde se habían encontrado dos águilas
que Zeus había soltado desde extremos opuestos de la Tierra. Allí se erigió una piedra llamada ónfalos,
“ombligo”, protegida por la serpiente Pitón. Apolo derrotó a Pitón y estableció allí su santuario, a
donde acudían gente de todas las ciudades griegas a consultar a la pitia.

***
La conservación de los manuscritos homéricos fue una ardua labor. Las primitivas tablillas de barro
debían copiarse a mano en rollos de papiro, pergamino o en pieles de animales, materiales que se
corrompían por el tiempo. A Bizancio se debe la conservación de los más antiguos documentos, a pesar
del incendio del año 476 antes de Cristo que destruyó varios manuscritos. El emperador Justiniano
mandó quemar varios; los iconoclastas destruyeron otros, así como los Cruzados. Y aún así, Homero
y otros clásicos sobrevivieron.

Fuente:
El anterior documento está compuesto por partes extraídas de la obra Literatura. Biblioteca de Humanidades para
todos, de Jineth Ardila Ariza (Colombia, Intermedio Editores, 2003).

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