CRIMEN Y PESQUISA
El género policial en la Argentina
(1870-2015): literatura, cine,
televisión, historieta y testimonio
Crimen y pesquisa : el género policial en la Argentina, 1870-2015 : literatura, cine,
televisión, historieta y testimonio / Setton Román ... [et al.] ; compilado por Setton Román ;
Gerardo Pignatiello. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Título, 2016.
254 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-3997-02-0
1. Crítica Literaria. 2. Estudios Literarios. I. Román, Setton II. Román, Setton, comp. III.
Pignatiello, Gerardo, comp.
CDD 801.95
Este libro fue publicado con fondos provenientes del proyecto “PICT 2014-
1005 Historia e historiografía de la literatura policial argentina”, dirigido por
Román Setton y financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y el
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
isbn: 978-987-3997-02-0
Agradecimientos 11
Introducción 13
Teoría y práctica
del policial en la literatura argentina
Documentos,
ed. de Horacio Campodónico y Román Setton
Agradecimientos
Introducción
I
No tengo más remedio que empezar con preguntas retóricas; por suer-
te, las respuestas se han tomado la molestia de ser retóricas también.
¿De dónde sale el armchair detective, quién lo condena a la comodidad
o a la incómoda inmovilidad? El bautismo técnico inaugural ocurre,
parece, en una historia de Sherlock Holmes, “El intérprete griego” (The
Greek Interpreter). Holmes no se refiere a sí mismo sino a su Doppelgän-
ger proyectado, genealógico, evasivo e incompleto, Mycroft. “Si el arte
de la detección comenzara y terminara de razonarse desde un sillón”,
le dice a Watson, “mi hermano Mycroft sería el mayor agente crimi-
nal de la historia” (684). La imputación, rara, dista de ser un elogio,
aunque finalmente se haya convertido en uno: es una consideración
acerca de los poderes del sedentarismo y la inmovilidad que precipita y
perpetúa vértigos del pasado y del futuro, desde el Pascal que advierte
acerca de la decisión voluntaria de excluir la interferencia del mundo
para garantizarnos la paz interior hasta Macedonio (Fernández), que
la considera un requisito para “resolver inmediatamente el enigma del
universo” (Borges: 61). De Maquiavelo a Mr. Teste, de Zangwill a Za-
leski, de Max Carrados a Nero Wolfe, de Macedonio a Isidro Parodi, el
confesionario del armchair no es un cautiverio. Dicen que Wittgenstein
era más extremo y que, para facilitar el pensamiento de sus invitados,
los invitaba a acostarse en el suelo.
De una manera directa también, Holmes ha decretado la enemis-
tad del armchair, su carácter adverso, su disidencia no del todo me-
todológica. Lo cierto es que la imperturbabilidad salomónica del de-
tective en el sofá exige una tramitación exhaustiva por parte del otro:
Archie Goodwin en el caso de Nero Wolfe, de incesante actividad no
exenta de quejas. De una manera menos violenta se reproduce –pero
no se calca– la relación angular del amo con el mayordomo –Phileas
Fogg y Passepartout (La vuelta al mundo en ochenta días)– o la del tío
18 Armchair // Sleuth. Decadencia no estudiada y caída presunta…
II
En caso de un error o una omisión iniciales, voy a responsabilizar de
estas hipótesis a mi pereza y a los cánones consultados: el formidable A
Catalogue of Crime (1971), de Barzun y Taylor y el índice de El Séptimo
Círculo, mientras Borges y Bioy dirigieron la colección. Ambos lle-
gan, aproximadamente, hasta las mismas fechas. Cuarenta años de falta
de actualidad afianzan el crédito –la creencia, la convicción– de que
estamos sobre territorio firme y seguro, sobre –podemos alardear– un
estrato consolidado y sin grietas, fiable desde cualquier punto de vista;
y que el tiempo, el lapso, el período avala una era.
Habría que advertir, sin embargo, que ambas fuentes remiten a la
amistad masculina, a una complicidad, que revela sin duda la conver-
sión de un binomio en una sociedad, si bien no decididamente criminal,
por lo menos delictiva.
La alianza de Borges y Bioy es de todos conocida; tal vez convenga
agregar algunas tentaciones de matiz que aporta la invención –o la apa-
rente invención– de un gusto común.
La de Taylor y Barzun es casi secreta, con una tendencia a la
asimetría aún más pronunciada. Una vez apagada o extinguida con
un soplo la ceremoniosa participación de Wendell Hertig Taylor, en
quien pueden sospecharse la honesta conjunción del ajedrez, el golf,
el bridge y algún premio literario, queda ante nuestros ojos la supre-
macía de Barzun.
Jacques Barzun, que murió en 2011, historiador irreemplazable,
dejó entre sus últimos aportes Del amanecer a la decadencia, un relato de
los últimos quinientos años de vida civilizada (?) digno de su sutileza,
su susceptibilidad y su tratamiento del detalle.1 Todos sus libros con-
tienen una consideración de las fuentes que Catalogue of Crime senci-
llamente exacerba, convirtiéndolo en una criatura digna de haber sido
imaginada por Borges, o de pertenecer a la biblioteca de Babel. Cierta
peculiaridad biográfica, a su vez, podría insinuar un atisbo de analogía
o, demos crédito a lo peor, una tentativa de venganza. En la universi-
dad de Columbia, en sus años de estudiante, Barzun fue condiscípulo
de George Hopley (1903-1968), relevante sobre todo en el mundo de
la literatura policial como Cornell Woolrich, conocido también como
1 Cf.: “El Sr. James, quiero decir el señor William James, el humorista que escribe
sobre psicología, no su hermano, el psicólogo que escribe novelas” (Barzun,
citado de: Anónimo, Pages from a Private Diary, 1899).
20 Armchair // Sleuth. Decadencia no estudiada y caída presunta…
III
Una de las lecturas más atractivas del Catálogo consiste en practicar el
demorado arte en serie, sucesivamente, no como si se tratara de un libro
de consulta, contra todas las previsiones obsesivas de Barzun y Taylor,
quienes, aparte de un manual de instrucciones, proveen de tres índices
Bibliografía
Borges, Jorge Luis. “Macedonio Fernández”. Prólogo con un prólogo de prólogos, en:
Obras completas, vol. 4. Buenos Aires: Emecé, 2007, pp. 60-70.
Doyle, Arthur Conan. “The Greek Interpreter”, en: Sherlock Holmes. The Complete
Novels and Stories. New York: Bentam Dell, 2003, 2 vols., vol. 1, pp. 682-701.
Barzun, Jacques y Wendell Hertig Taylor. A Catalogue of Crime. Edición revisada y
aumentada. New York: Harper & Row, 1985.
Barzun, Jacques. Del amanecer a la decadencia, 500 años de vida cultural en Occidente
(de 1500 a nuestros días). Madrid: Alfaguara, 2001.
23
O E
A B
D C
Evidentemente Borges sugiere que si se comete un primer crimen en
A, un segundo crimen en B, y un tercer crimen en C, a mitad de camino
entre los dos, el cuarto punto queda determinado en D, con la misma
claridad que los puntos norte, oeste y este apuntan al sur como cuarto
término. Es decir, que la serie A, B, C señala a D, a mitad de camino
2 Es interesante observar que dos de las ideas principales de este cuento tienen
antecedentes notables en novelas de Agatha Christie. La idea de una serie falsa,
concebida como una trampa, o un acto de ilusionismo, aparece ya en El misterio
de la guía de ferrocarriles, de 1936, donde el verdadero crimen planeado es el de
una persona con las iniciales CC, y se matan a personas aleatorias de nombres
AA y BB para instalar la hipótesis de una serie. Por otro lado, la penetración
del criminal en la estética del razonamiento del detective, para manipular su
búsqueda, aparece ya en Asesinato en el campo de golf, de 1923, donde el asesino
siembra la clase de pistas materiales que el detective Giraud (caricatura de
Sherlock Holmes y adversario en métodos de Poirot) prefiere buscar.
26 Series lógicas y crímenes en serie
A B
C D
En esta segunda solución, el movimiento es de avances y retrocesos.
En la primera solución el movimiento es únicamente de regreso al pun-
to A. ¿Por qué una sería preferible a la otra?
En realidad, en la historia principal, lo que le da “obviedad” al punto
ubicado en el sur es una información de contexto: el hecho de que los
tres puntos anteriores corresponden a lugares situados en el norte, oeste
y este. Esta información, recordemos, la suministra el propio criminal
en una carta, junto con un plano que le envía al comisario. Si el mismo
problema se planteara sin esta clave adicional, tendríamos como datos
únicamente la ubicación de tres puntos de la siguiente manera:
B C
2 4 8 16 ?
3 Este ejemplo tan ingenioso de los círculos para la serie 2, 4, 8, 16, 31 lo tomé
prestado para siempre de una reseña literaria de Marcus Du Sautoy.
30 Series lógicas y crímenes en serie
2. Tests de inteligencia
En alguna época los tests de inteligencia y de personalidad incluían
también series lógicas, en general de tres símbolos o figuras, que el
examinado debía prolongar en un casillero en blanco. Pero, otra vez,
aquí lo único que el examinador podría evaluar es el amoldamiento
del examinado a la continuación “media esperable” de acuerdo a cierta
edad, a cierta educación, a cierto medio social, a cierto entrenamiento
previo. En definitiva, se evalúa la coincidencia o desviación del pensa-
miento del examinado respecto de la solución prevista a priori como
única correcta por el examinador.
4. Educación
Pero ¿cómo podemos entonces aprender? ¿Cómo podemos estar se-
guros si aprendimos o no una regla, cuando la cantidad de ejemplos que
nos pueden dar, o que podemos exhibir en respuesta como prueba de
que verdaderamente entendimos, no permite inferir cuál es en realidad
la regla?
Y sin embargo, por otro lado, es un hecho que aprendemos algu-
nas reglas, a pesar de la paradoja de Wittgenstein. Aprendemos, por
ejemplo, la regla de multiplicar por dos (aunque Wittgenstein logra
convencernos de que ni siquiera podemos estar seguros de que sepamos
verdaderamente multiplicar por dos).
Wittgenstein explica el aprendizaje de una regla como un juego
del lenguaje, es decir un juego que sale del plano sintáctico donde es-
tán escritos los ejemplos (y que es insuficiente por sí solo para decidir
la interpretación correcta), y pasa al terreno del intercambio social a
través del lenguaje, donde se da a las reglas una interpretación privile-
giada, que tiene que ver con una norma. “Seguir una regla es análogo
a obedecer una orden. Se nos adiestra para ello y se reacciona a ella de
determinada manera” (1988: 205).
La educación en la regla es así una calibración sucesiva entre alguien
que ensaya y una figura de aprobador-reprobador, que juzga los ensayos
de la regla, hasta que se logra una sincronía lo bastante perdurable, de
manera que la regla-norma parece haber sido aprendida, porque la con-
cordancia se ha puesto a prueba suficiente cantidad de veces.
Bibliografía
Borges, Jorge Luis. “La muerte y la brújula”, en: Obras completas. Buenos Aires:
Emecé, 1989, t. 1, pp. 499-507.
Du Sautoy, Marcus. “Murder by Numbers”, en: The Guardian, 2005, disponible en:
http://www.guardian.co.uk/books/2005/feb/05/featuresreviews.guardianreview13.
[14/7/2016].
Eco, Umberto. “Lenguajes espaciales”, en: La búsqueda de la lengua perfecta.
Traducción: María Pons. Barcelona: Crítica, 1999, pp. 258-260.
Tasić, Vladimir. Una lectura matemática del pensamiento postmoderno. Traducción:
Guillermo Martínez. Buenos Aires: Colihue, 2001; especialmente cap. 9, pp.
183-199.
Wittgenstein, Ludwig. Observaciones sobre los fundamentos de la matemática.
Traducción: Isidoro Reguera. Madrid: Alianza, 1978; especialmente, parte VI,
pp. 255-297.
—. Investigaciones filosóficas. Traducción: Instituto de Investigaciones Filosóficas
de la Universidad Nacional Autónoma de México. México: Crítica, 1988.
35
ellos estaban huyendo, uno iba de frente y desde arriba del caballo,
mientras huían, te cagaban a flechazos. El cuento trata de una mujer
que, después de estar casada dos años con un tipo, con quien ahora
tiene un bebe de meses, descubre que ese hijo es igual al marido… y
que el marido es un desastre. Se llama Harold Key, como llave, y ella
se da cuenta de que va a tener un hijo que va a ser tan malo, arbitrario
y estúpido como el marido, entonces va al registro civil... “La flecha
del parto”. Va al registro civil con la nurse, ¿y qué hace? Registra al
hijo con el nombre de Don, y se toma el tren hacia el Oeste, y le deja
el hijo al marido, le dejó el donkey, Don Key, el burro. Ese es el primer
texto que publica Hammett, un chiste: el donkey, “La flecha del parto”.
Hay vocación literaria en Hammett. El primer texto y el último, una
novela que no publica, Tulip, que estaba escribiendo, pero no en 1961,
cuando muere, sino ocho años antes, y que no publica. Después, ya no
intentaba nada: Tulip es también otro texto increíble, de 1952 más o
menos; tampoco tiene nada que ver con el policial; es, en cambio, un
texto de reflexión, de reflexión sobre la literatura.
La literatura de Hammett legitimó la literatura policial como ob-
jeto de estudio de la academia. Es decir, hizo posible que la gente in-
teresada en la literatura en general se interesara por el policial; y esto
en la Argentina tiene un momento muy concreto, que va desde 1968
hasta 1975. No hace falta hacer un análisis sociológico ni histórico muy
concreto para darse cuenta de qué momento es ese, es decir, desde las
vísperas del Cordobazo a las vísperas de la última dictadura militar. Fue
un rebote. Nosotros le empezamos a dar pelota a la literatura policial
llamada negra, y a Hammett y Chandler principalmente; fue un rebote,
algo como una moda, un rebote francés, como tantos rebotes nuestros.
Es decir: el gesto del acercamiento de cierta opinión crítica al policial
norteamericano de los veinte hasta los cincuenta, ese segmento, tiene
toda la marca de haber sido el resultado de lecturas genuinas, pero tam-
bién de lecturas directas de críticos franceses. Hay otro fenómeno que
es parecido por ahí también: el de la historieta.
En el caso de la historieta, el operador, el brillantísimo operador,
fue Masotta; el gesto de Masotta de acercarse a la historieta, viniendo
del marxismo y de la lectura de Sartre, está vinculado con los críticos
franceses que llevan la historieta al museo. El mecanismo siempre es
el mismo: franceses que leen a los norteamericanos y los llevan a la
academia: los yanquis producen, los franceses analizan y nosotros reco-
gemos, en el cine también. ¿Cuál es la palabra? Negro, noir; el film noir
Juan Sasturain 37
autor. ¿Por qué Hammett fue Hammett para nosotros en aquella época?
Ya dije qué pasó a finales de los años 60: la reivindicación de la lite-
ratura norteamericana, o al menos poner el ojo generacional –nuestra
generación: desde Piglia hasta Gandolfo o Saccomanno; todos los que
entramos en ese paquete de los nacidos desde fines de los años 30 hasta
fines de los 40, todos los narradores, cuentistas y novelistas–. Piensen
en las Crónicas de Norteamérica publicadas por Jorge Álvarez. Es en ese
sentido un libro ejemplar. Nos enteramos bien de quién era Fitzgerald;
era la primera vez que aparecían nombres como Algren, que no tenía-
mos la menor idea de quién era; o James Purdy. Simultáneamente salen
las antologías de literatura policial negra. La otra cosa que confluye para
esto es que en la universidad, a fines de los años sesenta y comienzos de
los setenta, digamos la Primavera Camporista, en relación con los que
éramos del palo populista, si quieren –capitaneados por Aníbal Ford, por
el pesado Jorge Bernardo Rivera, el Pelado Romano y Lafforgue–, hay
toda una reivindicación de lo que se llamó “las literaturas marginales”,
que fue la primera vez que tuvieron espacio no en los textos habituales,
sino en los textos de kiosco.
¿Cuándo fue la literatura argentina al kiosco? Con Capítulo. ¿Qué
fue Capítulo? Capítulo fue la historia de la literatura argentina llevada
al kiosco por el Centro Editor. ¿Por qué el Centro Editor? Porque era
Spivacow. Spivacow venía de Eudeba; fue echado en la época de On-
ganía y funda el Centro Editor. Y no es casual que ahí empezaran a
aparecer ciertos conceptos que no aparecían ni de casualidad en nuestra
facultad. Esta tendencia en la facultad tuvo algún espacio a comienzos
de los 70, que habrá durado tres cuatrimestres, los tres cuatrimestres
que tuvimos para laburar, hasta que nos corrieron primero la Triple
A y después los milicos. En ese momento, entran por primera vez a
la facultad los géneros marginales –es una afirmación muy absoluta;
seguramente se puede matizar, pero viene por ahí–. Ese es el contex-
to general en que Ricardo Piglia publica la Serie Negra; de Hammett
puntualmente se publicó un solo texto, El hombre flaco, del que no ha-
bía traducción argentina. La difusión de Hammett para los lectores de
fines de los 60 y comienzos de los 70 se realizó a través de los libritos
de Alianza, unas traducciones hechas no sé cómo, pero muy bonitos
de ver; ahí está todo, ahí están las cinco novelas. ¿Cuál es la lectura de
Pigilia cuando se publica la Serie Negra?
En el primer volumen, que es una antología de cuentos policia-
les, aparece Emilio Renzi como traductor y prologuista y hay un texto
40 Hammett, el amigo americano
de Robert Louit, francés. Ahí se formula por primera vez –junto con
una antología del Centro Editor también, el circuito es muy coherente,
como ven, no son las grandes editoriales–, ahí se formula por primera
vez lo que tan bien ha sabido formular Ricardo: que en esa literatura,
la de Hammett, Chandler, McCoy, Cain, Thompson –aunque Thomp-
son no se había editado– se manifiesta ese vínculo inextricable entre la
violencia, el poder y el dinero, dicho muy groseramente. Esa literatura,
más allá de ser una literatura popular, es la que va desde los años 20 a
los años 50, desde Cosecha roja hasta El largo adiós, por ejemplo. Esa li-
teratura, sin otra pretensión aparente que el entretenimiento, con tipos
que escribían presuntamente para ganarse el mango, es una forma de
realismo crítico muy poderoso. Y además de eso, hay algunos autores,
como Hammett, que son escritores notables. Es decir, tienen concien-
cia del instrumento que utilizan, saben que la literatura está hecha de
palabras, y los casos más ejemplares en ese sentido son los habituales:
Hammett y Chandler, que son muy disímiles.
Hay una relación muy linda entre Chandler y Hammett, parecida a
la que hay entre Stevenson y Conrad –justo Stevenson muere en el 94,
cuando nace Hammett–. Sale Stevenson, entra Hammett. Stevenson
escribe y muere en el 94 y al año siguiente empieza a publicar Con-
rad. Conrad se baja del barco, se sienta, cambia de lengua y escribe.
Algo muy similar pasa con Hammett y Chandler; Hammett deja de
escribir, se baja, no puede más. Eso es un escritor, alguien que en algún
momento deja de escribir, que tiene conciencia de escritor. Alguien
para quien la literatura es un compromiso, para quien escribir es una
cuestión en la que está comprometido algo más que publicar todos los
años y ganar unos mangos. Ese esquema en algún momento se pincha,
sobre todo cuando ya tenés la guita. Hammett deja de escribir en 1932,
publica en 1934, y Chandler empieza a escribir ahí, publica “Los chan-
tajistas no matan”. Es un ejercicio de estilo. Había leído las revistas y
copia. Había intentado escribir otras cosas –las cosas que había escrito
son espantosas, los poemas de Chandler de muchacho son un horror–.
Entonces impostó una lengua que desconocía; se puso a escribir como
la gente de la calle, cuando él era un señorito de formación inglesa. Y
se puso a escribir porque estaba en la lona, en la época de la Depresión.
Se puso a escribir como las cosas que leía y que no debía leer, y salió lo
que salió, una cosa maravillosa, una maravilla total. Marlowe es Don
Quijote, no tiene nada que ver con Hammett. Hammett tiene cuatro
detectives o cuatro protagonistas: el gordo de la Continental, escrito
Juan Sasturain 41
Voy a hilvanar una serie de obviedades, a las que, por ser tales, no
siempre suele prestársele atención. Con respecto al tema de este volu-
men bien podemos decir de entrada que él es una clara y contundente
desmentida a las agoreras predicciones sobre la muerte del policial que,
pocos años atrás, circulaban con crédito favorable. Y en las que algu-
nos de nosotros incurrimos tonta o desesperanzadamente. En lo que
hacía a nuestro país, pero con una mirada no solo circunscripta a él,
advertíamos entonces: a) que habían desaparecido aquellos maestros
imbatibles del género, se llamaran Borges o Pérez Zelaschi, Castellani
o Walsh; b) que no había colecciones de relatos encuadradas en el gé-
nero, como las legendarias Rastros o El Séptimo Círculo, la Serie Na-
ranja, donde leímos a William Irish traducido por Walsh, o la Negra,
timoneada por Ricardo Piglia; c) que no figuraban ya en el mapa de
nuestras letras los concursos de cuentos policiales, como los promovi-
dos por la revista Vea y Lea, con excelente rating; d) que la serie de an-
tologías del género, iniciada memorablemente por Walsh en 1953 con
Diez cuentos policiales argentinos, había tenido una buena secuela, con
Yates, Bajarlía, Fèvre, Rivera, Ferro y otros, pero parecía haberse trun-
cado; y e) sin duda lo más grave: que de los textos clásicos, las famosas
novelas-problema, de filiación inglesa, no se veían ni las sombras, y de
aquellos que les siguieron, los negros o duros, apenas vislumbrábamos
escasos resplandores. Soriano, Piglia, Martini, Sinay, Tizziani, Mar-
telli y Urbanyi, entre otros, al parecer habían dado un paso al costado
o, para decirlo mejor y con puntualidad histórica, habían tenido que
exiliarse o hacer un prudente mutis, dadas las circunstancias nacionales
nada favorables a desarrollos e innovaciones, por cierto no solo en el
terreno de las letras.
46 Repensar el policial hoy en la Argentina
Fin de siglo
Es bien sabido que las dos modalidades predominantes del policial tu-
vieron su momento de mayor esplendor en la década de 1940, la inglesa
o clásica; y en el primer lustro de los 70, la yanqui o negra. Después,
con un cielo permanentemente encapotado, se produjo un profundo
bajón y cualquier conjetura se hizo posible (o imposible). Sin embargo
el tornado desatado por Chandler, Cain y compañía había calado con
fuerza en las nuevas camadas de escritores, y por tal efecto aparecieron
algunas buenas novelas en el exterior de argentinos exiliados. Recuerdo,
por ejemplo, Siroco de Vicente Battista, publicada en España en 1984,
y Luna caliente de Mempo Giardinelli en 1983 (Mempo batalló tam-
bién en México en publicaciones varias a favor del género negro, y al
año siguiente reunió esos artículos en un libro de igual título: El género
negro). Pero en nuestro país no todo era silencio y muerte. Al menos un
gran escritor surge por entonces con dos notables novelas: José Pablo
Feinmann con Últimos días de la víctima (1979) y Ni el tiro del final
(1982). Destaco sobre todo la primera, que dio lugar a una de las mejo-
res películas de Adolfo Aristarain y que, muy significativamente, lleva
un epígrafe de Hammett y otro de Borges.
Es que al promediar la dictadura algo comenzó a moverse en nues-
tra literatura, y el movimiento no solo se circunscribió a Piglia y Asís.
Con sus policiales Feinmann se ubicó en la línea de fuego. Pero, al caer
el gobierno militar y abrirse algunas compuertas saludables, como el
regreso de los exiliados, no todo o muy poco volvió a sus cauces ante-
riores. Aunque no faltaron intentos: en el rubro del policial predomi-
naron algunas apuestas para remover las cenizas del negro y encender
sus brasas, pero nada muy trascendente ocurrió. Y así transcurrieron
los 80, con idas y vueltas, sin una marcha firme hacia adelante, hacia
una instancia superadora o simplemente diversa. Si por esos años fuese
necesario recordar una oración fúnebre, no dudaría en mencionar la
lapidaria nota de Elvio Gandolfo en la revista Fierro, en julio de 1986:
“Policial negra y argentina: perdónalos, Marlowe, porque no saben lo
que hacen”, presentada como una simple serie de apuntes de lector.
Y así entramos en los años 90, fin de siglo y festejos posmodernos,
con igual paso incierto. Y lo digo sin vueltas porque ahora incurriré, y
pido disculpas, en la pura pedantería y autorreferencialidad. A fines de
1991, Juan Martini, escritor y editor de muchos quilates, entonces direc-
tivo del Grupo Santillana, me invita a pensar una colección de policiales,
emprendimiento que contaría con el aval del Grupo Clarín. Y así fue
Jorge Lafforgue 47
Sin respuestas
Pero antes de entrar a considerar la escena nacional en el ocaso del siglo
XX, echemos una rápida mirada allende nuestras fronteras. Primero en
el orbe de nuestra lengua, donde cabe destacar dos hechos: ante todo
la expansión del policial en tierra española, que corresponde al pos-
franquismo y bien de cerca a la etapa en que gobierna el PSOE (1982-
1996) y en la cual la figura estelar fue Manuel Vázquez Montalbán,
con La soledad del manager, Asesinato en el Comité Central y otros relatos
de la serie protagonizada por Pepe Carvalho; también sobresalieron
en esa expansión Andreu Martín, Juan Madrid y sobre todo Eduardo
Mendoza.
El segundo hecho, que nos atañe más de cerca, es la irrupción del
neopolicial latinoamericano, cuyo gran impulsor ha sido y es el astu-
riano radicado en México Paco Ignacio Taibo II, que sumó a algunos
cubanos, como el hoy encumbrado Leonardo Padura; también al chi-
leno Luis Sepúlveda y, según las nóminas expansivas, a muchos otros
exponentes del género, inclusive a escritores como Ricardo Piglia, que
sin duda manifestaría cierta incomodidad ante esta adscripción. Pese a
la heterogeneidad de los autores que lo integran, a veces sin autoriza-
ción expresa, y al desmedido autobombo que practica, hay que recono-
cerle al neopolicial su capacidad de intercomunicación, la de apuntalar
un movimiento que se proclama abarcador del entero continente: el
neopolicial se dice latinoamericano o, sin cortes, hispanoamericano.
Mientras esto ocurría en otros ámbitos de nuestra lengua, en la Ar-
gentina el reacomodamiento posdictatorial no había logrado superar
las apuestas de la variante negra. O sea, apenas habían surgido indicios
de revertir aquellos logros de los setenta. Con los equívocos que su-
pone fijar fechas en un proceso histórico, me atrevo a estampar 1997:
en junio de ese año aparecía mi antología de cuentos policiales antes
mencionada, donde confesaba que no veía elementos seguros para su-
perar la barrera del período negro. Casi como una corroboración o tal vez
encubierta desmentida, en noviembre de ese mismo año se publicaba
el Premio Planeta 1997: Plata quemada, de Ricardo Piglia, su novela
que mejor responde al amplio género novela, pero que, en particular,
Jorge Lafforgue 49
La nueva situación
Que dos de nuestros mejores narradores a la vez que agudos lectores
–Gandolfo y Gamerro– se hayan mostrado extremadamente críticos
frente a ese tan vapuleado como alabado género, que recorre la historia
íntegra de nuestra literatura manifiesta o sesgadamente, no debe sumir-
nos en la indiferencia pero tampoco en la adhesión a sus afirmaciones.
Puede que sea cierto el poco espesor literario de la mayoría de nuestros
textos chandlerianos, como dispara Gandolfo, o que, como postula Ga-
merro, los herederos de Conan Doyle y Chesterton hayan retomado
la delantera, aunque sin advertir la irremediable trampa que les tiende
nuestra realidad o, más concretamente, la realidad policial argentina.
Creo que tales críticos y el coro que los acompaña se equivocan
al hablar todavía hoy solo de textos clásicos y de textos negros como
únicas categorías, sin ningún agregado, variante o matiz. (De ser así nos
costaría mucho determinar en qué casillero incluir a un William Irish
o a un Simenon). Por otro lado, si bien es cierto que nuestro país fue
pionero y largamente encabezó la producción de ficciones policiales en
español, no debe amilanarnos ni deprimirnos que en distintos momen-
tos de la historia otras naciones muestren una mejor performance. En
cuanto a la corrupción de la policía, que mucho desasosiega a Gamerro,
para quien es una marca estrictamente nacional, me temo que también
caracterice a otras varias instituciones policiales del mundo.
Tiré antes el ancla en 1997 mirando hacia atrás; haciéndolo ahora
hacia adelante me detendré apenas un año después. En 1998 se publi-
can dos libros que establecen nuevos códigos de lectura para el género:
Las Islas, de Gamerro, y La traducción, de Pablo De Santis. Sobre la
primera volveré luego. La traducción, finalista del Premio Planeta, tuvo
Jorge Lafforgue 51
de entrada una muy buena recepción crítica y de público, tanto que dos
años después Planeta saca una cuidada edición con una guía de lectura
“especial para el trabajo en el aula”, o sea que ese texto se ha de difundir
a nivel escolar. Simultáneamente aparecía en España Filosofía y Letras,
también de De Santis. En ambas novelas los recursos del policial están
presentes en escenarios opresivos y fantasmagóricos, con un claro des-
plazamiento de la figura del detective tradicional. En el enigma de La
traducción, indica Adriana Narváez,
Por cierto no son esos dos los únicos textos vinculados al policial de
De Santis, quien ha incursionado también en la historieta, los guiones
de TV, el ensayo y la literatura para adolescentes (dentro de este rubro
El inventor de juegos ha sido llevada al cine por Juan Pablo Buscarini en
una imponente coproducción).
Vayamos entonces a otro personaje significativo de esta historia:
Guillermo Martínez, joven matemático bahiense que en 1989 debuta
con un excelente libro de cuentos, Infierno grande, y publica luego re-
gularmente (no solo textos narrativos, pues también ha incursionado
en zonas de las ciencias exactas, o en el cruce de estas con la literatura,
como en Borges y la matemática), y alcanza su mayor éxito en 2003 con
una novela policial clásica, Crímenes imperceptibles, que ha sido traduci-
da a treinta y cinco idiomas y fue llevada al cine por Álex de la Iglesia
en 2008 como Los crímenes de Oxford.
Una figura que ha alcanzado gran proyección mediática es Claudia
Piñeiro, en particular desde que ganó el premio Clarín/Alfaguara en
2005, con Las viudas de los jueves, llevada al cine por Marcelo Piñeyro.
Otras novelas de esta escritora también pueden encuadrarse en el policial,
si reparamos en ese arco narrativo que va de Tuya (2005) a su anteúltima
producción Betibú (2011), filmada por Miguel Cohan. Con una fluida
escritura, personajes bien definidos e incorporación de novedosos escena-
rios, esta autora ha sabido conquistar un vasto público (recordemos que
52 Repensar el policial hoy en la Argentina
Post scriptum
Museo del Libro y de la Lengua: los días 29 y 30 de mayo (2014)
participé en las Jornadas de Literatura y Cine Policiales en la Argen-
tina, organizadas por un grupo de jóvenes estudiosos de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA, dirigido por Román Setton. El evento se
caracterizó por una envidiable eficiencia: reunió a un público atento y
participativo; no faltaron los programas impresos; hubo proyectores, mi-
crófonos y demás elementos tecnológicos; los convocados concurrieron
en su totalidad (o casi, fue de lamentar la ausencia de Lila Caimari, por
justificados motivos personales) y la mayoría permaneció escuchando a
54 Repensar el policial hoy en la Argentina
Bibliografía
las barbas postizas, los pasajes, pasadizos y callejones, las casas con di-
ferentes salidas, los castillos, los detectives como superhombres.2 Rossi
ensalza de sus propios relatos, en cambio, la pobreza de movimiento y
la ausencia de episodios prodigiosos o sorprendentes. En el marco de
esta configuración del relato policial auténtico y realista, destaca a las
figuras más emblemáticas del policial en lengua inglesa y opone “el arte
de Pöe y las agradables distracciones de Conan Doyle” a los relatos “en
que han degenerado lastimosamente” (Rossi: I) estos cuentos admira-
bles y modélicos. La literatura policial argentina debería retomar esa
buena tradición inglesa, que él interpreta como una literatura realista, y
abandonar los elementos propios del folletín francés. Podemos advertir,
entonces, diferentes grados en la distinción entre el verosímil realista y
el verosímil del relato policial. Para Varela, el policial es realista; para
Rossi, en cambio, solo el sano policial de la tradición inglesa lo es; y De-
llepiane es el autor que con mayor fuerza remarca el carácter artificioso
del relato policial en general y a su vez exalta la tradición inglesa, pero
como una tradición cercana al cuento fantástico. En contraste con esta
literatura, presenta sus propios cuentos, provenientes de la experiencia
directa. Dellepiane fue comisario y ofrece sus textos como piezas de
verdad, trozos de vida, a diferencia de la artificiosa tradición del género.
3 En relación a los textos de Borges de esta época, cf. el texto de Leticia Moneta
incluido en este volumen, pp. 79-86.
64 Polémicas y textos programáticos tempranos…
Bibliografía
Borges, Jorge Luis. Borges en Sur (1931-1980). Buenos Aires: Emecé, 1999.
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Museo. Textos inéditos, ed. Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi.
Buenos Aires: Emecé, 2002, pp. 138-139.
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marzo de 1941); “La novela policial. Drama” (4 de mayo de 1941).
—. Le roman policier ou comment l’intelligence se retire du monde pour se consacrer
à ses jeux et comment la société introduit ses problèmes dans ceux-ci. Buenos Aires:
Éditions des Lettres Françaises/Sur, 1941.
—. Sociología de la novela. Buenos Aires: Sur, 1942.
—. “Rectificación a una nota de Jorge Luis Borges”, en: Borges, Jorge L. Borges
en Sur. Buenos Aires: Emecé, 1999, pp. 248-250n.
Caillois, Roger y Victoria Ocampo. Correspondance (1939-1978). Compilación e
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Kracauer, Siegfried. Der Detektivroman. Ein philosophischer Traktat. Frankfurt am
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1881.
Prieto, Adolfo. “Boedo y Florida”, en: Estudios de literatura argentina. Buenos Aires:
Galerna, 1969, pp. 29-55.
Rossi, Vicente (bajo el seudónimo de William Wilson). Casos policiales. Río de La
Plata (Córdoba): Beltrán y Rossi Editores, 1912.
Román Setton 69
Pedit de Murat– y ganó el Premio Municipal por sus libros Historias sin
importancia y El alma en el pozo.2
El libro Terror: cuentos rojos y negros (1935) incluye varios relatos
breves que responden a las características del género negro. Abordar es-
tos textos policiales nos permite, por tanto, arrojar luz sobre los inicios
de la vertiente dura del policial dentro de nuestra literatura nacional.
Aquí nos detendremos especialmente en los cuentos policiales que se
desarrollan en el ámbito rural o semirural: “Un bandido”, “Artículo 52”,
“Escalera real” y “Los tres suicidas”.
Estudiaremos los relatos, entonces, a partir de esta doble pertenen-
cia, al ámbito rural y al género policial negro, sin perder de vista que se
trata de textos que surgen en un momento en que el género se encuen-
tra en formación en nuestro país. Sus “reglas”, por lo tanto, no están en
absoluto definidas. Asimismo, cabe indicar la presencia en estos relatos
de rasgos de un segundo género o modalidad: el fantástico. Esta convi-
vencia invita a pensar la relación estrecha entre la modalidad fantástica
y el policial negro rural. El ambiente rural –sostenemos– fomenta un
grado de incertidumbre que aproxima estos relatos al género fantástico.
En principio, quisiéramos establecer cuál es la relación que los
cuentos mencionados tienen con el género policial. En todos encon-
tramos un delito y la causa de ese delito o el contexto que lo rodea está
estrechamente vinculado con problemas sociales concretos. El policial
de enigma, en su forma clásica, se desentiende de las cuestiones socia-
les incluso hasta volverse abstracto, esquemático. Falta por completo la
búsqueda de una causa social de los crímenes. Por el contrario, la novela
negra indaga esta clase de conflictos y los criminales están determina-
dos por problemáticas inscriptas claramente en la sociedad contempo-
ránea: conflictos vinculados con el dinero, la supervivencia, el ascenso
social, el deseo sexual.3
2 Entre los libros de Guillot se cuentan: Heroísmo civil; Historias sin importancia;
Cabildos coloniales; El alma en el pozo; La aventura del hombre; El vado; Terror:
Cuentos rojos y negros; y Paralelo 55° (Dietario de un confinado).
3 Al respecto señala Ricardo Piglia: “Lo que en principio une a los relatos de
la serie negra y los diferencia de la policial clásica es un trabajo diferente con
la determinación y la causalidad. La policial inglesa separa el crimen de su
motivación social. El delito es tratado como un problema matemático y el crimen
es siempre lo otro de la razón. […] El detective nunca se pregunta por qué, sino
cómo se comete un crimen y el milagro del indicio, que sostiene la investigación,
es una forma figurada de la causalidad. […] Los relatos de la serie negra (los
María Laura Pérez 73
thriller como los llaman en Estados Unidos) vienen justamente a narrar lo que
excluye y censura la novela policial clásica” (43).
74 Víctor Guillot: una aproximación temprana al policial negro
Conclusión
Los cuentos analizados incorporan elementos de las dos vertientes más
caudalosas del género policial, la de enigma y la negra, y cuentan a
su vez con particularidades que los acercan a la modalidad fantástica.
Esta indeterminación genérica se debe, en parte, a las peculiaridades
María Laura Pérez 77
Bibliografía
Por otro lado, el dinero tiene aquí un papel que no se condice con
las reglas del policial clásico. Como señala Piglia, el dinero desempeña
un papel fundamental en la serie negra: “el detective es un profesional,
alguien que hace su trabajo y recibe un sueldo [...] el crimen, el delito,
está siempre sostenido por el dinero: asesinato, robos, estafas, extorsio-
nes, secuestros, la cadena es siempre económica” (62).
En consonancia con la caracterización de Piglia, en “Emma Zunz”
el dinero aparece como bien de cambio (como pago por una delación)
y motor remoto de la acción (la presunta estafa del padre de Emma).
Pero principalmente aparece como pago por el intercambio sexual: “En
la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se
incorporó y lo rompió como antes había roto la carta” (1996: I, 566).
Emma elimina así todo posible rédito o compensación por su sacrificio.
4 En este sentido, Piglia señala: “La novela policial inglesa había sido difundida
con gran eficacia por Borges, que por un lado buscaba crear una recepción
adecuada para sus propios textos y trataba de hacer conocer un tipo de relato y
de manejo de la intriga que estaba en el centro de su propia poética” (59-60).
5 Esta idea se repite, de modo similar, en Borges 1996: IV, 347, 365, 384.
6 En el mismo sentido, cf.: “Poe no quería que el género policial fuera realista, quería
que fuera un género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un
Leticia Moneta 85
Bibliografía
1 Entre los numerosos textos publicados por Borges sobre el policial en estas
dos revistas se pueden citar reseñas sobre las obras de Ellery Queen, Dennis
Wheatley, Michael Innes, G.K. Chesterton, Dorothy L. Sayers, Nigel Morland,
Milward Kennedy, Richard Hull, Anthony Berkeley, John Dickson Carr, entre
otros; así como también textos con pretensiones prescriptivas como “Los
laberintos policiales y Chesterton” o “Leyes de la narración policial”.
2 Cabe recordar que, en esta polémica –comenzada por una reseña de Borges en
Sur en ocasión de la publicación de Le roman policier (1941)–, Caillois sostenía
una lectura sociológica del policial, mientras que para Borges este género no
tenía ninguna pretensión realista y se acercaba incluso al fantástico.
88 Un policial correntino olvidado…
3 Libro que no solo cuenta con varias reediciones y una secuela –Don Frutos
Gómez, el comisario de 1960–, sino que además el personaje del comisario Don
Frutos fue llevado al cine en dos oportunidades: Alto Paraná (Catrano Catrani,
1958) y Don Frutos Gómez (Rubén W. Cavalloti, 1961).
Gerardo Pignatiello 89
no cree que Apolonio sea el asesino y porque nadie más quiere seguir inda-
gando. Pues ya se ha capturado a un culpable y la policía de Teyú Cuá, en el
departamento de Mercedes, no quiere buscar más pruebas. En consecuencia,
el juez se traslada en un viaje por la selva correntina hasta la estancia de los
Menéndez, dedicada a la producción de madera, y allí se propone investigar
lo que la policía ha abandonado. El relato es extenso y el juez curiosamente
sepulta la verdad. La asesina es Alicia, la esposa de Apolonio, quien mata a
Santos Banda tratando de defenderse de sus lances, y, con la complicidad
de su suegro Narciso, lo entierra en medio de la selva. Todo esto al juez se
le presenta como confesión de Alicia y no como efecto de la deducción. Por
una resolución íntima y moral, el juez decide no sacar estos hechos a la luz y
el relato termina en silencio.
Muniagurria comparte con los relatos de comisarios la revisión del
sistema legal. Pero en su caso específico, se centra en el poder judicial
provincial. Walsh y Ayala Gauna recrean las condiciones de designación,
trabajo, presupuesto y metodología de la policía rural a la hora de tener
que encarar una investigación. Muniagurria hace esto y da un paso más
en ese sentido. El juez que narra en primera persona el relato hace un
estado de situación de la policía rural correntina en los preliminares del
relato. Precariedad salarial, de instrucción y hasta procedimental, hechos
que se suman a designaciones que no esconden prebendas o favoritismos:
Y más adelante:
Mi deber desde luego era fallar de acuerdo con las pruebas pro-
ducidas. Pero las pruebas, cuando el encargado de producirlas es
Gerardo Pignatiello 91
ganado que son objeto de algunos relatos que rozan el género policial
como “Los nutrieros” de Walsh o algunos pasajes de Tierra de matreros
de Fray Mocho.
Hay, entonces, en la nouvelle de Muniagurria, una muy importante
presencia de la particularidad geográfica en los delitos que se presentan.
No hay autosuficiencia de la policía rural en la resolución de casos en su
pueblo, en contraste con lo que sucede con Laurenzi y Frutos Gómez.
Los comisarios de Walsh y Ayala Gauna eran la única referencia legal
en sus pueblos y los casos se resolvían en los límites de sus comisarías.
El caso de Apolonio entra en una estructura mayor, la judicial, ape-
nas mencionada en los relatos de aquellos autores. El espacio social
de los pueblos de los dos comisarios, en la narración de Muniagurria,
se amplía e incluye la descripción de diferentes instancias económicas,
políticas, administrativas, delictivas, etc.
Si bien la historia presenta elementos fuertemente reconocibles del
policial inglés –e incluso del gótico, por ciertos momentos de terror que
asedian al juez en su viaje por la selva– como el asesinato en la gran casa
antigua de campo de una familia adinerada y la posibilidad de un cri-
men de características casi intrafamiliares; la diferencia radica aquí en
que la casa no aparece ni aislada ni como forma de encierro de un caso
en los límites discretos de esas paredes. La historia familiar es contada
con lujo de detalles en sus aspectos afectivos, políticos, económicos,
sociales; y al mismo tiempo la sociedad que la circunda explica el hecho
económico de la estancia y su dominio productivo y político sobre el
lugar; finalmente, también hay una extensa explicación –a partir del
descubrimiento del cadáver de Santos Banda en el Mburucuyatí– de
modalidades delictivas específicas de esa geografía selvática.
Sin embargo, la resolución del crimen por parte del relato intenta
cerrar en un secreto compartido por un grupo exclusivo el circuito de la
verdad que no llega a la justicia, aunque sí al juez. Si bien aquí la casa y
el crimen aparecen en extensa vinculación con la sociedad circundante
–a diferencia de lo que sucede en el policial inglés–, el juez se ocupa de
mantener dentro de la casa las verdaderas motivaciones del crimen, evi-
tando la intervención judicial o la repercusión en la sociedad. La esposa
de Apolonio, que mató a Santos Banda con el cuchillo de su esposo,
confiesa ante el juez y pide discreción para no recibir el castigo de Apo-
lonio. La resolución del delito adquiere la forma de una determinación
racional del juez para preservar el decoro, como la solución de un caso
de honra del Siglo de Oro español.
Gerardo Pignatiello 93
Conclusiones
Peyrou, Ayala Gauna, Walsh y Pérez Zelaschi en la adaptación y tra-
ducción del género al ámbito nacional se centraban en la figura del
comisario. Muniagurria pone en foco el sistema judicial. Los prime-
ros presentan a policías probos que hacen funcionar la justicia a partir
de sus conocimientos territoriales y de la autoridad ganada con arrojo
o inteligencia o una mezcla de ambas. Muniagurria retrata al sistema
judicial realizando un esfuerzo extra porque los policías, esta vez, no
hacen su trabajo (por una falla principalmente económica). El aspecto
ético se traslada al juez, que se presenta como un hombre impoluto y de
conducta intachable.
Traducir y adaptar el policial en la literatura argentina desde 1940
y hasta la década de 1960 fueron tareas vinculadas a la creación de un
verosímil. Eso implicó revisar la situación del sistema legal con que el
género podía contar para realizar la tarea narrativa de revelar el crimen
y restituir la justicia. El escaso grado de institucionalidad con que se
contaba requería de los protagonistas, policías y jueces, arrojo físico e
integridad moral. El relato demandaba acción y los protagonistas de-
94 Un policial correntino olvidado…
Bibliografía
Ayala Gauna, Velmiro. Los casos de don Frutos Gómez. Buenos Aires: Huemul, 1979.
Braceras, Elena, Cristina Leytour y Susana Pittella. “Walsh y el género policial”,
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97
El problema de la nacionalización
del género policial en Argentina
El punto de interés de este escrito excede lo estrictamente formal del gé-
nero policial. Nos referimos a lo que Analía Capdevila delimita como el
problema de la nacionalización del género policial en nuestro país –pro-
blema en el que el propio Walsh interviene de manera consciente–. En su
“Noticia” a los Diez cuentos policiales argentinos, que la editorial Hachette
publica en 1953, Walsh consigna que Buenos Aires (y Argentina, como
se desprende de la lectura de los relatos de Laurenzi) puede ser la geogra-
fía donde se desenvuelvan casos policiales: “se ha producido un cambio
en la actitud del público: se admite ya la posibilidad de que Buenos Aires
sea el escenario de una aventura policial” (1953: 8).
Como sostiene Capdevila, “[d]os cuestiones se asocian obligatoria-
mente al problema de la nacionalización del género policial en nuestro
país: el de la creación de un ‘ambiente argentino’ y el de la relación parti-
cular que en el universo ficcional se establece entre el detective, la verdad
y la justicia” (2). Aquí nos detendremos sobre la primera, con el propósito
de indagar los mecanismos narrativos con los que se crea un “ambien-
te argentino”. Al estudiar esta cuestión en “Una bala para Riquelme”,
de Francisco Marull, y “Cuento para tahúres”, del propio Walsh (ambos
publicados en Diez cuentos policiales argentinos), Capdevila señala que se
trata de relatos “con protagonistas y escenarios inconfundiblemente ar-
gentinos”, ya que en ellos “la acción se desarrolla en un bar típicamente
porteño” y los personajes son “típicamente porteños” (4). La presencia de
lugares, personajes y nombres propios “inconfundiblemente argentinos”
funciona para Capdevila como rasgo distintivo de nacionalización del
género. Eso es cierto en gran medida, pero no es menos verdadero que
esta lectura esencializa los atributos más visibles de la “argentinidad” y
deja de lado otros elementos que también desempeñan un papel en el
complejo proceso de la argentinización.
98 “El país es grande”: la argentinización del policial en los casos de Laurenzi
Extranjería
Por más que resulte aparentemente paradójico, hay un componente de
“extranjería” que en varios relatos de Walsh opera productivamente en
la construcción de un verosímil autóctono. La India mediada por los
noticiarios en “Simbiosis”, los ferrocarriles ingleses, el escocés Redwolf
y el propio vocablo alemán que da título al cuento “Zugzwang”, el ita-
liano Antonio y su hija en “Trasposición de jugadas”, el ingeniero Ma-
yer en “Cosa juzgada”; y, fuera de la serie de Laurenzi: los bolivianos
Olmedo y Velarde, víctima y victimario en “Las tres noches de Isaías
Bloom”, el rifle winchester en “Los nutrieros” o la traducción de la obra
de Oliver Wendell Holmes en “La aventura de las pruebas de impren-
ta”. Los extranjeros asesinan y son asesinados (e incluso son armas), y
su presencia parece necesaria en la gestación de un policial nacional,
que necesita algo más que los atributos “típicamente argentinos”. En
la Argentina de Walsh, por ser un país relativamente joven, lo extran-
jero, lo vernáculo y lo criollo forman parte de lo propiamente argenti-
no. Como recuerda Saer: “hasta la llegada de los españoles en la costa
sur del río, donde está ahora Buenos Aires, y en sus inmediaciones, no
había nadie” (41). Por lo tanto, si bien es cierto que el bar y los perso-
najes de “Cuento para tahúres” son “inconfundiblemente argentinos”;
el ingeniero Mayer, alemán residente en Tigre, no lo es menos. Al con-
trario, la presencia de Mayer y de todos los componentes “extranjeros”
confirman la “argentinidad” de los relatos de Laurenzi. Esto se vincula
estrechamente con las ideas contemporáneas de Borges en “El escri-
tor argentino y la tradición” (también de 1953). Borges, nuestro autor
nacional por antonomasia, señala aquí que la ausencia de camellos en
el Corán es el rasgo que sentencia su origen arábigo: “Mahoma, como
árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin camellos. Creo
que los argentinos podemos parecernos a Mahoma, podemos creer en
la posibilidad de ser argentinos sin abundar en color local” (195-196).
De manera complementaria, personajes identificables en primera
instancia con lo vernáculo o criollo también tienen una dosis de “ex-
tranjería”: tal es el caso de Aguirre, quien cierra la intriga de “Zug-
zwang” en idioma inglés: “Redwolf red blood […] Yo también sé hacer
juegos de palabras” (Walsh 2013: 233). Asimismo, el propio Daniel
Hernández, al final de “La sombra de un pájaro”, solo encuentra la pa-
labra exacta en una lengua extranjera: “El idioma inglés tiene una pa-
labra muy expresiva: overact, representar en exceso, exagerar un papel.
Altabe exageró, sin duda, el papel del esposo desconsolado y sediento
Hernán Maltz 99
de venganza. Esto solo no significaba nada, desde luego; podía ser una
peculiaridad de su carácter. Pero me llamó la atención” (2013: 184). In-
cluso la cultura oral de Laurenzi confirma la acogida local de lo exter-
no y su transformación: zaguán en lugar de Zugzwang, una traducción
que modifica pero que acepta y adapta lo extranjero. Laurenzi también
utiliza la lengua inglesa como parte de su trabajo: en “Zugzwang”, por
ejemplo, para deducir que la persona amada por Aguirre (María Isabel)
y la amada por Redwolf (Lizzie) son la misma: “Hernández, usted dirá
que soy un estúpido, pero sólo en ese momento quise comprender. Sólo
en ese momento identifiqué aquellos nombres, aquellos diminutivos,
como una sencilla progresión aritmética: Lizz, Lizzie, Lisbeth, Isabel,
María Isabel” (2013: 233).1 Esto consuena con la afirmación de Borges
de que Don Segundo Sombra no es una obra menos “argentina” por re-
conocer sus influencias extranjeras del Kim de Kipling o de Huckleberry
Finn de Mark Twain (Borges: 197).
Las categorías de lo extranjero y lo argentino funcionan, entonces,
de manera inestable, cambiante. Personas, cosas y palabras circulan en
los relatos mediados por estas relaciones dinámicas entre lo local y lo
foráneo. De este modo y no de otro, Walsh lleva a cabo la naciona-
lización del género, en perfecta sintonía con las ideas de la literatura
que Borges profesaba en ese entonces. El verosímil de lo argentino no
puede funcionar sin referencias a lo extranjero, a partir de una lógica
compleja de mezcla, traducción, adaptación.2
Otro rasgo de extranjería lo encontramos en la caracterización del
propio Laurenzi (personaje que, en apariencia, es paradigmática y esen-
cialmente argentino). En las tres oraciones que abren el primer cuento,
“Simbiosis”, el comisario describe el paisaje visible, pero señala la im-
posibilidad de captar el sentido profundo que se corresponde con esas
3 Este conflicto crece a lo largo de la serie y estalla en el último relato, “En defensa
propia”, con la declaración de Laurenzi sobre su incapacidad para continuar en
la policía: “Yo, a lo último, no servía para comisario” (2013: 279). Al respecto,
Capdevila afirma que, en cada una de estas historias, además de casos policiales,
se narra el fracaso de Laurenzi como comisario y como representante de la ley
en la sociedad (9).
Hernán Maltz 101
5 Anderson señala tres paradojas ante las que se enfrentan los teóricos del concepto de
nación: “1) La modernidad objetiva de las naciones a la vista del historiador, frente
Hernán Maltz 103
las lecturas que remarcan con tino el fracaso del comisario y de su ley
(Capdevila 1997; Luppi 2012), cabe destacar, de manera complemen-
taria, que los casos de Laurenzi alcanzan un éxito, al menos módico, en
la conformación de un país y su tradición.
Bibliografía
1 Luego agregado en la reedición del volumen Las hamacas voladoras y otros relatos
de 1987.
Jimena Néspolo 107
Bibliografía
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2013.
Bosco, María Angélica y Haydée M. Jofré Barroso. Antología consultada del cuento
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editor, 1964 (2° ed. Puntosur, 1987. Estudio posliminar de María Rosa Lojo; 3°
ed. Fondo de Cultura Económica, 2014, prólogo de Ricardo Piglia).
—. Kincón. Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
Donato, Plácido. Confesiones de un comisario. Buenos Aires: Planeta, 1995.
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Setton, Román. “El cuento policial en la Argentina entre 1860 y 1910”, en: El
candado de oro: 12 cuentos policiales argentinos. Madrid / Buenos Aires: Adriana
Hidalgo, 2013, pp. 5-28.
113
2 No porque no tengan la procreación como meta, sino porque, como dice el Gato,
“cuando terminamos, jadeando, echado uno sobre el otro, aplastados, como
Carlos Gamerro 115
3 Cf.: “All bad poetry springs from genuine feeling” (Wilde: 125).
Carlos Gamerro 117
más noticias de ellos. Y para los mismos días, Leto, Ángel Leto,4 ¿no?,
que desde hacía años vivía en la clandestinidad, se ha visto obligado, a
causa de una emboscada de la policía, a morder por fin la pastillita de
veneno” (154).
Porque leí Glosa antes de Nadie nada nunca, me resulta imposible
recuperar el azoramiento del lector ideal de la secuencia, el que leyó
Nadie nada nunca en 1980 y tuvo que esperar hasta 1985 para enterarse
de todo esto, así que tendré que recurrir al testimonio de uno de ellos,
Beatriz Sarlo:
5 La diferencia salta a la vista en “A medio borrar” (1971), que relata los últimos
días de Pichón Garay en Santa Fe, previos a su partida definitiva a París. En
él, la anomia del Gato y su encierro en Rincón aparecen como una cuestión
personal que no tiene nada que ver –aún– con las circunstancias del país. Es
un cuento, en comparación, relativamente despreocupado: la mecánica de la
desaparición masiva y sistemática de personas no había sido inventada aún y no
podía imaginarse siquiera.
Carlos Gamerro 119
tan sutilmente tendida entre texto y texto. Difícil dar mejor cuenta de
su enorme poder destructivo.
Pero no solo en su negatividad –anomia, paranoia, muerte– es que
Nadie nada nunca se deja leer como novela de la dictadura. También en
sus antidotismos. La novela se cierra con una escena modesta y mínima
que ofrece lo más parecido a una resolución clásica que esta novela
nada clásica puede ofrecernos. Perdida en la doble maraña de una tra-
ma policial que no se resuelve –o que se desplaza a la política– y en la
atomización de un presente inasible, es comprensible que hasta el lector
más avezado pueda perdérsela: pero ahí está. En las páginas finales, el
Gato y el bayo, que han estado celándose y recelándose el libro entero,
finalmente se acercan:
con que pone fin a la ruptura, quien lo justifique con esta generosa
conjetura:
exhibe sobre la alfombra de una de las escenas del crimen, a “La carta robada”.
Borges, en un ensayo sobre Poe titulado “El cuento policial” propone: “Poe sabía
que lo que él estaba haciendo no era realista, por eso sitúa la escena en París”
(Borges, oral: 237). En la misma línea, Saer construye una París doblemente
irreal, tan fantasmagórica como la Buenos Aires que Borges construyó para el
más memorable de sus cuentos policiales, “La muerte y la brújula”.
126 Usos del policial en Saer
9 Como se sabe, Osvaldo Lamborghini utilizó repetidas veces esta frase como
ejemplo de que las novelas daban por resultado una frase, una pequeña frase
hermosa (citada por ejemplo en Aira: 176).
Carlos Gamerro 127
Tomatis inquieta: nos recuerda que cuando los asesinos son miles, es
ocioso y hasta improcedente (y políticamente inepto) buscar comple-
jas explicaciones psicoanalíticas para cada uno; que a los hombres les
ocurre querer matar y torturar cuando se les da la ocasión para ello. El
asesino que nos propone Pichón es un complejo comisario parisino;
el de Tomatis, un simple torturador argentino.
128 Usos del policial en Saer
Bibliografía
1 Si se descuentan los anexos y los subtítulos, el texto tiene unas cincuenta páginas.
La primera edición del libro es de 2008 (Buenos Aires: Tantalia).
2 Ver por ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=mkb1JtXUmr0&spfrelo
ad=10 [20/07/2016].
130 Variaciones sobre una historia policial…
3 Goransky (2015) anuncia la escritura de una novela negra que se desliza en los
suburbios tangueros. Recordemos que existe un antecedente modélico de esta
temática en nuestro país: Arena en los zapatos, de Juan Sasturain.
132 Variaciones sobre una historia policial…
Habló una voz con fingida tonada extranjera y me dijo dos cosas
que entendí bien: la primera era que me iba a matar antes de
que cumpliera los treinta, la segunda que quemaría todos mis
álbumes. Se encargaría de comprarlos uno por uno en todas las
disquerías de Buenos Aires y haría una fogata gigante, a la que
agregaría mi pata de palo. (17)
4 Mateo forma parte del grupo de escritores parodistas del policial que escribieron
desde principios de siglo en Buenos Aires. En el paratexto de sus novelas, Mateo
hacía figurar su conjunto de personajes y les atribuía rasgos tipificados:
“PERCIVAL GARDEN. Empresario del Avon Theatre; SILVENA GARDEN,
Su hija; SIRIUS BLESSINGTON, Autor de dramas policíacos; CAROLE
BLESSINGTON, Su mujer y colaboradora; RIGEL DOWNING, Famoso
primer actor” (Mateo 1955). Recurre al mismo artificio en El detective original
(El Aire y Aldebarán) y El bosque y cinco árboles.
Néstor Ponce 133
Bibliografía
Bibliografía
Sampayo, Carlos y Francisco Solano López. Evaristo. Buenos Aires: Colihue, 1988.
145
En las crónicas del delito hablan muchas voces. Los policías, los jueces,
las víctimas, los abogados, los criminólogos, los historiadores, los fun-
cionarios y los periodistas especializados tienen algo para decir, y en-
cuentran sin inconvenientes el espacio para decirlo. Pero hay personajes
que no disponen de la misma posibilidad. O cuando pueden hablar
reciben un lugar secundario. Y sin embargo, tienen un rol clave en los
hechos en cuestión. Son los protagonistas.
A diferencia de lo que ocurre a priori con cualquier otro personaje
del mundo del delito, el acusado por un crimen provoca desconfianza.
Su palabra está devaluada. Hablar o mantenerse en silencio son, en su
caso, estrategias sospechosas. Si habla, se supone, es para obtener algu-
na ventaja, y si calla, es para evitar una complicación. En cualquier caso,
resulta difícil de aceptar. Nada parece más diferente de la verdad que
su relato. Los protagonistas se convierten entonces en testigos mudos
de su propia historia. No tienen voz en la explicación del crimen, en
el conjunto de relatos que se produce a propósito de sus actos, de su
experiencia.
La explicación del crimen está en directa relación con el caso ex-
traordinario. Lo extraordinario del caso tiene que ver no tanto con las
circunstancias concretas en que se desarrolló como con su repercusión,
es decir, precisamente con ese conjunto de relatos de los que el caso es el
origen. Son relatos que se proponen esclarecer un enigma –básicamente
establecer la identidad del criminal– pero que en el mismo movimiento
de la narración, obviamente, constituyen ese enigma. Esa circulación
mantiene al crimen abierto, pendiente de resolución en tanto relato;
más allá del pronunciamiento de la justicia, el cruce de versiones y de
hipótesis, su actualización más o menos periódica, su conversión en
efeméride e instalación en la memoria, abstrae a estos crímenes de la
época y el lugar en que ocurrieron, y define a sus relatos como textos
146 La explicación del crimen. Relatos de protagonistas
2 Ahora transcribió la carta casi íntegra en los números 498 (29 de marzo), 499 (2 de
abril) y 500 (5 de abril) de 1940. Parte de la carta está citada en Chumbita 1991.
152 La explicación del crimen. Relatos de protagonistas
policiales: “yo creo que el origen de esta conducta mía está basada en esto:
No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos.
Soy una fabricación por las injusticias sociales que siendo muy joven ya
comprendí, y por las persecuciones gratuitas de un policía inmoral y sin
escrúpulos” (23). Es decir, el tópico del hombre que se coloca al margen
de la ley forzado por los abusos de la policía y la incomprensión de la
justicia. La revista, que al principio reproducía el punto de vista de la
Gendarmería, se corre de lugar con el ingreso en escena del protagonista:
“Tal vez cuando algún día –si no se borra para siempre todo rastro de
él– deba enfrentarse a la justicia para rendir cuenta de sus andanzas, se
conozca recién la verdad. Y se compruebe que un gran número de asaltos
y secuestros que se le han sumado a la abundante lista de sus fechorías
no han sido obra suya, sino que se usó de su fama y de su nombre –mal
nombre y mala fama– para lograr una transitoria y relativa impunidad”
(Ahora, 5 de abril de 1940, núm. 500: 28). Lo central es que la carta de
Mate Cosido desmintió la versión oficial de su muerte.
En una perspectiva similar, en 1949 Luis Sebastián Carrión publicó
El ángel infame, un libro donde reelabora la historia del asalto al ferro-
carril Central Argentino, ocurrido en 1932 en Rosario, por el cual fue
condenado. La obra fue reeditada en 1972, año de la muerte del autor,
e incluyó indicaciones para la adaptación cinematográfica. Carrión co-
mienza su relato en 1917, año en que ingresó como aprendiz mecánico
al ferrocarril. Tenía 13 años, había nacido en Barcelona y su padre era
obrero ferroviario y delegado de los talleres. En su carnet de afiliado
a la Federación Obrera se leía la frase de Karl Marx que dice que la
liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos. La
participación activa en varias huelgas y los enfrentamientos callejeros
contra los agentes del Escuadrón de Seguridad forjaron en él “un odio
profundo hacia los poderosos de la tierra” (27). La cuestión ideológica
se desplegó a la vez por otra cuerda: la relación con una joven, hija de
una familia rica, a la que conoció en el barrio Arroyito pero que en-
seguida se mudó al más exclusivo bulevar Oroño. El noviazgo con la
chica, Catalina, fluctuó entre el amor y el odio, hasta que se produjo una
ruptura. En ese momento, dice Carrión, decidió sumarse al asalto que
preparaban unos amigos y compañeros de trabajo.
Contra el relato policial y las versiones periodísticas, Carrión recono-
ció haber intervenido en el robo pero no haberlo planeado ni ser el líder
de la banda. Escribir, en definitiva, fue para él justificar y también rei-
vindicar su historia como una reacción contra un orden de cosas injusto.
Osvaldo Aguirre 153
primera persona. Otra característica singular del caso fue que el libro se
publicó por Cal y Canto, una conocida editorial uruguaya. El resto de
los textos considerados, salvo otros casos puntuales, fueron publicados
por editoriales ad hoc. Editoriales inexistentes y autores que en general
no escribieron otros títulos componen otro circuito marginal. Los libros
de los protagonistas del crimen merecen una segunda oportunidad.
158 La explicación del crimen. Relatos de protagonistas
Bibliografía
Ahora, núms. 498 (29/3), 499 (2/4), y 500 (5/4), año VI, 1940.
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(circa 1983).
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Sobrero, Claudia. Asi murió Lino Palacios. No todo lo que brilla es oro. Buenos Aires:
M&S, s/d (circa 1990).
159
Un segundo ciclo de mayor intensidad tiene lugar entre 1941 y 1945, pe-
ríodo donde diversas editoriales suman nuevas colecciones al segmento
de “literatura policial”, en las que progresivamente van incorporándose
textos encuadrables en lo que posteriormente se denominará “novela po-
licial negra”. Esta apertura se produce con la aparición de la Biblioteca
Raúl Horacio Campodónico 163
Irlandeses
El primer misterio que se abre a la hora de revisar esta temprana expe-
riencia de Walsh como traductor de narraciones policiales es su encuen-
tro con la obra de Irish, desconociéndose si solo se trató de una azarosa
encomienda laboral o, por el contrario, de una particular elección de
Walsh como consecuencia del impacto y resonancia ejercido sobre este
por el irlandés inscrito en el seudónimo del consagrado narrador nor-
teamericano. Siete son los volúmenes traducidos en un breve lapso, con-
formados por cinco compilaciones de cuentos y dos novelas,5 hecho que
impactará posteriormente en su reciclaje para ser reeditadas tanto en la
revista Leoplán, como así también en las antologías de Woolrich / Irish
publicadas en España. Por ejemplo, puede tomarse el caso del cuento
traducido como “Ventana trasera”, perteneciente al libro Lo que la noche
revela (Hachette, 1946), que será publicado posteriormente en la revista
Leoplán nº 498 (16/03/1955) bajo el título de “La ventana indiscreta”,
5 Entre 1946 y 1952 Editorial Hachette publica siete volúmenes de Woolrich / Irish
traducidos por Rodolfo J. Walsh: Irish, William: Lo que la noche revela (After Dinner
Story). Biblioteca de bolsillo, Serie Naranja, nº 136, 26 de agosto de 1946; Irish, W.:
Si muriera antes de despertarme (If I Should Die Before I Wake). Biblioteca de bolsillo,
Serie Naranja, nº 146, 30 de junio de 1947; Woolrich, Cornell: El ángel negro (The
Black Angel). Biblioteca de bolsillo, Serie Naranja, nº 153, 18 de mayo de 1948; Irish,
W.: Siete cantos fúnebres (Dead Man Blues). Biblioteca de bolsillo, Serie Naranja, nº
157, 26 de agosto de 1948; Woolrich, C.: La novia vestía de negro (The Bride Wore
Black). Biblioteca de bolsillo, Serie Naranja, nº 160, 6 de octubre de 1948; Irish, W.:
El perro de la pata de palo (The Blue Ribbon). Biblioteca de bolsillo, Serie Naranja, nº
171, 20 de septiembre de 1950; Irish, W.: Alguien al teléfono (Somebody on the Phone),
Colección Evasión, nº 26, 23 de septiembre de 1952.
Raúl Horacio Campodónico 165
gotas de cera” (456, 17 de junio de 1953), “La posada de los ahogados” (463, 7
de octubre), “Siete cruces en un carnet” (468, 16 de diciembre de 1953), “Pena
de muerte” (471, 3 de febrero de 1954), “Maigret y el testimonio del monaguillo”
(474, 17 de marzo de 1954), “El señor lunes” (486, 15 de septiembre de 1954),
Una navidad de Maigret (486, 15 de diciembre de 1954), Luces rojas (497, 2 de
marzo de 1955), El cliente más obstinado del mundo (500, 20 de abril de 1955), El
relojero de Everton (505, 6 de julio de 1955), “No se mata a los pobres tipos” (514,
16 de noviembre de 1955), “Maigret y el hombre perseguido” (662, 7 de marzo
de 1962), “La pipa de Maigret” (737, 19 de mayo de 1965); James M. Cain,
Mujer celosa (495, 2 de febrero de 1955), Galatea (503, 1º de junio de 1955); Peter
Cheyney, El espía de negro (407, 6 de junio de 1951), Lemmie Caution en Scotland
Yard (521, 7 de marzo de 1956), “Un caso de espionaje” (528, 20 de junio de
1956); Erle Stanley Gardner, “El caso del chofer compasivo” (521, 7 de marzo de
1956), “El caso del cadáver junto al escritorio” (522, 21 de marzo de 1956), “El
policía que no perdió la paciencia” (528, 20 de junio de 1956); entre otros.
172 Los volúmenes proyectados…
Daniel Hernández
Variaciones en rojo (1953) permitió a Walsh acceder tanto al Premio
Municipal así como a su debut autoral en el formato libro. Si hasta ese
momento su inscripción laboral lo tenía localizado como traductor y
colaborador de revistas, el arribo a esta nueva instancia investirá transi-
toriamente al escritor de cierto prestigio, inmediatamente capitalizado
para trazar y explicitar públicamente su proyecto creador. Podemos in-
ferir que luego de su zigzagueante itinerario como colaborador ocasio-
nal en diversas publicaciones, logra asentarse laboralmente en Leoplán
al tiempo que alcanza renombre con la antología y el libro de cuentos.
Walsh ha elegido ingresar al circuito capitalizando la experiencia ad-
quirida en Hachette: conoce la enorme demanda de cuentos y novelas
policiales que está teniendo lugar en Argentina durante esos años y
construye su pareja protagónica (Daniel Hernández y el comisario Ji-
ménez) a la sombra del modelo canonizado por la vertiente deductiva
anglosajona, proponiéndose paralelamente como un eximio conocedor
e investigador del género en Argentina. La antología Diez cuentos poli-
ciales argentinos, la nota “Dos mil quinientos años de literatura policial”
(1954), publicada en el suplemento literario de La Nación, y las entre-
vistas que le realizan, confirman ese sitio laboriosamente jalonado.
En el reportaje concedido a Luis Soler Cañas (1954), el premiado
escritor señala que tiene proyectados varios trabajos: la compilación de
una serie de cuentos fantásticos propios, un nuevo libro policial con
Daniel Hernández como protagonista y, posteriormente, abordar “un
tipo de novela de mayor envergadura que el simplemente policiaco”
(21), señalando al respecto de la narración policial:
Así que una tarde tomamos el tren a José León Suárez, lleva-
mos la cámara y un planito a lápiz que nos ha hecho Livraga,
un minucioso plano de colectivero con las rutas y los pasos a
nivel, una arboleda marcada y una (x), que es donde fue la cosa.
(Walsh 1964: 12)
Pocos días más tarde, la escritora María Angélica Bosco lleva ade-
lante una encuesta entre los editores porteños sobre las nuevas pautas
de consumo del público lector. En dicha oportunidad, Elías Palasí,
director de Editorial Hachette, responde: “La novela policial sigue
gozando del favor del público, aunque creemos notar algunas seña-
les de cansancio”. Durante la misma indagatoria, A. López Llausás,
director gerente de Editorial Sudamericana, esclarece: “Ahora que la
novela policial ha llegado a la saturación, aparece un nuevo género
literario que los norteamericanos llaman Science & Fiction, que podría
ser para la época actual lo que fueron hace medio siglo las novelas de
Julio Verne para el mundo de entonces” (Bosco: 28-31). En tal sentido,
puede tomarse como representativo síntoma de los vientos de cambio
el lanzamiento que en junio de 1953 había realizado Editorial Abril
con Más Allá, la mítica y pionera revista argentina de ciencia ficción.
“¡Tantas buenas colecciones! –rememora León, el personaje traductor
de “Nota al pie”– Rastros, Evasión, Naranja: arrasadas por la ciencia
ficción” (Walsh 1967: 117).
Sin embargo, la referida “saturación” del género policial lejos estaba
de significar un descenso en el consumo. Aunque resulte extraño, aque-
llo a lo que se referían los editores consultados es a la disminución de la
demanda de novelas policiales publicadas por tradicionales casas edito-
ras y ofertadas en librerías. Concretamente, la irrupción de Malinca en
Raúl Horacio Campodónico 181
Bibliografía
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Raúl Horacio Campodónico 183
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185
dia y sátira social, entre policial y film noir, pone al cine de los años se-
senta en una relación de continuidad polémica y no de corte radical con
el pasado industrial. En esto también los cineastas modernos buscan
posicionarse en el mismo terreno de sus mayores, pero desplazando sus
intereses, deconstruyendo su estética, para ocupar ese lugar. En cierto
modo, Solanas y Getino lo vieron bien cuando señalaron que el “segun-
do cine”, como denominaban al cine moderno de los sesenta, quería
formar parte de la “fortaleza” del cine industrial (Solanas / Getino).
Lo que no decían explícitamente era que su propio “tercer cine” tenía
las mismas voluntades hegemónicas, aunque no, sin dudas, los mismos
intereses políticos. En esa minoridad genérica del cine moderno, pues,
es preciso notar su política estética. Esa minoridad de los géneros no es
impuesta sino asumida, es una elección deliberada.
Esto puede notarse en dos casos notables: en Alias Gardelito, la pelí-
cula de Lautaro Murúa (1961), pero también yo diría en el caso de Los
venerables todos, de Manuel Antín (1962). El último lleva a un grado
de vaciamiento casi impensable los tópicos del noir, de modo que se
conservan de ese mundo oscuro e incierto los vínculos poderosamente
afectivos que establecen relaciones complejas entre el grupo de amigos,
en los que está intacta la lógica de la imposición del más fuerte y la
humillación del más indemne. El noir en Antín se vuelve más bien una
exploración del afecto de la angustia, vinculada a la humillación, pero
sin que se repongan o establezcan las causas que han producido esos
afectos. Es un mundo cerrado, ominoso y casi abstracto, sin punto de
vista. A diferencia de esa clausura del grupo, Alias Gardelito se vuelve
una representación de toda la sociedad, no solo por lo que dice de esa
totalidad –desde el lumpen más miserable hasta los militares, pasando
por los obreros y las clases medias de cierto refinamiento–, sino por el
modo en que mira esa totalidad, desde el punto de vista de un lumpen,
Gardelito, que agoniza en un basural. La película narra la historia de
ese lumpen y sus intentos de supervivencia. La mirada noir, efectiva-
mente oscura, se vuelve imagen de la totalidad, y esa mirada del mundo,
del mundo perverso de las relaciones entre las personas, entre los gru-
pos y entre las clases, no tiene, como en la película de Christensen, que
la admitía por su solución de compromiso más impuesta que elegida,
recuperación (moral) posible. Es el mundo de la inmoralidad más com-
pleta y más abyecta, pero que no está restringido o situado en el mundo
lumpen, sino que se extiende a la sociedad toda, a todas sus clases, a
todas las personas, sin exterioridad. El mundo lumpen es el modelo
Emilio Bernini 189
Bibliografía
Implicancias políticas
en la trilogía policial de Adolfo Aristarain
Pablo Debussy
y los dos ladrones que roban un banco no hay una diferencia demasiado
significativa. Todos son individuos corrientes, insignificantes en el marco
de la gran ciudad, sometidos a un destino caprichoso e inescrutable. Sus
infaustos finales los igualan parcialmente: ninguno logra cumplir su obje-
tivo y el fracaso o la muerte los alcanza a todos.
Tiempo de revancha difiere de los otros dos films de la trilogía por
alejarse de la estética del film noir; adopta, antes bien, una estética rea-
lista, en contraste con el territorio onírico y pesadillesco de La parte del
león y Últimos días de la víctima. Su protagonista, Pedro Bengoa (Fede-
rico Luppi), se redime moralmente ante los espectadores luego de la
muerte de su amigo en un accidente, en oposición a los protagonistas
de las otras películas, Bruno Di Toro ( Julio De Grazia) y Raúl Men-
dizábal (Federico Luppi), en quienes prima el individualismo y/o el
cinismo, incapaces por completo de pensar en términos comunitarios o
de justicia social; en Tiempo de revancha, en cambio, el desenlace tiene
un cariz consolatorio, vinculado a la pretensión de virtud de un héroe
solitario que se opone a la gran corporación.
Según lo indicado al comienzo de este artículo, el film ha sido in-
terpretado con frecuencia como una denuncia al régimen militar ar-
gentino de aquellos años, como alegoría de la represión y el terrorismo
de Estado. Esta lectura no carece de fundamentos, si bien puede con-
siderarse un tanto reduccionista y simplificadora. Es cierto que el film
ofrece un conjunto de situaciones que configuran un dispositivo sim-
bólico de reminiscencias de los crímenes de Estado (el cadáver arrojado
desde un Ford Falcon; la cinta adhesiva en la boca como símbolo de la
censura; la disciplina mediante la autoflagelación con el cigarrillo; la
automutilación de la lengua).
Sin embargo, conviene rescatar un fragmento de una entrevista rea-
lizada a Federico Luppi. Aquí el actor desmitifica el carácter pretendi-
damente heroico de ciertas escenas del film:
1 En Últimos días de la víctima, Urizen S.A es la fachada empresarial que oculta los
manejos criminales y mafiosos de sus dueños.
Pablo Debussy 199
altera sus referentes, pero sus valores semánticos (ligados al mundo del
crimen, la corrupción y la imposibilidad de justicia debido a un Esta-
do corrupto) siguen presentes, y cobran ahora nuevos significados. El
carácter político, implícito en La parte del león y más evidente aún en
Últimos días de la víctima, reside, en buena medida, en su pertenencia al
género. Por el contrario, en Tiempo de revancha, la politicidad es expre-
sada a través de mecanismos narrativos externos al noir –su puesta en
escena característica, su mirada del mundo y sus valores intrínsecos–.
La película puede así postular su confianza en la justicia, un protago-
nista heroico y un desenlace parcialmente triunfalista. Finalmente, cabe
subrayar que las referencias múltiples al contexto dictatorial de aquellos
años no implican per se una actitud heroica. Antes bien, habría que
entender esas referencias en términos de negociaciones o soluciones de
compromiso entre la industria cinematográfica y el poder político. Esto
dio a Aristarain el barniz de cineasta crítico durante la dictadura; y a su
vez ofreció al gobierno militar, en un momento de gran cuestionamien-
to de su legitimidad, un argumento en favor de un presunto respeto a
la libertad de expresión.
200 Implicancias políticas en la trilogía policial de Adolfo Aristarain
Bibliografía
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201
El policial y el juego
Nueve reinas (2000) y El aura (2005), los únicos largometrajes realiza-
dos por Fabián Bielinsky antes de su fallecimiento prematuro, ya ocu-
pan un lugar importante en la historia del cine policial argentino. Su
originalidad se basa en un rasgo característico común que los destaca de
la tradición del género en el cine estadounidense o europeo y los vin-
cula a la vez a la tradición de la literatura argentina. Los protagonistas
de Bielinsky no son solamente criminales más o menos profesionales,
sino también jugadores más o menos apasionados, tal como Facundo
en la obra epónima de Sarmiento o varios protagonistas de Cortázar
y de Saer. Por este rasgo particular las dos películas remiten a algunos
clásicos del cuento policial argentino que asignan un lugar importan-
te al juego. Cabe recordar que en el detective Lönnrot de “La muerte
y la brújula” hay “algo de aventurero […] y hasta de tahúr” (Borges:
499), y que tanto los investigadores como los criminales de Rodolfo
Walsh suelen entregarse a los juegos más diversos.1 Sobre todo en la
narrativa de Walsh el crimen aparece una y otra vez vinculado a un
juego que traspasa los límites ordinarios. A menudo se trata de un juego
estratégico que se transforma en un juego aleatorio, dado que produce
situaciones incalculables. En “Zugzwang”, el comisario Laurenzi, un
ajedrecista empedernido, observa cómo durante un partido de ajedrez
por correspondencia se arma un violento partido paralelo más allá del
tablero, que culmina en un asesinato; en “Trasposición de jugadas”, el
mismo Laurenzi tiene que reconocer que ha aplicado erróneamente
el famoso problema del lobo, la cabra y la col a un sangriento caso de
honor que se le presentó en un pueblo del sur. En otros cuentos se
que ocurre realmente unos segundos después. Mientras que en todas las
escenas anteriores las armas callaban y solo servían para amenazar a las
víctimas del asalto, ahora se puede oír un disparo imaginario. Gracias a
este tiro intencionado, el jugador sobrevive al juego arriesgado que su
tiro errado había inaugurado tres días atrás. Además, se beneficia de
una impunidad que sobrepasa aun a la de Bob le Flambeur, el asaltan-
te que sucumbe a la ruleta, pero termina por ganar legalmente lo que
su banda no pudo robar. Aunque quede pendiente si puede llevarse el
botín encerrado en el transporte, el protagonista de El aura escapa a
toda persecución policial porque es el único testigo sobreviviente del
crimen y ha guardado un incógnito total durante su estadía en el Sur.
Solo comparte su secreto con el perro lobo, que después de la muerte
de Dietrich lo ha acompañado por todas partes, incluso a Buenos Aires,
adonde regresa para proseguir con su trabajo de embalsamador. En esto
recuerda al protagonista delincuente de La espera de Borges, quien traba
amistad con un perro lobo mientras espera a su asesino (609). Si aquel
perro no apareció en la adaptación del cuento de Bielinsky, reaparece en
la última obra del director, en cuyo plano final está mirando tanto al es-
pectador como al protagonista. Por su mirada atenta recuerda a ambos
que, lejos de las figuras de diorama que pueblan el taller del taxidermis-
ta, este ha jugado “un juego mejor”, no simplemente de simulación, sino
también de azar y de vértigo total.
Maria Imhof / Wolfram Nitsch 213
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El custodio”, en: Rocha, Carolina y Elizabeth Montes Garcés (eds.). Violence
214 “Un juego mejor”. Criminales y jugadores en el cine de Fabián Bielinsky
Producidas en Ideas del Sur por Marcelo Tinelli, las teleseries policia-
les Okupas (Canal 7, 11 episodios de 60 minutos + 1 de making-of) y
Tumberos (América TV, 11 episodios de 60 minutos) expandieron las
geografías de la imaginación de los argentinos, y no solo en el formato
de la pantalla chica. Lo hicieron con tal intensidad, aunque haya sido
fugaz, y para una audiencia tan poco homogénea, que se vuelve difícil
enumerar casos equiparables en la producción audiovisual de ficción en
la República Federal. Si se atiende a una Nachleben que ya es larga de
década y media, esa posteridad las ha consagrado –más agudamente en
el caso de Okupas– series de culto. La comunidad carismática inicial,
¿ha sumado conversos a quienes hacían lo imposible para llegar en ho-
rario, en ese illo tempore dorado de la televisión abierta, cada miércoles
a las once de la noche de octubre de 2000 para Okupas, cada lunes a las
once de la noche de octubre de 2002 para Tumberos? Con relativa co-
modidad, las series se encuentran hoy, al recalcitrante click de distancia,
en YouTube, Vimeo y por otras fuentes, pero no sabemos cuántos, entre
quienes las ven por estos canales de la red de redes, las están viendo por
primera, prístina vez. A juzgar por los comentarios anotados en línea,
equívocos por su pobreza, los espectadores de las pantallas, general-
mente más chicas, de las computadoras, somos los mismos de entonces.
Que envejecemos puntuales, recordando los diálogos, proveedurías de
citas citables para la memoria –no siempre exactas, no siempre inade-
cuadas–, que buscan su eco masónico en un hermano ignorado. “Traje
sandía, loco”, decimos, por ejemplo. Pero las sonrisas que nos responden
son cada vez más de indulgencia que de reconocimiento.
216 De Okupas a Tumberos: la verdad nos hará libres
Kidnapped
La verdad que buscan los detectives en estas obras y la que encuen-
tran, o la que se abalanza sobre ellos sin que la busquen, difiere en su
naturaleza, antes que en su contenido, con aquella que estimaban cifra
de su salvación. Con aquella verdad que creían fin de su secuestro ex-
torsivo –por el “triple y hórrido círculo, nacional, amistoso y familiar”
(Cernuda)– y salvoconducto de su regreso al mundo de los inocentes.
Las pistas falsas, las hipótesis incorrectas, o lógicamente válidas, pero
informativamente deficientes, que hacen avanzar al detective por di-
versas vías –sean las que generan convicción al personaje, sean las que
el narrador sugiere al lector, sean las que mueven la convicción de un
narrador testigo, confiable o desconfiable– son una convención narra-
tiva básica –la convención narrativa– de la acción en la novela policial.
Para hallar respuestas, los detectives deben abandonar el mundo en
que vivían, arriesgarse en el otro lado, invertido, del espejo. La sociedad
criminal, la corte de los milagros, ese submundo más real que su pálido re-
flejo formal, institucional, es una esfinge sangrienta y cruel que, como Ro-
sas a Sarmiento, da respuestas a preguntas que no le formulan quienes allí
Alfredo Grieco y Bavio 219
Asedios al confinamiento
Si en Okupas el confinamiento es voluntario (al final, con algo de utópi-
ca comuna), si en Tumberos es forzado (al menos para el protagonista),
en uno y otro caso los confinados se ven atacados por fuerzas externas,
violentas y arrasadoras, que quieren dominar a costa de ellos ese espa-
cio confinado: libran una guerra sin treguas, una lucha a muerte por
el territorio. Central en la historia de la lectura americana, el género
literario y luego cinematográfico del espacio cerrado unisexual ejerce
sobre Okupas y Tumberos un peso de la noche tanto o más aplastante y
oscuro que el del policial blanquinegro. De Melville o Cheever a los re-
latos de prisión, cuartel, manicomio, reformatorio, orfanato, internado,
seminario, pupilos, cadetes, marineros, colimbas de Edwards, Fuentes,
Arguedas, Vargas Llosa, Medina, Viñas (o el mismo Walsh). De Moby
Dick a Cuerpo a cuerpo. De Lecumberri (El palacio negro) o Carandiru a
La fuga o a Crónica de un niño solo.
¿Es unisexual el público de estas teleseries? ¿Han sido vistas por
más hombres que mujeres? Es escabroso saberlo. En todo caso, la
página de Facebook de Okupas, con unos cincuenta mil seguidores
(en verdad, hay más de una página), parece ser más masculina (nu-
méricamente), como más masculinos también parecen los posteos.
Las mujeres, con vagina o sin ella (travestis), están demonizadas en
Tumberos. Acaso con excepción de las niñas. Como en dos films pos-
teriores de Caetano, Un oso rojo y Francia, el amor del padre por la
hija mueve al protagonista. Es un amor seguro y asimétrico, porque
estructuralmente no deja lugar para la traición, ni para su riesgo. La
camaradería whitmaniana, que había sido el tamaño de la esperanza
de Pizza, birra, faso, parece una marca de Stagnaro. Okupas es la con-
tinuación de aquel film, pero la teleserie jamás deja que el sentimen-
talismo ensucie su desdicha.
Alfredo Grieco y Bavio 221
1 Publicado en: Revista Sherlock Holmes, núm. 10, 5 de septiembre de 1911, pp. 9-13.
230 Una anécdota de Vidocq
***
que el cadáver hubiese podido ser removido del palacio. Estando vis-
tiéndome, pensé en usted, señor Ministro; y esto explica el desaliño
de mi traje, pues yo no pensé sino en venir a encontrarlo. Esta es la
verdad. Ahora, dígame usted qué puede hacerse.
Vidocq guardó un momento de silencio. Meditaba. Luego, adop-
tando una actitud que revelaba que había hallado lo que buscaba, dijo
al Ministro y a la marquesa:
—Hasta ahora había conocido y estudiado la manera de suprimir a
las personas vivas. Nunca se me ocurrió que fuese más difícil suprimir
un cadáver. Sin embargo, creo que vamos a conseguirlo procediendo
con actividad y método. Regrese la señora marquesa inmediatamente
a su palacio, diciendo a su servicio que vuelve del baile. Algún tiempo
después que se halle en su casa, la señora marquesa oirá que se produce
un tumulto en la calle, en frente a la puerta de su domicilio. Con el pre-
texto de mandar averiguar lo que hay, haga usted que bajen los sirvien-
tes, todos menos la camarera, y, una vez que la calle quede despejada
de nuevo, haga la señora marquesa que el cadáver del Secretario de la
Legación de Rusia sea bajado por su lacayo y la sirviente y colocado en
un carruaje que estará a la puerta, que lo llevará para depositarlo en la
calle, en un extremo opuesto al de su palacio, inmediato a las márgenes
del Sena.
La marquesa empleó poco tiempo en agradecimientos y despedidas.
Se trasladó inmediatamente a su casa y allí esperó. Efectivamente, un
cuarto de hora después se producía un gran tumulto, en el que tomaban
parte gentes que discutían a gritos y se golpeaban con bastones, llegan-
do algunos hasta sacar armas. La policía intervino, y a fin de formar el
sumario correspondiente, condujo a la comisaría inmediata a todas las
personas que se encontraban allí, entre las que, naturalmente, iba todo el
personal de servicio del palacio de la marquesa.
Aprovechando ese momento, el cadáver del Secretario de la Lega-
ción de Rusia fue bajado, y, colocado en un coche, expresamente prepa-
rado por Vidocq; fue conducido hasta uno de los quai de las márgenes
del Sena. Bajado allí del carruaje, le colocaron a orillas de la vereda,
alejándose inmediatamente el vehículo.
Algunos momentos después llegaba Vidocq, solo, completamen-
te solo. Vestía, como el Secretario de la Legación de Rusia, traje de
etiqueta.
Vidocq era un hombre de una fuerza extraordinaria, de talla prócer
y sumamente ágil. Levantó el cadáver del suelo, tomándole por la cintu-
Luis V. Varela 235
***
1 En: William Irish. Lo que la noche revela. Biblioteca de Bolsillo, Serie Naranja,
núm. 136, Librería Hachette S. A., Buenos Aires, agosto de 1946, pp. 5-6.
Traducción y nota de Rodolfo J. Walsh.
240 Nota preliminar a Lo que la noche revela
1 Publicado en revista Esto es, Año II, núm. 19, 6 de abril de 1954, Buenos Aires,
pp. 20-21.
242 La novela policial argentina
Rodolfo J. Walsh
Rodolfo J. Walsh es uno de los autores policiales más jóvenes del país.
Nació en 1927 en Choele Choel, territorio del Río Negro, y trabaja
activamente como escritor, traductor y adaptador, colaborando con fre-
cuencia en revistas de esta capital. En 1950 ganó el segundo premio en
el primer concurso de cuentos policiales efectuado en la Argentina, que
organizaron la revista Vea y Lea y la editorial Emecé. El año pasado fue
premiado en el certamen de cuentos infantiles de la editorial Kraft. Se
le debe la primera antología de relatos policiales de autores argentinos,
publicada en 1953, año en que también apareció Variaciones en rojo, tres
novelas cortas policiales que han causado excelente impresión en crí-
tica y público. Escribe también narraciones humorísticas y fantásticas,
además de haber publicado varios artículos que llamaríamos “historia
del género policial”. Proyecta recopilar una serie de cuentos fantásticos,
propios, un nuevo libro policial con el mismo personaje de Variaciones
en rojo –el detective aficionado Daniel Hernández– y abordar luego
un tipo de novela de mayor envergadura que el simplemente policíaco.
Conversamos sobre una materia que suscita grandes discusiones
entre el público que lee novelas policiales: si es una “especialidad” de
sajones, o de europeos, o si además los escritores de otras razas y latitu-
des pueden aspirar a cultivarlo con éxito.
—Se considera que la novela policial es una exclusividad sajona,
pero, en mi opinión, no es así. La novela o el cuento policial existe desde
244 La novela policial argentina
la antigüedad más remota, claro está que no con ese nombre, pero, ya
entonces, se encuentran sus caracteres esenciales. Es decir, los factores
que “hacen” el género existen siempre en la literatura. Poe los reúne a
todos por primera vez, y crea modernamente el relato policial. En la
Biblia encontramos los primeros antecedentes. En el “Libro de Daniel”,
en los capítulos 13 y 14, hay dos cuentos policiales: uno es la célebre
historia de Susana acusada de adulterio por los ancianos; el otro, la
historia de los ladrones del templo de Bel. En verdad, Daniel es, como
lo he dicho ya en alguna parte, el primer “detective” que se conozca, y
tiene muchos puntos de contacto con los pesquisantes modernos de la
novela policial. La historia de Caco y Hércules, contada en el libro VIII
de La Eneida, es otro ejemplo aducible. No faltará quien se asombre
si le decimos que en un famoso discurso de Cicerón, el titulado “Pro
Sexto Roscio”, hallamos un antecedente inmediato de la novela de tipo
“judicial”, en la que hay un abogado que defiende con éxito, y salva, a
un inocente acusado de un crimen, como ocurre en las conocidísimas
obras de Erle Stanley Gardner, creador del abogado Perry Mason. En el
Popol Vuh, el libro de los mayas, he encontrado, asimismo, una leyenda
que presenta los caracteres específicos de lo policial. Pero le aclaro que
el mejor cuento policial que he leído hasta el día de hoy lo hallé… ¿a
que no adivina Ud. dónde?
—……
—En El Quijote. Figura en el capítulo XLV de la segunda parte, y
es la historia del viejo que acusa a otro de haberle robado diez escudos.
Sancho resolvió con gran perspicacia el caso, que yo llamaría “del viejo
del báculo”, porque fue en el báculo donde había escondido el dinero…
—¿Y en nuestro país, en qué fecha sitúa la iniciación del género?
—De 1942 en adelante data la producción orgánica. En ese año
aparecen dos libros dedicados exclusivamente al cuento policial. Ellos
son Seis problemas para don Isidro Parodi, de Borges-Bioy Casares, y Las
muertes del padre Metri, de Castellani, aparecido un poco después que
aquél. Creo que sus autores, junto a Peyrou, pueden conceptuarse los
mejores cultores del género en la Argentina, aparte de ser los más co-
nocidos.
—¿Otros autores?
—Entre los nuevos, y entre los que he leído recientemente, deben
destacarse los cuentos de Syria Poletti, que tienen muy buenas des-
cripciones de ambientes. Syria Poletti es italiana, pero vino al país a los
22 años, y sus cuentos se desarrollan en ambientes nuestros. Ignacio
Luis Soler Cañas 245