Una pareja ofreció su casa y, en poco tiempo, jóvenes adultos (personas que nunca hubiéramos
podido sacar de la cama un domingo) abarrotaban la sala de estar. Aún más importante, se
disfrutaba de la enseñanza entre papas tostadas y refrescos, esto en cierta forma era un gancho.
La iglesia me había autorizado para predicar, pero este grupo me había dado licencia para
ministrar.
No obstante, cometimos algunos errores serios. ¿Cuáles fueron? Aquí hay algunos.
Propenso a clonar
Como nunca antes había sido líder de un grupo pequeño, no tenía ni idea de que uno puede
abusar fácilmente de su prominente posición y clonar a otros a su imagen. Nuestro grupo me
otorgó las posiciones de líder de discusión, maestro, investigador e intérprete de las Santas
Escrituras ?y yo las acepté gustosamente.
Al inicio le di gracias a Dios por un grupo tan receptivo a mi discipulado, pero empecé a escuchar
comentarios que me asustaron. Las personas empezaron a citar mis frases de la misma forma en
que yo citaba a C. S. Lewis y C. H. Spurgeon. No sólo escuchaba que repetían mis palabras,
ilustraciones, anécdotas, frases, y posiciones doctrinales, sino también mis actitudes y prejuicios.
No era algo tan malo el hecho de que adoptaran mi soteriología e incluso mi escatología, sino que
¡estaban adoptando mi personalidad! Me pregunto si Jim Jones empezó de esta forma. (Jim
Jones fue el líder de una secta durante los años setenta. Más de novecientas personas fallecieron
en dicha secta ya que se suicidaron para viajar a otro planeta).
Debí haber insistido que otros en el grupo dirigieran los estudios más frecuentemente y en forma
gradual. Debí haber hecho menos preguntas con respuestas «correctas». Debí haberme
separado gradualmente y forzarlos a seguir adelante sin mí como su modelo a seguir.
Cuando permití convertirme en el líder a largo plazo, jugué con mis fuerzas naturales. Soy un
iniciador, no un sustentador. Para mí, el plan original era iniciar el grupo, dejarlo en las manos del
líder que Dios levantara, y continuar adelante para empezar un nuevo grupo. Pero me desvié de
mi mejor decisión.
Sí, iniciamos un grupo adicional para aquellos que no podían asistir los martes, pero realmente
nunca llegó a desarrollarse. En lugar de dirigir ese grupo por mi propia cuenta, delegué la tarea
misionera a dos hombres jóvenes con los que me estaba reuniendo individualmente. Eran buenos
estudiantes, «misioneros» dispuestos, pero el detalle era que yo era el más dotado para realizar
esa tarea. El grupo principal hubiera estado bien bajo el liderazgo de estos hombres; el segundo
grupo hubiera estado mejor bajo el mío.
Dirigir un grupo durante un largo trayecto es como pastorear ?usted se convierte en un consejero
matrimonial, un experto en demonología, y psicoterapeuta. Mi sala de estar se convirtió en un
refugio para los románticamente perturbados. Debido a que mis dones son más proféticos que
pastorales, estaba jugando un papel que Dios no había planeado para mí. Terminé cansado,
frustrado e impaciente.
Esto no hubiera sucedido si me hubiera apegado a mi plan inicial y dejar que otros mantuvieran el
grupo.
Cuando se propaga la noticia de que algo importante esta ocurriendo en la sala de estar de
alguien, usted atraerá a dos tipos de personas que pueden representar dificultades: (1) aquellas
con problemas emocionales o psicológicos que ven su grupo como un centro de intervención de
crisis, y (2) nómadas de teologías extrañas que buscan un grupo para tomarlo.
Nuestro grupo no lo hizo tan bien con aquellas personas que buscaban psicoanálisis. Leí Gary
Collins, Jay Adams, y todos los expertos en consejería que pude encontrar; sin embargo, terminé
refiriendo a las almas atribuladas a ministros locales que sí tenían doctorados en consejería. Las
almas atribuladas estaban a la deriva en su búsqueda por un sofá.
Nos fue mejor con los herejes ambulantes. Si usted mide el éxito por la habilidad para ahogar
voces discordantes, éramos bastante impresionantes.
Una noche varias personas cultas asistieron a la reunión y quisieron desafiarme con dos o tres
preguntas básicas de ortodoxia. Por una vez en mi vida me sentí agradecido de que me había
clonado entre los miembros del grupo. Sencillamente me senté y escuché como dos de los
muchachos con los que había ido a desayunar para hablar acerca de un texto de teología
asistemático debatieron con los extranjeros. Defendieron muy bien los aspectos de la ortodoxia
no negociables sin necesidad de que yo abriera la boca. Si no había hecho mucho de la mejor
manera, al menos había desarrollado una pareja de apologistas bastante buenos en la fe.
El atractivo más básico de nuestro grupo fue su atmósfera espontánea y tan diferente a la iglesia.
Fue mi culpa perder esa atmósfera. En un esfuerzo para desarrollar cohesión e identidad, caímos
en muchos adornos institucionales.
Uno de mis primeros errores fue traer oradores de afuera una vez al mes. Pensé que nos iba a
dar acceso a la mejor enseñanza posible pero la asistencia disminuía en esas noches. Las
ausencias era la forma en que el grupo mostraba su desaprobación. Aquellos que asistían
dudaban en hacer preguntas o comentarios.
Otro error fue tratar de darle al grupo un nombre. Creí que identificarnos con un nombre atrayente
y un logotipo nos acercaría, pero el grupo vio la innovación como algo de iglesia. Ellos
continuaron llamando a nuestro célula simplemente como «grupo de estudio bíblico».
El grupo entero era culpable de otra característica: nos comportamos como amantes celosos
cuando uno de los nuestros nos dejaba por otra actividad o ministerio. El corazón del
institucionalismo demanda lealtad egoísta, la cual nunca debe caracterizar a los cristianos cuya
única lealtad justificable es su fidelidad a Cristo. Nunca diríamos esto, pero empezamos a sentir
que nuestro grupo era el mejor, incluso el único en todo el pueblo. Olvidamos nuestros propósitos
de discipulado, evangelización, y conocimiento bíblico. Solo queríamos mantener nuestro grupo.
Incluso teníamos una liturgia de orden. Comíamos comida chatarra a cierto tiempo, orábamos en
otro momento, compartíamos y por supuesto, yo enseñaba ?todo en el orden apropiado.
Perdimos nuestra espontaneidad inicial y éramos tan rígidos que las visitas se sentían como
extranjeros y por eso no regresaban. Ya no ofrecíamos el suplemento acogedor para la iglesia;
nos habíamos convertido en nuestra propia iglesia.
Una vez escuché a J. Vernon McGee decir que la mayoría de las organizaciones surgen porque
existe una necesidad real que debe ser suplida, pero muchos grupos alargan su existencia
incluso después de haber alcanzado sus metas. Viven más allá de su utilidad.
Desde el inicio consideré el grupo como un trabajo temporal que supliría algunas necesidades,
llenaría una brecha y luego pasaría a la historia porque ya no me iban a necesitar. A menudo
pensaba en Amós el profeta, quien surgió de la oscuridad para hablar las palabras que Dios le dio
y luego, completada su misión, tuvo el suficiente sentido para callar y regresar a sus rebaños. Me
había comprometido a ser como Amós y terminar con el grupo de estudio cuando mi misión
profética fuera alcanzada.
Eventualmente llegó el día en que sentí que el grupo de estudio había sobrepasado su vida y su
propósito. Muchos estaban en iglesias que, en la mayoría, suplían sus necesidades, y los pocos
que aún no se habían unido a congregaciones organizadas estaban espiritualmente firmes como
para sobrevivir sin la cuchara de alimento semanal. Por supuesto, hubo algunos que dependían
del grupo ?demasiado a mi parecer. Sospechaba que crecerían más si hacía que se valieran por
sí mismos.
La primera vez que sugerí que dejáramos de reunirnos, el grupo protestó. Le di más tiempo pero
los exhorté a orar para pedir la dirección de Dios y para examinar sus motivos para que el grupo
siguiera. La próxima vez que sugerí la desintegración, hubo quienes estuvieron de acuerdo. Nos
reunimos una vez más, y luego lo dimos por terminado.
Ministrar a un grupo pequeño tiene su ciencia. Sin ella, dos trampas se convierten en peligros
reales para los líderes de grupos pequeños.
Primero, las personas pueden hacerlo sentir que usted tiene que empezar una iglesia, si no
formalmente, al menos informalmente, completa con políticas, clérigo y otras costumbres. El
peligro está en perder de vista el propósito original; el grupo puede empezar a existir por su
propia cuenta.
Recuerde a Amós. Dios tal vez podría estar levantando una célula o un grupo de estudio bíblico
en el vecindario solo por cierto tiempo. Reúnanse mientras observe frutos. Renuncie cuando se
han alcanzado los propósitos.
Una segunda trampa es pensar que por no estar en la iglesia, usted puede estar menos
comprometido y preparado. La diferencia entre una iglesia organizada y un grupo de estudio
bíblico en el hogar es a menudo tan pequeña que se centra sólo en el hecho de que las personas
están sentadas en sofás en lugar de bancas. El cuerpo de Cristo es anatómicamente idéntico si
está en una sala de estar o en una catedral, por eso, requiere nuestro mejor esfuerzo.
No cofunda los odres con el vino. Si el odre es una iglesia organizada con bancas y una nómina
de pago o estudios bíblicos en una casa con café y preguntas, el vino es el mismo.
Las células o los grupos pequeños a veces son cargas con peligros ?mayormente la tentación
para hacerlos algo que no son o no respetarlos por lo que son. Pero no permita que los riesgos lo
hagan disuadir. A pesar de que mi experiencia no fue perfecta, todavía creo que los grupos
pequeños son el mejor vehículo disponible para el empleo total de los dones espirituales y
bendiciones en la iglesia.