Los opioides son una clase de drogas que incluyen la droga ilegal heroína, los opioides sintéticos
(como el fentanilo) y ciertos analgésicos que están disponibles legalmente con prescripción médica,
como la oxicodona (OxyContin®), la hidrocodona (Vicodin®), la codeína, la morfina y muchos
otros. Estas drogas se relacionan químicamente e interactúan con los receptores de opioides en las
células nerviosas del cuerpo y del cerebro. Los analgésicos opioides por lo general son seguros
cuando se toman por un período de tiempo corto y siguiendo las indicaciones del médico, pero
como además de calmar el dolor generan euforia, a veces se los utiliza en forma inapropiada, es
decir, se toman en forma diferente a la indicada, o en mayores dosis o sin la receta de un médico.
Pero el consumo regular—aun cuando se sigan las instrucciones del médico—puede llevar a la
dependencia, y si se los usa en forma inapropiada, los analgésicos opioides pueden llevar a
situaciones de sobredosis y causar la muerte. La sobredosis de opioides se puede revertir con la
droga naloxone si se administra en forma inmediata. En algunas regiones del país se han visto
ciertas mejoras: hay menos disponibilidad de analgésicos opioides recetados y el abuso de estos
medicamentos entre los adolescentes del país está disminuyendo. Sin embargo, desde el 2007, las
muertes asociadas con las sobredosis de heroína han ido en aumento. Afortunadamente, existen
medicamentos efectivos para el tratamiento de los trastornos por consumo de opioides: la metadona,
la buprenorfina y la naltrexona. Estos medicamentos podrían ayudar a muchas personas a
recuperarse de la adicción a los opioides.
Imagen del perfil de una persona, donde se resalta el cerebro. La imagen dice: Los opioides pueden
deprimir la respiración cambiando la actividad neuroquímica del tallo cerebral que controla las
funciones automáticas del cuerpo. Los opioides pueden cambiar el sistema límbico que controla las
emociones, de manera que aumenta las sensaciones de placer. Los opioides pueden bloquear los
mensajes de dolor provenientes del resto del cuerpo a través de la médula espinal.
Si se toman tal como se recetan, los opioides se pueden utilizar para controlar el dolor de una
manera segura y eficaz. Sin embargo, cuando se abusan, incluso una sola dosis grande puede causar
una depresión respiratoria grave y la muerte. Bien administrado, el uso médico a corto plazo de los
analgésicos opioides rara vez causa adicción, la cual se caracteriza por la búsqueda y el consumo
compulsivo de una droga a pesar de las consecuencias adversas graves. El uso regular (por ejemplo,
varias veces al día, durante varias semanas o más) o el uso o abuso de los opioides a más largo
plazo puede dar lugar a la dependencia física y, en algunos casos, a la adicción. La dependencia
física refleja una adaptación predecible, y a menudo normal, del cuerpo a la exposición crónica a
una droga, y no es lo mismo que la adicción (véase el recuadro “La dependencia en comparación
con la adicción”). En cualquier caso, los síntomas de abstinencia se pueden producir si el uso de
drogas se reduce repentinamente o se detiene. Estos síntomas pueden incluir agitación, dolores
musculares y de los huesos, insomnio, diarrea, vómitos, escalofríos con piel de gallina (“cold
turkey”) y movimientos involuntarios de las piernas.
Medicamentos que no requieren receta médica
Los medicamentos que no requieren receta o prescripción médica, que también se conocen como de
venta libre u “over-the-counter” (OTC) en inglés, pueden ser objeto de abuso por sus efectos
psicoactivos. Éstos incluyen supresores de la tos o antitusivos, somníferos y antihistamínicos.
Normalmente, abusar de ellos significa tomar dosis superiores a las recomendadas o combinar estos
medicamentos de venta libre con alcohol, drogas ilegales o fármacos recetados. Cualquiera de estas
prácticas puede tener resultados peligrosos, dependiendo de los medicamentos involucrados.
Algunos contienen aspirina o acetaminofeno (Tylenol), que en dosis altas pueden ser tóxicos para el
hígado. Otros, cuando se toman por sus “propiedades alucinógenas”, pueden causar confusión,
psicosis, coma e incluso la muerte.
Los jarabes para la tos y los medicamentos para el resfrío son los fármacos de venta sin prescripción
que más se abusan. En el 2010, por ejemplo, el 6.6 por ciento de los estudiantes de 12º grado
tomaron jarabe para la tos “para drogarse”. En dosis altas, el dextrometorfano, un ingrediente clave
que se encuentra en el jarabe para la tos, puede actuar como la PCP o la ketamina, produciendo
efectos disociativos o experiencias extracorporales.
Todos los días, más de 115 personas en los Estados Unidos mueren después de una sobredosis de
opiáceos. 1 El uso indebido y la adicción a los opiáceos, incluidos los analgésicos recetados, la
heroína y los opiáceos sintéticos como el fentanilo (mayor proveer es chine, mencionar en su
momento), es una grave crisis nacional que afecta la salud pública y el bienestar social y
económico. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades calculan que la "carga
económica" total del uso indebido de opiáceos recetados solo en los Estados Unidos es de $ 78,500
millones al año, incluidos los costos de atención médica, pérdida de productividad, tratamiento de
adicciones y participación en la justicia penal. 2
Aproximadamente del 21 al 29 por ciento de los pacientes a los que se prescriben opioides para el
dolor crónico los usan indebidamente. 6
Entre el 8 y el 12 por ciento desarrollan un trastorno por uso de opioides.
Se calcula que del 4 al 6 por ciento de los que usan mal la opioides recetada pasan a la heroína.
Alrededor del 80 por ciento de las personas que usan heroína primero usaron mal los opioides
recetados.
Las sobredosis de opiáceos aumentaron un 30 por ciento desde julio de 2016 hasta septiembre de
2017 en 52 áreas en 45 estados.
En la región del medio oeste, las sobredosis de opioides aumentaron un 70 por ciento entre julio de
2016 y septiembre de 2017.
Las sobredosis de opioides en las grandes ciudades aumentan en un 54 por ciento en 16 estados.
El gráfico muestra que el Nordeste tuvo la tasa más alta de sobredosis de opioides
sospechosas en el 3T de 2017. Las tasas en el Medio Oeste han aumentado en gran medida entre el
2T y el 3T de 2017.
Este problema se ha convertido en una crisis de salud pública con consecuencias devastadoras que
incluyen aumentos en el uso indebido de opiáceos y sobredosis relacionadas, así como la incidencia
creciente del síndrome de abstinencia neonatal debido al uso de opioides y el uso indebido durante
el embarazo. El aumento en el uso de drogas inyectables también ha contribuido a la propagación
de enfermedades infecciosas, incluyendo VIH y hepatitis C . Como se ve a lo largo de la historia de
la medicina, la ciencia puede ser una parte importante de la solución para resolver una crisis de
salud pública.
Cuando se trata del consumo de opioides, Estados Unidos tiene el desafortunado honor de
liderar el mundo.
Por cada millón de estadounidenses, se toman casi 50.000 dosis de opioides todos los días.
En ocasiones, hay buenas razones para tomar opioides como la codeína o la morfina. Los pacientes
con cáncer los usan para aliviar el dolor, al igual que quienes se recuperan de la cirugía.
Pero si consumes demasiados tienes un problema. Y Estados Unidos ciertamente tiene un
problema.
En dos años, la ciudad de Kermit en Virginia Occidental recibió casi nueve millones de píldoras
opioides, según un comité del Congreso. Solo 400 personas viven en Kermit.
A nivel nacional, los derivados del opio mataron más de 33.000 personas en 2015, según el Centro
para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés).
Esa cifra incluye las muertes por heroína, un opioide ilegal.
Pero casi la mitad involucró un opioide recetado, es decir, un analgésico adquirido en una farmacia
con una prescripción de un médico.
cada millón de estadounidenses, se toman casi 50.000 dosis de opioides todos los días.
Entonces, ¿por qué Estados Unidos, más que cualquier otro país en el mundo, tiene un problema
de opioides?
A diferencia de la mayoría de los países europeos, EE.UU. no cuenta con atención médica universal
pagada que es solventada por los impuestos.
"La mayoría de los seguros, especialmente los que tienen las personas pobres, no pagan por otra
cosa que no sea por píldora", dice la profesora Judith Feinberg de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Virginia Occidental.
"Digamos que tienes un paciente de 45 años. Tiene dolor en la parte inferior de la espalda, lo
examinas y tiene un espasmo muscular. Lo mejor es la fisioterapia, pero nadie pagará por eso. Así
que los médicos sacan su recetario para ordenar pastillas", cuenta Feinberg.
"Incluso si el seguro cubre fisioterapia, probablemente requieran autorización previa, lo que implica
mucho tiempo y papeleo".
El CDC afirma que las recetas de opioides han caído un 18% desde su pico en 2010. Pero el total
sigue siendo tres veces mayor que en 1999.
EE.UU. y Nueva Zelanda son los únicos países que permiten que los medicamentos con receta sean
promocionados por televisión.
Tres meses más tarde, el alcance de la cultura opioide de Estados Unidos se vio en el entretiempo
del Superbowl, la franja publicitaria más cara del país.
La publicidad, pagada por AstraZeneca, aconseja a los pacientes que visiten a su médico y
"pregunten sobre las opciones de tratamiento con receta".
Regalos a doctores
En Estados Unidos, es común que las compañías farmacéuticas cortejen a los médicos, en un
esfuerzo por promocionar sus productos.
"Son amigables, atractivos, están bien vestidos, reparten obsequios para todo el mundo. Organizan
cenas, patrocinan conferencias y auspician viajes, dice el profesor Keith Humphreys de la
Universidad de Stanford.
Durante los últimos cuatro años, el gobierno de EE.UU. publicó los montos pagados por las
compañías de medicamentos y dispositivos a doctores y hospitales docentes.
El total en 2016 fue más de US$8.000 millones. Más de 630.000 médicos tenían registros de
pago.
Por ejemplo, Purdue Pharma, que produce OxyContin, un popular analgésico opiáceo, realizó casi
80.000 transacciones en 2016, por un valor total de más de US$7 millones.
El zorro y el gallinero
En 2016, un estudio analizó el vínculo entre los médicos, las comidas gratis que recibieron de las
compañías farmacéuticas y los medicamentos que recetaron.
El estudio encontró que recibir comidas gratuitas estaba "asociado con una mayor tasa de
prescripción del medicamento de marca promovido".
Las compañías farmacéuticas dicen que sus representantes simplemente comparten información con
los médicos.
En Reino Unido, las empresas dieron US$153 millones a los trabajadores de la salud y las
organizaciones para la investigación y el desarrollo en 2016.
Pero, aunque la cifra de Reino Unido es un 7% más alta que en 2015, es menos del 2% del monto
pagado en EE.UU.
Entrenamiento deficiente
Él piensa que la formación médica en Estados Unidos no fue lo suficientemente buena hasta hace
unos años.
"Los médicos casi no recibían capacitación sobre el manejo del dolor", dice.
"Hasta hace muy poco estaban bajo conceptos erróneos acerca de cuán adictivos son varios
productos".
Y agrega: "Hace un par de años testifiqué ante el Congreso cuando estaba en el gobierno.
Derechos de autor de la imagenREUTERSImage captionParamédicos atienden a un hombre en
crisis por consumo de opioides en Estados Unidos.
"Notó que casi no había recibido entrenamiento en el manejo del dolor, y lo que había aprendido
provenía exclusivamente del personal de enfermería con el que trabajaba".
Responsabilidad colectiva
Frank dice que la formación médica no es la única razón del problema de los opiáceos en Estados
Unidos.
"La responsabilidad es de todos", dice.
Pero su crítica tiene eco en la profesora Judith Feinberg. "Los médicos no aprendían nada sobre la
adicción en la escuela de medicina", dice.
Derechos de autor de la imagenREUTERSImage captionA diferencia de la mayoría de los países
europeos, EE.UU. no cuenta con atención médica universal pagada que es solventada por los
impuestos.
"Eso ahora está cambiando, pero todos los que ya son médicos no aprendieron nada. Yo aprendí
sobre los medicamentos opiáceos en la parte de la farmacología donde se trata la anestesia", afirma.
"Probablemente todo el tema de las drogas parecidas a la anestesia demoró dos horas. La gente no
tiene mucho conocimiento sobre los opiáceos. No había un plan de estudios que incluyera la
adicción".
¿Errores de la ciencia?
En 1980, el doctor Hershel Jick escribió una breve carta al New England Journal of Medicine.
En la misiva, señalaba: "A pesar del uso generalizado de estupefacientes en los hospitales, el
desarrollo de la adicción es raro en pacientes médicos sin antecedentes de adicción".
Esa afirmación fue desacreditada, y ahora lleva una nota de advertencia. Pero la carta Jick tuvo un
gran impacto.
Este año, investigadores canadienses dijeron que la carta había sido citada 600 veces, generalmente
para afirmar que los opioides no eran adictivos.
Esto le dio al dolor el mismo estatus que la presión arterial, la frecuencia cardíaca, respiratoria y la
temperatura.
La adicción a los opioides en EE.UU. es un mal que afecta mayormente a estratos socioeconómicos
bajos.
Luego, en 2001, la Comisión Conjunta (JC, por sus siglas en inglés), que certifica casi 21.000
organizaciones y programas de salud de EE.UU., estableció normas para la evaluación y el
tratamiento del dolor.
En 2016, el JC publicó una declaración que afirmaba que "todos están buscando a alguien a quien
culpar" por el problema de los opiáceos.
Insistió en que sus estándares de 2001 "no requerían el uso de medicamentos para controlar el dolor
de un paciente".
Pero la profesora Feinberg dice que los movimientos de VHA y JC significaron que los médicos
estaban bajo presión para recetar analgésicos fuertes, como los opioides, cuando podrían no haber
sido necesarios.
"Para cuando alcanzas la edad madura, es raro ver a una persona que no le duele alguna
parte", dice.
Y agrega que, en un país donde los pacientes califican a sus médicos y las bajas calificaciones
pueden afectar sus ganancias, el puntaje puede verse influenciado por si los pacientes reciben
opiáceos.
"Tengo 51 años", dice. "Si voy a ver a un médico estadounidense y le digo: 'Oye, corrí la maratón
que solía correr cuando tenía 30 años, ahora estoy dolorido, arréglame', mi médico probablemente
intentará arreglarme.
"Si haces eso en Francia, el médico diría: 'Es la vida, toma una copa de vino, ¿qué quieres de
mí?'".
En 2016, un estudio comparó cómo los médicos japoneses y estadounidenses prescribieron
opiáceos.
Se conoció que los médicos japoneses trataban el dolor agudo con opiáceos en el 47% de los casos,
en comparación con el 97% en EE.UU.
"Obviamente hay una disposición y un hábito de aliviar el dolor con opioides que no se comparte en
ninguna otra parte", dice la profesora Feinberg.
“Cuando no estás pensando en ti mismo, y estás pensando en tu trabajo, y quieres mejorar y obtener
dinero, simplemente te olvidas de ti y de tus problemas”, dijo.
Entre los medicamentos de prescripción que pueden conducir al adverso efecto de la adicción están
la morfina, el fentanilo, el tramadol, la codeína, el grupo de las benzodiacepinas y los estimulantes
como las monoaminas.
En febrero pasado, la empresa con base en Connecticut, Purdue Pharma, fabricante del OxyContin,
quizá el medicamento de uso más frecuente por sus efectos calmantes del dolor, anunció que dejaría
de promover opiáceos a los doctores y reduciría su equipo de ventas a la mitad, una decisión
obligada, porque la compañía ha recibido un aluvión de demandas relacionadas con la epidemia de
opioides.
OxyContin es el medicamento de mayor venta de esa farmacéutica (representa el 80 por ciento de
sus productos) que le generó 1 800 millones de dólares en 2017, aunque cinco años antes esa
ganancia fue de 2 800 millones. Para justificar su negocio, Purdue Pharma arguye que la
Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos (FDA), la agencia gubernamental que
aprueba el comercio de esos rubros, le dio el visto bueno a sus medicamentos que representan —
aseguran— solo el dos por ciento de todas las recetas de opiáceos.
Otra farmacéutica involucrada es Johnson & Johnson, y cuando el 26 de octubre pasado el
presidente Trump declaraba emergencia pública de salud por la epidemia, el Departamento de
Justicia anunciaba el arresto de John Kappor, fundador de Insys Therapeutics, acusándolo de
sobornar a médicos para que recetaran Subsys, un spray de fentanilo para pacientes con cáncer, a
pacientes que no tienen cáncer.
Los analgésicos que se venden en las farmacias tienen fabricantes y distribuidores en esa gigantesca
y bien establecida industria que lucra y engaña en cuanto a los efectos adictivos de sus bien
publicitados medicamentos.
«Unos 150 estadounidenses van a morir hoy, solo hoy, mientras nos estamos reuniendo», declaró
recientemente el juez federal del Distrito Norte de Ohio, Dan Polster, quien juzga —hasta el
momento— 434 demandas presentadas contra las empresas productoras y distribuidoras de los
potentes y adictivos calmantes. El magistrado agregó un punto esencial en el litigio: «En mi
humilde opinión, todo el mundo tiene parte de la responsabilidad y nadie ha hecho lo suficiente para
disminuirlo».
Para recuperarse de la epidemia de opiáceos, la nación debe cambiar la manera de mirar a estas
drogas y reconocer su carácter adictivo, expuso el excomisionado de la FDA David Kessler. «En el
dolor agudo, pueden ser vitales. Fuera de eso y fuera del dolor por cáncer, son mortales», dijo.
Ciudades, condados y organizaciones han interpuesto esos litigios que una comisión judicial decidió
agruparlos en el tribunal de Ohio. El tamaño del problema, que también tiene en la mirilla la
actuación de médicos y hasta a la agencia federal que aprueba los medicamentos, se expresa además
en estas cifras no actualizadas aunque demostrativas: en 1992, se prescribieron 79 millones de
recetas de opiáceos en EE. UU., en 2012 fueron 217 millones.
Además de los litigios, están en marcha investigaciones del Congreso que examinan cuestiones
como que los mayoristas de las drogas vendieron más de 780 millones de pastillas de analgésicos en
seis años a una sola farmacia en Kermit, Virginia Occidental, donde viven menos de 400 personas.
Organizaciones que trabajan en ayuda a los atrapados por las drogas, claman por financiación para
educación pública y tratamiento a los adictos con profesionales de la salud. El asunto es bien grave,
pues un reportaje de USA Today destacaba que más de 175 norteamericanos morirían ese día por
sobredosis y estimaba que para 2020 la adicción reclamaría un millón de vidas de continuar la
proliferación del consumo de las engañosas pastillas.
Por su parte, funcionarios de la FDA dijeron que quieren trabajar con «otras agencias
gubernamentales, proveedores de atención médica, la industria de productos médicos, políticos,
pacientes y sus familias» para atacar la crisis.
Se esperan años de enfrentamiento en las cortes, entre los políticos y en el debate público, mientras
tanto, los que lucran siguen corroyendo y enfermando a una sociedad que debiera estar en estado de
emergencia.
China: ¿Cómo se involucra con la crisis de los Opioides?
En enero de este año, Steele, de 36 años, admitió en un tribunal haberle suministrado en marzo de
2015 una dosis letal de fentanilo a la víctima, identificada solamente con las iniciales T.R.
Se trata de un opioide sintético 50 veces más poderoso que la heroína y 100 veces más que la
morfina, que se usa legalmente para tratar dolores crónicos pero que en los últimos años ha
desatado una crisis de muertes en el país por su consumo abusivo.
El acusado confesó también haber adquirido el sedante a proveedores en China, para luego
distribuirlo en las ciudades de Akron y Fairlawn, en el estado de Ohio, en el centro noreste del país.
El caso, sin embargo, estuvo lejos de conmocionar a las poblaciones de ambas localidades. Sus
residentes se han habituado a las muertes provocadas por el consumo de este analgésico, una de
las drogas que más preocupa a las autoridades del país.
"Esta es una vida humana más perdida por causa de los opioides traídos a Ohio desde China", dijo
en enero la fiscal Carole Rendon, a cargo del distrito en el que ocurrió el delito.
Las palabras de Rendon han sido replicadas por otros funcionarios en estados como Kentucky,
Nuevo Hampshire y Virginia Occidental, donde, además de Ohio, las muertes por sobredosis de
fentanilo y heroína han aumentado sostenidamente desde 2011, hasta el punto de considerarse
una epidemia.
Fentanilo
Es un opioide sintético originalmente fabricado para servir como analgésico y anestésico; sin
embargo, su potente efecto -es 50 veces más fuerte que la heroína- lo ha vuelto una droga atractiva
de abuso.
9.580 personas murieron en 2015 en EE.UU. por sobredosis de fentanilo y drogas similares,
73% más que en 2014.
144 personas murieron diariamente por intoxicación con drogas en 2015.
Entre US$3.000 y US$5.000 está valorado el kilogramo para la venta. El mismo puede
comercializarse entre US$40.000 y US$80.000 en EE.UU.
52.000 estadounidenses murieron por sobredosis de drogas en 2015; el 63% involucró un
opioide.
DEA, Casa Blanca
En 2015, el año más reciente del que se tienen datos disponibles, el fentanilo y otros opioides
sintéticos similares mataron a casi 10.000 personas en EE.UU., un 73% más que en 2014.
Y la autoridad sanitaria del país advierte que los números van en aumento.
La Administración para el Control de Drogas (DEA, por su sigla en inglés) señaló en un informe de
noviembre del año pasado que el fentanilo ilícito es responsable de la crisis por sobredosis que asola
al país. Y que China tiene mucho que ver.
¿Por qué?
Lo fabrica
El gigante asiático es el principal proveedor de fentanilo ilegal y otros de sus derivados a Estados
Unidos, según puntualizó el mismo reporte de la DEA del año pasado.
La agencia antidrogas explicó entonces que la mayoría de los envíos de fentanilo ilegal llegaban por
contrabando desde China —en menor medida desde México— por medio del servicio de correo
postal estadounidense.
Los traficantes adquieren en el país asiático fentanilo en polvo, químicos asociados y máquinas
para fabricar píldoras. El fármaco se procesa luego en EE.UU. y se mezcla con heroína u otros
componentes similares.
China es una fuente global de fentanilo porque sus grandes industrias farmacéuticas y químicas
están pobremente reguladas y monitoreadas, apuntó en un informe de este año la Comisión de
Revisión Económica y de Seguridad entre EE.UU. y China (USCC, por su sigla en inglés).
Este comité fue creado en el año 2000 para presentar informes al Congreso estadounidense sobre las
relaciones entre ambos países.
Sin embargo, China ha invertido esfuerzos internos para regular la fabricación y venta del
fentanilo y sus componentes, tras negociaciones que iniciaron en 2015 con el gobierno
estadounidense.
La primera acción de Pekín fue prohibir en octubre de ese año la producción y venta de más de 100
químicos sintéticos, entre los que había algunos compuestos del fentanilo.
Paradójicamente, estas sustancias no contaban con mayores regulaciones en China ya que no eran
consumidas de forma abusiva en el país asiático.
Estados Unidos, a su vez, anunció la apertura de una segunda oficina de la DEA en China y el
pasado enero su director visitó ese país por primera vez en más de una década.
Dos meses después de ese viaje, Pekín sumó a la lista de sustancias prohibidas cuatro componentes
claves utilizados para fabricar fentanilo, una decisión que la DEA celebró como un "punto de
inflexión" en la lucha contra el tráfico ilícito de esta droga a EE.UU.
El fentanilo ilegal es más barato, potente y letal que la heroína.
"A raíz de la prohibición de esos cuatro químicos, es difícil afirmar si China sigue siendo el
principal proveedor de fentanilo a Estados Unidos", advirtió a BBC Mundo un portavoz de la DEA.
Sin embargo, añadió, todavía es temprano para registrar un declive en el número de víctimas por
consumo de fentanilo en Estados Unidos.
Los esfuerzos han sido resaltados positivamente por ambas naciones, aunque la USCC advierte que
China ha tenido dificultades para monitorear el funcionamiento de laboratorios farmacéuticos
legales e ilegales, lo que ha llevado a una continuación en la producción y exportación de drogas
ilícitas.
Además, la colaboración entre ambos países en este respecto supone un tema de fricción
diplomática, según le explicó a BBC Mundo Howard Zhang, editor del servicio chino de la BBC.
"El gobierno chino ha negado en varias ocasiones que las drogas que exporta o solía exportar fuesen
la causa de todas esas muertes por sobredosis en Estados Unidos", dijo Zhang.
Las autoridades estadounidenses han incautado píldoras del potente analgésico que aparentan
corresponder a fármacos menos peligrosos, como el alprazolam o la oxicodona.
En muchas ocasiones, señaló la DEA, el consumidor ni siquiera conoce su composición real.
Las autoridades también han detectado fentanilo mezclado en polvo de heroína y de cocaína o
alterado en sus diferentes compuestos químicos, algunos de ellos todavía legales en China.
La venta, además, suele hacerse por medio de redes oscuras, sectores encriptados en internet en los
que es posible realizar actividades ilegales. A menudo las transacciones se hacen con la moneda
virtual bitcoin, que es imposible de rastrear.
La distribución también supone un problema, según han señalado funcionarios estadounidenses, ya
que una gran cantidad de opioides, en especial el fentanilo, entra en el país por medio del correo
postal.
El fentanilo suele enviarse desde China por medio del correo postal estadounidense.
Este es uno de los factores que algunos políticos estadounidenses consideran como un asunto
que no depende de China, sino de reforzar internamente la seguridad del servicio de correos.
Por eso varios congresistas estadounidenses propusieron este mes un proyecto de ley para exigir
una tecnología más avanzada en el seguimiento electrónico de todos los paquetes y sobres
grandes enviados por correo a Estados Unidos.
Sin embargo, funcionarios del servicio postal del país argumentaron que incluir esta tecnología
costaría entre US$1.200 y US$4.800 millones en un periodo de diez años y perjudicaría los envíos,
ya que solo el 40% de los países extranjeros tiene la capacidad de proveer ese tipo de datos
avanzados.
Los traficantes suelen diseñar píldoras con fentanilo que aparentan corresponderse con fármacos
menos peligrosos, como la oxicodona.
Más allá de la distribución, los gobiernos de Estados Unidos y de China aseguran que la
cooperación que mantienen contribuirá en gran medida con la disminución de muertes por
sobredosis de opioides en Estados Unidos.
Pero advierten también que la efectividad de su estrategia solo podrá probarse dentro de unos
años.
Mientras tanto, los gobiernos locales en EE.UU. tendrán que seguir haciendo frente a las muertes
por sobredosis de drogas, que superan desde 2009 a las causadas por armas de fuego, accidentes de
tránsito, suicidios y homicidios.
La epidemia de opioides en Estados Unidos ha causado 200.000 muertes desde 1999. Su principal
autor, Purdue Pharma, construyó un imperio económico sobre la venta de analgésicos para aliviar el
dolor. Ahora, y tras la reducción de su mercado, apuntan a América Latina.
Una nueva amenaza asecha silenciosamente a América Latina y el mundo, luego de dos décadas de
generar estragos en Estados Unidos. Conocida como la epidemia de opioides esta ha causado más
de 200.000 muertes desde 1999 por sobredosis. La razón principal: el abuso de analgésicos legales
y drogas ilegales con propiedades similares al opio.
Tal es el problema que en 2017, Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, la declaró como una
emergencia nacional de salud pública, denominándola como “la peor crisis de drogas” del país.
Según el Instituto Nacional de Salud, más de 90 estadounidenses mueren cada día por sobredosis de
algún tipo de opioide u opiáceo.
Estas cifras aproximadamente duplican las muertes causadas por accidentes de tráfico y armas de
fuego. De las 52.404 muertes registradas en 2015 por abuso de sustancias, el 63% involucró un
opioide. Y la tendencia continúa en ascenso, el Fiscal General de EE.UU, Jeff Sessions, declaró un
incrementó a 60.000 en 2016.
A pesar de ello, las empresas farmacéuticas causantes continúan con la venta indiscriminada de
estos fármacos. Purdue Pharma, autora de la crisis, camuflada como MundiPharma inició su
estrategia en América Latina en 2014. Con las mismas tácticas publicitarias buscan extender su
imperio del dolor en toda la región y el mundo.
Como lo explicó Andrew Kolodny, co-director del Colectivo de Investigación de Políticas para
Opioides de la Universidad de Brandeis, “la crisis se precipitó inicialmente por un cambio en la
cultura de la prescripciones médicas, un cambio cuidadosamente diseñado por Purdue”. Una
estrategia dirigida y gestada por la familia Sackler, sus dueños.
Los Sackler saben hacer bien dos cosas: dinero y analgésicos. Desde sus inicios, los tres hermanos
Arthur, Raymond y Mortimer se destacaron en el campo de psiquiatría pero su mayor logro lo
realizaría Arthur, el mayor, en el naciente campo de la publicidad médica y farmacéutica.
En 1952, compraron una pequeña farmacéutica, Purdue. Ese mismo año, Arthur fue el primer
publicista en convencer a la Asociación Americana de Medicina en incluir publicidad farmacéutica
en su revista científica. Su trabajo durante años lo haría una estrella en el campo de la publicidad y
fue uno de los primeros nombres en ser incluido el Salón de la Fama de la Publicidad Médica en
1997.
Publicidad y medicina serían la combinación para su gran fortuna, especialmente en el mercado del
dolor. Fue en 1972, que Mortimer Sackler dirigía Napp Pharmaceutical, la rama de la empresa
familiar en el Reino Unido cuando iniciaron la investigación en un sistema de liberación
temporizada para la aplicación de morfina de manera continua.
En 1981, Napp introdujo el sistema ‘Contin’ (continuo) y en 1987 Purdue ingresaría al mercado
estadounidense con el analgésico MS Contin. Una pastilla de morfina destinada para el tratamiento
paliativo de pacientes de cáncer. Un primer éxito, que no se compararía años más tarde con la
creación de Oxycontin, uno de los opioides causantes de la crisis.
Al referirse a opioides se comprenden dos tipos de sustancias: fármacos legales como la oxicodona,
hidrocodona o fentanilo y substancias ilegales como la heroína. Todos con características químicas
similares al opio, que afectan al cuerpo al bloquear los receptores de dolor y a su vez activar las
zonas de placer en el cerebro causando una liberación de dopamina.
Para finales de los 80, la patente sobre el MS Contin estaba por terminar. En un memo interno,
Robert Kaiko, vicepresidente del departamento de investigación médica de Purdue, dijo que debido
a la “eventual y seria competencia de pastillas genéricas de MS Contin, otros opioides con sistema
de liberación controlada deben ser considerados”. Es decir, el monopolio sobre las pastillas de
morfina con sistema Contin estaba por terminar y consecuentemente las grandes ganancias.
El plan de negocios fue diseñar una nueva y mejorada pastilla y a su vez no solo comercializarla
para pacientes con cáncer sino ampliar su mercado. Durante 10 años desarrollaron OxyContin, una
pastilla de oxicodona. Este opioide es un semi-sintético del opio, similar a la morfina, pero con una
biodisponibilidad mayor (97%) y 1.5 veces más potente.
Como dijo Michael Friedman, ejecutivo de la compañía, lo que verdaderamente buscaban ‘curar’
era “la vulnerabilidad ante la amenaza de los medicamentos genéricos”. Es así como Oxycontin, les
permitiría retomar el monopolio del mercado del dolor.
El siguiente paso fue lograr la aprobación de la Agencia Federal para la Administración de Drogas y
Alimentos (FDA). El doctor Curtis Wright lideró una dudosa revisión médica para la FDA. Luego
de la aprobación renunció y según, declaraciones juramentadas, en menos de dos años ingresó a
Purdue Pharma. Fue así que en 1996, el mundo conocería a OxyContin con una agresiva campaña
publicitaria que desataría la epidemia de adicción.
Lo primero en lo que trabajaron fue cambiar las actitudes y hábitos de prescripción de los doctores.
Aunque el opio y sus versiones sintéticas y semi-sintéticas no son nuevas –como la morfina-, la
‘opiofobia’ entre los médicos significaba que la prescripción de un opioide se realizaba, en su
mayoría, para pacientes en su lecho de muerte con dolor crónico y pacientes con cáncer en fases
terminales. Los Sacklers cambiarían esto para siempre.
Esto lo lograron a través de un sistema de selección de perfiles médicos, el cual les permitió filtrar
por doctores con más tendencia a prescribir analgésicos y por zonas vulnerables. Es decir áreas de
clase media/ media-baja dónde trabajadores de fábricas, construcción o agricultura vivían ya que
eran los más propensos a tener problemas de dolor crónico causado por sus labores.
El financiamiento de investigaciones y voceros/doctores, que hablen sobre la necesidad de combatir
el dolor crónico con las bondades de los opioides, fue parte de la campaña. En un reporte de 2003
de la Oficina de Contabilidad General de los Estados Unidos (GAO), entre 1996 y 2002, Purdue
financió más de 20.000 programas educacionales relacionados a la temática del dolor. Seminarios,
viajes pagados, financiamiento para investigación y mercadeo fueron las estrategias para enganchar
a los doctores.
Inclusive, como lo indica una investigación del New Yorker, doctores de alto prestigio como Russel
Portenoy, en ese entonces especialista del dolor en Nueva York, abogó en 1993 sobre el problema
de dolor crónico no tratado y cómo los opioides eran una solución. Portenoy recibió financiamiento
de Purdue pero en 2012 se retractó ante el Wall Street Journal y admitió que desinformó sobre el
uso de los opioides como una terapia para el tratamiento del dolor.
De igual manera, asociaciones médicas como la Academia Americana de Medicina del Dolor y la
Sociedad Americana del Dolor en 1997 publicaron argumentos a favor de uso de los opioides para
tratar dolor crónico. El autor fue el Dr. David Haddox, vocero contratado por Purdue. Estas técnicas
y la influencia en publicaciones científicas médicas causaron un cambio de paradigma.
Esto causó que los opioides se conviertan en la solución para dolencias no relacionadas al cáncer,
que variaban desde dolores de espalda, dolor posoperatorio e incluso dolor de cabeza. El resultado,
según un artículo en el American Public Health Journal, fue un incremento del 402% entre 1997 y
2002 del número de prescripciones de oxicodona.
A lo que se sumó la ingenuidad e ignorancia de médicos generales ya que existía una confusión
generalizada de que la oxicodona era menos riesgosa y potente que la morfina. Purdue utilizó esto a
su favor y para ello empleó al recurso “más importante de la empresa”: sus vendedores.
Entre 1996 y 2002 incrementó su equipo de ventas de 318 a 671. Todos con un discurso
memorizado: “menos del 1% de los pacientes se convierten en adictos”. Respaldados
científicamente por el Dr. Haddox quien acuñó en 1989 el término de “pseudo-adicción” y también
los estudios de Porter y Hick/ Perry y Heidrich en los que se hablaba de una adicción menor al 1% y
0%.
La realidad era otra, varios estudios médicos demostraron que los porcentajes de adicción de
usuarios regulares variaban entre 18 y 45%. Inclusive Purdue lo sabía; en un estudio financiado por
la empresa en 1999 se demostró que el porcentaje de adicción de pacientes que utilizaban
OxyContin para dolores de cabeza era del 13%.
Una de las causas principales que causaba dicha adición era el formato de uso y las dosis, sistema
que ‘diferenciaba’ a Oxycontin de otros analgésicos.
En el mercado ya existían pastillas de oxicodona, como Percocet y Roxicodona, pero tenían una
duración de seis horas. La propuesta de valor de Purdue era que su pastilla tendría un mecanismo de
liberación que dure 12 horas. Es decir, los pacientes solo debían tomar OxyContin dos veces al día,
mejorando su estilo de vida y reduciendo el dolor.
Sin embargo, las pastillas nunca llegaron a cumplir su promesa. Los intervalos de 12 horas eran “la
receta perfecta para generar adicción”, explicó Theodore Cicero, neuro-farmacólogo y experto en el
efecto de opioides en el cerebro.
Además, como se demostró en un juicio en contra de Purdue en 2004, “la mayoría de los pacientes
en las pruebas clínicas requerían medicación adicional” ya que ocho horas era en general el tiempo
de eficacia de la droga.
Algo que Purdue también sabía. En las pruebas médicas para obtener el permiso de la FDA, un
estudio posterior de la Agencia, encontró que un tercio de las pacientes se quejaron de sentir dolor a
las primeras ocho horas y aproximadamente el 50% requirieron más analgésicos antes de las 12
horas prometidas.
La respuesta de la empresa fue recomendar un incremento en las dosis. Lo que a su vez se tradujo
en más ganancias para la empresa. Una botella de píldoras de 10mg, la dosis más baja, se vendía en
aproximadamente 100 USD mientras que una de 80mg en casi 650 USD.
“Mientas más alta la dosis, más probable que mueras”, afirmó la Dra. Debra Houry, directora del
Centro Nacional para Prevención y Control de Lesiones del CDC, al LA Times. Y mientras más
personas se convertían en adictos, los Sackler se convertían en una de las familias más ricas del
mundo.
En su primer año de ventas (1996), la pastilla registró 45 millones de dólares en ventas. Cuatro años
más tarde (2000), el promedio por año era 1.000 millones y su tope llegaría en 2010 cuando las
ventas anuales llegaron a 3.100 millones de dólares. Para ese entonces, la crisis estaba en pleno
auge y las muertes se sumaban. En total, Purdue ha generado 35 mil millones de dólares gracia a
Oxycontin.
Sin embargo, dosis más altas y uso en menos de 12 horas significaba que las empresas de seguros
no estaban dispuestas a cubrir el tratamiento completo, ya que la morfina era mucho más barata.
Según las guías del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos
del 2014, se solicitaba a los médicos “evitar” y “justificar cuidadosamente” prescripciones de alta
potencia. A pesar de ello, según la Universidad de Arkansas, en 2014 más del 52% de pacientes
tomando OxyContin habían sido prescritos dosis mayores a 60mg por día.
Tomando en cuenta que la oxicodona tiene clasificación de narcótico clase II, como la cocaína,
heroína y opio, las altas dosis y uso regular demostraron fatales. En 2003, la Administración para el
Control de Drogas (DEA) encontraría que los “métodos agresivos” de Purdue “exacerbaron el
abuso generalizado de Oxycontin”.
Las distintas demandas civiles en varios estados y el creciente número de muertes causaron que el
Departamento de Justicia de los Estados Unidos levante una investigación criminal. En 2007, la
empresa y tres de los ejecutivos de más alto mando se declararon culpables por fraude al minimizar
conscientemente el riesgo de adicción de Oxycontin. No hubo cárcel para ninguno, el único castigo
fue una multa de 635 millones de dólares, un ínfimo 2% de todas las ganancias de la empresa.
Pero las ventas continuaron y en 2010, ante la presión del Gobierno y los crecientes números de
adictos, la empresa aceptó cambiar la estructura de la pastilla para evitar la trituración y posterior
inhalación. Un acto que comprendía intereses económicos y no un compromiso en ayudar a la
crisis.
Debido a que en 2013, la patente de Oxycontin iba a terminar aprovecharon esta excusa para
cambiar la fórmula de las pastillas para hacerlas más resistentes a la trituración y a su vez lograr que
la FDA prohíba los genéricos. El tablero estaba listo y Purdue manejaba las ‘fichas’: la patente
estaba aprobada hasta 2030.
Sin embargo, la ‘mala’ publicidad generada por la evidencia de fraude y los casos de muertes a
nivel nacional, causaron que desde 2010 las prescripciones de Oxycontin se reduzcan en un 40%.
Los doctores tenían nuevas razones para evitar utilizar estos fármacos en sus pacientes.
Un reporte del Instituto Nacional de Salud (NIH) encontró que no hay evidencia de la efectividad
del uso de opioides a largo plazo para el dolor crónico y sí una cantidad de evidencia de daños,
incluidas las sobredosis y la adicción. “Pocas drogas son tan peligrosas como los opioides”,
comentó David Kessler, ex comisionado de la FDA (1990-97), al New Yorker. A pesar de ello, en
2015 se aprobó el uso de Oxycontin para niños de 11 a 16 años.
Pero no fue suficiente ya que Purdue Pharma miró al resto del mundo como un potencial mercado.
En 2014, Raman Singh, ejecutivo de MundiPharma (Purdue) dijo que “cada uno de los pacientes en
los mercados emergentes deben tener acceso a nuestras medicinas”. Con las mismas tácticas: viajes,
seminarios, y publicidad dirigida a doctores ingresaron en la región.
Según un comunicado de la empresa, en Colombia, las inversiones para 2014, fueron de 10 millones
de dólares y contemplaron el desarrollo de su portafolio de medicamentos, una fuerte inversión en
educación médica, así como en investigación de temas relacionados con dolor. En México, 40
millones de dólares y Brasil 80 millones de dólares con una inversión para establecer su base de
operaciones para la región.
"Los instaría a ser muy cautelosos sobre la comercialización de estos medicamentos”, afirmó Vivek
H. Murthy, exCirujano General de los Estados Unidos, refiriéndose a la venta de opioides en otras
partes del mundo.
La campaña continúa. En países como Ecuador, en 2016, se realizó un taller titulado ‘El alivio del
dolor como derecho humano fundamental’, financiado por MundiPharma. Este contó con la
participación de 100 médicos internistas, anestesiólogos y oncólogos. Otro ejemplo, Ricardo
Plancarte, médico y miembro del Instituto del Cáncer en México, quien ahora es un vocero de la
empresa. Y los nombres continúan, no solo en América Latina sino todo el mundo.
En palabras de MundiPharma, “solamente estamos empezando”. El ejemplo de Purdue demuestra
que la desregulación de las farmacéuticas y la codicia capitalista tienen un precio, que en este caso
han sido cientos de miles de muertes y miles más de familias destruidas por la adición.
Algo que asemeja la estrategia del Reino Unido en 1825 al introducir el opio en China. Los
intereses imperiales del capitalismo globalizado buscan situar a la empresa privada sobre la vida
humana y la historia parece repetirse.
Si hay un fármaco altamente eficaz para aliviar los dolores crónicos o intensos, y en especial en
enfermos en etapas avanzadas, es el opiáceo. Sin embargo, la nefasta tendencia de darle un mal uso,
consumiendo dosis más altas a las prescritas o utilizarlas en forma recreacional, ha provocado un
exponencial aumento de muertes por esta causa en los Estados Unidos y en menor medida en
Canadá. Para muestra, un botón: solo En Estados Unidos, 64.000 personas perdieron la vida en
2016 por sobredosis, entre ellos el cantante Prince, uno de los íconos de la música pop de los 80 y
90.
Este uso indiscriminado ha desencadenado una epidemia, que amenaza con expandirse a otras
latitudes, en especial a América Latina. Las miradas acusan especialmente a Purdue Pharma, la
cuestionada compañía farmacéutica que fabrica el analgésico Oxycontin y que ha sido demandada
por varios estados de Estados Unidos, entre ellos New Hempshire, Nueva Jersey y Nueva York, por
su responsabilidad en el descontrolado uso de los opiáceos en la primera economía del mundo.
Pese a que en América Latina el problema con los opiáceos no es de grado alarmante, no quiere
decir que no se mire con atención lo que ocurre en EE.UU. y sus posibles repercusiones. Según el
estudio nacional de consumo de sustancias psicoactivas en Colombia de 2013, el 1,07% de las
32.605 personas encuestadas (entre 12 y 65 años) había consumido opiáceos (morfina, oxicodona,
fentanilo, hidromorfona, tramadol, meperidina o hidrocodona) alguna vez sin prescripción médica.
Para evitar que esto se convierta en un problema, Andrés López Velasco, director del Fondo
Nacional de Estupefacientes (FNE), en entrevista a la Sociedad Colombiana de Anestesiología y
Reanimación (SCARE), mencionó: “En nuestro país existe un control estricto sobre los opioides
con usos médicos y científicos aprobados, centralizado en el FNE, el cual se ejerce a través de:
inspección, vigilancia y control de toda la cadena de comercialización de las sustancias y los
medicamentos sujetos a fiscalización, y (…) el acceso a los medicamentos que son monopolio del
Estado, entre los que se incluyen cuatro opioides: morfina, hidromorfona, meperidina y metadona”.
Y si bien Canadá no pertenece a América Latina, su cercanía con Estados Unidos también la ha
sumido en un grave dolor de cabeza. El fentanilo se ha tomado las calles de Vancouver, donde
muere una persona por día a causa de la sobredosis.
A inicios de enero, Statistics Canada publicó que la tasa de mortalidad por uso de opiáceos en
Quebec es de 1,7 muertes por 100.000 habitantes, en comparación con el promedio nacional de 7,9.
La situación se dispara en Columbia Británica, donde las muertes llegan a 20,7.
Frente a ello, el gobierno de Canadá ha adoptado una serie de medidas como actividades de
sensibilización y búsqueda de soluciones para problemas de acceso a tratamientos de rehabilitación.
De esta manera, la epidemia de los opiáceos se configura como un problema no sólo de Estados
Unidos, sino de dos tercios de América del Norte, si se incluye Canadá. Al otro extremo está
México, que batalla con el alto consumo de la marihuana, de la cocaína y de anfetaminas, situación
que se replica en el resto de Latinoamérica. En Chile reina la cocaína, en Argentina la marihuana, lo
mismo que en Uruguay, donde su consumo está legalizado desde 2013.
Los controles sobre el uso y la comercialización de opiáceos en países de esta región también
mantienen a raya el aumento del consumo indiscriminado. Con esto, no se trata de demonizar los
opiáceos, pues usados en dosis adecuadas y prescritas por un médico pueden conllevar importantes
beneficios, sobre todo en pacientes que requieren tratamientos para soportar los fuertes dolores
causados por una enfermedad como el cáncer.
Los cuidados paliativos son las atenciones que se le dan a un enfermo en etapa avanzada con la
finalidad de aliviar fuertes dolores, entre otros síntomas.
Según un estudio realizado en 172 países y que se publica hoy en la revista The Lancet, Chile tiene
114% de disponibilidad de analgésicos para atender a todos los pacientes de este tipo. Así, se ubica
en el segundo lugar de América Latina, superado únicamente por Argentina (115%).
Para hacer las mediciones, 35 investigadores hicieron un análisis entre la cantidad de medicamentos
opioides que cada país declara a la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) y
las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el número de enfermos que
requieren cuidados paliativos en cada nación.
“Estudiamos a fondo el caso de Chile y creemos que se encuentra muy bien al poder garantizar el
medicamento, pero el problema es que el acceso está concentrado en pacientes con cáncer”, dice a
“El Mercurio” Felicia Knaul, presidenta de la comisión a cargo del estudio.
Mientras que en países de Europa el porcentaje de cobertura de medicamentos opioides para todas
las enfermedades es de 86%, explica Knaul, en Chile solo se está cubriendo el 15% de la necesidad
de todos los enfermos que requieren cuidados paliativos, pese a contar con drogas disponibles para
todos.
“Chile es un líder de la región, por lo que sin dudas es un lugar donde se puede lograr el acceso
universal”, afirma.
El doctor Pedro Cruz, especialista del Programa de Medicina Paliativa y Cuidados Continuos de la
U. Católica y coautor del estudio, opina que el hallazgo tiene que ver con la distribución de los
recursos y el actual enfoque del programa de Garantías Explícitas en Salud AUGE-GES, sistema
que solo contempla cuidados paliativos para cáncer.
“El que haya tanta disponibilidad tiene que ver con una política adecuada”, dice. “El GES ha sido
un tremendo logro, pero el tema es que tenemos una inequidad enorme porque si alguien muere de
una insuficiencia cardíaca, que también causa mucho sufrimiento, no tiene garantizado el acceso a
opioides”, dice Cruz.
Inequidad y adicción
La investigación también arrojó que de las 300 toneladas de morfina que hay en el mundo, menos
del 4% está en los países de ingresos medios y bajos. Solo en EE.UU. ocurre la situación contraria:
una pandemia de opiodes. De hecho, este año se han registrado más de 47 mil muertes en ese país a
causa del abuso de este tipo de fármacos.
El Presidente de la Sociedad de Anestesiología de Chile, Christian Nilo, plantea que esto podría
replicarse en Chile pues, asegura, existen factores predisponentes en la sociedad.
“El abuso de alcohol es una potencialidad de riesgo, al igual que las alteraciones psiquiátricas en las
cuales Chile es puntero”, asegura Nilo.
Por el contrario, el doctor Cruz considera que el país estaría muy lejos de llegar a un nivel
peligroso. En su opinión, la prescripción en Chile está mucho más supervisada que en otros lugares
del mundo.
“El desafío es ampliar el acceso a otros pacientes, pero manteniendo la supervisión estricta en el
uso”, puntualiza Cruz.
Medidas de Control