El reconocimiento de los niños y niñas como sujetos titulares de derechos ha generado una
nueva visión alrededor de la infancia. Con el discurso de los derechos de los niños y niñas se
instaura un lenguaje sobre igualdad y autonomía que refleja la intención de constituir, desde
los primeros años del desarrollo humano, sujetos políticos y ciudadanos activos que requieren
contexto sociales que brinden las condiciones adecuadas para ejercer plenamente sus
derechos y expresar sus opiniones libremente en los asuntos que les afectan tanto en el
ámbito personal y familiar, como en el político, económico y social.
La garantía de los derechos de los niños y niñas requiere transformaciones profundas tanto en
las instituciones estatales como en la sociedad en general. Dichas transformaciones deben
estar orientadas a que dentro de la cultura se incorpore los principios que sustentan los
derechos de la infancia, es decir, que la visión y concepción que se tenga sobre la infancia en
determinada sociedad esté orientada por los principios fundamentales que sustentan los
derechos humanos: libertad, autonomía, responsabilidad, igualdad y dignidad. Ése debe ser el
reto de los Estados, porque no hay avance significativo si lo plasmado en los documentos
normativos no llega a todos los sectores de la población y las relaciones adulto-niño/a están
marcadas por un soplo proteccionista sustentado por la falta de madurez física y mental.
Liebel y Martínez (2009) reflexionan sobre el obstáculo que representa la concepción del
adulto sobre la infancia en el ejercicio de los derechos, especialmente en la participación
social y política. “Se presupone que, a causa de su corta edad y su consecuente debilidad y
falta de experiencia de vida, los niños no tienen aún la suficiente competencia para
desempeñar un rol activo y responsable en su protección y en el aseguramiento de su
bienestar” (p.74). Para estas autoras, es necesario proteger a los niños y niñas, no obstante, el
problema se presenta cuando esa protección es el pretexto de los adultos para creer que tienen
la facultad de actuar en su lugar, negando a ellos y ellas el poder de tomar decisiones o de
participar en ellas.
Entonces, la protección como orientadora en los inicios de las discusiones sobre los derechos
de la infancia no permitía reconocer la autonomía de los niños y niñas, sino más bien, los
convertía en objetos de preocupación de personas que si se consideraban que tenían
autonomía. Durán considera que el siglo XX, el siglo de la niñez, no estuvo marcado por la
preocupación o el interés por las infancias sino por el futuro de las sociedades y las naciones;
la infancia se convierte en un objetivo privilegiado donde se conjugan las mayores esperanzas
de progreso y bienestar colectivo (2017).
Pese a todo ello, el reconocimiento jurídico de los niños y niñas como sujetos titulares de
derechos humanos se hizo efectivo, algunos priorizando la protección, otros insistiendo en su
derecho a una vida autodeterminada y una ciudadanía plena. Sin embargo, queda plasmado en
los documentos internacionales y nacionales el Derecho a la participación en la vida social y
política y en el ejercicio de sus derechos y, ello, es un avanza y una oportunidad para pensar
en la transformación institucional y social requerida para hacer efectiva la participación
política en los niños y niñas, es decir participar en las decisiones que le afectan a él y a su
comunidad, y para constituir una ciudadanía plena.
Aquí cabe preguntarnos, ¿qué se entiende por una ciudadanía plena? Cesar Giraldo describe
que “La ciudadanía hace referencia a la relación entre los individuos que habitan un país y el
Estado que ejerce la soberanía sobre dicho país. Esa relación implica derechos y
obligaciones.” (2008). No obstante, el concepto requiere reflexiones más profundas, puesto
que, como afirma Antoni Aguiló (2009), la ciudadanía garantiza el reconocimiento jurídico
de los derechos, pero los ciudadanos pueden encontrarse desprovistos de la capacidad real y
del poder efectivo para ejercerlos plenamente.
Los niños y niñas deben hacer parte de esa ciudadanía plena donde su voz sea escuchada y se
promueva su participación en la vida ciudadana, reconociendo las particularidades y diversas
expresiones de ellos y ellas. la idea es que ya establecida la titularidad, se fortalezcan las
capacidades y competencias de los niños y niñas para actuar en el mundo y se creen las
condiciones sociales, culturales, políticas y económicas necesarias para desplegar sus
potencialidades para el ejercicio pleno de los derechos.
Un avance importante para lo anterior, puede darse dentro de las instituciones educativas si
las acciones pedagógicas se dirigen a fortalecer las competencias para el ejercicio de la
ciudadanía en los niños y niñas. Es decir, podemos hacer de la escuela un espacio donde ellos
y ellas puedan participar activamente en las decisiones que les afectan su ámbito personal,
familiar, social y político dentro del mismo contexto escolar. Para ello, se requiere una
educación política que esté orientada a dar a conocer la normatividad que rigen los derechos
de los niños y niñas y a desarrollar las competencias ciudadanas que les permitirán actuar en
la vida personal, social y política.
Considero asertiva la propuesta de Chaux y Ruíz sobre abrir espacios específicos en el aula
para el desarrollo de las competencia necesarias para el manejo constructivo y pacífico de los
conflictos, es decir, convertir los conflictos en oportunidades para que los estudiantes
demuestren su autonomía; una de las estrategias planteadas es crear en el salón un espacio
para la mediación de conflictos donde solos los niños y las niñas sean quienes dirijan, hablen
y tomen decisiones, mientras el maestro actúa como guía para garantizar que en esa
mediación se desarrollen competencias integradoras de habilidades comunicativas,
emocionales y cognitivas.
Es así, como en la necesidad de crear condiciones y contextos en los que se pueda garantizar
el derecho a la participación social y política en la infancia, la educación puede tener un rol
fundamental para hacer que esas actuaciones en el contexto escolar llegue a los diferentes
ámbitos de la sociedad, apostandole a la formación de ciudadanos que cuenten con los
conocimientos, las competencias y habilidades necesarias para actuar acorde a las
necesidades sociales, políticas y económicas que se presentan en los contexto que habitan los
niños y niñas.
Referencias Bibliográficas
Durán, E. (2017). Derechos del niño y políticas públicas: del dicho al hecho hay un buen
trecho. En Ernesto Durán y María Torrado (Ed.), Políticas de Infancia y Adolescencia
¿camino a la equidad? (pp. 12-50). Bogotá, Colombia: Universidad Nacional de Colombia.
Liebel, M., Martínez, M. (2009). Infancia y Derechos Humanos. Hacía una ciudadanía
Participante y protagónica. IFJANT, Instituto de Formación para Educadores de Jóvenes,
Adolescentes y Niños Trabajadores de América Latina y el Caribe.
UNICEF, Comité español. (2006). Convención sobre los Derechos del Niño. 20 de
Noviembre de 1989. Madrid, España.
A.G. res.. 1386 (XIV), 14 U.N. GAOR Supp. (No. 16) p. 19, ONU Doc. A/4354
(1959). Declaración de los Derechos del Niño. recuperado de
https://www.oas.org/dil/esp/Declaraci%C3%B3n%20de%20los%20Derechos%20del%20Ni
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