rOTOCÜPlAS DIAGONAL
Silvia Bleichmar
1
Tal el caso del larnarckíamo presante en la teorización freudia-
na acerca de la filogénesis. Freud mismo sabía, en el momento de
intentar sostener en ella sus especulaciones, que esta teoría de la
evolución estaba en retirada en el campo de la biología; ello no obstó,
yin embargo, para que la considerara fecunda para fundamentar los
fantasmas originarios. Ver Use Grubrich-Simitis, en "Sinopsis de las
neurosis de transferencia", Barcelona, Ariel Editores, 1989.
45
• posible, éste no está dado por la unificación de problemas
ni de soluciones •—lo cual culminaría, de hecho, en la
subordinación de un campo a otro y el empobrecimiento
consiguiente a partir del renacimiento de la ilusión de
una ciencia única—, sino por el carácter estimulante,
evocativo, que posibilita que dentro del espíritu de los
tiempos ciertas problemáticas comunes sean propuestas.
El psicoanálisis ha sido atravesado, en la segunda
mitad del siglo, por los movimientos filosóficos que v
Habermas ubica como constituyendo los grandes flujos
que marcan el pensamiento posmetafísico: la filosofía
analítica, la fenomenología, el marxismo occidental y el
estructuralismo. 2 Desde estas perspectivas se ha intenta-
do, una y otra vez, refundar la ciencia del inconsciente
desde una perspectiva no biologista. Ello no necesaria-
mente ha implicado una perspectiva superadora; por el
contrario, h a conducido, en muchos casos, a nuevas
subordinaciones —sea a la lingüística o la sociología— o
incluso a un reduccionismo empobrecedor a teorías de la
interacción o a ensamblajes de dudoso cuño con el cog-
' noscitivismo. ..
- Porque el entusiasmo que producen nuevas teoriza-
ciones empuja constantemente, en psicoanálisis, los lími-
tes de lo pontificado. Y ello con las consecuencias saluda-
~"bLes de impedir un anquilosamiento de lo estatuido, pero
no sin el riesgo de arrojar conocimientos fecundos acu-
mulados bajo el embate de una producción subordinada
a la novedad y el impacto de lo circunstancialmente en
boga (hacia lo cual las leyes de un mercado cada ves más
competitivo y descarnado presionan sin tregua).
Es a partir de ello que fijaremos de entrada nuestra
posición respectó de la posibilidad de incluir ciertas pre-
2
Jürgan Habermas, Pensamiento past-meiafisicó, Madrid, Tau-
rus, 1990.
misas del conocimiento actual de otras ciencias en el
tronco matricial del psicoanálisis. Nuestra premisa epis-
temológica de base consiste en lo siguiente: La importa-
ción de conceptos provenientes dé otras disciplinas debe
estar siempre en el límite, con vistas a rearticular nuevas
respuestas a preguntas que sólo pueden surgir del campo
específico. Lo novedoso, revolucionario, surge sólo de la
reformulación de cuestiones que tienen origen en el
ámbito de delimitación particular con el cual interpela-
mos una realidad definida por un conglomerado de obje-
tos que circunscriben un área de acción específica de
transformaciones posibles.
En tal sentido cuestiones tales como las polémicas
actualeslrespecto a determmismo b aza?¡no constituyen"
3
René Thooi, én Proceso al azar, Barcelona, Tusqueía, 1956, pág. 72.
• •; r ^ •
( l j En la fundación de lo inconsciente
6
2. En la teoría déla libido
4
Ni por supuesto de Lacan, ni de Klein., ni de . ningún otro
autor...
51
dad, sino una realidad atravesada por líneas de fuerza
marcadas libidinalmente.
- ETaparáto psíquico es entonces un^sistema abierta,
capaz de suSir"transformaciones no sólo como e'fectoiíel
análisis sino de las recomposiciones a las_cuales nuevos
procesos higtónco-viye¿aaleS-k)-Q51igaa. Al mismo tiem-
po, y desde el punto de vista.de la recepción, el incons-.
ciente es también transformable: el hecho de que los ele-
mentos de base que lo componen sean indestructibles no
quiere decir que sean inmodifícables, en razón de que las
relaciones que activan los diversos elementos en conglo-
merados représéntacionales —fantasías— nuevos son
posibles. ______
CT_ero el incónsc^Ssles-aJa -vez-un sistema_cerrado en .
cuanto a_que todo lo en él inscripto tiene bloqueada la
vía de evacuación, aun cuando no de salida. Esta es la
paradoja fenomenal que pone en juego" la compulsión de
repetición: se repite en el intento de evacuar algo que es
inevacuable, y ello compulsa a la búsqueda de una liga-
zón que es razón tanto del progreso psíquico como de su
deterioro.
Aun podemos decirlo de un modo más directo: En el
inconsciente no rige la ley de entropía.5 Y la cuestión que
p?eocup~a~á"lá"fÍ3Íca actuar respecto a la recomposición
espontánea de sistemas alejados del equilibrio sólo
puede pensarse a nivel del aparato en su totalidad, a la
6
Este fue el intento de Kánk, cuando pretendió definir toda la
evolución dei psíquismo á partir del "trauma del nacimiento".
te y normatizante desde las instancias diferenciadas, no
pueden ser confundidos con la estructura de llegada
Mjgtabólicamente constituida a partir del histórico-viven-
cial infantil. Sólo pueden ser considerados^como tales,
como, condiciones de pafEHaf-—y en tal sentido abren un
, abanico predictivo, pero no de determinación última—„.
7 Vpvíc* p e tal modo, la pregunta por los orígenes, nos pone en
J-A ^ / conjunción con aquella que realiza desde l a í í s i c a u n
i. autor como Stephen Hawking, en relación con el univer-
J so.7 El universo sería inevitable, en el sentido de que no
! existiría sino un universo posible. Esto es así respecto a
la propuesta teórica, general, respecto al origen del
í inconsciente, y también cuando nos aproximamos a los
inconscientes .ya fundados e incluso funcionando: el
• inconsciente que encontramos es el único posible. Pero
queda planteada la cuestión de la contmgencia, abierta a
. ; aquellos casos en los cuáles ésto no se hubiera producido
v (autismos, niños ferales, psicosis a déficit de la infancia).
Diferenciar claramente condiciones de partida y
estructura fundada del inconsciente es una tarea central
para ubicar la unidad de análisis. El momento, para
tomar una metáfora de aire einsteiniano, en el cual la
esfera se cierra sobre sí misma siendo infinita pero a la
vez sin límite: 3 se podría explorar cada punto de su
Superficie sin jamás encontrar un borde o u n límite.:
Momento en que el aparato psíquico infantil se constitu-
ye; desgajándose de los determinantes intersubjetivos
que le dan origen. En este lugar se sitúa el análisis:
nunca sé podrá reconducir cada punto al plano de parti-
; da, porque se circula por un iht'efiwrqüe: há~perdido_su
carácter referenciál de origen—los mensajes enigmáti-
7
• .. Stephen Hawking, Cemmencementdu tempi et (in de la physi*
_ -. - quei, París,' Flámhiwíón/1992.-'
3
Stephen Hawking, ob. cit., pág. 93.
54
¿éí. ^ O Í W Á£¿- c u «
56
cología", posee ciertas características universales: proce-
sos primarios en el inconsciente opugstps a pr¿ceaos
secundarios para el sistema preconsciente-consciente;
contenidos relativos a la sexualidad pulsionaTerT el
inconsciente y contenidos que responden a los intereses
del yo en el preconsciente; representaciones-cosa en el
inconsciente y representaciones-palabra en el precons-
ciente. Se trata de dos legalidades, dos modos de funcio-
namiento presentes umversalmente siempre y cuando la
represión se haya constituido y se sostenga instalada en
su lugar correspondiente bipartición tópicaJ Pero si el
funcionamiento psíquico esta regido por otras caracterís-
ticas —tal como ocurriría en niños muy pequeños en los
cuales no se ha terminado de constituir la tópica psíqui- ¿iT'
ca, o en psicóticos en los cuales se ha producido un ,-V
~derrumfae de ia represión originaria—, estas leyes dejan ? r
de operar. De modo que.su universalidad está determina- f ^
da por el campo de fenómenos relevantes para un tipo de
funcionamiento psíquico que, más o menos estadística-
ménte, es común a ios seres humanos.
" Si un ser humano no poseyera este aparato psíquico
atravesado por estos modos de legalidad descritos, no se
tratará de colocarlo "fuera de la estadística", sino de
saber cómo se establece la legalidad intrínseca que en él
opera y buscar el orden de determinación que así lo ha
constituido.
^ L T U N T O DE BIFURCACION^'
DE LOS REORDENAMIENTOS NEURÓTICOS
58
No abriremos acá la discusión respecto al concepto de
series complementarias, 0 de estadios de la libido, acerca
de los cuales ya hemos trabajado ampliamente en otros
textos. (Por una parte, para discutir la idea de que.al
concepto de estructura se opondría, pura y simplemente,
el de "redes de acontecimientos" —tal como fuera pro-
puesto por Foucault—, ni para subsumir el traumatismo
en el concepío~3é*series complementarias con el cual
Freud articula en una sumatoria de dudosa fecundidad
tanto la teoría de la fijación libidinal como la del trauma-
tismo.) " .
Señalemos brevemente que el^Eraumatismt^ ingresa ya
en el orden de una cualificación que asume en el ser
humano las características de un umbral no puramente
fisiológico, y que podría ser precisado, escuetamente, a
l!
modo de definición provisional, en los siguientes términos; °
.gTgüímbraP^ en el ser humano, está determinado por la
capacidad metabólica. vale decxrsimboiizante, con que
cuenta _el^p,aratajiSÍ£üj¿sp. para establecer redes_.de liga-
zón que puedan engarzar los elementos sobreinvestidos
qüe"Heñden a romper sus defensas habituaIesrSi"estós
elementos son incapturables en el entramado yoico, por-
que están más allá de las simbolizaciones que se han ido
estableciendo a lo largo dé las experiencias significantes
que la vida ofrece, quedarán librados, sea a un destino de
síntoma, sea a tina modificación general de la vida psíqui-
ca. Al modo de una cicatriz queloide, una insensibilización
de la membrana, efecto de su engrosamiento por contrain-
vestimientos masivos, puede establecerse residualmente y
para siempre, hasta que algo venga a atravesarla.
Y
El relato dé un episodio clínico puede servir para pre- ~
cisar mejor las ideas que estamos en vías de desarrollar. ^
Fui consultada, hace ya bastante tiempo, por los
padres de un niño cuyo hermano, dos años menor, acaba-
59
ba de morir bruscamente a causa de un episodio trombo-
cerebral. La razón de la consulta consistía en saber cuál
era el estado en que éste se encontraba y de qué modo
había afectado una pérdida tan repentina como dolorosa
su vida psíquica—habida cuenta del profundo lazo, no
sólo fraterno sino amistoso, que unía a ambos hermanos,
de 6 y 8 años respectivamente—.
Compañeros inseparables hasta ese momento, Gui-
llermo, mi presunto paciente, había efectuado un replie-
gue en el seno del hogar y se manifestaba reacio a esta-
blecer nuevos vínculos, a desplazarse a casa de
compañeritos de colegio e, incluso, a participar en activi-
dades deportivas en el club al que concurría la familia.
Sólo mantenía, fuera del horario escolar, una relación
con un primo con el cual seguía practicando la actividad
favorita que lo había ligado a su hermano —el fútbol—,
y a ella se reducían todos los momentos de goce y ejerci-
tación lúdíca ds su restringida vida infantil.
Buen alumno, bien organizado, sin conflictos en su
vida escolar —sostenido esto en la severa restricción que
acabamos de enunciar—, llegó a la consulta poco tiempo
después de la muerte del hermano sin mucha convicción
acerca de los beneficios que un encuentro de este tipo
^ podría aportarle.
Las entrevistas transcurrieron en un clima de cerra-
zón obsesivizada, en el cual el niño respondió amable
pero escuetamente a las preguntas que le formulé; dibujó
una cancha de fútbol en la cual la ausencia notoria de
personajes daba cuenta del despoblamiento interior en el
cual se hallaba y explicó a sus padres —que. así me lo
transmitieron— que habían sido mucho más beneficiosos
para él los encuentros previos que había tenido con el
rabino de-su-congregación, con quien había podido
hablar largamente de la muerte y hallar consuelo para él
dolor que sentía.
No parecía dispuesto, en modo alguno, a recibir una
ayuda terapéutica. Por mi parte, no estaba segura de
que en el momento en que se encontraba' ésta fuera efi-
caz. La restricción social que evidenciaba ponía de mani-
fiesto cierto tipo de evitamiento de conflictos cuyo orden
era difícil rastrear como previo al episodio traumático
—en razón de que la vida familiar cumplía también, a
sus escasos 8 años, el lugar de soporte propicio en el cual
sus inquietudes se habían desplegado hasta el momen-
to—. Varios primos, tíos y un hermano daban satisfac-
ción suficiente, por otra parte, a un niño que no presen-
taba, además, ninguna sintomatología evidente que
pudiera poner en riesgo las tareas inmediatas que su
evolución futura pudiera requerir. __
Sus relaciones con el mundo exterior —maestros y
compañeros— no dejaban, sin embargo, de estar marca-
das por cierta distancia y organización fobígena del espa-
cio en las cuales la evitación de la angustia devenía el
rasgo princinal. " "" ——— -
Una larga experiencia —no sólo personal sino del psi-
coanálisis como práctica clínica— me tornaba cautelosa
indicacio-
nes de análisis en tales circunstancias han quedado, en
la mayoría de los casos, no sólo marcadas por el fracaso
en el que puede desembocar un tratamiento iniciado con
fines preventivos en u n momento de recomposición
defensiva ante algún tipo de traumatismo masivo, sino
por algo aún más riesgoso: la generación de condiciones
de ínanalizabilidad por el displacer que impone a un
sujeto el hecho de que otro ser humano intente, forzosa-
mente, llevarlo a "asumir un duelo" y a organizar sus
defensas en la dirección supuestamente saludable que la"
teoría propone.
En razón de esto, decidí que era necesario dar tiempo
al psiquÍ3mo de reorganizar espontáneamente sus moda-
61
. H d a d e s defensivas —cuestión que de hecho estaba en
vías de realizarse—, y esperar, en éste "punto de bifurca-
ción" que se había instalado, que nuevos procesos de'
desequilibrio vital generaran un rea.comodamiento dé la
economía libidinal que permitiera el comienzo de un aná-
lisis.
Durante cuatro años, periódicamente, los padres de
Guillermo vinieron a mi consultorio a solicitar ayuda
espontánea para.enfrentar cuestiones que se les iban
planteando frente al crecimiento de este hijo, de quien
sentían que, precozmente, la vida había confrontado a un
episodio tan limítrofe como desgarrante.
Dos hermanas nacieron con él transcurso del tiémpó.
Yo seguía cuidadosamente —si bien a distancia— ios
modos mediante los cuales este niño se iba enfrentando
a las situaciones de conflicto que los distintos aconteci-
mientos familiares y sociales le iban proponiendo.
Durante los cuatro años, Guillermo logró establecer
algunos vínculos "de amistad, ir a visitar a un número
reducido de amiguitos y recibirlos en su casa, e, incluso,
participar en campamentos y actividades extraescolares
que demandaban; cierta ruptura de las restricciones de
partida con las cuales había llégado a mi consultorio por
primera vez.
"Sin embargo, yo sabía que"estos avances.no eran en
modo alguno la., resolución espontánea de los núcleos
patológicos que sostenían el entramado de base que obs-
taculizaban una vida más plena y, al mismo tiempo,
esperaba que en algún momento se rompieran los siste-
m a s de equilibrio armados precaria pero tenazmente,
con los cuales sostenía una vida social pobre pero no lla-
mativamente: perturbada. .
f - Fue cuando Guillermo ya tenía 12 años y estaba en
. vías dé comenzar el secundario, que los padres llamaron,
para réalizar uña consulta que desembocó en tratamien-
62
to. Me dijeron, telefónicamente, que en un campamento
al cual el niño había concurrido tuvo una crisis de angus-
tia tan intensa que se vieron obligados a ir a recogerlo.
Ideas recurrentes de temor a la muerte de sus padres no
le habían permitido dormir durante dps ppches. y estaba
en un estado pfofundcTde inflj¿i£¿ud_ciue requería una
visita urgente a mi consultorio^Pregunté entonces si el
niño estaba dispuesto a realizarla y me.informaron que
• no sólo estaba dispuesto sino que prácticamente él había
demandado una ayuda profesional; ante ello, fijé una
cita inmediata para el día siguiente.
Guillermo llegó, tímido pero decidido, estrujando un
papelito entre sus manos. Había apuntado allí los temas
acerca de los cuales quería consultar conmigo- los rubros
eran los siguientes: 1) ¿Por qué no se podía sacar estas
ideas de muerte dé la cabeza? 2) ¿Cómo era mi trabajo?
—vale decir, de qué manera yo lo iba a ayudar a hacer-
lo—. 3) La agresividad de sus compañeros —no estaba
muy claro si se refería a por qué eran agresivos o a qué
hacer él mismo con la agresividad de la cual se sentía
objeto.
Comencé por preguntarle cuándo había empezado a
sufrir esa angustia y sentir que no podía dejar de tener
tales pensamientos. Me hizo un relato del campamento,
de la brusca aparición de estas ideas, de la desesperación
que lo embargaba. El síntoma se había extendido a la
escuela: allítambiéhliÉrsetrt^^ a
sus padresles pasara_algo.' ! : r
""Antes de hablar de ciertas "generalidades" que me
permitieran abordar lo que le ocurría de un modo no cen-
trado sólo en el síntoma —del cual por otra parte sabía
sólo lo que él descriptivamente podía formular^-, le
expliqué "cómo era mi trabajo": Hicé un dibujito de un
niño de perfil, y le mostré, en la cabeza de ése niño, cómo
había pensamientos que conocía y luego localicé, en la
63
base de la cabeza —ingenua pero eficaz graficación del
inconsciente— los pensamientos desconocidos que po-
dían afectarlo sin que él lo supiera. "Así —dije— hay
pensamientos en tu cabeza que no conocemos, y que
deben tener que ver con esto que te ocurre. Por eso es
necesario que hablemos de muchas cosas, para relacio-
nar estos que conocemos con los que no conocemos -—que
muchas veces pueden no gustarte, darte vergüenza o
miedo, o incluso producirte sufrimiento."
A partir de esto Guillermo empezó a contarme espon-
táneamente algunos hechos. Me dijo, por ejemplo, que
había empezado a prepararse para hacer ese año su Bar
Mitzvá. Le pregunté —no ingenuamente—, si él sabía el
sentido de la ceremonia por la cual pasaría. Respondió:
"Sí, quiere decir que tenés que independizarte de tus
padres, ser un hombre". Apunté, entonces, que él lo sen-
tía como sin transición, que a partir del momento del Bar
Mitzvá debía separarse de los padres, y que tal vez eso le
producía mucha zozobra. Recordé entonces al rabino con
el cual había tenido sus charlas después de la muerte del
hermano y le pregunté si ya conocía al rabino con el qué
estaba haciendo su preparación. Respondió.que sí, qué lo
conocía desde chico. Agregué que cuando él me vino a
ver, de pequeño, había tenido simultáneamente conver-
saciones con un rabino a raíz de la muerte del hermano,
y si sé trataba del mismo de entonces.
En ese momento comenzó a hablar de aquella época:
recordó que había venido a mi consultorio, pero no qué
había ocurrido entonces. Me hizo un relato, por el contra-
rio, de lo que había sentido: "Cuando murió mi hermano
yo no entendía lo que estaba pasando... El día que se lo
llevaron, mi papá me levantó en brazos, en la vereda, y
dijo: "Vamos á despedirte de A'. Yo no entendía nada, pero
vi a mamá y papá llorando, y sentí algo horrible. Al otro
día pensé £Un día sin mi hermano'; cada día iba pensan-
do lo mismo: T a van dos días sin mi hermano', "Tres
días', hasta que me di cuenta de que no iba a volver más.
Entonces apoyé la cabeza contra la almohada para que
no me oyeran mis papás y lloré mucho... Esos días llora-
ba mucho en mi pieza, pero no quería que me vieran por-
que ellos estaban muy tristes".
La voz quebrada, las manitas apretando el papel, yo ;
tenía una sensación dolorosa y terrible del sufrimiento
de este niño. Algo había quedado "en espera", sin trami-
tación, en la frescura dramática de lo inelaborable. En
cierto momento, él mismo se repuso; respiró hondo, se
secó los ojos y dijo: "¿Vos creés que puede tener algo que
ver con mi angustia?".
Le dije (no me atrevo a decir "le interpreté") que
parecía que en su cabeza, cuando eso ocurrió, no había
posibilidad de hacer una diferencia entre muerte y sepa-
ración; tal vez esto tuviera alguna relación con lo que le /
ocurría ahora, cuando hablaba de "separarse de los j
padres". S
Yo sabía, por otra parte, que nada es tan simple. El
miedo a la agresión de lo extraño, su modalidad fóbico- .
obsesiva de ubicarse en el mundo —y en mi consultorio— \
no eran productos directos del traumatismo. Dé un modo j
menos ingenuo aún me preguntaba dónde estaba presen- /
te el deseo que daba origen al síntoma.
Guillermo había tenido-dos hermanas a lo largo de
esos años. Con la menor se llevaba muy bien; a la mayor-
cita a veces la retaba o zamarreaba —racionalizaciones
morales de por medio— por maltratar a la pequeña.
Inserto en una familia en la cual los impulsos eran
cuidadosamente controlados —no sólo por una patología
específica sino por razones culturales y valores relativos
al ideal del yo—, este niño había sido educado en princi-
pios morales sólidos y en una práctica del autocontrol
que no implicaban en modo alguno, del lado de los
65
padres, ni distancia rigidizante ni falta dé ternura o
desamor.
En ese marco determiñádo-:détermiñánte, .¿dé qué
modo había podido mi paciente vivir él nacimiento de sus
hermanas menores, atravesado por el- doble entretejido
de la muerte real de un hermano —que convertía todo -
fantasma fratricida en eventual reálización— y por un
medio familiar en el cual el dominio de la agresividad,
constituía una premisa.de la humanización estructuran-
te de los hijos? Más aún: ¿qué reconocimiento de sus fan-
tasmas hostiles previos a la muerte del hermano —cuyo
nacimiento debió de afectarlo de uno u otro modo—
había tenido cabida en esta estructura que le dio origen
y en la cjial se constituyó durante los primeros tiempos
de su vida?
Separarión-agresividad-múerte articulaban un entra- .
mado que estaba en la base tanto de las defensas ejerci-
das por Guillermo hasta entonces como de la angustia
concomitante desplegada en el momento de fractura de
sus modos habituales de ejercicio, por el ingreso a las
nuevas tareas qüe la vida le planteaba.
Fue entonces cuando, de común acuerdó, decidimos
emprender un análisis. La angustia disminuyó rápida-.
ijiente con el consiguiente riesgo para la analizabilidad
del niño, pero éste ya era consciente de la necesidad de
realizar un trahajo que sabía difícil y costoso libidinal e
intelectualmente.
r A los modos de recomposición espontáneos del apara-
: to psíquico, producidos cuando el azar acqntencialjie la
muerte del hermano devino traumatismo, Guillermo
"ííabía respondido con una autoorganización espontánea,
reequilibrante, pero no indeterminada, de un modo de
funcionamiento empobrecedor y limitante. ~
f~~¿,'n este fmév5~^^^'^é^Mfxircgcf(5rrde las cadenas
traumáticas en las cuales su historia se desplegó, u n á
66
génesis por après-coup me permitiría ordenar junto a él
las variables que oosibilitajaiLflagJflJjiscripto —en el
inconsciente, atemporal y espacial— dgyimerâlssippra-
lización historizante. »" . ..
Era así como el análisis debía generar las condiciones
para ima expansión de sus potencialidades psíquicas en el
<enclave~cfe Condiciones mstóncag, determinadas pero a su
vèFaûiertas, en las cuales la insistencia de repetición ins-
cripta diera paso a un reordenamiento de nuevos modos
de recomposición más o menos estables, en el marco de la
perspectiva vital azarosa pero no indeterminada, arran-
cándolo de la oscilación entre la angustia y la rigidización
defensiva en la cual había vivido hastá entonces.
Si el análisis no sé limitaba a encontrar los fantas-
mas hostiles reprimidos, si no se reducía a "agregar lo
faltante" ni a "quitar lo sobrante" sino que producía un
verdadero movimiento de resimbolización tanto de lo
reprimido como de los movimientos estructurantes
—determinados— que le habían dado origen en el marco
de lo azaroso acontencial que le tocó vivir, un verdadero
proceso àeÇneogénesisjpe hacía posible.
En el punto actual de bifurcación, là recomposición
en la cual lo disipativo no era sino un modo de reorgani-
zación de los elementos previamente constituidos
—representaciones fañtasmáticas metabòlicamente ins-
criptas—, la compulsión de repetición de lo idéntico que
encuentra un lugar diferente podía ser cercada.
. HISTORIA Y TEMPORALIDAD
67
Es necesario distinguir, a los fines del tema que nos
ocupa, el tiempo —en su formulación matemática, como
fuera definido por la física—• dé la temporalidad, en la
cual inevitablemente el sujeto está comprometido.
Las ideas acerca defcgiempa se desarollan en cuatro
niveles: *2 1) el del tiempo cosmológico —tiempo del
mundo—; 2) el del tiempo perceptivo —aquel de la con-
ciencia inmediata, tiempo del viviente—; 3) el del tiempo
de la memoria y del proyecto —temporalización del ser
humano—, y 4) el del tiempo de la historia, de las socie-
dades humanas, incluso tiempo de la humanidad conce-
bida como un todo.
Después de Kant se desabrocha la filosofía del tiempo
por relación con el problema del tiempo cosmológico. La
temporalidad deviene entonces independiente del tiem-
po. La teoría de la relatividad y, más recientemente, la
postulación de un comienzo y de un fin del mundo físico,
abren la puerta a especulaciones filosóficas renovadas. 13
J3i_a_embargo, la temporalidad no puede ser remitida
sino a una subjetividad. Y esto impregna la discusión
ciéñtínca^tgvañdólaralrozar los límites de la filosofía.
Conocemos la carta que Einstein envió a la hermana
y al hijo de Besso —su amigo e interlocutor— luego de su
muerte: "Michele (Besso) se me ha adelántado en dejar
este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para noso-
tros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, pre-
sente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que
ésta sea..."11» Besso ha estado verdaderamente obsesio-
12
Jean Laplanche, "Le íemps et i'autre" en La révolution cópper-
hicienm inackeuée, París, Aubier, 1992, pág. 363.
13
Jean Laplanche, ob. cit., págs. 316 y sigs.
14
Einstein-Besso, Correspondente, París, Ed. P. Speziali, Her-
mán, 1972, pág. -88. (Citado por Prigogine en ¿Tan sólo una ilusión.?,
Barcelona, Tusquets, 1993, pág. 12).
68
nado con la cuestión del tiempo en sus últimos años:
¿Qué es el tiempo, que es la irreversibilidad? Einstein,
paciente, no se cansa de contestarle: la irreversibilidad
es una ilusión, una impresión subjetiva, producto de con-
diciones iniciales excepcionales.!5
Frigogine toma este intercambio, atravesado por la
amistad y la muerte, en eje de una discusión científica (e
incluso en título polémico de un libro).. Considera que.la
razón que lleva a Einstein a dar estas respuestas a su
amigo no es sino una reiteración de la propuesta clásica
de Giordano Bruno en el siglo XVI; desde esa perspectiva
el universo es uno, infinito e inmóvil; el universo no tiene
generación propia; no es corruptible, no es alterable.
Para contraponerse a la frase "el tiempo es sólo una
ilusión" apela a argumentos de la física, de la literatura,
de la filosofía. Introduce, por último, una idea que cono-
cemos ampliamente y que es eje de su propio pensamien-
to: "Para nosotros —dice—, tiempo y existencia humana
y, en consecuencia, la realidad, son conceptos indisocia-
bles".16 Se trata, evidentemente, de "el significado del
tiempo".
No es necesario ser psicoanalista para entrever aquí
que la racionalidad científica está atravesada por la sub-
jetividad. La pregunta de Besso, sin dejar de tener su
validez en el campo específico, se juega en el interior de
lo que Laplanehe ha denominado "la motivación de un
autor" en la búsqueda científica, aIgo"que~éslTentreSji- u
,,. . . I -(— ••
69
La carta de Einstein a la familia Besso. puede ser
considerada en el interior de un juego que se abre en la
. dimensión del empleo de la ciencia al servicio del aplaca-
miento del sufrimiento: el tiempo es tan sólo una ilusión^
y, por ende, somos parte del plan Eterno de la naturaleza
en el cual presente, pasado y futuro no son sino modos
imaginarios de la existencia. El sujeto ha desaparecido
en la fusión con el cosmos, y. esta fusión es el consuelo
que posibilita tolerar tanto la muerte del otro como nues-
tra propia muerte.
Prigogine, por el contrario, reintroduce al sujeto: la
¡ muerte es irreversible, la existencia también lo es. Cada
vida marcha hacia un punto de no retorno. 17 Es desde
allí que el tiempo es una realidad Tactual y de consecuen-
\^cias subjetivas...
Es a nivel del tiempo de la memoria y del proyectó
que se juega, én el aparato psíquico, la témporafización
del sujeto. - •
r - ^ El tiempo de la temporalidad, aquel que marca la
irreversibilidad de los fenómenos y, entre ellos, de la vida
—no" sólo cósmica,, sino singular, histórica—, es el tiempo
historizable y, como tál, sé imbrica con una teoría del
\ sujeto. ..
\ j"5* Pero el aparato psíquico no sé reduce al sujeto. Preci-
sámente, el inconsciente es lo. que constantemente se
- i sustrae al sujeto; de modo que, del lado del inconsciente,
i la temporalidad no existe cómo tal, no hay historización
", posible.
<, El inconsciente—-a partir de la formulación que de
eí realizará Freud— es a temporal por definición;. La
cuestión de la significación es inherente a la temporali-
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Como lo dijera en su lucidez terrible Sinjone de Beauvoir en
La ceremonia del adiós: "Tú muerte nos separó, la míá' no nos
unirá...". - -
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dad; la muerte, como representación de la ausencia, no
se inscribe como tal en el inconsciente pulsional reprimi-
do —sólo puede ser pensado por relación con lo secundar
riamente reprimido, o con lo que se ha llamado "aspectos
inconscientes del yo", en razón de que se instala del lado
de las preocupaciones del sujeto—. .->
Atemporalidad, entonces, del inconsciente, en su i
insistencia de repetición. Pero por otra parte (y a diferen-
cia de lo que proponen ciertos planteos psicoanalíticos),
hemos considerado una historicidad fundante del incons-
ciente, de las inscripciones que lo constituyen, dé l o s ,
entramados vivenciales que le dan origen. —
¿Cómo concebir entonces esta paradoja fenomenal de
inscripciones significantes, traumático-vivenciales, no
historizables, atemporales, condenadas a la repetición,
por relación con la historia que las constituye?
Y así como Freud se pregunta, respecto a los senti-
mientos inconscientes: de qué tipo sería un sentimiento
que no pudiera ser sentido por nadie, podemos pregun-
tarnos, en relación con el inconsciente: ¿de que carácter
es una historia que no puede ser historizada sino en un .
segundó tiempo y mediante un trabajoso proceso de
apropiación? ¿Una historia que está condenada a la repe-
tición en tanto no encuentre un destino de significación?
En psicoanálisis, podemos afirmar, la historia tiene
un carácter^^ron¿g??emite,"^or un la3o7a"Ib~acontencial .
^ ^ ^ S ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ B ^ ^ S ^ g j o g ^ c 0 - temporalizad, ^
cíe lo acaecido/Del lado del inconsciente? lo que se inscri-
be es efecto d e j i n a historia acontencial devenida trau- y
mática. (Del lado del sujeta, esta historia sólo esj_ecomp_<a- _.
nible por apres-coup
En esté sentido, la historia debe ser reubicada en psi-
coanálisis, en los diversos elementos que se plantean
.para una teoría tanto del inconsciente como de las pre-
misas de la cura.
Resumiremos nuestra posición al respectó realizando
para ello un esfuerzo, si 110 de formalizaeión, al menos de
ordenamiento. El modo de exposición elegido será enton-
ces el de en una serie de tesis que desplegáremos engar-
zándolas en sus nexos de articulación con problemas
nodales del psicoanálisis.
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rendando la historia relato —siempre constituida por el
intento de temporalización y espacialización del yo— de
lo acontencial-traumático inscripto como metabólico resi-
dual de las vicisitudes libidinales del psiquismo.
Si las instancias del aparato psíquico, ellas mismas,
son efecto residual de procesos históricos de diverso
orden—inscripciones, identificaciones, recomposicio-
nes—, la ilusión de construir una historia que abarcara
la totalidad de lo vivido por el sujeto no sería sino el
retorno de un ideal de superación del conflicto psíquico
mediante la subsumisión de lo residual inscripto en ¿1
relato.