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Universidad

de Chile Alumno: Nicolás López


Facultad de Filosofía y Humanidades Fecha de entrega:
Departamento de Literatura 18 de abril de 2018
Lengua y Literatura Hispánica
Pregunta II.A
Ramo: Shakespeare y el teatro como mundo
Profesora: C. Brncic

Rey Lear es una obra sumamente difícil de analizar debido a que ofrece un cuadro
complejo y lleno de matices. A través de una maquinaria dramática prácticamente perfecta,
en donde motivos y acciones están notablemente imbricados, surge una obra cuyo
desarrollo temático y argumental se potencian mutuamente. La maestría composicional con
la que Shakespeare maneja el argumento y el subargumento para que se relacionen tanto
simbiótica como dialécticamente, ayudándose mutuamente y, a la vez, tensionándose en la
generación de significado, es admirable, pero también obstaculiza una interpretación
unívoca para una obra en donde incluso la justicia poética parece suspenderse. Un montón
de cadáveres es lo que queda al final de la obra y unas ganas de saber cómo juzgar las
acciones que han ido precipitándose unas a otras durante los cinco actos. Por cierto, cabe la
posibilidad de que el efecto buscado por la obra sea este: la conciencia de la desnudez
humana para juzgar y actuar en el mundo. El pesimismo de esta afirmación merece ser
revisado: es necesario reconstruir los mecanismos a través de los cuáles Shakespeare genera
esta ambigüedad para comprender mejor la intención de esta. Diremos preliminarmente que
la obra articula una gran cantidad de motivos que pueden definirse por oposición:
hombre/naturaleza, orden humano/orden natural, locura/sanidad, apariencia/realidad, lazos
humanos / lazos naturales, joven/viejo etc. Lo curioso es que el otro gran motivo que
articula la obra es uno que se dedica a tensionar, relativizar y cuestionar cada una de estas
oposiciones: el motivo de la inversión. A continuación revisaremos cómo el motivo de la
inversión cruza toda la obra y resignifica –en algunos casos incluso podríamos decir que
cancela o vacía de significado- las oposiciones que ordenan el mundo de los personajes.
El conflicto dramático arranca desde la primera escena. Lear, un rey anciano, decide
repartir su reino en tres partes, una para cada una de sus hijas, con la intención de “sacudir
de nuestra edad todos los negocios y preocupaciones / confiándolos a fuerzas más jóvenes,
mientras nosotros, / insepultos, nos arrastramos a la muerte” (I.1). En esta frase se establece
la dicotomía joven/anciano y el cambio generacional como consecuencia natural. Pese al
tono sentencioso y trágico del comentario sobre la muerte, la frase no resulta conflictiva
para el orden establecido. Lear solicita a sus hijas que le expresen su amor para premiarlas
en función de sus palabras. Las dos mayores se expresan elocuentemente, pero Cordelia
decide apegarse a la verdad y no caer en las lisonjas de sus hermanas. Lear reacciona
enfurecido y decide desheredar a Cordelia: “yo aquí repudio todo desvelo paternal ,/
parentesco y lazos de sangre, / y como una extraña para mí y mi corazón / seas tú desde
ahora y por siempre” (I,1). De aquí se desprenden nuevamente dos dicotomías. En primer
lugar, entre palabras y hechos, las primeras apeladas por Regan y Goneril, los segundos por
Cordelia. Esto puede extenderse hacia la dicotomía apariencia/realidad. Tanto por la
nobleza de las palabras de Cordelia como por la arrebatada reacción de Lear y las juiciosas
críticas que le hace Kent entendemos que la escena está intencionada para que juzguemos
que el error de Lear está en dar más importancia a las palabras –las apariencias- que a los
hechos –la realidad-. En segundo lugar, se plantea la dicotomía entre lazos naturales y lazos
humanos; sin embargo, la relación entre ambos se desordena debido a que Lear pretende
disolver un lazo natural (el filial con Cordelia) con la misma facilidad con que rompe un
lazo humano (el de lealtad con Kent). Quedan planteados también los motivos de la locura,
la herencia y la legitimidad del poder. Si bien es cierto que la actitud de Lear como rey es
errática y perjudicial estamos todavía ante un mundo ordenado, en donde los conflictos
están dados por el error entre dos caminos claramente demarcados. Todavía no se ha
articulado lo suficiente el motivo de la inversión. En la siguiente escena oímos a Edmund
criticando que se le discrimine por ser bastardo: “Tú, Naturaleza, eres mi diosa (…)/ Por
qué debo entonces / someterme a la plaga de la costumbre y permitir / que la meticulosidad
de las gentes me despoje” (I.2) Nuevamente se plantea la oposición entre relaciones
naturales y humanas. Al acusar a su hermano de traición, Edmund provoca que su padre se
cuestione la validez de esta oposición: “aunque la filosofía natural / puede explicar eso así o
asá, la naturaleza se ve / azotada por estos desastres. El amor se enfría, la amistad / se
rompe, los hermanos se dividen; en ciudades motines, en / campos discordias, en palacios
traiciones y el vínculo / entre padre e hijo quebrantado” (I.2). Tanto Lear como Gloucester
son conducidos al error por confiar en las apariencias y, a partir de ellas, se cuestionan la
legitimidad de los lazos naturales. Es a partir de este mundo en conflicto, pero todavía
ordenado, que se empieza a desarrollar el drama y el motivo de la inversión.
En primer lugar la oposición entre apariencia y realidad que desencadena el conflicto
dramático se va relativizando conforme avanza la obra. Es cierto que la confianza en la
apariencia es lo que lleva al error a los protagonistas, pero no es menos cierto que sus
acompañantes se sirven de ella para ayudarlos. Kent se disfraza del sirviente Cayo para
poder ayudar a Lear; Edgar toma la apariencia de un mendigo demente y consigue ayudar a
su padre. Es particularmente evocador el hecho de que Edgar utilice el engaño para salvar a
Gloucester: “Y aún no sé cómo la imaginación puede robar / el tesoro de la vida, cuando la
vida misma / se rinde ante el ladrón. Si hubiera estado donde pensó, / con esto lo pensado
habría pasado” (IV.6). El motivo de la inversión transforma al conde en sirviente y al hijo
legítimo en mendigo, pero es a través de esta trastocación del orden que los personajes
logran hacer el bien. Sumado a esto, debe considerarse que el apego incondicional a la
realidad conduce a veces al castigo: tanto Kent como Cornelia son castigados en la obra por
negarse a usar las palabras que les correspondía interpretar: la de la hija heredera y la del
delincuente suplicante (I.2.108)
En segundo lugar, la oposición entre locura y sanidad también es relativizada por el
motivo de la inversión. El rey que debiese ser sabio se comporta como loco y se acompaña
de un fool que se comporta con más cordura que él. Aquí hay una primera inversión que da
cuenta del conflicto en el mundo dramático. Pero también hay otra inversión superpuesta:
que el loco que debiese ser cuerdo se comporte como loco, pero que su locura sea cuerda.
Esto se desprende de que Gloucester considere que la locura de Lear es consecuencia
natural de la ingratitud de sus hijas y que Edgar encuentre que en las palabras de Lear están
“razón y sinsentido mezclados / razón el la locura” (IV.6). La locura es a la vez causa y
consecuencia de los conflictos entre los personajes
En tercer lugar, la división entre lazos naturales y humanos también se muestra endeble
debido a las inversiones. Por un lado, la desconfianza en los lazos naturales es lo que lleva
a los protagonistas al error; por otro, prácticamente todos los antagonistas que precipitan el
error de los protagonistas están unidos por lazos naturales a ellos. Agréguese que producto
de la trastocación de los lazos naturales es que los lazos humanos se ven fortalecidos. En el
caso de Gloucester, la eliminación de la oposición entre sus hijos le permite juzgarlos por
sus actos y no por la convención: Edmund resulta ser un bastardo, pero no por su
nacimiento, sino por sus propios actos; Edgar se nos aparece aún más legítimo que en el
comienzo de la obra. El hecho de que para Gloucester se inviertan los roles de legítimo e
ilegítimo termina por demostrarle que el verdadero valor de la oposición está en el lazo
humano, por mucho que terminen por coincidir la validez de ambos (es el hijo legítimo
conforme a lo natural el que termina por ser el hijo legítimo conforme a lo humano).
Shakespeare está constantemente jugando con los límites de la libertad humana para
juzgar y actuar en un mundo en el que todos los valores entran en conflicto. A través de las
dicotomías que se establecen en el primer acto se busca reordenar este mundo que el
espectador juzga como crítico en cuanto a su potencial derrumbe, pero claro en cuanto a los
caminos a seguir para evitar ese derrumbe. Sin embargo, el desarrollo de la obra explora la
validez de estas oposiciones ¿Qué debemos preferir, la apariencia o la realidad, si la
primera sirve tanto para engañar como para ayudar y la segunda no se basta a sí misma para
la felicidad? ¿Qué debemos privilegiar, los lazos naturales o los lazos humanos si los
primeros pueden mostrarse tan frágiles como los segundos? ¿Quién está loco y quién es
cuerdo? ¿Cómo debemos juzgarlos? El aspecto positivo que echábamos de menos al
comienzo puede empezar a aparecer ahora un poco más claro. De las oposiciones que se
establecen y de las inversiones que se dan dentro de ellas para cuestionarlas se descubren
las mayores vilezas, pero también sobresalen las virtudes más excelsas del humano: la
amistad y la lealtad de un Kent, la fraternidad y entrega de un Edgar, incluso la capacidad
de arrepentimiento de un Edmund que antes de morir intenta evitar la muerte de Cordelia.
Todo lo anterior puesto frente a una conciencia profundamente trágica, que en boca de
Albany se expresa así: “al tratar de mejorar, a menudo estropeamos lo que está bien” (I.4).
La visión de mundo que se desprende de esta contraposición entre las virtudes y las
vilezas humana en donde no hay justicia, ni divina, ni humana ni poética a la que se pueda
apelar, es una donde debemos aferrarnos a las pocas virtudes que sabemos seguras. La
frase final de Edgar nos plantea la posibilidad de un nuevo futuro, uno donde no se repitan
los mismos errores que hemos visto en la obra. El derrumbe del orden permite su
purificación y, de esta manera, un nuevo orden. No se trata solo de dar cuenta de las causas
y consecuencias que llevan a los hombres al error, sino de forzar los límites del juicio y la
acción del hombre en un mundo que se cae para poder reconstruirlo. Es por esto que Rey
Lear es una obra tan universal como renacentista: permite actualizarse en muchísimas
épocas al no estar anclada explícitamente en una moral o ética particular y, a la vez,
responde contingentemente a una época en el que la legitimidad, el desorden de las
pasiones, el cambio y la trastocación del orden estaban a la orden del día en Inglaterra y
Europa.
BIBLIOGRAFÍA
Shakespeare, W. Rey Lear. Traducción, introducción y notas de Paula Baldwin y Braulio
Fernández. Universitaria: Santiago de Chile, 2017.

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