Universidad de Salamanca
Estas feministas defienden la idea de una categoría llamada “mujer”, una nueva
voz histórica que habla de la marginalidad, desde el silencio, y que se une en la
comunión de una misma experiencia de vida. Un nuevo sujeto que demuestra como los
preceptos humanistas, promotores de una universalidad humana y neutralidad de
diferencias, en realidad, excluyen a las mujeres en la defensa constante del sistema
patriarcal. Sin embargo, en los años ochenta las nuevas feministas consideran que
postular el concepto de género implica una nueva diferenciación excluyente porque se
marginan las mujeres negras y lesbianas, dirigiendo el discurso sólo a las mujeres
occidentales, blancas, burguesas y heterosexuales. La sexualidad no es sólo una
identidad biológica, sino que se crea en el espacio del encuentro social y cultural; por lo
tanto, es necesario destacar que la sociedad es también multicultural y lesbiana.
Desde los ochenta, la crítica feminista afirma que la verdadera voz de las
mujeres en la escritura es la que dice lo que no se puede decir. Lo que ha sido ocultado
y prohibido durante mucho tiempo por el falocéntrismo. Luce Irigaray, en Speculum de
l’autre femme (1974), habla de la especularización como necesidad de plantear un
sujeto masculino capaz de reflejarse en otro. Así, la diferencia sexual entre hombre y
mujer se reduce a hacer de esta última “el negativo” del reflejo masculino (Guerra 1994:
158). La escritora reivindica una “cultura del sujeto sexuado”, o sea la escritura
femenina debe escribir el cuerpo femenino que es lo que falta en el sistema literario.
“No contribuir a sexuar la lengua y sus formas escritas significa perpetuar la
pseudoneutralidad de las leyes y tradiciones que privilegian las genealogías masculinas”
(Guerra 1994: 47). Hélène Cixous, feminista francesa, aboga por una reivindicación del
deseo femenino en la escritura, reprimido por mucho tiempo en las sociedades
masculinas. La representación de la mujer en la obra literaria ya no puede realizarse
mediante los tópicos de la belleza que escritores, e incluso escritoras, han trasmitido a lo
largo de la historia de la literatura: “Las bellas duermen en sus bosques, esperando que
los príncipes lleguen para despertarlas. En sus lechos, en sus ataúdes de cristal, en sus
bosques de infancia como muertas. Bellas, pero pasivas; por tanto, deseables” (Cixous
1995: 17). El objetivo es destruir esta imagen y anularla en su semblante físico. Los
personajes de Cixous no presentan rostro ni nombre, sólo se manifiestan en la pluralidad.
Esta deconstrucción de lo femenino y su multiplicidad pasan por la reivindicación del
cuerpo de la mujer: “Cuando la mujer deje su cuerpo, de mil y uno hogares de ardor-
cuando hayan fracasado los yugos y las censuras- articule la abundancia que lo recorren
en todos los sentidos, en ese cuerpo repercutirá, en más de una lengua, la vieja lengua
materna de un solo surco” (Cixous 1995: 58). La desmembración del cuerpo femenino y
la alusión a sus diferentes partes regalan una nueva conciencia de la mujer que implica
la necesidad de recuperar un cuerpo que le han confiscado y rechazado a gozar. La
desnudez, los senos, los órganos sexuales se inscriben en la recuperación de la
“jouissance”. Entonces, la mujer como la escritura es abierta, vacila, reivindica lo
reprimido y busca la novedad, en contraposición a una escritura masculina, centralizada,
constante y breve (Guerra 1994: 154). La diferencia sexual no está determinada tanto
por la anatomía, cuanto con su relación con el goce.
Concluyo este breve excursus teórico con Rosario Ferré, la novelista, ensayista y
poeta puertorriqueña, la cual promueve una teoría que no mide la calidad literaria según
el sexo del autor, sino según el valor intrínseco del texto considerando la literatura
feminista como extensión de la buena literatura. En 1980, en su ensayo La cocina de la
escritura, describe el proceso de escribir paralelo a la sabiduría de ser buena cocinera.
La única diferencia entre la literatura femenina y masculina es el tema que desarrolla.
Ferrer afirma que la escritura nace de la experiencia contradiciendo, así, las teorías de
Cixous e Irigaray que abogan por dos tipos de lenguajes: femenino y masculino. En
realidad, el creador de la escritura escoge las palabras según la temática que presenta y
todo se resuelve con la irónica frase final: “el secreto de la escritura, como el de la
buena cocina, no tiene absolutamente nada que ver con el sexo, sino con la sabiduría
con la que se combinan los ingredientes” (Ferré 1984: 133-154).
Cuando entra en juego la duda, gracias al marido Daniel que destruye el sueño y
cumple con la ley social, sobresale la necesidad de comprobar si ese encuentro
realmente se ha producido, lo que hace que la mujer vaya en busca de pruebas. La
conciencia de que quizás todo haya ocurrido en el sueño desata, como única defensa
contra el embate de lo real, el hallazgo de algo concreto (Méndez Rodenas 1994: 940-
941). Sin embargo, su búsqueda termina en fracaso. No verifica nada. Ningún
testimonio de la experiencia amorosa se le presenta, sólo el desengaño la cubre
definitivamente. Admira la valentía de su amiga Reina que intenta suicidarse por la
imposibilidad de seguir disfrutando del amor. En cambio, la protagonista desea y espera
la muerte, no la busca (Goic 1991: 176).
Entonces me quito las ropas, todas, hasta que mi carne se tiñe del mismo
resplandor que flota entre los árboles. Y así desnuda y dorada, me sumerjo en el
estanque. No me sabía tan blanca y tan hermosa. El agua alarga mis formas, que toman
proporciones irreales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro.
Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua. Me voy
enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me
acarician y penetran. Como con brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso
con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua
(Bombal 1998: 14-15).
Susana San Juan también se deja llevar por el alivio del agua, que le trae
recuerdos del amor vivido con Florencio:
La diferencia sustancial entre los dos personajes femeninos es que Susana se tiñe
de matices divinos no porque lo sea en los hechos, sino en la perspectiva ofrecida por el
cacique. La aparición de Susana mueve a Pedro a una atmósfera surreal, casi divina: “A
centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás
escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina
Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras”
(Rulfo 2004: 75). Susana es una figura etérea y celestial (Jiménez de Baéz 1990) que, a
pesar del abuso sexual cometido por el padre, el autor eleva a mayor grado. Es víctima
de una violación y, por lo tanto, dispensada de culpa propia; su pureza se queda
inalterada tiñéndose de matices celestiales. [5] Aparece como una nueva Laura
petrarquesca o una Beatriz dantesca, cuya integridad conduce a quien la admira al reino
celestial. “La donna angelicata” ha bajado a la tierra para mostrar el milagro
apareciendo como un destello divino que ilumina el alma del amante; al igual que
Laura, [6] incorpora en su nombre la gracia y la belleza femeninas. De hecho, el nombre
Susana significa “bella como la azucena”, referencia explicita al blanco, sinónimo de
pureza y transparencia. Como Beatriz, musa inspiradora de Dante [7], Susana es
manifestación e instrumento de la voluntad divina, la que guía el amado hacia la morada
celeste. Es el puente que une el hombre a la divinidad y que, por su impenetrabilidad, se
queda fuera del alcance de todo ser humano. Hay que remarcar el hecho de que Susana
es criatura angelical en la mente del protagonista porque, en realidad, la muchacha
rechaza cualquier contacto con lo divino llegando a ser una imagen celestial sin
conciencia de serlo.
Conclusiones
En las novelas de la escritora chilena, las protagonistas aparecen como seres
frustrados y sin posibilidad de experimentar la felicidad. Desatan anhelos
autodestructivos como consecuencia de una vida rutinaria y carente de amor. El acto
extremo de salvación y recuperación de la dignidad son la resignación o el deseo de
muerte. Nadie puede aspirar a lograr la plenitud en la vida terrenal. Sería fácil concluir
que las mujeres vuelven otra vez a ser representadas como víctimas de un esquema
social patriarcal que no ofrece salidas. En realidad, empiezan a mostrar sus exigencias y
sus deseos intentando cumplirlos a pesar del fracaso final. Aunque haya una tentativa de
lucha interior, sobre todo en Ana María, no sobresale el poder de la afirmación personal.
La amortajada vive el amor y, una vez acabado, no consigue conformarse a la renuncia.
Se abandona a otro hombre sólo convencionalmente, pero en lo más íntimo y profundo
de su ser, la entrega se paraliza al recuerdo del primer amor y, al no soportar la perdida
del bien amado, prefiere procurarse la muerte.
Notas:
[1] Término acuñado por Kate Millet, escritora feminista americana, que expresa todo el
sistema de relaciones estructuradas de manera que un género (las mujeres) queda
subordinado a otro género.
[2] Es posible comprobar que hasta 1941 las obras de Bombal no se publican en Chile.
Por mucho tiempo su literatura es considerada “de salón”, puras divagaciones que no
reflejan la realidad contemporánea de su país. En M. Jesús Orozco Vera, La narrativa
femenina chilena (1923- 1980): escritura y enajenación, Zaragoza, Anúbar, 1995, p. 68.
[3] M. Luisa Bombal, op. cit. p. 10. También en Pedro Páramo encontramos una
versión infantil del amor. Para escaparse de la opresión de la madre y de la abuela,
Pedro se refugia en el excusado donde, entregado al consuelo del dulce éxtasis amoroso,
explora su sexualidad diciendo: “Pensaba en ti Susana. En las lomas verdes. Cuando
volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente de pueblo
mientras estábamos encima de él…el aire nos hacía; juntaba la mirada de nuestros ojos,
mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento…y allá arriba, el pájaro de papel
caía en maromas arrastrando su cola de hilacho…tus labios estaban mojados como si los
hubiera besado el rocío” (p. 74). El recuerdo de los juegos de infancia, puros e inocentes,
esconden la pasión amorosa que empuja la vida de Pedro Páramo. El hilo del papalote,
símbolo del amor espiritualizado, corre entre sus dedos y los une simbólicamente en una
atmósfera celestial; pero el pájaro de papel también presagia la fragilidad de este amor.
En Nicolás E. Álvarez: Análisis arquetípico, mítico y simbológico de Pedro Páramo,
Miami, Ediciones Universal, 1983, pp. 71-72.
[4] Aracne, hija de Idmón, un tintorero, nace en Lida. El mito cuenta de su habilidad en
el arte de tejer hasta llegar a retar a la diosa Átenea. Durante el reto Palas le rompe la
tela por haber representado los amoríos deshonrosos de los dioses. Aracne se siente
humillada y quiere ahorcarse, pero Palas Atenea no le permite morir y la convierte en
araña para que siga tejiendo por la eternidad.
[5] Es relevante que Rulfo escoge como fecha de muerte para Susana, el día 8 de
diciembre, fiesta católica de la Inmaculada Concepción, como claro paralelismo entre la
pureza virginal de María y el candor de Susana.
[6] Laura deriva de laurel, planta sagrada procedente de la India, símbolo de inspiración
y victoria, gentileza y éxtasis intelectual.
[7] El paralelismo arriesgado con Dante Alighieri (1265- 1321) se sustenta no sólo en la
comparación de Susana con Beatriz, sino también en el tema del viaje a la ultratumba de
Juan Preciado y Comala como purgatorio terrenal. El viaje al más allá es un tópico
literario, se recuerda por ejemplo en la Eneida de Virgilio, donde Enea baja al Averno
para hablar con su padre y preguntarle sobre sus antepasados. Así, Juan Preciado sería
un nuevo Enea en busca de su identidad.
BIBLIOGRAFÍA
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Ferré, Rosario (1985): “La cocina de la escritura”, La sartén por el mango. Encuentro
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Río Piedras, Huracán, Puerto Rico, pp. 133- 154;
Goic, Cedomil (1991): La novela chilena. Los mitos degradados. Editorial Universitaria,
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González Boixo, José Carlos (1983): Claves narrativas de Juan Rulfo, Colegio
Universitario de León, León;
Jiménez de Baéz, Yvette (1990): Juan Rulfo, del Páramo a la esperanza. Una lectura
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Méndez Rodenas, Adriana. “El lenguaje de los sueños en La última niebla: la metáfora
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Miramontes, Ana: “Rulfo lector de Bombal”, Iberoamericana (2004) n. 207, pp. 491-
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Orozco Vera, M. Jesús (1995): La narrativa femenina chilena (1923- 1980): escritura y
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Suárez Briones, Beatriz (2000): “Feminismos: qué soy y para qué sirven”, Iris M.
Zavala (ed.) Feminismos, cuerpos, escrituras, La Página, Santa Cruz de Tenerife;