La realidad cubana
La represión religiosa
No hay libertad religiosa en Cuba. Varias congregaciones religiosas, como
los Testigos de Jehová, los Adventistas del Séptimo Día y los creyentes de Ge-
deón, son perseguidos y se les considera «sectas contra-revolucionarias», debi-
do a que estos cristianos plantean que el sábado es día de descanso.
Yo vi iglesias metodistas en la Isla de Pinos, que han sido convertidas en al-
macenes de abonos. También han sido cerradas iglesias católicas, tales como la
de San Francisco, la de Villanueva y muchas otras.
Están prohibidas las actividades religiosas tradicionales, tales como las pro-
cesiones y la celebración de las fiestas navideñas, un arbolito de Navidad es
considerado como un símbolo contrarrevolucionario. Sólo muy pocas perso-
nas, la mayoría de edad avanzada, corren el riesgo de acudir a la iglesia. No se
permite a la Iglesia publicación alguna, ni programas de radio o televisión.
Si los jóvenes van a Misa, por ejemplo, se les considera «enemigos de la re-
volución», y se arriesgan a que se les expulse de la Universidad. Castro admitió
en la entrevista concedida a Frei Betto que existía discriminación religiosa en
Cuba. Pero la realidad es más grave.
Conocí a un hombre en la prisión que estaba cumpliendo una sentencia de
seis años porque transcribía capítulos de la Biblia y entonces se los daba a los
amigos y compañeros de trabajo. Lo acusaron de «redactar y distribuir propa-
ganda religiosa».
Un tribunal especial sentenció a pena de muerte a tres miembros de la secta
religiosa «Testigos de Jehová». Jesús Prieto Suárez, de 27 años de edad, Minis-
tro municipal de la Iglesia; Saúl Rey, Ciervo de Circuito, y el predicador Efren
Noriegas Barrete, de 21 años, fueron fusilados. Oficialmente la Policía Política
cubana los acusó de «propaganda para promover alzamientos armados contra
la revolución». La realidad es que les ocuparon un mimeógrafo en donde repro-
ducían material religioso. Los Testigos de Jehová no promulgan la violencia.
También se encontraban condenados a muerte, en la provincia de Las Vi-
llas, el Testigo de Jehová Juan Olivera Alberto y otros dos religiosos.
El artículo número 54 de la Constitución Socialista cubana se refiere al delito
de profesar la fe cuando dice:
«Es ilegal y punible oponer la fe, o la creencia religiosa, a la revolu-
ción».
Salud pública
Quiero comenzar este tema leyéndoles un cable de la Agencia UPI del pasa-
do 19 de octubre:
«Ingresó un ministro cubano a una hija en Miami enferma de los
ojos».
«Un funcionario del Departamento de Higiene Sanitaria de Cuba, el Vice-
Ministro Dr. Enrique Galbán, ingresó a su hija, la niña Lizbeth Galbán, en el Ins-
tituto Oftalmológico Baxcom Palmer de Miami. Esta fue atendida por el oftalmó-
logo norteamericano George Blankenship. El vocero del Departamento de Estado,
John Caul/ield, dijo que es muy común ese tipo de visita para atención médica».
También es conocido que la bailarina cubana Alicia Alonso vino a operarse
de los ojos a España. Los jerarcas suelen salir de Cuba para curarse.
En el campo de la medicina es cierto que cuantitativamente se ha desarro-
llado una buena labor, en lo que se refiere a las campañas de vacunación. La
Revolución ha llevado la atención médica a zonas donde antes no llegaba de
forma directa. Un sociólogo norteamericano, Lowny Nelson, aduce que al ser
Cuba una isla estrecha y alargada, no existía un lugar rural tan apartado que no
estuviera cerca de algún poblado, a excepción únicamente de los macizos mon-
tañosos.
Se tiende a hablar de las Policlínicas que ha construido la Revolución, igno-
rando cuántas se habrían construido en los últimos 25 años en un régimen de-
mocrático, y se acepta como verdad irrefutable que el desarrollo del país, desde
1959, si no hubiese llegado Castro, se hubiese detenido, y no es así.
El gobierno cubano ha sido muy hábil en engañar a la prensa, a los invitados
de otros gobiernos y al mundo en general con cifras falsas que se repiten cons-
tantemente sobre salud pública en Cuba.
Esto ha dado origen a la tendencia de suponer que el país anterior a Castro
era una especie de aldea insalubre, o una típica nación caribeña subdesarrolla-
da, olvidándose que en muchos aspectos su nivel de vida era comparable con el
de países europeos.
Publicaciones muy serias de Occidente publican las cifras que les ofrece la
dictadura castrista y no se detienen a verificarlas, o comprobarlas debidamente.
Así, tenemos que The New York Times, Newsweek y Stern, entre otros, seña-
lan la disminución de la mortalidad infantil como una prueba de la atención a
la salud en la Cuba actual. El semanario ilustrado Der Stern publicó que la tasa
de mortalidad infantil disminuyó con Castro de 60 muertes por mil a 23 por
mil.
Esto es totalmente falso. Según el Latín American Statistical Abstract, la
mortalidad infantil no era en Cuba, antes de Castro, del 60 por mil, sino del 32,
inferior a la de Alemania Occidental, Italia y España.
Según la Unión Panamericana de la Salud y el Banco Mundial, a finales de
la década de los 50 Cuba tenía el menor índice de mortalidad de América Lati-
na, siguiendo muy de cerca a los Estados Unidos. Y ese lugar lo perdió hace
años.
El mismo semanario Der Stern sostiene que «la expectativa de vida prome-
dio (bajo Castro) se había elevado a 58 años». ¿Quién ofreció estas cifras? Con
toda seguridad el gobierno cubano, y son falsas, por supuesto. En un estudio de
las Naciones Unidas, publicado en 1972, se señala que dicha expectativa de
vida en la Cuba anterior a Castro era de 63 años. Cuba tenía la expectativa de
vida más alta de toda América Latina. En la década de los 50 Cuba contaba con
128 médicos y dentistas por cien mil habitantes. En 1953 aún países como Ho-
landa, Francia, Reino Unido y Finlandia, contaban proporcionalmente con
menos médicos y dentistas.
Pero veamos cómo la misma Revolución cubana se desmiente en sus infor-
maciones oficiales.
Por Europa circula un voluminoso Informe entregado a bancos y gobiernos
occidentales por el gobierno cubano, con el objetivo de demostrar los logros de
la Revolución para conseguir la renegociación de la gigantesca deuda externa
cubana. Este documento está lleno de cifras manipuladas, pero señalaré única-
mente las referentes a Salud Pública.
En la página número 6, párrafo 7 de dicho Informe, se asegura que el nivel
promedio de vida en Cuba era sólo de 53 años en 1958. Esta cifra es falsa, pero
lo interesante es que se contradicen en el propio documento, que no revisaron
bien los que lo redactaron. Así, en la página 23 presentan una tabla de Naciones
Unidas donde dice que el promedio de vida entre 1955 y 1960 era de 63 años.
¿Qué cifra debemos creer, la de la página 6 o la de la página 23 del documento
cubano?
Los «logros» de la salud están expresados en el Informe Anual 1980 del Mi-
nisterio de Salud Pública de Cuba, que ha llegado a nuestras manos. En su pági-
na 21 señala el aumento constante y vertiginoso del suicidio: 27,5 por cada cien
mil muertes. El segundo más alto del mundo y una demostración irrefutable de
lo enajenante de aquella sociedad.
En su página 8 admiten un aumento sistemático de los casos de blenorragia,
que se ha cuadruplicado desde 1975 a 1980. En esta misma página queda des-
mentido lo de que no hay poliomielitis en Cuba.
En la página 25 admiten que se diagnosticaron cientos de casos de paludis-
mo. Al igual que la brucelosis humana, de la que se registraron, según el Infor-
me, 57 casos.
En la página 19 dice que los enfermos de sífilis han ido en aumento constante
desde 1974. Que los grupos más afectados son, en primer lugar, los jóvenes de
20-24 años y, en segundo lugar, los de 15-19.
Por supuesto que este informe se suponía no saliera del Centro Nacional de
Información de Ciencias Médicas de Cuba.
Otra de las falsedades divulgada por la Revolución cubana es la de que la
asistencia médica y las medicinas son gratuitas, y no es así.
No existe país en el mundo donde sean más caras las medicinas. Cien table-
tas de vitaminas y minerales cuestan once pesos, en una sociedad donde los
sueldos son de 60, 80, 90 y 115 pesos al mes. Para adquirir estas vitaminas son
necesarios cuatro y cinco días de trabajo.
El sobreprecio de los medicamentos es a veces hasta más del cincuenta por
ciento de su valor real. Por este concepto el gobierno explota a los enfermos y
recauda cientos de millones de pesos, por lo que no puede cobrarle los exáme-
nes, ni la estancia en hospitales, y aún quedan grandes ganancias al Estado.
Todo el mundo sabe que sólo un pequeñísimo porcentaje de los enfermos de un
país son hospitalizados. La mayoría son ambulatorios. Cualquier receta es su-
perior a diez o doce pesos, que el obrero cubano tiene que pagar íntegramente,
ya que no existe ningún seguro social, ni mecanismo que le reintegre siquiera
parte del precio pagado, como existe en Francia y España.
Existen clínicas especiales para los jerarcas del Partido, los Generales y Co-
roneles de la Policía Política, donde hay medicamentos recientes a los que no
tiene acceso el pueblo. Y no por culpa del bloqueo norteamericano: ¿qué medi-
cina que necesite Cuba no puede adquirirla en Suecia, España, Alemania Occi-
dental, Canadá, Suiza, Francia, etc.?
En los hospitales como el Frank País, en Marianao, donde estuve ingresado,
sólo la sala destinada a extranjeros y para los jerarcas tiene aire acondicionado.
Las del pueblo están llenas dé polvo, moscas y mosquitos y un calor infernal.
Conseguir un medicamento adecuado se convierte para el ciudadano co-
mún en un dolor de cabeza. Prueba de esto es la proliferación en Miami y Espa-
ña de agencias que envían medicinas a Cuba a ciudadanos que tienen la suerte
de tener un familiar en el extranjero. Recientemente la Embajada cubana, pa-
gando doce mil quinientas pesetas, autorizó el envío a Cuba de frascos de medi-
cinas y otros artículos de primera necesidad, cuyo valor debe ser también paga-
do aparte al Gobierno cubano.
En Cuba ha habido brotes de enfermedades que habían sido erradicadas,
pero el gobierno se cuida muchísimo de que no trascienda lo que puede empa-
ñar la imagen de la Revolución en el exterior. Así, vemos que a finales del mes
de mayo de 1981 se descubre un brote de dengue hemorrágico. Toman medidas
para ocultarlo a la población y en secreto tratan de controlar la epidemia, pero
los niños comienzan a morir por decenas, y sólo un mes y días después, ya con
cientos de muertos, a principios de julio, dan la alarma. Fue en 1974 que el Ins-
tituto de Medicina Tropical vaticinó la epidemia por la proliferación del mos-
quito Aedes Aegypti. Desde 1974 no volvió a fumigarse en el país.
Murieron cientos de niños. Castro dijo a los parlamentarios reunidos en
1982, en La Habana, que solamente fallecieron 99, pero la cifra real de niños
muertos pasó de mil, y adultos unos seiscientos.
Allí estaba el Dr. Rubén Ramírez, que recientemente escapó de Cuba en
forma espectacular. Era Jefe del Departamento de Control de Vectores de Cuba
y desempeñó un importante papel durante la epidemia del dengue. Cuenta el
propio Dr. Ramírez que Castro, dirigiéndose a él y al grupo de expertos que tra-
taban de controlar la epidemia, les dijo que la culpabilidad de aquel brote de
dengue había sido la negligencia del Estado, la falta de prevención al no fumi-
gar y que él, como buen revolucionario, tenía que Admitirlo.
Una hora más tarde se presentaba en la Plaza de la Revolución, ante una
multitud, y acusaba a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana de ha-
ber introducido en Cuba el virus del dengue.
La educación
Es cierto que un humilde campesino tiene hoy ¡en Cuba más oportunidad de
llegar a profesional universitario, a cambio de la! integración y sometimiento
político incondicional. Pero no es cierto el panorama educacional que se des-
cribe en la Cuba anterior a Castro.
No sólo las publicaciones populares comentan tales errores. En 1977 una
subcomisión de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, presidida por
el representante Jonathan Bingham, de Nueva Yo:rk, efectuó una visita a Cuba
y, aparentemente impresionado por las conversaciones sostenidas con funcio-
narios cubanos, declaró en su informe oficial que antes de Castro había 187.000
estudiantes en el país, y que la tasa de alfabetización bajo el régimen de Castro
se había incrementado del 25 al 99 por ciento. j .
Pero en la Cuba anterior a Castro no había 187.|000 estudiantes, sino alrede-
dor de un millón, y la tasa de alfabetización no era de un 25 por ciento, sino de
un 78 por ciento. (Tomado de: Enciclopedia Británica, 1959, artículo sobre
Cuba. Y United Nations Statistical Yearbook, 19610-62). Yo en realidad prefie-
ro estas cifras a las dadas por (Castro, que miente constantemente.
Por ejemplo, entre los recién llegados a los Estados Unidos por el Mariel, un
10% era analfabeto, dato que corrobora una información recogida y silenciada
en el censo de 1970, la de que el índice de analfabetismo registró 12,9%. Es de-
cir, si hay analfabetismo en Cuba. A pesar de que Castro proclama lo contrario.
Por otra parte la educación no es gratuita. El alumno no sólo la paga con su
trabajo, sino que además es explotado. Veamos: Las escuelas secundarias se
construyen con fines económicos, para que los alumnos trabajen. Cuando el go-
bierno planea" las siembras, por ejemplo, grandes extensiones, se construye en el
centro de las áreas sembradas; la escuela. El alumno es, desde ese momento, un
obrero agrícola, siembra las plantas, las fertiliza, las limpia de malas hierbas, las
fumiga y recoge la cosecha. Diariamente, al amanecer, va a los campos y por las
tardes a la escuela. Las necesidades de la agricultura son prioritarias, en épocas
de cosecha o lluvias, la enseñanza se deja a un lado y todo el tiempo se dedica al
trabajo. Estos alumnos trabajan más de 40 horas semanales en la agricultura.
Según cifras oficiales aparecidas en la entrevista de Bohemia, mencionada
antes, un alumno de estos cuesta al Estado 620 pesos al año, todo incluido. Pero
el trabajo que realiza, el de un obrero agrícola, es de 115 pesos mensuales, es de-
cir, 1.380 pesos al año, por tanto, el Estado explota a estos estudiantes y les
debe cada año la diferencia de 760.pesos. ¿Puede entonces decirse que la educa-
ción es gratuita?
Este mismo análisis lo hizo un estudiante llamado Plablo Alvarez a sus
compañeros de clase, lo conocí en la cárcel. Fue condenado por eso a 20 años
de prisión, acusado de «diversionismo ideológico».
Los alumnos universitarios son los que tienen bajo su responsabilidad la
siembra y recogida del tabaco. Grandes contingentes de estudiantes están todo
el año movilizados a tareas agrícolas.
Para los niños de la ciudad de 8 a 10 años, es obligatorio ir a la «Escuela al
campo», tres meses, para producir.
Cuba tiene trabajadores :en la empresa naviera multinacional del Caribe,
forman parte de ella los países que dan al mar Caribe. Un sub-oficial de máqui-
na cubano, que trabaja allí, enviado por su gobierno, gana 12.000 dólares al
año, pero tiene que dar al gobierno 10.000 dólares y los otros dos mil el gobier-
no se los da en pesos cubanos. ¿Ha recibido este hombre su educación gratuita o
ha sido una inversión del Estado para luego extraerle ganancias infinitas?
Suelen decir algunos, que en Cuba no hay presos políticos, ni Campos de
Concentración, los turistas no los ven, y algunos periodistas tampoco.
Es bueno recordar que en épocas de Stalin, conocidos periodistas franceses
visitaron la Unión Soviética y tampoco encontraron Campos de Concentra-
ción. Aquellos periodistas trajeron a Europa una imagen maravillosa de la Ru-
sia stalinista.
Recuerdo también a intelectuales de prestigio, tales como Louis Guilloux,
Romain Rolland y otros, que regresaron de la Unión Soviética en aquella época
de barbarie, y tampoco vieron los gulags ni tuvieron conocimiento de torturas.
Todo el mundo sabe que en los países totalitarios hay Campos de Concen-
tración. Sin ellos es imposible la instauración del marxismo. Yo puedo señalar
decenas de ellos y su exacta ubicación. Son una copia de los Campos.de Con-
centración soviéticos y nazis. No debe olvidarse que los nazis copiaron a los ru-
sos. Bertrand de Jouvenal, en su libro «Viajeros del siglo», relata un encuentro
en Moscú con oficiales alemanes en 1934, que estaban allá para aprender la téc-
nica y fabricación de los Campos de Concentración.
En Cuba estos campos están formados por un grupo de barracas rodeadas
por dos altas cercas coronadas de alambradas, torres de vigilancia con ametra-
lladoras, perros de presa y reflectores de búsqueda. En estos campos la discipli-
na es férrea, hay celdas de castigo. Se golpea, se obliga a los prisioneros a traba-
jar. Si esto no es un Campo de Concentración, entonces Stalin era un beatífico
querube.
Sólo citaré unos pocos: Sandino 1 y 2, Taco-Taco, El Brujo y otros en Pinar
del Río; los Campos de Concentración Melena 1 y 2 situados en las afueras del
poblado de Melena del Sur: Campo de Concentración de Quivicán, y el más gi-
gantesco construido recientemente, el de «Valle Grande», a un costado de la ca-
rretera que une la provincia de La Habana con la de Pinar del Río. Además los
Campos de Concentración para menores, que tienen nombres muy atractivos,
«Nueva Vida» y «Arcoiris», en Santiago de las Vegas. Todos estos ubicados en
la provincia de La Habana. Por supuesto que las excursiones organizadas y diri-
gidas por el gobierno no incluyen estos «Campos de Concentración» en sus
programas turísticos.
En Cuba hay unos 140.000 presos, incluidos por delitos comunes, y los po-
líticos. Hay 68 cárceles provinciales.
Ningún periodista extranjero puede llegar a la casa de una familia cubana si
esta visita no ha sido planeada por la Policía Política, al menos oficialmente.
Un grupo de estos prisioneros, por rechazar la Rehabilitación Política, hace
casi cuatro años ya, se encuentran encerrados a cal y canto, en pequeñas celdas,
sin ver jamás la luz del sol, ni artificial, sin ropas, sin asistencia médica, sin visi-
tas, ni correspondencia. Están así desde principios de 1980. Entre ellos el espa-
ñol Eloy Gutiérrez Menoyo, que combatió contra Batista y luego contra Castro,
y que actualmente se cree que ha muerto.
A pesar de que en unas semanas Castro cumplirá 25 años en el poder, sigue
disfrutando de las simpatías de gobiernos, de intelectuales y de alguna prensa.
Es frecuente que algunos políticos extranjeros que visitan Cuba y conversan
con el tirano Castro, regresen a sus países bajo una especie de letargo, de em-
briaguez, seducidos por la dialéctica, por la personalidad del barbudo dirigente.
Es interesante cómo para estos políticos, los tiranos tienen ese encanto irre-
sistible, el mismo que para Franklin D. Roosvelt tuvo Stalin, y que logró que el
ex-presidente norteamericano, rendido de admiración, de un plumazo le rega-
lara los países del Este, condenando a millones de seres a la esclavitud.
¿Qué mágico encanto tienen estos genocidas, estos carniceros de sus pueblos
para algunos políticos de Occidente? ¿Qué raro mecanismo del
subconsciente
decide estas cuestiones? Pienso que un análisis de este comportamiento, apli-
cando las teorías de Freud, daría quizá respuesta a esta conducta. Pero ya las in-
terpretaciones de la psicología como ciencia, puede ser o no aceptadas, son te-
mas de discusión. Lo que no admite refutación, lo que no puede ser interpreta-
tivo, son los veinticinco años de dictadura, la falta de todas las libertades, la
persecución, las torturas, los fusilamientos, el terror y las violaciones de los De-
rechos Humanos que caracterizan la naturaleza criminal del régimen cubano.
No es aupando a los tiranos, apoyándolos, ayudándolos y respaldando sus
crímenes como se contribuye a la causa de la Libertad, de la Justicia, del respeto
a la dignidad humana. No es bajo un torrente de elogios a los que sojuzgan y
asesinan a sus pueblos, como se logrará que las sociedades evolucionen hacia
ese ideal de perfección con el que sueñan todos los hombres con sensibilidad y
bien intencionados del planeta. El hombre es el único ser en la creación que
sabe distinguir perfectamente entre el bien y el mal. Pero hay quienes tienen
una sensibilidad muy selectiva que sólo se despierta contra los dictadores de de-
rechas, pero no les produce repulsa abrazarse, alzar las copas y brindar con los
asesinos marxistas...
Yo pienso que si para algunos resulta inmoral mantener relaciones comer-
ciales o aceptarle invitaciones a Pinochet, más criminal aún es ayudar al go-
bierno cubano, porque esa ayuda no se emplea en mejorar las condiciones de mi-
seria en que vive el pueblo, sino en mantener y entrenar guerrilleros en Angola,
Centro y Sur América. En reprimir y perseguir a los cubanos que discrepan de
la tiranía, en entrenar a terroristas internacionales.
Durante años el gobierno cubano ha sido habilísimo en ocultar su verdadera
naturaleza represiva. La Habana ha enterrado sus cadáveres en secreto, ha
ocultado sus torturas, ha amordazado sus víctimas.'
La implantación del comunismo en Cuba cumplió ya un cuarto de siglo. A
estas alturas nadie puede invocar como justificación a estos crímenes, la inma-
durez de un proceso político tan viejo. En nombre de ninguna filosofía, de nin-
gún símbolo, puede justificarse la impunidad con que el castrismo tortura y
asesina.
A.V.
8
Castro declaró en la famosa entrevista con Frei Betto «que jamás los enemigos de la Revolu-
ción han podido presentar una sola prueba de que en Cuba se haya maltratado un prisionero». En
París, el 11 y 12 de abril de 1986, doce ex-prisioneros políticos mostraron las huellas físicas de las
torturas recibidas en las cárceles de Castro, ante un jurado internacional integrado entre otros por
Ivés Montand, Jorge Semprún, Fernando Sánchez-Dragó, Jean Franc.ois Revel, Bernard Henri-
Levy y otros muchos. Este jurado concluyó que Castro mentía y que las torturas y métodos emplea-
dos para la represión en Cuba son idénticos a los que usó Hitler.