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ENTREVISTA CON GREGORIO PECES-BARBA

Manuel Atienza
Universidad de Alicante

Juan Ruiz Manero


Universidad de Alicante

Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero: Empezaste tu carrera académica como pro-
fesor de filosofía del Derecho a la vez que ejercías como abogado y llevabas a cabo, no
sólo como abogado pero también como abogado, una intensa actividad política de opo-
sición al régimen. ¿Podrías rememorar lo que te parezca más destacado del clima de
aquellos años, en la Universidad, en la abogacía y en la política? ¿Qué experiencias fue-
ron para ti más importantes?
Gregorio Peces-Barba: Empecé mi trabajo como ayudante en el curso 1962-1963
en la cátedra del profesor RUIZ GIMÉNEZ. Mis profesores de Derecho Natural y Filo-
sofía del Derecho fueron don W. GONZÁLEZ OLIVEROS y don L. LEGAZ LACAMBRA. El
primero, iusnaturalista furibundo, había sido Subsecretario de Educación con Primo
de Rivera y, cuando yo estudié Primer Curso, era Presidente del Tribunal de Repre-
sión de Masonería y Comunismo y el segundo, más competente y mejor informado, no
me gustaba por su falta de definición. Fue un liberal kelseniano antes de la Guerra,
que escribió un libro sobre el Estado liberal de Derecho, que después de la guerra, du-
rante el franquismo, lo modificó profundamente con el título de El Estado Nacional
Sindicalista de Derecho y que cuando empezaba a amainar la tormenta fascista, lo vol-
vió a modificar con un carácter más neutro. Felizmente la llegada de RUIZ GIMÉNEZ y
su buena acogida me permitieron seguir con mi carrera universitaria, imposible en las
otras dos vías. Cuando Ruiz Giménez me informó que no tenía a nadie en Madrid y
sólo a punto de llegar de Bolonia, recién terminada la tesis, su único discípulo, proce-
dente de Salamanca, E. DÍAZ. Inmediatamente inicié una amistad con Elías que per-
siste y se acrecienta con el tiempo y que me ha ayudado mucho. Le considero mi se-
gundo maestro. Entonces no se podía vivir con la remuneración de ayudante, ni
tampoco de Adjunto de cuatro años renovables y empecé al tiempo a ejercer la profe-
sión de abogado, con mi padre primero y luego desde un despacho propio con T. QUA-
DRA-SALCEDO, J. M. MOHEDANO, M. CID y otros. En el despacho me ocupaba sobre
todo de asuntos políticos ante la jurisdicción militar y el TOP, que inauguré con el su-
mario 1/64 contra la Comisión Obrera de Vizcaya. En ese ámbito desarrolle parte de
mi actividad política de oposición al régimen. Los otros ámbitos fueron la propia uni-
versidad, Cuadernos para el Diálogo y la militancia política clandestina. En este último
ámbito todavía no tenía las ideas claras, desde una familia socialista, pero muy impac-
tado en mis creencias religiosas por la lectura del Humanismo Integral de MARITAIN.

DOXA, Cuadernos de Filosofía del Derecho, 31 (2008) ISSN: 0214-8676 pp. 707-718
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Después de una breve militancia en la izquierda democristiana de JIMÉNEZ FERNÁN-


DEZ, me mantuve independiente junto con otros amigos como L. TORRES, P. ALTARES,
V. ZAPATERO, R. MARTÍNEZ ALÉS, que nos identificábamos como «los huérfanos». Has-
ta 1972 toda mi actividad política se desarrolló en la Universidad y en Cuadernos. Como
mi tesis sufrió de ese activismo me fue útil para acabarla el estado de excepción de ene-
ro de 1969, declarado después de la muerte de E. RUANO, después calificada de asesi-
nato por el Tribunal Supremo. Aquel hecho fue uno de los más dolorosos y más tris-
tes de aquellos años porque Enrique fue alumno y pertenecía a uno de los mejores
grupos que yo he tenido en mi etapa de la Complutense, junto con J. M. MOHEDANO,
J. FERNÁNDEZ DE LA VEGA, S. VARELA o J. A. ZAPATERO entre otros. Ante la protesta
generalizada por aquel hecho terrible se declaró el Estado de excepción y estuve más
de dos meses en un pequeño pueblo de Burgos, Santamaría del Campo. Entre ese tiem-
po y el año entero anterior que estuve en París pude terminar la tesis a principios de
los años setenta.
Mi experiencia central en esos años fue la dificultad de desarrollar una carrera uni-
versitaria, con dedicación exclusiva y, sobre todo, la imposibilidad de convivir en un ré-
gimen rígido, temeroso de las libertades y que impedía cualquier evolución. En mis li-
bros La Democracia en España y La España Civil cuento algunas de las experiencias más
importantes de aquellos años.
M.A. y J.R.M.: Hiciste tu tesis doctoral sobre el pensamiento social y político de J.
MARITAIN, un autor que tuvo gran predicamento, pero que hoy parece encontrarse más
bien olvidado. ¿Qué influencia tuvo lo que podríamos llamar el tomismo liberal de MA-
RITAIN en tu evolución? ¿Cumplieron en ella también algún papel otras corrientes de la
filosofía católica muy cercanas a MARITAIN como el personalismo de E. MOUNIER? ¿Hay
algo en estas corrientes que te siga pareciendo valioso hoy?
G.P.-B.: No creo que MARITAIN esté olvidado. Para mí está superado, porque he
abandonado desde hace muchos años cualquier tentación de plantear mis reflexiones
en el seno de la Iglesia institucional, que es incapaz de desprenderse de sus tentaciones
integristas y antimodernas y de una pretensión desaforada de seguir controlando la so-
ciedad civil, la política y el Derecho. Mis rescoldos están sólo en la figura de Jesucristo
y en el Evangelio, en el marco de una sociedad laica, libre de ataduras clericales. La
perspectiva de MARITAIN y de MOUNIER, al que también trabajé en profundidad, es la
única esperanza para que la Iglesia Institución se reconcilie con la modernidad. Lo in-
tentaron Juan XXIII y Pablo VI, pero fueron silenciados y enterrados por la vuelta a la
Iglesia tradicional de sus dos sucesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, apoyados por
unos grupos extremistas y antimodernos como los legionarios de Cristo, el Opus Dei o
los seguidores de Kiko Arguello. Hoy sólo desde la laicidad se pueden practicar viven-
cias auténticamente religiosas, reducidas al subjetivismo más absoluto. Para entender
su importancia actual, lo valioso de esos dos autores, es el respeto a la autonomía de las
sociedades laicas y la idea de dignidad humana como fundamento personalista a los va-
lores, los principios y los derechos, contenidos materiales de la acción política y del De-
recho.
M.A. y J.R.M.: ¿Cómo ha sido tu evolución en cuanto filósofo del Derecho? ¿Se
puede hablar de etapas en tu producción iusfilosófica? ¿Cuáles serían? ¿Están ligadas
de alguna manera a tu trayectoria en ámbitos no académicos?
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G.P.-B.: Es difícil autoevaluarse. Mi carrera académica empieza administrativamen-


te en 1963 como ayudante y culmina como Agregado en 1983 y Catedrático en 1987.
Mis publicaciones comienzan en 1972 y desde entonces tengo publicados, hasta ahora,
alrededor de veintinueve libros y más de cien artículos científicos, prólogos, capítulos
de libros, etc. También he dirigido desde 1976 hasta ahora dieciocho proyectos de in-
vestigación financiados públicos y privados y he participado en diez contratos de inves-
tigación con empresas y/o Administraciones. Lo último en esa materia es un proyecto
Consolider del Estado (Ministerio, ahora de Innovación) por una cuantía de varios mi-
llones de euros para acabar el siglo XX de la Historia de los Derechos Fundamentales y
otros proyectos complementarios. Soy investigador principal con E. FERNÁNDEZ, R. DE
ASÍS y J. ANSUÁTEGUI. Creo que es el primer proyecto Consolider que se da en el ámbi-
to del Derecho. He dirigido diez tesis doctorales. Omito otros méritos en Congresos,
Seminarios y Conferencias y creo que en esos cuarenta y cinco años de presencia como
docente (nunca he dejado de dar clases) y como investigador he seguido una línea co-
herente, con unos contenidos fijos y estables y también con algunos temas coyuntura-
les. Creo que mi pensamiento ha ido madurando, se ha perfilado y afirmado con el tiem-
po, pero sus grandes líneas están desde los orígenes, con algunas excepciones que se
han ido incorporando, pero sin rupturas con lo anterior.
Quizás mi tesis doctoral «Persona, sociedad y Estado. El pensamiento social y polí-
tico de Jacques Maritain», cierra una etapa juvenil previa de inspiración cristiano pro-
gresista. Empiezo con trabajos sobre los derechos fundamentales desde 1973, que es la
primera edición de «Derechos Fundamentales» donde ya se apunta una orientación po-
sitivista que debo a E. DÍAZ, y que más tarde se refuerza con mi relación con BOBBIO.
En todo caso, es un positivismo siempre abierto a la moralidad. También en esos años
se combinan dos dimensiones siempre muy presentes en mi obra: positivismo y socia-
lismo con el libro de 1982 Libertad, poder, socialismo. Donde creo que se puede ya ver
el núcleo central de mi pensamiento es en la Introducción a la filosofía del Derecho de
un positivismo abierto a la moralidad pública y mis preferencias por las sociedades de-
mocráticas, por el parlamentarismo y por el Estado social. Es evidente que mis traba-
jos como ponente constitucional y como Presidente del Congreso refuerzan esa línea.
Desde entonces mis líneas de investigación, mis conferencias, mis participaciones
en congresos y seminarios y mi docencia se sitúan en el ámbito de los derechos huma-
nos, concepto, fundamento e historia; en los valores jurídicos como la libertad, la igual-
dad y la seguridad; en aspectos de la Democracia y el Estado de Derecho, como la dis-
tinción entre ética pública y ética privada, el principio de las mayorías, la relación entre
ley y conciencia, los valores de la cultura europea, sobre la escasez y la solidaridad, so-
bre la dignidad de la persona, sobre el Parlamento o sobre la Constitución en la cultu-
ra política y jurídica modernas, sobre la relación Derecho y poder, sobre el sentido del
Estado, sobre la violencia y la resistencia, sobre la paz, sobre el derecho al trabajo, so-
bre humanitarismo y solidaridad social, sobre la diferencia, igualdad normativa e igual-
dad real. En el ámbito de la teoría y de la filosofía del Derecho he impulsado y dirigi-
do dos manuales de teoría y de introducción a la filosofía del Derecho y he trabajado
sobre la validez jurídica, la Constitución entre la voluntad soberana y la razón, sobre
los planes de estudios y la Filosofía del Derecho y sobre la enseñanza de la materia, so-
bre la creación judicial del Derecho, sobre la ley y los principios generales del Derecho,
sobre los valores superiores, sobre principios y normas, sobre la Justicia Constitucio-
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nal, etc. Finalmente vinculado con autores y temas concretos, pero en sintonía con la
problemática general de mi interés, he trabajado sobre J. MARITAIN, sobre HART, sobre
KELSEN, sobre BOBBIO, sobre RUIZ-GIMÉNEZ, sobre E. DÍAZ, sobre F. DE LOS RÍOS, so-
bre C. ARENAL, sobre MONTAIGNE, sobre J. BESTEIRO y sobre G. ZAGREBELSKY. En
cuanto a los temas concretos he investigado sobre la Constitución española en varias
ocasiones, sobre la Democracia en España, sobre la España civil, sobre la Educación
para la Ciudadanía, sobre los derechos de los animales, sobre el socialismo democráti-
co, sobre la eutanasia, sobre las relaciones entre Iglesia y Estado, sobre el orden jurídi-
co futuro, sobre la Universidad, sobre el Derecho y el amor, sobre desobediencia y ob-
jeción de conciencia, sobre libertad ideológica, sobre el genoma, sobre la idea de España
en el Estado de las Autonomías, sobre la Izquierda, sobre Derecho y Arte, sobre el pa-
triotismo constitucional. Éstos han sido los temas que he tratado con mayor o menor
acierto, que no me corresponde a mi juzgar, sino a quienes quieran estudiar mi pensa-
miento.
Para evaluar este trabajo de tantos años yo diría que es fundamentalmente cohe-
rente, que a veces obedece a temas de actualidad en cada momento, y que en el con-
junto sigue una serie de pautas que integran un edificio que se puede construir por eta-
pas. En todo caso a lo que más tiempo he dedicado es a la historia, al concepto y al
fundamento de los derechos. También progresivamente he ido concretando mi defen-
sa de la laicidad y mi crítica a las actitudes sociales, políticas y jurídicas de la Iglesia Ca-
tólica. Naturalmente aunque este trabajo de tantos años es autónomo y tiene sus razo-
nes exclusivamente académicas, es obvio que mis acciones cultural, social y política, sin
duda, han influido en mis planteamientos.
M.A. y J.R.M.: Nos gustaría que nos dijeras algo más sobre tu adscripción al posi-
tivismo jurídico. Como bien sabes, esa concepción del Derecho ha sido sometida en los
últimos tiempos a críticas de diversos tipos y ha sido defendida, a su vez, en versiones
que difieren entre sí de manera muy considerable. En España, por ejemplo, MORESO y
muchos otros se han adherido a un positivismo jurídico «incluyente» que, por ejemplo,
ha recibido las críticas de BAYÓN. GARCÍA AMADO se apunta a una versión del positi-
vismo jurídico que habría que calificar de «excluyente» (como lo son las de BULYGIN o
RAZ). L. HIERRO ha defendido un positivismo jurídico «axiológico» (próximo al que en
su momento sostuvo SCARPELLI y últimamente ha popularizado CAMPBELL). Nosotros
hemos abogado por la necesidad de «dejar atrás» el positivismo jurídico porque consi-
deramos que su «ciclo histórico» se ha concluido y no constituye ya una teoría adecua-
da para dar cuenta del Derecho del Estado constitucional. ¿Qué piensas de toda esa
discusión? ¿Qué tipo de positivismo jurídico es el tuyo? ¿Y por qué sigues mantenien-
do esa posición?
G.P.-B.: La propia pregunta a la que respondo pone de relieve, por la pluralidad
de respuestas que ha recibido, la dificultad de encontrar una única respuesta correcta.
Muchas veces se hacen esfuerzos por convertir en exactas respuestas que sólo represen-
tan la preferencia del autor, pasando además por alto que se trata de una solución vá-
lida para una cultura política y jurídica histórica y válida sólo para un espacio geográ-
fico y cultural limitado. Esa constatación vale no sólo para la cultura de los positivismos
sino también para la de los iusnaturalismos. Sólo cuando se actúa desde pensamientos
simples y primitivos parece que existe alguna posibilidad de pensar que se alcanza la
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exactitud y la unidad de respuesta. Esa sensación se tiene con el iusnaturalismo clásico


aristotélico-tomista. Pero la ilusión se desvanece en cuanto las hipótesis se amplían y se
complejizan y cuando las perspectivas que se contemplan son más plurales y desde lue-
go cuando el fenómeno se contempla a partir de la modernidad, con un Derecho cuya
creación es la primera función del Soberano, que representa el monopolio en el uso de
la fuerza legítima, y entre las concreciones de esa fuerza está la producción normativa.
Por eso hay que ver con una cierta distancia todas las posiciones que pretenden tener
la buena e incluso la única respuesta y que pretenden encapsularla en una formulación
válida para todos los tiempos. No debemos olvidar que las resurrecciones del iusnatu-
ralismo pueden adquirir formas muy dispares. Desconfío, en ese sentido, de todas las
respuestas racionales y abstractas que no tengan en cuenta la historia y también de las
que prescindan de la relación entre poder y Derecho. Parece que se sitúan ahí los prin-
cipialistas que dejan de lado a la ley, los del Estado constitucional, que coinciden con
los anteriores también en la desvalorización de la ley y en el aprecio a la acción de los
jueces.
Ante ese panorama creo que debemos desconfiar de las soluciones únicas con pre-
tensión de exactitud y excluyentes de otras posibles. Creo que en el gran esfuerzo del
pensamiento jurídico moderno por contestar a la eterna pregunta sobre ¿Qué es el De-
recho? existen muy buenas intuiciones y fragmentos de verdad en muchas de ellas, pero
que no podemos plantear el tema como una competición donde queremos ser los pri-
meros y ganar un trofeo. Me gustaría reivindicar la humildad y la modestia y reconocer
que debemos enfrentarnos a este tema con discreción. Por eso creo en muy pocas ver-
dades indiscutibles, e incluso en esas no con una convicción definitiva y cerrada. Las
reducirá a dos: el Derecho es consecuencia de la acción del poder político, en los Esta-
dos y también en las organizaciones supranacionales, aunque en éstos el poder no es
único y supremo, ni por consiguiente sus decisiones son siempre decisivas. Creo, con
el KELSEN autocrítico con su teoría pura del Derecho, que detrás de toda norma hay
siempre una voluntad y de todo ordenamiento un poder, que sólo si es del Estado es
irresistible y que éste se puede extender a aquellas organizaciones más amplias que in-
corporan fragmentos de Estado y de soberanía como la Comunidad Europea. La se-
gunda es que si diseccionamos a ese Derecho producido por el Poder nos encontramos
con la concreción del órgano del poder que decide en cada tipo de norma, parlamen-
to, gobierno, administración o jueces, con un procedimiento preestablecido también
para la producción de cada tipo de normas. Además necesariamente podemos afirmar
que cada ordenamiento tiene unos objetivos y unos fines, y regula comportamientos e
instituciones que pretenden señalar el sentido de las actividades humanas e institucio-
nales en cada sociedad que expresa siempre un punto de vista sobre la justicia, tiene
siempre una referencia a valores. A mi juicio no podemos llegar más lejos en constata-
ciones fiables y difícilmente discutibles. Cualquier ampliación de esos escenarios pare-
ce de difícil justificación objetiva y desde luego difícilmente universalizable.
Creo que mi respuesta tiene una base de experiencia amplia. He recorrido el mun-
do del Derecho vivo, habiendo practicado en casi todos sus escenarios, excepto en el
de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. He sido abogado en ejercicio, he intervenido, a
veces no sin enfrentarme a problemas, con temas concretos difíciles y complejos, he
sido legislador, colaborando en la elaboración de la Constitución y de muchas leyes or-
gánicas y ordinarias que forman el núcleo duro de nuestro ordenamiento. También he
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contribuido al diseño de nuestras instituciones, Cortes Generales, Defensor del Pue-


blo, Estado de las Autonomías, Poder Judicial, también a la formación de su personal
en el caso del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional o del
Defensor del Pueblo. He considerado toda esa actividad como un honor, seguramente
inmerecido, pero que me ha honrado y producido además mucha experiencia. Mi sen-
tido común me lleva a afirmar que no puedo avanzar en ninguna otra hipótesis sobre
el concepto de Derecho que me parezca indiscutible. Creo que mis ideas se sitúan en
el ámbito del positivismo con el esquema tripartito para identificar al Derecho: órgano
que lo produce, procedimiento para producirlo y punto de vista sobre la justicia, aun-
que en este último supuesto sólo se puede acreditar su existencia pero no su conteni-
do, desde un pluralismo que expresa contenidos diferentes y fines diferentes que coe-
xisten en la comunidad de naciones en la actualidad y que debemos reconocer como
Derecho. Lo contrario sería cerrar los ojos a la realidad, si excluyéramos a los que no
coinciden con nuestra tesis de la identificación del Derecho válido. Por eso se debe afir-
mar la existencia genérica de una referencia a valores y fines en la norma de identifica-
ción de normas, aunque sin concretar sus contenidos. Para dar ese paso salimos de lo
objetivamente opinable y entramos en lo preferible. Es un ámbito necesario el axioló-
gico, que existe en todos los sistemas aunque no podamos identificarlo con el que pre-
ferimos, lo que sería, sin duda, una forma de iusnaturalismo. El pluralismo de conteni-
dos de ética pública que encontramos en los sistemas jurídicos no debe llevarnos a
suprimir su dimensión para identificar la validez del Derecho, sino a reconocer que han
existido y existen otros modelos históricos, con otros puntos de vista sobre la justicia,
que éstos pretenden también el monopolio en el uso de fuerza legítima, dirimir los con-
flictos desde terceros imparciales, con toda la violencia y producir seguridad jurídica,
aunque con parámetros axiológicos diferentes de los existentes en nuestras sociedades
occidentales.
El positivismo posible es el que he señalado y el positivismo preferible es el de la
cultura histórica liberal, democrática, republicana y socialista en el mundo europeo y
atlántico que supone una ética pública basada en la dignidad de la persona, centro del
mundo y centrada en el mundo, valores de libertad, igualdad, solidaridad y seguridad,
principios y derechos fundamentales, unas instituciones y unos procedimientos basa-
dos en el consentimiento y en la participación a través del sufragio universal, con una
Constitución, como norma básica puesta, apoyada en el poder democrático como he-
cho fundante básico. El Estado de Derecho, la separación de poderes, el principio de
legalidad y la posibilidad de reconocer la objeción de conciencia completan un sistema
preferible que favorece la autonomía y la autodeterminación de los seres humanos, que
es universalizable, pero que otras civilizaciones actuales no comparten y viven también
en sistemas jurídicos, algunos muy pujantes con una organización no científica que man-
tiene la superioridad de las autoridades religiosas sobre las civiles.
Mi positivismo es un concepto histórico, básico, abierto a valores y que se concre-
ta en un modelo de Derecho preferible pero no rompe ese esquema básico del positi-
vismo jurídico, con rasgos de identificación suficientes que concretan desde las prefe-
rencias un esquema que me parece posible y objetivo.
La preferencia para el sistema parlamentario representativo, que acabo de descri-
bir, no es arbitraria y cuenta con buenas razones para justificarla; razones históricas, ba-
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sadas en una idea de la dignidad humana y de la autonomía moral de las personas, que
permiten concluir que su forma de entender el Derecho es razonable y fundada.
M.A. y J.R.M.: Te has mostrado muy crítico con la categoría de «derechos mora-
les», a tu juicio inadecuada para entender, y fundamentar, los derechos humanos. ¿Cuál
es la razón por la que, en tu opinión, no cabe hablar de derechos morales? ¿Por qué a
la moral le sería aplicable el grueso del lenguaje normativo, y cabría hablar así, por ejem-
plo, de normas morales y de deberes morales, pero no cabría, sin embargo, hablar de
derechos morales? Y, respecto de tu justificación de los derechos humanos, ¿puede en-
tenderse como una justificación historicista y, si es así, en qué sentido? ¿Crees que cabe
una justificación historicista que no caiga bajo la guillotina de HUME?
G.P.-B.: A mi juicio la normatividad o es moral o jurídica y a ambas se les puede
aplicar por consiguiente el lenguaje normativo y los términos normas y deberes, pero
hablar de derechos morales sería mezclar dos dimensiones de la normatividad que tie-
nen autonomía e incluso separación a partir de THOMASIO. Creo que el tema lo he tra-
tado con extensión en mi Curso de Derechos Fundamentales. Teoría General, en Madrid:
Universidad Carlos III-Boletín Oficial del Estado, 1995.
A mi juicio es una posición de raíz iusnaturalista, identificable con la de «derechos
naturales» y todas las razones que desaconsejan el uso de ese término se pueden exten-
der al de «derechos morales». Por otra parte su uso predispone a una aproximación ra-
cional, abstracta y ahistórica de los derechos que prescinde de las conexiones con la
evolución de la realidad social y cultural de datos tan incontrovertibles como el incre-
mento, la ampliación y la especificación de los derechos por razones culturales, de ra-
cionalidad añadida o de progreso técnico. Una teoría abstracta de los derechos mora-
les no podría concebir ni abarcar en el siglo XVIII a derechos como el de información,
de inviolabilidad de las comunicaciones (teléfono, telex, telefax) etcétera.
Al tratarse de derechos previos, de triunfos frente al Estado, los reduce a la catego-
ría de los derechos autonomía, vinculados a su origen liberal, y difícilmente explica los
derechos de raíz democrática, como los de participación política y los de raíz socialis-
ta, como los económicos, sociales y culturales. Permiten además la crítica del Estado
social.
Estamos ante una terminología que no es inocente, que es incluso peligrosa en las
sociedades democráticas donde rige el principio de las mayorías y donde la moralidad
del Derecho puede tener otras posibles formas de conexión, como un Derecho que in-
corpora dimensiones de moralidad, la moralidad legalizada. Como ya hemos apunta-
do, el uso de derechos morales supone la quiebra de un principio de raíz liberal e ilus-
trada, base de la tolerancia y de la libertad y punto de partida histórica de la idea de
derechos humanos, la distinción entre derechos y moral, para superar el dogmatismo
y la tentación de imponer por la fuerza del Derecho los valores morales. Sería una pa-
radoja usar una terminología, la de derechos morales, en un momento histórico de pro-
greso y de desarrollo de los derechos humanos, que produjo serias dificultades en el
origen histórico de éstos. El racionalismo ahistórico que supone esta terminología im-
pide entender el progreso histórico de los derechos y el enriquecimiento de sus ámbi-
tos en el tiempo. Tendríamos que reconstruir toda una cultura y una práctica de siglos
para adecuarla a la teoría de los derechos morales, lo que parece un esfuerzo inútil. La
historia en este campo ha supuesto integrar el ocio de pensar el mundo con la fatiga
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de construirlo, y hay en ella demasiado esfuerzo intelectual, demasiada lucha y sufri-


miento, y demasiadas experiencias emancipadoras que no caben en la idea de «moral
rights».
En nueve volúmenes, con más de seis mil páginas, que he dirigido junto con E. FER-
NÁNDEZ, R. DE ASÍS y J. ANSUÁTEGUI he intentado explicar la idea de los derechos fun-
damentales desde sus dimensiones conceptuales e históricas, integradas y superando
los reduccionismos. Los derechos fundamentales son: 1) pretensiones morales justifi-
cadas y especialmente importantes, que afectan a la dignidad humana y a su desarrollo
integral en cada persona, 2) recogidos en el Derecho positivo, 3) para que podamos re-
alizar eficazmente su finalidad. El fundamento de los derechos es el porqué de los mis-
mos y se sitúa en su fundamento moral, en la pretensión moral justificada. Por su par-
te el concepto, desde una dimensión doble, estática y dinámica, responde al para qué
de los derechos y se sitúa en su segundo rasgo, la incorporación al Derecho positivo.
La consideración integral de estos temas exige una combinación necesaria entre racio-
nalidad e historicidad, en la que no caben aproximaciones simplistas ni sólo historicis-
tas, ni sólo racionales.
M.A. y J.R.M.: Tú has elaborado, en relación con los problemas de la unidad del
sistema jurídico y de su anclaje social, una doctrina distintiva incluso terminológica-
mente: la doctrina que denominas del «hecho fundante». Ello parece apuntar, frente a
doctrinas como la kelseniana de la norma básica presupuesta, a algún hecho social de
algún tipo que también, nos parece, habría que presumir distinto del hecho de la acep-
tación de una misma norma última de identificación del Derecho (pues en tal caso tu
doctrina equivaldría a la hartiana de la regla de reconocimiento). ¿Podrías trazarnos los
perfiles de tu teoría y señalarnos en qué se diferenciaría de propuestas como la de KEL-
SEN o la de HART?

G.P.-B.: Mi teoría en relación con la unidad del sistema jurídico, que he denomi-
nado del «hecho fundante básico», se separa de la teoría kelseniana de la norma bási-
ca supuesta por su idealismo y por no responder a la realidad, como el propio KELSEN
reconocerá cuando afirma que detrás de toda norma hay siempre una voluntad. Está
más próxima a los temas hartianos de la regla de reconocimiento, porque el hecho re-
levante es la existencia del poder, que en el mundo moderno marca una relación inse-
parable con el Derecho.
Hecho fundante básico supone cierre del sistema que no reconoce superior. No es
una norma porque siempre la construcción gradual del ordenamiento exigiría otra nor-
ma de producción y así hasta el infinito. La necesidad del cierre está ya en la idea kel-
seniana y en la de HART. Pero me parece que mi punto de vista responde mejor a la re-
alidad. Hay una norma básica puesta que es la Constitución, que cierra el sistema de
Derecho positivo y que es sólo una norma de producción de las normas inferiores, pero
ya no de ejecución de ninguna norma superior. Es la norma de identificación de las de-
más normas, el referente de validez de las mismas, que establece el órgano competen-
te para producirlas, los procedimientos de producción y los contenidos posibles con
sus límites. Las dimensiones formales —órganos y procedimientos responden a las pre-
guntas ¿quién manda? y ¿cómo se manda?— y la dimensión material sobre los conte-
nidos, los comportamientos que se pueden exigir, permitir o prohibir si estamos ante
normas primarias, y el tipo de fuerza, los límites, los destinatarios, las instituciones que
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ejercen la fuerza, si estamos ante normas secundarias. La validez como pertenencia al


ordenamiento exige además que no exista una norma contradictoria —una antinomia—
dentro del sistema, y que no haya sido derogada. Finalmente se promulga y se ordena
la publicación como requisitos igualmente del procedimiento de producción.
El cierre, desde una perspectiva realista, se debe entender desde la relación po-
der y Derecho. Es el poder el que hace posible la eficacia del sistema jurídico y con-
siguientemente su validez, un poder institucionalizado, que responde a valores polí-
ticos y que está formado por personas, con referencia a valores y capacidad para ejercer
el monopolio de la fuerza legítima. Así se pueden entender las situaciones de excep-
ción, cuando no funciona la normalidad de los procedimientos constitucionales en el
cambio jurídico, que es sustituido por situaciones de fuerza. Estamos ante rupturas
de la legalidad de carácter revolucionario, como la que se produjo en España en abril
de 1931, con la caída de la monarquía de Alfonso XIII y el advenimiento de la Segun-
da República. Otro modelo deriva de derrotas militares totales que destruyen un país
y su sistema político y jurídico como la disolución del Imperio austrohúngaro, al final
de la Primera Guerra Mundial, a partir del Tratado de Saint-Germain. El hecho fun-
dante básico que mantendrá la eficacia y la validez del sistema anterior es sustituido
por la fuerza por otro hecho fundante básico, otro poder diferente, que cambiará la
norma fundante básica puesta y a partir de ella toda la eficacia y la validez del orde-
namiento jurídico.
El hecho fundante básico actúa como la regla de reconocimiento hartiana pero es
menos difuso, es el poder, realidad social identificable que mantiene con la efectividad
de su apoyo la existencia del sistema (eficacia y validez). La norma última que expresa
las dimensiones básicas del deber ser, formal y material es la norma fundante básica
puesta. El hecho fundante básico tiene dimensiones normativas como la moralidad po-
lítica (ética pública política) que agrupa a las personas que se adhieren y que matizan
la dimensión fáctica del poder, y también dimensiones de hecho, como el apoyo que
prestan a la Constitución y al resto del ordenamiento, los poderes, los operadores jurí-
dicos, los grupos de presión y los ciudadanos que confirman el poder político como
unidad que en el mundo moderno se identifica con el Estado, y con su núcleo esencial
que es la idea de soberanía.
M.A. y J.R.M.: En diversas ocasiones te has ocupado del concepto de dignidad
como fundamento de los derechos humanos. Como sabes, en los últimos tiempos la
Iglesia Católica (y autores vinculados más o menos a esa institución) ha basado funda-
mentalmente en la noción de dignidad su oposición a la legalización del aborto o de la
eutanasia, o a la utilización de diversas técnicas de reproducción asistida, etc. Por otro
lado, no faltan tampoco los autores que (en parte como reacción a esa utilización) han
considerado que el de dignidad era un concepto teóricamente inutilizable, que sólo ten-
dría un significado «emotivo» y que, en consecuencia, era mejor prescindir de él. ¿Qué
piensas sobre ello? ¿Cuál es tu noción de dignidad humana?
G.P.-B.: No creo que sean relevantes los argumentos que apuntan en la pregunta.
Ni los que señalan una apropiación del concepto por la Iglesia Católica y los autores
afines, ni tampoco los que para alejarse de esa «contaminación» eclesiástico-clerical, se
alejan de la noción de dignidad humana. En el primer caso porque es conocida la pro-
pensión de la Iglesia a apropiarse indebidamente de conceptos que anteriormente ha
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combatido con denuedo, dureza y continuidad. El caso más relevante es el de los dere-
chos humanos, que rechazaban y despreciaban como consecuencia de la Ilustración y
del Constitucionalismo liberal democrático, descalificándolos como «pestilente error»
o como ataque «a los sagrados derechos de los príncipes» en las Encíclicas del siglo XIX,
desde la «Mirari Vos» de 1832 hasta la «Libertas» de 1888. Hoy las jerarquías eclesiás-
ticas esgrimen los derechos humanos, la principal noción del humanismo laico y pro-
testante en la modernidad, como si fueran creación propia, haciendo una vez más ex-
presión de su «inocencia histórica» y de su capacidad de olvido de los males propios.
Sólo a partir de los discursos de Navidad de 1941 y 1944 de Pío XII empezó a produ-
cirse una aproximación de la Iglesia de Roma a los derechos humanos, hasta entonces
despreciados o ignorados. El apoyo del Vaticano y de la Jerarquía española al levanta-
miento militar contra la República es uno de los últimos signos de esa actitud tan criti-
cada por católicos relevantes como J. MARITAIN, BERNANOS. Incluso uno de los líderes
principales actuales, Monseñor Rouco Varela, ha tenido la desfachatez intelectual de
presentar su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
como un estudio del origen histórico de los derechos humanos como creación de la Igle-
sia. Lo dijo sin pudor y con la santa desvergüenza que caracteriza a una de las «obras»
más reconocida por ellos.
Podríamos rastrear otros muchos conceptos, pero el trato de la «dignidad humana
ha sido parecido. La despreciaban con el futuro Papa Inocencio III que relacionaba en
el siglo XIII a los seres humanos con la miseria y la corrupción física y moral, rechaza-
ban su universalidad con la distinción de San Pablo entre justos y pecadores, y nega-
ban su capacidad autónoma, defendiendo que la dignidad humana derivaba de que es-
tábamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Finalmente negaban cualquier autonomía
en nuestra dignidad, rechazando nuestra capacidad de autodeterminación, sin el apo-
yo de la gracia producida por el sacrificio de Cristo en la cruz. Frente a este discurso,
la modernidad recuperó las luces para las criaturas humanas, con KANT como formu-
lador de esa verdad, distinguió entre los ámbitos del Estado y de las Iglesias con LOC-
KE y separó el Derecho de la Moral con PUFENDORF y TOMASIO. Desde esa plataforma
laica construyó un concepto de dignidad humana, a partir del Renacimiento, basado en
los rasgos que nos distinguen de los restantes animales y que caracterizan nuestra dife-
rencia, que es nuestra dignidad autónoma. Somos seres capaces de elegir, de construir
conceptos generales y de razonar, de crear belleza desde cánones estéticos acreditados,
de comunicarnos y de dialogar a través del lenguaje y de los demás cauces de comuni-
cación, de vivir bajo un sistema sofisticado de reglas materiales y procedimentales que
llamamos Derecho, y de creer en una ética privada que nos conduce a nuestra fin últi-
mo, la virtud, el bien, la salvación o la felicidad desde posturas laicas o religiosas. La
gran mayoría vivimos plenamente desde esos seis parámetros de nuestra dignidad, y la
minoría que tiene disminuidos alguno de esos cauces es digna, desde su esfuerzo de
aproximación a los mismos. KANT formalizará ese rasgo —base y fundamento de la mo-
ralidad— al afirmar que somos seres de fines, que no podemos ser utilizados como me-
dios y que no tenemos precio.
Por otra parte, la legalización del aborto, como despenalización de la mujer que
aborta desde unas indicaciones o de unos plazos, no supone sino que no es castigada
penalmente, lo que no afecta ni resuelve el aborto como pecado. Más bien, en la mayo-
ría de los casos la despenalización supone respetar la dignidad de la mujer. En cuanto
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a la eutanasia, el Derecho sólo protege la vida digna, y esa dignidad no es afectada sino
que puede ser la razón de la eutanasia en los casos de una vida irremisiblemente dete-
riorada. Los problemas vienen cuando se simula la eutanasia por terceras personas in-
teresadas en la desaparición de otra persona por razones inconfesables, casi siempre de
tipo económico. Los casos de reproducción asistida no afectan a la dignidad de las per-
sonas y muchas veces son camino para hacerla posible. Estos temas exigirían matices y
perfiles que en esta respuesta básica no podemos proporcionar.
Este paradigma de la dignidad ha sido acogido en los Estados liberal-democráticos
y en las organizaciones internacionales, después de la Primera Guerra Mundial y defi-
nitivamente desde la Segunda Guerra Mundial. La dignidad humana se recoge como
fundamento de la ética pública y de sus valores, principios y derechos, en Constitucio-
nes del siglo XX, como la alemana de 1949, la italiana de 1947, la portuguesa, la espa-
ñola y otras muchas, y en la Declaración de 1948, los Pactos del 66 ambos de Naciones
Unidas y en muchos textos del Consejo de Europa y de la Unión Europea. Creo que
esto es lo relevante y lo que ha convertido a la dignidad humana en fundamento de la
ética pública, política y jurídica. Siempre he desconfiado de las acusaciones de emoti-
vidad en el marco de nuestra disciplina. Suelen ser con criterio descalificador que pre-
senta un «pedigree» de rigor, que muchas veces no se justifica. Creo que es el caso con
la dignidad humana.
M.A. y J.R.M.: ¿Cómo ves la situación de la teoría y de la filosofía del Derecho en
España y en el mundo? ¿Cuáles consideras que son las mayores aportaciones en los úl-
timos tiempos? ¿Y cuáles sus mayores deficiencias?
G.P.-B.: No me atrevería a hacer una valoración global de aportaciones y deficien-
cias. Creo que su mayor valor está en su apoyo y en su refuerzo a la legitimidad del Es-
tado parlamentario representativo y a la justicia de su Derecho. Desde este punto de
vista se debe subrayar la creciente importancia de los derechos fundamentales, la dis-
tinción entre normas principio y normas regla, las importantes aportaciones sobre la
obediencia al Derecho, la innovación de la objeción de conciencia, con sus condicio-
nes y límites, y sobre la desobediencia civil. Creo que no hemos conseguido el respeto
de las restantes materias jurídicas, ni consiguientemente toda la conciliación en los pla-
nes de estudios. La perspectiva preferible de la filosofía del Derecho, aunque haya otras
perspectivas posibles y ésta que ha nacido en Europa, y en su extensión americana y
atlántica y ya universal, y que ha ido alumbrando el sistema de valores, de principios,
de derechos, de instituciones y de procedimientos del Estado parlamentario represen-
tativo. Considero que en este escenario cultural, político y jurídico se han afinado los
conceptos y se ha profundizado en aspectos que han llevado a una gran espiritualiza-
ción y a perfiles morales inimaginables hace algunas décadas. Me refiero a los derechos
de la persona situada y concreta, a la eutanasia, a la incorporación de temas específicos
como la corrupción, la ética de los negocios y las profesiones, los derechos de las mi-
norías, la pobreza, los ensayos clínicos, etcétera.
M.A. y J.R.M.: ¿Podrías resumir brevemente cuál consideras que ha sido tu prin-
cipal aportación a la filosofía del Derecho?
G.P.-B.: Siempre me he considerado un profesor trabajador y organizado y que
mis virtudes han estado sobre todo en ese ámbito. Creo que he contribuido a la pro-
fundización de las dimensiones políticas y jurídicas de los derechos humanos desde su
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aproximación como concepto del mundo moderno, especialmente en su historia, en


su concepto y en su fundamento. También he trabajado con resultados que espero ha-
yan sido positivos en la distinción entre ética pública y ética privada, en el fundamen-
to del Derecho situado en el poder como hecho fundante básico, en la Constitución
como norma básica puesta y sede de la norma básica de proclamación de normas, en
los valores superiores y en los principios, en el carácter especial del derecho al traba-
jo, como derecho a optar por un puesto de trabajo y del derecho de propiedad, que
deben, a mi juicio, excluirse del catálogo de los derechos por su imposible contenido
igualitario. También en el concepto de dignidad humana como fundamento de la éti-
ca pública.

DOXA 31 (2008)

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