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HIJOS HUERFANOS DE PADRES VIVOS.

Este es el panorama que vemos en muchas familias, padres ausentes, aunque estén
presentes, hijos huérfanos de padres que están vivos.

Ante este escenario, la única alternativa para transformar nuestra sociedad la encontramos
en la familia, célula básica de la misma. Recordemos que la sociedad es lo que son los
individuos y éstos lo que son sus familias.

Las nuevas generaciones reclaman con justicia a los adultos: "no queremos procreadores
de hijos, queremos padres".

A continuación, comento un decálogo de consejos que quiero compartir con ustedes:

Primero.

Nuestros hijos nos demandan que les dediquemos tiempo. Esto es fundamental porque, al
no hacerlo, estamos delegando la formación de los seres que más queremos. Dejamos que
los medios de comunicación, los amigos o bien el personal de servicio, les transmitan el
cómo enfrentar la vida, siendo que no siempre, y menos aún en este momento, pueden
diferenciar lo bueno de lo malo. El renunciar a darles tiempo lo pagaremos muy caro, porque
nuestros hijos serán lo que estos tres agentes hagan de ellos.

Segundo.

Ellos nos piden coherencia entre lo que decimos y hacemos, entre nuestra forma de pensar
y actuar. Las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra. El no aceptar este compromiso
genera incertidumbre en nuestros hijos y, lo que es peor, éstos acaban por no respetarnos.

Tercero.

Tenemos que formarlos a través de la cultura del esfuerzo. Cada día constatamos con
tristeza cómo en forma errónea les hemos hecho- y seguimos haciéndoles- la vida
demasiado fácil, creándoles falsas expectativas. Recordemos que la felicidad nadie la
recibe gratis; ésta se logra a través del esfuerzo y del renunciamiento. No olvidemos que
los padres que no lanzamos a nuestros hijos al sacrificio, los traicionamos.

Cuarto.

Debemos fomentar en nuestras familias el diálogo como arma, para erradicar los sinsabores
de la vida, porque el silencio sólo agudiza las heridas, crea resentimientos y genera en
nuestros hijos una manera de ser equivocada para enfrentar las divergencias de nuestro
diario vivir.

Quinto.

Por ningún motivo debemos cambiar nuestros roles de padres por el de un cuate más de
nuestros hijos. Ellos tienen varios amigos, pero padre y madres sólo uno: no debemos caer
en el error de suprimir el concepto de autoridad. A nosotros nos corresponde, a través del

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diálogo con los hijos, fijar las directrices para la familia. El día que ellos funden su hogar lo
habrán de hacer con sus hijos, pero mientras vivan con nosotros tenemos la grave
responsabilidad de ejecutar el papel de padres, no el de un amigo más.

Sexto.

El amor de nosotros jamás llegará a la plenitud si no se irradia hacia los demás. Nuestro
compromiso con la comunidad es fundamental para fomentar en nuestros hijos la entrega,
creando así una sociedad donde se mejore el nivel de vida y se respete la dignidad de las
personas. No olvidemos que "sobre toda propiedad privada, grava una hipoteca social",
entendiendo por propiedad privada nuestra capacidad de inteligencia, creatividad y amor
por las cuales no pagamos ni un centavo, de tal forma que no es lícito usarlas sólo para
usufructo personal.

Séptimo.

Evitemos caer en el error de que al tener a nuestros hijos en colegios privados cumplimos
con nuestra obligación de educarlos. La responsabilidad principal recae en nosotros; las
instituciones educativas tienen un papel subsidiario porque complementan lo que nosotros
somos capaces de hacer de ellos.

Octavo. Administremos bien nuestra vida. Tenemos una misión tridimensional que cumplir:
familia, trabajo y comunidad. El tener éxito en los tres ámbitos debe ser nuestro reto,
nuestros hijos quieren ver padres que vivan intensamente esa vocación tridimensional, que
trasciendan, para tener así paradigmas que les marquen el rumbo y les dejen huella.

Noveno.

El exceso de actividades y la civilización del tener nos ha llevado a relegar y, en muchas


ocasiones, a olvidar a aquellos que poseen experiencia y amor y a quienes deberíamos
venerar. Me refiero a los abuelos. Una sociedad que no tiene tiempo para amarlos,
honrarlos, y respetarlos es una sociedad ingrata. Tenemos que volver hacia ellos: nunca
será aceptable el evadir el compromiso de "amor con amor se paga" Si nuestros hijos nos
ven esta actitud, no nos sorprenda que nos paguen con la misma moneda. El gran daño de
la sociedad actual es que empezamos a creer que lo correcto es lo que la mayoría hace.
No olvidemos que el mal será siempre mal aunque todo mundo lo haga y el bien seguirá
siendo bien aunque nadie lo practique.

Décimo:

Todo lo comentado anteriormente requiere de trabajo duro, de renunciar a muchas cosas


de sacrificar diversiones tal vez merecidas, pero en ello radica el reto. Si queremos que
nuestros hijos sean nuestro orgullo y felicidad el día de mañana, aceptemos hoy
despojarnos de nuestro egoísmo en aras de esa felicidad que nadie nos arrebatará.

Que jamás se diga que tus hijos y mis hijos son huérfanos de padres vivos.

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