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Secuestrada.

Narra Gianna:

Me desperté sobresaltada. Tenía grilletes en los pies y las manos y la boca

tapada con una cinta.

Una sensación de gran confusión inundó mi cabeza. Mi vista era borrosa, y el

resto de mis sentidos se mantenían debilitados. En un principio no recordaba

nada de lo que había vivido anteriormente, pero luego de unos minutos los

recuerdos se iban acumulando. Sin embargo, ninguno de ellos me ofrecía la

respuesta que necesitaba en ese momento a la pregunta que ocupaba a mi

mente: ¿Qué había pasado?

Comencé a ver bien de nuevo. Me econtraba sentada sobre el suelo de una

habitación oscura y cerrada, en la cual solo existía una leve luz que entraba por

una pequeña y alta ventana bloqueada por barrotes. Instintivamente intenté

levantarme, pero era imposible que lograse mantener el equilibrio en la

posición en la que me encontraba. Grité pidiendo ayuda pero nadie vino a

auxiliarme.

En ese momento empecé a asustarme muchísimo; tomé conciencia de lo que

realmente me estaba pasando. Las lágrimas recorrían velozmente mis mejillas

mientras pensaba qué sería de mí, qué me iban a hacer y cómo acabaría todo

esto.

Cuando mis ojos ya no podían emitir ni una sola lágrima más, escuché el

estridente sonido de la puerta de la habitación al abrirse, chirriando. Detrás de

ella aparecieron dos altas figuras masculinas, que seguramente casi doblarían
mi tamaño en ese momento. Sus ojos reflejaban maldad, sus pasos torpes no

me transmitían nada de confianza y su aspecto general podría haber sido

sacado de mis propias pesadillas. Intenté desplazarme lejos de ellos, pero mis

movimientos eran muy limitados. Después de dirigirme miradas despectivas, se

acercaron lentamente a mí.

‘Estoy en un serio problema’, pensé.

Murmuraban entre ellos cosas que yo no podía entender; estaba segura de que

eran extranjeros. Luego de unos minutos de susurros, uno de ellos se puso en

cuclillas delante de mí, para situarse a mi altura y retirarme los grilletes de las

manos y la cinta de la boca. Seguía estando apresada por los pies.

-Tu familia pagará millones por ti. Eres un buen negocio, niña-dijo con un

acento muy marcado y con una pronunciación regular.

-¿Qué? ¿Un negocio? Por favor, dígame qué hago aquí-repliqué.

-Tú, tus padres, empresarios más poderosos del país, dinero. Razona un poco,

por favor-una sonrisa socarrona se hizo presente en su cara-. Solo te vengo a

avisar de que pasarás poco tiempo aquí… pero te advierto de que no intentes

escapar; quizás no vuelvas a ver a tus padres. Dicho esto, disfruta de tu

estancia.

Volvió a apresarme las manos y se marcho, retomando los susurros con su

compañero.

Comencé a llorar de nuevo.

‘’Perdida y sola, estoy totalmente sola. Me han secuestrado’’.


Pensé en la posibilidad de idear un plan de escape, pero era muy arriesgado.

Me limitaría a esperar, y eso hice durante el resto del día, reflexionando

mientras observaba la oscura pared de enfrente, que era lo único a lo que

tenía acceso mi visión.

Escuché cómo durante todo el día un teléfono no cesaba de sonar, y de vez en

cuando podía oír cómo contestaban a la llamada.

‘’Ojalá me saquen pronto de aquí’’, me decía, deseando que los que estuviesen

llamando fuesen mis padres o la policía.

La puerta se abrió de nuevo, y el chico que me había hablado antes se

aproximó a mí otra vez:

-Vienen por ti, tenemos que apresurarnos, pero… hay un pequeño

inconveniente. Alguien nos ha ofrecido más dinero que tus padres por ti.

Narra Thomas:

La policía se mantenía en una búsqueda frenética, al igual que mi esposa y yo,

para encontrar a nuestra hija. La ansiedad y tristeza eran enormes, pero por fin

parecía que nos reencontraríamos con ella si les entregaba una tasa bastante

elevada de dinero, aunque no nos importaba demasiado: por nuestra hija

haríamos lo imposible. Mi cabeza se atormentaba pensando en lo que podría

estar sufriendo mi pequeña.

Viajamos hasta el punto de encuentro. Yo sería el encargado de pagarle a los

malditos infelices que retenían a mi hija para que pudiesen liberarla, y tendría

que hacerlo yo solo, pues no me devolverían a mi pequeña si la policía

estuviese conmigo.
Un hombre con rostro serio se acercó a mí, observando atentamente el lugar

para comprobar que ningún agente se encontraba conmigo. Le di el dinero, y

nada más preguntarle por mi hija una sonrisa malvada apareció en su rostro.

-Ella ha sido una buena moneda de cambio.

Corrió y se subió a su coche. Yo intenté seguirlo, a gritos:

-¿¡Qué?! ¡¡Devuélveme a mi hija!!

-Lo siento-dijo arrancando su automóvil-. Alguien me ofreció más dinero por

ella.

-¿¡QUÉ!?

Detrás del ruido del coche al acelerar, solo pude apreciar una última frase del

muchacho que tanto daño me había causado quitándome a Gianna:

-La he vendido.

Todo se había roto dentro de mí en ese momento. De nuevo, me habían

quitado a mi hija, a mi tesoro, a mi razón para vivir, y quizás ella estuviese

sufriendo, estuviese siendo maltratada. Mi vida se había roto, pero mis ganas

de encontrarla no habían disminuído, y mis fuerzas tampoco.

En esos segundos en los que veía al coche alejarse y mis ojos se llenaban de

lágrimas, me hice una promesa: lucharía y no descansaría hasta encontrarla,

porque ella no era solo mi hija, sino también un pedacito de mí, y sus

secuestradores tendrían su merecido por arrebatármela


‘’La recuperaré, sí, la recuperaré. Y castigaré a esos infelices. Y si tengo que

acabar en la cárcel por ello, lo haré, no me importa’’, dijo una vocecita dentro

de mí.

Y aunque sonase un poco malvado, sí, estaba dispuesto a eso y a mucho más.

A dar mi vida si era necesario.

Por una vez, la frase principal de la canción favorita de mi hija cobró sentido

para mí:

‘’Y tú, que eras débil y frágil,

fuiste castigada en mi lugar’’.

CONTINUARÁ…

Ainara Villanueva Núñez 1ºA

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