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CAPITULO I

ASPECTOS GENERALES DEL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA


1. NOCIONES GENERALES DEL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
(PSI)
1.1. Lo que es el Pensamiento Social de la Iglesia
De entrada, quedémonos con la siguiente definición: El Pensamiento Social de la Iglesia (PSI), es
la enseñanza moral en el ámbito social elaborada en el seno de la Iglesia como respuesta histórica
a los problemas económicos y sociales producidos a partir de la revolución industrial hasta
nuestros días.
El PSI, es un patrimonio de enseñanzas que se organiza sistemáticamente a partir del siglo XIX.
Este patrimonio eclesial de pensamiento y acción se organiza en los últimos cien años, a partir de
finales del siglo XIX, con la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), bajo el nombre de
"Enseñanza Social", "Doctrina Social de la Iglesia" o en el caso presente, “Pensamiento social de
la Iglesia”, como un conjunto de principios de reflexión de valor permanente, criterios de juicio y
orientaciones para la acción (OA 4).
El PSI es especialmente no sólo para los católicos. La Iglesia cumple con su misión al ayudar a
iluminar los problemas sociales, económicos, políticos y culturales de cada época en orden a
transformarlos. Ayuda especialmente a los católicos y a todos los que, no siendo católicos, valoran
sus enseñanzas sociales.
Esta enseñanza se presenta en documentos de diverso rango: Encíclicas, Exhortaciones
Apostólicas, Radiomensajes, Cartas Apostólicas, Pastorales. El documento más habitual es la
Encíclica, es decir, "carta circular" que un Papa dirige a toda la Iglesia, a toda la humanidad o a un
sector de ellas.
Desde el Papa León XIII, se han escrito las llamadas encíclicas sociales, por lo que conviene
enunciar la sigla y el nombre de estas encíclicas: RN: Rerum Novarum (León XIII, 1891), QA:
Quadragesimo Anno (Pío XI, 1931), MM: Mater et Magistra (Juan XXIII, 1961), PT: Pacem in Terris
(Juan XXIII, 1963), PP: Populorum Progressio (Pablo VI, 1967), OA: Octogesima Adveniens (Pablo
VI, 1971), EN: Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975), LE: Laborem Exercens (Juan Pablo II, 1981),
SRS: Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II, 1987), CA: Centesimus Annus (Juan Pablo II, 1991), CiV:
Caritas in veritate (Benedicto XVI, 2009).
El PSI, se orienta a la acción. El Papa Juan Pablo II lo refiere con estas palabras: “Para la Iglesia, el
mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de todo, un
fundamento y un estímulo para la acción”1.

1.2. Punto de partida: el ser humano


La preocupación de la Iglesia, como lo veremos más adelante, ha sido siempre el ser humano, no
un ser humanos abstracto, sino concreto: que sufre, que está rodeado de innumerables
limitaciones sociales, pero que a la vez está abierto a la esperanza, a vivir en comunión; este ser

1
Centesimus Annus (CA) n. 57.
1
humano que está al centro de la reflexión y que ha tomado un protagonismo en los destinos de
este mundo en el que vivimos (hace poco se recordaba que los humanos en el planeta pasan de
7 mil millones, y en un grupo así, se multiplican las dificultades y resolverlas se hace un camino
mucho más fatigoso, más global), pero este ser humano debe vivir también en perspectiva, ya
que si bien es la especie protagonista del quehacer en el mundo, no debe olvidar que también su
permanencia en este mundo depende de los otros seres que comparten el mundo con él.
Leonardo Boff nos recuerda que “En nuestro antropocentrismo, la convicción de que nosotros
somos el centro de todo y que las cosas han sido hechas sólo para nosotros, olvidándonos de
nuestra completa dependencia de todo lo que nos rodea. Aquí radica nuestra destructividad que
nos lleva a devastar la naturaleza para satisfacer nuestros deseos. Se hace urgente un poco de
humildad y vernos en perspectiva.
El universo tiene 13,7 miles de millones de años; la Tierra, 4,45 miles de millones; la vida, 3,8 miles
de millones; la vida humana, 5-7 millones; y el homo sapiens unos 130-140 mil años. Por lo tanto,
hemos nacido hace solo “unos minutos”, fruto de toda la historia anterior. Y de sapiens estamos
pasando a ser demens, amenazadores de nuestros compañeros en la comunidad de vida”2, por lo
que se hace necesario plantear este punto de partida, para saber desde dónde debemos construir
nuestra reflexión, cómo sistematizar un pensamiento, ante la variedad y diversidad de culturas,
de ideologías, de modos de ser, por lo que al hablar del ser humano, y el ser humano en relación
social y con el mundo, será solo como una aproximación, y lo que desde esta propuesta decimos,
se quedará también corta; con todo es bueno indicar que en este espacio debemos promover un
diálogo a la luz de la ciencias sociales, y desde el aporte que nos da el Pensamiento Social de la
Iglesia.
1.3. La opción fundamental
Como hemos dicho anteriormente la opción fundamental de la Iglesia es por el ser humano. Como
diría Paulo VI: “la Iglesia es experta en humanidad”3. El ser humano en América Latina toma un
rostro concreto, en la persona de los excluidos, los pobres, por lo que los Obispos en Aparecida
se han comprometido a “trabajar para que la Iglesia siga siendo, con mayor ahínco, compañera
de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Hoy, han dicho:
“queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las
Conferencias anteriores”4. Así, la Iglesia en América Latina mantiene la opción fundamental, pero
también esta opción preferencial por el ser humano en necesidad, por lo que en este contexto, la
Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre
nuestros pueblos.

1.4. La opción preferencial por los pobres


Los pobres son los que sufren una carencia económica fundamental. Los que están privados de
los bienes materiales necesarios para llevar una vida digna. La pobreza socialmente significa
exclusión, insensibilidad al problema ante los que no tienen. Desde la ética social es una injusticia,
una estructura en la que la conciencia social está limitada o no existe. La Iglesia ha promovido

2
Página semanal que Leonardo Boff escribe en la red
3
Pablo VI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de Octubre de 1965
4
Documento de Aparecida n. 396
2
una sensibilidad ante los pobres, Jesús expresa esta mirada a los pobres en muchos signos, pero
ya antes todavía se puede ver que los profetas del Antiguo Testamento, alzan su voz ante las
injusticias y que lo expresan de muchas maneras.
La Iglesia en América Latina llama a la reflexión para mirar los rostros sufrientes de los pobres, en
ellos el Señor nos llama a servirlos, reconociendo en ellos el rostro de Cristo. Los rostros sufrientes
de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo de la actividad de la
Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo,
tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto
lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25: 40)5 .

En definitiva, este camino permanente en la preocupación de los hijos de Dios, lo debemos


mantener y recrear en todas las instancias de la sociedad y de la Iglesia, por ejemplo, “La opción
preferencial por los pobres exige que prestemos especial atención a aquellos profesionales
católicos que son responsables de las finanzas de las naciones, a quienes fomentan el empleo, los
políticos que deben crear las condiciones para el desarrollo económico de los países, a fin de
darles orientaciones éticas coherentes con su fe”6.
2. PRINCIPIOS Y VALORES

2.1. Principios del PSI, desafíos actuales para América Latina y el mundo
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia presenta varios principios y valores, que el PSI los
considera importantes, y que sirven de criterio en las diversas consideraciones que se expondrá
más adelante. Los principios permanentes han surgido del encuentro entre la razón y la fe, entre
el Evangelio y los problemas de la vida social, y que la Iglesia los ha formulado de manera tal que
son la referencia necesaria para poder deducir la guía de acción ante los diversos ámbitos sociales.
Son “verdaderos puntos de apoyo de la enseñanza social católica”7. Los Principios que se
presentan son: El principio del Bien Común, el principio del Destino Universal de los bienes, el
principio de la Subsidiariedad, el principio de Participación, el principio de la Solidaridad.
a) El bien común, derivación del principio de dignidad, unidad e igualdad de las personas8, surge
de la necesidad que tienen los hombres de orientar sus objetivos al bien de todos los que
conforman ese grupo social, respetando la singular dignidad natural y sobrenatural que el Creador
le dio9.
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo
social. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar

5
Ídem 393
6
Ídem 395
7
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, número 160.
8
El principio personalista de la Doctrina social ocupa un capítulo de singular relevancia que conviene profundizar.
Se recomienda la lectura del capítulo Tercero del Compendio (números 105 en adelante)
9
Para profundizar: Compendio de la Doctrina social de la Iglesia número 164 al 170.
3
social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar
como la dimensión social y comunitaria del bien moral10.
“Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los
poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la
prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo
tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura,
transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. Sin olvidar
la contribución que cada nación tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación
internacional, en vistas del bien común de la humanidad entera, teniendo en mente también las
futuras generaciones”11.
“El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre, pero es un bien arduo
de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si
fuese el bien propio”12.
“Todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social que resultan de la
búsqueda del bien común”. Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: “es necesario que la
partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia
social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme
diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los
necesitados”13.
b) El destino universal de los bienes, que se basa en su raíz primera en el hecho que Dios ha dado
la tierra a todo el género humano, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno, por lo tanto nadie
puede prescindir de los bienes materiales que son la condición básica de la existencia de las
personas14.
El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al
uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para
su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el primer principio de todo el
ordenamiento ético-social y principio peculiar de la Doctrina Social Cristiana15. Destino y uso
universal no significan que todo esté a disposición de cada uno o de todos, ni tampoco que la
misma cosa sirva o pertenezca a cada uno o a todos. Si bien es verdad que todos los hombres
nacen con el derecho al uso de los bienes, no lo es menos que, para asegurar un ejercicio justo y
ordenado, son necesarias intervenciones normativas, fruto de acuerdos nacionales e
internacionales, y un ordenamiento jurídico que determine y especifique tal ejercicio16.
El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada
persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de manera
que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano, donde cada uno pueda
dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo de otros ni un
10
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n. 164
11
Ídem n. 166
12
Ídem n. 167
13
Ídem.
14
Ídem. número 171 al 184
15
Ídem n. 172
16
Ídem n. 173
4
pretexto para su servidumbre. Este principio corresponde al llamado que el Evangelio
incesantemente dirige a las personas y a las sociedades de todo tiempo, siempre expuestas a las
tentaciones del deseo de poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso someterse (cf. Mc 1,12-13;
Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) para enseñarnos el modo de superarlas con su gracia17.
La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e
intocable: « Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común
de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como
subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes ». (…) Este principio no
se opone al derecho de propiedad, sino que indica la necesidad de reglamentarlo. La propiedad
privada, en efecto, cualesquiera que sean las formas concretas de los regímenes y de las normas
jurídicas a ella relativas, es, en su esencia, sólo un instrumento para el respeto del principio del
destino universal de los bienes, y por tanto, en último análisis, un medio y no un fin18.
La actual fase histórica, poniendo a disposición de la sociedad bienes nuevos, del todo
desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del destino universal de
los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que comprenda también los frutos del
reciente progreso económico y tecnológico. La propiedad de los nuevos bienes, fruto del
conocimiento, de la técnica y del saber, resulta cada vez más decisiva, porque en ella mucho más
que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las Naciones industrializadas19. Los nuevos
conocimientos técnicos y científicos deben ponerse al servicio de las necesidades primarias del
hombre, para que pueda aumentarse gradualmente el patrimonio común de la humanidad. La
plena actuación del principio del destino universal de los bienes requiere, por tanto, acciones a
nivel internacional e iniciativas programadas por parte de todos los países: “Hay que romper las
barreras y los monopolios que dejan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos
—individuos y Naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo20
El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los
pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por
las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se
debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres: Esta es una opción o una
forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la
tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo,
pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro
modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso
de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor
preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas
muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin
esperanza de un futuro mejor21.
Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: «
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino

17
Ídem n. 175
18
Ídem n. 177
19
Ídem n. 179
20
Ídem
21
Ídem n. 182
5
que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es
cumplir un deber de justicia ». Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este
deber « para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia ». El amor por
los pobres es ciertamente « incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso
egoísta (cf. St 5,1-6)22.
c) El principio de La Subsidiaridad. Dada la dificultad de sistematización acudimos a algunas
aproximaciones: “es un principio de organización de la sociedad que busca definir los campos de
acción de los ciudadanos y del Estado. Según este principio, que tiene especial aplicación en el
campo económico, la economía básicamente debe ser obra de la iniciativa privada de los
individuos, actuando por sí solos o asociados. La intervención del Estado debe realizarse cuando
los particulares no pueden llevar a cabo una tarea necesaria para el bien común. El bien común
es el conjunto de condiciones necesarias para que la persona alcance su íntegra dignidad humana
dentro de la sociedad.23
En otras palabras diríamos que es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor
orientada al bien común, cuando advierte que los particulares no la pueden realizar
adecuadamente, sea por imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este
principio pide al Estado que se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más
pequeñas pueden bastarse por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad, dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más cercanas
a los interesados, por lo tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando participa
en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse eficientemente en el
ámbito local o más inmediato. 24
Con el principio de subsidiaridad contrastan las formas de centralización, de burocratización, de
asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público: Al
intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la
pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por
las lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme
crecimiento de los gastos. La ausencia o el inadecuado reconocimiento de la iniciativa privada,
incluso económica, y de su función pública, así como también los monopolios, contribuyen a
dañar gravemente el principio de subsidiaridad25.
Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de suplencia.
Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado mismo promueva la
economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil asuma autónomamente la iniciativa;
piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la
intervención pública puede crear condiciones de mayor igualdad, de justicia y de paz. A la luz del
principio de subsidiaridad, sin embargo, esta suplencia institucional no debe prolongarse y
extenderse más allá de lo estrictamente necesario, dado que encuentra justificación sólo en lo
excepcional de la situación. En todo caso, el bien común correctamente entendido, cuyas

22
Ídem n. 184
23
http://www.eco-finanzas.com/diccionario/P/PRINCIPIO_DE_SUBSIDIARIEDAD.htm
24
http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_subsidiariedad
25
Compendio n. 187
6
exigencias no deberán en modo alguno estar en contraste con la tutela y la promoción del
primado de la persona y de sus principales expresiones sociales, deberá permanecer como el
criterio de discernimiento acerca de la aplicación del principio de subsidiaridad26.
d) El principio de La Participación, consecuencia de la subsidiariedad se funda en el derecho
natural que tenemos los hombres de realizar nuestro propio destino, contribuyendo a prevenir o
impedir excesos de poder en cualquiera de sus manifestaciones (políticas, sociales o económicas).
Este principio ha sido muy tratado por el deber que implica en la vida cotidiana de las personas
que se comprometen con una sociedad mejor. “La Participación es un deber que todos han de
cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común”27
La participación en la vida en sociedad (comunitaria) no es solamente una de las mayores
aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico
con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos,
además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia (…); es evidente, pues,
que toda democracia debe ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la
comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el
ejercicio de las funciones que ésta desarrolla28.
La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las
instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos históricos y sociales en
los que la participación debería actuarse verdaderamente. La superación de los obstáculos
culturales, jurídicos y sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas barreras, a la
participación solidaria de los ciudadanos en los destinos de la propia comunidad, requiere una
obra informativa y educativa. (…) En el ámbito de la participación, una ulterior fuente de
preocupación proviene de aquellos países con un régimen totalitario o dictatorial, donde el
derecho fundamental a participar en la vida pública es negado de raíz, porque se considera una
amenaza para el Estado mismo; de los países donde este derecho es enunciado sólo formalmente,
sin que se pueda ejercer concretamente; y también de aquellos otros donde el crecimiento
exagerado del aparato burocrático niega de hecho al ciudadano la posibilidad de proponerse
como un verdadero actor de la vida social y política.29
e) El principio de la solidaridad, que nace de reconocer que todos los seres humanos somos física
y moralmente iguales en naturaleza y que además estamos asociados, unidos, unos a otros para
poder vivir en plenitud como personas. Se funda en definitiva en la fraternidad humana producto
de la convivencia entre iguales y de la Redención dada a todo por Jesucristo.
Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre
los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles. (…) Junto al fenómeno de
la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en todo el mundo,
fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas

26
Ídem n. 188
27
Ídem n. 189, además en el Catecismo de la Iglesia Católica números1913-1917
28
Ídem n. 190
29
Compendio de la Doctrina Social n. 191
7
también por diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen
negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados.30
Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas
de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia
solidaridad ético-social, que es la exigencia moral ínsita en todas las relaciones humanas. La
solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y
como virtud moral. (…).
La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no “un sentimiento superficial”
por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y
perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para
que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad se eleva al rango de
virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por
excelencia al bien común, y en la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse",
en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para
el propio provecho (cf. Mt 10,40-42; 20, 25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27)31
La cumbre insuperable de la perspectiva indicada es la vida de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo,
solidario con la humanidad hasta la « muerte de cruz » (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el
signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo
de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad. En Él, y
gracias a Él, también la vida social puede ser nuevamente descubierta, aun con todas sus
contradicciones y ambigüedades, como lugar de vida y de esperanza, en cuanto signo de una
Gracia que continuamente se ofrece a todos y que invita a las formas más elevadas y
comprometedoras de comunicación de bienes.
Jesús de Nazaret hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre solidaridad y
caridad, iluminando todo su significado: A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí
misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y
reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su
igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada
por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe
ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe
estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos” (cf. Jn 15,13)32.

2.2. Los valores fundamentales de la vida social.


En este espacio queremos mirar los valores del Pensamiento Social de la Iglesia, valores
reflexionados y profundizados en otros espacios del conocimiento tal vez con mayor
detenimiento, desde luego, como decíamos de los principios también los valores sociales son
muchos, nosotros seleccionamos, a la luz del Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, solo

30
Ídem n 192
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Ídem n 193
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Ídem n. 196
8
tres, los cuales iluminan la ética social, que busca el bien moral, ofreciéndose como puntos de
referencia para la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social33.
a) La verdad: Los seres humanos tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la
verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. Vivir en la verdad, tiene un importante
significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una
comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se
funda en la verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los
problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias
objetivas de la moralidad.
Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por
parte de todos, para que la búsqueda de la verdad, que no se puede reducir al conjunto de
opiniones o a alguna de ellas, sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de
cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla (…), remiten necesariamente a una
exigencia de transparencia y de honestidad en la actuación personal y social34. Vivir y buscarla,
es un compromiso para todos los hombres de bien.
b) La libertad, es un signo de la dignidad de la persona humana. No se debe restringir el significado
de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a
un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: Lejos de perfeccionarse en
una total autarquía del yo y en la ausencia de relaciones, la libertad existe verdaderamente sólo
cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas. La
comprensión de la libertad se vuelve profunda y amplia cuando ésta es tutelada, también a nivel
social, en la totalidad de sus dimensiones35.
El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado
cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es
decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas;
expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio
trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse en el
marco de un « sólido contexto jurídico »,438 dentro de los límites del bien común y del orden
público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad. La plenitud de la libertad consiste
en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien
común universal36.
c) La justicia: Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud determinada
por la voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que desde el punto de vista objetivo,
constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.
El Magisterio social invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la conmutativa, la
distributiva y la legal. Un relieve cada vez mayor ha adquirido en el Magisterio la justicia social,
que representa un verdadero y propio desarrollo de la justicia general, reguladora de las
relaciones sociales según el criterio de la observancia de la ley. La justicia social es una exigencia

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Ídem n. 200
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vinculada con la cuestión social, que hoy se manifiesta con una dimensión mundial; concierne a
los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los
problemas y las soluciones correspondientes37.
La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia, que es una
visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor: Por sí sola, la justicia no
basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es
el amor. En efecto, junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad, en
cuanto vía privilegiada de la paz. Si la paz es fruto de la justicia, « hoy se podría decir, con la misma
exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 32,17), la paz como fruto de la
solidaridad. La meta de la paz, en efecto, sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e
internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan
a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor38.

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Ídem n. 201
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Ídem n. 203
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