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II CERTAMEN CARLINGA

DE
RELATOS CORTOS DE
CIENCIA FICCIÓN
Carlinga Ediciones
www.carlingaediciones.com

Por la presente edición: ©2014, Carlinga Ediciones S.L.

II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

Editor: José Núñez


Maquetador: Sonia Gallardo
Diseño de la cubierta: Álvaro Reinoso

Patrocina: Factoría de Autores @Factoriaautores

Síguenos en twitter: @CarlingaEd

Primera edición: Diciembre, 2014.


Carlinga Ediciones se reserva todos los derechos sobre estas
obras, que quedan bajo Licencia Creative Commons – Atribución
– NoComercial – SinDerivados.
Sevilla – 2014
Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
PRIMER PREMIO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
VÓRTICE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
MENCIONES ESPECIALES. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
SIN PIEDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
LA QUE VINO DEL MAR. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Otros títulos de Carlinga Ediciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

Prólogo

Aquí estamos de nuevo para presentaros a los ganadores del


segundo certamen Carlinga de relatos cortos de ciencia ficción.
Tres obras muy distintas que nos han parecido sorprendentes y
que esperamos disfrutéis gratuitamente. De hecho, os animamos
a que dejéis un comentario con vuestras críticas en nuestra web,
os aseguramos que tanto los autores como nosotros lo leeremos
con mucha atención.
Como novedad para este segundo certamen hemos acortado
el formato (para ver como reaccionabais), y aumentado el jurado.
Además de nuestros mejores editores, hemos invitado al escritor
Álvaro Aparicio y a la empresa Factoría de Autores.
En conclusión, hemos vuelto a disfrutar y aprender con esta
nueva experiencia, así que no dudéis en empezar a escribir nuevos
relatos, porque os aseguramos que habrá un tercer certamen
Carlinga lleno de sorpresas.
Saludos y seguid leyendo.

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PRIMER PREMIO
II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

VÓRTICE
Carlos Rubio

Una densa capa de rocío envolvía el aire e impregnaba cada


hoja, cada tronco y cada rama de la selva. El doctor Owen se inclinó
lentamente y apartó con meticulosidad las enormes hojas que
lo tapaban, húmedas y de color verde lima. No hacer más ruido
del necesario era crucial para sobrevivir. La espesa vegetación
jugaba a su favor, así como el aire pesado y cargado de olores,
sonidos y vapor de agua, pero también lo delataría si hacía algún
movimiento involuntario y un fino tallo crujía bajo sus pies. Ojos
afilados y amarillos acechaban en lo profundo. Y además estaba
aquel insoportable, intenso y viscoso calor que embotaba sus
sentidos. Debía pensar con rapidez, actuar con rapidez, huir con
rapidez. Su supervivencia estaba en juego.
De repente lo vio. Calculó que estaría a unos cuarenta metros. Su
posición elevada le proporcionaba cierta ventaja para escudriñar
el paisaje. Detrás de unos helechos de metro y medio de altura, y
bajo varias palmeras de las que colgaban lianas con extrañas flores,
una cabeza larga y de color pardo moteado hizo un movimiento
casi imperceptible. Pero él lo vio. La criatura estaba quieta, muy
quieta, intentando captar algún olor por encima de la abarrotada
capa de follaje primario. Poco a poco, Owen fue descubriendo el
resto del animal al otro lado de las hojas. La piel escamosa y áspera
se camuflaba escalofriantemente bien con el paisaje, pero su
experiencia con reptiles le permitió apreciar la espalda erguida, así
como la larga cola completamente estática, más allá del polipodio
tras el que se escondía.

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

Después de un pulso que le pareció eterno, Owen pudo ver cómo


el raptor se cansaba de esperar y agachaba la cabeza a la vez que
salía de detrás de las hojas, caminando con gracilidad. Siseando.
Sabía que Owen estaba allí. Podía oler su miedo entre los miles de
partículas de polen y los néctares del aire. Podía sentir el calor que
emitían sus músculos en tensión. Pero no sabía dónde estaba. Y la
selva era inmensa. Tenía que cambiar de táctica. Tenía que buscar
a los demás. Tenía que reunirse con el resto de la manada. Tenía
que cazar.
Owen observó cómo el raptor se alejaba de la escena y
desaparecía en la profundidad del bosque. Suspiró, exhausto.
Agachó la cabeza y miró el reloj. No sabía de cuánto tiempo
disponía para llegar a la playa, como tampoco sabía si los demás
miembros del equipo habrían tenido más suerte que él, la misma,
o peor. No hacía ni una hora que se habían separado tras la
emboscada en el campamento. Todavía palpitaba en sus sienes la
imagen de Parkins, descuartizada por las fauces de tres raptores
en apenas dos segundos. A partir de ahí ya no recordaba nada. No
sabía dónde estaban el doctor Wells ni el pobre de Cris; no sabía si
Alexandra estaría aún con vida. Cerró los ojos y se obligó a pensar
con la objetividad férrea de un científico de su talla. El plan no
podía alargarse más. Debían escapar.
Sin pensárselo dos veces, inclinó su cuerpo sobre el enramado
techo del bosque y se dejó caer con agilidad. El musgo y el suelo
embarrado amortiguaron el impacto de sus pies. Una fuerza
mucho mayor que el agotamiento de su cuerpo le proporcionó
energía suficiente para mantenerse alerta: el miedo. Caminó hasta
que los árboles empezaron a separarse y descubrió una iluminada
e inclinada ladera baldía.
Y entonces la vio. Allí, al otro lado del claro, a apenas cien metros
de distancia, había otro cuerpo humano acercándose al linde de la

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

selva con perturbadora lentitud. Era Alexandra. En ese momento,


absolutamente todo pasó a un segundo plano; El ruido, el pánico,
el riesgo y la muerte. Todo dejó de existir, dejó de importar. Porque
ella estaba viva. Allí. Tan cerca que casi podía tocarla.
Empezó a correr. Tan rápido como pudo. En su cabeza solo se
repetía el eco de su nombre una y otra vez. La llamaba a gritos en
silencio. Clamaba a Dios, si es que en ese mundo había algún dios,
que se diera la vuelta para poder ver de nuevo su cara. Y quizá
ella sintió que algo ulterior la empujaba a girarse y contemplar el
claro, pues de pronto se dio la vuelta y empezó a llorar. A reír y a
llorar. Las rodillas le fallaron y cayó al suelo, temblando. Richard
llegó al cabo de unos segundos eternos y la abrazó con fuerza y
desesperación. Estaba viva. Estaba viva. Era un milagro.
Después de estar apenas medio minuto mirándose y tocándose
el uno al otro para comprobar que no era un sueño, sus rostros se
endurecieron y recordaron la cruda realidad.

—Cris ha muerto —dijo Alexandra, con un dolor profundo


anudado en la garganta. Richard cerró los ojos y agachó la mirada.
—Nunca debimos venir aquí —lamentó.
—Y la pobre Susan… —empezó a decir Alex, pero se tapó la
boca con las manos.
—Tenemos que llegar al bote.
—¿Sabes a cuánto estamos de la costa?
—No estamos lejos. Debemos darnos prisa. Nos están
buscando. —Alex se estremeció.
—¿Has visto alguno?

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

—Sí, hace unos minutos, cerca. Hay que volver a la jungla,


aquí somos vulnerables.

Richard ayudó a Alexandra a levantarse y, una vez dieron


varios pasos, ella se recompuso y adquirió un semblante adusto
y concentrado. Se adentraron en la oscura selva y avanzaron con
cautela entre helechos y árboles jóvenes que pronto empezaron
a estar más dispersos y no tapiar la luz del sol. El terreno también
pasó de negro a rojo, y de rojo a arenoso. Estaban cerca de la playa.
Pero aún a demasiada altitud, por lo que ninguno de los doctores
sabía con claridad la dirección acertada. Aun así, caminaron
durante largos minutos sin decir una palabra y midiendo con
mesura cada paso, alertas ante cualquier sonido, cualquier siseo,
cualquier movimiento veloz a través de la espesura. Hasta que
oyeron el grito.
Una voz varonil gritaba nombres sin cesar desde algún punto
cercano. Los llamaba a todos, a Alex, a Cris y a Richard. Alex abrió
mucho los ojos y se apoyó en un tronco cercano. Un atisbo de
terror cubrió su rostro.

—Dios mío, es Ethan —susurró.


—Está muy cerca de nosotros —anotó Richard—. Los
atraerá. Corre.

Siguieron los gritos hasta abandonar el bosque. El suelo era


pobre, salado, pedregoso. Estaban en un risco. Richard pudo ver
cómo la jungla profunda había quedado atrás, en la montaña, y
que aquella lengua de bosque era una parte joven que lamía un
risco prominente sobre aguas bravas. La playa aún estaba lejos. Se
habían equivocado de camino. Justo entonces vio al doctor Wells.
Estaba a doscientos metros de donde se encontraban, en el linde

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

del bosque. Les había visto salir de la vegetación y ahora gritaba


de alegría y movía mucho los brazos. Había empezado a andar
hacia ellos. Alex suspiró aliviada y cogió de la mano a Richard.
Pero entonces pasó algo.
Una sombra verdosa saltó desde la selva y embistió al hombre
que ascendía por la ladera. La cola erecta, las garras juntas y el
cuello flexionado hacia atrás; Richard analizó al milímetro aquella
salvaje maravilla que duró un instante. El raptor derribó al doctor
Wells y le desgarró la ropa y la piel del torso con las patas traseras
antes de mover la cabeza rápidamente y sujetar la nuca entre sus
fauces. Con un giro brutal, el cuerpo dejó de luchar. Alexandra
apretó muy fuerte el brazo de Richard y emitió un chillido. El
raptor levantó la cabeza y miró hacia arriba. Al verlos, despidió un
siseo amenazante mientras con pasmosa lentitud se apartaba del
cadáver y erguía las patas. Alcanzaría fácilmente los dos metros
de altura. Con la mirada viperina fija en los doctores, prorrumpió
el eco de la ladera con aterradores gorjeos. Llamaba a los suyos.
El doctor cogió fuerte de la mano a Alexandra y empezó a correr
risco arriba.

—¡CORRE! —gritó.

No habían recorrido ni diez metros cuando otras cuatro figuras


de color pardo salieron del bosque y empezaron a perseguirles
a gran velocidad. Siseaban con las mandíbulas abiertas y las
garras flexionadas, listas para atacar; Sus potentes músculos
moviéndose con una fuerza brutal sobre la grava de la colina;
Sus colas rectas formando el ángulo perfecto para hacer más
aerodinámico su movimiento.
Richard sabía que solo había una salida posible, y aunque
puede que murieran en el intento, valía la pena si había alguna

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

posibilidad de conseguirlo. Si los raptores les atrapaban, la muerte


era una certeza.
Con un último hito de fuerza de voluntad, y con las criaturas
a apenas unos metros de ellos, llegaron al borde del risco y
vislumbraron que el barranco tendría unos treinta metros. Lo
mejor era no pensar.

—¡SALTA! —gritó Richard.

Alex no dudó. Cogidos de la mano, siguieron corriendo hasta la


última roca y se precipitaron al vacío.
El impacto con el agua fue brutal, doloroso, frío. Richard pensó
que una oscuridad mucho mayor que la de la selva le tragaba y le
engullía hacia el fondo mientras mil cuchillas afiladas se clavaban
en su piel. Una gran cantidad de burbujas danzaba a su alrededor
y le impedía ver dónde estaba la superficie y dónde el fondo abisal.
No sabía hacia dónde tenía que dirigirse. No sabía si podría volver
a respirar. Entonces, una mano le agarró del brazo y tiró de él. Al
mirar en esa dirección, vio a Alex al otro lado de la oscuridad. Y
empezó a nadar.
El aire entró en sus pulmones como una exhalación. El mar
chocaba embravecido contra las afiladas rocas que había más
adelante y que terminaban escalando sobre el risco negro desde
el que se habían lanzado. Cuando sintieron que estaban vivos y
que aún tenían una oportunidad de salvarse, empezaron a nadar
con brío hacia la costa. Risco arriba, los raptores no tardaron en
dar por perdida su presa y volver a la espesa jungla.
El enorme bote salvavidas negro no estaba lejos, detrás de
varios peñascos cercanos a la playa. Cuando llegaron y subieron
al fin, se tumbaron en el suelo de grueso plástico y se quedaron

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

allí tumbados, mirando el cielo unos minutos. Estaban vivos. Lo


habían logrado. Iban a vivir.
Pusieron el motor en marcha y emprendieron el camino mar
adentro. Sabían perfectamente adónde ir. Hacia el vórtice que les
había llevado a aquella aborrecible pesadilla.
El torbellino furioso de agua giraba sin control. En el centro,
un extraño brillo delataba su carácter sobrenatural. Alex miró a
Richard.

—¿El agujero de gusano aún es estable? —Él dudó.


—Es imposible saberlo. Tenemos que intentarlo.

Alex le miró con todo un mundo de emociones vibrando en


la garganta, y le abrazó. El viento marino azotaba sus cuerpos
mullidos y agotados con brutalidad. No había vuelta atrás. Ella
le besó en los labios y, solo entonces, dirigieron el bote hacia el
torbellino y se adentraron en el vórtice.
El mundo comenzó a girar. La luz se fundió con las tinieblas y
el dolor pasó a ser frío; el frío, agua; y el agua, dolor de nuevo.
El tiempo giraba sin control, se retorcía y volvía a adquirir una
identidad física legible al otro lado. Cuando despertaron tendidos
en el bote salvavidas, solo había oscuridad.
Se levantaron rápidamente y buscaron tierra en el horizonte. La
había. Estaban cerca de una gran ciudad cosmopolita al borde de
un mar tenebroso. Pero lo que empezó siendo emoción y dicha,
terminó siendo pánico absoluto. La ciudad estaba en llamas.
Sonaban sirenas. Por doquier brillaba el resplandor de violentas
explosiones y reverberaba el eco de gritos, alaridos, disparos y
destrucción. Entre el humo y las cenizas, Richard comprobó que

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

los edificios y construcciones de aquella metrópoli superaban los


límites de su imaginación. Aquel no era su tiempo, no era su época.

—¿Dónde estamos? —susurró Alex, aterrada.


—La pregunta es… ¿cuándo? —añadió el doctor.

FIN

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A nosotros nos hubiera gustado tener a alguien a quien


preguntarle nuestras dudas, plantearle preguntas o tener una
conversación en la que buscar consejo. Hemos andado el camino
que tú estás comenzando, así que te comprendemos. Sabemos
cuánto puede llegar a atenazar la soledad del escritor.

En 2008 pensamos que la oferta formativa para los escritores


tenía graves carencias (falta de utilidad, precios exorbitados...) y
nos propusimos darle una solución integrando esa formación con
la oferta de servicios profesionales para el escritor. Desde entonces
no hemos dejado de crecer y hemos ayudado a decenas de
escritores. Algunos han ganado premios literarios. Otros han visto
sus novelas publicadas y hay incluso quien ha decidido montar su
propia editorial para dar voz a otros escritores.

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MENCIONES ESPECIALES
II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

SIN PIEDAD
Nadia Adorna

Partir un cuerpo en dos era fácil. Lo complicado era soportar el


crujido.
No podía quitarse de la cabeza el sonido que hacían los cadáveres
rígidos de los Recorresuelos cuando los abría en clase para las
disecciones. Hasta entonces, sólo los había manipulado muertos.
Era la primera misión para la que lo reclutaban, así que, como
aprendiz, no tenía que hacer más que observar a sus compañeros,
los soldados de verdad. Eso no significaba que su vida no corriera
peligro. De lo contrario, no llevaría un arma entre las manos.
Los miembros de la Brigada de Exterminadores se situaron en
las posiciones estudiadas. Kivar contuvo la respiración. Su lugar,
por protocolo, estaba a la derecha del Líder, aunque éste le había
pedido que se quedara tras una columna hasta que abrieran la
puerta, por el riesgo de que los Recorresuelos salieran como locos
en un intento de huir de la muerte.
Se desconocía el origen de los Recorresuelos. Se había
encontrado información sobre ellos en algunos de los escasos
libros rescatados tras la Gran Explosión Nuclear, por lo que era
obvio que habían existido siempre y que fueron la única especie
animal que sobrevivió al desastre, tal y como se predecía en dichos
manuscritos. Sin embargo, hasta donde se logró reconstruir, en el
pasado no fueron más que bichos que vivían entre la basura y
que se colaban de cuando en cuando en las casas. Una plaga que
logró colonizar el mundo entero. Molestos, asquerosos, pero no

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

una amenaza. En la actualidad se trataban de la pesadilla de todo


el planeta. Formaban grupos y entraban en las viviendas, donde
arrasaban con todo lo que encontraban. Poco podía hacer una
familia para defenderse, pues las manadas constaban de decenas
de individuos. Los monstruos los tacaban mientras dormían, de
forma que cuando se daban cuenta de lo que ocurría era tarde para
reaccionar. Lo único que quedaba eran vísceras y restos del cuerpo
demasiado duros para las mandíbulas de aquellos seres. Además,
podían alcanzar grandes velocidades y escabullirse por cualquier
grieta. Sólo los delataba los golpes de sus patitas al correr, un
siniestro “tac tac” que los soldados reconocían al momento. Por
eso se los había bautizado como Recorresuelos. Kivar no recordaba
el nombre que recibían antes de la Gran Explosión Nuclear, a pesar
de que lo había estudiado. No era un dato importante para un
soldado, ni siquiera para uno en formación. Lo único necesario era
saber utilizar las armas y, sobretodo, no dudar en hacerlo.

—¡Exterminadores! —Le llegó la voz del Líder, perdido


en mitad de la oscuridad. Habló en apenas un susurro: los
Recorresuelos tenían un oído excepcional—. No sabemos qué
encontraremos tras esa puerta. Tal vez cientos de monstruos, tal
vez ninguno. Cruzar todos juntos sería una locura. Seguiremos la
Estrategia Aventurero.

Los soldados no pronunciaron palabra y todo quedó de nuevo


sumido en el silencio. No obstante, podía respirarse la inquietud
que dominaba a la brigada. El Aventurero era uno de los métodos
de combate más polémicos. Los militares se dividían en dos
grupos: los que tenían fe ciega en él y los que lo consideraban
una forma elegante de suicidio. Kivar se encontraba entre los
segundos y estaba convencido de que el resto de la brigada

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

también. No podía creer que hubiera tenido la mala suerte de que


en su primera expedición le hubiera tocado un Líder temerario.
Se trataba de una estrategia creada para situaciones en las que
se desconocía el número de Recorresuelos que habitaba un lugar
cerrado. Un solo soldado, al que se denominaba el Aventurero,
se lanzaba al interior y abría fuego. Los Recorresuelos, afectados
por el gas que emitían las armas, escapaban de su refugio a la
desesperada. La brigada los exterminaba a medida que salían. El
riesgo estaba en que había que contar con que los monstruos
estuvieran desprevenidos. De lo contrario, lo más probable era
que se lanzaran sobre el Aventurero y acabaran con él antes de
que pudiera comprender qué pasaba. E incluso si conseguía salir,
estaba el peligro de que los Recorresuelos superaran en número
a la brigada y lograran huir. Estarían moribundos, pues habrían
respirado el gas, pero eso no garantizaba que cayeran antes de
encontrar víctimas con las que pagar su ira.
Pero no se podía discutir una orden en mitad de la misión,
así que nadie detuvo al Líder cuando levantó su Gasificador y se
colocó frente a la puerta. Kivar rogó mentalmente porque aquella
locura saliera bien. Había un pueblo a un par de kilómetros que no
tendrían tiempo de evacuar si los monstruos escapaban. El Líder,
cuyo nombre había olvidado, hizo un gesto para que los soldados
situados a los lados de la entrada empujaran la puerta a su señal.
El resto de soldados formó un corro alrededor del Aventurero
y cargaron también sus armas, preparados para el ataque. Kivar
se unió a ellos y trató de no pensar en lo asustado que estaba. El
activador del Gasificador se le quedó atascado, pero lo resolvió
antes de que nadie se diera cuenta de su torpeza. Dos de sus
compañeros recorrieron la casa abandonada y cerraron todas las
posibles salidas que encontraron a su paso. Entonces, los soldados
abrieron la puerta de un empujón y se situaron junto a los demás

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

mientras el Líder corría al interior. Pudieron oír el silbido de su


Gasificador, pero no vieron nada. Durante unos segundos, todo
fue quietud y silencio.
Hasta que comenzaron los gritos.
Algunos soldados intentaron entrar a socorrer a su Líder, pero
los otros los detuvieron. Si rompían la formación, los Recorresuelos
podían escapar. Enseguida comenzaron a salir, confundidos por
el veneno que habían respirado. Había cientos, tal vez incluso
pasaran los mil. No esperaban que en lugar de encontrar aire
limpio los esperara una nueva dosis de gas.
Estalló el caos. Algunos soldados no pudieron evitar que se
les subieran encima: lo supieron por la sinfonía de alaridos que
sustituyó a los anteriores del Líder. Kivar no conocía el dolor de las
mordeduras de aquellos monstruos y no tenía ningún interés en
salir de su ignorancia. Comenzó a pisotear a ciegas un suelo que
no veía debido a la nube de gas. Sabía que acertaba, pues oía esos
crujidos que lo hacían estremecer.
Cuando cesaron los gritos de sus compañeros, los Gasificadores
llevaban largo rato sin silbar. La nube comenzaba a disiparse. Kivar
trataba de controlar las arcadas, pues el olor del veneno le daba
náuseas y le embotaba los sentidos. Al cabo de unos minutos ya se
podía ver el interior del edificio. Kivar observó cómo las criaturas
convulsionaban y pataleaban sin control. Tuvo que cerrar los ojos,
sobrecogido.
—¿Estáis todos bien? ¿Hay alguien herido? —preguntó uno
de sus compañeros.
Los soldados respondieron. Nadie tenía nada grave. El que
se encontraba en peor estado era un tal Wamer, que tenía el
abdomen desgarrado, pero que con la debida atención médica

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

podría recuperarse. Entonces, la única pérdida con la que contaban


apareció en la puerta de la habitación, respirando con dificultad.
Tenía una pierna rota y sangraba por todas partes. Sin embargo,
los gritos de júbilo se alzaron en la casa. El Líder estaba vivo.

—¡Aventurero! ¡Aventurero! —comenzaron a corear.


—Fera, llama a la central y diles que el trabajo está hecho
—ordenó a una soldado cuando resolvió que las celebraciones
habían durado bastante. Ella obedeció en el acto.

Los soldados comenzaron a abandonar el lugar, deseosos de


alejarse del olor del gas. Kivar jamás se había parado a pensar,
hasta aquel día, lo mucho que amaba el aire fresco. Respiró
profundamente y observó las estrellas, tratando de quitarse de
la mente la imagen de los cuerpos que aún convulsionaban en el
interior de la casa abandonada.

—¿Qué tal tu primera experiencia? —Lo sacó de sus


pensamientos una voz.

El Líder de la brigada se situó a su lado y también se centró en


contemplar el cielo.

—Necesita atención médica —se atrevió a decirle Kivar. Su


estado era lamentable.

El Líder rió.
—Cuando lleguemos a la ciudad me enviarán al hospital,
pero de momento estoy igual aquí que tumbado en la parte

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

trasera de la furgoneta. No has respondido a mi pregunta. —Kivar


apartó la mirada—. ¿Ocurre algo, chico?
—Me ha parecido una muerte lenta y cruel, señor. Incluso para
un Recorresuelos —se atrevió a admitir, a riesgo de parecer estúpido.
—Lo es —asintió el Líder—, y también efectiva. Con los
Humanos no se puede tener piedad.

Humanos. Kivar esperaba no volver a olvidarlo. Ese era el nombre


que recibían aquellos monstruos antes de la Gran Explosión Nuclear.
Los vehículos ya estaban preparados para partir. Kivar se colocó
el Gasificador entre las alas y siguió al Líder, que cojeaba debido a
la herida que tenía en la pata trasera. La palabra había hecho que
se le viniera a la memoria una historia que contó un profesor de
la escuela militar en su primer año. Al parecer, algunos tarados,
como él mismo los definió, sostenían que los que provocaron
la Gran Explosión Nuclear fueron los Humanos, de tamaño e
inteligencia muy superior a ellos y que, por aquel entonces, fueron
la especie dominante. Humanos, la plaga que colonizó el mundo
entero y se llevó a su propio fin, permitiendo la evolución de una
nueva especie dominante que repobló el planeta. Kivar imaginó
la situación al revés: a todos sus compañeros convulsionando
mientras un montón de Humanos los gaseaban.
Menuda estupidez.

FIN

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

LA QUE VINO DEL MAR


Anaïs Bahillo

¿Alguna vez habéis pensado realmente en lo que es la vida?


¿Habéis hecho el esfuerzo de pensar en ello? Intentadlo ahora.
Es más que respirar, más que despertarse cada mañana sintiendo
que en nuestro interior un órgano sigue latiendo, fuerte y cálido.
Es mucho más que seguir un ritmo establecido por una cultura o
sociedad concreta, incluso más que la percepción, más o menos
consciente, de emociones propias y ajenas. ¿Podéis sentirlo?
¿Podéis daros cuenta de su grandeza? La vida, en sí misma, es
un ente ajeno. Una criatura tan misteriosa y compleja que nunca
llegaremos a comprenderla aunque lo intentemos; su piel es un
frío placer que no podemos siquiera soñar con acariciar.
Solo una cosa es segura: nuestra vida no es solo nuestra. Lo que
creemos indiscutiblemente propio no es sino el siguiente capítulo
de la vida de otras personas; hilos que se entrecruzan, retazos de
tela que se unen para formar un todo. Pensadlo bien, nuestra vida
ni empieza con nuestro nacimiento ni termina con nuestra muerte.
Cada persona vive para continuar la historia que sus padres le han
dejado en legado ¿y qué hacemos nosotros, más que preparar el
camino para los próximos que lleguen? Es una idea esperanzadora
e inquietante a partes iguales, depende de cada uno elegir su
posición. Es curioso que nos enseñen que siempre podemos elegir
cuando la realidad es que lo único que podemos elegir es la actitud
a tomar cuando finalmente nos enfrentemos a nuestra realidad. Para
que podáis entenderlo mejor, dejadme que os cuente una historia.
Solo tenía diecisiete años cuando descubrí el secreto que
guardaba mi madre, un secreto que había permanecido oculto en

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

lo más profundo de su alma y también en un diario que encontré


de la forma más inocente, y por lo tanto más destructiva, que
una joven puede imaginar: sin querer. Ordenando viejos cajones,
de pronto se te ocurre introducir la mano unos palmos más allá
de lo que sueles acostumbrar y tus dedos rozan una superficie
diferente que enseguida relacionas con el tacto de un pequeño
libro. Y, cuando lo sacas y ves que quien lo ha escrito es tu madre,
no puedes resistirte a abrirlo y empezar a leer aprovechando que
estas sola en casa. Entonces ya no hay vuelta atrás.
Pasas hoja tras hoja, cada vez más rápido, cada vez más
asustada, deseando que el final de la historia lo calme todo, pero
ese final no llega jamás. Si alguna vez habéis vivido un momento
semejante sabréis que esos son los momentos que cambian tu
vida para siempre, cuando dentro de tu cabeza todo se hace
pedazos y se recompone de otra manera. Acababa de leer mi
propia historia. Tardé varios minutos en reponerme y, aunque el
descubrimiento me dejó devastada, descubrí que una parte de
mi estaba inhumanamente serena. Siempre tuve una sensación,
la certeza, demasiado familiar para haber necesitado palabras, de
que había algo entre las sombras, en los silencios de mi familia.
¿Pero cómo imaginar que esa sombra, ese fantasma, era yo?
Devolví el secreto a su rincón. Cuando mis padres regresaron no
dije nada. Seguí como si nada hubiera ocurrido, y en cuanto cumplí
la mayoría de edad me fui de casa sin más explicaciones que las de
una joven que quiere empezar su propia vida. Abrazos y silencio.
No volví nunca, aunque ocasionalmente llamaba a mi padre para
charlar sobre esto y aquello. Me duele decir que jamás perdoné
a mi madre, no tuve corazón para sentarme con ella a hablar de
nuestro secreto, y para cuándo mis heridas habían cicatrizado y
estuve preparada, ella ya había abandonado este mundo.

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

Durante mucho tiempo intenté olvidar el día en el que leí su


diario, apartar ese recuerdo de mi mente y enterrarlo bajo todas
las demás cosas insustanciales de mi vida. Sin embargo, con los
años he aprendido que las cosas no dejan de estar ahí aunque
cierres los ojos, y al final acabé aceptando la verdad. Y la verdad
es que no soy normal. No es fácil de explicar, y mucho menos de
comprender, pero no vine a este mundo de forma natural. Mi vida
tiene su origen en algo tan misterioso y profundo como lo es el
mar, y es precisamente en sus orillas donde empieza esta historia.
Hace 35 años, mi padre, Carl Borg, era un respetado y curtido
ebanista casado con la mujer de la que había estado enamorado
desde su infancia: Alma, mi madre. Vivían en una preciosa casa junto
al mar que mi padre había restaurado y que era la envidia de todas
las visitas. Grande, confortable, decorada según los gustos de la
época aunque con un toque personal, femenino, que la hacía aún
más acogedora; blanca y luminosa, con enormes ventanales para
poder ver bien el mar. Él era un buen vecino, un hombre risueño
y amable y un trabajador eficiente que jamás dejaba un recado a
medias, aunque tuviera que trabajar toda la noche. Ella era bella, dulce
y discreta, siempre se dijo que sería una excelente esposa y madre.
Todos creían que la vida de Carl y Alma Borg era perfecta. Pero bajo
una superficie en calma siempre se agitan corrientes fuertes. Alma, a
pesar de tener todo lo que necesitaba, se sentía sola, desamparada
en una vida apacible pero anodina. En realidad mi madre era muy
diferente a la imagen de la joven callada y serena que todos tenían
de ella. Alma imaginaba lugares lejanos y maravillosos, y soñaba con
conocer gente diferente que le abriera los ojos a un mundo nuevo.
Rezaba cada día porque los cielos enviaran un cambio a su vida, y tras
muchas noches recibió una respuesta. La noche que yo llegué.
A pesar de tener a su lado la familiar cercanía del cuerpo de Carl,
Alma sintió una oleada de nostalgia que hizo que se levantara de la
cama. Bajó al salón y abrió la ventana para refrescarse con la brisa

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

marina, tal y como hacía cada vez que no podía dormir. Cerró los
ojos un momento y aspiró ese aroma delicioso y único, y cuando
volvió a abrirlos vio que algo había cambiado en su visión. La
playa, bañada por la luz de la luna, ya no estaba vacía. Ahora había
una mujer de pie que parecía estar mirándola. Invadida por una
sensación de curiosidad y estupefacción, pero sin poder resistirse,
mi madre bajó hasta la playa en camisón, descalza y con el cabello
rubio ondeando al viento, enmarañándose por el aire salado. Ya no
sentía la brisa nocturna, ni oía silbar el viento. Estaba hechizada por
la visión de aquella joven que había surgido de la nada.
A medida que se acercaba a ella la fue viendo mejor. Parecía
muy joven, con un largo cabello rojizo que le llegaba a la altura
de la cintura. Su rostro era humano y al mismo tiempo no lo era.
A Alma le pareció muy hermosa. Hermosa y extraña, como una
criatura cuya naturaleza no está bien definida. Alta y esbelta, con
pechos firmes y pequeños y unas caderas redondeadas a las que
seguían unas piernas largas y torneadas que cruzaba una enfrente
de la otra en una pose delicada y sinuosa. Su figura, en conjunto
con su piel, blanca y perfecta como el alabastro más puro, la hacían
parecer una diosa griega, una Venus recién nacida de las aguas.
Mi madre caminaba hacia la criatura con lentitud, prisionera
de su magnetismo. Esos ojos grises imposiblemente humanos la
llamaban, perforaban la piel, se vertían en su sangre y adormecían
su pensamiento. Pero Alma no tenía miedo. Era el milagro que
había estado esperando, lo imposible, la magia. Y no había bajado
del cielo como había esperado, sino que había emergido de las
profundidades. Una sirena, una ninfa de la aguas. El sonido de una
ola, un viento frío… Algo despertó a mi madre de su ensoñación.
Se detuvo apenas a unos palmos de ella y empezó a ser consciente
de la realidad. ¿A qué había venido esa criatura? ¿A llevársela?
¿Acaso a... hacerle daño? A Alma le surgieron dudas y se preguntó
si no estaría cometiendo el mayor error de toda su vida.

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

Entonces la sirena le sonrió. Fue una sonrisa abierta, pura, sin


artificios, sin intentar ocultar nada, totalmente diferente a las
sonrisas que Alma conocía. Una sonrisa hecha totalmente de
inocencia e ingenuidad, la sonrisa de un niño que aún no ha sido
corrompido por el veneno del mundo. La ninfa ofreció a Alma su
mano y ella no lo dudó un solo instante y la tomó. Pero no la
condujo hacia el mar, como mi madre había esperado, sino que la
invitó a tumbarse en la húmeda arena. La joven no hablaba, solo
sonreía e indicaba con gestos a Alma lo que debía hacer. Y lo que
quería asustó a mi madre, pero aun así lo hizo.
Con manos temblorosas, mi madre se levantó el camisón hasta la
cintura y abrió las piernas, dejando que el agua lamiera sus tobillos y
después sus pantorrillas. Estaba nerviosa y asustada, pero la criatura
le puso una mano en el hombro y, con su dulce sonrisa y su limpia
mirada gris, alejó todo temor de su corazón. Alma suspiró y entornó
los ojos, sintiendo cómo el mar subía lentamente, acariciando más
partes de su piel. Un murmullo nasal escapó de sus labios cuando
el agua llegó a la frontera de sus muslos, pero no abrió la boca
hasta que el mar alcanzó su destino. Nunca antes había sentido
nada parecido, nunca antes había hecho nada tan indecoroso, pero
por algún motivo no se sentía sucia o avergonzada. Al contrario,
jamás se había sentido tan limpia, tan pura, tan libre. Cerró los ojos
y percibió a la ninfa roja y gris inclinarse a su lado y susurrarle al
oído. Solo dijo una palabra: Liv. Vida.

—Liv, Liv... —repitió mi madre también en un susurro, como


si estuviera conjurando una plegaria.

Alma continuó tumbada en la arena, aun cuando dejó de sentir


la cálida presencia de Liv a su lado, aun cuando supo que había
vuelto a su origen, lejos, muy lejos de allí. Abrió los ojos cuando
la humedad llegó hasta su espalda, empapando por completo el

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II Certamen Carlinga de Relatos Cortos de Ciencia Ficción

camisón. Entonces se incorporó mirando el mar e instintivamente se


llevó una mano al vientre. Estaba embarazada. Podía sentir la vida
dentro de ella, y sabía que era una niña lo que latía en su interior. Mi
madre sonrió beatíficamente, sintiéndose feliz por primera vez en
mucho tiempo y, con los ojos empañados por las lágrimas, miró al
horizonte azul y dio las gracias a Liv, la ninfa roja y gris.
Esto fue lo que leí en el diario de mi madre, Alma Borg. Cuando el
mundo se hubo calmado lo suficiente para volver a girar sobre su lento
eje, pensé: «Entonces es esto». Pérdida, tristeza, soledad. Había una
sensación que me había mantenido alejada de la gente, y que me había
acompañado, durante toda la vida, y ese diario secreto me había dado
la respuesta a todas las preguntas, la verdad. Era mi otra madre, la que
me había dado la vida y también mi herencia marina. Sabía que todo lo
que había escrito era cierto, y solo necesito mirarme en el espejo para
saber que llevo conmigo la marca de lo que no pocos considerarían
una abominación. Odié a mi madre por ello y la castigué no volviendo
a hablar con ella. Sé que lo sabía y eligió resignarse a mi silencio, del
mismo modo que mi padre se resignó al silencio de su esposa.
Tardé tiempo en perdonarla y darme cuenta de que, en realidad,
debería estarle agradecida por esa noche. Sin ella no estaría hoy
aquí, no estaría viva, ¿y qué poseemos más valioso que la vida?
Durante años huí de mi propio reflejo, pero al fin puedo mirarme
cara a cara, observando con serenidad mi cuidado cabello rojizo y
mis ojos grandes y grises. Mi imagen, quien soy. Liv.

FIN

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Otros títulos de Carlinga Ediciones

1.  Lo frágil. Álvaro Aparicio.

2.  I Certamen Carlinga Relatos Cortos de Ciencia Ficción.


Torïo García, María Carballo y Joaquín deSaint.

3.  Alfas y Omegas. José Luis Carrasco.

4.  El pliegue Iceberg. Miguel Gámez.

www.carlingaediciones.com

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