«Para el Corán, como para los pueblos nómadas de Arabia, Dios posee todas las cosas y todas
las criaturas, y el hombre es su kalifa (delegado). Ser y tener son dones de Dios. El hombre debe
mostrarse agradecido “obedeciendo las órdenes de Dios y cumpliendo lo que es recto a sus
ojos”. “Islam” significa “sumisión”. La vida sólo es tránsito y no propiedad. Después de la
muerte, el cuerpo ya no es nada. […] La existencia en el más allá depende de los bienes que se
pueden dar a la comunidad de los creyentes para que sea glorificado en nombre de Dios»
(ATTALI: 1989, 146).
En el Islam, en un principio: «Como entre los nómadas, ni la propiedad ni la posesión se
distinguen claramente: mal, palabra que significa “posesión” o “fortuna” entre los beduinos, se
convierte en melk, en árabe y significa lo mismo “posesión” y “propiedad”. La tierra, como todo
objeto y todo hombre, salvo las cosas inútiles (como los animales salvajes) o prohibidas (como
el cerdo o el estiércol), pueden llegar a ser propiedad privada.
Entre los pueblos que se hacen musulmanes, el derecho se calca a menudo sobre los derechos
anteriores.
La tierra puede convertirse en propiedad privada por el trabajo: quien planta en una tierra sin
propietario se la apropia; quien siembra con trigo de otro debe restituirle la simiente, pero puede
conservar la cosecha y venderla» (ÍDEM)
«Como en la tradición de los demás imperios, un dominio público conquistado por el califa
puede también ser atribuido en posesiones (iqtā’ [originalmente llamadas qatī‘a]) a los soldados
o a los convertidos al Islam» (IBÍDEM, 147). Literalmente eran “tierras separadas del dominio
público”, eran posesiones alienables y hereditarias.
― Desde el califato de ‘Utmān y durante el de los Omeyas se había desarrollado el sistema
de qatī‘a (concesiones en arrendamiento), comparable a la emphyteusis bizantina, que se
aplicó a las tierras conquistadas y abandonadas por sus antiguos propietarios (“tierras
muertas” o mawāt). Se distribuyeron entre los combatientes musulmanes a cambio del
servicio militar, con la obligación de explotarlas. Beneficiaron sobre todo a los allegados
del califa y los gobernadores. Su concesión «comportaban como obligación el cultivo de
las tierras durante un determinado número de años, la recaudación de impuestos y su
transferencia a los agentes del Estado. […]
― Poco a poco, el número de qatī‘a fue creciendo considerablemente; y el gobierno no
pudo o no supo impedir que se convirtieran en verdaderas propiedades privadas,
susceptibles de compra y venta. De este modo, se constituyeron grandes dominios cuyos
propietarios árabes residían fuera de la capital o en los amsār [campamentos-ciudades], y
dejaban colonos indígenas al cuidado de la explotación de sus tierras» (MANTRAN: 1973,
73).
―«Este desarrollo de la propiedad territorial árabomusulmana tuvo como consecuencia una
disminución de las rentas del impuesto sobre la tierra [jarrāŷ] que constituía, junto a la
capitación [ŷizya], el principal recurso del Estado» (MANTRAN: 1973, 73).
El diwan (una especie de gabinete de ministros en el mundo islámico) percibía un impuesto
rural, el jarrāŷ, pagado por los no-musulmanes, como también aquéllos pagaban un impuesto
“por cabeza” llamado ŷizya.
― Al ser muy gravosos, a partir del siglo VII se produjeron movimientos masivos de
conversión al Islam, fenómenos que los califas y gobernadores trataron de regular. A pesar
de que, en teoría, estos conversos (mawālī) tenían los mismos derechos que los antiguos
musulmanes, la aristocracia árabe trató siempre de mantenerlos en un rango inferior y, en
muchas ocasiones, se les siguió obligando a pagar impuestos, lo cual generó diversos
movimientos insurreccionales.
― Conviene recordar que: «Los infieles pueden llegar a ser propiedad de los hombres. Para
ser libertados, les basta con convertirse en musulmanes. […] Entre la esclava y el hombre
libre existe el dhimi, el protegido, estatuto que tendrán especialmente los judíos en todos
los países del Islam mediante el pago de un tributo» (ATTALI: 1989, 147).
Durante el gobierno de los buyíes (s. X) en Irán-Irak, su régimen de visirato militar, que
controlaba los recursos del Estado, provocó transformaciones importantes en el sistema de
iqtā’.
A los soldados se les pagaba con dinero y concesiones de iqtā’ de un nuevo tipo: «ya no eran
tierras del Estado sujetas a un diezmo ―ya que apenas quedaban nuevas tierras disponibles―
sino tierras de jarrāŷ, es decir, dominios privados. En principio, no se concedían las tierras,
sino el derecho a percibir el impuesto (istiglāl). El concesionario (muqta’) era el encargado de
la gestión y del cobro del impuesto. Recibía la tierra como título de garantía de la cantidad
prometida. Esta iqtā’ istiglāl no pagaba impuestos a la administración. Así, la renta casi entera
del territorio ―al menos en Irak y en Irán occidental― estaba consagrada al sostenimiento del
Ejército.
Además, los militares procuraban que se les concediera el arriendo de los impuestos de los
distritos que se hallaban en sus dominios.
El resultado fue catastrófico para el Estado: perdió el control administrativo y financiero de
una parte cada vez más importante de sus tierras y de sus rentas; además, los nuevos
propietarios de las tierras y de los campesinos, que nada sabían de sobre la explotación rural,
intentaban esencialmente enriquecerse, aunque arruinaran su dominio». Con todo, al menos
hasta esta época, «la iqtā’ no tuvo carácter feudal alguno; nunca llegó a comportar la
constitución de una clase hereditaria» (MANTRAN: 1973, 205-6).
«La tierra también puede convertirse en propiedad religiosa (wāqf o hābus) o del Estado. A
imitación de los bienes de la Iglesia, los wāqf (o hābus) sacados de las tierras conquistadas son
dados en usufructo a unas fundaciones piadosas que los administran en nombre de Dios. […]
Los productos de los bienes hābus pueden ser reservados para el pago del personal de las
mezquitas, de las escuelas coránicas, de los hospitales o bien destinado al mantenimiento de
murallas de la ciudad» (ATTALI: 1989, 146-147). Su condición era similar a la de los “bienes
de manos muertas” en el mundo cristiano, tenían intenciones piadosas o bien buscaban
proteger intereses particulares.
BIBLIOGRAFÍA