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ESPECIALES DE P12 26 de mayo de 2017

1997 El año de los piquetes Por Javier Lorca

Era una mañana de sol, llovían piedras y balas en Neuquén. Casi todos los manifestantes retrocedían ante policías y gendarmes
armados, ella avanzaba sobre la ruta 17. ¿Por qué? ¿A dónde iba? Nunca pudo explicarlo. De pronto trastabilló, cayó al suelo.
Una bala 9 mm., disparada por un policía, le había atravesado el cuello después de rebotar en el piso. El asesino nunca tuvo
nombre (el crimen sigue impune), pero desde esa mañana del 12 de abril de 1997 el nombre de ella es símbolo y cifra de los
movimientos de desocupados que encontraron en los piquetes una manera de ser escuchados por la sociedad que preferiría
acallarlos. Teresa Rodríguez tenía 24 años.

Desde los márgenes

Lejos de las grandes ciudades, fuera de foco para los medios de comunicación masivos, en las fallas de un sistema de
representación fallido, hace veinte años pueblos olvidados e invisibilizados por el poder se sublevaban contra el destino que les
imponía el régimen neoliberal desde principios de los 90, víctimas directas de la privatización y el desguace de las grandes
empresas estatales que, durante décadas, habían sido la matriz de tantas comunidades. Desde los márgenes, los desocupados y
sus familias gestaban movimientos sociales que llegarían al centro, a descomponer el ritmo incesante de la máquina productiva.
Como no podían hacer huelga, porque no tenían trabajo sino que lo reclamaban, salieron a la calle a interrumpir la circulación de
cuerpos y mercancías. Si desde la restauración democrática la protesta social se había limitado, con pocas excepciones, a las
manifestaciones de trabajadores agremiados y militantes de derechos humanos, los movimientos de desocupados renovaron el
ejercicio de la política en la calle, la que pone en cuestión a la democracia delegativa, esa empobrecida e interesada ilusión que
reduce la vida política al voto. El precio fue hacerlo bajo una constante amenaza represiva. En los años siguientes, los
movimientos de desocupados se extenderían por toda la Argentina, en particular por el conurbano bonaerense, y serían
decisivos para la historia nacional: basta considerar su participación en las rebeliones de 2001 y 2002 o el arraigo y persistencia
del piquete como modalidad de protesta.

Los fogoneros

Teresa Rodríguez fue asesinada durante la segunda pueblada de Cutral Có y Plaza Huincul. La primera había estallado algunos
meses antes, en junio de 1996. Cuatro años después de las privatizaciones de YPF y de Gas del Estado, ya se habían desvanecido
las promesas con que el discurso oficial había decorado el sacrificio de los trabajadores al mercado desregulado. El desempleo
era altísimo en la zona, las indemnizaciones ya se habían consumido. En una situación que se replicaría en otras localidades, los
habitantes de Cutral Có y Plaza Huincul –generaciones de trabajadores bien pagos, con estabilidad laboral y derechos
institucionalizados– no estaban dispuestos a perder tan mansamente sus condiciones de vida. El estallido se produjo cuando la
gobernación de Neuquén canceló la instalación de una planta agroquímica, un horizonte posible de empleo. Desde el jueves 20
de junio y durante seis días, hombres y mujeres cortaron rutas y calles en más de veinte lugares para reclamar trabajo.
Improvisaron fogatas para pasar las noches del invierno patagónico. Todavía no se los llamaba piqueteros, eran fogoneros. La
provincia y el gobierno nacional de Carlos Menem enviaron policías y gendarmes para desalojarlos: el problema social entendido
como problema criminal. Finalmente, el gobernador Felipe Sapag debió negociar; se declaró a la zona en emergencia social, se
diseñaron programas de asistencia, se prometieron obras públicas... Ese modelo de doble respuesta del Estado también se
replicaría, en tensión entre la represión y el asistencialismo. De todos modos, aquella tregua terminó en abril de 1997, cuando el
conflicto social se amplió y sobre la ruta se plantaron trabajadores estatales y docentes junto a los desocupados.

La ruptura del fatalismo

Casi para la misma época, pero lejos, en Francia (lo que evidencia cierto rasgo estructural del capitalismo global), Pierre Bourdieu
hablaba ante un grupo de desocupados organizados y los definía como “un verdadero milagro social”. “La primera conquista de
este movimiento es el movimiento mismo: su mera existencia saca a los desempleados y, con ellos, a todos los trabajadores
precarizados, cuyo número crece cada día, de la invisibilidad, del aislamiento, del silencio, en resumen, de la inexistencia”,
recuperan el orgullo personal y una identidad, y “sobre todo nos recuerdan que una de las bases del actual orden económico y
social es el desempleo masivo y la amenaza que eso implica para todos los que aún tienen trabajo.” Por eso, decía Bourdieu, “la
movilización de aquellos cuya existencia constituye el factor principal de desmovilización es el más extraordinario aliento a la
movilización, a la ruptura con el fatalismo político”.

Autonomía, heteronomía

La ecuación que sumaba ajuste en el sector público y privatización de empresas estatales, desempleo masivo, economías
regionales devastadas por la desregulación, desindustrialización, cierre de ramales ferroviarios, entre otros factores, tuvo el
mismo resultado en el sur y en el norte del país. La revuelta pionera quizá haya sido la de las mujeres de los mineros de Sierra
Grande, Río Negro, en 1991, que cortaron la ruta 3 tras el cierre de Hypasam. Después de las protestas registradas en Neuquén,
en mayo del 97 los piquetes en rutas y calles se repitieron en Salta y Jujuy: General Mosconi, Tartagal, San Salvador, Ledesma...
Una experiencia peculiar, que todavía perdura, es la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de Mosconi, la organización
comunitaria que construyeron ex trabajadores de YPF, otros desempleados y jóvenes precarizados sin trayectoria laboral. En sus
dos décadas de historia, la UTD ha logrado articular acciones de protesta como los piquetes, en reclamo de asistencia estatal,
con acciones colectivas autónomas que tuvieron y siguen teniendo “un claro sentido de disputa territorial” –como observó
Norma Giarracca–, en conflicto con el propio Estado y con los actores y las corporaciones del modelo extractivo de recursos
naturales, sea petróleo o soja. Hoy, con un Estado otra vez en retirada, la UTD subsiste con la producción cooperativa de sus
granjas, huertas y talleres.

Protestas en la calle.
Se cumplen 20 años de los primeros piquetes

Fueron en Cutral Co y Plaza Huincul, en reclamo al impacto de la privatización de YPF. Claudio Andrade

Hace 20 años la vida de Cutral Co y Plaza Huincul cambió para siempre. Y con ellas se radicalizó la forma de ejercer la protesta
social en la Argentina. Hasta entonces, estas localidades petroleras representaban apenas un conjunto estructuras industriales
por las cuales “se pasaba” utilizando la ruta 22. Nadie se detenía allí.
Pero en su interior se cocinaba el estallido. Desde 1992, el gobierno de Carlos Menem, venía privatizando las empresas públicas
que constituían la principal fuente de trabajo en la zona. Primero fue gas (marzo del 92) y más tarde YPF (septiembre). El
traspaso dejó a 5 mil personas en la calle que se quedaron con las indemnizaciones y ninguna expectativa. Cuando el dinero se
terminó, entre 1995 y 1996, el escenario quedó servido para una revuelta. Instalar piquetes a lo largo de esa ruta, que conecta el
sur del país, fue la acción natural de 35 mil personas para hacerse escuchar.
El 20 de junio de 1996, de modo espontáneo, grupos de vecinos comenzaron a instalarse en la 22. Desde las 8, la radio Victoria
emitía un único programa destinado a impulsar a la gente fuera de sus casas. El pretexto fue la noticia de que el gobernador de
entonces, Felipe Sapag (MPN), había dado de baja la planta de fertilizantes Agrium, gestionada por el ex gobernador Jorge
Sobisch. Esta puja interna del MPN sirvió como la chispa del incendio. La planta iba a darle empleo a solo 200 operarios.
Durante una semana miles de personas instalaron 17 piquetes en distintos puntos de la ruta impidiendo el paso de cualquier
vehículo. Para bloquear los caminos se utilizaron automóviles, escombros, cubiertas en llamas y, por supuesto, personas que
ponían el cuerpo en medio del frío patagónico. En General Mosconi, Salta, se repitió el fenómeno. Nacía el Movimiento
Piquetero.
Cutral Có y Plaza Huincul estaban siendo afectadas por una preocupante hambruna que era ignorada por los gobiernos provincial
y nacional. Los piquetes mutaron en comedores sociales, en donde la gente se congregaba para comer tortas fritas, sopa y
desahogar penas.
“Recuerdo la visión de una ciudad sitiada. Era una película de Mad Max”, explica a Clarín, el escritor y periodista, Rodolfo Chavez,
que reportaba al Río Negro. “YPF suplantaba al Estado, pero cuando al desaparecer, la gente se encontró con que estaban
solos”, agrega el autor de “Crónicas de Tierra Adentro”.
Para el 25 de junio, los piquetes se habían extendido hasta 5 kilómetros de la entrada de los pueblos.
“No había comida. La gente instaló con su plata comercios minoristas pero todos se quedaron sin clientes. Era lo único que
podíamos hacer para llamar la atención, ir a la ruta”, explica Martín Sandoval, que tenía 15 años y participó integrando grupos
estudiantiles. “Eramos el reflejo del olvido, nosotros decíamos: tienen que venir acá”, señala quien es hoy secretario del bloque
del Frente y la Participación Neuquina y dueño de una pequeña textil.
Al principio, Sapag se negó a escuchar a los vecinos, advirtiéndoles que no habría negociación hasta que no bajaran los piquetes.
Sus amenazas no tuvieron efecto. El 25 de junio se hizo presente la jueza Margarita Gudiño de Argüelles, junto a 400 gendarmes.
Se trataba de la primera acción del Estado en mucho tiempo. A su llegada, las fuerzas de seguridad se encontraron con un
muralla de 35 mil personas. Gudiño de Argüelles se declaró incompetente y se marchó. “Esto me excede”, declaró. Esa noche,
Sapag apareció. Presionado por las asambleas que constituían la pueblada, aceptó firmar un acuerdo de ocho puntos,
comprometiéndose a entregar alimentos y generar empleo.
Un año después, producto de la represión policial durante una pueblada (en la que los docentes se quejaban por el
incumplimiento del acuerdo) moría en Cutral Co la joven maestra, Teresa Rodríguez, madre de dos pequeños.

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