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aportaciones), en un testimonialismo que se limitaba a servirse de la literatura como documento histórico (caso extremo

sería el de algunas novelas de Zola), o bien —por fin— en un patologismo decadente más cercano a la ética y la estética
finiseculares que al Realismo. A nadie se le escapa que el Realismo y el Naturalismo son imposibles en sentido pleno; la
realidad es demasiado amplia y compleja como para poder ser abarcada por el solo ojo del novelista, quien adopta, además,
una actitud determinada frente a ella. Este intento por parte de algunos novelistas de conseguir una obra total, que apretase
en sí toda la riqueza y la complejidad de la realidad, hacía posible un tipo de novela cuyo remate habría de estar en el
siglo XX, cuando el género ensanche sus límites en su intento de comprensión totalizadora del mundo: a ella comienzan a
responder en buena medida los ambiciosos cuadros sociales, tod La narrativa se convierte de este modo en el género por
excelencia del mundo contemporáneo, pues, al hacer del individuo y su estudio el centro del universo literario, estaba
respondiendo os hicieron del credo liberal y antiburgués el sustento de su lucha contra el sistema, y de la novela el arma
adecuada para el acoso y derribo de la burguesía restauradora. La novela realista, por propia naturaleza, llegó en este sentido
mucho más lejos que la de momentos anteriores, pues se ciñó a la interpretación de la vida de su época aspirando a la
necesaria concreción y ajustándose a unos medios formales originados por el pensamiento positivista. Frente a la clara
delimitación de los campos de burguesismo y antiburguesismo entre los poetas posrománticos —especialmente finiseculares—
, la actitud de los narradores realistas partía del hecho de que en la sociedad se había producido un cambio sustancial en
los ideales originariamente revolucionarios que en su día animaron a la burguesía europea; aceptaban en parte y en parte
rechazaban tal cambio, sin renunciar en momento alguno a su voluntad de intervenir en la sociedad, ya fuese
tendenciosamente, ya objetivamente.
Era lógico que tales intereses los pusieran en práctica por medio de la novela, un género realista y objetivo por
naturaleza, aunque el camino hasta llegar a la forma bajo la que hoy la conocemos, y que estos artistas consagraron,
hubiese sido largo: desde la Edad Media —en la épica caballeresca se encuentran sus orígenes— hasta el siglo XVII, el género
había sido entendido como simple sucesión de relatos a veces inconexos y en los cuales sólo había de narrativo la intención
de contar. A principios del XVII, sin embargo, Cervantes puso las bases de la novela moderna con El Quijote, un libro
malinterpretado en su época y cuya maestría no tardaron en reconocer, desarrollar y aprovechar los novelistas ingleses del
XVIII, a quienes podemos señalar como efectivos creadores del género según hoy lo entendemos; seguían existiendo en Europa,
con todo, gran número de novelistas que insistían en aprovechar la técnica episódica y en acumular relatos no pocas veces
mal ensamblados entre sí. Sólo la novela amorosa prerromántica supo dar, entre el XVIII y el XIX, con la respuesta a las
necesidades que el género exigía: el psicologismo; con la aparición del análisis psicológico en la narración y, sobre todo, con
su articulación en torno a un conflicto anímico, la novela había encontrado la clave con la cual encarar la
contemporaneidad.
inequívocamente a las demandas de una sociedad burguesa que veía en aquél su fundamento. Cuando, además, los
maestros de la novelística del XIX comprendan que el psicologismo debe ser siempre conflictivo —pues los intereses de la
sociedad chocan con los del individuo, y viceversa—, se habrá dado el primer paso para entrar en una «épica del mundo
contemporáneo»; se habrá incorporado a la novela una visión dialéctica de la realidad en la cual tendrá mucho que decir el
materialismo histórico marxista: en las obras nza y que muchos de ellos adoptaron, por el contrario, una actitud distante
muy relacio justeza y fidelidad expresivas llegó a tales límites que finalmente desembocó en el puro esteticismo (con
enriquecedoras de la novela decimonónica, puede ya adivinarse, en mayor grado en unos que en otros, la posibilidad de una
novela social, la búsqueda por medio del arte narrativo no ya de una verdad interior, sino de una verdad social que
traduzca las necesidades de toda una época.
Esta búsqueda de la verdad, por la cual la novela realista participa hasta cierto punto de los postulados del
clasicismo, fue una verdadera aventura para los novelistas del siglo XIX, y sus resultados muy desiguales. En cuanto al
Naturalismo, su afán de objetividad,

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