Cero
Para hacer explícitos puntos neurálgicos de este problema –y para que lo podamos
ver en perspectiva sin tener que escuchar con una actitud prevenida- voy a traer a
esta discusión lo que algunos filósofos latinoamericanos han encontrado al analizar el
estado de la educación filosófica y de la disciplina de la filosofía en nuestro continente.
Música y filosofía, tan lejanas pero tan próximas. Pensamiento y creación artística.
Como veremos el asunto da que pensar...
Uno
Por eso dice Santos-Herceg : “En América Latina, se recibe todo lo que venga de
afuera: abierta, irrestricta e indiscriminadamente se asume cualquier tipo de producto
teórico proveniente de las más diversas escuelas, siempre y cuando hayan adquirido
alguna fama, notoriedad y tenga influencia sobre algún país europeo.”[5]
Según este filósofo chileno, el problema no es solamente que los referentes sean
eurocéntricos, que en sí mismo no sería problemático, dado que, indudablemente,
nuestra cultura latinoamericana está hecha de la confluencia de tres grandes sistemas
culturales: el indígena, el africano y el europeo, cada uno con la riqueza de sus
interesantísimas complejidades y diversidad internas. El problema es que uno de esos
legados, el europeo, al ser primordialmente el centro de la referencia educativa nos ha
sido inoculado desde ayer hasta hoy con una actitud admirativa, llena de respeto,
veneración y reconocimiento de la superioridad intrínseca de sus valores, ideas e
historia. Una historia sacralizada, que estudiamos sobre la base de un supuesto muy
problemático que ha cautivado a mentes tan lúcidas como el propio Domingo Faustino
Sarmiento: aceptemos que no somos como Europa, pero podemos llegar a serlo… si
nos esforzamos lo suficiente. El mensaje implícito en tal formulación queda muy claro:
nuestra tarea se reduce a asimilar ese tesoro cultural magnífico e insuperable. La
pedagogía instituida dominante se ha propuesto sembrar la semilla del gran arte
europeo sobre la idea, nunca dicha explícitamente, pero evidente en cualquier revisión
de las formas de enseñanza implementadas mayoritariamente en nuestro continente,
que básicamente ya todo está hecho, que se trata de estar “actualizado”, enterado
suficientemente de aquello que pase en la metrópoli europea o norteamericana. La
idea es hacernos doctos en esos saberes aunque cada vez seamos más analfabetas
de nuestro propio entorno cultural.
5. Adicionalmente, otros parecen querer hacer revivir la vieja tesis de Hegel acerca
de la inferioridad intrínseca de la raza americana[6]. No daremos un fruto
superior en música o en el mundo de las ideas porque nuestra raza no cuenta
con la disposición genética para ello. Otros más, incluso han llegado a sostener
que nuestro clima no es propicio para la especulación conceptual ni la creación
musical de alto vuelo. Esos prejuicios fueron compartidos por personajes tan
influyentes como Buffón, David Hume, Inmanuel Kant y, el citado, Hegel.
Dos
La razón es clara. Sin tener en cuenta los factores de identidad en los que se mueve
un estudiante de música, los procesos educativos están llamados a perder gran parte
de su potencia. Silvia Carabetta, investigadora argentina, ha mostrado luego de su
análisis de los imaginarios de estudiantes y maestros en un conservatorio de su país,
que los estudiantes se ven obligados al ingresar a los procesos educativos formales a
adoptar –por una mezcla de presión, persuasión, avergonzamiento y
humillación- ciertas posturas para poder ser aceptado como parte de la institución[7].
De ahí la importancia de pensar lo que Estanislao Zuleta sostuvo acerca del problema
del desear[9]. Decía Zuleta que tenemos que problematizar nuestra forma de desear
porque muchas veces el deseo va en contravía de la naturaleza de los procesos
históricos y niegan la historia”. Para el caso nuestro, es la invitación a pensar si
muchos de los ideales que persigue nuestra educación musical no pueden hacerse
reales por cuanto su surgimiento y su vigencia se debieron a contextos que son
irrepetibles.
Las expectativas del sistema educativo pueden resultar grandiosas en abstracto, pero
sin ver la realidad musical del país como un escenario de trabajo posible, digno y
maravillosamente abierto, difícilmente sacaremos los frutos que todos estamos
deseando.
Estoy convencido que nuestro sistema educativo reclama una nueva semántica de
expectativas. Hacer el cambio hacia expectativas contextualizadas, mediadas por
capacidades concretas, reivindicando un hacer concreto, vital, prospectivo, que
defienda al estudiante de la impotencia y el desprecio por su propia realidad no se va
lograr de la noche a la mañana, pero está en nosotros intentarlo.
Tenemos pues, ante nuestros ojos, un desafío re-constructivo, que desde muchos
frentes se viene volviendo realidad. Hay un buen número de músicos, maestros,
funcionarios, instituciones que, tímidamente, pero con decisión, aprenden a investigar
en las ausencias y han decidido –hablo aquí de una decisión política- moverse no
solamente en el pragmatismo conformista de lo dado. Son gentes –muchos de los
cuales están aquí- que reivindican el derecho a la utopía. Qué se preguntan ¿Qué
país musical tuviéramos si les diéramos espacio a las diferentes herencias musicales
que fueron interrumpidas por el colonialismo o arrinconadas con las ideologías de la
representación de las identidades locales?.
Como respuesta a ese desafío se ha recomendado como remedio que la música sea
abordada como una cosa seria, severa. Se supone entonces que para avanzar a la
excelencia, la música para el estudiante, no debe seguir siendo una actividad plácida y
placentera, relajada, tranquila, sino una labor que requiera este vocabulario casi
bélico: temple, voluntad, trabajo duro y sacrificio. Sangre, sudor y lágrimas. Y
competencia, sobre todo competencia.
Estoy convencido que sin dejar entrar los pensamientos, músicas, metodologías,
pedagogías, formas de cantar, de tocar, etc., que no encajan con la norma hasta ahora
imperante y no tomemos la decisión de asumir que el futuro está en las formas a-
normales, es decir, salidas de la norma, creativas, innovadoras que habitualmente,
han sido llamadas monstruosas, deformes, incompletas, rudimentarias, seremos el
patio trasero del mundo musical. Pero no lo somos gracias a esas músicas que
miramos en el sistema educativo como meros repertorios, a lo sumo
como vicescomplacientes cuando de un guiño patriotero o populista se trata.
No cabe duda que paulatinamente nos hemos insertado en las discusiones musicales
internacionales, tenemos compositores asociados a colectivos de autores del ámbito
regional y mundial, hemos aumentado los logros en premios de interpretación o
concursos de composición. Aumenta el número de facultades, se amplían los centros
de investigación, existen más doctores en música y temas afines, se abren revistas, se
hacen congresos, se escriben memorias. Miles de niños y niñas, se educan en
programas masivos de educación musical…
Todo ello permite dar cuenta de los avances, o al menos la pujanza de la educación
musical en la cultura colombiana y latinoamericana.
Pero vuelve la molesta pregunta de A. M. Valencia. ¿Qué trasfondo hay en ello, qué
queremos con ello?. ¿A qué idea de país corresponde la educación musical que
tenemos?, ¿a qué horizonte obedece?, ¿a que lectura de la realidad musical mundial
responde?.
Cuatro
Sin embargo, lo que no es un asunto pragmático, sino político es por dónde se hace el
recorte. Se suele hacer, naturalmente, por donde ustedes ya lo imaginan: la propia
tradición latinoamericana apenas es considerada parte de esa historia, las músicas
populares como el rock, el pop, el jazz, la salsa, las músicas africanas y orientales,
tampoco las músicas populares latinoamericanas urbanas y de tradición rural y ni
siquiera las músicas cultas contemporáneas, son tenidas en cuenta.
Cinco
Seis
Siete
Permítanme para terminar, una última digresión. Hace unas pocas semanas me
sorprendió saber que un científico colombiano, natural de Buenaventura, uno de los
lugares más abandonados del país, y sin tradición académica prestigiosa, ha sido el
único latinoamericano en ser distinguido como destacado científico inventor por el
Prairie View A&M de la Universidad of Texas. Es uno de los seis investigadores
principales del centro de Climber, conformado por las universidades de Berkeley,
Harvard, MIT, Texas, San Francisco y Stamford. Ha sido reconocido por la Nasa por
ser uno de los seis científicos de mayor influencia en los Estados Unidos y en dos
oportunidades declarado el latino más destacado en ese país.
Por ejemplo, piensa que el mayor acicate para el conocimiento, en contextos tan
difíciles como los latinoamericanos, no es la información, sino la observación y la
curiosidad. Que se requiere una pedagogía que ponga los énfasis en el
empoderamiento del niño, el adolescente y el joven que les permita ser creativos,
experimentar, probar, especular, haciendo énfasis en la observación desde los
primeros momentos del proceso de enseñanza. Que el inconformismo de la juventud
es una ventaja para la invención y por eso es un momento importante para trabajar
con ellos.
El Dr. Cuero cuenta que convirtió en científico gracias a que se dedicaba a observar
cuanto veía a su alrededor para tratar de espantar el aburrimiento, pero, sobre todo –
como él mismo lo confiesa– para sobrevivir. “No había nada que hacer; por eso, la
observación me entretenía. Nací en un medio de escasez, pero nunca sentí que era
pobre”, y añade: “No cambio mi vida en Buenaventura, ni mi niñez por ninguna otra”.
Dr. Cuero está convencido, como muchos de nosotros, que la región -Nuestra
América- puede llegar a ser una de las más ricas del mundo si acepta su diversidad y
si la utiliza como una fuerza y no como su debilidad. Y en la perspectiva que hemos
estado buscando para nuestros proyectos educativos, es decir, la de un horizonte,
dice que la alternativa es incentivar la creatividad como imperativo para el desarrollo
humano, social y cultural.
El maestro A.M. Valencia, hace 79 años, sintió en carne propia que el problema de la
música en el país no era musical, que el problema era de foco, de anclaje, de idea de
país, de discusión sobre problemas, contextos y soluciones. El entendió que sobre
todo se trataba de un asunto de hondas implicaciones políticas y éticas.
Por eso no puedo despedirme sin insistir en que requerimos con urgencia una
pedagogía musical que multiplique las zonas decontacto donde diferentes mundos
normativos, prácticos, estéticos y diferentes conocimientos se encuentren, choquen e
interactúen. Que estamos a punto para acordar como política en nuestros centros
educativos fomentar una curiosidad epistémica y estética en nuestros estudiantes y
comunidades. Entendiendo que es un ejercicio inclusivo y alternativo, pero sobre todo,
como lo he sostenido en otros lugares, alterativo, podremos avanzar, saldremos de los
lugares comunes, nos pondremos a buscar otras alternativas. Tenemos las personas,
tenemos el talento, tenemos las infraestructuras, nos falta la decisión política y el
trabajo mancomunado.
Con un horizonte así, tal vez podamos dar una respuesta, desde nosotros mismos, a
la otra preocupación del maestro Valencia: la situación del músico colombiano. Con un
enfoque de formación distinto al vez nuestros guitarristas puedan estar en todas las
universidades, escenarios y casas disqueras del mundo grabando y enseñando la
multiplicidad de posibilidades de este instrumento, admirado por la riqueza e increíble
capacidad expresiva y su lenguaje propio en cada rincón de Hispanoamérica.
Nuestros pianistas, nuestros instrumentistas en general, nuestras orquestas, nuestros
grupos de cámara, nuestros cantantes, irían por el mundo mostrando, con
conocimiento, con gran capacidad, con toda la formación proveniente de las
tradiciones orales y de nuestros más requintados teóricos, lo que ofrecemos al mundo.
Cuando tengamos un enfoque de formación que no mire con vergüenza lo que somos
y lo que tenemos, que reconozca la torpeza de darle la espalda al hecho
incuestionable que en todos los lugares, todas las latitudes, admiran, respetan y están
ansiosos por entender, aprender y compartir lo que pasa en Nuestra América. Cuando
la agenda decenal que proyectemos y las dinámicas de un sistema articulado de la
música comience a dar frutos nuestras músicas artísticas de tradición popular, nuestra
música de cámara urbana, nuestro rock, nuestro jazz, nuestra creación
contemporánea, nuestra música andina y llanera de cámara, pondrán en evidencia lo
que quizás a algunos de ustedes les suene como un mero sueño. Creo que con un
nuevo foco, un nuevo horizonte estaremos listos para hacer realidad lo que hoy somos
apenas como promesa, una potencia musical en el continente, pero además, y esto es
muy importante para nuestra región, los líderes de una recuperación continental de
nuestro más preciados tesoros culturales. Ni más ni menos que
segundo boom latinoamericano.
Y, adicionalmente, quizás nuestros esfuerzos sirvan para que, trabajando con unas
miras ideológicas claras, pueda dormir tranquilo, en la paz de los muertos, nuestro
admirado y recordado maestro Antonio María Valencia.