EL MIEDO A LA SANGRE:
UNIVERSIDAD DE MURCIA
2015
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ SELVA
Catedrático de Psicobiología
Departamento de Anatomía Humana y Psicobiología
Facultad de Psicología
EL MIEDO A LA SANGRE:
UNA FOBIA SINGULAR
LECCIÓN MAGISTRAL LEÍDA
EN EL ACTO ACADÉMICO DE
SANTO TOMÁS DE AQUINO
EL 30 DE ENERO DE 2015
UNIVERSIDAD DE MURCIA
2015
José María Martínez Selva
Universidad de Murcia
Servicio de Publicaciones, 2015
Depósito Legal: MU — 79 — 2015
Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Murcia
EL MIEDO A LA SANGRE: UNA FOBIA SINGULAR
Comparezco ante esta ilustre audiencia en virtud de un protocolo centena‐
rio basado en la antigüedad y en la categoría de profesorado. Descontada esta
circunstancia, dirigirme a ustedes en este acto de gran significado académico es
un gran honor y uno de los mayores privilegios que concede la universidad a
sus profesores.
Sobran oportunidades en los foros habituales de difusión científica para
presentar nuestras aportaciones y la forma de obtenerlas, pero sólo en contadas
ocasiones se alcanza a explicar las actividades de investigación a quienes no son
especialistas. Por ello, esta es una ocasión extraordinaria para acercar nuestro
campo de conocimiento a la comunidad universitaria y a la sociedad en general.
Y en este sentido, reivindico aquí la divulgación científica. Es un punto dé‐
bil de nuestras universidades y un obstáculo, desde luego no el más importante,
para que la sociedad y las autoridades públicas reconozcan nuestro trabajo. La
universidad debe ir de la mano de la sociedad en la que nace. De ella surgen
también las personas que acuden a nuestras aulas, deseosas de lograr la mejor
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formación posible. Y es la sociedad la que provee, por los medios que estima
oportunos, los recursos económicos suficientes para hacerlo con dignidad. A
este respecto, es necesaria la fuerza de todos para cambiar y mejorar la situación
actual, ciertamente difícil, en la que nos encontramos. En ese contexto, la comu‐
nicación a la sociedad de lo que hacemos, a través de la difusión y divulgación
científica, es una obligación y una vía más para conseguir su respeto y su apoyo.
El Miedo
El miedo puede definirse como una sensación de temor o aprensión, que da
energía a todo el organismo, que surge ante una situación o ante estímulos ex‐
ternos, reales y objetivos, que pueden ser identificados de forma precisa. Es una
reacción, en principio normal, que protege a la persona de acontecimientos
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amenazantes y potencialmente dañinos a los que se ve expuesta a lo largo de su
vida. Puede aparecer también cuando se anticipan tales situaciones.
El miedo agudiza los sentidos y da rapidez para detectar señales de peligro
y vías de escape. Tiene además un enorme poder movilizador o de motivación
o empuje para la acción. Proporciona fuerza y agilidad para reaccionar ante el
peligro, ya se trate de esquivar un ataque, responder a la agresión o huir del
lugar en el que uno se encuentra. Permite soportar esfuerzos físicos desmesura‐
dos sin sentir fatiga. Y en determinadas circunstancias aumenta la tolerancia al
dolor físico o lo suprime del todo.
Pero, al mismo tiempo, reduce o anula la claridad de juicio. Como escribió
Cervantes: “El miedo que tienes te hace, Sancho, que ni veas ni oigas a derechas, por‐
que uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan
lo que son”. Bajo su influencia no se puede reflexionar bien, ni realizar tareas
complejas o que necesitan deliberación y se tiende a cometer errores. Provoca
una sensación general de desorganización o falta de control de la situación que
no afecta a actos reflejos o muy automatizados. El miedo puede paralizar, quita
fuerzas o agarrota los músculos e impide cualquier reacción. Por ejemplo, en‐
tre los mamíferos, cuando un animal caza a una presa ésta se queda a menudo
quieta, sin hacer nada. De igual modo, muchos individuos permanecen inmó‐
viles y sin capacidad de reaccionar ante una amenaza, aunque su vida esté en
peligro.
El miedo y las emociones negativas dominan sobre las positivas. Ya lo
afirmó el historiador Tito Livio: “Los hombres experimentan menos intensamente lo
bueno que lo malo”1 Los psicólogos lo llamamos sesgo de negatividad: tendencia a
prestar atención y reaccionar más rápidamente ante las posibles amenazas que
ante las gratificaciones. Esto tiene una clara explicación evolutiva y de carácter
adaptativo. Somos muy sensibles a las situaciones que entrañan peligro y que
pueden poner en riesgo nuestra vida. Lo amenazante nos pone en guardia, nos
da energía para reaccionar. El problema que abordamos aquí surge cuando no
existe situación de peligro y sin embargo se reacciona como si éste fuera real.
1 “segnius homines bona quam mala sentiunt”, Anales, XXX, 21.
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A lo largo de nuestra vida tenemos miedo de cosas y sucesos variados.
Nuestros temores van desde lo más simple a lo más complejo, desde el miedo al
dolor físico hasta el miedo a las arañas, las serpientes, las cucarachas u otros
animales. Otros miedos son más difusos y difíciles de describir, pero no por ello
menos espantosos: a lo desconocido, a la soledad, a la miseria, al fracaso profe‐
sional, a la pérdida de la reputación, a la traición, a la incapacidad física y a no
poder valerse por sí mismo. Está tan extendido que otro clásico, el poeta Albio
Tíbulo dijo que “Lo primero que hizo Dios en el mundo fue el miedo”. A esta ubicui‐
dad se refería irónicamente el médico y escritor François Rabelais al decir a tra‐
vés de su personaje Panurgo: “no temo a nada excepto a los peligros”.
El miedo es un gran motor de nuestro comportamiento. Nos protegemos
de lo que nos pueda dañar a corto y a largo plazo, evitamos situaciones de peli‐
gro y pasamos toda la vida valorando posibles amenazas y cómo protegernos
de ellas. Este poder movilizador es el que hace que algunas personas lo utilicen
para presionar y doblegar a otras, de forma que hagan lo que ellos quieren. Va
desde la amenaza y el chantaje emocional en el entorno cotidiano y privado
hasta la violencia fanática y terrorista que busca subyugar con el miedo.
El tipo de miedo del que voy a hablar aquí es un miedo irracional, intenso
y persistente, ante el cual la reacción no está justificada y puede ser perjudicial a
largo plazo. Es un miedo cotidiano, el miedo a la sangre, pero no es un miedo
como los demás. Todo lo relacionado con la sangre y su esencial carácter vital,
en todos los sentidos que se quiera, ha impregnado mitos, leyendas y creencias
culturales y religiosas durante siglos. Ha quedado plasmado en la literatura y
en el cine, y persiste en ritos actuales de purificación a través de la sangre. Exis‐
ten prescripciones religiosas contra acciones en las que la sangre está presente
de una forma u otra. En la vida diaria hablamos de crímenes o delitos de san‐
gre, pactos de sangre, ser de la misma sangre…, y aquí, del miedo a la sangre.
Miedo a la sangre, inyecciones y heridas o hematofobia
El miedo que se experimenta cuando a uno le van a sacar sangre, le van a
poner una inyección o tiene que ir al dentista, también denominado hematofobia
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o fobia a la sangre, inyección y heridas (aquí abreviamos como fobia a la san‐
gre), es uno de los más extendidos y, al mismo tiempo de los que menos se co‐
nocen sus bases biológicas y psicológicas. Puede definirse como el intenso temor
a ver sangre, sufrir una herida, recibir una inyección o cualquier acto médico cruento.
Reacciones parecidas se observan ante imágenes estáticas o vídeos de mutila‐
ciones o intervenciones quirúrgicas.
Esta afección la padecen entre el 3 y 4% de la población y cifras más eleva‐
das, de hasta el 5,7%, pueden encontrarse si se añaden las fobias a dentistas,
hospitales y el miedo irracional al contagio de enfermedades o condiciones pa‐
tológicas como el cáncer o el SIDA, y añadiríamos hoy el miedo a contraer el
Ébola (Fredrikson et al., 1996; Kendler et al., 2001).
Este miedo específico posee importantes repercusiones en las conductas de
salud, ya que constituye un obstáculo para la prevención, diagnóstico y trata‐
miento de enfermedades. Los afectados evitan exámenes médicos, vacunacio‐
nes, donaciones de sangre o visitas al dentista y a otros especialistas. De esta
forma ponen en riesgo su salud y, con frecuencia, la de las personas a su car‐
go, como niños o ancianos. Se añade a ello que lo asumen como su forma de
ser o actuar, y no suelen buscar ayuda profesional para afrontar y resolver su
problema.
Esta fobia puede ser determinante en la elección de estudios, o más bien en
abandonar o descartar carreras profesionales en ciencias de la salud, como me‐
dicina, enfermería, odontología o veterinaria. Alguna vez habrán oído esta ex‐
presión u otras parecidas: “habría estudiado medicina si no fuera porque me desmayo
al ver una gota de sangre”. Señalemos como ejemplo histórico al gran naturalista
Charles Darwin quien, a pesar de sus deseos y de los de su familia, no siguió los
estudios de Medicina por esta razón. Periódicamente, escritores, políticos, acto‐
res o actrices confiesan padecer esta afección.
No suele ir asociada a otros trastornos, por ejemplo a otras fobias específi‐
cas, como el miedo a las arañas o serpientes, ni tampoco acompaña a la ansie‐
dad generalizada o depresión. Se da más en mujeres que en hombres, y la edad
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de inicio es temprana, mayoritariamente entre los 5 y 9 años de edad (Arrindel
et al., 2003; Öst, 1992). En una muestra española, el 72,1% de los adultos asegura
padecer la fobia desde la infancia. En los niños es muy frecuente este tipo de
miedo, pero no todos quienes lo padecen desarrollan la fobia cuando son mayo‐
res (Borda Más et al., 2010; Öst, 1992).
La persona afectada evita situaciones relacionadas con la sangre y reconoce
que su miedo es excesivo e infundado. Las crisis consisten en reacciones fisioló‐
gicas y psicológicas variadas y relacionadas entre sí. Sensaciones típicas son
mareo, confusión y debilidad. Pueden aparecer no sólo al enfrentarse a una si‐
tuación real, sino también al ver imágenes o escuchar una narración de las si‐
tuaciones que lo desencadenan habitualmente, intervenciones quirúrgicas por
ejemplo. Aumentan los ritmos cardíacos y respiratorio (hiperventilación), pu‐
diendo llegar al desmayo o síncope vasovagal, desencadenado por un brusco y
pronunciado descenso en la presión arterial.
Su intensidad y relevancia se valora a través de la entrevista clínica y de un
amplio número de cuestionarios específicos o generales de miedos y fobias, que
contienen subescalas que indagan acerca del miedo a la sangre y al daño corpo‐
ral (Borda Más et al., 2010; Page et al., 1997).
Origen
Desde un punto de vista evolucionista el miedo a la sangre, al igual que el
miedo a animales potencialmente dañinos, tendría un sentido adaptativo y fa‐
vorecedor de la supervivencia de la especie al asegurar una reacción rápida en
situaciones con riesgo vital. La presencia de sangre sería una de ellas al señalar
la existencia de algún tipo de peligro, y es posible que se conserve en el ser
humano una propensión a evitar las situaciones cruentas. A favor de esta hipó‐
tesis se ha propuesto que este tipo de miedo, y en particular el síncope, podría
ser una reacción adaptativa de anticipación o preparación para la pérdida de
sangre. Se aduce para ello que la bajada brusca de la presión arterial reduce la
hemorragia y facilita la coagulación, lo que aumenta la posibilidad de sobrevi‐
vir después de una lesión cruenta.
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En algunas personas existiría una tendencia mayor al desmayo que tendría
un origen genético. Hay datos variados que avalan esta afirmación. Se sabe que
quienes se desmayan tienden a hacerlo no sólo ante la sangre sino en otras si‐
tuaciones, lo que indicaría cierta predisposición al síncope (Gerlach et al., 2006).
Los fóbicos a la sangre tienen más parientes cercanos con la misma fobia que los
que padecen otras fobias (Öst, 1992). Entre el 30 y casi el 50% informan de ante‐
cedentes familiares (Kleinknecht et al., 1996; Borda Más et al., 2010). Ahora bien,
la historia familiar no se corresponde con una mayor intensidad de la fobia.
Los estudios de familia se ven confirmados por aquellos que, con el empleo
de metodologías diferentes, abordan el impacto de la herencia genética. Se acep‐
ta desde hace tiempo que ésta posee una influencia moderada en las fobias, así
como que existe un factor común a distintas fobias, entre las que se incluye la
hematofobia (Kendler et al., 2001). La heredabilidad oscila entre un 25 y un
37%, y en estudios de gemelos se ha fijado en el 28%. Algunos autores elevan la
heredabilidad hasta el 59% (Kendler et al., 2001). Entre los genes candidatos a
intervenir estaría el responsable de uno de los receptores de adenosina (Hohof
et al., 2009).
Al igual que ocurre en el resto de fobias se ha propuesto también que po‐
dría tener su origen en la experiencia previa, lo que incluye el aprendizaje por
imitación y observación, y la información recibida a lo largo de la vida (DSM‐IV
TR, American Psychiatric Association, 2000). La historia personal o familiar de
enfermedades, intervenciones quirúrgicas e ingresos hospitalarios pueden des‐
empeñar un papel destacado en la aparición de este miedo, por ejemplo, el
hecho de escuchar relatos de miedo intenso o desmayos, o presenciarlos en per‐
sonas allegadas. La exposición a un suceso particularmente cruento o traumáti‐
co, como los descritos, también formaría parte de las experiencias que podrían
contribuir al desarrollo de esta fobia.
Se ha propuesto también, y es objeto de cierta controversia, que se desen‐
cadenaría por una combinación de un miedo específico con la emoción de asco,
ya que estos fóbicos podrían ser más proclives a experimentar la emoción de
asco o repulsión. La reacción emocional de asco (con predominio de actividad
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parasimpática y un posible efecto hipotensor) influiría en la reactividad vegeta‐
tiva propia del miedo (Page, 1994). Ayala et al. (2010) encuentra cambios fisio‐
lógicos y subjetivos similares en fóbicos a la sangre al observar un vídeo de una
intervención quirúrgica y otro con contenido repulsivo. Para otros autores, sin
embargo, estos pacientes no son más propensos que otros a experimentar la
emoción de asco o repulsión (Gerlach et al., 2006) o no encuentran datos que
apoyen esta hipótesis (Sarlo et al., 2008).
Diferencias con otras fobias. Los desmayos
Uno de los aspectos más llamativos del miedo a la sangre es que las reac‐
ciones son diferentes a las que se dan en otras fobias, y de ahí el calificativo de
singular que he elegido para el título de esta lección. Cuando una persona se
enfrenta a cierto tipo de insectos, como las arañas, o a otros animales poten‐
cialmente fóbicos como las serpientes, el conjunto de reacciones que manifiesta
es amplio y variado y coincide, en general, con la respuesta de lucha‐huida, o
respuesta de defensa, caracterizada por una intensa actividad en el sistema ner‐
vioso vegetativo simpático, o descarga simpática, con la liberación de adrenalina
y noradrenalina en la médula adrenal, además de córticotropina y cortisol en el
eje hipotálamo‐hipofisiario‐córticosuprarrenal. Se añaden además otros cam‐
bios fisiológicos que también estudiamos en el laboratorio, como la potencia‐
ción del reflejo de sobresalto, medida a través de la electromiografía. Si la per‐
sona padece de fobia animal, estas reacciones son mucho más intensas. Los
principales componentes de la respuesta de defensa de una persona fóbica ante
un estímulo relacionado con su miedo son:
– Aumentos en la respuesta de conductancia cutánea y en la presión ar‐
terial, más en la sistólica que la diastólica.
– Aceleración del ritmo cardíaco. Aunque la respuesta a imágenes aver‐
sivas suele ser una pronunciada desaceleración, los sujetos fóbicos
muestran una respuesta de aceleración de latencia breve, mayor ante
las imágenes de contenido relacionado con sus miedos que ante imá‐
genes neutras (Cook et al., 1992; Hamm et al., 1997).
– Vasoconstricción periférica superficial o cutánea y vasodilatación
muscular.
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– Aumentos en la actividad electromiográfica del músculo corrugador
superciliar.
– Potenciación del parpadeo reflejo de sobresalto.
– Reacciones conductuales de evitación y huida. En el laboratorio se es‐
tudian, por ejemplo, a través del tiempo de visión de las imágenes,
dejando que los participantes las contemplen todo el tiempo que de‐
seen y midiendo ese tiempo sin que lo sepan.
Estas reacciones aparecen incluso cuando los estímulos relacionados con el
miedo se presentan muy rápidamente, fuera de la conciencia, y son procesados
de forma pre‐atencional. Este tipo de percepción subliminal de imágenes de su
miedo provoca en fóbicos mayores respuestas de conductancia cutánea.
En cambio, en el miedo a la sangre no se dan respuestas de huida sino de
evitación y la reacción simpática está disminuida o se ve sobrepasada por el
brusco descenso en la presión arterial. Es llamativo que en otras fobias el orga‐
nismo se fortalece y se prepara para la lucha, la defensa o la huida. Por el con‐
trario, en la hematofobia, las reacciones vuelven a la persona más débil, e inclu‐
so inconsciente, en una situación aparentemente amenazante.
El desmayo o síncope vasovagal puede aparecer antes, durante o después de
la experiencia o visión de la situación, es brusco y repentino y la conciencia se
recupera espontáneamente. En este caso se habla de un síncope vasovagal psicó‐
geno, al ser provocado por una emoción o estímulo psicológico. La pérdida del
conocimiento suele ir precedida de síntomas variados, o presíncope, como ma‐
reo, sudor frío, confusión, vértigo o náuseas, que pueden darse sin pérdida de
conocimiento.
El miedo o la preocupación por el desmayo es otro de los elementos distin‐
tivos de esta fobia y contribuye a aumentar la evitación de las situaciones de‐
sencadenantes. Los efectos de los desmayos van más allá de la pérdida del co‐
nocimiento, ya que si resulta en una caída pueden producirse lesiones de mayor
o menor gravedad.
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Entre el 25 y el 80% de este tipo de fóbicos sufren desmayos, y son más fre‐
cuentes cuando el miedo es a la sangre, en un 70% de los casos, que cuando lo
que asustan son las inyecciones, un 57% (DSM‐IV TR, American Psychiatric As‐
sociation, 2000; Öst, 1992). Borda Más et al. (2010) sitúan en un 50% quienes
aseguran desmayarse “a veces o casi siempre”. Las mujeres son más propensas
al desmayo que los hombres (Kleinknecht et al., 1996). Sin embargo no existen
estas diferencias cuando el miedo a la sangre se incluye en la categoría de
“miedo a la mutilación”, con prevalencias de 3,2% en mujeres y de 2,7% en
hombres (Fredrikson et al., 1996). En cuestionarios específicos, como el Blood‐
Injection Sympton Scale (BISS: Page et al., 1997) las mujeres informan de más sín‐
tomas de ansiedad, tensión y desmayo. En otra escala, la Medical Avoidance Sur‐
vey (MAS: Kleinknecht et al., 1996), las mujeres puntúan más alto en los miedos
a objetos cortantes, mutilación e inyecciones y extracciones de sangre.
La principal pregunta que se han planteado los investigadores es cuál es el
origen de las diferencias entre esta fobia y las demás y, en particular, por qué se
produce el desmayo. La investigación actual apunta a dos factores principales:
una mala regulación vegetativa y un problema de control o de regulación emocional.
Problemas en la regulación vegetativa en fobias animales
y a la sangre
En el primer caso, se atribuye el desmayo a un desequilibrio o inestabilidad
del sistema nervioso vegetativo o autónomo que con sus dos grandes divisiones,
simpática y parasimpática, se ocupa de la regulación de gran número de órganos
internos y funciones vitales. La hipótesis tradicional, o hipótesis bifásica, del
desmayo en los fóbicos a la sangre se basa en el funcionamiento antagónico de
sus dos divisiones. Así, una fuerte reacción parasimpática, con una intensa acti‐
vación del nervio vago, contrarrestaría una respuesta simpática inicial provocada
por la visión de estímulos relacionados con la sangre (Graham et al., 1961).
Este funcionamiento antagónico no siempre se produce y no todos los inves‐
tigadores encuentran esta doble reacción simpático‐parasimpática. En conjunto,
no hay evidencia firme de una reacción bifásica simpática‐parasimpática (Ritz et
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al., 2010; Sarlo et al., 2008). Por otro lado, la activación parasimpática aislada no
es suficiente para explicar el síncope en la mayoría de los pacientes. Tampoco
hay datos que apoyen que existen niveles elevados de actividad parasimpática
con carácter crónico en pacientes de fobia a la sangre (Gerlach et al., 2006). Los
hematofóbicos con antecedentes de síncope o presíncope muestran mayor pro‐
pensión al desmayo, indicadora de una mala regulación vegetativa, en el test de
inclinación (“tilt table test”), técnica que se emplea para estudiar la susceptibili‐
dad al síncope vagal (Accurso et al., 2001). Sin embargo, Gerlach et al. (2006) no
encuentran diferencias en la actividad vagal entre fóbicos a la sangre que se des‐
mayan, los hematofóbicos que no se desmayan y sujetos de control sin esta fobia.
En cambio, sí hay datos que indican que estas reacciones podrían deberse
más bien a una mala regulación de la reactividad simpática (Sarlo et al., 2008).
Se apunta a una combinación de un miedo elevado y a una mala regulación del
sistema nervioso vegetativo, con una intensa reacción tanto simpática como pa‐
rasimpática. Una fuerte respuesta simpática no sería suficiente para reclutar
una respuesta de defensa completa y en un momento determinado de la crisis
los componentes parasimpáticos, entre ellos una bajada brusca de la presión
arterial, podrían ser determinantes para el desmayo. Los autores lo han expre‐
sado de forma diferente. Para Gerlach et al. (2006) se debería a una ansiedad
elevada acompañada de una alta actividad simpática. Ritz et al. (2010) apuntan
a la interacción entre una predisposición subyacente a la mala regulación vege‐
tativa y un miedo adquirido hacia las situaciones desencadenantes. Sin embar‐
go, el miedo a la sangre no parece ser necesario ni suficiente para que se dé el
desmayo (Kleinknecht et al., 1996). Aunque haya una correlación alta entre
miedo y desmayo hay personas con bajas puntuaciones en miedo que se des‐
mayan. Así, los hematofóbicos que no se desmayan obtienen más puntuaciones en
escalas de ansiedad específicas que quienes sí lo hacen (Gerlach et al., 2006).
La hiperventilación desempeña también un papel importante ya que pro‐
voca hipocapnia, o descenso de los niveles de dióxido de carbono en la sangre, y
vasoconstricción cefálica con la consiguiente disminución de riego sanguíneo
cerebral, lo que contribuye a los síntomas del presíncope y al desmayo (Ritz et
al., 2010).
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Hay una respuesta fisiológica exagerada ante los
estímulos relacionados con la sangre
Un dato experimental relevante es que los estímulos relacionados con la
sangre provocan reacciones intensas prácticamente en todas las personas, ya
que son los que más activan y se perciben como más amenazantes (Hamm et al.,
1997). En uno de nuestros trabajos estudiamos la relación entre la reactividad
cardiovascular ante un estímulo auditivo intenso y la respuesta cardíaca poste‐
rior provocada por imágenes visuales afectivas de diferente contenido (neutras y
que describían situaciones relacionadas con aventuras o deporte, sufrir una agresión,
estimulación erótica y daño corporal). En general, las imágenes afectivas negativas
o desagradables provocaban menor desaceleración cardíaca inicial y una acele‐
ración cardíaca posterior mayor en los que reaccionaban con más intensidad al
estímulo auditivo intenso. Este patrón era mucho más marcado ante las imáge‐
nes de daño corporal (Sánchez‐Navarro et al., 2006). Las medidas subjetivas re‐
saltaban estos resultados: las imágenes de daño corporal fueron calificadas co‐
mo las más desagradables y estaban entre las más activadoras. Estos datos están
en línea con los obtenidos por otros grupos de investigación (Bradley et al.,
2001; Hamm et al., 1997).
Hemos tenido también la oportunidad de comprobar esta mayor respuesta
vegetativa de tipo simpático con otra medida como es la respuesta de la enzima
alfa‐amilasa salival (ptialina) ante estímulos con diferente carga emocional. La
producción de saliva está regulada principalmente por el sistema nervioso pa‐
rasimpático, y la disminución brusca, o retirada, de la actividad parasimpática
es una respuesta típica ante situaciones de estrés, que se manifiesta a través de
la sequedad de la boca, experiencia que muchos oradores conocen. Por el con‐
trario, la liberación de alfa‐amilasa responde a la actividad directa de neuronas
simpáticas sobre determinadas células de las glándulas salivales. Las imágenes
de mutilaciones provocaban el mayor aumento en la actividad de la alfa‐
amilasa salival en las dos medidas habituales (tasa y flujo). Los cambios obser‐
vados en la alfa‐amilasa salival variaban de acuerdo con la valencia afectiva,
esto es cuanto más desagradables eran las imágenes, mayor era la liberación de
alfa‐amilasa. En concordancia con estos datos, otras investigaciones han encon‐
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trado aumentos en la liberación de noradrenalina, córticotropina y cortisol co‐
mo respuesta a imágenes que representan mutilaciones (Codispoti et al., 2003).
En resumen, los estímulos relacionados con la sangre poseen un gran po‐
der evocador de fuertes reacciones psicológicas y fisiológicas. Sin embargo, en
los fóbicos a la sangre sus reacciones son diferentes a las que se encuentran en
otras fobias, como sucede en las fobias animales, cuando se les presentan estí‐
mulos relacionados con su miedo.
¿Cómo reaccionan los fóbicos a la sangre ante los estímulos
relacionados con su fobia?
Las personas con fobia a la sangre reaccionan ante los estímulos de alta in‐
tensidad no relacionados con su miedo con una respuesta típica de defensa (Sán‐
chez‐Navarro et al., 2012a; Sánchez‐Navarro y Martínez‐Selva, 2014). Esto es, se
asustan como todo el mundo ante los estímulos aversivos, potencialmente da‐
ñinos, por ejemplo sonidos intensos. Sin embargo, no muestran un patrón fisio‐
lógico consistente en su respuesta ante estímulos de sangre, por lo que este as‐
pecto es específico y propio de este tipo de situaciones.
Para empezar, no muestran una clara respuesta cardíaca de defensa. Su re‐
acción cardiovascular es atípica, con una aceleración cardíaca inicial a la prime‐
ra presentación del estímulo relacionado con su miedo (Hamm et al., 1997;
Klorman et al., 1977), seguida de un patrón de desaceleración en sucesivas pre‐
sentaciones del mismo tipo de estímulos.
En esta línea, también se ha observado una ausencia de aumentos en la
conductancia cutánea y en la potenciación emocional del parpadeo reflejo de
sobresalto, con algunas excepciones (Hamm et al., 1997). En general, las res‐
puestas de conductancia cutánea son mayores ante los estímulos de mutilación,
pero los fóbicos a la sangre no muestran una respuesta mayor que las personas
no fóbicas. En el mismo sentido, la actividad electromiográfica del músculo co‐
rrugador superciliar es también mayor ante los estímulos de miedo, pero simi‐
lar a los de los sujetos de control no fóbicos. La presentación subliminal no arro‐
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ja diferencias en reactividad vegetativa entre fóbicos a la sangre y no fóbicos,
pero en este caso sí hay mayor respuesta en el músculo corrugador superciliar
(Sánchez‐Navarro et al., 2012b).
Con exposiciones más prolongadas (vídeos de intervenciones quirúrgicas,
por ejemplo) se observan aceleraciones cardíacas seguidas al final por desacele‐
ración (Sarlo et al., 2002). Otros autores, también con vídeos, han encontrado
aceleración y descenso en la presión arterial sistólica. Como dato interesante
informan que una mala regulación simpática, en concreto un aumento de la va‐
sodilatación periférica, secundario a un descenso en la resistencia total periféri‐
ca, contribuiría a la caída en la presión arterial e impediría que ésta se pudiera
compensar (Sarlo et al., 2008).
En un experimento reciente (Martínez‐Selva et al., 2014; Sánchez‐Navarro
et al., 2014a) en el que hemos comparado fóbicos a las serpientes, fóbicos a la
sangre y controles sin fobias hemos encontrado que las imágenes de mutilación
provocaban mayores respuestas de conductancia cutánea y de flujo salivar en
los sujetos con fobia a la sangre que en los controles, pero similar a los fóbicos a
las serpientes. Los resultados obtenidos en los dos grupos indican que en com‐
paración con el grupo de control, los fóbicos a las serpientes muestran ante
imágenes de serpientes:
– Mayor número de respuestas de conductancia cutánea
– No hay desaceleración inicial de frecuencia cardíaca
– Mayor pico de aceleración máxima en la respuesta cardíaca de defensa
Por su parte, los fóbicos a la sangre, en comparación con los controles,
muestran ante imágenes de mutilación:
– Mayor número de respuestas de conductancia cutánea
– Mayor tasa de flujo salival
– Mayor actividad electromiográfica en el músculo corrugador superciliar
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Estos datos muestran en los sujetos con fobia a las serpientes una respuesta
típica de defensa, mediada por la división simpática del sistema nervioso vege‐
tativo. Por su parte, los fóbicos a la sangre muestran un patrón de respuestas
indicador de una co‐activación simpática (respuesta de conductancia cutánea) y
parasimpática (flujo salival, independiente de la alfa‐amilasa) que podría expli‐
car en parte los síntomas cardiovasculares observados en estos pacientes.
La activación del músculo corrugador superciliar podría relacionarse con la
respuesta facial de asco, dando un apoyo parcial a las hipótesis de la participa‐
ción de la emoción de asco o repulsión en la fobia a la sangre, aunque esta acti‐
vidad se relaciona también con la respuesta de miedo.
En conclusión, frente a la idea tradicional según la cual la activación simpá‐
tica va acompañada de una desactivación o inhibición parasimpática, nuestros
datos apoyan la existencia de una reacción conjunta o coactivación simpático‐
parasimpática ante situaciones relacionadas con la sangre. Son compatibles con
los de otros autores que indican que en estos pacientes se produce un fallo al
producir respuestas vegetativas de defensa. Entre ellas destacan el descenso en la
resistencia total periférica y la consiguiente vasodilatación y bajada en la presión
arterial. En conjunto, se explica tanto que no haya una respuesta más intensa
ante estímulos relacionados con su fobia, al contrario de lo que sucede en el
resto de fobias, como el síncope provocado por una respuesta simpática atípi‐
ca o no habitual.
La hematofobia como pérdida de control cortical sobre las
emociones
El segundo factor que se ha propuesto para explicar las reacciones que
acompañan a este miedo es que en estos pacientes podría darse un problema en el
control o regulación de sus emociones, que se haría más intenso en situaciones ca‐
racterizadas por una alta ansiedad o malestar como las que provocan estas cri‐
sis. Se vería afectada entonces la capacidad para controlar sus reacciones, tanto
las automáticas que pueden reducir la actividad vegetativa simpática como las
conscientes que pueden preparar mejor para enfrentarse a la situación. La des‐
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aparición de esta regulación aumenta la sensación subjetiva de miedo y lo vuel‐
ve mucho más desagradable.
Distintos datos avalan esta hipótesis. Por un lado, estudios de neuroimagen
cerebral muestran que estos fóbicos presentan una actividad disminuida en la
corteza prefrontal medial en comparación con personas no fóbicas, cuando se les
presentan imágenes relacionadas con su fobia (Hermann et al., 2007). Esta región
cerebral está implicada en la regulación emocional. Por otro lado, hay datos que
indican que los hematofóbicos con facilidad para desmayarse tienden a concen‐
trarse en sensaciones corporales, mientras que los que no se suelen desmayar uti‐
lizan estrategias de tipo intelectual, como la distracción (por ejemplo, pensar en
otra cosa) para enfrentarse a la situación (Steptoe y Wardle, 1988). En el primer
caso, la persona se centraría en sensaciones somáticas preocupantes, del tipo “me
sudan las manos”, “parece que me voy a marear”, que contribuyen a intensificar el
miedo. En el segundo caso, abundarían los pensamientos de seguridad y protec‐
ción, del tipo: “no me va a pasar nada”, “esto no duele” o “terminará enseguida”. El
que existan dos formas diferentes de afrontar la situación es importante porque
puede servir de guía para la prevención y tratamiento del trastorno.
En relación con esta hipótesis podemos aportar datos obtenidos con la téc‐
nica de potenciales evocados electroencefalográficos, y con un procedimiento en
el que una señal de aviso (una palabra que indica si el estímulo que se va a pre‐
sentar corresponde a serpiente o a mutilación) anticipa la imagen que fóbicos y
controles van a observar. Hemos obtenido diferencias llamativas en los poten‐
ciales evocados lentos de preparación (Sánchez‐Navarro et al., 2014b):
– Las personas con miedo a las serpientes muestran tras la señal de avi‐
so del estímulo de su fobia, una onda cerebral de anticipación. Indica‐
ría una disposición o preparación para afrontar el estímulo de miedo
específico que se va a presentar.
– En las personas con miedo a la sangre no aparece esta onda de antici‐
pación, lo que revela que no pueden reaccionar o prepararse para en‐
frentarse a la imagen que van a ver; manifestaría una mayor vulnera‐
bilidad ante los estímulos y que se dispone de menos recursos para
enfrentarse a ellos. Posiblemente estas personas se verían desborda‐
das por sus emociones.
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Por tanto, el desmayo puede ser el resultado tanto de una respuesta fisio‐
lógica excesiva (la coactivación simpático‐parasimpática), con incapacidad para
reclutar una respuesta simpática de defensa habitual, como de un fallo en los
mecanismos cerebrales implicados en el control e inhibición de las emociones y
de la actividad vegetativa. Todo ello puede explicar las peculiaridades del mie‐
do a la sangre y sus diferencias con otras fobias.
En conclusión
En la actualidad, como hemos visto, disponemos de varias hipótesis acerca
del origen de este trastorno que la investigación futura deberá depurar hasta
encontrar la que mejor lo explique. Entre ellas podemos citar:
1. Hay una respuesta excesiva a los estímulos relacionados con la sangre.
Pueden indicar un peligro físico y son importantes para la supervivencia.
2. Existe una coactivación simpático‐parasimpática en los fóbicos a la
sangre ante los estímulos relacionados con su miedo. La reactividad
simpática es intensa pero, al contrario de lo que ocurre en otras fobias,
no es completa ni dominante y puede verse superada por la reactivi‐
dad parasimpática lo que contribuye al desmayo.
3. Puede haber componentes de la emoción de asco con influencias para‐
simpáticas en la reactividad fisiológica.
4. Puede haber un fallo de los mecanismos de control cerebral sobre las
reacciones emocionales y sobre la actividad vegetativa, aumentando la
sensación subjetiva de miedo y de pérdida de control.
Tratamientos para la hematofobia
Existen tratamientos eficaces para combatir la hematofobia. No hace falta
que el paciente espere a que los investigadores conozcamos al detalle todos los
procesos que suceden en su respuesta vegetativa o en sus procesos cerebrales
cuando se enfrenta a las situaciones relacionadas con su miedo. Basta con que
acuda al profesional y siga unas instrucciones básicas o un tratamiento completo.
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Hay dos tipos principales de terapias:
5. Terapia de exposición, con la presentación de imágenes o películas de in‐
tervenciones quirúrgicas. La exposición se realiza en un entorno con‐
trolado (clínica, consulta) y puede ser gradual o masiva. Si es gradual
se sigue una gradación o jerarquía de estímulo de menos intenso a más
intenso, hasta culminar con una situación altamente aversiva. Puede
incluir modelado o instrucciones del terapeuta para enfrentarse a las si‐
tuaciones.
6. Terapia de tensión aplicada (“applied tension technique”; Hellström et al.,
1996). No va dirigida a disminuir el miedo, sino que pretende impedir
el desmayo elevando la presión arterial, el retorno venoso y el flujo
sanguíneo cerebral. Se trata de contraer voluntariamente durante unos
instantes (entre diez y quince segundos) los brazos, piernas y tórax, de‐
jando un descanso de veinte a treinta segundos entre las contracciones.
La secuencia se repite varias veces y se debe practicar en casa. Puede
considerarse una técnica de afrontamiento en la que el paciente apren‐
de también una forma de reaccionar y de autocontrol en las situaciones
desencadenantes de la crisis.
En algunos casos se ha utilizado también la relajación muscular progresiva,
sola o en combinación con las dos terapias anteriores. Por último, las habilidades
de afrontamiento del estrés podrían ser útiles también como complemento cuando
se dan síntomas de ansiedad intensa.
No existen muchos estudios sobre la eficacia de los tratamientos. Ayala et
al. (2009) al comparar los tratamientos entre los diferentes grupos encuentran
que, según los datos subjetivos que proporciona el propio paciente acerca de los
niveles de ansiedad, evitación y desmayo que experimenta, la tensión aplicada
es mejor. En cambio, según los cuestionarios pre‐ y post‐tratamiento, los mejo‐
res resultados se obtenían con la terapia de exposición. Según Gerlach et al.
(2006) los pacientes que se desmayan serían más sensibles a la terapia de ten‐
sión aplicada, mientras que para el resto sería mejor la de exposición. No obs‐
tante, en el estudio de Ayala et al. (2009) todos los participantes mejoraron, tan‐
to si se desmayaban como si no. Los tratamientos parecen tener resultados simi‐
lares, con mejoras significativas de entre el 70 y el 80 por ciento de los pacientes
durante el seguimiento.
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La demostrada aparición de la hiperventilación, y la consiguiente hipocap‐
nia y vasoconstricción cerebral, entre los síntomas de esta fobia, especialmente
cuando se da el síncope o presíncope vagal, lleva a pensar en la eficacia de las
técnicas de respiración controlada (Ritz et al., 2005; 2010). En concreto, la deten‐
ción o enlentecimiento de la respiración alivia la hipocapnia y atenúa los efectos
de la hiperventilación.
Para finalizar quiero resaltar que este formato de lección magistral, que si‐
gue una tradición de siglos, da la oportunidad de exponer a una distinguida
audiencia nuestros trabajos y conocimientos, pero nos priva de algo esencial a
nuestra condición de docentes e investigadores. Es el debate, la discusión libre y
abierta, plantear críticas, cuestionar los conocimientos, aclarar dudas y suscitar
nuevas preguntas. En suma, una de las tareas y me atrevo a decir de las más
importantes de los investigadores: el pensamiento crítico y racional del que na‐
ce la ciencia. Estudiamos las emociones con la razón, y seguiremos estudiando
el miedo sin miedo.
Termino con mi agradecimiento a mis compañeros del grupo de investiga‐
ción, que incluye profesores de otras universidades. Parte de estos estudios han
sido financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad (PSI2012‐
34441) y por la Fundación Séneca‐Agencia Regional de Investigación y Tecno‐
logía de la Región de Murcia (08839/PHCS/08).
Muchas gracias.
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