2 .2 . E
15 6 2-15 7 2
15 62 )
1569
1570)
208 H IS T O R I A M O D E R N A U N IV E R S A L
huyeron, además, las intrigas en la Corte protagonizadas por el hijo menor de Catalina
de Médicis, Francisco, duque de Alengon, en contra de los Guisa, De esta forma se
constituyó el partido de los descontentos, uno de cuyos representantes más destacados
fue Montmorency-Damville, que aprovechó su cargo de gobernador del Languedoc
para establecer una alianza con el estado hugonote y contribuir así al hundimiento de
la autoridad real en el sur de Francia.
Enrique III fue el último de los hijos de Enrique II y Catalina de Médicis en acce-
der al trono. Como escribe Elliott: «El último gobernante de la dinastía Valois era una
extraña mezcla de contradicciones. Los periodos de rigurosa mortificación se alterna-
rían con ataques de disipación afeminada, durante los cuales sus compañeros de peni-
tencia se convertirían en sus mignons —mimados favoritos que llegarían a ser objeto
de disgusto y de mofa general— .» Antes de heredar la corona de Francia a la muer-
te de su hermano Carlos IX (1574), había sido elegido rey de Polonia (1573). Se pusie-
ron muchas esperanzas en que el ejemplo de la tolerancia religiosa existente en la Po-
lonia de la época pudiera extenderse a Francia, pero la experiencia polaca de Enrique
de Anjou fue un fracaso del que escapó para hacerse cargo de una Francia dividida. No
le quedó más remedio que aceptar las condiciones impuestas por los rebeldes en la paz
de Monsieur (1576), confirmada por el edicto de Beaulieu, en que se concedía amplia
libertad de culto a los hugonotes, admisión a todos los cargos incluyendo los parla-
mentos, y se les otorgaban ocho plazas de seguridad. También salieron favorecidos
los descontentos y en especial Francisco de Alengon, que recibía en apanage varias
regiones francesas con el título, que hasta entonces había ostentado su hermano Enri-
que, de duque de Anjou.
Sin embargo, este notable éxito hugonote provocó la inmediata reacción católica.
Como la monarquía se había mostrado incapaz de asegurar la unidad religiosa, se orga-
nizó un partido católico a tal fin, que acabaría convirtiéndose en un movimiento revolu-
cionario y antirrealista. La Liga católica contaba con precedentes de ligas provinciales
surgidas en los años sesenta, pero ahora tuvo una dimensión nacional bajo la dirección
de Enrique, duque de Guisa. Se basó en la alianza entre las uniones locales encabezadas
por la nobleza militar católica y la clientela de los Guisa. Pretendía limitar los poderes
de la monarquía reforzando el papel de los Estados Generales. Enrique III intentó varias
maniobras para contrarrestar el poder de la Liga; aceptó reunir los Estados Generales en
Blois (1576), pero sus concesiones a los católicos en contra de los protestantes no impi-
dieron que se atacara el centralismo monárquico y se defendiera una monarquía electi-
va. Pasó a continuación a encabezar la Liga y llevar a cabo una nueva guerra contra los
hugonotes que acabó con el edicto de Poitiers (octubre de 1577) que restringía las con-
cesiones a los protestantes. La prohibición de todas las ligas, católicas y protestantes,
parecía abrir el camino hacia la tolerancia, pero las resistencias eran demasiado fuertes.
Quiso, finalmente, contrarrestar el poder territorial de los Guisa concediendo diversos
gobiernos provinciales a sus favoritos y configurar, así, su propio partido. La existencia
de tres regímenes —protestante, católico y real— sumió a Francia en la anarquía mien-
tras se agudizaba la crisis económica y el malestar social.
3 .2 . E
F R A N C IA , IN G L A T E R R A Y E S P A Ñ A : C O N F L IC T O S C O N F E S IO N A L E S
L A S G U E R R A S E N L A E U R O P A D E F E L IP E II ( 1 5 5 9 - 1 5 9 8 ) 225
consecuencia, las tres fronteras heredadas de la época de Carlos I, pero algo modifica-
das a través de las cambiantes circunstancias, que, por ejemplo, convirtieron en ene-
migos político-religiosos de la monarquía filipina tanto a los rebeldes de los Países
Bajos como a la monarquía inglesa.
4.1. II
Las motivaciones que llevaron a la ruptura entre una parte de la población fla-
menca y su rey fueron de muy diversa naturaleza. Instrumento de agitación política, la
ideología calvinista había ido penetrando en los Países Bajos —aunque con mayor
lentitud que en Francia— desde Ginebra y Estrasburgo, experimentando un auge con
la llegada de hugonotes franceses tras la firma de la paz de Cateau-Cambrésis. Por otra
parte, la renovación de los placarás o edictos contra la herejía, decretados ya por Car-
los V, contribuyó a enrarecer las relaciones entre el monarca y sus súbditos.
En esta situación Felipe II abandonaba los Países Bajos rumbo a España (1559),
dejando como gobernadora de aquel territorio a Margarita de Parma (hija natural de
Carlos V), asesorada por un Consejo de Estado, en el que figuraba en lugar destacado
Antonio Perrenot (desde 1561 cardenal de Granvela). Frente al ascendiente de Gran-
vela en el gobierno se alzaron voces, como las de Guillermo de Nassau, príncipe de
Orange, o las del conde de Egmont. El descontento creció de tono en 1561 con la pu-
blicación de una bula pontificia que trataba de implantar en los Países Bajos una refor-
ma eclesiástica, consistente en la creación de nuevas diócesis. Tras no pocas presiones
Felipe II acabó destituyendo a Granvela (1564), como solicitaba la oposición. Pero la
situación continuó deteriorándose, con las órdenes de implantación de los decretos tri-
dentinos, de los placarás y de un mayor rigor inquisitorial.
En este clima varios nobles reunidos en torno a Luis de Nassau decidieron formar
un «Compromiso» o liga (noviembre de 1565), tanto de católicos como de protestan-
tes, para solicitar al rey el cese de las actividades de la Inquisición y una moderación
de su política en materia religiosa. A principios de abril de 1566 un grupo de compro-
misarios —pertenecientes la mayor parte a la baja nobleza— se entrevistó en Bruselas
con la gobernadora. Fue entonces cuando se acuñó el nombre de gueux (mendigos)
para designarlos.
Para complicar más la situación, las dificultades económicas por las que atrave-
saba el país (malas cosechas, cierre del estrecho del Sund a los navios holandeses, pro-
blemas comerciales con Inglaterra) lanzaron al pueblo a la revuelta y facilitaron la la-
bor de los predicadores calvinistas, dispuestos a beneficiarse del descontento cada vez
más generalizado.
En agosto de 1566, coincidiendo con una subida del precio del pan, se desató la
furia iconoclasta que recorrió todo el país. ¿Cuál fue la reacción de Felipe II? De las
dos tendencias manifestadas por sus consejeros, el monarca español se decantó por la
partidaria del rigor, enviando al duque de Alba para reprimir tales excesos. Y a nos he-
mos referido al impacto que en Francia causó el paso de las tropas de Alba camino de
Bruselas (1567). El arresto de los consejeros católicos, condes de Egmont y de Horn
(acusados de conspirar contra la Corona al lado del príncipe de Orange, quien logró
huir a Alemania), fue una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo hombre
fuerte de Felipe II en los Países Bajos, que asimismo procedió a establecer el llamado
Tribunal de los Tumultos, dirigido simultáneamente contra la herejía y la oposición
política. La lógica dimisión de Margarita de Parma, postergada a un segundo plano
por el duque de Alba, fue seguida del nombramiento de éste como gobernador gene-
ral. La muerte de los condes de Egmont y de Horn, decidida por el Tribunal de los Tu-
multos (1568), provocó el regreso del príncipe de Orange dispuesto a enfrentarse a las
tropas españolas. La llamada Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) presenta du-
rante el reinado de Felipe II dos fases. A la primera, muy confusa, en la que confluye-
L A S G U E R R A S E N L A E U R O P A D E F E L IP E II
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W. XVI XVII