Luis Rojas Marcos
La pareja rota. Familia, crisis y superación
Madrid: Espasa, 1999
Prólogo
“La unión con otra persona es la
necesidad más profunda que sientes los
seres humanos. La búsqueda de una rela-
ción amorosa es una obsesión universal”
(12). Pero cada historia de amor y de des-
amor es única.
En esta época narcisista, para mu-
chas personas es difícil amar porque des-
confían del prójimo, situado fuera de su
círculo de importancia, es decir, de sí mis-
mo. La familia también sufre cambios. El
esquema tradicional de hombre que trabaja
fuera y mujer en el hogar se está superan-
do. Ambos adquieren roles de independen-
cia y la relación con los hijos se modifica
también, aumentando la convivencia con
los padres. El divorcio se hace social y
legalmente más accesible, superando el
imperativo de seguir juntos pase lo que
pase.
La crisis de separación es a la vez
un peligro y una oportunidad. Es devasta-
dora y abre nuevos horizontes. “las deci-
siones espinosas nos enriquecen, porque
nos fuerzan a conocernos mejor, a elegir
entre múltiples alternativas y, sobre todo, a
acercarnos y unirnos a los demás” (17).
1. Familia, pareja y
ecología psicosocial
“La familia es la institución para-
digmática de la humanidad” (19). Es el
ambiente más paradójico y lleno de contra-
dicciones, foco de generosidad y mezquin-
dad, y el lazo más resistente e intenso en-
tre personas. Resulta, además, difícil de
estudiar, porque se protege y esconde a sí
misma del exterior.
A lo largo de la historia, ha ido va-
ciándose de algunos contenidos que asu-
men otras instituciones sociales: la econo-
mía, la educación, el ocio... Incluso el ma-
trimonio se ha vuelto accesorio, aparece
más tarde que nunca y no se vive necesa-
rio para las relaciones de pareja. La familia
se reduce a padres e hijos y con pocos
miembros. El urbanismo incrementa la dis-
tancia con que vemos a los demás, aunque
nos crucemos con cientos de ellos todos
los días. Nos hacemos más prácticos y
primamos la razón sobre los sentimientos.
Estamos más dispuestos a desafiar a la
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sociedad, aunque obedecemos a la presión
de ser originales. La pareja se ve inserta en
un medio de cambio continuo, del que ex-
trae múltiples alternativas de relación.
Del narcisismo que arranca con
fuerza en los sesenta, occidente comienza
vivir otro mal colectivo más fuerte: la de-
presión. “El narcisista es incapaz de rela-
cionarse verdaderamente con su pareja
porque no puede interrumpir su fijación en
sí mismo” (24). El narcisismo nos hacer
realmente vulnerables pues vivimos en un
autoengaño de fortaleza y valía que cae
ante los acontecimientos. Lo siguiente es
fácilmente la depresión. “Un estado de
ánimo colectivo, cargado de dudas y desa-
sosiegos, quizá sea el peaje obligatorio que
tengamos que pagar por conocernos mejor,
por sentirnos más humanos, por apreciar
nuestra necesidad de relacionarnos y de-
pender de otros y, en definitiva, por poner-
nos al día” (25).
En la ecología psicosocial actual,
se remueven los papeles de hombres y
mujeres. Éstas adoptan un papel social-
mente más activo. Aquéllos se despojan
del trasnochado esquema de virilidad e
insensibilidad. Y ambas dinámicas afectan
las dinámicas de pareja. “Como conse-
cuencia, a la pareja de hoy se le exige no
sólo ser mejores amigos, compañeros ínti-
mos y cónyuges sexuales, sino la realiza-
ción profesional o laboral de ambos fuera
del hogar y la mutua participación activa en
el cuidado y educación de los hijos” (28).
Tal vez lo sorprendente no es el alto núme-
ro de separaciones, sino la gran cantidad
de parejas que funcionan con este modelo.
El hogar supone una oportunidad de sosie-
go frente al ritmo frenético de vida actual.
2. La buena madre
La nueva definición de mujer ha
tambaleado el ideal de la buena madre y
las mujeres de hoy están todavía generan-
do esa figura, atrapadas entre dos modelos
dispares de dedicación al hogar y de auto-
nomía personal.
El control de la fecundidad es fun-
damental en el nuevo papel de la mujer,
desatada de la obligación de tener hijos. La
búsqueda de la maternidad sigue cargada
de fuertes emociones positivas, pero hay
otros componentes en el camino femenino
de la realización personal, como la activi-
dad profesional. El dilema entre la satisfac-
ción de la independencia y la respuesta
maternal es a veces crudo y difícil. Para
muchas mujeres “sus actividades fuera del
hogar se han vuelto tan esenciales para su
identidad que nunca se atreverían a aban-
donarlas para desempeñar el papel de
madre proverbial de dedicación completa,
aunque esto signifique una doble jornada
de trabajo en la empresa y en la casa” (32).
Pero la imagen de supermadre pesa y ge-
nera insatisfacción interior cuando la mujer
siente que no da la talla. En España, el
50% de las mujeres que trabajan fuera
sienten problemas por estar fallando a sus
deberes de madre. Y es que los mitos cul-
turales solo admiten dos tipos de madre: la
supermadre o la egoísta dañina. El arqueti-
po de la figura materna resulta especial-
mente tenaz.
Esta transición no sienta bien a la
pareja, a partir de la tensión entre mujer y
madre. Algunos profesionales de la psico-
logía, incluso, pronostican carencias tras-
cendentes en los hijos de familias donde
las madres trabajan, mientras que otros
defienden que los bebés no tienen proble-
mas para establecer relaciones con figuras
diferentes a la materna. “De hecho, exper-
tos en el desarrollo infantil apuntan que las
madres que trabajan y están satisfechas
representan modelos muy positivos para
los hijos” (36).
3. El hambre de padre
La figura paterna ha permanecido
siempre entre bastidores. Es el mito de
Zeus, poderoso y en los cielos. Es el caza-
dor primitivo, libre de la responsabilidad de
criar a sus hijos, autoridad moral suprema.
“Es el eslabón débill de la cadena afectiva
que enlaza a los miembros del clan fami-
liar” (39).
[Y: el texto habla del enorme vacío
que deja la muerte del padre, que estará
siempre presente debido a su ausencia,
que se siente un enorme agujero, un cráter
en el que se mira intensamente. Yo perdí a
mi padre. Y me dolió el alma profundamen-
te. Pero no me dejó un vacío, no busqué en
ningún cráter. Fue la pérdida de un ser a
quien quería y con quien nunca llegué a
establecer un vínculo de confianza sólido.
El autor es excesivamente catastrofista en
este punto].
El niño y la niña necesitan la apro-
bación del padre, puesto que infiere seguri-
dad y autoestima. Entre padre e hijo hay un
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conflicto de identificación, estima y rivali-
dad. El conflicto deriva en alejamiento y
éste en sensación de hambre de padre. El
carácter femenino necesita también al pa-
dre, desde el atractivo edípico. La niña se
siente mujer mediante el reconocimiento de
su encanto y atractivo por parte de su pa-
dre. El hambre de padre se alimenta de la
necesidad de la niña de tener más afecto
con su padre y del comportamiento distante
de éste, y hace a las hijas desear la autori-
dad del hombre.
En la etapa adulta, los hijos buscan
la aprobación paterna. Necesitan a su pa-
dre parar terminar la construcción adoles-
cente del yo. De hecho, muchos males
psicosociales de los jóvenes tienen su ori-
gen en la escasez de padre.
El hambre de padre es la necesi-
dad insatisfecha de conexión emocional
con el padre. Pero estos nuevos momentos
descubren a un padre que llega a valorar
más su casa que su trabajo, más tierno y
sensible. Pero se genera también un con-
flicto: el buen padre debe ser el proveedor
de recursos del hogar, pero no debe ausen-
tarse de él para no generar carencias afec-
tivas.
4. El poder de nuestros niños
Históricamente, los niños han sido
objeto de un trato insensible a sus propias
características. De un período inicial de
unos siete años, donde necesitaban cuida-
do biológico, pasaban abruptamente a la
mayoría de edad en cuanto a la capacidad
para ser casados o para trabajar, pero en
un entorno de propiedad absoluta por parte
de sus padres. No es hasta finales del siglo
XIX cuando los estudios en psicología des-
cubren al niño como un ser necesitado de
afecto, dependiente no sólo biológica sino
también emocionalmente de su entorno.
Los estudios avanzan y llega a conformar-
se una imagen muy dependiente de los
padres, señalando a éstos como agentes
exclusivos de la felicidad e infelicidad de
los hijos. Se llega entonces a un punto
donde el niño es concebido como un reci-
piente pasivo que recoge lo que sus padres
vuelcan. La responsabilidad progenitora es,
por tanto, abrumadora.
Pero hoy consideramos que los
niños reciben una fuerte influencia del me-
dio, desde la guardería y el colegio hasta
los grupos de amigos o los medios de co-
municación, que van más allá del control de
sus padres. Por otro lado, es incorrecto
pensar en ellos como en recipientes rela-
cionados unidireccionalmente con sus pa-
dres o el medio. Son agentes activos que
afectan individual y grupalmente a sus pro-
genitores. No es raro que la pareja, con la
llegada y crianza de sus hijos, termine sin-
tiéndose más como padre y madre que
como hombre y mujer. Los niños les apor-
tan satisfacciones y conllevan obligaciones,
los progenitores se construyen también
como personas mediante su relación con
sus hijos.
Los niños definen hoy buena parte
de los gastos del hogar y se han sumergido
en la cultura del consumo. A su vez, per-
manecen más tiempo bajo la tutela econó-
mica de sus padres que llegan a concebir
la realización de sus hijos por encima de la
suya propia. El niño ha pasado de ser útil a
sagrado. Y papel como elemento influyente
de la sociedad se ha incrementado sensi-
blemente. “Hoy nos enfrentamos con los
desafíos que nos plantea una niñez más
compleja e influyente, pero , a su vez, más
humana, dinámica y saludable” (55).
5. Los ingredientes del amor
en la pareja
“Independientemente de su origen
o de su esencia, la unión con otra persona
es la necesidad más profunda, la pasión
más hirviente, el deseo más poderoso que
abrigan los seres humanos” (58).
Enamorarse es una reacción in-
mensa, que llena de dicha a la persona, a
la vez que la hace temerosa por su enorme
vulnerabilidad. El amor ha sido objeto de
interés desde siempre, pero no ha tenido
eco en la ciencia hasta hace una década,
momento en que se ha comenzado a estu-
diar. Se han identificado, incluso sustancias
como la feniletilamina o la dopamina, que
se liberan en los estados de enamoramien-
to.
Pero el amor, además de ser como
un delirio o una fiebre, es también conoci-
miento, del otro y de uno mismo. “La pareja
de nuestro tiempo se considera no sólo
compañeros, sino además íntimos amigos
y excelentes cónyuges sexuales” (60). El
emparejamiento feliz se basa un amplio
abanico de virtudes como la honestidad o
el entusiasmo.
En una situación típica, la primera
etapa de enamoramiento basado en amor
romántico da paso a un fase posterior de
afecto, dependencia mutua y amistad, es-
tableciendo lazos de ternura, confianza y
seguridad. Se deshace el misterio y la inti-
midad entra en juego.
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“Sentirnos la persona más impor-
tante en la vida de otro ser es uno de los
factores esenciales que integran la unión
de pareja, una de las premisas fundamen-
tales que define el amor pasional” (62).
Otro ingrediente fundamental es la
reciprocidad y el intercambio afectivo. Y
otro es la pasión sexual, que no solo carac-
teriza los primeros estadios, sino que sigue
manteniendo la pareja unida. Y todo ello
basado en el conocimiento del otro, en el
respeto a su individualidad, puesto que
amar y dominar o poseer en exclusividad a
la otra persona son conceptos incompati-
bles, aunque el amor suele implicar proce-
sos de entrega y de posesión, siempre que
sean resultado de la libre elección. Amar es
también estar alerta y activos.
En esa relación de entrega y pose-
sión, de darse y de esperar del otro, de
ingredientes diversos, se establece un
equilibrio de poderes. Sin ese equilibrio, la
pareja no es posible ni feliz. Y es una rela-
ción manifiesta o, por el contrario, sutil e
impalpable. En ese equilibrio se establece
qué se sacia dentro y qué fuera de la pare-
ja. Suele llegarse a una situación donde se
busca fuera la novedad o la intriga (a través
del ocio o el arte, por ejemplo) y se obtiene
dentro la estabilidad y la seguridad.
6. La erosión del amor
“Cada historia de amor es diferen-
te. El comienzo es único, el argumento
original y el final imprevisible. En algunos
casos el romance es duradero y próspero;
en la mayoría, la pasión del enamoramiento
se transforma en lazos más estables de
afecto y amistad” (66) El enamoramiento
idealiza al ser amado. Pero el amor evolu-
ciona y hay que descubrirse cada uno tal
como es.
[Y: del mismo modo que ocurre con
el concepto de “madrastra” con respecto a
“madre”, pasa también con “enamoramien-
to” con respecto a “amor”. Hay algo de
despectivo, peyorativo en “enamoramien-
to”, parece el intento lingüístico de quitar
significado a un proceso. Se llama así a la
fase de pasión extrema, de centrarse úni-
camente en una persona y sentirse lleno de
ella. Si hay correspondencia y existe la
posibilidad real de llevarlo a cabo, es difícil
imaginar otra situación de mayor plenitud,
puesto que todo el ser está completo. Esa
es la realidad emocional y, por tanto, real.
Hablar de enamoramiento, para distinguirlo
del “verdadero” amor, al que se llega con el
apaciguamiento y el tiempo, y el conoci-
miento más profundo de la pareja, parece
como la estrategia de las personas que han
perdido la pasión y desean relegarla a un
plano de menor importancia: yo estoy ena-
morado, pero tú eres víctima de un enamo-
ramiento; yo vivo en paz, equilibrio y estabi-
lidad con mi pareja, pero tú sufres un pro-
ceso frenético que te ciega. Tal vez sea
más un sistema de defensa de quienes
llegan a una etapa en la que añoran la pa-
sión inicial, niegan la validez extrema del
inicio adjudicando la “autentica” validez a la
fase en la que se encuentran].
Pero el amor también termina. Y lo
peor es que uno o ambos se aferren obse-
sivamente a algo que ya no es posible ni
real. Se puede llegar a una fase opuesta al
enamoramiento: odio o asco mutuo. Pero
¿por qué se rompe el amor? Hay varias
causas: un cambio en el equilibrio de po-
der, desencanto, frustración, desgaste,
pérdida de armonía, resentimientos, envi-
dia, celos, merma de la atracción física o
falta de recarga de la energía. La estabili-
dad de la pareja sufre continuas agresiones
externas (hijos, ancianos, trabajo...) y, por
ello, requiere de un afianzamiento continuo.
Pero también hay procesos internos, psico-
lógicos.
La infidelidad es una causa fre-
cuente, de hecho es el elemento más defi-
nitorio de la ruptura del matrimonio cuando
la infiel es ella. No obstante, es una prácti-
ca frecuente en ambos, a escondidas (en
EEUU, alrededor de un tercio de las pare-
jas han sido infieles al menos una vez).
Tras la infidelidad se encuentra el búsque-
da de novedad, la satisfacción de un impul-
so, la provocación de la ruptura, la inten-
ción de preservar el equilibrio de la pareja
saciando fuera los motivos de desequilibrio,
la búsqueda continua del amor perfecto, la
necesidad de sentirse deseado, la revan-
cha, la última oportunidad...
Sea como fuere, el nuevo estilo
social de vida es más nómada, más des-
arraigado, más permisivo, menos religioso,
más inmediato... Y ello no instiga el inicio
de las rupturas, pero sí las favorecen. Por
otro lado, la existencia de una pareja ideal
e igualitaria aumenta las exigencias y hace
más probable la frustración o la insatisfac-
ción. Un reto actual importante es la ade-
cuación de la pareja a la incorporación de
la mujer a la vida laboral y su mayor auto-
nomía e independencia económica. Es
curioso que las separaciones sean más
frecuentes en los matrimonios donde el
sueldo de ella es el más elevado. El pro-
blema más serio al que se enfrentan las
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mujeres con doble vida (buena madre y
emancipada económicamente) no es el
ajetreo de esta doble vida, sino el resenti-
miento hacia el varón, que se lleva la mejor
parte.
En el difícil equilibrio entre la pose-
sión y la entrega, muchas parejas fracasan
al esperar una armonía que no se muestra
posible y terminan enzarzados en una lu-
cha de poder. El refugio seguro se trans-
forma en una trampa.
“Las aspiraciones de fusión perfec-
ta representan una amenaza para la rela-
ción, sobre todo cuando parecen estar cer-
ca de alcanzarse” (74) “La reciprocidad
exquisita y permanente y la armonía emo-
cional constante dentro de una relación de
dos personas son metas ilusorias, frágiles
y, por definición, inalcanzables” (75).
El nacimiento de un hijo puede
suponer también la rotura de la armonía en
la pareja. En parte simbolizan la fusión de
la pareja, en parte modifican profundamen-
te su dinámica. Un cónyuge puede notar
cómo ha sido desplazado en favor del hijo,
por ejemplo.
Otras parejas se deben a su ima-
gen de matrimonio bien avenido “Estas
parejas comparten en silencio un proyecto
común: el acuerdo tácito de escenificar una
unión impostora ante el mundo” (76). Se
rodean de escépticos que tildan al amor de
una ilusión inmadura y se consideran la
norma. Buscan fuera de la pareja lo que
ésta no puede darles. Pero pagan un alto
coste: el empobrecimiento de la imagina-
ción y de las emociones.
Pero no todo puede estar en la
pareja. “Quizá lo más importante de todo
para la supervivencia del amor es que no le
exijamos cargar, por sí solo, con todo el
peso del significado de la existencia” (78).
7. La decisión de romper
“La ruptura de la pareja es una de
las experiencias más traumáticas, amargas
y penosas que pueden sufrir los seres
humanos” (79).
La separación suele decidirse des-
pués de un túnel de dolorosa lucha. Pero al
otro lado suele encontrarse la luz. Es el
paso de un mundo infeliz conocido a otro,
desconocido. “Lo que de verdad busca la
mayor parte de quienes se separan no es
la libertad, la independencia o la gratifica-
ción egoísta, sino el retorno al saludable
estado del emparejamiento feliz” (81). El
divorcio, por tanto, no es una agresión de la
pareja, sino tal vez la búsqueda de la pare-
ja. La construcción de un matrimonio es
una aventura de pronóstico difícil o imposi-
ble y hay que aceptar ese grado de incerti-
dumbre.
Según las estadísticas, los hom-
bres parecen estar más dispuestos a ca-
sarse más veces que las mujeres, la mitad
de los divorcios se producen después de
los siete años, es mayor el número de se-
paraciones que de divorcios, es más habi-
tual en entorno urbano que en rural, más
frecuente en las clases sociales bajas y
medias que en las altas, si bien las mujeres
son más propensas a la separación cuanto
más alto es su nivel educativo, económico
y profesional, siendo al contrario en los
hombres.
“Ocurren más separaciones y di-
vorcios entre las parejas con hijos que en-
tre los matrimonios sin hijos” (89) Los hijos,
pues, no sirven para mantener el matrimo-
nio sino que representan un reto para el
equilibrio del hogar.
La ruptura es más fácil cuanto me-
nor es el peso religioso y mayor las expe-
riencias amorosas anteriores al matrimonio;
también cuanto más decisiones de riesgo
se esté acostumbrado a tomar, especial-
mente si se obtuvo éxitos tras estas deci-
siones; y también cuanto mayor sea la ex-
pectativa de formar otra pareja.
8. El túnel de la separación
Si bien todas las parejas confiesan
que se unieron por amor, éste no es la
única causa que genera una relación de
pareja. Hay quien busca romper con la
soledad, tener una seguridad económica,
etc. No obstante, a la hora de la ruptura, se
habla siempre de la ausencia de amor.
Para adecuarse a los imperativos
legales de cada momento, las causas adu-
cidas de divorcio han ido moviéndose des-
de la crueldad mental, el incumplimiento de
las obligaciones maritales y otras razones
extremas. Pero conforme la legislación se
hace más permisiva, las causas manifies-
tas se hacen más emocionales como “con
el tiempo crecimos en diferentes direccio-
nes” (93). Cada vez es más el número de
divorcios donde no hay un culpable oficial.
En términos sociológicos, se afirma
que la facilidad legal para divorciarse o la
mayor tolerancia religiosa se encuentran
tras el incremento en la tasa de divorcios.
Sin embargo, esto no explica por qué una
parejas se separan y otras siguen juntas,
bajo las mismas condiciones del entorno.
Tampoco es fácil averiguarlo en cada caso.
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No sólo los miembros de la pareja pueden
no saberlo a ciencia cierta, sino que no son
buenos jueces, implicados en sus respecti-
vos puntos de vista.
Sin embargo, algunas justificacio-
nes tienden a repetirse: la relación no fun-
cionó bien desde el principio; con el tiempo
cada uno evolucionó por su lado; uno de
los miembros tiene la culpa por sus accio-
nes u omisiones; pasó el tiempo y, sin sa-
ber por qué, se fue desintegrando la rela-
ción.
No parecen existir divorcios ni se-
paraciones realmente amistosas, aunque
en algunos casos los miembros de la pare-
ja lo intentan y los familiares y amigos ayu-
dan.
La forma de separarse también es
diversa. Hay quien lo tiene todo perfilado y
planificado. Hay quien le cae por sorpresa.
En plena ilusión de plenitud, uno de los dos
descubre que el otro le es infiel o que le
plantea marcharse a buscar la felicidad o
algo similar. Suelen ser parejas incomuni-
cadas durante los años previos, convirtien-
do su matrimonio “en algo más práctico que
íntimo” (98).
Pero la mayoría de las parejas
llegan a la decisión de separarse tras un
proceso de meses y, a veces, años desde
que se pensó por vez primera. “Durante
este tiempo, los cónyuges oscilan entre la
lucha cruel e implacable y los intentos fre-
néticos de aliviar las heridas o enmendar
los caminos. Las agotadoras horas de
combate suelen concluir en lágrimas, com-
promisos, promesas y esperanzas. Pero no
pasa mucho tiempo sin que las batalla se
renueven, las heridas se abran de nuevo,
cada vez más profundas, permanentes e
imperdonables” (98).
Hay parejas que intentan posponer
lo inevitable y duermen separados, toman
vacaciones separados y, en definitiva, in-
tentan no estar a solas. En el fondo, ambos
no quieren que la relación se termine. Otras
parejas deciden tener un hijo. Grave error,
puesto que los hijos no salvan un matrimo-
nio y, por el contrario, requieren atención,
cariño y estabilidad, imposibles en las con-
diciones de la pareja. Por otro lado, con-
forme pasa el tiempo, la pareja se aisla
porque se vuelva en su problema y los
amigos se alejan también voluntariamente
por incomodidad. Otros, buscan amigos
con los que compartir los trapos sucios del
otro, aunque sea con el compromiso del
secreto.
Cuando la ruptura se basa en la
infidelidad o la existencia de una relación
extramarital, no importan cuán hundido
esté ya el matrimonio, el cónyuge que que-
da se siente profundamente defraudado y
denigrado, indefenso y desorientado. Para
el infractor, la confesión se hace en aras de
la sinceridad y la honestidad, cuando real-
mente es un modo de expiar la culpa.
Cuando hay niños, las dudas de los padres
se centran en qué, cuando, quién y cómo
se dice, aunque los pequeños suelen pre-
cipitar la situación cuando se dan cuenta.
“En cualquiera de los casos, la
separación y el divorcio llegan tras un largo
y penoso proceso de hundimiento y aliena-
ción del que ambos cónyuges salen lesio-
nados, con la moral consumida, las fuerzas
gastadas y la autoestima dañada. Tanto si
se planeó como si ocurrió de forma inespe-
rada, si se hizo por la vía violenta o de for-
ma pacífica, llega el momento en que el
hombre y la mujer se dan la espalda, se
cierran la puerta y lo hecho, hecho está. la
mayor parte de las veces, los protagonistas
de este acto se convierten en seres extra-
ños, desplazados, desconocedores y teme-
rosos del nuevo mundo que les espera”
(101).
9. Los protagonistas
Separarse de los demás es una
fuente de angustia, a lo que se une, en el
divorcio, sentimientos de fracaso y culpabi-
lidad. La ruptura con la persona amada
parece ser la segunda causa de dolor y
estrés, después de su muerte.
El separado se nota diferente a los
demás. Y es más propenso a sufrir trastor-
nos físicos y psíquicos, aunque esto no
está claro que sea debido a la ruptura o ya
se arrastraba de antes. La depresión, por
otro lado, es tanto causa como consecuen-
cia del divorcio.
Cuando ha pasado un tiempo de la
ruptura quedan claras las sensaciones de
quienes sienten que se fueron y quienes
sienten que fueron abandonados. Los pri-
meros se sienten culpables y preocupados
por el daño que han causado. Piensan que
se les está reprochando y que lo merecen y
dudan de su capacidad para poner en mar-
cha otra relación. Quien se siente abando-
nado siente rencor, piensa que no tuvo
oportunidad de desquitarse y que los de-
más le faltan el respeto. Busca la soledad.
“Después de la separación, las
personas necesitan, más que nada, enten-
der qué fue lo que falló en su relación y
encontrar su explicación personal de lo
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sucedido para así poder contemplar de
nuevo su vida en perspectiva” (106).
Justo tras la ruptura, ambos se
quejan de falta de concentración, de no
poder dormir, de perder el apetito y de llo-
rar con facilidad. Cuando hay niños, los
problemas, aún siendo pasajeros, suelen
asusta a los padres: ansiedad, orinarse en
la cama, problemas de aprendizaje y socia-
lización, depresión, introversión, rabia e
indignación. La soledad acompaña a los
dos, aunque estén con más personas y les
sobrevienen sentimientos inesperados sin
fin.
[Y: éste, como el resto de los textos
sobre separaciones plantean de forma tan
angustiosa el proceso que parecen orienta-
dos para disuadir a quien ha llegado a pen-
sar en ello permaneciendo aún unido a su
pareja. Es un desastre impresionante, simi-
lar a la muerte de la persona amada. La
sensación es que uno no llega a reponerse
de semejante golpe durante toda su vida,
aunque dé la apariencia externa y se enga-
ñe a sí mismo de haberlo superado. Es una
ansiedad vital, un vacío existencial, una
excelente e inmejorable excusa para el
suicidio o el auto-abandono lesivo. Da pena
y congoja sólo leerlo. Pero ¿cuál es la al-
ternativa? Parece sólo existir una: seguir
con la pareja. No importa si el amor se fue,
no importa si no volverá. El sufrimiento
indecible y extremo que implica una sepa-
ración sólo queda justificado cuando es la
salida para otro dolor aún más superlativo:
la insoportable existencia de la pareja infe-
liz (y esto debe ser ya impresionante si
todavía supera al sufrimiento anterior). No
sé cómo valorar tal cosa. No sé si los ex-
tremos son tan extremos. Tiendo a pensar
que la vida implica evolución, movimiento,
búsqueda, pero eso no significa intranquili-
dad continua. Es una búsqueda sin ansie-
dad, pero inquietud al fin y al cabo. Qué
ocurre si una semilla de búsqueda queda
en la pareja. Vivir con ello es soportable
aunque plantee infelicidad. Querer expan-
dirse, explorar, vivir, ensayar y equivocar-
se, acertar tal vez, o quizá no y volver a
intentarlo, sentirse vivo. Todo ello queda
relegado a tercer término o a ensayarse en
el ámbito de la pareja, porque explorar esa
dimensión parece que sólo puede provocar
una cosa: un sufrimiento indescriptible, una
angustia vital que ningún ser humano me-
rece. Antes de morir quemado es preferible
vivir cojeando y con un solo ojo, aunque
con éste se crea vislumbrar un horizonte
con perspectivas. O tal vez nada merezca
más la pena de ser vivido que la búsqueda
consciente de un sueño o de un proyecto o
de un horizonte nuevo, aunque el camino
termine abruptamente en un precipicio sin
fondo]
Otras personas se sienten profun-
damente liberadas y otras experimentan la
sensación de nuevas oportunidades. “Tras
la separación se suele generar una especie
de renacimiento de la sexualidad, lo que
contribuye a crear sentimientos de euforia o
bienestar” (109). Las relaciones que se
establecen suelen ser impulsivas y de poco
calado afectivo. Pero toda esta euforia sue-
le ser frágil y pasajera. “Tarde o temprano,
por una causa o por otra, la bonanza de los
primeros momentos se torna en angustia,
tristeza, soledad y miedo” (109).
Nadie instruye acerca de cómo
sentirse tras un divorcio y cómo sobrellevar
los procesos de depresión y euforia, aun-
que impliquen una fase de crecimiento
personal. El rencor suele ser lo normal y,
cuando no aparece, se expresa en úlceras
y otros trastornos. Quienes lo llevan peor
son los que tienen problemas de comuni-
cación y se desahogan de modo diversa-
mente dañinos. Otros recuperan los mo-
mentos gratos del pasado y añoran el re-
encuentro. Algunas parejas, incluso, inten-
tan de nuevo establecer la situación, para
darse cuenta al poco tiempo de que no
tiene sentido. “En definitiva, el sufrimiento
que implica el proceso de ruptura en la
pareja cumple siempre un objetivo: ayudar
a cortar las ataduras de la vieja unión”
(112). Llega un momento en que hasta los
profesionales de asesoramiento de parejas
en crisis se asombran de los niveles de
crueldad a que pueden llegar los ex-
cónyuges para con el otro.
En esa crueldad se encuentran,
además de los aspectos económicos, los
hijos. La mayoría de los padres está de
acuerdo en no utilizar a los hijos, pero es
fácil que terminen cayendo en su uso en
contra del otro, utilizándolos como repro-
che, como confidentes, como mensajeros,
etc. “El resentimiento entre los divorciados
suele tardar años en desaparecer” (114).
Con el tiempo, los dos reconstruyen su vida
y superan la situación, con un poso de
amarga añoranza. Construyen su particular
y subjetiva historia de qué fue lo que pasó,
tenga más o menos relación con los
hechos.
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10. Los testigos más cercanos:
los hijos
La mayoría de los matrimonios que
se rompen tienen hijos. Esto añade una
fuerte complicación: un conflicto entre la
tendencia a separarse y la preservación de
la estabilidad de los niños. A la larga, para
los adultos y para los niños, es preferible
una pareja rota de padres felices que una
pareja unida pero infeliz. Pero la incerti-
dumbre es intensa y la intención de evitar
el sufrimiento a los hijos también.
La ruptura implica miedo, descon-
cierto e inseguridad en los hijos. En los
adultos, el que se queda arrastra grandes
responsabilidades, mientras que el ausente
corre con gastos sin obtener el disfrute. Los
hijos no están nunca preparados para el
trance, niegan los hechos, no viven la rup-
tura como una segunda oportunidad sino
como la pérdida de la infancia. Sin embar-
go, es cierto que la ruptura les ofrece nue-
vas oportunidades. Los adolescentes sue-
len verlo venir.
Los hijos de padres separados
tienen más problemas de desarrollo que los
de un matrimonio feliz. Pero ciertamente la
comparación debe hacerse entre el mismo
matrimonio infeliz junto o separado. Diver-
sos estudios muestran que las causas que
precedieron a la separación tienen secue-
las más importantes en los niños que la
ruptura en sí. En definitiva, “mantenerse
juntos por el bien de los hijos no es benefi-
cioso en una pareja cargada de conflictos”
(119). Los padres sufren lo indecible el
trauma de sus hijos, del que se sienten
culpables, pero “también es altamente toni-
ficante para los progenitores ver que sus
hijos superan las adversidades de la crisis,
salen finalmente a flote más maduros y
seguros de sí mismos” (120).
Por lo general, los niños aceptan
las decisiones de sus padres sin tomar
partido por ninguno, aunque fantaseen con
la reconciliación. Los más pequeños tienen
problemas de adaptación, pesadillas y tris-
teza. Los mayores muestran resentimiento
contra el progenitor a quien juzgan culpa-
ble. Pero el ajuste es bueno y relativamente
rápido si se sienten queridos y observan a
sus padres serenos en la nueva situación,
sin perder el contacto con ninguno de los
dos. “Si bien la separación o el divorcio
perturba temporalmente la seguridad y el
bienestar de los niños, la vida en un hogar
monoparental, con uno de los padres, en
una situación funcional estable, posibilita
perfectamente su desarrollo normal” (122).
 Con la custodia se abre otro
conflicto. Es hábito concederla a la madre.
Algunos hombres quedan complacidos
mientras que otros lo viven como una injus-
ticia. Las madres suelen recibirlo con be-
neplácito puesto que es una carga que da
sentido a su vida. Pero termina aparecien-
do la sobrecarga, la enorme responsabili-
dad y la constatación de que la dedicación
a los niños no elimina la sensación de so-
ledad. Algunas generan resentimiento
hacia los hijos por considerarlos un estorbo
en su camino hacia la felicidad, y el esta-
blecimiento de una nueva relación. El padre
ausente sufre la pérdida de control sobre el
futuro de sus hijos y el distanciamiento
devastador, además de fuertes sensacio-
nes de culpabilidad, perdiéndose los pe-
queños acontecimientos cotidianos (los
primeros pasos, la primera cita, montar en
bici, el carné de conducir...) Cada despedi-
da de una visita se puede transformar en
otra nueva y penosa separación. “Lo que
cuenta no es la frecuencia de las visitas,
sino la calidad de las mismas” (126). Para
los hijos, el padre no es indiferente, sigue
significando seguridad, y sigue siendo que-
rido y respetado.
Cuando un progenitor se casa, el
otro suele tener sus dudas y vive con re-
sentimiento el que sus hijos tengan que ver
a la otra o al otro, especialmente si tuvo
algo que ver con la ruptura. Los niños no se
confunden, distinguen perfectamente entre
sus progenitores y los padres adoptivos. De
hecho, al principio suelen elaborar senti-
mientos de rechazo o recelo.
Para hacer todo más llevadero es
importante evitar uno de los focos más
desagradables para un niño: la confusión.
Hay que suministrar información para disi-
par la confusión y que sepan a qué atener-
se, siendo claros, abiertos y honestos y
adaptándose al nivel intelectual de sus
hijos. Muchos niños se sienten culpables
de lo sucedido y hay que disipar esa impre-
sión totalmente, insuflándoles ánimos y
aliento. Es conveniente mantener al máxi-
mo su rutina: su casa, su colegio, sus ami-
gos...
11. Otros actores: padres, hermanos,
amigos, abogados y jueces
Por lo general, estos otros actores
no saben bien cómo han de reaccionar y el
acontecimiento les es nuevo. Suelen po-
nerse a disposición de los afectados, pero
hay padres que recriminan a sus hijos por
no haber llevado bien el asunto o que se
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sienten culpables por no haberles educado
de tal forma que evitaran tales situaciones.
Cuando las razones son internas y no se
han vivido fuera de la familia, es más difícil
asumirlo y pueden ver frivolidad, egoísmo y
falta de madurez en la decisión de su hijo.
No obstante, es importante contar con el
apoyo de estos actores para recobrar la
confianza en el futuro.
Los hermanos suelen ser solida-
rios, si bien puede renacer alguna rivalidad
y vivirse el acontecimiento como un éxito:
el mejor ha fracasado. Hermanos y padres
pueden llegar a preocuparse por el qué
dirán e, incluso, por suponer una tendencia
familiar o un efecto de contagio que les
puede afectar.
Con los amigos pasa de todo. Al-
gunos se distancian para no tomar partido
ni sufrir el proceso. Otros se prestan desin-
teresadamente. Otros se incomodan en su
papel de confidentes y se sienten utiliza-
dos. Suele existir una pérdida por parte de
los amigos del cónyuge. Si esto es genera-
lizado, se acentúa la sensación de soledad,
desprestigio y abandono. En el trabajo
también se viven cambios en las relaciones
con los compañeros, positivas y negativas.
Pero, más tarde o más temprano,
los dos terminan reconstruyendo su propio
grupo de amigos.
Los abogados son actores impor-
tantes cuyos consejos son trascendentes.
Los aspectos económicos y relativos a la
propiedad suelen afrontarse con el aboga-
do sin haber cerrado un acuerdo previo
dentro de la pareja. Lo mejor es establecer
acuerdos dentro de la pareja, antes de
poner estos asuntos en manos de sus res-
pectivos representantes legales. Es normal,
al principio, que el que se va tienda a ser
generoso y el que se queda no sea exigen-
te. Pero esto suele cambiar, especialmente
cuando entran en escena los abogados.
Las vicisitudes legales suelen ser demasia-
do largas, ruidosas y traumáticas. Una de
las armas más potentes, en manos de los
letrados, es la pensión. Sin embargo, cada
vez es menos frecuente la asignación eco-
nómica. Algunos abogados se exasperan
por la incapacidad para tomar decisiones
de sus clientes o por la necesidad de éstos
de hacer de ellos psiquiatras, padres o
madres. Otros toman partido personal co-
mo caballeros luchadores contra las injusti-
cias y otros alargan los procesos buscando
saciar su afán de lucro.
El juez es otro personaje que se ve
inmerso en la marea. Sus decisiones ten-
drán consecuencias duraderas en los dos
ex-cónyuges y en sus hijos y puede verse
sometido a las tendencias de todo ser
humano, a la parcialidad y a sus propias
experiencias personales. Los ex-cónyuges
pueden percibirlo como causante de algu-
nas consecuencias.
12. El camino de la recuperación:
confusión y soledad
Suele necesitarse un mínimo de
tres o cuatro años para superar la ruptura,
si bien algunos procesos emocionales es
posible que no se resuelvan nunca. De las
tres etapas de este proceso, las dos prime-
ras son la confusión y la soledad.
Confusión
Es la sensación inicial. La pareja se
siente confusa y desea escapar del dolor y
la angustia. Suele extenderse un año.
En la confusión, suele existir episo-
dios de euforia por la decisión tomada, que
se vive como una liberación. Pero también
se intenta negar lo ocurrido, ignorando la
realidad. Es un sistema de defensa que
permite a la persona ir preparando otros
recursos más sólidos. En la negación, la
pareja puede mantener la rutina como si
viviera una película. Pero la confianza y el
cariño irán desapareciendo y desemboca-
rán en la ruptura definitiva.
Esta etapa requiere afrontar los
hechos con realismo. “En cierta forma, son
dolores lógicos de crecimiento que acom-
pañan al desamor, a la disolución de la
unión y que, a su vez, ayudan a desarrollar
una nueva identidad” (146). Inhibirse de
ello dirige los sentimientos hacia compor-
tamientos autodestructivos o lesivos para la
otra persona.
Soledad
Tras la confusión, viene una etapa
de aislamiento, con sentimientos de pérdi-
da, duelo, culpa... que se extiende por uno
o dos años. Culmina con el restablecimien-
to de la autoestima y la recuperación de la
esperanza, integrándose en una nueva
vida. El duelo es similar al que provoca la
muerte de la persona amada, si bien algu-
nos aspectos son más difíciles: ante la
muerte se cuenta con el apoyo incondicio-
nal de todos, ante la separación no. En la
muerte se recuerda lo positivo del difunto.
En la separación, lo negativo. En la muerte,
la sensación es de irreversibilidad. En la
separación, se aumenta la angustia por
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otras posibilidades, por que los dos pueden
seguir viéndose o tropezándose.
En esta etapa hay un alejamiento
de la actividad social, es fácil sentirse tor-
pe, vulnerable e incapaz de tomar decisio-
nes. Hay propensión a la depresión y fan-
tasías de suicidio. Es normal también des-
confiar de la propia capacidad para volver a
comprometerse y asumir obligaciones
emocionales. Se llega a vivir peor la sole-
dad que la presencia de la anterior pareja;
el mundo parece inhóspito. Se enzarzan en
una retahíla de ensayos frustrados de rela-
ción, hasta que desisten. Transforman sus
amistades, evitando a los casados. Los
amigos, a su vez, se alejan al no obtener
las satisfacciones de la antigua relación.
Todo ello aumenta la sensación de sole-
dad. Los familiares están ahí, pero hay una
sensación de haber fallado que retrae. Hay
que aprender a decir “yo” en lugar de “no-
sotros”.
Este periodo de soledad es “el pea-
je a pagar por avanzar en el camino hacia
la superación” (150) que suele aterrizar en
una vida social de mayor calidad que la
anterior. Para ello es necesaria una base
de estabilidad en el trabajo, la casa, el cui-
dado de los hijos, etc.
13. Volver a empezar
Ésta es la tercera etapa, de explo-
ración y arranque. Aparecen incluso de-
seos de volver a iniciar una relación de
pareja, pero se parte de una fase de reclu-
sión que les ha desentrenado en las rela-
ciones sociales. Temen ser rechazados o
explotados sexual o económicamente me-
diante su necesidad de compañía. En todo
ello “la confianza en uno mismo es uno de
los factores más importantes” (154).
Muchos se sienten peor que ado-
lescentes, inquietos por su aspecto físico,
sus capacidades, por qué hacer, decir o
dónde ir. Pero las primeras relaciones disi-
pan temores y estas personas se descu-
bren capaces y encuentran aspectos positi-
vos de si mismas. Pueden tener la sensa-
ción de armonía, pero cualquier revés o un
desprecio pueden tener un efecto todavía
fuerte. Las relaciones sexuales se viven
más gratificantes y son más frecuentes en
hombres que en mujeres. Viven en un hue-
co de definición social, pues no son ni ca-
sados ni solteros. Pero hay quienes se
abstienen hasta los que se lanzan a la
promiscuidad, ambos perdidos en la nueva
identidad, hasta que descubren la estrecha
relación entre relaciones sexuales y afecto.
 Contar con un trabajo estable y
suficientemente remunerado y con buenas
amistades, es un excelente trampolín. No
obstante cada vez son más las personas
que acuden a profesionales como psicote-
rapeutas o consejeros matrimoniales. De
hecho, la visita a los psicoterapeutas y el
consumo de tranquilizantes, ansiolíticos o
antidepresivos está muy relacionado con
las crisis de ruptura. “La psicoterapia ayuda
a la pareja rota a construir su propia ver-
sión de qué fue lo que falló en la relación, a
reforzar su autoestima y seguridad, a aliviar
su estado de desmoralización y la impoten-
cia que sienten para cambiar la situación.
También les apoya a la hora de ordenar
sus relaciones personales y profesionales”
(159).
Por lo general, la psicoterapia indi-
vidual es la mejor opción en las etapas de
confusión y soledad, mientras que la grupal
es particularmente útil en la apertura exte-
rior. Hay que tener en cuenta que “los se-
res humanos somos las criaturas vivientes
con mayor capacidad de adaptación” (161)
14. Superación y nuevas uniones
La mayoría de las personas sepa-
radas se reestablecen con el tiempo, se
recuperan e, incluso, vuelven a formar pa-
reja, si bien son cada vez más quienes no
formalizan esta relación como casamiento.
Algunos pasan mucho tiempo juntos, pero
viviendo en casas independientes. Otros
comparten techo, pero se reparten tareas y
finanzas. La mayoría, no obstante, se mez-
clan. “Para este grupo, el más numeroso, la
ruptura significó sólo un intervalo en su vida
de casados” (163). No es raro buscar a
alguien que no se asemeje a la anterior
pareja e, incluso, que se muestren sínto-
mas de huida o rechazo si se observan
similitudes con la anterior relación. La ma-
yoría de las personas manifiestan ser más
felices que antes y haber aprendido y cre-
cido con la crisis.
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“Cuando aceptamos como hechos
irrefutables la condición pasajera del ena-
moramiento pasional, la fragilidad de la
seguridad y la esencia fluctuante de la feli-
cidad, hacemos más real y grata la vida de
pareja y tendemos a valorar y disfrutar mu-
cho más los buenos momentos, porque
reducimos nuestra natural tendencia a
hacernos ilusiones vanas o engañosas y a
crear exigencias disparatadas y expectati-
vas inalcanzables” (167). Todo es dinámi-
co, basar la pareja en el amor, la seguridad
y la felicidad inalterables es contar con una
base frágil. La ruptura de la pareja tiene
mucho de tragedia, pero también de signo
saludable de supervivencia y de crecimien-
to vital.
“Nunca hemos vivido tanto ni tan
intensamente como ahora” (168). Nunca
hemos tenido tanta libertad de elección
frente a las imposiciones sociales. La lon-
gevidad, la aparición de la adolescencia, la
liberación de la mujer... son fenómenos que
han cambiado nuestras vidas y la concep-
ción de pareja. Por eso vivimos momentos
de cierto desasosiego con respecto a la
institución familiar, sagrada y fundamental
para unos y prescindible para otros. El con-
cepto de pareja es hoy más flexible.
“A la postre, las parejas rotas, a
pesar de la tragedia humana que represen-
tan, no significan la muerte del amor ni del
hogar, sino su renacimiento; reflejan cam-
bio, pero también continuidad; un final y
también un principio; la caída de ideales
frustrados y el surgimiento de una nueva
ilusión. Porque la necesidad de relación es
una fuerza instintiva y vital en el ser huma-
no” (171).