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Psicofármacos y salud mental: la ilusión de no ser

Emiliano Galende

Laura
Propósito del texto a definir los fundamentos epistemológicos y metodológicos en
los cuales se basan los principios y criterios que orientan las prácticas de salud
mental. Sin dejar de lado, el desafío que enfrenta este campo por la relación
antagónica y contradictoria, que surge entre las propuestas con una visión bio-psico-
social de la salud mental y la utilización generalizada de los psicofármacos.
[Desde los inicios en los años cincuenta de la propuesta de salud mental hasta
nuestros días, todo ha cambiado; la vida social, la cultura y el ingreso de nuevos
factores de poder que compiten por la definición de los problemas del trastorno
mental y su forma de abordarlo. La fuerza que cobro la globalización de la
economía, cuyo efecto mayor ha sido el ingreso del mercado y el del consumo como
valores supremos para la vida de los individuos, ha transformado la idea de sujeto
que tienen algunos sectores políticos y económicos en la actualidad. Éstos se
interesan sólo por la interacción del sujeto en la esfera económica, ignorando el
componente de las relaciones sociales y comunitarias que le permiten interactuar
en los intercambios de su cultura y, que en algunos casos son los responsables del
malestar subjetivo que los individuos experimentan.]
Establecer los fundamentos de salud mental se deben tener en consideración dos
propósitos. Primero avanzar hacia una coherencia del campo de la salud mental, el
cual se caracteriza en la actualidad por una sumatoria, no integración, de diferentes
disciplinas, diversos modos de comprender los trastornos mentales, heterogeneidad
en los modos de tratarlos y, esencialmente por la negación de las contradicciones
que atraviesa al conjunto de sus prácticas. Po tanto, el desafío esta en intentar
establecer una coherencia epistemología y metodológica que integre los saberes y
las prácticas en salud mental.
Segundo fundamentar el lugar y la función social de la salud mental, su situación
respecto a los valores vigentes en la cultura y la vida social. Es incorporarla en la
batalla simbólica, donde juegan diversos contendientes que se disputan la definición
de los problemas de la salud mental y quienes son los profesionales habilitados para
esto. La situación actual de la generalización de los psicofármacos ilustra esta
batalla simbólica, pues la psiquiatría positivista anula al sujeto, ignora el conflicto
que expresa el síntoma y busca suprimirlo a través del medio artificial del
medicamento, logrando acorralar a otras disciplinas como el psicoanálisis y a las
psicoterapias que tienen visiones de sujeto diferentes.
Desde el psicoanálisis y el conjunto de las ciencias sociales se ha pensado el
conflicto en todas las dimensiones de la vida del hombre; en su funcionamiento
mental, en las relaciones con el otro y en la vida social y cultural. Por tanto, desde
estas disciplinas “no se trata de anular el conflicto o pretender resolverlo, se trata
de dejarlo o hacerlo hablar, esto sólo hace que, si otro escucha, se restituya la
dimensión del sujeto implicada en su existencia” (p. 9).
Por el contrario el psicofármaco actúa en aliviar, silenciar los afectos que
acompañan al conflicto y expresan el malestar del sujeto, también juegan a favor
del síntoma y su permanencia pues impiden al sujeto actuar con conciencia sobre
las contradicciones de sus deseos o de su realidad. La oferta del medicamento es
un ofrecimiento de desubjetivar el conflicto, atribuir su presencia a causas exteriores
al sujeto y por lo tanto eximirlo de cualquier responsabilidad a la hora de entenderlo
o tratarlo.
Finalmente cabe preguntarnos ¿cómo es que esta tentadora “solución” del
medicamento se ha instaurado en la sociedad? Una posible respuesta es que se ha
producido un encuentro entre nuevos rasgos culturales y la oferta de la solución del
mercado para los síntomas del malestar que produce. El gran logro del mercado de
consolidar al hombre como consumidor hizo posible la aparición de una oferta de
medicamentos que interviene como soluciones a los síntomas que estos nuevos
rasgos culturales producen. Además el tomar medicamentos hace “posible” olvidar
o al menos aliviar la ansiedad que se siente cada día y los motivos de la angustia,
permite desprenderse de las condiciones de la existencia cotidiana y los conflictos,
es una forma de enajenarse de sí mismo y “solucionar” el malestar sin necesidad
de trabajar en él, ni tener que hablarlo con otro.
Andrés:
El malvado, dentro de lo que es considerado en ética, se presenta como siendo otro;
esto con el fin de ocultar los actos de su pasado y su verdadera imagen. Por tal
razón, los corruptos se sirven de una técnica, una suerte de amnesia-amnistía de la
memoria. Dicen olvidar o trastornan los hechos ocurridos. Convocan al olvido y a la
amnesia como propuesta, niegan el pasado en tanto éste manifiesta su verdadero
ser.
Aquel afán de ser otro de lo que se es, se ha extendido ampliamente por occidente
y se ha convertido como un rasgo central de la cultura. Es un rasgo que está en la
base de lo que el mercado nos acostumbró a entender como “consumidor”.
Las identidades sociales tradicionales, se han ligado fuertemente al oficio, la
profesión, el trabajo, la profesión y el oficio. Los sujetos modernos son reconocidos
por su filiación (nombre), por su oficio, su historia y su lugar de origen. Sin embargo,
esta constitución de la identidad ha entrado en crisis actualmente, ha entrado a ser
reemplazada por el consumo. Actualmente todos los habitantes están clasificados
en base a su condición de consumidores, a los objetos que consumen y a lo que
dichos objetos dicen de ellos.

Al observar la publicidad actual es posible identificar que la oferta de productos se


acompaña por slogans que se dirigen al ser, a la apariencia social. Todo consiste
en un llamado al ser. Los sujetos se apropian de los valores de los objetos que
consumen, pues finalmente estos nos invitan a ser otro diferente al que somos. Todo
el consumo está ahora dirigido a generar la ilusión de que “podemos ser otro de lo
que somos”.

Sin el inquietante movimiento cultural ya mencionado, no habría sido posible la


implantación a gran escala del consumo de psicofármacos; movimiento
aprovechado por las industrias con el fin de enriquecer a costa de instalar el
problema del malestar, de la existencia, y los síntomas de sufrimiento mental en las
coordenadas del mercado.
La difusión pública de investigaciones de las neurociencias, en la llamada “década
del cerebro”, es presentada bajo una articulación sutil: un conocimiento sobre el
sufrimiento de las redes neuronales, los mecanismos biológicos de la transmisión
entre neuronas se vinculan con determinado malestar subjetivo (hiperactividad,
obsesión, etc.) y se informa que determinados científicos han descubierto una
molécula capaz de solucionar estos malestares. Los medicamentos se presentan
como un “remedio” que restablece el equilibrio del mecanismo biológico. Sin
embargo, queda claro que el uso de estas moléculas para alterar ciertos procesos
neuronales nada nos enseña acerca de las razones y causas psíquicas del síntoma.
Se ha suprimido, olvidado la dimensión contradictoria de la realidad subjetiva, se ha
dejado a un lado el pensamiento y la reflexión para dar lugar al consumo
desmesurado de medicamentos; un consumo que cumple un antiguo y profundo
deseo del hombre; el de suspender por un instante el peso de la vida común,
interrumpir la conciencia y deshacerse del malestar de las emociones y los
sentimientos. Lastimosamente, esto dura muy poco y todo lo que intentamos
silenciar retorna, a veces bajo formas más crueles y dolorosas.

Las preocupaciones actuales de los hombres por su salud, por su biología, por su
envejecimiento, reciben actualmente una oferta amplia de ilusiones, nuevos
remedios y fórmulas para vencer no sólo los dolores de la existencia, sino los del
desfallecimiento del deseo, las condiciones del cuerpo y los riesgos comunes de la
vida. Afortunadamente no todo está perdido, pues existen hombres y mujeres que
no se resignan a aquel medio de apaciguar los síntomas y sus malestares.

Natalia
Husserl nos enseñó que la subjetividad no está dentro del sujeto ni fuera de él, en
la cultura o la sociedad; la subjetividad es trascendental porque habita a un mismo
tiempo en nosotros mismos y fuera de nosotros. De ella dependemos para tratar de
entendernos.
Derrida hace una observación respecto al psicoanálisis: instalado fuertemente en la
actualidad, vivo y productivo, en casi todas las ciencias humanas. Quizás su parte
más detenida y relegada sea la experiencia analítica como terapia.
La cultura, el mundo simbólico, es esencial al hombre; refleja modos de construir
significados y valores, produciendo rasgos subjetivos que deciden sobre los
comportamientos prácticos de los individuos.
Es posible que cambien las expresiones de subjetividad, pero no cambiará la
necesidad intrínseca del hombre de contar con la razón y la cultura para la
organización de su vida con los otros.
La actual medicalización, más allá de la responsabilidad de los psiquiatras, es
congruente con ciertos significados y valores de la sociedad de consumo y de la
cultura que lo acompaña. El lenguaje de esta cultura es un lenguaje empobrecido,
falto de palabras; un lenguaje que no puede comprender y expresar la pluralidad
contradictoria de lo real.
La subjetividad no está abolida y paga con sus malestares y sus síntomas esta
nueva velocidad de la vida, los más destacados de esta situación:
Adictos (nadie mejor que ellos muestra este anhelo de suspender la subjetividad,
alterar la conciencia, para suprimir al sujeto de la misma)
Depresivos (en su fragilidad muestran la imposibilidad de vivir sin ilusiones de futuro;
su fragilidad y su tristeza son también los sentimientos en la sociedad de un vivir en
la inseguridad, sin un horizonte cierto.
Con el medicamento se espera asegurar la calma de la ansiedad, vivir sin angustias,
poder dormir, aliviar la tristeza y el decaimiento, creyendo que así se liberan del
conflicto y las contradicciones de la existencia.

La medicalización de la vida cotidiana,


Liliana Cazenave
El descubrimiento de los psicofármacos ha producido una revolución en el
tratamiento de la psicosis, de los trastornos del humor, la ansiedad y el sueño.
Desde el psicoanálisis no hay oposición al buen uso del medicamento. Pero es
importante reflexionar sobre la extensión del consumo de estos medicamentos por
la población en general, más allá de lo considerado como patología mental,
poniendo en discusión las concepciones de salud y enfermedad.
La extensión del consumo de los medicamentos en situaciones no consideradas
tradicionalmente como patologías; se debe fundamentalmente a que se ha pasado
de un uso del medicamento con un objetivo de curación de lo que se caracteriza
como enfermedad, a un uso del medicamento para lo que se ubica discursivamente
como condición de vida, como condición de estar en el mundo.
se trata de un doble movimiento:
1. Normalización de lo patológico (sacar la enfermedad de la categoría de lo
patológico para ponerla en el terreno de la normalidad)
2. Patologización de la normalidad (transforma en enfermedad afectos,
procesos cotidianos de la vida como por ej.: angustia, tristeza)
Las fronteras entre lo normal y lo patológico tienden a borrarse al punto de incluir al
máximo de personas bajo el poder de la medicalización.
En la modernidad, normal es alguien funcional a la sociedad. Cuando alguien se
enferma y ya no puede hacer frente a las tareas corrientes, la medicina funciona
como la institución de control social de la desviación.
Por otra parte, el sujeto contemporáneo está sometido a ideales inéditos en donde
se propone el medicamento para responder a situaciones cotidianas que exigen
respuestas adaptativas, frente a las cuales el sujeto puede desarrollar ansiedad,
decaimiento, cansancio.
La Ritalina es una droga utilizada para medicar el trastorno por déficit de atención,
actúa directamente como un instrumento de control social sobre la conducta.
Genera una sensación de euforia e incrementa los niveles de energía a corto plazo
y permite una concentración mayor.
En los años 90 la Ritalina se convirtió en uno de los medicamentos más consumidos
en instituciones y universidades en cuanto los estudiantes se percataron de que los
ayudaba en los estudios y a prestar atención. Debido a los beneficiosos efectos
psicológicos se dio un uso y abuso de muchas personas sin diagnóstico de trastorno
por déficit de atención con hiperactividad.
Estos ejemplos dan cuenta del desplazamiento de la idea de enfermedad a la de
malestar, que propone el uso del medicamento no ya con el fin de curación, sino el
de bienestar. Las medicinas para el estilo de vida terminan redefiniendo lo que
incomoda como anormal, conduciendo a la patologización de la vida cotidiana.
Biopolítica y medicalización
La medicalización, como plantea M. Foucoult es una estrategia del poder político,
que utiliza el saber técnico de la medicina para intervenir sobre los cuerpos y la
población, con el fin de movilizar fuerzas, extraerlas y hacerlas obedecer a los
requerimientos creados por los imperativos de la época.
En esta corriente medicalizadora actual se reduce la vida a su basamento biológico.
Algún malestar es remitido fundamentalmente a una causa biológica y es a partir de
la biología que se buscan las medidas reguladoras y correctivas.
Se impone la biología como el principal determinante de la conducta, se exonera a
los sujetos de la responsabilidad personal sobre sus actos, y a padres y maestros
con responsabilidad sobre las eventuales dificultades del niño.
para el psicoanálisis la vida en el cuerpo viviente es condición de goce. El discurso
analítico, reverso del discurso del amo, aísla y libera la vida del parlante de la
mortificación a que conduce la imposición de modos uniformes de vida, para
restituirla a la forma de vida singular que constituye el síntoma. El estilo de vida que
propone el psicoanálisis lejos de eximir al sujeto de la responsabilidad sobre su
goce, propone sacarlo de su dimensión autista para lograr hacer algo con él en el
lazo.

Efecto en la subjetividad de nuestra cultura


Emiliano Galende
“La mayoría ignora lo que no tiene nombre. La mayoría cree en la existencia de todo
lo que tiene nombre”

Una cultura no tan moderna y nuevos malestares psíquicos de la existencia:


Para desentrañar los procesos de subjetividad que llevan al malestar psíquico
de los individuos actuales se debe comprender el mundo en el que vivimos y el de
aquellos que llamamos pacientes. Posterior a la revolución francesa se tuvo como
meta la formación de ciudadanos integrados en procesos productivos pero con
capacidad de desarrollo personal y autonomía. Dichos procesos se desenvolvían
en el marco de las clases sociales y la jerarquía. Definir la producción de significados
que se gestaban en los conflictos dentro de las clases sociales permite entender el
desarrollo de la sociedad. Así, ésta última se configuraba sobre una lógica de
inclusión y de exclusión social, de desigualdades e injusticias mara la mayoría.
De esta forma, los individuos se resguardaban en instituciones y ámbitos con una
intimidad mayor. Para muchos, la familia hacía de continente a la vida emocional y
emocional, y en su interior se decidían los proyectos a futuro de los hijos y la
inclusión a distintas generaciones. Para los más jóvenes, la escuela funcionaba
como ámbito de integración a la vida social. El trabajo dependía de la pertenencia
a una clase específica y a sus logros educativos. En esta vida social, los individuos
con trastornos psíquicos eran catalogados como enfermos mentales y expresaban
su sufrimiento en formas conocidas y clasificadas en grupos con similitud de rasgos:
los deficientes mentales, los demenciales, los alcoholistas, los psicóticos, los
maníaco-depresivos, los depresivos reactivos, y los (casi) normales como los
perversos, neuróticos y psicópatas. El lugar de jerarquía social del enfermo era un
determinante para recibir tratamiento.
Para lograr comprender los nuevos malestares psíquicos y sus formas de expresión
estamos obligados a entender las dinámicas sociales actuales. A pesar de que sigue
habiendo personas con psicosis, obsesiones, alcoholismo y trastornos que dan
prueba de daño cerebral, el panorama sobre éstas ha cambiado. Primero, el
componente social y cultural es innegable la producción de trastornos de la salud.
Segundo, dentro de la sociedad, una gran cantidad de malestares vinculados a la
existencia, las depresiones, se presentan ahora como demandas de atención
psiquiátrica o psicológica.
A continuación, a partir de casos, se describirán rasgos del funcionamiento psíquico
presentes en diagnósticos como trastornos de alimentación, adicciones a diferentes
sustancias, trastornos de ansiedad, individuos sensitivos, trastornos de
personalidad, estereotipias, etc. Estos son los sujetos que se perciben extraños y
disociados entre su subjetividad y la realidad de su vida o de su cuerpo. En ambos,
la subjetividad está presente en su malestar pero la ausencia de palabra para
expresar o el deseo de reprimir imposibilita su elaboración. Cuando una persona
llega a una consulta justifica sus síntomas con problemas propios de su vida y no
reconocen el porqué de ese malestar. Dichas personas buscan es un remedio y no
alguien (el psicólogo) que los ayude a entender su malestar y su mundo interior;
ellos esperan remedios, no palabras.

La cultura, o el mundo simbólico en el que convivimos:


La cultura somos nosotros mismos, en nuestros puestos, aun sin tener conciencia
de ello, los resultados de la cultura no son más que aquello que entre todos
producimos, con nuestros modos de significar, con nuestras valoraciones, con los
sentidos que asignamos a nuestro devenir, con lo que producimos en la acción
cotidiana.
Wittgenstein, rescataba un sentido más amplio de cultura. Comprende la cultura
como universal, como necesidad humana de vivir en el lenguaje y la alteridad. A
través de la historia cambian sus maneras de expresión, sus significados y valores
que generan los entendimientos prácticos entre sus miembros y regulan su moral y
sus comportamientos, pero no cambian la necesidad intrínseca del hombre de
contar, y de ser parte, de una cultura, ya que esta constituye la organización de su
vida con los otros.
El postmodernismo ha surgido de esta ambición de fundir la cultura como fenómeno
ligado a las interacciones lingüísticas y emocionales inmediatas entre las personas,
y de su caída, su caducidad. Así mismo han surgido corrientes e ideologías
culturales postmodernistas que son rasgos de la cultura actuales surgidos en los
años setenta tales como las políticas de izquierda, el feminismo, la independencia
de la mujer, la no censura de la sexualidad, mezclados con valores surgidos por las
transformaciones del capitalismo.
Así como han ocurrido cambios culturales no esperados por los tradicionales
impulsores del cambio cultural, también se ha desatado una notable proliferación de
los juicios morales sobre la cultura que, oponiéndose a lo postmoderno, termina
añorando conservadoramente el orden burgués de la familia, la ética protestante del
trabajo, el control social, la defensa de la elite intelectual, y el rechazo a todo lo que
sea expresión de las masas.
En la actualidad, los movimientos conservadores, impulsados por la iglesia surgen
de la nostalgia de una cultura clasista que defiende el respeto y las valoraciones de
las instituciones que son sinónimo de valores de las clases ilustradas. Los valores
nuevos no pertenecen a ninguna clase social y esto inquieta a ambos sectores. Los
nuevos valores de la actualidad no responden a los promocionados por ninguna
clase dirigente, ni resultan de las elaboraciones de ningún intelectual crítico: en su
esencia no son de la izquierda ni de derecha, como algunos confunden.
Los nuevos productores de cultura son los medios masivos de comunicación, el
cine, los videos y las redes sociales, introduciéndonos a “lo virtual”. Todas las
instituciones políticas, educativas, religiones recurren a la publicidad. Este cambio
ya no se trata de difundir ideales, propagar ideas o debatir conceptos sino generar
creencias a través de imágenes de publicidad. Esta es la verdadera ruptura de todos
los sistemas de representación clásicos. La nueva era de la información inmediata,
las redes sociales y los medios de comunicación no necesitan convocar al
pensamiento con ideas, trata de captar al sujeto con impresiones inmediatas, no
reflexivas mediante imágenes.

Pensamiento e interpretación de los significados de esta cultura:


La modernidad parte de una necesidad de profundidad crítica, basada en la lógica
cartesiana de la razón. En la que se separa la esfera cultural de la social, debido a
sus formas de producción y circulación. Así mismo, su organización social parte de
una lucha de clases en que la cultura es producida por y para la clase alta y en
caso de ser consumida por la clase media está participa solo desde el lugar de
espectador.
Distinto a esto, la posmodernidad parte de una heterogeneidad de valores,
conductas, culturas y teorías morales de la sociedad; que a sus vez rompen con
las explicaciones completas (metarrelatos) de la modernidad. Aun así no se piensa
este cambio como un mero pensamiento liviano, es todo un cambio sensibilidades
que pasa por una nueva manera de pensar, sentir y valorar. En la que la realidad
no se espera ser descubierta, sino que se expone la realidad como percepción
individual.
Aun así, la posmodernidad se soporta desde una cultura de masas (cultura no clase)
que opera desde los medio de comunicación masivos en los que busca poder
manipular los símbolos. Es entonces los valores de la posmodernidad la expresión
de una nueva hegemonía social centrada en el poder simbólico. Un claro ejemplo
de esto es el éxito de la publicidad que genera experiencia sin pasar por una
experiencia en si misma, sino desde la representación de la imagen consumida de
esa experiencia. Así mismo, esta nueva sensibilidad tiene como costo la soledad y
el vacío interior que crea relaciones de vínculos efímero y sin compromisos entre
los individuos.

De cómo se vive en esta nueva cultura:


El inminente avance de la modernidad modificó la relación de los modos de vida de
cada individuo con la cultura local de su sociedad. Así, se fragmentaron los modos
de vida y rasgos culturales preindustriales, inscribiéndose por medio de la publicidad
en un nuevo orden de valores que favorece el consumo económico y cultural. La
modernidad logró imponer, de un modo absoluto y violento, sus criterios culturales
a toda la modernidad.
El incremento de la individualidad y por consiguiente narcisismo, la competitividad
y ausencia de solidaridad y la angustia que ello genera en los individuos, el deseo
de mantenerse jóvenes, el deterioro de las familias y las relaciones de pareja, la
valoración de los famosos como estilos de vida deseados, la violencia social, la
inseguridad en las grandes ciudades, son ejemplos de esta serie de valores en los
cuales se inscribe el hombre moderno.
Otro rasgo característico de la era postindustrial es la entrega de las funciones del
ámbito privado a agentes externos. Así, necesidades como la fabricación de ropa,
alimentación, cuidado de los hijos, etc. que antes se resolvían en el núcleo familiar,
vecindario o cultura local, son problemáticas que ahora se entregan a la gestión y
saber de expertos en estas áreas. Hoy por hoy, existen grandes corporaciones que
producen servicios de todo tipo y que suponen una nueva dependencia “impersonal”
de la vida personal cotidiana.
La construcción de significados y valores que fundamentan la vida de cada individuo
y los códigos morales incluso, ya no se producen en relaciones de intimidad y
cercanas como la familia, sino que nuestros comportamientos, orientados por estos
valores y significados, nos llegan influenciados por los medios masivos de
comunicación, publicidad o los expertos en los temas de la cotidianidad.
Esta apertura del ámbito privado y de la vida íntima hacia los expertos -incluida la
psiquiatría y la psicología- logró como resultado no sólo el incremento del consumo
que era su verdadero objetivo sino también la instauración de un nuevo orden de
valores globales que gobiernan la subjetividad de cada individuo y sustentan la
sociedad postindustrial.
El número de sectores medios creció notablemente en la modernidad en términos
económicos, pero también es cierto que la demanda de psicología, psiquiatría y el
consumo de fármacos es mayor en estos sectores. Existe una relación que es
importante señalar, quienes ejercen dicha demanda desarrollan sus vidas con
pocas o ninguna interacción afectiva o emocional con otros, más allá de las
relaciones que les imponen sus actividades como el trabajo o el entretenimiento,
mientras que las personas menos favorecidas, en términos económicos, poseen un
mayor sostén emocional y continuidad en sus relaciones familiares, de pareja o
amistad. Se deduce entonces que: la consulta a expertos, el consumo, las drogas,
los psicofármacos suplantan de algún modo la necesidad de relacionarse con los
otros o están dirigidos a disminuir este vacío interior cuando no se cuenta con el
apoyo de los otros.
Es por ello, que se hace necesario ampliar el horizonte de necesidades de estos
sectores, intervenir sobre la vida privada y familiar, el tiempo libre y el ocio.
La medicalización de la vida se produce no sólo porque el medicamento es un
producto más para el consumo, sino también porque, paradójicamente, está
enfocado a suprimir los malestares que el mismo consumo produce.
Es así como la producción de nuevas demandas -como consumir bienes y servicios-
pasó a ser la clave de la producción capitalista, más no la satisfacción de las
necesidades básicas (que siguen insatisfechas en una gran parte de la población),
sino de aquellas pseudonecesidades que el consumismo ha creado y constituyen el
motor del capitalismo.
Este nuevo sistema de consumo masivo genera nuevos valores que dejan afuera a
aquellos que regulaban las relaciones humanas y las identidades sociales,
vinculadas al trabajo, la familia, el lugar, la historia local.
No se puede dejar de lado a la publicidad como un elemento clave en el cambio
radical de valores culturales, responsable de nuevos hábitos de vida y de una nueva
moral. No obstante, la publicidad no es un ente aislado sino que opera como parte
de las estrategias de desarrollo y sostén de un nuevo ordenamiento social que
necesita producir las condiciones subjetivas necesarias para su sostenibilidad. Se
busca expandir no sólo el consumo sino también reproducir esta nueva subjetividad.
De igual forma, las funciones de regulación del deseo y del placer que se ligaban
anteriormente al padre, transferido al profesor y al jefe, ahora son funciones de la
empresa y el llamado que se hace no puede ser otro que al deseo de consumir, al
placer de gastar, al acto y no al pensamiento o la reflexión. Evidentemente esto
modifica los procesos identificatorios que constituyen la subjetividad, ya no es el
padre el portador de los valores sociales para la identificación del hijo, ahora es
frecuentemente el joven o el adolescente el que se constituye como modelo de vida
para padres y madres.

Perdemos el protagonismo de la cultura local para la subjetividad:


Actualmente, la publicidad se encuentra en auge ya que nos encontramos en la era
de la globalización; lo cual ha modificado la subjetividad, pues está hoy día
establece una relación relativa con verdad y la realidad; la forma de pensar hoy no
depende de criterios racionales de verdad y falsedad sino que responde a aquellos
de la credibilidad y la verosimilitud, responde a la imagen y a lo que los medios
promueven y comparten, de manera que el pensamiento “light” como en parte lo
que G. Vattimo llamó “pensamiento débil” se encuentran dentro del nuevo orden
social y de la nueva subjetividad. Por tanto, ahora la publicidad asegura que es
posible manipular el pensamiento de los individuos para inducirlos a determinados
comportamientos respecto del consumo, como también la búsqueda de consensos
y adhesiones que ya no se basan en la veracidad de enunciados políticos, sino que
se han construido bajo la lógica de la verosimilitud.

Ahora bien, la modernidad capitalista no ha sido artífice de un mundo fraterno, libre,


y equitativo sino todo lo contrario, dio paso a la lucha, la competencia, la
dominación, la exclusión y la marginalidad. El panorama social moderno, marcado
por todos estos principios capitalistas ha ido evolucionando hasta nuestros días en
los que la tradición ha perdido su imperio y la vida diaria se instaura entre lo local y
lo universal, puesto que nos encontramos en un mundo globalizado en el que las
personas cuentan con diversas opciones que median su comportamiento, cuyos
significados y valores están en los medios masivos. Entonces, los comportamientos
éticos y morales pasaron a ser decisiones de cada individuo o grupo social, dejaron
de ser asuntos de la comunidad local únicamente. Por todo esto es que hoy día
encontramos diversos estilos de vida en la sociedad posmoderna, estilos de vida
construidos a partir de trozos y significados tomados de los distintos medios de
comunicación, “una identidad del yo hecha de retazos suplanta a aquellas narrativas
del yo basadas en la filiación, la historia familiar y los rasgos de pertenencia a una
cultura local” (p 230).

Por otra parte, el sistema capitalista con el abandono por parte del estado, ha
promovido que cada ciudadano busque como sobrevivir ante los riesgos de la vida
(enfermedad, vejez, incapacidad, educación, empleo, etc.) fundando la necesidad
de construir un propio estilo de vida que lo libre de la exclusión o la marginalidad.
Desde la lógica desarrollista,seguramente todos aquellos que han dejado de existir
ante el estado y la economía, algún día encontrarán los medios para reinsertarse
pero mientras tanto asciende el consumo y venta de drogas ilícitas, la violencia, el
alcoholismo y diversas enfermedades del cuerpo; el mundo cada vez favorece
más el individualismo pero en esta lucha muchas personas evidencian el malestar,
malestar que ¿acaso debería ser tratado por psiquiatría o salud mental como algo
propio del individuo sin considerar las condiciones generales de vida? Pues, es
importante tener en cuenta que nos encontramos ante una fragmentación social, en
la que hay indiferencia por lo diferente y solo importa el bien propio. La pregunta es
¿qué efectos tiene sobre los individuos atenderlos sin considerar la influencia de los
problemas globales sobre su salud mental?

Nuevos personajes y nuevas personalidades:


Los procesos de la nueva identidad fragmentada caracterizan a la “personalidad
postmoderna”. En esta personalidad coexisten sin conflicto matrices de
significación de la cultura local amalgamados con muchos de los rasgos mundiales
y anónimos (historia, realidad social, sexo, amor, trabajo, etc). Es decir, presenta
una subjetividad localizada culturalmente en su constitución pero reproduce
sentidos y valores de un medio que es mundial.
Un ejemplo de ello, es el ritual de la muerte o la ceremonia de un casamiento, cuya
función es proveer de una elaboración colectiva a los momentos de transición en
el que la persona asume una nueva identidad y un nuevo lugar social, aquí se
representa lo que el individuo abandona de su posición anterior y los rasgos nuevos
que va asumir; actos que son clave para asegurar la identidad del sujeto, su
permanencia a un orden de filiación e identidad social. Ahora las personas celebran
las bodas con un viaje turístico o la muerte en hospitales o velatorios; este
reconocimiento ya no es un ritual o una ceremonia tradicional sino formas que reúne
la tradición con rasgos del espectáculo mundial.
No obstante, ya no existen ceremonias que articulen en cada uno de los miembros
de la comunidad su propia relación con estos rituales o acontecimientos como
sucedía en las ceremonias tradicionales.
“En el medio urbano postmoderno, mundializado y anónimo, la subjetividad
individual no cuenta con ese soporte cultural, no se sostiene en ninguna
elaboración colectiva, el acto que asume no se acompaña de la
obligatoriedad de asumir valores morales y principios éticos dictados por su
comunidad y anclados en su historia, cómo transmitía la ceremonia ritual.
Está más solo frente a su acto y debe construir por sí mismo las
representaciones que lo signifiquen para su yo, como también los criterios
morales con que responderá al otro de su compromiso” (p.235).
La subjetividad postmoderna ha roto con los valores de continuidad de la
experiencia y de la permanencia en su sociedad; se caracteriza por la segmentación
de sus estilos de vida, habita varios mundos al mismo tiempo, la diversidad de sus
identificaciones genera ilusión de una elección constante, de un decidir todo el
tiempo sobre dónde, cómo, con quién organizar la vida y llenarla de sentido.
“Esta ausencia de los rituales y ceremonias culturales debe comprenderse como la
pérdida de las funciones que la sociedad tiene en la actualidad para la subjetividad”
(p.236). No se entiende como un cambio social sino como un abandono de las
funciones para el individuo y los conjuntos sociales.
“Este individuo postmoderno se encuentra obligado a lograr el dominio
personal de sus relaciones, debe luchar por conquistar circunstancias
sociales que le permitan vivir sin el apoyo de la familia, los compañeros o el
sindicato, debe forjar por sí mismo aspectos de su identidad para adaptarse
a las coordenadas de una sociedad diversificada y multifacética. La vida bajo
estas condiciones exige una fortaleza psíquica para asumir riesgos de
fracaso social y de identidad profesional” (p.236).

Construcción e identidad:
Las características del proceso de individuación y de construcción de la identidad
estaban relacionadas por un lado con la estructuración patriarcal de la sociedad y
la familia monogámica como parte esencial del mismo, y la constitución de Estados
– Nación como garantes de un espacio público afín al desarrollo del capitalismo
industrial.
El individuo nace y se desarrolla en el seno de una familia y una comunidad que
cuentan con unos significados sociales y valores éticos que le son propios, aquí se
organizarán los primeros procesos psíquicos y las primeras identificaciones.
Llegado cierto momento del desarrollo del individuo, el ingreso a la vida social y su
participación en la cultura, se le plantea negar su identidad edípica, familiar,
primaria, para afirmar su identidad social. Todo esto expresado en el
desprendimiento y transformación de los vínculos familiares y lealtades que lo
ligaban a su comunidad para constituirse como ciudadano de una nación, sujeto de
una determinada cultura, miembro de una institución, portador de una profesión a
través de los cuales construirá una identidad que responda a los sistemas sociales
de significación en que desarrollará su vida
La modernidad rompió con la relación inmediata, primaria, entre la filiación y la
identidad; aquella en la que el hijo continuaba con el oficio del padre o la de la
trasmisión de tierras, habilidades y costumbres de padres a hijos.
El ordenamiento moderno en la constitución de identidad está perturbado en las
condiciones postmodernas.

Vicisitudes de la integración social y de la vida en comunidad:


Habermas ha desarrollado una relación compleja entre subjetividad, sistema
social y relaciones comunitarias. Habla de acción comunicativa, expone que
la racionalidad tecnológica del capitalismo, no es suficiente porque la
interacción social no se reduce a la mediación tecnológica, pues precisan de
interacciones simbólicas más complejas. Así, la acción comunicativa entra a
jugar transmitiendo intersubjetivamente los saberes y tradiciones culturales,
lo que presta resistencia a esta mediación tecnológica y capitalismo tardío.
En su teoría del desarrollo social propone la racionalización cultural a través
de dos esferas: cognitiva (relación con el mundo exterior) y expresiva
(relación con el mundo interior). Sostiene que toda subjetividad se construye
a través de las relaciones intersubjetivas. El autor diferencia integración
social sistémica (conjunto de estructuras burocráticas y administrativas) y
sociocomunitaria (interacciones inmediatas). La primera responde a las
formas de vida social existentes, mientras la segunda a construcción de
significados y valores.
El autor no se encuentra de acuerdo con Habermas, porque le confiere un mayor
valor al papel que cumple la integración social sistémica como agente en el proceso
de construcción de la subjetividad. No cree que las culturas locales puedan prestar
frente al nivel que Habermas lo propone a la mediación tecnológica y el proceso de
masificación global. Sin embargo reconoce la importancia de pensarse aquellas
culturas emergentes que surgen de manera artificial, oponiéndose a lo socialmente
establecido. Resalta que la contradicción interna de lo comunitario encuentra su
límite en lo social. Plantea que las interacciones comunitarias a través de la historia
han permitido la construcción de la subjetividad y transmisión de la cultura, y estas
mismas han dado paso a que se encuentran sumergidas en una vida social más
sistemática y mundial que comunitario.
El autor señala que se ve un desplazamiento de la familia como agente de educador
de los niños, pasando este papel a las escuelas a las que asisten a temprana edad,
tomando así el mando el mundo globalizado sobre el proceso de subjetivación. Se
observa este fenómeno de manera palpable en la adolescencia, masificada por
hábitos de consumo, guiados por modas, aprendidas fuera de la familia y comunidad
como era en antaño. Pero este fenómeno no se queda aquí, hay adultos que caen
en este juego, buscando una imagen joven, para introducirse en este nuevo mundo
de imágenes a imitar. Así, se ve una creciente lucha por el acceso al consumo, los
jóvenes no participan de huelgas sociales clásicas como sindicatos, pero si
reclamos espontáneos que alegan el derecho que sienten tener al consumo.
Además resalta que Habermas no tiene en cuenta un elemento trascendental en las
nuevas formas de integración social, la caída del patriarcado, lo que ha afectado la
constitución de la familia, ideas de género, construcción de la identidad y demás. La
tendencia de este fenómeno es global, aunque las intensidades varían, la crisis es
irreversible. Esto ha exigido nuevas formas de relacionamiento entre hombres y
mujeres, un aspecto que ha tenido gran impacto ha sido el de la crianza de los niños.
Aún hace falta un largo camino para llegar a un igualitarismo entre las parejas
heterosexuales, camino aún más largo para una reestructuración de la vida
comunitaria, la cual se ha visto muy trastocada en el proceso de globalización,
afectando los lazos de vecindad y colaboración.
Otro aspecto que dice que ha sido descuidado por Habermas es que la sexualidad
en su sentido amplio es un componente esencial de las formas de lazos sociales,
todos los valores y prohibiciones están ligados a ella, los códigos de seducción,
rituales de matrimonio y demás, forman parte de la constitución de lo social. Esto
es un aspecto que puede definirse en la subjetividad y la intimidad de pareja,
aceptando o rechazando lo socialmente establecido. La promesa de que hasta la
muerte nos separe se ha revalorado, lo que implica una menor continuidad y
creciente necesidad de reestructuración del yo. Así, cada vez más lo local
corresponde a construcciones íntimas, todo lo demás se adscribe a lo global.
Expone que las nuevas agrupaciones comunitarias como las de comunidades
homosexuales, no logran sostener al sujeto de manera adecuada, ni a su
subjetividad, porque no van más allá de los significados y valores que los reúne.
Este tipo de comunidades no busca un impacto social en conjunto, sino un
reconocimiento dentro de lo socialmente establecido, para poder tener sus propios
criterios normativos.
Lo virtual forma parte de nuestra vida, absorbiendo así la pasada materialidad y
temporalidad. Claro está que existen resistencias individuales y comunitarias, pero
su crecimiento y globalización es inminente.
Los movimientos sociales actuales, tienden a ir en contra de lo tradicional. Los
cambios que se logran se dan principalmente por modificaciones en la economía
global, imponiéndose sobre los civiles, y no necesariamente van en favor de estos,
de hecho amenaza constantemente con excluir a más grupos de las dinámicas
sociales, con cambios como la flexibilidad laboral, dando pie a grupos que prestan
resistenciea o protesta.
Acorde con Bauman cada individuo o grupo deambula buscando construir un lugar
propio en el mundo social. Dice que no se puede vivir fuera del mundo, pero
tampoco en un lugar fijo y estable. Sin embargo el autor resalta que los nuevos
grupos si aportan algo de solidaridad a los individuos, aunque no aporten a la
integración sistémica.
Finaliza señalando un conflicto subjetivo, de individuos con deseo de generar lazos
pero una cultura que en miras del éxito, exige autonomía y eficacia individual.

Una producción cultural de imágenes y sensaciones:


La cultura propia de lo que se conoce como modernidad se conformó a partir de una
intelectualidad que pensó una realidad en la cual los sentidos de la misma debían
ser descubiertos por medio de su interpretación, guiados por la búsqueda de la
verdad. Esta filosofía impregnó la sensibilidad y el modo de pensar del hombre
moderno y de este modo fue trasladada a su producción cultural. Dicha sensibilidad
ha dado siempre prioridad a las palabras en la búsqueda del conocimiento racional
y la verdad, en desmedro de las imágenes, siempre más vinculadas a lo aparente o
superficial. Esta visión racionalista de la cultura le atribuyó siempre una importancia
mayor al desentrañamiento del sentido, el sentido oculto en las apariencias de la
imagen o en la superficie literal del texto. Sin embargo, posterior a esto, en lo que
se conoce como la posmodernidad, se han generado cambios culturales y sociales,
que repercuten en la formación de una nueva sensibilidad, más ligada a la
experiencia visual que a la literaria.
Ya que no se trata de explicar y comprender, de teorías orientadas por la búsqueda
de la verdad, sino de evaluar la eficacia y los resultados de las imágenes que la
presentan. Se da un pasaje de lo verdadero a lo verosímil. Para esta nueva
cultura un texto cultural no vale por su sentido, ni requiere de un trabajo de
interpretación que explicite la relación de ese sentido con los valores sociales, vale
por lo que "produce" en términos de experiencia. La producción de significados
obedece ahora a un régimen figural y no discursivo. Se significa por la imagen
misma, por la figura y los íconos, que logran prescindir de las palabras.
Esta nueva forma de cultura y producción intelectual está más ligada a los medios
de comunicación y a un fuerte traslado de la comunicación humana desde la palabra
hacía la imagen que llama a la sensación. Esta nueva sensibilidad es también un
modo de sentir, de pensar y de actuar, del hombre común postmoderno; las
imágenes se han incorporado a su vida cotidiana, en ellas lee gran parte de la
realidad que vive.
Es a estos parámetros de significación transmitidos por imágenes y sensaciones
que los individuos ajustan el desarrollo práctico de sus vidas, renunciando a las
preguntas por el sentido, al valor de la verdad, a la búsqueda de ella en las ideas,
al valor de las palabras para entender al mundo o transformarlo. Este nuevo
panorama cultural se asienta y encarna en la subjetividad individual, dando como
resultado el imperio de un pensamiento pragmático, que se orienta al mundo por las
imágenes que le hacen presente la realidad, ignorando la función potencial del
sujeto de interpretar esa realidad, no “consumirla” como se le es dada. Todo está
en la superficie, cualquier persona o cosa para “ser” debe figurar en alguna pantalla.

Este desplazamiento de la palabra hacia la imagen influye en el funcionamiento de


la consciencia. Gracias a la confianza de la cultura moderna en la palabra como
estructurante principal de los procesos subjetivos se hizo posible el surgimiento de
las psicoterapias racionales, entre ellas el psicoanálisis y la fenomenología. El
hombre se ha servido del pensamiento reflexivo como recurso primordial para situar
su acción sobre la realidad, sobre sus semejantes y sobre sí mismo. Por lo tanto,
este decaer de la palabra en la intermediación de sus relaciones con los otros, con
la realidad de su mundo y consigo mismo, debe entenderse a la vez como un
proceso de desubjetivación, por supuesto parcial y no absoluta, ya que marca un
giro en las relaciones entre el pensar y el sentir en la experiencia del sujeto, dándose
una mayor importancia a la experiencia.
Varias consecuencias de este giro hacia la desubjetivación son observables en
muchos de los nuevos malestares psíquicos, donde puede observarse la tendencia
a borrar el sujeto de la experiencia; es decir, cada vez más se impulsa la idea de
que los sufrimientos psíquicos del individuo se deben a causas externas a él mismo,
se atribuyen a sus mecanismos biológicos o a su padecer social. Por esta vía el
sujeto no tiene responsabilidad en preguntarse por sí mismo ni por las razones o el
sentido de su malestar. En la promoción de este tipo de ideas ayuda mucho la
difusión pública, y la de algunos psiquiatras, de las neurociencias, que al ubicar en
la dinámica del cerebro los secretos de la vida subjetiva permiten suspender la
interrogación acerca de sus causas en el devenir subjetivo.
Podemos formularnos la pregunta ¿puede la psiquiatría o la salud mental hacerse
cargo de estos trastornos cuyas razones están en la cultura misma de los sujetos?
Y si así fuera ¿qué consecuencias tiene para la disciplina este medicalizar-como-
enfermedad y negar-como-realidad subjetiva el complejo determinante de su
producción cultural y social?
La medicalización avanza sobre dimensiones cada vez más amplias de la vida. La
mayor parte de las personas que ingiere psicofármacos lo hace por malestares
inespecíficos, que sin embargo son tratados como enfermedades por medios
químicos o biológicos. De esto derivan casos crecientes de adicción, tanto a
psicofármacos como a otro tipo de sustancias que tienen todas ellas como rasgo
común el tratar de suspender al sujeto al menos en su capacidad reflexiva.
Se pueden mencionar muchos de estos consumos adictivos como verdaderos
consumos culturales, en el sentido de que responden a hábitos extendidos en la
cultura, trasmitidos en gran parte por los personajes famosos, incorporados como
ritos en ciertos espectáculos y defendidos como expresión de trasgresión a la
cultura oficial.
A este punto cabe preguntarse entonces ¿Es posible intentar curar estos malestares
que consisten en la suspensión del sujeto y la palabra, con palabras? Lo malo es
que no contamos con otro recurso, o mejor dicho, los otros recursos son peores. El
camino que se sigue actualmente, el de considerarlos como una enfermedad y a la
medicación como su tratamiento, no es más que seguir el mismo camino del
trastorno: ignorar al sujeto y la palabra, cambiar una conciencia que no quiere saber
por una medicina que no requiere pensar. Al menos intentar tratarlo con la palabra
es intentar desandar el camino que impuso la adicción: volver a considerar al sujeto
y sus razones a través del pensamiento y la palabra.

¿Es posible el optimismo en la cultura?:


El texto propone que en las teorizaciones sobre la cultura actual se puede evidenciar
el goce de los autores por presentar visiones apocalípticas de la cultura. Por tal
razón es necesario que resulte una teoría que tenga en cuenta las condiciones
actuales de la sociedad y la cultura para así comprender objetivamente los cambios
que ha atravesado la subjetividad singular de cada individuo, teniendo en cuenta las
condiciones sociales que se enmarcan en el contexto del capitalismo y el
postindustrialismo.
Ante esta situación los teóricos que tratan temas como la subjetividad en la cultura
se dividen en tres grandes tipos:
 Pesimistas:que defienden que la subjetividad y la cultura se reducen a la
dominación económica.
 Adeptos: consideran que la dominación del sistema no se da y que los sujetos
son libres y autónomos.
 Escépticos: teorización del mundo social considerando que no se presenta
ningún cambio.
Sin embargo el autor plantea que la cultura y la subjetividad del individuo suponen
una ruptura de la sensibilidad moderna, además también plantea que la dispersión
cultural guarda estrecha relación con la desfragmentación subjetiva del individuo.
Por tanto, el análisis del sujeto como ser narcisista y ambiguo con procesos
Mentales dispersos se realiza partiendo de una base contextual; teniendo en cuenta
que el comportamiento social de nada en principios de individualización (en el cual
están los comportamientos del sujeto que tiene las esferas públicas y privadas) y
diferenciación ( en el cual se encuentran los procesos autónomos del individuo y a
proceso en la jerarquización) Que a su vez comprenden la interiorización de la Ley.
Por tal razón, se plantea que la psique y la sociedad no difieren, más bien coexisten
y no podrían estar una sin la otra puesto que lo inconsciente no existiría de no ser
lo la prohibición del otro. La represión es como tal un agente socializador que
inscribe al sujeto en una cultura y sociedad determinada y que establece aquello
que es prohibido y permitido. De esta forma se evidencia que la
Constitución psíquica y el funcionamiento de la subjetividad en la cultura están
hechas del mismo material; en continuidad

El proceso de análisis de la subjetivación va más allá de la categorización no se


reduce al posicionamiento subjetivo puesto que este se encuentra marcado por
cómo está situado social y culturalmente el sujeto.
Ahora, ante la constante dispersión del sujeto y las culturas empobrecidas debido a
la diversidad conflictiva del sujeto el capitalismo intenta brindar soluciones totalistas
a nivel global y también pretende que se acepten estas soluciones y se preserven
la identidad problemática de la posición subjetiva. Generando que todo intento por
cambiar lo insoportable de lo Real sea designado sólo a lo lingüística y se quede en
la enunciación.
En conclusión para realizar el análisis del pensamiento profundo es necesario
indagar e intentar comprender la producción cultural y entender la subjetividad que
lo sostiene.

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