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Crueles, traidores, avergonzados

Una lectura de los cuentos de Abelardo Castillo


Lic. Enrique Aurora
Profesor Adjunto
Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)

Este artículo propone una lectura de los cuentos de Abelardo Castillo


que parte del tema de la crueldad, como una línea de sentido de
importancia en la producción del escritor. Desde allí, se abordan otras
dos especies temáticas interrelacionadas, la traición y la vergüenza. De
esta manera, se llega a una indagación del fondo existencialista –en
especial, el existencialismo de Sartre- como base estructurante de la
cosmovisión expuesta en la poética de Castillo.

Castillo y yo

Mi primer encuentro personal con Abelardo Castillo tuvo lugar aquí, en Córdoba, en
septiembre de 1985. En una pequeña librería ubicada en una galería céntrica –que, como a tantas
otras, la "aldea global" acabó sustituyéndola por un local de modas-, se presentaba su segunda
novela: El que tiene sed. Por aquel entonces, para cumplir con algún compromiso académico, yo
proyectaba una monografía sobre sus relatos. Así fue que decidí solicitarle una entrevista al
escritor. Bien dispuesto, Castillo me recibió esa misma tarde en el bar del hotel "Viñas de
Italia".

Sostener una conversación con Abelardo Castillo, al menos para un joven estudiante como lo
era yo en el ’85, resultaba una experiencia inquietante. Su discurso casi monológico, su voz
grave –hasta me atrevería a decir, cavernosa-, sus ocurrencias teñidas de una fina ironía, sus
respuestas rápidas y siempre orientadas hacia lo que pretendía responder (aunque no siempre
coincidiera con lo que yo pretendía preguntar) su erudición bibliográfica (nunca de impronta
meramente libresca, sino antes bien metafísica1), no dejaron de deslumbrarme.

Si hoy se repitiera ese diálogo –con más años y vivencias de parte de uno y de otro interlocutor-
la experiencia sería diferente. Por lo menos, mi actitud resultaría menos reverente, más atrevida
y de un mayor rigor crítico.

Lo cierto es que conservo todavía la transcripción de aquella entrevista, y encuentro allí


elementos que pueden justificar, en algún sentido, este recorte de su narrativa. Aunque me
permita sostener que todo recorte crítico, más allá del tino de sus fundamentos, no deje de
encerrar un marcado personalismo y hasta cierto grado de capricho.
La crueldad

"Hay una evidente crueldad en mi obra literaria; y, probablemente, la crueldad sea algo así como
la inversión de una manera piadosa de ver el mundo", decía Castillo en esa entrevista.

La crueldad, entonces, como el propio Castillo lo reconoce e incluso lo enuncia a través del
título de uno de sus volúmenes de cuentos2, constituye una de las constantes temáticas en sus
relatos.

La crueldad es un componente de Hernán, el protagonista adolescente del relato homónimo,


"...aquel Hernán brillante de dieciocho años que podía demostrar teoremas sin mirar el libro o
componer estrofas a la manera de Asunción Silva"3. Hernán entabla una apuesta con sus
compañeros de secundaria: seducir a la ingenua señorita Eugenia, la nueva profesora de
literatura. Su "brillo" intelectual es, precisamente, lo que le permite al joven ganar la apuesta. El
brutal descaro del adolescente culmina con su compromiso de exponer públicamente a la mujer.
El joven deja colgando en la pizarra, a la vista de sus compañeros y de la propia víctima, una
bolsita blanca de alcanfor, que habitualmente pendía "...sobre su pecho de señorita Eugenia,
bajo la blusa"4: es decir, queda al desnudo el símbolo del despojo de su intimidad.

También son crueles los tres adolescentes que, en "La madre de Ernesto", organizan una visita
al Alabama, "...algo así como un rudimentario club nocturno"5. La planean, atraídos por el
deseo: se sabía que el turco, el dueño del local, había agregado unos cuartos en la planta alta y
había traído una mujer. Lo que, en principio, podría constituir nada más que la fatal iniciación
de los jóvenes a la vida sexual, encierra un carácter oscuro. Una forma del deseo de carácter
abyecto porque, en cierta forma, participa de lo incestuoso: la prostituta no es otra que la madre
de Ernesto, un compañero de juegos de la infancia: "...lo equívoco, lo inconfesable, lo
monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de
nosotros"6.

También es cruel el modo en que el narrador de "El marica", traiciona a su amigo César. Se
repite aquí el motivo de los ritos iniciáticos adolescentes a la vida sexual, a través de la visita a
un prostíbulo. En este caso, se trata de introducir en ese ritual a César, el joven despreciado por
casi todos sus pares a raíz de su temperamento: "Vos eras raro, uno de esos pibes que no pueden
orinar si hay otro en el baño. En la Laguna, me acuerdo, nunca te desnudabas delante de
nosotros. A ellos les daba risa. Y a mí también, claro; pero yo decía que te dejaran, que cada uno
es como es"7. A costa de ese efecto, el narrador conduce a su amigo al prostíbulo de manera
tramposa, defraudándolo en su buena fe. César huye del lugar al advertir de qué se trata y se
gana así el escarnio de sus compañeros. El peso cruel de la traición, se intensifica por la
circunstancia de que el narrador oculta que él tampoco se ha atrevido a consumar su iniciación.

Anselmo Arana, el protagonista de "Hombre fuerte", es una criatura enferma de poder. Y, en la


práctica constante para la obtención de la hegemonía, no vacila en el ejercicio de la crueldad:
"Hay que sacrificar gente si hace falta: un hombre boca arriba en una zanja, o una mujer, que
cualquier día estorba...[ ]... Hay que abrirse paso y pisar firme como los que saben qué quieren y
adónde van..."8. Arana es el arquetipo del político maquiavélico. La crueldad, por lo tanto, no se
concibe como una forma ajena a la moralidad. A semejanza del autor de El Príncipe, para Arana
los principios morales son "...inútiles cuando se entrometen en los problemas de la vida política.
Maquiavelo veía las luchas políticas como si fueran un juego de ajedrez... [ ] ... Su experiencia
política le había enseñado que el juego político siempre se ha jugado con fraude, con engaño,
traición y delito. Él no censuraba ni recomendaba estas cosas. Su única preocupación era
encontrar la mejor jugada –la que gana el juego"9.
"En el cruce", es un relato con un trasfondo histórico. La acción se enmarca en el movimiento
revolucionario que, en 1955, derroca al Presidente Perón. En ese contexto, un teniente del
Ejército Argentino, peronista fervoroso y de temperamento frenético, se propone tomar un
cuartel próximo, el de Sierras Bayas, adherido a la causa antiperonista, acompañado nada más
que por tres conscriptos. A lo largo del relato se van refiriendo una serie de marchas y
contramarchas respecto de la posición de la unidad castrense en la que revista Cembeyín, ante la
inminencia del golpe militar. Más allá del escenario histórico, el teniente Cembeyín, reúne las
características propias de una personalidad sadista, que se empecina en doblegar al conscripto
Rojelja:

Dijo que no. Tenía los dientes apretados para no perder aliento, o como si
mordiera, sin embargo ahora se tambaleaba un poco. Lo miramos y miramos a
Cembeyín: él también tenía ese gesto emperrado, de morder, y la misma vena
colérica cruzándole la frente. Cembeyín gritó "a tierra", y con rítmica frialdad
siguió gritando y el tucumano Rojelja iba y venía por la Plaza de Armas, rodaba
unos metros como un cilindro, volvía a quedar de pie en posición de firmes, salía
corriendo hasta cualquier parte hasta que una nueva orden, repentina y exacta, lo
volteaba largo a largo sobre las lajas de cemento.10

La crueldad delirante del teniente Cembeyín, encuentra como respuesta la venganza de Rojelja,
quien le dispara con su máuser antes del asalto al cuartel adversario, pese a su ideario peronista.

La traición

Es interesante observar que, en repetidas ocasiones, el tema de la crueldad se vincula, en la obra


de Castillo, con el de la traición.

En "Hombre fuerte" se presenta "...una sucesión de dos traiciones: la de Arana a su grupo y la


del nicoleño después. El traidor inicial –Arana- reconoce en su presunto aliado –el nicoleño- la
debilidad que le dio el poder que ahora detenta. Al mandarlo asesinar, el hombre fuerte rectifica,
sacrificando a su víctima, su propia falencia"11.

Tanto en el caso de "El marica" como en el de "La madre de Ernesto", hay una traición hacia la
fidelidad debida a los amigos, en nombre de mostrar o demostrar que se es un hombre cabal por
vía del aprendizaje del sexo.

En el relato "En el cruce" hay una serie de fidelidades y traiciones en el plano político-castrense,
respecto de las actitudes a asumir ante el gobierno central. Esta configuración de la traición en el
orden del Estado se condensa, en el plano individual, en Rojelja, el soldado que antepone su
deseo de venganza a su ideología política.

Si bien el tema de la traición podría ser motivo de un mayor desarrollo, prefiero limitarlo a estas
breves líneas. Justifica mi decisión la voluntad de conservar cierta originalidad interpretativa.
En efecto, el artículo de Morello-Frosch del cual he citado más arriba, realiza un prolijo y
minucioso análisis sobre el tema.

La vergüenza
Además del leit motiv de la crueldad, los tres primeros cuentos antes comentados, es decir,
"Hernán", "La madre de Ernesto" y "El marica", tienen otro rasgo en común. Los tres participan
de un carácter confesional.

En estos relatos –como en otros de su producción-, "...Castillo postula una moralidad y una
indagación en la mala conciencia de sus personajes mediante una mirada a distancia y un
diálogo directo con ellos en segunda persona... [ ] ... asume el trance sartreano de la búsqueda y
el arreglo de cuentas consigo mismo..."12. En otras palabras, ese distanciamiento, queda sujeto a
una doble marca: la instancia temporal, ya que se trata del hombre adulto que vuelve sus ojos
hacia la adolescencia, y el recurso de la narración en segunda persona13. Y ese distanciamiento
es, precisamente, el que facilita a los personajes asumir la responsabilidad de la confesión.

En "La madre de Ernesto", se trata de reconocer el sentimiento de culpa generado por el


dictamen rígido de la sangre y de la conciencia que los arrastra a visitar a la madre del amigo:

Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto) nunca lo supe,
pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala y, en todo aquel verano,
sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba mirarlo de frente. Era como si la
idea que Julio nos había metido en la cabeza –porque la idea fue de él, de Julio, y
era una idea extraña, turbadora: sucia- nos hiciera sentir culpables.14

En "El marica", la confesión significa la alternativa de sacar a luz esa "estafa" moral de la cual
el narrador hizo víctima a su amigo:

Escuchame, César, yo no sé por dónde andarás ahora, pero cómo me gustaría que
leyeras esto, porque hay cosas, palabras, que uno lleva mordida adentro, y las
lleva toda la vida. Pero de pronto, una noche siente que debe escribirlas,
decírselas a alguien porque si no las dice van a seguir ahí, doliendo, clavadas
para siempre en la vergüenza.15

En "Hernán", el propósito de confesarse es aún más patente. Y, por ende, el sentimiento de


culpabilidad y de vergüenza. De esta manera, el narrador pretende ocultarse, hasta el filo del
relato, adoptando la máscara de un mero testigo de los hechos. En efecto, el cuento muestra un
cambio en la perspectiva narrativa, desde un narrador testigo hacia un narrador protagonista, que
no aparece sino hasta el final del relato; entonces, ambos narradores terminan por identificarse
en un único sujeto, es decir, Hernán:

...de pronto me dio miedo olvidar esta historia. Pero si yo la olvido nadie podrá
recordarla, y es necesario que alguien la recuerde, Hernán, que entre el montón
de porquerías hechas en tu vida haya siempre una para ésta de hace mucho...16

Por eso, sin pensarlo más, él la invitó a dar un paseo por los astilleros, y los otros,
codeándose, vieron cómo la infeliz aquella salía disimuladamente, seguida por su
ridículo olor a alcanfor y seguida por mí...17

La mirada del otro

En estos relatos de adolescentes, entonces, la crueldad se ve asociada a la vergüenza. Si en


términos generales, los personajes de Castillo se muestran deliberadamente crueles y
deliberadamente cínicos, estos jóvenes no dejan de indagar en su propia conciencia.

Esa temática de la vergüenza, permite marcar una asociación con el sustrato existencialista,
sobre todo de raigambre sartreana, que opera de anclaje metafísico en gran parte de la narrativa
de Castillo. Como ha señalado Guillermo de Torre, el drama y la novela existencialistas
proponen "...la proyección de un estado de conciencia, de un problema filosófico o moral"18.

En este sentido, cabe considerar la misma referencia del escritor argentino sobre la importancia
de la obra de Sartre en su producción:

Hace unos años comencé un trabajo sobre Sartre y volví a leer casi todos sus
libros: apenas había páginas de las Situations en la que el adolescente que fui no
haya "completado" un pensamiento que me pareció fragmentario: sé, sin
embargo, que ningún escritor me influyó como Sartre. Porque tampoco hay casi
página de esos libros en las que no redescubra una idea que hoy siento
naturalmente como mía. Y esto no es una mera acotación personal: es un hecho
constatable en casi todos los intelectuales de la generación del 55 y de mi propia
generación. Todos, en algún momento, hemos sentido el derecho a discutir con
él. Todos hemos saqueado sus libros. Dicho de una vez: nos enseñó a pensar.19

La vergüenza que subyace y anima a esas confesiones de episodios adolescentes, guarda


estrecha relación con la preocupación existencialista del autor. La vergüenza deviene del
contraste entre nuestro ser-para-el-otro y nuestro ser para-sí. Contraste que conlleva la
defraudación, porque el otro sigue viendo en nosotros:

 Lo que fuimos: la madre de Ernesto que ve en los adolescentes a esos niños que
compartían los juegos con su hijo;
 Lo que fingimos ser: Hernán con su ser-para-el-otro absolutamente engañoso;
 Lo que quisiéramos ser: el narrador de "El marica" que se muestra ante su amigo César
como un hombre "desenvuelto", no con una intención de burla, sino porque desearía ser
eso que muestra.

Por otra parte, el motivo de la vergüenza se vincula con el tema sartreano de la mirada, la
mirada del otro que es mi infierno porque me descubre tal como soy. La confesión equivale a
desnudarse ante la mirada del otro, a renunciar a mi libertad.

Así, en "La madre de Ernesto" el narrador presiente que "...cuando ella nos mirase iba a pasar
algo..."20. Y efectivamente ocurre de este modo porque la mujer los observa en ese en-sí al que
los ha reducido al adscribirlos en el pretérito –el de una inocencia ya resquebrajada-. Ese quedar
desnudos como objetos perfectamente definidos, inhibe su libertad y da por tierra con su oscura
lujuria. Pero el juego de la mirada tiene aquí una proyección dialéctica: la mujer desnuda a los
adolescentes y, al mismo tiempo, ellos son su infierno. Se trata de "...la mirada que se prevé, que
se anuncia, que se teme y que finalmente se produce despabilando a cada cual de su degradación
adulta o de su transgresión adolescente"21.

En "El marica", la brutal actitud del narrador-personaje para con César se explica porque el otro
actúa como su contratara para erigir su infierno. El marica lo está limitando con su pureza, y
entonces no cabe más mecanismo de defensa que la aniquilación. En este relato, el tema no es
otro que "...la insoportabilidad de la pureza... [ ] ...a ese ser ‘puro’, genuino, aquel que en tanto
mira o toca con franqueza obliga al otro a reeditar su genuinidad subyacente (la cual ha sido
arrinconada por instinto defensivo), hay que destruirlo mediante el ridículo..."22.
La negación del otro

Aun cuando allí no se aborda el fenómeno de la vergüenza, también el relato "Hombre fuerte"
demuestra fuertes vínculos con el existencialismo sartreano.

En efecto, el conflicto que estructura la narración, está representado por la reaparición del
nicoleño, "ladrón de urnas y matón"23, el hombre a quien Arana, cuando no era más que el
segundón de un político, había golpeado bárbaramente, hasta dejarlo casi muerto, abandonado
"...en una cuneta del camino a San Nicolás"24. Ese hombre al cual había despojado de su mujer y
de su propia dignidad. Porque si bien Arana suponía que el nicoleño venía tras él en busca de
venganza, acaba por descubrir que el otro, vencido por la necesidad, viene a pedirle un lugar
entre los suyos: "La vida nos cambia y si usted quisiera o me necesitara yo podría ayudarle en
algo, sin pretensiones, claro, pero supe tener la mano firme y eso queda, y si usted quisiera
olvidar25". Arana se ve en el otro –el nicoleño- y así el otro se constituye en su personal
infierno; pues, de la misma manera en que el nicoleño niega su propia dignidad para conseguir
los favores del "hombre fuerte", también, años antes, cuando comenzara a "prestarle servicios"
al Doctor, Arana había negado su propia familia con fines idénticos:

-Me ha salvado la vida, che –y me miraba a mí, y me había puesto la mano en el


hombro- ¿Cómo es su gracia?

-Me dicen Carancho. Soy Arán, el del turco.

-Conozco a su padre.

Me miró con desconfianza; había retirado la mano. Dijo:

-Pero él no es de los nuestros, si no ando errado.

Supe entonces lo que había que decir, nicoleño. Y lo dije. Muchas veces,
después, me oí pronunciando palabras en ese tono. Dije lentamente:

-Él no.26

La posesión del otro

Si el anverso de la crueldad pudiese estar representado por el amor, en los relatos de Castillo
crueldad y amor se confunden largamente. Quizás el principio exegético de dicha relación,
debería buscarse en la misma frase del autor citada en el segundo parágrafo de este artículo:
"...probablemente, la crueldad sea algo así como la inversión de una manera piadosa de ver el
mundo".

Los personajes de Castillo –habitualmente son hombres los que se recortan en un primer plano-,
suelen aparecer girando en torno a lo femenino, de modo que, a pesar de su carácter secundario
en el plano de la narración, en un sentido más profundo –como señala Policarpio Varón
refiriéndose a Poe y al escritor argentino- "...la mujer es en estos autores la presencia
dominante..."27.

Por otra parte, también este aspecto temático, enlaza con el existencialismo sartreano. Siguiendo
esas coordenadas, el amor significa en los cuentos de Castillo una forma de poseer al otro en
cuanto ser-que-mira. El amor, pues, desde que procura una manera de dominación sobre el tú,
implica un enfrentamiento, con derrotados y vencedores:

...estoy convencido de que el amor, la pasión, es un conflicto. Una conflagración.


Usted se ríe. Yo le digo que uno busca no sólo subordinar la voluntad del otro;
busca aniquilarlo... [ ] ... En el amor, mi amigo, uno devora o lo decapitan.28

El hombre procura apropiarse del otro –de lo femenino- en su carnalidad. Hay que apoderarse
del otro, de asirlo en su libertad, para cancelar su mirada:

Hacer el amor es robarle la mujer a Dios. Porque para armar el amor y habitarlo,
hay, antes, que crear a la mujer, hacerla. La mujer es la casa del hombre, decían
los antiguos. Es cierto. La mujer es una casa construida según la lenta albañilería
de algún hombre.29

Como señala Morello-Frosch, la literatura de Castillo es el reflejo de un mundo social


desesperanzado:

...los personajes ya no respetan ni mantienen las precarias alianzas que realizan.


Se trata de desengañar, de infundir el rechazo de aquellos que con su amor, su
ternura o su deseo, puedan querer unírsenos o hacernos responsables de su
efecto.30

Tanto el amor como la crueldad son, entonces, las formas de las que se sirve el hombre para
anular al otro. Se intenta reducirlo a un puro objeto. El otro deviene en un en-sí acabado que se
identifica con el en-sí del mundo objetual y, por lo tanto, no susceptible de portar
subjetivaciones. Así quedo fuera de la mirada del otro; así, quedo a cubierto de mi infierno
personal.

De esta manera, el único refugio posible es el universo individual. La alternativa de


consustanciarse con los otros estaría representada por la actitud confesional –acicateada por la
vergüenza-. Pero en la medida en que la confesión se construye desde la seguridad del
distanciamiento, el hombre vuelve a circunscribirse a su más irreductible individualidad.

Nota: artículo publicado en Bitácora, revista de la Facultad de Lenguas de la


Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Año III, Nº 5, otoño de 2000, p. 33 y ss.

Notas:

1. El propio autor, ha hecho referencia al carácter "carnal", si se me permite esa expresión,


que significa relacionarse con la literatura: "La lectura, sin embargo, es por lo menos un
hecho tan humano como el amor, el sarampión o el crimen" (Castillo, Abelardo: Las
palabras y los días, Buenos Aires, Emecé, 1988, p. 53).
2. Me refiero a Cuentos crueles.
3. Castillo, Abelardo: Cuentos Completos, Buenos Aires, Alfaguara, 1997, p. 52. (De ahora
en adelante citaré esta obra con la sigla CC).
4. CC, p. 51.
5. CC, p. 33.
6. CC, p. 35.
7. CC, p. 47.
8. CC, p. 155.
9. Cassirer, Ernst: El mito del Estado, México, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 170.
10. CC, p. 173.
11. Morello-Frosch, Marta: "Abelardo Castillo. Narrador testigo", en Cuadernos
Hispanoamericanos, Madrid, 1980, p. 9.
12. Varón, Policarpio: "Abelardo Castillo, Los mundos reales, Editorial Universitaria,
Santiago de Chile, 1972, 223 páginas", en revista Eco, Venezuela, Nº 130, s/f, p. 368.
13. Esta perspectiva narrativa queda registrada en "El marica" y en "Hernán", no así en "La
madre de Ernesto", narrada en primera persona.
14. CC, p. 33.
15. CC, p. 47.
16. CC, p. 51.
17. CC, p. 54; el subrayado es mío. Se advierte aquí, en ese cambio de las formas
pronominales (él-mí), la homologación del narrador testigo con el narrador protagonista.
18. Torre, Guillermo de: Historia de las literaturas de vanguardia, Madrid, Guadarrama,
1971, Tomo III, p. 25.
19. Castillo, Abelardo: Las palabras y los días, op. cit., p. 148.
20. CC, p. 35.
21. Grandi, Rodolfo: "Prólogo" en Castillo, Abelardo: Las otras puertas, Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1982, p. V.
22. Ibídem, p. V.
23. CC, p. 157.
24. CC, p. 159.
25. CC, p. 160.
26. CC, p. 157.
27. Varón, Policarpio: op. cit., p. 370.
28. CC, p. 278.
29. CC, p. 442.
30. Morello-Frosch, Marta: op. cit., p. 14.

© Enrique Aurora 2000, 2001


Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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