VOTAR SÍ PAGA
Por Blanca Nieves Ardila Pinto
E n Colombia, los altos índices de
abstención electoral se han mantenido
desde 1978, y también hay registros de
años anteriores con cifras semejantes. El
porcentaje de personas que no asistió a las
urnas ese año fue de 59.66%, y en la
primera vuelta de las elecciones
presidenciales más recientes dejó de votar
el 59.4%. En ese sentido, la abstención no
es un fenómeno nuevo. Según las
estadísticas de la Registraduría Nacional,
entre 1978 y 2010, el promedio de
abstencionistas fue de 54,01%.
Se argumenta como excusa para no votar
que todos los candidatos son corruptos, o
que, aunque se quiera votar en blanco, es
mejor abstenerse porque esos votos serán
sumados a los de algún candidato. No
obstante, puede inferirse una razón más
profunda por la cual la gente no vota: la
ignorancia frente a las verdaderas
consecuencias de abstenerse.
Primero, cabe aclarar que, si gana el voto
en blanco, se suprimen los candidatos que
se presentaron a las elecciones
uninominales, y en el Congreso a los que
no alcancen el umbral. Es falso que esos
votos se le suman a algún candidato, y así
lo confirmó, en una entrevista dada a El
Tiempo, Frey Alejandro Muñoz,
coordinador de Administración Pública de
la Misión de Observación Electoral (MOE):
“Nunca se le computan a nadie”.
Como consecuencia de la abstención
electoral, los gobernantes son elegidos por
minorías. En el caso de las elecciones
uninominales (presidencia, gobernaciones
y alcaldías), para que un candidato gane,
debe contar con la mayoría de los votos.
Sin embargo, esa totalidad de votos no
representa a la mayoría de los ciudadanos
aptos para votar, sino apenas al mayor
número de quienes votaron, y esto es una
minoría, como se evidencia en las
siguientes cifras de la Registraduría
Nacional del Estado Civil:
Durante las elecciones regionales de 2015
las personas aptas para votar en Bogotá
eran 5,453,086. De ese número, sólo
ejercieron su derecho al voto 2,811,209. El
candidato Enrique Peñalosa Londoño fue
el ganador con 903,764 votos; es decir, fue
elegido por el 17% del censo electoral
capitalino. De la misma manera, el alcalde
de Medellín, Federico Andrés Gutiérrez
Zuluaga, fue elegido por el 16% del
potencial de sufragantes, y el presidente
Juan Manuel Santos fue elegido en 2014
por el 24%.
Es posible que muchos colombianos no
sean conscientes de que, si no ejercen su
derecho al voto, permiten que los
candidatos corruptos compren votos y
lleguen a gobernar mediante artimañas.
Así lo expone Camilo Vargas, director del
Observatorio Político-Electoral de la MOE
(Misión de Observación Electoral): “Si toda
la ciudadanía votara, comprar votos no
sería rentable.
Los políticos no podrían comprar votos
porque sería muy difícil controlar a los 20
millones de ciudadanos que deberían ir a
votar de forma autónoma (esa es la
proporción de la abstención). No votar es
una forma de entregarles en bandeja de
plata el Estado a los corruptos”.
Por esto, a los políticos no les conviene
que la gente vote. Si ellos influyen sobre
un sector reducido de la población o
compran unos miles de votos, no podrán
competir frente a los más de 30 millones
de potenciales sufragantes.
Sumado a esas consecuencias, los sectores
que no votan se ven menos favorecidos
por sus gobernantes. Yann Basset, director
del Observatorio Político de la Universidad
del Rosario, afirma que “las categorías que
no votan, no son tan bien representadas en
las preocupaciones del sistema político. Es
decir, las políticas públicas que se generan
en el sistema político se enfocan de
manera especial a los grupos que más
votan y los grupos que menos votan son
dejados de lado”. Así, por ejemplo, no hay
muchas políticas enfocadas a los
problemas que afectan a la juventud.
Muchas de las personas que se quejan por el
triunfo o la gestión de un gobernante, ni
siquiera votaron. Si la gente ignora que,
cuando deja de votar unos pocos son los que
eligen y los corruptos pueden llegar a
ocupar cargos públicos mediante la compra
de votos, renuncia así a su participación
ciudadana y a la posibilidad de acabar o por
lo menos reducir el monopolio político.
Si los colombianos reconocen que como
pueblo, en un país democrático, son
quienes tienen el mayor poder político, no
venderán su voto por un almuerzo o por
diez mil pesos. Antes bien, le darán al voto
el valor que tiene para definir el futuro de
su patria. Si abunda la corrupción, si
ningún candidato lo convence, si está
cansado de la clase política, no votar no es
la forma de contrarrestar esa problemática.
Yann Basset – Doctor en Camilo Vargas –
ciencia política Coordinador Observatorio
Político - MOE