En el hospital
En el hospital nada es tan rápido como quisieras. El tiempo se hace lento y la espera crea una
tensión agotadora. Además, en el momento en que te quitas la ropa, te ponen una pulsera con
tu nombre –mismo que te hacen repetir unas veinte veces durante tu estancia– y te enfundan
en tu batita blanca abierta por todos lados, sientes que dejas de ser una persona y te
conviertes en un objeto más del mobiliario.
Por otro lado, no sabes si agradecer o reclamar la eficiencia de las enfermeras y enfermeros,
quienes implacables te visitan cien veces para tomar muestras de sangre, realizar
electrocardiogramas, revisar la temperatura y la presión arterial, sin importar si es de día o de
noche; en verdad qué trabajo tan heroico tienen, en especial los del turno nocturno que, si
bien no te dejan dormir, están de pie toda la noche mientras te cuidan.