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LAS VIRTUDES MORALES

INTRODUCCIÓN:
Definición: Las virtudes (de vis: fuerza) son cualidades positivas e interiores que
perfeccionan integralmente a la persona que las posee. Es decir, las virtudes
tienen que ver con categoría o calidad humana. Cuando adquiero virtudes voy
adquiriendo una riqueza humana incomparable con cualquier otro tipo de bien:
dinero, posición social, fama, etc. Las virtudes me perfeccionan integralmente,
es decir, me hacen mejor persona, lo que no pasa con los otros bienes, pues
una persona puede ser millonaria y, al mismo tiempo, ser una muy mala
persona; o alguien puede ser muy atractivo o atractiva físicamente, pero ser
vanidoso, engreído, tonto, flojo, etc. Es decir, son las virtudes –aquellos
“adornos del alma” como las llama Cervantes– aquellas perfecciones o
excelencias que me hacen mejor hombre o mejor mujer en un sentido pleno.
las virtudes son como el filo de un cuchillo: sin el filo el cuchillo no puede cortar,
que es aquello para lo que existe; sin las virtudes el ser humano no puede llevar
una vida plenamente humana pues le falta la capacidad, la fuerza, la energía,
el vigor (la vis) para actuar bien. El vicio (la falta de virtudes o de carácter), al
contrario, me inclina a hacer el mal que no quiero hacer y a ser incapaz de hacer
el bien que quiero y debo hacer (si soy flojo, por más que quiera estudiar con
tiempo para preparar bien una prueba, no voy a ser capaz de hacerlo por falta
de dominio de mí mismo. Las virtudes, por tanto, incrementan mi libertad y mi
personalidad, porque me hacen cada vez más dueño de mí mismo y de mis
actos.
Cómo se adquieren las virtudes: Las virtudes se adquieren con la práctica o con
el ejercicio. Es decir, me hago estudioso estudiando; sincero, diciendo la
verdad; fuerte, enfrentando las dificultades, etc. La virtud se parece en esto al
deporte: en el deporte cuanto más entreno adquiero más destreza, facilidad y
gusto en una disciplina. Lo mismo con la virtud: cuanto más hago el bien o me
comporto dignamente, más me voy connaturalizando con él bien y más me
repugna la mentira, el engaño, la injusticia, la deshonestidad, etc.
Características de las virtudes:
La virtud como justo medio: Así como en un asado la carne no puede quedar ni
cruda ni quemada y lo perfecto o lo mejor se opone a ambos extremos, la
virtud, como perfección moral, se opone tanto al exceso como al defecto en la
conducta humana. Por ejemplo, en la prudencia el defecto es actuar sin pensar,
tontamente y el exceso consiste en pensar demasiado y nunca actuar. La virtud,
lo perfecto, lo mejor, se opone a ambos extremos.
La interconexión de las virtudes: Las virtudes están interconectadas. Es decir,
crecen orgánicamente: no se puede crecer en una, sino se crece también en
las otras. Por ejemplo, nadie puede ser justo si no modera su amor al dinero o
a las riquezas o es muy difícil que alguien sea prudente si no se controla en el
uso del alcohol, etc.
Importancia: “Nobilitas sola est atque única virtus”. Este adagio latino quiere
decir, “la única verdadera nobleza consiste en la virtud” y resume la
importancia que tienen las virtudes para la vida humana. La categoría o calidad
humana de una persona está en sus virtudes y en ellas radica, por tanto, la
verdadera nobleza o belleza integral de una mujer o de un hombre. Es decir,
una persona puede ser millonaria o ser aristócrata o presidente de la república,
pero si no tiene virtudes esa persona es bien poca cosa. Diciéndolo de otro
modo, una persona es más por las virtudes que va adquiriendo y no por el
poseer o el tener o la apariencia o la cuna. La virtud es la verdadera riqueza y
valía de una persona y si la gente pusiera el mismo esfuerzo que pone en
adquirir dinero, placeres, fama, posición social, bienes materiales en adquirir
virtudes el mundo, sin duda, sería un lugar mejor.
Cuáles son: Las virtudes morales fundamentales son las llamadas virtudes
cardinales1: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Veremos a continuación las virtudes cardinales:
LA PRUDENCIA:
Definición: La prudencia es la virtud que posibilita a la razón juzgar rectamente
y determinar aquello que se debe hacer. La prudencia, en este sentido es
inteligencia práctica: nos permite discernir nuestro verdadero bien y los
medios para realizarlo. También la persona prudente es capaz de vislumbrar
los posibles efectos que tendrán sus acciones.

1
De cardo: quicio o gozne. Pues son las virtudes que sostienen toda la vida moral de la persona humana.
Actos propios
Pensar (consejo): Es la reflexión o la consideración sobre una determinada
empresa, o plan de acción; examinar los pros y los contras de las posibilidades
que tengo ante mí.
Decidir (juicio): Es determinarme o elegir una de las posibilidades o caminos a
seguir.
Actuar (imperio): Es llevar a la práctica lo que se ha decidido. Es el acto más
importante de la prudencia. De nada sirve decidir estudiar una hora
microeconomía si finalmente no se lleva a la práctica. “Del dicho al hecho hay
mucho trecho” dice la sabiduría popular; no basta la buena intención si no se
pone por obra.
Partes o tipos
P. personal: Es aquella por la cual nos gobernamos a nosotros mismos.
P. familiar: Es aquella por la cual se gobierna la familia. Ej. ¿Dónde estudiarán
nuestros hijos, iremos de vacaciones? etc.
P. social o política: Es aquella por la cual se gobierna la sociedad civil. Es la virtud
propia de los gobernantes, aunque en democracia todos los ciudadanos son,
en cierto sentido, gobernantes de la misma sociedad civil: votar o no votar,
votar por este o por aquel candidato tiene de hecho consecuencias en el futuro
ordenamiento de la sociedad en su conjunto.
Vicios opuestos:
Imprudencia: Es la falta de reflexión o consideración antes de actuar.
Irresolución: Es la dificultad para decidirse y por lo mismo para actuar.
LA JUSTICIA
Definición: La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo
que le corresponde. La palabra justicia viene del latín IUS que significa derecho.
Ser justos es en este sentido respetar los derechos de los demás o respetar al
otro en cuanto sujeto de derechos, es decir, en cuanto persona y no mero
objeto, cosa o mercadería. El derecho primario y fundamental, de hecho, es
que cada mujer y cada hombre sea tratado como lo que es, es decir, como una
persona y no como una cosa o un objeto.
Tipos de justicia:
J. Conmutativa: Es aquella que rige la relación entre los particulares,
especialmente el comercio y todo tipo de contratos. Exige una igualdad exacta:
“todos por igual”. Todos tenemos que pagar lo mismo por el pan, el agua, la
luz, etc.
J. Distributiva: rige el trato del estado o gobierno con respecto a los particulares
a la hora de distribuir (el estado) las cargas y los beneficios. Exige una igualdad
proporcional dependiente de la condición y méritos de cada persona. Es de
este tipo de justicia, por ejemplo, en cuanto a las cargas, el pago de los
impuestos. Obviamente no todos pagas los mismos impuestos: un pequeño
comerciante pagará evidentemente menos impuestos que una gran empresa
minera que utiliza bienes naturales fundamentales. Con respecto a los
beneficios se discute dentro de este tipo de justicia, por ejemplo, el tema de la
gratuidad de la educación: ¿es justo que la educación sea gratis para todos,
para los que pueden costearla fácilmente y para los que no? Estas discusiones
tienen que ver con este tipo de justicia.
J. Legal: Consiste en la búsqueda del bien común por parte de los ciudadanos
cuando, por ejemplo, cumplen las leyes justas y realizan con perfección su
trabajo profesional. Es en el fondo lo que cada uno de nosotros le debe a su
sociedad o comunidad: es un claro ejemplo de este tipo de justicia el que un
estudiante universitario sea un muy buen estudiante para que luego pueda ser
un aporte para los demás.
Vicios opuestos a la justicia:
Se opone a la justicia evidentemente la injusticia que consiste en pasar por
encima de los derechos de los demás. Este es un vicio por defecto.
Por exceso puede haber falta de justicia cuando el apego excesivo a una norma
puede llevar a pasar por alto la dignidad de las personas. El desalojo de una
persona mayor sin consideración alguna. En esos casos concretos la justicia se
ve perfeccionada por la equidad que aterriza las normas para que estas no
lleguen a ser inhumanas.
LA FORTALEZA
Definición: Es la virtud que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia
en la búsqueda del bien o de los objetivos y metas; en otras palabras: hacer lo
que hay que hacer, cuando hay que hacerlo a pesar de las dificultades Permite
dominar nuestra tendencia a hacerle el quite a todo lo que es costoso o supone
esfuerzo. En otras palabras, sin esta virtud es muy difícil que la persona haga
algo que verdaderamente tenga algún valor. Per aspera ad astra decían los
antiguos romanos, por lo áspero a los astros o estrellas. Es decir, a lo que es
alto o elevado, a lo que es verdaderamente grande sólo llegamos por el camino
del sacrificio y del esfuerzo. Esto puede aplicarse tanto al éxito o prestigio
profesional, como a la plena madurez humana y existencial.
Actos propios
Atacar: Es la capacidad de comenzar una empresa costosa; lanzarse, decidirse.
Resistir: Es mantenerse en la empresa comenzada a pesar de las dificultades
tanto internas como externas hasta el final, hasta poner, digámoslo así, la
última piedra. Es el acto más difícil de la fortaleza: comenzar es de muchos, se
suele decir, terminar es de pocos.
Partes o tipos:
Magnanimidad: Es la virtud que nos dispone a realizar grandes cosas en
servicio de muchos: literalmente significa: “alma o espíritu grande”. Lo
contrario a la magnanimidad es la pusilanimidad o pequeñez de alma: es tener
horizontes mezquinos, lo mío, lo mío y lo mío. La pusilanimidad nos impide ver
más allá de nosotros mismos, de nuestros propios intereses.
Paciencia: Es la capacidad de soportar sin desanimarse o venirse abajo las
contrariedades físicas o morales: una enfermedad, la pobreza, a una persona
que no nos cae bien, etc. Se opone a la paciencia, por supuesto, la impaciencia.
Perseverancia o constancia: Nos capacita para mantenernos en la decisión
tomada a pesar de las dificultas internas o externas de la acción: estudiar, en sí
mismo es difícil, perseverar es estudiar a pesar de ello. Se opone a estas
virtudes: por defecto la inconstancia que es renunciar apenas surgen las
primeras dificultades; por exceso, ser terco que es la incapacidad de cambiar
de decisión por motivos importantes: obstinarse con un negocio que a todas
luces no tiene futuro alguno por razones de peso.
Vicios opuestos a la fortaleza en general:
La cobardía: No hacer lo que debemos hacer o desistir del bien por temor al
costo y al sufrimiento que trae consigo.
La temeridad: Es exponerse a graves peligros sin ninguna causa justificad. Esta
persona no es valiente sino tonta: no es un acto de valentía andar a 180
kilómetros por hora en Avenida Alemania a las 1 de la tarde, sino una tontera.
El valiente, vale la pena recordar, no es el que no siente temor, sino el que
sintiéndolo es capaz de sobreponerse a él y hacer lo que en conciencia ve que
es correcto.
La flojera: que consiste en el permanente incumplimiento de los propios
deberes.

LA TEMPLANZA

Definición: La templanza es la virtud que modera la atracción que ejerce sobre


nosotros el placer sensible. Es decir, así como hay en nosotros una tendencia
arraigada a huir de todo lo que supone esfuerzo y sacrificio, aun cuando ese
esfuerzo nos haga crecer como persona (caso del estudio, etc.); también existe
una tendencia que nos inclina a todo lo que es placentero. El placer, en sí
mismo, por supuesto, no es malo, sin embargo, cuando esclaviza al hombre
(como se da por ejemplo en el caso de las adicciones: al alcohol, al juego, a la
droga, a la pornografía, etc.) el placer lejos de engrandecer al hombre, lo
degrada, lo deshumaniza o despersonaliza.
Tipos: Los tipos principales de templanza son:
Templanza con respecto a la comida o moderación: modera todo lo referente
al comer. La persona que posee esta virtud tiene autocontrol, dominio de sí
misma y, en este campo, no vive para comer, sino que come para vivir. El vicio
que se opone a la abstinencia es la gula que podemos definir como el exceso
en el comer. Lo propio de la gula es hacer del placer propio de la comida el fin
último y central de la propia existencia, por ejemplo: los romanos en el periodo
decadente del imperio, comían hasta no poder más y luego vomitaban para así
poder seguir disfrutando de los placeres gastronómicos. Según esta concepción
la felicidad humana, en última instancia, residiría en el estómago. Esto no quita,
por supuesto, que la persona necesita tener cubierta sus necesidades básicas
para poder desarrollarse íntegramente: la hambruna que padecen hoy tantas
personas es una situación infrahumana que no permite la plena realización de
todas las potencialidades del hombre. Pero tan inhumano como esta indigencia
extrema es el vivir teniendo como último sentido la mera satisfacción del
propio vientre. También es sumamente grave que una persona no coma lo
necesario por un falso ideal estético que reduce a la mujer o al hombre a un
conjunto de medidas, como se da en la anorexia y la bulimia.
La sobriedad: modera el uso de las bebidas alcohólicas. El vicio que se opone a
esta virtud es la embriaguez o exceso en el tomar. La persona que no posee
esta virtud o dominio suele dejarse llevar por el placer que trae consigo el
exceso en el alcohol y voluntariamente toma hasta la perdida de la propia
consciencia y del dominio de sí (esta pérdida de las propias facultades,
evidentemente se puede dar en diversos grados). Es interesante recalcar que
lo que precisamente nos distingue en cuanto personas es la conciencia de sí, la
inteligencia y la voluntad libre; en la borrachera es precisamente esto lo que se
pierde: la persona cuando se embriaga ya no es capaz de pensar en sus
acciones o en las consecuencias de éstas; tampoco tiene pleno dominio de sus
facultades y de su voluntad y fácilmente puede realizar actos de los cuales
después se arrepiente o que son netamente contrarias a su voluntad y, por
tanto, de algún modo, violentos; por último, la persona en estado de ebriedad
puede perder completamente la conciencia. La persona de este modo se
reduce voluntariamente a sí misma a un “estropajo” o a un “bulto” como se
suele decir. Es por esto que el exceso en el uso del trago deshumaniza o
degrada a la persona. El alcoholismo es en este sentido una verdadera
aplanadora para el intelecto, la voluntad y la verdadera personalidad y carácter
de una o de un joven. La principal manera de contrarrestar la potente presencia
de este vicio en la actualidad (el emborracharse se ve hoy como algo normal y
obvio, a la moda) es llenar el vacío de sentido del mundo contemporáneo. Se
recurre al alcohol muchas veces por la carencia de ideales grandes y nobles
capaces de movilizar la propia existencia. Un mundo materialista, individualista
y hedonista nos vende la borrachera como un pseudo-paraíso que termina las
más de las veces en un vacío y un asco no sólo físico, sino también espiritual y
personal. Se perdonará la claridad, pero es importante recalcar estas
cuestiones que muchas veces se toman, hoy en día, a la ligera y que tanto daño
causan a tantas personas (pobreza, violencia intrafamiliar, etc.)
La castidad: La virtud de la castidad permite elevar la tendencia sexual al amor
verdadero, es decir, al amor personal. En este sentido la castidad humaniza la
sexualidad pues, como afirma un pensador reciente: el gran privilegio del
hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede
amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Se quiere de
verdad cuando se quiere a la persona (no solo el cuerpo, no solo el sexo, sino
a la persona que tiene un nombre, una historia, un corazón -en cuanto núcleo
de la propia personalidad, pensamientos, afectos, decisiones); cuando se
quiere a la persona en su totalidad corpóreo espiritual, en su temporalidad:
pasado, presente, futuro y no cuando se le usa por un momento para pasar el
rato como si fuese algo desechable.
La sexualidad tiene una altísima dignidad y grandeza porque es una dimensión
esencial de la persona humana: la sexualidad es una forma de concretarse su
ser corpóreo en su feminidad o masculinidad. Recordemos que el cuerpo no es
algo accesorio a la persona sino parte de su mismísimo ser (por eso decíamos
que cuando a alguien lo escupen es a él mismo a quien ofenden, a su persona,
no meramente a “mi cuerpo”, para que decir una violación) y por eso –el
cuerpo y la sexualidad– participan de toda la nobleza y dignidad propias de la
persona humana. Por esto, como es algo de tal categoría, la sexualidad exige
un contexto que esté a su altura. Como decíamos en clase ninguna mujer
razonable usará un vestido de gala para ir a la feria o al estadio, lo único que
lograría sería estropearlo o inutilizarlo. Así como nadie lleva un Ferrari último
modelo a un camino de tierra lleno de calamina para no echarlo a perder. Es
decir, las cosas que son realmente valiosas requieren un cuidado, un contexto
especial que esté a su altura: el contexto en el que la sexualidad adquiere
verdadero sentido y trascendencia alcanzando todo su verdadero y profundo
esplendor es el de la entrega exclusiva y temporalmente ilimitada, es decir, el
contexto de la entrega integra de la totalidad de la persona y de sus
dimensiones: cuerpo, alma y espíritu2.
La sexualidad es, en el fondo, un camino por el cual la mayoría de los seres
humanos realizan su vocación esencial a dar y a darse, a la entrega generosa
de sí mismo a los demás (a la esposa, al esposo, a los hijos), a ser no sólo para-
sí-mismo, sino a ser-para-los-demás3. La experiencia y la reflexión atenta nos
muestra que sin este salir de sí mismo la persona no puede ser feliz: el egoísta
siempre es triste y amargado. Por eso es tan importante una correcta
comprensión de la sexualidad humana y de su valor, porque para muchos4 es
el camino por el cual se concreta su vocación al amor verdadero y si tenemos
una comprensión degradada de la sexualidad, tendremos una visión degradada
del amor y por lo mismo se nos cerrara la puerta que conduce a la verdadera
felicidad, que por supuesto no es la mera satisfacción del momento, sino el
logro de una auténtica plenitud humana que necesariamente pasa por el don
sincero de sí mismo.
Es decir, una sexualidad que cosifica, que animaliza, que embrutece y degrada
a la persona, es una sexualidad que se ha desnaturalizado, pues la sexualidad,
que engrandece a la persona cuando es expresión del amor y de la entrega
generosa, se hace vulgar mercancía y comercio mezquino cuando se
transforma en la mera satisfacción egoísta e insustancial del propio instinto. En

2
En esto consiste radicalmente el matrimonio, aunque por diferentes motivos mucha gente ve hoy en el
matrimonio una mera formalidad o una especie de burocratización del amor. Pero el matrimonio, en su sentido
más profundo, es una de las locuras más grandes que puede hacer una persona: darse absolutamente a otro,
entregarse todo entero y para siempre, en la dicha y en la adversidad, en la salud o en la enfermedad, en la
abundancia o en la escasez. El amor, en este sentido, es un amor sin medida, sin condiciones, sin clausulas; no
el “estoy contigo mientras todo vaya bien o mientras estés sano/a, joven, atractivo/a, o mientras no encuentre
nada mejor o no me aburra”. El amor tiende al para siempre. Ningún enamorado le dice a su enamorada “te
amo mientras tanto” o “te amo todavía” o “te amo hasta la próxima temporada”. Ahora bien, esta locura
tremenda que es el matrimonio en tanto que entrega radical, indivisa e irrevocable de la persona es difícil de
entender en un mundo encadenado, muchas veces, a la gratificación inmediata y pasajera, al interés propio por
sobre todas las cosas, donde el yo se idolatra y por tanto el “don de un mismo”, el dejar de ser mío y llegar a
ser tuyo, se hace algo irracional, absurdo, “imposible”, exagerado, innecesario o utópico. No obstante, el amor
no se satisface con menos que con todo, por lo que el condicionar la entrega es, en definitiva, mutilar o cortarle
las alas al amor.
3
Dice el mismo autor antes citado: “Algunas veces se habla del amor como si fuera un impulso hacia la propia
satisfacción, o un mero recurso para completar egoístamente la propia personalidad. Y no es así: amor
verdadero es salir de sí mismo, entregarse”.
4
Digo para muchos porque también es posible vivir la vocación a la entrega al margen del matrimonio, por
ejemplo, en la vida religiosa o sacerdotal, como sería el caso de la Beata Teresa de Calcuta o de San Alberto
Hurtado u otras muchas personas cristianas o no cristianas.
otras palabras, lo que ensucia el amor no es el sexo, evidentemente, pues la
sexualidad es algo maravilloso; lo que ensucia el amor y a la sexualidad (en
tanto que expresión, lenguaje y manifestación de ese mismo amor) es el
egoísmo: el reducir al otro a mero instrumento para satisfacer mis necesidades.
El vicio que se opone a la virtud de la castidad es la lujuria. La lujuria es poner
en el centro de la propia actividad afectivo-sexual la mera búsqueda egoísta de
placer (es decir, poner el amor al placer por encima del amor a la persona). La
lujuria reduce al otro a un mero objeto o herramienta para la propia
satisfacción, para la maximización de los propios intereses. En ese sentido la
lujuria es miope o ciega: es incapaz de ver en el otro a una persona
reduciéndola a aspectos puramente sexuales. Dice Michael Gotzon con
respecto a esta capacidad de enturbiar la mirada propia de este vicio: “si te
quedas en el pecho, no llegas al corazón”, es decir, si una persona busca
principalmente lo sexual, la persona pasa necesariamente a un segundo plano,
se convierte en un medio o herramienta para procurar una satisfacción
puramente instintiva. En este mismo sentido, si una mujer ingenuamente
destaca en exceso lo puramente corpóreo en su modo de vestir es probable
que a un hombre le sea difícil el no verla meramente como una cosa u objeto
y no como una persona digna de respeto, cuidado, afecto, cariño, ternura y, en
última instancia, de amor. Es paradójico, pero muchas veces la mujer
queriendo ser admirada, apreciada, valorada, cediendo a una moda que,
lamentablemente, la reduce a un hueco maniquí termina por ser reducida, en
la mirada del varón, a un montón de partes, desconectadas entre sí, vacías de
todo contenido y riqueza ontológica. Es decir, queriendo ser admirada, termina
por ser despreciada o degradada pues ya no es vista como persona sinocomo
una simple cosa. Esto que hemos dicho sobre la mujer, se puede aplicar
evidentemente también al varón.
La lujuria en el fondo, termina por degradar la sexualidad al despersonalizarla.
Al poner el puro placer egoísta como fin último de la propia vida los demás se
convierten en herramientas al servicio de aquella satisfacción. De este modo la
sexualidad se hace algo impersonal, anónimo, trivial, intrascendente o
irrelevante; se la reduce a una lógica mercantil y utilitaria. La absolutización de
lo sexual termina, en fin, por vaciar de contenido y significado esta dimensión
de la persona humana, arrancando todo lo que en ella hay de misterio, de
grandeza y de hermosura.
Otras dimensiones de la templanza en la que no ahondaremos es, por ejemplo,
la templanza en el juego: cuanta gente que lo pierde todo: trabajo, dinero,
familia, dignidad por el nuevo esclavismo del juego. Lo mismo podemos decir
con respecto a las drogas. También la HUMILDAD es templanza en cuanto
permite que no nos dejemos llevar por un desordenado amor propio o por una
torpe vanidad. Hoy es importante la templanza en el uso de los medios
tecnológicos: celulares, Facebook, etc., el no ser capaz de esperar un segundo
para ver un WhatsApp puede tener consecuencias incluso vitales como puede
ser un accidente en auto. También es importante la mansedumbre que permite
moderar los enojos, no es que siempre sea malo enojarse, pero cuando el enojo
nos domina y nos hace hacer cosas absurdas: pegarle a alguien sin razón alguna
u otras cosas, hay un problema de autocontrol y dominio de uno mismo que
exige a la templanza. Por último, es importante la templanza en el uso de los
bienes materiales, en el tener. Muchas veces la persona piensa que posee
cosas, pero en gran medida son las cosas la que poseen a la persona. Podemos
llamar a esta virtud desprendimiento y al vicio que se le opone codicia, avaricia,
etc. El avaro es esclavo de sus propias posesiones haciéndose incapaz de mirar
hacia arriba o más allá de sus propios intereses; el avaro, en otras palabras,
pierde el señorío propio y distintivo de la criatura racional, señorío que es
corona de la humana naturaleza.

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