DESACUERDO
DIÁLOGOS INTERRUMPIDOS ENTRE
FOUCAULT Y RANCIÈRE
APROPIACIONES * 01
GOBIER NO Y DESACUER DO
di á log os i n t e r ru m pi dos e n t r e foucau lt y r a nci è r e
asociación communes
ISBN: 978-956-9830-03-7
Jacques Rancière
Alejandro Madrid Zan
Gert Biesta
Todd May
Samuel Chambers
Maria Muhle
Isabell Lorey
Federico Galende
Maurizio Lazzarato
Alejandra Castillo
Slavoj Žižek
APROPIACIONES * 01
Índice
10 · Gobierno y desacuerdo
la obra foucaultiana buscaba descomponer, se intentan
presentar aquí de forma naturalizada.
Ambos episodios demuestran, de una manera u
otra, la inédita relevancia que ha cobrado en Chile el pen-
samiento de Foucault y Rancière, más allá incluso de los
espacios académicos, desbordando las aulas universitarias.
La resonancia de sus ideas atraviesa nuestra coyuntura po-
lítica, implícita o explícitamente, como un espectro que se
busca conjurar, como una lectura que se espera atenuar.
Y es que parece difícil separar la creciente influencia de
ambos pensadores, del devenir político de un pueblo sobre
el que se ha instalado el más crudo de los dispositivos del
neoliberalismo, sin conseguir, no obstante, sofocar la pro-
liferación heterogénea de sus resistencias. Son justamente
aquellas irreductibles manifestaciones de indocilidad y
desobediencia las que parecen prefigurar una alternativa
política de la izquierda de nuestros tiempos, que tanto Fou-
cault como Rancière, en cierto modo, han contribuido a
visualizar a través de sus trabajos.
Diálogos interrumpidos
Durante los años setenta, Michel Foucault se había con-
sagrado ya como una de las figuras más relevantes de la
filosofía occidental. Dictaba entonces un curso anual en el
College de France, siempre con un gran número de oyentes.
Pero muy pronto, entre su público, destacaría un asistente
en particular. Un joven filósofo llamado Jacques Rancière.
Era el mismo que había participado poco tiempo atrás
en el seminario de Louis Althusser impartido en la École
12 · Gobierno y desacuerdo
necesariamente por el reconocimiento de la capacidad de
los dominados para hacerse cargo de su destino.
Es justamente en ese punto donde surge el encuen-
tro entre Rancière y Foucault. En 1971, el reputado profesor
del College de France funda el “Grupo de Información sobre
las Prisiones” (GIP), un movimiento de activistas y académi-
cos cuyo propósito es dar a conocer las brutales condiciones
de las instituciones penitenciarias, rescatando especialmente
las palabras de sus reclusos. El objetivo del GIP no era en-
tonces “hablar por” lo presos, sino abrir un espacio para sus
propias voces, promoviendo así la expansión de sus resisten-
cias. Acciones como estas son las que acercan a Rancière al
pensamiento de Foucault, pues “con él, la filosofía salía por
completo de los libros de filosofía, de la institución filosófi-
ca”, para “ocuparse del pensamiento allí donde de verdad
está operando”.5
Cuando Foucault publica en 1975 Vigilar y castigar, su
ya célebre genealogía del nacimiento de la prisión, remece
las concepciones doctrinarias sobre los discursos científicos
(incluyendo los dogmatismos marxistas), al demostrar que
la producción de la verdad opera inevitablemente de la mano
con las relaciones de poder y el despliegue de sus diversas tecno-
logías. Sin embargo, la recepción algo desafortunada de esta
obra, leída por muchos como el suministro de una teoría
asfixiante de la dominación, demandaba entonces más de
alguna aclaración. Esto es lo que impulsa al joven Rancière,
como miembro de un colectivo agrupado alrededor de la
Modos de subjetivación
Hace poco más de una década, en una entrevista publica-
da en la revista Multitudes, Jacques Rancière afirmaba que
a Michel Foucault nunca le había interesado la “subjetiva-
ción política”, “al menos no a un nivel teórico. Foucault se
ocupa del poder”.7 Desde luego, tal retrato de Foucault, que
lo pinta como un filósofo preocupado exclusivamente por
las tecnologías o las relaciones de poder, no es nuevo y, en
este caso, tampoco es casual. Se trata de una apreciación
sobre la que Rancière insiste en varias ocasiones y que, de
14 · Gobierno y desacuerdo
algún modo, va de la mano con la intención de trazar una
diferencia entre su propio pensamiento y el legado de la fi-
losofía foucaultiana. Pese a ello, lo cierto es que la noción de
subjetivación (subjectivation) aparece como un eje palpable de
las últimas investigaciones de Foucault, desarrolladas entre
1978 y 1984, y desde donde emerge con mayor claridad su
reflexión política. Por lo tanto, en torno al concepto de sub-
jetivación no sólo pueden volver a tejerse los vínculos entre
ambos autores sino que, además, es posible encontrar las
claves para reformular aquello que entendemos hoy por “la
política”. De ahí la importancia, para nosotros, del diálogo
interrumpido entre Foucault y Rancière.
Contra lo que se declara habitualmente, la política
no es el ámbito de acción de las instituciones gubernamenta-
les, de los procedimientos administrativos o de una clase en
particular. Apoyado en las investigaciones genealógicas de
Foucault, Rancière propone acabar con esta confusión, de-
finiendo la distribución social de lugares y funciones, de los
cuerpos y sus roles, así como su correspondiente sistema de
legitimaciones, con el término de policía. Una noción general
que, en vez de reducirse a los aparatos represivos del Estado,
pretende abarcar el conjunto de dispositivos sociales que
aseguran el ordenamiento de lo sensible. En otras palabras,
el orden policial establece y resguarda los modos de ser, del
hacer y del decir, de acuerdo a las posiciones y ocupaciones
que han sido fijadas para cada cual, esto es, en base a las
particiones establecidas de la comunidad. El dictamen y la de-
fensa del orden de esta división de lo sensible, del reparto en
partes exclusivas de un espacio común, es lo que Rancière
llama policía.
16 · Gobierno y desacuerdo
cuando quienes estaban invisibilizados en las fábricas o en
las periferias se hacen visibles, cuando el espacio público se
transforma a partir de las luchas feministas o en las reivin-
dicaciones de las minorías sexuales. Y esto ha sido así desde
la irrupción del demos de los antiguos griegos hasta la más
recientes movilizaciones de los “indignados”. En ese sentido,
la actividad política no sólo interrumpe el reparto de lo sensible
sino que además reconfigura la distribución de las posiciones
y las ocupaciones, a partir del cuestionamiento de las jerar-
quías establecidas. Lejos de generalizar entonces la política a
toda práctica social, Rancière propone un espacio específico
para su aparición: aquel momento en que las personas que
aparecían como desiguales reafirman el principio de su igual-
dad demostrando al mismo tiempo la arbitrariedad del orden
policial. Tal presuposición igualitaria es el corazón de la po-
lítica, el motor de su movimiento permanente y, como tal, es
menos un objetivo a alcanzar que un supuesto a replantear sin
cesar en la propia actividad política.
Así entendida, la política emerge siempre junto a
nuevos modos de subjetivación. Esto quiere decir que no hay
política sin “la producción de una serie de actos de una instan-
cia y una capacidad de enunciación que no eran identificables
en un campo de experiencia dado, cuya identificación, por
lo tanto, corre pareja con la nueva representación del campo
de la experiencia”.10 La producción de ese nuevo campo de
experiencia indica, al mismo tiempo, que el sujeto resultante
de este proceso no pre-existe, ni agota, al conjunto de ope-
raciones involucradas en los modos de subjetivación. Más
bien, dichos procesos generan una multiplicidad, plasmada
18 · Gobierno y desacuerdo
singulares de “un arte de no ser de tal modo gobernado”, que
Foucault define como prácticas críticas.11 En otras palabras,
si los dispositivos gubernamentales procuran sujetar a los in-
dividuos mediante tecnologías de poder que suscitan formas
específicas de saber, las prácticas críticas, por el contrario,
impulsan una desujeción (désassujettisement) de los regímenes de
verdad y sus mecanismos de poder. La radicalidad de este
gesto de desujeción a los regímenes de verdad conlleva un do-
ble efecto: expone la contingencia y la mutabilidad del cam-
po de inteligibilidad en el que nos movemos, ese entramado
de discursos y relaciones de poder que hace ver y hace decir de
cierta manera y, al mismo tiempo, transforma por lo tanto
las condiciones de la experiencia misma, al convertirse en
una experiencia posible de lo imposible. No hay pues subjetivación
sin esa desujeción, sin un procedimiento crítico que conlleva
a desprenderse de uno mismo, o como diría Rancière, sin
una desidentificación de la posición y la función asignada en
el reparto de las partes. Tales prácticas se manifiestan pre-
cisamente en quienes objetan ser gobernados de una forma
y no de otra, en nombre de ciertos principios o a tal precio.
Al igual que en el vínculo entre las prácticas del “cuidado
de sí” y la “parresía” durante la Antigüedad clásica, acá se
conjuga nuevamente una actitud tanto ética como política,
es decir, el gobierno de uno mismo y de los otros como modo
de producción de lo común.12
20 · Gobierno y desacuerdo
“trabajadores” sino también las “mujeres”, los “estudiantes”,
los “pensionados”, los “precarios”, en suma, todas aquellas
personas que han sido perjudicadas en el reparto desigual de
las partes y que despliegan procesos de desujeción que apun-
tan a cambiar las formas en que estaban siendo gobernadas.
Al carecer entonces de un sujeto político predeterminado, la
estrategia de la izquierda ya no puede apuntar al adoctrina-
miento y la expansión de sus bases partidistas. Una nueva
noción de la política ha de implicar entonces nuevas estrate-
gias de multiplicación de aquello que llamamos izquierda y
de sus formas de militancia.
Gobierno y desacuerdo. Diálogos interrumpidos entre Fou-
cault y Rancière es un texto que se propone contribuir, desde
diferentes perspectivas, a dicha reflexión mayor. Por lo tan-
to, los textos que encontrarán a continuación no ofrecen
únicamente la mirada experta de intelectuales que buscan
reconstruir los posibles lazos y tensiones entre dos de las
figuras más importantes de la filosofía contemporánea. Es-
tos textos abren además, con distintos énfasis y acentos, un
necesario debate sobre nuevos modos de pensar la cuestión
política a partir de Foucault y Rancière, es decir, ensayan
estrategias de pensamiento y acción que pretenden desa-
bastecer las formas naturalizadas de la sujeción y el orden
social actual.
1 Rancière publica este texto en Junio del año 2004, con ocasión
del vigésimo aniversario de la muerte de Michel Foucault.
26 · Gobierno y desacuerdo
a un régimen generalizado del estado de excepción, común
a las democracias y a los totalitarismos. Otros incluso hacen
de Foucault un teórico de la ética y nos invitan a encontrar,
entre sus sabios estudios sobre el ascetismo antiguo y sus pe-
queñas confidencias sobre los placeres contemporáneos de
los saunas, los principios de una moral nueva del sujeto.
Todas estas empresas tienen un punto en común.
Ellas quieren otorgar al recorrido de Foucault un principio
de finalidad que aseguraría la coherencia de conjunto y die-
ra una base sólida a una nueva política o a una ética inédita.
Quieren verle confirmando la idea del filósofo que sintetiza
el saber para enseñar las reglas de la acción.
Pero es precisamente esta idea del filósofo y de la
concordancia entre el saber, el pensamiento y la vida, la que
Foucault ha puesto en cuestión, más por su proceder que por
sus afirmaciones. Lo que él ha inventado, primeramente, es
una manera inédita de hacer filosofía. Cuando la fenomeno-
logía nos prometía, al cabo de sus abstracciones, el acceso
a las “cosas mismas” y al “mundo de la vida”, y algunos
soñaban hacer coincidir ese mundo prometido con aquel
que el marxismo prometía a sus trabajadores, él practicaba
algo totalmente distinto. Él no prometía la vida. Él estaba
dentro de ella, en las decisiones de la policía, los gritos de
los encerrados o el examen de los cuerpos enfermos. Pero
no nos decía lo que podíamos hacer de esa “vida” y de su
saber. Más bien veía allí la refutación en acto del discurso
sobre la conciencia y sobre lo humano que sostenía la espe-
ranza de mañanas liberados. Más que ningún otro teórico
“estructuralista”, Foucault fue acusado de ser un pensador
28 · Gobierno y desacuerdo
este pensamiento efectivo y descentrado. Él no proporciona
nada de conciencia a la revuelta. Pero permite a la red de sus
razones encontrar la red de razones de aquellos que, aquí o
allá, se fundan en su propio saber y en sus propias razones
para introducir el grano de arena que bloquea la máquina.
La arqueología de las relaciones de poder y de los
funcionamientos del pensamiento no funda entonces la re-
vuelta más que la sumisión. Ella redistribuye los territorios
y las cartas. Sustrayendo al pensamiento de su lugar real,
hace justicia al de cada uno y de todos, particularmente al
de aquellos “hombres infames” de los cuales Foucault había
comenzado a escribir la vida. Pero ella prohíbe al mismo
tiempo que este pensamiento, restituido a todos, se instale
en la centralidad de un cara a cara del saber y el poder.
Esto no quiere decir que la política se pierda en la multipli-
cidad de relaciones de poder diseminadas por todos lados.
Antes bien, esto quiere decir que ella es siempre un salto que
ningún saber justifica y del cual ningún saber se dispensa.
De todo saber a toda intervención, el paso supone un relevo
singular, el sentimiento de lo intolerable.
“La situación en las prisiones es intolerable”, decla-
ra Foucault en 1971, fundando el Grupo de Información sobre
las Prisiones. Este “intolerable” no resulta de la evidencia del
saber y no se dirige a ninguna conciencia universal que es-
taría forzada a convenir.
Es solamente un “sentimiento”, el mismo sin duda
que había llevado al filósofo a comprometerse con el territo-
rio desconocido de los archivos, sin saber dónde lo llevaría
ni menos aún dónde podría llevar a otros. Por tanto, algunos
30 · Gobierno y desacuerdo
No hay pensamiento de Foucault que funde una política o
una ética nueva. Hay libros que causan efectos en la misma
medida en que no nos dicen lo que debemos hacer. Los em-
balsamadores sufrirán.
36 · Gobierno y desacuerdo
la pedagogía entretenida, sino de una reflexión filosófica
absolutamente actual sobre la manera en que la razón pe-
dagógica y la razón social tienden la una a la otra”.3 La
educación tradicional tiende a reproducir las relaciones
de desigualdad social a través de la figura del “maestro
explicador”: la explicación es en sí misma un mecanismo
que asegura esa reproducción. La figura del maestro tradi-
cional es la figura del “maître” —con todas las resonancias
que tiene el término en francés “maître”, no es sólo el maes-
tro, sino también el amo, el señor respecto al siervo— que
reproduce la desigualdad y perpetúa el orden social. El
“maestro ignorante” designa justamente la figura de este
maestro que se constituye él mismo en una instancia de
emancipación:
4 Ibídem, 256.
38 · Gobierno y desacuerdo
Podemos comprender la aparente paradoja que oculta la
fórmula a través de su propio discurso: la igualdad que se
menciona es una igualdad de razones. La razón es principio
de igualdad, es en esa igualdad que puede resolverse la rei-
vindicación de cualquier diferencia: sólo esta fórmula puede
enunciarse como racionalidad educativa, pues sólo hay sub-
jetivación allí donde hay reivindicación de una diferencia
respecto de un orden dado, y la razón a través de la cual se
constituye el sujeto sólo puede ser una razón que incluya la
división de razones, esa relación diferencial de las razones
como constituyente de la razón misma. El sujeto, lejos de
poseer una realidad substancial, emerge justamente en esa
reivindicación de su diferencia frente al orden dado. Si la es-
tructura social obedeciera a un orden natural —el orden de
las abejas— la educación no tendría sentido. La enseñanza
puede permitir, justamente, la actualización de ese principio
de igualdad/diferencia: la emergencia de una subjetividad
a través del aprendizaje implica instantáneamente una des-
clasificación: el sujeto emergente se desclasifica respecto al
orden social, a través del ejercicio de la capacidad racional.
En este sentido, la igualdad sólo puede manifestarse como
continua inscripción de una diferencia, de esa diferencia
desclasificante a través de la cual un grupo se desprende de
la multiplicidad anónima constituyéndose en un sujeto. El
espacio que se crea a través de la práctica crea ese mínimo
de igualdad que, como dirá Rancière, se inscribe en el cam-
po de la experiencia común. De esta manera, se desarrolla
un concepto de subjetividad radicalmente inmanente que
supone la constante redefinición del status mismo del sujeto,
40 · Gobierno y desacuerdo
viene a actualizar la igualdad última sobre la que
descansa todo orden social.7
8 Ídem.
42 · Gobierno y desacuerdo
a la circulación de las mercancías o al “goteo uni-
forme de tinta” que caracteriza el periódico según
Mallarmé. Ella es el poder del mal múltiple que
circula intercambiándose en suma nula y reprodu-
ciéndose de manera idéntica. Estos pensadores opo-
nen la potencia de la diferencia: el buen múltiple, el
que contiene un principio de alteridad, una potencia
suplementaria. Esta puede ser una superpotencia:
potencia arendtiana del comienzo o vitalidad de las
multitudes (Negri), o bien una suplementariedad no
intercambiable (el acontecimiento de verdad de Ba-
diou o el uno-de-más de Milner). Fundan entonces la
política sobre esta superpotencia o este suplemento o
bien le oponen otro principio de la comunidad (el go-
bierno pastoral de Milner). Oponen a la democracia
un principio de heterogeneidad. La heterogeneidad
puede ser una figura del ser del ente —infinito o
multitudes, fundando una verdadera política o una
superación de la política en el comunismo. Puede,
al contrario, identificarse con otra cosa que el ser,
haciendo encallarse a la potencia comunitaria. Yo,
por mi parte, he tomado esta lógica a contrapié. He
tomado el partido singular de dar a la potencia de
lo heterogéneo o del uno-de-más el nombre de demos
y de plantear en consecuencia la democracia como
opuesta al consenso. Es una manera de decir que no
hay heterogéneo real, no hay principio ontológico de
la diferencia política o de la diferencia en relación a
la política, no hay arkhé o anti-arkhé. Hay, en su lugar,
44 · Gobierno y desacuerdo
Frente a la antigua ambición de la filosofía de reducir la
multiplicidad de la política al orden de lo Uno, Rancière
señala que la política surge, justamente, como permanente
relación diferencial respecto a un orden dado:
la política es —y no es más que— el conjunto de ac-
tos que efectúan una “propiedad” suplementaria, una
propiedad biológica y antropológicamente inencon-
trable: la igualdad de los seres hablantes. La política
existe como suplemento a todo bios. Lo que se opone
entonces ahí son dos estructuraciones del mundo co-
mún: la estructuración que sólo conoce el bios (desde
la transmisión de la sangre, desde la circulación de
la sangre hasta la regularización de los flujos de po-
blación) y la que conoce los artificios de la igualdad,
sus formas de refiguración del “mundo dado” de
lo común efectuadas por sujetos políticos. Estos no
afirman otra vida diferente, sino que configuran un
mundo común diferente.11
46 · Gobierno y desacuerdo
la reivindicación de su diferencia, en su relación diferencial
con un orden respecto al cual el reclama igualdad: igualdad
de derechos para la reivindicación de esa misma diferencia.
48 · Gobierno y desacuerdo
embargo, de allí deduce Hobbes la posibilidad de construir
un orden político indestructible gracias al arte (o la técni-
ca) político en cuanto orden de coacción fundado, eso sí,
en el reconocimiento de ciertos derechos “naturales”, entre
los cuales uno de los primeros y fundamental sería el de la
igualdad natural.
En Rancière, el arte significaría, justamente, lo
contrario: el arte no es una “técnica”, o se separa de su des-
tinación técnica, pues justamente a través de él se revela la
posibilidad de deconstrucción de toda arkhé, como de toda
forma que pretenda atribuirse un carácter necesario. El arte
revela así, justamente, la posibilidad siempre actualizable de
la instauración de otro orden, de la posibilidad de otra par-
tición de lo sensible o de un campo de experiencias determi-
nado. En ese sentido, todo orden político, y la “racionalidad”
que pretende fundarlo, sea ésta la de una razón “técnica” o
la de su fundamento “ontológico”, en cuanto su inscripción
en un orden de “formas” puede ser “deconstruido”, como lo
demuestran un sinnúmero de prácticas políticas que a través
de la historia se revelan como otras tantas formas de recon-
figurar el lazo comunitario. Y el arte asume allí una función
particular, en cuanto a través de él se revela y se deconstruye
el fundamento metafísico-trascendental.
50 · Gobierno y desacuerdo
de operaciones que implican la producción de un
nuevo campo de experiencia. Toda subjetivación po-
lítica proviene de esta fórmula. Esta es un nos sumus,
nos existimus. Lo que quiere decir que el sujeto que
aquella hace existir no tiene ni más ni menos consis-
tencia que ese conjunto de operaciones y ese campo
de experiencia.15
52 · Gobierno y desacuerdo
Hacia una nueva lógica
de la emancipación*
Gert Biesta
Introducción
a idea de emancipación juega un papel cen-
tral en la educación moderna. En la medida
en que esta última es concebida como algo más
que transmisión de contenidos y de cultura y que
envuelve más bien un interés por promover independencia
y autonomía, la educación puede ser definida como un pro-
ceso que busca la emancipación del niño o del estudiante.
Ello es verdad no sólo para aquellas tradiciones dentro de
la práctica y la teoría educativa que se basan en una agenda
política explícita. Lo mismo puede ser dicho de cualquier
enfoque que reconozca que hay una distinción fundamental
entre educación y adoctrinamiento. Y aunque probable-
mente haya un apoyo extendido entre educadores sobre el
“sentimiento” de emancipación, bien pueden haber posturas
56 · Gobierno y desacuerdo
niño menor. En el siglo XVII, la emancipación fue usada en
relación a la tolerancia religiosa, en el siglo XVIII, en pro
de la emancipación de los esclavos y en el XIX, en vistas a
la emancipación de las mujeres y de los trabajadores prole-
tarios.2 El uso romano del término ya indica el vínculo con
la educación, pues en dicho sentido la emancipación marca
el momento y el proceso por el cual el niño (dependiente) se
hace un adulto (independiente).
Un paso decisivo en la historia de la emancipación
fue dado en el siglo XVIII cuando fue entrelazada con la
Ilustración hasta el punto en que la ilustración llegó a ser
comprendida como un proceso de emancipación. Podemos
ver más claramente esto en el ensayo de Immanuel Kant:
“¿Qué es la Ilustración?”, donde la define como: “la libera-
ción del hombre de su culpable incapacidad”3 y ve tal inca-
pacidad o inmadurez como “la imposibilidad del hombre de
hacer uso de su propia inteligencia sin la guía de otro”.4 Esta
incapacidad es culpable, escribe Kant, “porque su causa no
reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para
servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro”. Ilustra-
ción refiere así el proceso de llegar a ser independiente o au-
tónomo, y para Kant esa autonomía estaba basada en el uso
de la propia razón. Kant contribuyó con dos nuevas ideas
en esta línea de pensamiento. Primero, argumentó que “la
4 Ídem.
58 · Gobierno y desacuerdo
kantiana de la “paradoja educativa”: “¿Cómo cultivo la li-
bertad a través de la coacción?”.8
De aquí en adelante podemos trazar la historia de
la emancipación a lo largo de dos líneas relacionadas: una es
educativa, la otra filosófica. La idea de que la educación no
concierne a la inserción del individuo en el orden existente,
sino que conlleva una orientación hacia la autonomía y la
libertad, jugó un papel importante para su establecimiento
como disciplina académica en la Alemania de fines del siglo
xix e inicios del xx. También fue un elemento central en la
“Reforma pedagógica”, la “Nueva Educación” y la “Edu-
cación Progresiva”, movimientos reformadores de la peda-
gogía que surgieron en las primeras décadas del siglo xx en
muchos países. En la mayoría de los casos el argumento en
contra de la adaptación fue expresado como un argumento
a favor del infante. Muchos pedagogos siguieron a Jean-Ja-
cques Rousseau en la idea de que la adaptación al orden so-
cial externo corrompería al niño. Esto, no obstante, condujo
a la idea de que tal opción sólo podría significar una opción
contra la sociedad, y ello fue posteriormente fundamentado
según las teorías que concebían al “niño” como una catego-
ría natural, como un “don”, y no como algo que tenía que
ser entendido en términos sociales, históricos o políticos.
Si bien la idea de que la educación concierne a la
emancipación del niño individual ayudó al desarrollo de la
educación como una disciplina académica, las limitaciones
de esta perspectiva se hicieron dolorosamente claras cuando
se evidenció que tal enfoque podría ser fácilmente adoptado
por cualquier sistema ideológico, incluyendo el nazismo y el
8 Ibídem, 42.
60 · Gobierno y desacuerdo
ante todo que exponer cómo funciona el poder. Lo que la
tradición marxista añade a esto es la noción de ideología –y
es justo lo que ha influido en las pedagogías críticas y eman-
cipatorias. Aunque la pregunta por el significado exacto de
este concepto sea un asunto de debates en curso, una de las
nociones cruciales expresadas en ella es no sólo que “todo
pensamiento está socialmente determinado”11 –recuerden la
afirmación de Karl Marx en La ideología alemana– sino que,
y más importante aún, la ideología es definida como “un
pensamiento que niega esta determinación”.12
La última demanda está vinculada a la noción de
“falsa conciencia” de Friedrich Engels: la idea de que “los
verdaderos motivos que obligan [al agente] le permanecen
desconocidos”.13 El “problema de la ideología” se asienta
en la suposición de que es precisamente debido al modo en
el que el poder opera sobre nuestra conciencia, que somos
incapaces de ver cómo este opera.14 Esto no sólo implica que
para liberarnos de tal funcionamiento tenemos que exponer
la forma en que el poder opera sobre nuestra conciencia;
también quiere decir que para que alcancemos la emancipa-
ción, alguien más, cuya conciencia no está sujetada al fun-
cionamiento del poder, tiene que concientizarnos de nuestra
11 Terry Eagleton, Ideología: Una introducción, trad. Jorge Vigil Ru-
bio (Barcelona: Paidós, 1997), 124.
Tres contradicciones
Lo que esta breve historia nos revela son los contornos de
cierta lógica de la emancipación, una forma particular de
concebirla y entenderla. En esta lógica hay varios aspectos a
revisar. Uno de ellos es la idea de que la emancipación requie-
re una intervención del exterior; una intervención, además,
de alguien que no esté sujetado al poder que tiene que ser ven-
cido. Esto no sólo muestra que la emancipación es entendida
como algo que es hecho a alguien, sino que también revela
que está cimentada sobre una desigualdad fundamental entre
el emancipador y el sujeto a ser emancipado. La igualdad, en
este sentido, es resultado de la emancipación; es un objetivo
que está en el futuro y tal promesa es usada para legitimar las
intervenciones del emancipador. Aunque dicha concepción
sigue más o menos de cerca ciertas consideraciones filosóficas,
en particular las relacionadas con la noción de ideología, no es
muy difícil reconocer una pedagogía encaminada también en
esta línea, es decir, una pedagogía en la cual el profesor sabe
y los estudiantes no saben aún y es tarea del profesor explicar
el mundo a los estudiantes para que lleguen a ser, en última
instancia, tan sabios como él. Podemos decir, por lo tanto, que
esta lógica de la emancipación es también la lógica de una
62 · Gobierno y desacuerdo
pedagogía particular15 y aunque mucho de ello suene familiar
–lo que, en cierto modo, demuestra cuan influyente ha sido
esta lógica moderna de la emancipación– tal concepción no
está exenta de problemas o, mejor, de contradicciones.
La primera de ellas es que aunque la emancipa-
ción esté orientada hacia la igualdad, la independencia y la
libertad, en realidad instala la dependencia en el corazón
mismo del acto de emancipación. Aquel a ser emancipa-
do es, después de todo, dependiente de la intervención del
emancipador, una intervención basada en un conocimiento
que es fundamentalmente inaccesible a quien va a ser eman-
cipado. Sin intervención no hay, por lo tanto, emancipación,
lo que genera la pregunta por el momento preciso en el que
la dependencia desaparece: ¿Es tan pronto como la emanci-
pación es alcanzada? ¿O el emancipado debe permanecer
agradecido por siempre con su emancipador por “el regalo”
de la emancipación? ¿Deberían los esclavos permanecer
agradecidos con sus maestros por haberlos liberado? ¿De-
berían las mujeres permanecer agradecidas con los hombres
por ponerlas en libertad? ¿Deberían los niños permanecer
agradecidos con sus padres por darles la potestad?16 o tal
vez ¿podrían todos ellos haber preguntado por qué para su
liberación no fueron considerados en primer lugar?
La emancipación moderna está basada en la de-
pendencia, pero también en una desigualdad fundamental
entre el emancipador y aquel a ser emancipado. Según la
64 · Gobierno y desacuerdo
La pretensión de este ensayo es explorar si podemos pensar
la emancipación de manera diferente y, más expresamente,
si lo podemos hacer en una forma que sea capaz de superar
las contradicciones anteriormente señaladas. Ahora que sa-
bemos cuál es la lógica moderna de la emancipación y cuá-
les son sus contradicciones, deseo volver al trabajo de Michel
Foucault con el fin de avanzar hacia la articulación de una
concepción diferente.
La metodología de Foucault
Muchos argumentarían que Foucault nos ha ayudado a
entender los funcionamientos del poder de un modo nue-
vo, diferente y más profundo y que, precisamente por esta
razón, él ha hecho la mayor contribución al trabajo de des-
mitificación y de emancipación. Si leemos la contribución
de Foucault sólo como un aporte a una nueva teoría del po-
der, esta conclusión es probablemente correcta. Pero lo que
complica el asunto es que sus escritos sobre el poder no sólo
tienen implicaciones en el nivel de la teoría, sino también en
el de nuestra misma comprensión de la teoría y de la crítica;
es decir, en el nivel metodológico. En este nivel sus escritos
sobre el poder y el saber implican un rechazo explícito de la
idea de que podemos usar el conocimiento para combatir el
poder. Central a este argumento es su rechazo de los fun-
damentos maniqueos de la Ilustración que son expresados
en la idea de que el poder y el saber son “entidades” onto-
lógicamente separadas y aquella emancipación consiste en
20 Michel Foucault, Vigilar y Castigar, trad. Aurelio Garzón del Ca-
mino (México: Siglo XXI, 2009) 37.
21 Gert Bielsa, “‘Say you want a revolution...’: Suggestions for the
Impossible Future of Critical Pedagogy” Educational Theory 48, 4
(1998): 499–510.
66 · Gobierno y desacuerdo
implacabilidad de la que no [se] consigu[e] salir?”.22 Estas
preguntas sólo tienen sentido mientras asumamos que es po-
sible ocupar un lugar fuera del sistema desde el cual analizar
y criticar el sistema. En otras palabras, sólo tienen sentido,
mientras asumamos que el saber esta “fuera” o “más allá”
del poder. Pero lo que Foucault nos ha invitado a hacer es
precisamente a movernos más allá de este pensamiento
interior-exterior. Hay, todavía, potencial para la acción, el
cambio y la crítica, pero ello requiere de un enfoque que
es distintivamente diferente del enfoque de la Ilustración.
Según Foucault es cierto “que hay que renunciar a la es-
peranza de alcanzar jamás un punto de vista que pudiera
darnos acceso al conocimiento completo y definitivo de lo
que puede constituir nuestros límites históricos”. Pero esto
no significa que no haya nada que hacer. Foucault conviene
que la crítica “consiste en el análisis y la reflexión sobre los
límites”. Pero
68 · Gobierno y desacuerdo
funciona el poder –lo cual sólo trata de desestabilizar lo que
se da por sentado– ni pretende producir recetas para la ac-
ción. Más bien substituye el juicio, y al hacerlo en realidad
abre un espacio y en cierto modo una demanda del juicio.
Y más que tomar algunas experiencias e interpretaciones
como más verdaderas y válidas que otras, la eventualización
en realidad puede validar las experiencias de todos.
No quiere decir que esta clase de análisis resuelva
los problemas, ni que dé a los reformadores y a los emanci-
padores el conocimiento para hacer el mundo mejor, sino
que propone cambiar el foco, esto es, poner el acento en el
sujeto que actúa, pues como Foucault mismo expresa:
70 · Gobierno y desacuerdo
a los sujetos, pues está basada en una desigualdad funda-
mental y en una relación de dependencia.
Con Foucault podemos comenzar a ver las cosas de
manera diferente. Si el término no es demasiado pretencio-
so, podemos referirnos a este juego de ideas como “nueva”
emancipación. Lo primero que podemos tomar del filósofo
francés es la idea de que no podemos escapar del poder, no
obstante, tal como argumenté, esto sólo se convierte en un
problema mientras pensemos que tal escape es posible y la
nueva emancipación no se inscribe dentro de esta línea. Si
existe un escape –o mejor, un movimiento–, este ocurre
de una constelación de poder/saber particular a otra. Esta
otra constelación de poder/saber podría en algunos casos
ser mejor, pero no se ubica más allá del poder. De hecho,
realizar este movimiento tiene una importancia crucial por-
que demuestra que la constelación de poder/saber existente
no era una necesidad, sino solamente una contingencia, una
posibilidad histórica, lo que, a su vez, implica que la nueva
emancipación no es algo que es dado a los sujetos, sino, por
el contrario, algo que es realizado por ellos. De ahí que la
nueva emancipación ya no descansa en una relación de de-
pendencia, es decir, los sujetos no tienen que esperar a que
sus emancipadores les digan que ellos pueden moverse, dado
que pueden hacer el desplazamiento directamente aquí y
ahora.30 Esto también muestra que la nueva emancipación
parte del presupuesto de la igualdad, en la que cualquiera es
En conclusión
Soy consciente que este ensayo bien puede generar más
preguntas de las que es capaz de responder. En cierto modo
ello cuenta como un acierto, puesto que mi propósito ha
sido explorar la posibilidad de pensar la emancipación de
manera diferente. Una de las preguntas más apremiantes,
desde luego, es si la nueva lógica de la emancipación aquí
72 · Gobierno y desacuerdo
perfilada produce algún sentido en relación con las prác-
ticas educativas existentes.32 Considerando que la vieja
lógica de la emancipación está profundamente arraigada
en nuestras prácticas e intuiciones educativas, particular-
mente a causa de su íntima conexión con el nexo educativo
moderno, tomará tiempo antes de que las cosas comien-
cen a cambiar, si es que cambian en algo. Pero si a alguna
conclusión puede llegarse a partir de este análisis, es que
no hay ninguna necesidad para esperar a que un maes-
tro-emancipador intervenga primero para que las cosas
puedan cambiar. Siempre podemos comenzar haciendo las
cosas de manera diferente.33
32 Un ejemplo fascinante del sentido de esta lógica puede ser en-
contrado en Rancière, El maestro Ignorante.
78 · Gobierno y desacuerdo
La dominación, el “equivalente” anarquista de la explota-
ción, no es sólo un término diferente. Es un tipo diferente de
término. Aunque muchas personas que sólo están vagamen-
te familiarizadas con el anarquismo, lo asocian únicamente
con una crítica al estado (o, siguiendo a Bakunin en Dios y
el estado, con una crítica de la religión y el estado), esta sería
una lectura errónea de un término más dúctil. No existe
una analogía del tipo el estado: anarquismo: economía: marxismo.
Definiremos la dominación en cambio, haciendo una refe-
rencia más amplia a las relaciones de poder opresivas. Dado
que algunas personas piensan el poder y la opresión como
coextensivos, estaríamos tentados a simplificar la definición
de dominación en una referencia a las relaciones de poder.
De cualquier modo, esto no funcionaría. Por razones que
veremos cuando nos detengamos en Foucault, la existencia
misma del poder no es una garantía de opresión.
Si tomamos la primera definición podemos ver por
qué es un tipo diferente de concepto que el de explotación.
Primero, mientras explotación es un concepto fundamen-
talmente económico, dominación es fundamentalmente un
concepto político. Hace referencia a relaciones de poder.
Segundo, y más importante para nuestros propósitos, domi-
nación es un concepto más elástico que explotación. Puede
hacer referencia a relaciones en una variedad de escenarios
sociales. Hay dominación económica, con toda seguridad,
pero también hay dominación racial, dominación de género,
dominación sexual, dominación educacional, dominación
familiar, etcétera. La dominación, a diferencia de la explo-
tación, puede ocurrir en cualquier ámbito de la experiencia
80 · Gobierno y desacuerdo
dominación es elástico, entonces sus diferentes expresiones no
son reductibles a una forma específica de dominación. Por
ejemplo, la dominación de género puede estar relacionada
con la explotación, pero no es reductible a la explotación.
Pueden intersectar y probablemente lo hagan. Pero cada una
tiene su propio carácter que requiere su propio análisis y su
propia intervención. Los análisis locales e interseccionales
de los fenómenos sociales y políticos reemplazan a un único
análisis global que abarca todo el espacio social. Debemos
entender la historia y el carácter de una forma particular de
dominación, cómo funciona y cómo se relaciona, refuerza y
es reforzada por otras formas. Permítannos añadir otra idea,
una que complica la idea de poder inherente en la definición
de dominación. A menudo pensamos el poder en términos
simples: una relación de poder es cuando A puede hacer a B lo
que A quiere, incluso en contra de la voluntad de B (si quere-
mos integrar la noción de ideología aquí, podemos cambiar la
última frase por algo como “contra la voluntad o los intereses
de B”). Pensar de esta forma implica dos supuestos acerca del
poder: primero, que se aplica siempre de modo consciente;
y segundo, que siempre consiste en alguna persona (o algún
grupo) impidiendo a alguien (o algún otro grupo) que haga lo
que de otro modo haría, para hacer algo que de otro modo
no haría. Minando estos dos supuestos es que Foucault hace
su contribución al pensamiento anarquista.
Los estudios de Foucault, principalmente aquellos
sobre las prisiones (Vigilar y Castigar) y sobre la sexualidad
(Historia de la sexualidad), nos muestran que el poder puede
operar no sólo conscientemente sino inconscientemente y
82 · Gobierno y desacuerdo
cristiano (de confesar actos a confesar deseos), junto con
otros cambios (por ejemplo, el acento en los estudios de la
población en la práctica económica del siglo xviii) para
mostrar el creciente énfasis en el sexo en los últimos varios
cientos de años. Más que soportar una represión victoriana
de la sexualidad que sólo fue liberada en la última parte del
siglo veinte, nos hemos convertido gradualmente, en cam-
bio, en seres de sexualidad. La revolución sexual, al igual
que el psicoanálisis antes que ella, es un síntoma de nuestro
legado histórico, no una revuelta contra él.
Esto no significa, por supuesto, que la gente no tu-
viera sexo antes de los siglos xvii y xviii. Lo que significa,
más bien, es que una variedad de prácticas que convergieron
durante aquella época nos hacen pensarnos a nosotros mis-
mos y de hecho crearnos a nosotros mismos como seres de
sexualidad. Nuestros deseos, en particular nuestros deseos
sexuales, se han convertido en el “Gran secreto” de quienes
somos. Es por esta razón que, por ejemplo, la homosexua-
lidad se ha vuelto una cuestión de actualidad por ejemplo
para las personas religiosas. Más que ser simplemente un
asunto de quién hace qué con quién, es un asunto de identi-
dades, de quien uno es.
En estos estudios históricos, Foucault expone dos
ideas: que el poder puede operar de maneras más sutiles
que el modelo de A haciendo que B haga lo que A quiere;
y que el poder puede crear cosas que no estaban ahí pre-
viamente. Combinando estas dos ideas llegamos a dos con-
clusiones. Primero, si el poder es creativo del modo en que
Foucault lo describe, y si surge en la cantidad de prácticas
84 · Gobierno y desacuerdo
que los marxistas a menudo no han captado.5 Volveremos a
este punto en un momento.
La reconceptualización foucaultiana del poder aña-
de una dimensión a la concepción de la dominación. Como
hemos visto, dominación es un concepto elástico que puede
encontrarse en una amplia variedad de esferas de la existen-
cia social. Podemos ver más claramente por qué la domina-
ción es un concepto político más útil que la sola explotación.
La explotación, al implicar que hay un punto arquimídeo de
la lucha política, olvida el conjunto de prácticas que forman
el éter de nuestras vidas. Estas prácticas nos producen para
ser lo que somos, y al hacerlo pueden crearnos en formas
que son tan opresivas como (y que de hecho pueden reforzar)
la explotación. Aunque Foucault nunca se consideró anar-
quista, o se alineó con la tradición anarquista, su análisis
histórico y su marco conceptual forman un bloque con una
orientación que ve la política como una cuestión de domina-
ción más que meramente como una cuestión de explotación.
Además, al ampliar el concepto de poder, Foucault extiende
la reflexión sobre la operación de la dominación. Como
vimos anteriormente, la dominación hace referencia a las
relaciones de poder opresivas en muchos escenarios socia-
les diferentes. Lo que el análisis de Foucault nos ofrece son
explicaciones históricas de cómo algunas de esas relaciones
de poder surgen, y, adicionalmente una concepción más
matizada de la operación del poder moderno en particular.
86 · Gobierno y desacuerdo
adelante. Rancière pasó años investigando la historia de los
movimientos obreros pre-marxistas del siglo XIX y durante
los años noventa, desarrolló una visión de la política que era
el reflejo de dicha investigación.
Para Rancière, una política que merece el nombre
de democrática es una que es radicalmente igualitaria en una
forma específica. Es una política que emerge de la presupo-
sición de igualdad. En otras palabras, una política demo-
crática debe tener en su base la presuposición entre aquellos
que luchan de que son iguales entre sí y a aquellos que los
oprimen o los consideran menos que iguales. Una política
democrática es la resistencia contra los mecanismos de un
orden que distribuye roles sobre la base de presuposiciones
jerárquicas. Como Rancière lo ha señalado:
88 · Gobierno y desacuerdo
Antes que nada, no es una demanda, sino más bien una pre-
suposición. Puede haber demandas asociadas a una política
democrática; de hecho, usualmente las hay. De cualquier
modo, lo que caracteriza a un movimiento como democráti-
co no son las demandas que hace sino la presuposición de la
cual emerge.
Simplemente demandar igualdad es hacer recaer
el poder político en aquellos que son receptores de dichas
demandas. Correlativamente, es ponerse a uno mismo en
una posición que es finalmente pasiva. Demandar igualdad
es ser una víctima, incluso una indignada y organizada. En
cambio, presuponer igualdad es ser activo. Es verse a uno mis-
mo primeramente como par de quienes oprimen a otros o
que son beneficiarios de aquella opresión. Y entonces, sólo
secundariamente, esas demandas emergen. Pero emergen
no de una carencia que tienen los oprimidos y que otros son
llamados a llenar. Por el contrario, surgen del reconocimien-
to de la propia igualdad que uno demanda que los demás
cesen de inhibir. Es fuerte en lugar de débil; activa en lugar
de pasiva.
En la perspectiva de Rancière, lo que surge de la
política democrática es un sujeto político. De hecho, el lla-
ma subjetivación la emergencia de una política democrática.
Donde alguna vez hubo individuos dispersos dominados por
los mecanismos de un orden policial, con la aparición de
una política democrática, hay un sujeto colectivo de resis-
tencia: el proletariado, las mujeres, el pueblo palestino, los
afroamericanos, etc. De la misma manera en que Foucault
muestra que formas específicas de dominación emergen de
90 · Gobierno y desacuerdo
sino democráticamente en su propio proceso. De esta forma,
una interpretación anarquista de estos pensadores recientes
puede encontrarse con los escritos anarquistas de los dos si-
glos pasados, y señalar más claramente el camino hacia un
futuro más democrático que los tiempos en que vivimos en
la actualidad.
96 · Gobierno y desacuerdo
Pero no se trata de una simple cuestión de elegir la “me-
jor” palabra para describir este doble proceso mediante el
cual un sujeto llega a ser, como si meramente necesitára-
mos concordar el nombre correcto con la cosa correcta a
través de un proceso analítico especificado –y las razones
son muchas. Primero, el trabajo hecho sobre el “proceso de
sujeto” se construye completamente sobre el llamado “giro
lingüístico” de principios del siglo xx, al menos al punto en
que tal trabajo rechaza una visión del lenguaje como corres-
pondencia, de este modo, elegir términos nunca es un asun-
to de hacer que la realidad concuerde. Segundo, mientras
mi esbozo de la teoría política contemporánea hecho más
arriba, describe principalmente el trabajo hecho en lengua
inglesa en Norteamérica y en el Reino Unido y ciertos paí-
ses de la Commonwealth, el trabajo primario más importante
sobre el “proceso de sujeto” viene de pensadores que escri-
ben principalmente en francés. Por ende la cuestión de los
términos debe ser también una cuestión de la traducción,
sobre elegir no sólo el mejor término, sino sobre embarcarse
en la, siempre escurridiza y nunca muy certera, práctica de
la traducción. Finalmente, como una adición importante
al punto anterior, dado que las prácticas de traducción son
ellas mismas humanas e históricas (los textos en un lenguaje
“aparecen” en otro sólo y siempre mediados por el tiempo
y el espacio, e invariablemente filtrados por complejas pre-
ocupaciones materiales e institucionales), la cuestión de la
“traducción” es también una cuestión de “recepción”. Lo
que quiero decir con esto quedará más claro cuando aborde
ejemplos concretos más abajo; por ahora simplemente deseo
98 · Gobierno y desacuerdo
efectos de ese proceso? He formulado estas cuestiones en tér-
minos que serían fácilmente reconocibles para los lectores de
Jacques Rancière, dado que él, quizás más que ningún otro
pensador, llama la atención de sus lectores hacia la relación
entre “subjetividad” por un lado, y cuestiones de visibilidad,
audibilidad, e inteligibilidad, por el otro. Pero argumento
que el trabajo de Foucault sobre el “proceso de sujeto” provee
un contexto esencial para entender la tesis de Rancière. Es
Foucault, por supuesto, quien se involucró de modo más con-
sistente y desentrañó el proceso de formación de sujeto como
una espada de doble filo. La comprensión foucaultiana de
las relaciones poder-saber, se combinaba con su concepto de
prácticas discursivas para hacer la afirmación revolucionaria
de que las relaciones de poder circulan a través de las posiciones
de sujeto. Es esta circulación capilar del poder (como una
relación con el conocimiento y una relación con los sujetos y
objetos) lo que hace que algo como la subjetividad sea posible
en primer lugar, mientras, simultáneamente, expone a los
sujetos a las fuerzas y efectos del poder. Devenir un sujeto de
poder es estar sujeto al poder. Si Foucault no fue el primero
en revelar el doble proceso de formación de sujeto, fue el que
mejor lo hizo. Sus generalizaciones conceptuales combina-
das con sus detalladas reseñas históricas funcionaron juntas
para convencer a generaciones de lectores de que ya no po-
dían asumir el “Poder” con “P” mayúscula, como una fuerza
opuesta a la libertad, que ya no podían asumir una separa-
ción entre poder y saber, y que ya no podían dar por sentado
la idea de “subjetividad” como un bien puro. Cualquier otra
cosa que pueda decirse sobre el trabajo foucaultiano en torno
5 Ibídem, 50.
8 Ídem.
Rancière y la subjetivación,
tras Foucault
Para plantear el asunto con claridad uno podría decir esto:
no sólo no se puede entender la concepción rancieriana de
la subjetividad sin el contexto previo que dan los escritos de
***
He intentado mostrar aquí que el análisis de los modos e
instancias de la subjetivación no pertenecen al dominio
Jacques Rancière,
“L’élection, ce n’est pas la démocratie,”
Política y policía
La teoría política de Rancière se mueve entre dos compues-
tos conceptuales: por un lado, la reformulación de la opo-
sición entre policía y política, por otro lado, la conceptua-
lización de una estética fundamental de la política a través
de la noción de reparto de lo sensible (le partage du sensible).
Rancière formula el primer compuesto, la oposición entre
política y policía, en El desacuerdo y lo aborda, entre otros
lugares, en sus “Diez Tesis sobre la política”, clase impartida
en el Instituto Gramsci de Bolonia en el año 1996. La no-
ción de política que Rancière considera es, en primer lugar,
confrontada y diferenciada del tipo de interpretación que
alguien en la línea de Hannah Arendt propondría –esto es,
la política entendida como una interacción de sujetos políti-
cos libres, capaces de acciones libres, en un espacio público
libre. Al contrario, la formulación rancieriana del concepto
de policía es la que obedece a un modelo de política como
este, dado que la policía considera esos mecanismos y proce-
dimientos: Rancière localiza todas las operaciones que son
normalmente consideradas como específicas de la política
–tales como la formación y el desarrollo de acuerdos dentro
de un tipo de comunidad, la organización de poderes, la
drich Balke, “Zwischen Polizei und Politik. Eine Genealogie des äs-
thetischen Regimes” en Das Politische und die Politik, ed. Thomas Be-
dorf y Kurt Röttgers (Frankfurt/M.: Suhrkamp, 2010), 207–234.
8 Ibídem, 69.
La “elección de Dios”
9 Ibídem, 71.
Homonimia…
…, no Ideología
21 Giorgio Agamben, Medios sin fin. Notas sobre la política, trad. An-
tonio Gimeno Cuspinera (Valencia: Pre-Textos, 2001), 32.
Demos y Plebes
31 Michel Foucault, La vida de los hombres infames, trad. Julia Varela
y Fernando Alvarez-Uría (La Plata: Editorial Altamira, 1996), 131
(énfasis mío).
* Tomado del sitio web del Instituto Europeo para Políticas Culturales
Progresivas (eipcp.net). Agradecemos a la autora por autorizar la pu-
blicación del texto y al traductor, Raúl Sánchez Cedillo.
a crítica no es en modo alguno una posición
más allá de los modos de gobierno; es una
actitud que sostiene el carácter virulento de las lu-
chas. La crítica es el persistente cuestionamiento
de las modalidades de ser gobernados. Con esta peliaguda
tesis de Foucault1 como telón de fondo es posible centrar la
atención en la fragilidad e inestabilidad fundamentales de las
relaciones de gobierno. El cuestionamiento de relaciones na-
turalizadas y estables significa no sólo mostrar que las cosas
son el fruto de un devenir y podrían transformarse de nuevo,
sino que significa en cualquier caso, tal y como dijo Foucault
en su texto sobre la crítica, pensar por principio la desapari-
ción posible de determinadas relaciones de gobierno.
“La” plebe no existe sin duda, pero hay “de la” ple-
be (“de la” plèbe). Hay de la plebe en los cuerpos y en
las almas, en los individuos, en el proletariado, y en
la burguesía, pero con una extensión, unas formas,
unas energías y unas irreductibilidades distintas. Esta
parte de la plebe no es tanto lo exterior en relación a
las relaciones de poder, cuanto su límite, su anverso,
su contragolpe; –y además: lo plebeyo “responde en
toda ampliación del poder con un movimiento para
desgajarse de él”.6
7 Ídem.
15 Ver Michael Walzer, Exodus and Revolution (New York: Basic
Books, 1985).
16 Tito Livio, Historia de Roma, II, 32, 4-33; III, 55, 7; III, 55, 10.
1 Juan Ritvo toma este desfase para mostrar que si el eje cronoló-
gico no se inscribe en el inconsciente es porque “no cesa de no ins-
cribirse en él”. Ver Juan Ritvo, El tiempo lógico y el aserto de certidumbre
anticipada (Buenos Aires: Letra Viva, 1990).
3 Para una lectura más amplia sobre este punto ver Boris Groys,
Políticas de la inmortalidad, cuatro conversaciones con Thomas Knoefel, trad.
Graciela Calderón (Buenos Aires: Katz, 2008).
Sobra decir que ésta es una de las razones por las que Schi-
ller afirmó alguna vez que el juego es la humanidad más
propia del hombre: “el hombre sólo es un ser humano cuan-
do juega”.6
Que el hombre sólo es un ser humano cuando juega
es una manera de afirmar que éste en realidad emerge con
toda su fuerza en ese hiato en el que el amor por lo inútil
obstruye o complica el tránsito que va del sueño infantil a la
vida productiva. Lo que a Rancière a partir de este punto le
7 Ibídem, p. 25.
8 Ibídem, 27.
Enunciación y pragmática
La diferencia entre los enfoques de Rancière y Foucault
emerge más claramente aún si profundizamos en la relación
que el lenguaje y la enunciación mantienen con la política y
la subjetivación política.
Para Rancière, la toma de la palabra de los “sin
parte” (el demos o el proletariado) no remite a una toma de
consciencia, a la expresión propia de quien habla (a sus inte-
reses o su pertenencia a un grupo social), sino que se refiere
a la igualdad de logos. La desigualdad de la dominación
presupone la igualdad de los seres parlantes, ya que para
que la orden del superior (maître) sea ejecutada por los su-
bordinados, es necesario que el superior y los subordinados
5 Ibídem, 194-195.
8 Ibídem, 69-70.
9 Ibídem, 76.
10 Ver Félix Guattari, Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles (Bue-
nos Aires: Cactus, 2013), 200. [N.e.]
15 Ídem.
Crisis de la parresía
5 Ídem.
6 Ídem.
9 Ibídem, 52.
10 Ídem.
11 Ídem.