El Evangelio es claro: Dios premia y bendice a quienes socorren al hambriento. "Venid, benditos
de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer (...) Entonces los justos le responderán:
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer (...)?» Y el Rey les dirá: En verdad os
digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"
(Mt 25,34-40).
Dar de comer al hambriento invita a trabajar a largo plazo por un mundo más solidario, al
mismo tiempo que interviene en lo inmediato: a la ayuda a esta persona cercana que hoy no
tiene para comer, a ofrecer donativos a Caritas y a otros grupos que atienden a millones de
personas que cada día buscan algo para saciar su hambre.
Es una obra de misericordia que está al alcance de casi todos. Basta a veces un pequeño
sacrificio, dejar de lado la propia comodidad, abrir los ojos y el corazón para sentir la necesidad
de tantos hermanos nuestros, y acudir con sencillez y ternura para socorrerlos en una de sus
necesidades básicas.