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Derecho penal II curso 2004/05

Lección 10

El comportamiento humano
El comportamiento humano como base de la teoría del delito

El sistema “moderno” del delito se estructura sobre la base del comportamiento


humano. Del concepto de comportamiento humano dependen o han dependido las
distintas teorías del delito. El comportamiento humano es esencialmente un concepto
ontológico y por lo tanto, prejurídico.
Los comportamientos humanos se diferencian de los hechos de los animales y de
los fenómenos de la naturaleza, aunque puedan materializar los mismos resultados. El
hecho llevado a cabo por un ser humano posee ciertas notas distintivas que no se dan en
los demás supuestos.
Quedan excluidos todos los comportamientos que no son humanos, actos de
animales, fenómenos naturales y también los hechos llevados a cabo por personas
jurídicas.
Al derecho penal no le interesa la gran mayoría de las conductas que se dan en la
realidad sino un número muy limitado de ellas. El derecho penal no sanciona todas las
conductas, pero todos los comportamientos que reciben una sanción penal tienen una
base prejurídica común que es el comportamiento humano. Si la exigencia de un
comportamiento humano tiene alguna relevancia para nuestro análisis técnico-jurídico
dependerá de la importancia que otorguemos al concepto de comportamiento humano
en la teoría del delito. Para determinar esa importancia analizaremos la evolución del
concepto de acción.

a) causalismo naturalista. El modelo creado por Liszt y Beling se basaba en la


acción, entendida como un simple hecho de la naturaleza, un movimiento corporal que
produce una modificación en el mundo exterior perceptible por los sentidos. La acción
se constataba sin analizar la voluntad o intencionalidad del sujeto. A los efectos de la
acción, la voluntad humana era considerada un simple impulso que producía el
resultado. Los componentes intelectuales y volitivos (dolo) se analizarían
posteriormente, al llegar a la culpabilidad, que concentraba todo el aspecto subjetivo del
delito. Las críticas a este planteamiento son muy importantes, porque al definir la
acción como un movimiento corporal quedan comprendidas las conductas que consisten
en un hacer positivo, pero el concepto no es aplicable a las omisiones. El punto de
partida de la omisión es la ausencia de un movimiento corporal, y por este motivo el
concepto causal naturalista de acción tuvo que ser abandonado.

b) causalismo valorativo o neokantiano. Fue Mezger el representante más


importante de esta corriente. Los causalistas valorativos formularon importantes
correcciones a la teoría del delito. Ya no se habla de acción sino de comportamiento
humano, concepto que comprende tanto a la acción como a la omisión, consideradas
como manifestaciones externas de la voluntad causal. El causalismo, tanto el naturalista
como el valorativo, diferencia la voluntad del contenido de la voluntad. Para el
causalismo valorativo, la acción u omisión humanas tienen que ser voluntarias,
entendiendo la voluntad como un simple impulso o deseo de causar un resultado en el
exterior. Sin embargo, consideran que no forma parte de la acción el contenido de la
voluntad, es decir, la finalidad que persigue el sujeto con ese comportamiento. El

José Luís Fernández Ocaña


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contenido de la voluntad se sigue manteniendo en la culpabilidad (dolo). A partir de las


aportaciones críticas del finalismo, el contenido de la voluntad debe ser tenido en cuenta
desde el primer momento por la teoría del delito. Lo que el sujeto haya querido no
puede ser irrelevante para la acción. La finalidad debe formar parte del concepto de
acción.

c) el finalismo. A partir de la obra de Wezel, el contenido de la voluntad adquiere


un papel relevante en el concepto de acción. Wezel sostuvo que no se puede hablar de
acción humana si no existe una voluntad. Las acciones humanas persiguen un fin, son
acciones finales. El sujeto obra guiado por una finalidad. Quiere hacer algo, alcanzar un
objetivo y, antes de comenzar a actuar, selecciona los medios con los que podrá llevar a
cabo dicho objetivo. El hombre puede prever, dentro de ciertos límites, las
consecuencias de su acción. Una vez hecho esto, procederá a poner en marcha el plan
que se ha propuesto en el mundo exterior. Este concepto de acción supuso una
reestructuración completa de la teoría del delito.
En cuanto al comportamiento humano, la meta original de Wezel era conseguir un
concepto unitario de acción, aplicable a todos los delitos dolosos e imprudentes, activos
y omisivos. Sin embargo, posteriormente comprendió que ese objetivo no era relevante
porque la propia realidad diferencia todos esos supuestos. Todo ello llevó a Wezel a
estructurar diferentes sistemas para los delitos de acción dolosos e imprudentes, y otro
distinto para los delitos omisivos.

d) la evolución del concepto de acción nos lleva a encontrar un concepto


prejurídico de acción, que se encuentra enlazado con los demás elementos de la teoría
del delito.
Sin embargo, son cada vez más los científicos que afirman que el concepto de
acción no puede ser únicamente un concepto ontológico, pues en alguna medida
depende de valoraciones que dotan de sentido a la acción. Al derecho penal no le
interesan todos los comportamientos humanos, y para determinar aquellos que son
relevantes se hace necesario valorarlos. Se le reduce a una función negativa, que no se
utiliza para fundamentar un nuevo elemento del delito sino solamente para excluir
algunas situaciones que no alcanzan la categoría de comportamientos humanos
voluntarios.

Ausencia de comportamiento humano

Existen algunos supuestos en los que se constata la ausencia de un


comportamiento humano. Estos supuestos se caracterizan por cumplir la función
negativa, aunque no se encuentran regulados en el texto del CP, justamente porque el
CP no puede dirigirse a esas conductas. Todos ellos tienen en común que el sujeto no
realiza una acción voluntaria.
Estados de inconsciencia. Existe una serie de estados de inconsciencia, en los
que la acción que está realizando el sujeto carece de voluntariedad. Son supuestos de
hipnotismo, sueño o embriaguez letárgica. La peculiaridad que presentan estos estados
de inconsciencia radica en la posible aplicación de la teoría de los actos liberae in
causa. Según esta teoría, es necesario distinguir dos situaciones distintas. En un primer
momento cuando el sujeto es libre y consciente, pero se coloca en un estado de
inconsciencia. En el segundo momento, cuando realiza el hecho, su conducta no será
voluntaria por la situación de inconsciencia. Pero ello no puede ser invocado para
favorecer su impunidad. La teoría de la actio liberae in causa sostiene que en estos

José Luís Fernández Ocaña


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supuestos es necesario retrotraerse al momento original, que es en el que se debe


constatar si ha existido o no un comportamiento humano voluntario.
Movimientos reflejos. Son aquellos que no pasan por los centros superiores
cerebrales, no apreciándose por lo tanto voluntariedad. Movimientos instintivos o crisis
epilépticas pueden ser el origen de ciertos delitos que suelen ser de muy poca relevancia
práctica.
Fuerza irresistible. Para hablar de fuerza irresistible hay que hacer una primera
matización. Existe la fuerza material o física, que es el supuesto que se da cuando
alguien actúa físicamente contra la persona, sin dejarle opción alguna para que
manifieste su voluntad. Por otra parte, nos encontramos con la fuerza moral o psíquica,
que consiste en la actuación bajo amenazas, y que queda reservada para el ámbito de la
culpabilidad, concretamente del miedo insuperable. La fuerza irresistible, como
supuesto de ausencia de comportamiento, solamente comprende cuando el sujeto se
convierte en simple instrumento.
La fuerza irresistible debe ser necesariamente externa, provenir de un tercero que
prive al sujeto totalmente de la voluntad. Si no se dan esos requisitos ya nos
encontramos ante un comportamiento humano y, por lo tanto, la eximente para este
sujeto habrá que buscarla en otro momento de la teoría del delito.

La responsabilidad penal de las personas jurídicas

La política criminal suele aconsejar la imposición de sanciones penales a estos


entes, sobre todo en el ámbito de los delitos económicos y de la empresa. “la
responsabilidad penal de las sociedades y otras personas jurídicas está reconocida en un
número creciente de países, como una vía apropiada para controlar los delitos
económicos y de la empresa. Los países que no reconocen tal clase de responsabilidad
podrían considerar la posibilidad de imponer otras medidas contra entidades jurídicas”.
En aquellos países donde rige el common law se acepta, en líneas generales, la
responsabilidad penal de las personas jurídicas, tal vez por el desarraigo de los
principios dogmáticos que rigen en otros países como el nuestro. El Ordenamiento
jurídico español no acepta la responsabilidad penal de las personas jurídicas, siendo de
plena aplicación la máxima societas delinquere non potest. No cabe ninguna duda de
que las personas jurídicas en general, y las sociedades anónimas en particular, cumplen
un papel importantísimo en las estructuras económicas actuales. Estas personas jurídicas
están perfectamente reguladas por el Ordenamiento jurídico, tienen capacidad de actuar
y lo hacen efectivamente, a través de sus órganos. Sin embargo, la plena relevancia de
los actos de los órganos en los ámbitos mercantiles, civiles, tributarios…, no supone
necesariamente que sea posible hablar de responsabilidad penal.
El derecho penal persigue la regulación de conductas motivando contra la lesión o
puesta en peligro de determinados bienes jurídicos. Una persona jurídica no es
motivable, pues no puede recibir la amenaza de la Ley. Los que sí pueden ser motivados
son los administradores de las personas jurídicas, quienes pueden ser destinatarios de la
norma, pues la reciben y comprenden. La doctrina considera mayoritariamente que no
cabe la responsabilidad penal de las personas jurídicas, pues no son capaces de acción.
La responsabilidad penal que resulta de la legislación vigente en España se basa en el
comportamiento de un ser humano que debe actuar con dolo o imprudencia, y por lo
tanto, la pena no es aplicable a los entes sociales o colectivos. Sólo cabe buscar alguna
fórmula para que no puedan crearse zonas oscuras de impunidad. Se trata de evitar que
los administradores se amparen en los actos de una persona jurídica que es penalmente
irresponsable. Para ello se ha creado la fórmula del actuar en nombre de otro.

José Luís Fernández Ocaña


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El CP ha establecido una serie de consecuencias accesorias para las personas


jurídicas, que no son otra cosa que especiales medidas o incluso multas de naturaleza no
penal aplicables a las sociedades en cuyo seno se han cometido ciertos hechos
delictivos.

La actuación en nombre de otro

El art. 31 del CP dice: “el que actúe como administrador de hecho o de derecho de
una persona jurídica, o en nombre o representación legal o voluntaria de otro,
responderá personalmente, aunque no concurran en él las condiciones, cualidades o
relaciones que la correspondiente figura del delito o falta requiera para poder ser sujeto
activo del mismo, si tales circunstancias se dan en la entidad o persona en cuyo nombre
o representación obre”.
La fórmula del actuar en nombre de otro fue introducida en el CP en 1983,
teniendo en cuenta los precedentes del Derecho alemán, pero fundamentalmente para
solucionar las dificultades de imputación que se presentan en algunos delitos cometidos
por una persona jurídica.
El art. 31.1 CP extiende la responsabilidad penal a sujetos no cualificados que
obran en representación de la persona jurídica. Se produce una disociación de los
elementos objetivos del tipo entre la persona jurídica y el administrador, quien se
convierte en destinatario de la norma. No se trata de un supuesto de responsabilidad
objetiva, pues el administrador de hecho o de derecho debe haber actuado. La actuación
debe ser llevada a cabo siempre en nombre de la entidad. Salvando la calidad exigida
del autor, que recae exclusivamente en la persona jurídica, el administrador debe
realizar efectivamente la conducta descrita en el precepto penal. Por otra parte, el art.
31.1 hace responder penalmente al representante de una persona física que actúe en su
nombre, siempre que se trate de delitos especiales.
El art. 31.2 establece la responsabilidad patrimonial solidaria para la persona
jurídica en cuyo nombre se ha actuado, respecto al pago de la multa.

José Luís Fernández Ocaña

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