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Mitos y deseos sobre desarrollo,

participación y comunicación
Gabriel Kaplún en IAMCR - Porto Alegre 2004

Miércoles 23 de febrero de 2005, por ediciones simbioticas

Resumen - Abstract
Para impulsar transformaciones profundas en direcciones más democráticas e
igualitarias precisamos desmitificar, deconsturir -y a veces descartar- algunas de
nuestras ideas sobre el desarrollo, la ciencia y la tecnología, la sociedad civil, las ONGs
y los proyectos, la planificación y las redes. Y, en medio de todo eso, repensar la
comunicación. El trabajo busca deconstruir algunos mitos acerca de estas cuestiones y
propone formas alternativas de pensar procesos de comunicación comunitaria y
participativa.

Pensamos con palabras. Pero, también, el lenguaje nos piensa. Las palabras que usamos
están cargadas y no siempre sabemos de qué. Desarrollo, ciencia, tecnología, sociedad
civil, proyectos, redes, son palabras con las que solemos pensar algunas cosas
importantes para nuestro trabajo como comunicadores en ámbitos rurales (y también en
muchos otros). Muchas de esas palabras han devenido mitos.

El mito, decía Barthes (1957), transforma la historia en naturaleza: hace parecer


“natural” y eterno lo que no es más -ni menos- que un producto histórico concreto. El
mito es una “palabra despolitizada” en tanto oculta, activamente, las relaciones sociales
de poder. Por ejemplo entre colonizadores y colonizados, entre campesinos y
terratenientes.

El mito es un robo de lenguaje que facilita un abuso ideológico. El interés de algunos se


transforma en el interés de todos o, simplemente, “lo que interesa”. El gusto de algunos
se transforma en el buen gusto o, simplemente en el gusto. El desarrollo de algunos se
transforma, simplemente, en el desarrollo. Tautológicamente, cada cosa se define por sí
misma: la ciencia es la ciencia, el desarrollo es el desarrollo y la pobreza es la pobreza.
Y lo que es siempre fue. Y siempre será. No puede cambiar: no está en la naturaleza de
las cosas.

Para hacer posibles cambios, para hacerlos incluso pensables, una operación útil,
necesaria, es desmitificar. Historizar otra vez las palabras, politizarlas de nuevo. En este
caso especialmente con palabras clave como desarrollo o tecnología. Hacerlo incluso
con algunos de los dispositivos intelectuales y organizativos que hemos creado para,
supuestamente, intentar cambios: sociedad civil, ONGs, proyectos, redes.

1. Los mitos del desarrollo

Desde fines de los sesenta comenzó un cuestionamiento a las ideas habitualmente


manejadas sobre el desarrollo de los países latinoamericanos. Especialmente a la idea
del subdesarrollo como una etapa previa al desarrollo, al que podríamos entrar imitando
el camino seguido por los países llamados “desarrollados”. Las teorías de la
dependencia plantearon que, por el contrario, nuestro subdesarrollo era la otra cara del
desarrollo de los países centrales. O, más precisamente, que lo que se venía dando en
América Latina era un desarrollo dependiente, dependencia marcada por relaciones
desiguales de intercambio y por una desigual distribución internacional del trabajo en la
que, sistemáticamente, a nuestros países se asignaba la producción de aquello de menor
valor a nivel internacional, valor determinado a su vez por los países centrales. La
ruptura de nuestros lazos de dependencia resultaba entonces la llave de un verdadero
camino de desarrollo para los latinoamericanos (Cfr. por ejemplo Cardoso y Falleto
1969).

En el pensamiento dependentista, sin embargo, se mantenían muchos de los elementos


centrales del pensamiento “universal” (occidental, sería mejor decir) sobre el tema del
desarrollo y el “progreso”, noción tan cara a la modernidad. Rotos los lazos de
dependencia podríamos avanzar hacia un desarrollo que, en definitiva, no se
diferenciaría mayormente del de los países centrales. Lo sucedido en las últimas tres
décadas haría más pesimista el diagnóstico de los dependentistas. Terminada la guerra
fría los países “subdesarrollados” ya no encuentran siquiera la posibilidad de
“aprovechar de una manera u otra el conflicto Este-Oeste y así tener un espacio de
maniobra que les permitía financiar su inviabilidad económica. (....) Hoy todos estos
países están obligados, bajo la supervisión del FMI, del Banco Mundial y de la OMC, a
insertarse en la economía global donde, para su desventura, una gran mayoría no podrá
ni competir ni resistir la competencia y serán marginados por el funcionamiento
darwiniano de la economía global y la tecnología.” (de Rivero 2001:17)

Como señala también de Rivero, en las actuales condiciones parece imposible que los
países “subdesarrollados” -o simplemente inviables como prefiere denominarlos-,
puedan atraer las inversiones y la tecnología necesarias para transformar sus economías,
dando empleo a sus poblaciones -con tecnologías que en verdad ahorran trabajo
humano- e ingresos que les permitan integrarse como consumidores al capitalismo
global. Pero aún suponiendo que esto fuera posible se plantea una pregunta todavía más
acuciante: “¿cómo podrán los 5000 millones de pobladores del mundo subdesarrollado
asumir los patrones de consumo que tienen hoy sólo mil millones de habitantes de las
sociedades capitalistas avanzadas, sin causar una verdadera catástrofe ecológica?” (de
Rivero 2001:20)

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