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Unidad 10

 “Introducción del narcisismo” (1914), puntos I y II.


El término narcisismo fue escogido para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su
cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual. En este cuadro, el
narcisismo cobra el significado de una perversión que ha absorbido toda la vida sexual de la
persona.
Resultó después evidente a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de esa conducta
aparecen en muchas personas aquejadas por otras perturbaciones; así ocurre entre los
homosexuales. Surgió la conjetura de que una colocación de la libido definible como narcisismo
podía entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro del desarrollo sexual
regular del hombre. El narcisismo, en este sentido, no sería una perversión, sino el complemento
libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación.
Un motivo para considerar la imagen de un narcisismo primario y normal surgió a raíz del intento
de incluir bajo la premisa de la teoría de la libido el cuadro de la esquizofrenia. Los enfermos
muestran dos rasgos fundamentales de carácter: el delirio de grandeza y el extrañamiento de su
interés respecto del mundo exterior. Parecen haber retirado realmente su libido de las personas y
cosas del mundo exterior, pero sin sustituirlas por otras en su fantasía.
La líbido sustraída del mundo exterior fue conducida al yo, y así surgió una conducta que podemos
llamar narcisismo.
Se puede ver una oposición entre la libido yoica y la libido de objeto. Cuanto más gasta una, tanto
más se empobrece la otra.
Hay dos dificultades, la primera es la relación que guarda el narcisismo con el autoerotismo. La
segunda, si admitimos para el yo una investidura primaria con libido, por qué se separaría una
libido sexual de una energía no sexual de las pulsiones yoicas.
En cuanto a la primera, es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el
individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones
autoeróticas son iniciales, por tato, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción
psíquica, para que el narcisismo se constituya. Es decir, el yo se constituye a consecuencia de las
múltiples identificaciones. En el narcisismo primario, se ve el autoerotismo porque el yo no ha sido
constituido, y esa acción psíquica que va a llevar a la elección del objeto, es el yo ideal. En este
narcisismo primario, el niño carga todo su libido sobre sí mismo, se toma como objeto de amor
antes de la elección del objeto. Por ejemplo, se puede observar en el niño con el pecho, en donde
lo ve como parte de él y luego como algo externo y parte de la madre.
De esta manera, el yo ideal es un yo inicial, omnipotente, infantil y egoísta. Por otra parte, en el
narcisismo secundario, luego de la formación del yo ideal, viene la elección del objeto, se produce
la vuelta de la libido sobre el yo.
Se puede diferenciar del yo ideal, al ideal del yo. Este último es la incorporación en la estructura en
función de aquellas características que son ideales para el yo y quiere alcanzar. Sin embargo,
cuando el yo quiere alcanzar un ideal, lo esperado difiere de lo encontrado y se produce una
perturbación, y busca otro ideal. Detrás de los ideales está el narcisismo de los padres, la imagen
de los hijos recae en el yo narcisista de ellos.
De esta manera, es necesario el deseo, ya que los ideales quieren ser alcanzados porque el yo
supone que vuelve al yo ideal.
En cuanto a la segunda, el valor de los conceptos de libido yoica y libido de objeto reside en que
provienen de un procesamiento de los caracteres íntimos del suceder neurótico y psicótico. La
separación de la libido en una que es propia del yo y una endosada a los objetos es la prolongación
de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales y pulsiones yoicas.
Dada la total inexistencia de una doctrina de las pulsiones que de algún modo oriente, Freud
considera que se debe adoptar provisionalmente algún supuesto. En primer lugar, esta división
conceptual responde al distingo entre hambre y amor. En segundo lugar, consideraciones
biológicas abogan en su favor. Y, en tercer lugar, debe recordarse que todas nuestras
provisionalidades psicológicas deberán asentarse alguna vez en el terreno de los sustratos
orgánicos.
Con respecto al objeto, se encuentra por una parte los objetos de la pulsión que se ubican en el
cuerpo, son parciales y producen satisfacción pulsional, y por otra parte los objetos de amor, que
son externos, las pulsiones están unificadas, y producen satisfacción yoica.
Un objeto se vuelve importante cuando el yo lo inviste libidinalmente, si no, el objeto es
indiferente. El valor de un objeto es acorde a lo que el yo proyecta extraer de él. Así, al volver la
libido al yo, un rasgo de ese objeto queda incorporado al yo.
Para explicar mejor el narcisismo Freud tiene en consideración la enfermedad orgánica, la
hipocondría y la vida amorosa de los sexos.
En cuando a la influencia de la enfermedad orgánica sobre la distribución de la libido. Es sabido
que la persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por
todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento. Mientras sufre, retira
de sus objetos de amor el interés libidinal, cesa de amar.
La hipocondría se exterioriza, en sensaciones corporales penosas y dolorosas, y coincide también
con ella por su afecto sobre la distribución de la libido. El hipocondríaco retira interés y libido de los
objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea. Ahora bien, hay una
diferencia entre hipocondría y enfermedad orgánica: el segundo caso las sensaciones penosas
tienen su fundamento en alteraciones comprobables, en el primero no.
Tampoco en las otras neurosis faltan sensaciones corporales de carácter displacentero,
comparables a las hipocondríacas. En las otras neurosis, de igual manera, hay retiro de la libido a
las partes del cuerpo donde se produce el síntoma.
Ahora bien, el modelo que conocemos de un órgano de sensibilidad dolorosa, que se altera de
algún modo y a pesar de ello no está enfermo en el sentido habitual, son los genitales en su estado
de excitación. Se puede llamar a la actividad por la cual un lugar del cuerpo envía a la vida anímica
estímulos de excitación sexual, su erogeneidad. Podemos considerar la erogeneidad como una
propiedad general de todos los órganos, y ello nos lleva a hablar de su aumento o su disminución
en una determinada parte del cuerpo. A cada una de estas alteraciones de la erogeneidad en el
interior de los órganos podría serle paralela una alteración de la investidura libidal dentro del yo.
Una tercera vía de acceso al estudio del narcisismo es la vida amorosa del ser humano dentro de
su variada diferenciación en el hombre y la mujer. El niño elige sus objetos sexuales tomándolos de
sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a
remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se
apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan
de ellas; de las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen
los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su sustituto. Junto a este tipo y a esta
fuente de elección de objeto, que puede llamarse el tipo del apuntalamiento, la investigación
analítica ha puesto en conocimiento de un segundo tipo. Aquellas personas cuyo desarrollo libidinal
experimentó una perturbación, no elige su posterior objeto de amor según el modelo de la madre,
sino según el de su persona propia. Se buscan a sí mismos como objetos de amor, exhiben el tipo
de elección de objeto que se llama narcisista.
La comparación entre hombres y mujeres muestra, que su relación con el tipo de elección de
objeto presenta diferencias fundamentales. El pleno amor de objeto según el tipo del
apuntalamiento es característico del hombre. Exhibe esa sobrestimación sexual que proviene del
narcisismo originario del niño y, corresponde a la trasferencia de ese narcisismo sobre el objeto
sexual. Tal sobrestimación sexual da lugar a la génesis del enamoramiento. Diversa es la forma que
presenta el desarrollo en el tipo más frecuente de la mujer. Con el desarrollo puberal, para la
conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces latentes, parece sobrevenirle un
acrecimiento del narcisismo originario; ese aumento es desfavorable a la consititución de un objeto
de amor. Tales mujeres sólo se aman a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las
ama. Su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les
colma esa necesidad.
Se evidencia que el narcisismo de una persona despliega gran atracción sobre aquellas otras que
han desistido de la dimensión plena de su narcisismo propia y andan en requerimiento del amor de
objeto. Pero al gran atractivo de la mujer narcisista no le falta su reverso; buena parte de la
insatisfacción del hombre enamorado, la duda sobre el amor de la mujer, el lamentarse por los
enigmas de su naturaleza, tienen a su raíz en esta incongruencia de la elección de objeto.
Aun para las mujeres narcisistas, hay un camino que lleva al pleno amor de objeto. En el hijo que
dan a luz se les enfrenta una parte de su cuerpo propio como un objeto extraño al que ahora
pueden brindar, desde el narcisismo, el pleno amor de objeto.
De esta manera, según el tipo narcisista, se ama, a lo que uno mismo es, a lo que uno mismo fue, a
lo que uno querría ser, y a la persona que fue una parte del si-mismo propio. Por otra parte, según
el tipo del apuntalamiento, se ama, a la mujer nutricia y al hombre protector.
Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, habremos de discernirla como
renacimiento y reproducción del narcisismo propio. La sobrestimación gobierna ese vínculo
afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones y a encubrir y
olvidar todos sus defectos. De esta manera, el punto más espinoso del sistema narcisista ha
ganado seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, no es otra cosa que el
narcisismo redivivo de los padres.

 “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular


del erotismo anal.” (1917)
En las producciones de lo icc los conceptos de caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con
dificultad y fácilmente son permutados entre sí. Esos elementos a menudo son tratados en lo icc
como si fueran equivalentes entre sí y se pudiera sustituir sin reparo unos por otros.
Esto se aprecia mejor respecto de los vínculos entre “hijo” y “pene”. Tiene que poseer algún
significado el hecho de que ambos puedan ser sustituidos por un símbolo común tanto en el
lenguaje simbólico del sueño como en el de la vida cotidiana. Al hijo y al pene se los llama el
“pequeño”.
Un fracaso accidental en la vida como mujer, ha reactivado un deseo infantil que se clasifica como
“envidia del pene” dentro del complejo de castración.
Primero quisieron tener un pene como el varón y en una época posterior, siempre dentro de la
infancia, apareció en su remplazo el deseo de tener un hijo.
El hijo es considerado por cierto como algo que se desprende del cuerpo por el intestino. Un
testimonio lingüístico de esta identidad entre hijo y caca es el giro “recibir de regalo un hijo”. En
efecto, la caca es el primer regalo, una parte de su cuerpo de la que el lactante sólo separa
instancias de la persona amada y con la que le testimonia también su ternura sin que se lo pida. En
torno de la defecación se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la
del amor de objeto. O bien entrega obediente la caca, la “sacrifica” al amor, la retiene para la
satisfacción autoerótica o, más tarde, para afirmar su propia voluntad.
Es probable que el siguiente significado hacia el que avanza la caca no sea oro-dinero, sino regalo.
El niño no conoce otro dinero que el regalado, no posee dinero ganado ni propio, heredado. Como
la caca es su primer regalo, transfiere fácilmente su interés de esa sustancia a la que le aguarda en
la vida como el regalo más importante. Entonces, una parte del interés por la caca se continúa en
el interés por el dinero; otra parte se trasporta al deseo del hijo. El pene posee también una
significatividad anal-erótica independiente del interés infantil. En efecto, el nexo entre el pene y el
tubo de mucosa llenado y excitado por él encuentra ya su prototipo en la fase pregenital, sádico-
anal.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del yo
contra reclamos de los otros; el interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y luego
por el dinero. Con el advenimiento de pene nace en la niñita la envidia del pene, que luego se
traspone en deseo del varón como portador del pene. El deseo del pene se ha mudado en deseo
del hijo, o este último ha remplazado a aquel. Una analogía orgánica entre pene e hijo se expresa
mediante la posesión de un símbolo común a ambos (el “pequeño). Luego, del deseo del hijo un
camino adecuado conduce al deseo del varón.
El pene es discernido como algo separable del cuerpo y entra en analogía con la caca, que fue el
primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar. De ese modo el viejo desafío anal entra en la
constitución del complejo de castración. Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo inviste
con un potente interés anal-erótico.

 “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el


hombre”. (1910)
En el curso de los tratamientos psicoanalíticos, uno tiene hartas oportunidades de recoger
impresiones sobre la vida amorosa de los neuróticos, y acaso recuerde haber hecho
comprobaciones de similar conducta también en personas sanas. Empezaré por describir aquí un
tipo de esa índole, referido a la elección masculina de objeto.
1. La primera de estas condiciones de amor debe caracterizarse directamente como específica.
Puede llamársela la condición del “tercero perjudicado”; su contenido es que la persona en
cuestión nunca elige como objeto amoroso a una mujer que permanezca libre, sino siempre a una
sobre quien otro hombre puede pretender derechos de propiedades en su condición de marido,
prometido o amigo.
2. La segunda condición dice que la mujer casta e insospechable nunca ejerce el atractivo que
puede elevarla a objeto de amor, sino sólo aquella cuya conducta sexual de algún modo merezca
mala fama y de cuya fidelidad y carácter intachable se puede dudar. Un poco groseramente,
podemos designar esta condición como la del “amor por mujeres fáciles”.
Esta segunda se relaciona con el quehacer de los celos, que parecen constituir una necesidad para
el amante de este tipo. Sólo cuando puede albergarlos logra la pasión su cima, adquiere la mujer
su valor pleno, y nunca omitirá apoderarse de una ocasión que le consienta vivenciar estas
intensísimas sensaciones.
En cuanto a la conducta del amante hacia el objeto de su elección:
3. En la vida amorosa normal, el valor de la mujer es regido por su integridad sexual, y el rasgo de
la liviandad lo rebaja. Por eso aparece como una llamativa desviación respecto de lo normal el
hecho de que los amantes del tipo considerado traten como objetos amorosos de supremo valor a
las mujeres que presentan ese rasgo. Cultivan los vínculos de amor con estas mujeres
empeñándose en el máximo gasto psíquico, son las únicas personas a quienes puedan amar, y en
todos los casos exaltan la autoexigencia de fidelidad.
En estos rasgos de los vínculos amorosos descritos se acusa con extrema nitidez el carácter
obsesivo que en cierto frado es propio de todo enamoramiento.
4. Lo más asombroso para el observador es la tendencia, exteriorizada en los amantes de este tipo,
a “rescatar” a la amada. El hombre está convencido de que ella lo necesita, de que sin él perdería
todo apoyo moral y rápidamente se hundiría en un nivel lamentable. La rescata, pues, no
abandonándola.
Esa elección de objeto y esa rara conducta tienen el mismo origen psíquico que en la vida amorosa
de las personas normales; brotan de la fijación infantil de la ternura a la madre y constituyen uno
de los desenlaces de esa fijación.
Los rasgos característicos de nuestro tipo, tanto sus condiciones de amor como su conducta en ese
terreno, surgen efectivamente de la constelación materna. Lo conseguiremos con mayor facilidad
respecto de la primera condición, la de que la mujer no sea libre, o del tercero perjudicado.
Inteligimos de inmediato que en el niño que crece dentro de la familia el hecho de que la madre
pertenezca al padre pasa a ser una pieza inseparable del ser de aquella, y que el tercero
perjudicado no es otro que el propio padre. Con igual facilidad se inserta el rasgo sobreestimador,
que convierte a la amada en única e insustituible; en efecto, nadie posee más que una madre.
La segunda condición de amor, la liviandad del objeto elegido, parece contrariar enérgicamente
una derivación del complejo materno. Ante el pensar conciente del adulto la madre aparece como
una personalidad de pureza moral inatacable. Ese nexo de la oposición entre la “madre” y la
“mujer fácil” incitará a explorar la historia de desarrollo y el nexo icc de esos dos complejos. La
indagación reconduce entonces a la época de la vida en que el varoncito tuvo por primera vez una
noticia más completa de las relaciones sexuales entre sus padres.
El muchacho toma al mismo tiempo noticia de la existencia de ciertas mujeres que ejercen el acto
sexual a cambio de una paga y por eso son objeto de universal desprecio. Más tarde, se dice que a
pesar de todo no es tan grande la diferencia entre la madre y la prostituta, pues ambas en el fondo
hacen lo mismo. En efecto, empieza a anhelar a su propia madre en este sentido y a odiar de
nuevo al padre como un competidor que estorba ese deseo: cae bajo el imperio del complejo de
Edipo. No persona a su madre, y lo considera una infidelidad, que no le haya regalado a él, sino el
padre, el comercio sexual.
La tendencia a recatar a la amada sólo parece mantener una conexión laxa, superficial. El motivo
del rescate tiene su significado y su historia propios, y es un retoño autónomo del complejo
materno o, parental. Al enterarse el niño de que debe la vida a sus padres, de que la madre le ha
“regalado la vida”, en él se aúnan mociones tiernas con las de una manía de grandeza en pugna
por la autonomía, para generar el deseo de devolver ese regalo a los padres. Es como si el desafío
del muchacho quisiera decir: “No necesito nada de mi padre, quiero devolverle todo lo que le ha
costado”. Forma entonces la fantasía de rescatar al padre de un peligro mortal. La madre ha
regalado la vida a su hijo, y no es fácil sustituir por algo de igual valor este singular regalo. Con un
leve cambio de significado “rescatar a la madre” cobra el significado de “obsequiarle o hacerle un
hijo”, desde luego, un hijo como uno mismo es.

 33ª conferencia: “La feminidad” (1932)


El descubrimiento de su castración es un punto de giro en el desarrollo de la niña. De ahí parten
tres orientaciones del desarrollo: una lleva a la inhibición sexual o a la neurosis; la siguiente, a la
alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, a la feminidad
normal.
El contenido esencial de la primera es que la niña pequeña, que sabía procurarse placer con
excitación de su clítoris y relacionaba este quehacer con sus deseos sexuales, referidos a la madre,
ve estropearse el goce de su sexualidad fálica por el influjo de la envidia al pene. La comparación
con el varón, es una afrenta a su amor propio; renuncia a la satisfacción masturbatoria en el
clítoris, desestima su amor por la madre y entonces no es raro que reprima buena parte de sus
propias aspiraciones sexuales. Por el descubrimiento de la falta del pene la mujer resulta
desvalorizada tanto para la niña como para el niño, y luego, tal vez, para el hombre.
En el desarrollo de la niña, cuando la envidia del pene ha despertado un fuerte impulso contrario al
onanismo clitorídeo y este, no quiere ceder, se entabla una violenta lucha por liberarse; en esa
lucha la niña asume ella misma el papel de la madre ahora destituida y expresa todo su
descontento con el clítoris inferior en la repulsa a la satisfacción obtenida en él. Muchos años
después se continúa un interés que debemos interpretar como defensa contra una tentación que
sigue teniendo. Se exterioriza la emergencia de una simpatía hacia personas a quienes se
atribuyen dificultades parecidas.
Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad. Ahora
prevalece la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma predominantemente con ayuda de
mociones pulsionales pasivas. El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es sin duda, el
deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre. Sin embargo, la situación
femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del hijo, y entonces,
el hijo aparece en lugar del pene. La niña había deseado un hijo ya antes, en la fase fálica no
perturbada; ese era, el sentido de su juego con muñecas. Pero ese juego no era propiamente la
expresión de su feminidad; servía a la identificación-madre en el propósito de sustituir la pasividad
por actividad. Sólo con aquel punto de arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo
del padre y, desde ese momento, la más intensa meta de deseo femenina.
Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo
de Edipo. La hostilidad a la madre experimenta ahora una gran refuerzo, pues deviene la rival que
recibe del padre todo lo que la niña anhela de él. Por largo tiempo el complejo de Edipo de la niña
nos impidió ver esa ligazón-madre preedípica que, es tan importante. De esta manera, detrás del
ligazón que la niña tiene con el padre, siempre está la ligazón-madre, esta lo condiciona.
En cuanto al complejo de masculinidad, la niña se rehúsa a reconocer el hecho desagradable;
mantiene su quehacer clitorídeo y busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el
padre. Lo esencial del proceso es que en este lugar del desarrollo se evita la oleada de pasividad
que inaugura el giro hacia la feminidad.

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