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El desierto letrado: Patagonia,

escritura y microrrelato
Laura Pollastri
Universidad Nacional del Comahue

“Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte”: la


conocida afirmación de Vicente Huidobro en la voz de Altazor,
antipoeta y mago, parece hoy, casi un siglo después de que fue
formulada, un acto de prospección fabulosa. Lo que fue absor-
bido como una ocurrencia producto del delirio creativo y for-
mulado de una forma sintácticamente correcta, aunque semánti-
camente absurda, ha adquirido con su delirante densidad la
fuerza de un aforismo. Además, su escandalosa cardinalidad ino-
cula su insidia al invertir lo que en español constituye un orden
naturalizado por el uso: decimos “damas y caballeros” o “blanco
y negro” o “norte y sur”, y no a la inversa. Al anteponer “sur” a
“norte” trama una rejerarquización a los modelos en uso y pre-
anuncia una polaridad que con carácter global hoy se cierne
sobre nosotros.
La militante australidad de Huidobro es un muy buen co-
mienzo para hablar hoy aquí de Patagonia: este enorme espacio
al sur del mundo, fisurado por trayectos que lo recorren, herido
por prácticas de apropiación, atravesado por una densa trama de
discursos, imaginado para locas utopías que lo sobrevuelan y lo
traspasan sin nunca habitarlo.
Desde Antonio Pigaffetta, Thomas Falkner, Charles Darwin,
Paul Theroux o Bruce Chatwin, hasta la actualidad, y estoy pen-
sando en el libro de María Sonia Cristoff: Falsa calma. Un reco-
rrido por los pueblos fantasma de la Patagonia (2005), la iden-
tidad patagónica se construye al final de un viaje: es, para quie-
nes no la habitan, un destino posible.
Contracara de la ciudad letrada, espacio absoluto y vacío,
pura nada atravesada de discursos y de un conjunto de signifi-
cantes que urden su red: desierto, reserva utópica, soledad,
naturaleza intocada, la Patagonia es un enunciado poblado por
una letra que lo precede y lo determina, y que construye en
Occidente un mapa mental1 que es más tangible y evidente que
1
Tomo el concepto de mapa mental del volumen de Andrea Mahlendorff: Literarische
Geographie Lateinamerikas. Zur Entwicklung des Raumbewusstseins in der latienime-
rikanischen Literatur. Berlín: Editorial Tranvía, 2000.

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La huella de la clepsidra

la Patagonia misma.2
De este modo, se vuelve una “construcción cultural”3 que des-
cansa en las bibliotecas. La letra escrita construye y se apropia
de este espacio desde una mirada que, como una suerte de
Orientalismo sui generis, congela todo nuevo sentido y lo obli-
ga a subyugarse.4 ¿Cómo conjurar —tomo la expresión de Mary
Louise Pratt y la parafraseo— la mirada de los “ojos imperiales
que [activamente] observan y poseen”? (Pratt 1997: 27), por un
lado; y, por otro, ¿cómo escribir una literatura en un lugar regi-
do por el desierto, en una época en la que lo urbano hegemo-
niza la producción de discursos?
Por estas razones, la articulación de dos formas tan dispares
como Patagonia y microrrelato se presenta como una tarea des-
tinada a priori al fracaso. Sin embargo, volver contiguas dos
relaciones con el espacio que parecen excluyentes, lo inmenso
y lo diminuto, no es la labor más difícil, sino la construcción de
una literatura en un lugar en el que el hombre parece ausente,
aunque lo habita una densa trama de signos. Viaje y discurso
cartografían la Patagonia con una red significante, tramada

2
En un libro de Ernesto Livon-Grosman, Geografías imaginarias. El relato de viaje y la
construcción del espacio patagónico, cuyo título promete mucho más de lo que cum-
ple, Livon-Grosman afirma: “La Patagonia como inscripción cultural está más cerca del
palimpsesto, o del talmud, que de una acumulación lineal. El paisaje patagónico puede
pensarse como hecho de innumerables comentarios, lecturas que acotan progresiva-
mente textos que les han precedido y que constituyen una red siempre abierta a nue-
vas contribuciones. De hecho, la dimensión de lo que llamo mito patagónico y su capa-
cidad para seguir expandiéndose cuatrocientos años después de la narrativa de
Pigafetta está lejos de haber llegado a un punto de saturación” (Geografías imagina-
rias. El relato de viaje y la construcción del espacio patagónico. Rosario: Beatriz Viterbo,
2003: 189)
3
Cfr. Livon Grosman, op. cit.
4
Afirma Silvia E. Casini: “El espacio patagónico fue caracterizado de manera homogé-
nea a partir de un discurso foráneo relacionado con prácticas imperiales de apropia-
ción del espacio. Se configuró, así, una red texual (que hemos denominado ‘texto fun-
dador’ del espacio patagónico), con rasgos semejantes a los que Edward Said denuncia
al referirse a los textos del ‘Orientalismo’, cuando dice que en ellos la mirada imperial
‘daba sentido no sólo a las actividades colonizadoras sino también a las geografías y
los pueblos exóticos’ ” (Ficiones de Patagonia, Chubut: Fondo Editorial Provincial-
Secretaría de Cultura Chubut, la cita incluida de Said pertenece a Cultura e imperialis-
mo))

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desde fuera del territorio, que estrangula todo nuevo significado


y lo enmudece.

Migratorias
El primer registro que tengo de la confluencia del territorio
patagónico y el microrrelato es el texto de Juan Carlos Moisés
(Sarmiento, Chubut) que apareció en el número 6 de la revista
Puro cuento5 en 1987; se titula: “Buenas ideas”. De un modo casi
paradigmático, el narrador en primera persona ironiza acerca de
las buenas ideas. Como interpretando el papel que se le adjudi-
caría a un escritor por estas latitudes, el narrador afirma que
solo se le ocurren buenas ideas cuando está subido al caballo,
mientras que a pie, señala el protagonista: “Ni siquiera pude
conseguir una buena idea para poder recordar las buenas ideas
que se me ocurrían arriba del caballo” (Puro cuento 6: 21). ¿Es
ese el papel del escritor patagónico? El mismo Moisés, años des-
pués en su ensayo “Escribir en la Patagonia”,6 se pregunta:
“¿Entre las palabras y la Patagonia qué? ¿Entre nosotros y las pa-
labras qué?”
La trashumancia es el mito de origen: los trazos de su carto-
grafía imaginaria, más que por los puntos de sus ciudades, están
dibujados por las líneas de sus recorridos; más que por los
anclajes humanos, son definidos por la travesía.
¿Qué han visto aquellos viajeros en la Patagonia? Paul
Theroux señala:

5
Para un análisis más completo del ejemplar N° 6 de Puro cuento, véase: Gabriela
Espinosa. “Un lugar de reflexión: Puro cuento (Argentina, 1986-1992)” en Actas de las
7° Jornadas Nacionales de investigadores en comunicación. Actuales desafíos de la
investigación en comunicación. Claves para un debate y reflexión transdisciplinaria.
Red Nacional de Investigadores en Comunicación. Gral. Roca, Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue, 13 al 15 de noviembre de 2003.
CD Rom, ISSN: 1515-6362.
6
Juan Carlos Moisés, “Escribir en la Patagonia”. El texto fue escrito especialmente para
una exposición en el XVII Encuentro Patagónico de Escritores de Puerto Madryn, en
febrero de 1994. Fue publicado posteriormente online en Revuelto Magallanes,
<http://www.revuelto.net>; apareció también en El Camarote Nro 3, jun-jul. 2004.
Actualmente se lo puede consultar en <http://www.elcamarote.com.ar/inicio/revis
ta/03/moises.htm.>; consultado en mayo de 2010.

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La huella de la clepsidra

este lugar no tiene hitos, o tal vez esté compuesto de hitos, indife-
renciables entre sí: miles de colinas y cauces secos, mil millones de
arbustos, todos iguales. Yo dormitaba y me depertaba; pasaban las
horas y el escenario que se veía por la ventanilla no cambiaba (cita-
do por Pratt 1997: 370).

Pratt afirma, a propósito del fragmento citado, que “construye la


Patagonia a partir de la parálisis y la alienación. […] Aquí las
categorías normativas no son belleza contra fealdad sino densi-
dad contra escasez de significado” (Pratt 1997: 371).
Tanto el relato de viajes, como el viaje mismo, implican
extensión y recuento minucioso y descriptivo de lo que los ojos
capturan. Ausencia de significado y estilo explicativo, heredado
de von Humboldt (Cf. Pratt 1997: 113), trazan una suerte de
épica sobre la Patagonia,7 crean una panopsis paralizante que
aqueja al viajero extranjero.
Aunque la mirada del viajero permanezca incrustada en la
escritura de los mismos patagónicos, el ojo puebla de señales y
relatos lo que para otros es una mezquina planicie poblada de
matas secas. El microrrelato plantea su microscopía, lee en el
paisaje patagónico los mínimos datos de la vida, puede captar la
intensidad y la densidad que adquiere ese paisaje, como se lee
en el siguiente texto de Cristian Aliaga:

Señales de la pasión
Hay quien planta una hectárea de rosas en medio de la planicie
helada, y las hace crecer. Riega con pequeños recipientes a lo largo
de décadas, y no está dispuesto a comprender que la helada atroz,
que el viento más veloz de la tierra, que la nieve hecha torres inal-
canzables durarán algo más que el último recuerdo de esos pétalos.
Camina a los tumbos bajo la nevisca para cubrir las flores con telas
que ha encerado con velas durante la noche, imagina la eterna dura-
ción de lo que mañana morirá, y las hace crecer. Tiempo después,
las señales de la pasión han desaparecido, las plantas rastreras aco-
san el espíritu. La belleza desaparece bajo la tierra cuarteada, sus jar-

7
Livon Grosman considera que “La literatura de viaje dedicada a la [zona] Patagónica
es épica” en Sergio De Mateo: “Patagonia: como polo de reflexión. Entrevista a Livon-
Grosman” Museo salvaje. Invierno de 2006, Año IX, núm. 21, p. 3.

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Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

dines están secos pero dan a rumbos infinitos. (Meseta de


Somuncura) (Aliaga 2002: 63)

Este ojo convierte la acechante inmensidad en comarca, lo dis-


locado en localía. Patagonia deja de ser un mero enunciado y se
vuelve un locus de enunciación: la nevisca, el viento, la helada
no neutralizan la eternidad de lo efímero. Un paisaje que pare-
ce ajeno a toda cultura, en un doble sentido: a todo cultivo o a
toda escritura, se vuelve entonces un texto escrito-cultivado que
hay que leer y descifrar.
Un buen número de microrrelatos de patagónicos se hilvanan
en una serie que podríamos denominar “En el camino”; pienso,
por ejemplo, en varios textos de Música desconocida para via-
jes, del poeta Cristian Aliaga que acabo de citar. Allí a veces se
toma la perspectiva, no del viajero, sino del que permanece: “Se
ve a sí mismo en dos espejos enfrentados y encabeza un brindis
por nosotros, los que pasamos sin mirar por esta ruta obscena
de soledad” (“Bar El Pueblo”, Aliaga 2002: 62); o en textos como
“Bus” ( Jorge del Río, San Martín de los Andes) que con una
única frase sintetiza las consecuencias de nuestra soledad:

vive en Plaza Huincul y es hijo de un ex empleado de una ex empre-


sa petrolera.
En Plaza Huincul, todo es ‘ex’. (del Río 2009)

Otras veces, el mismo camino se puebla de fantasmas:

En la soledad al costado de la ruta hay un pequeño altar repleto de


botellas con agua, lo habita una difunta milagrosa. Esta noche hay
una llama de vela en su interior. A unos pocos metros un auto a gran
velocidad se sale del camino dando tumbos y la oscuridad se lo
traga de un bocado. Cuando amanece, la luz hace que todo parezca
un accidente. (Blasco 2010)

Este texto, de Carlos Blasco —Plaza Huincul, Neuquén, poeta


miembro del “grupo de poesía Celebriedades”— forma parte del
volumen Microfilm (2010). Desde el título nos da la clave para
entender una determinada óptica y un modo de tratar el mate-

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La huella de la clepsidra

rial narrativo. Al margen de las maquinarias interpretativas y los


aparatos de lectura armados para la Patagonia, este texto orga-
niza su propia lectura del camino, y recoge de la imaginería po-
pular un dato, que es filtrado desde la veta fantástica —la difun-
ta Correa, cuya leyenda dice que, luego de muerta de sed, siguió
amamantando a su bebé, que así se salvó de la muerte, por lo
que en su memoria al costado del camino se erigen pequeños
altares y se les deja de ofrenda (para evitar cualquier catástrofe
vial) botellas con agua.
Es indudable que su microscopía, junto con las posibilidades
de lectura al sesgo de los datos que recoge, es lo que permite al
microrrelato patagónico, en una forma antiépica por antonoma-
sia y en un estilo no explicativo, generar su propia visión, su
perspectiva particular, su modelo de mundo.
Ser aquí
Para volver propio un lugar hay que actuar en él y desde él: esta
acción determina una inter-acción entre el sujeto y su entorno.
Es la hora del Dasein heideggeriano: en alemán ‘Da’ equivale a
‘ahí’ o ‘aquí’, ‘sein’ es el verbo ‘ser’. De este modo, Heidegger in-
dica la existencia en tanto ser ahí o aquí.
A la descripción del viajero extranjero, le sucede un narrador
que hace de la intensidad su estrategia de la comunicación en lo
mínimo. Patagonia se convierte de espacio geográfico en espa-
cio ontológico. Desde él se ve lo inmediato primero, y el mundo
después. Eso inmediato puede ser tanto la mina que mata al
rompehuelgas: “¡A mí la tuberculosis no me agarra!, dijo el car-
nero, mirando con su único diente la mina vacía, la mina que
brilla, el pico que es péndulo, la montaña que ordena caer y
obedece, el espacio que aprieta hasta el último respiro”, como
se lee en “Al filo”8 de Graciela Rendón; o la impotencia de
alguien ante un viejo que muere de frío en Maquinchao “quiero
escribir algo que de antemano sé que no va a servir para nada”
como se lee en el relato de Tulio Galantini; o las consecuencias

8
Premiado en el VI Certamen internacional “Contextos de relato breve"; año 2003.
Publicado en Pollastri (2009: 28).

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de luchar contra ese frío como aparece en “Incendio” de


Eduardo Palma Moreno, lo reproduzco completo: “El niño en su
casilla, solitario, sintió que el dragón rompía su ventana.” (Palma
2009: 15).
El referente espacial no anuda los sentidos en una dirección
única, es el Da, el aquí, en que el Dasein se manifiesta; de un
lugar como enunciado se torna un lugar en la enunciación. El
sujeto, entonces, se regodea en exhibirse de un modo casi impú-
dico para dar cuenta de su existencia: el ser como palabra y la
escritura como mojón.
El texto que sigue, de Silvia Mellado, desde su título, instala
la comarca como espacio en que se inscribe una subjetividad
repartida entre el afuera y el adentro, como los dos párrafos que
componen el microrrelato:

Balneario municipal
Los bañistas dispersan sus cosas mientras el niño pisa varias veces
el suelo probando su resistencia. Dejo el carozo del pelón al costa-
do de la lona. Su color de lápiz labial o de piel lastimada contrasta
con el azul del río y el verde de los árboles. El contrapunto se debe
a que está sobre la tierra marrón y las piedras grises. Este lado de
la playa es la foto sepia, la otra empieza en la orilla.
Ese carozo es parte mi cuerpo, lo dejo en exhibición esperando
que nadie lo entienda. No lo tapo con ninguna prenda íntima. No
me avergüenza que esté ahí posando para todos, que sus grutas y
curvas se vean más rosadas en el fondo y estén húmedas porque
fueron chupadas. (Mellado 2009a: 15)

La dureza de la tierra, la costa que unos metros más allá del río
se vuelve sepia, configuran el marco y dotan de espesor a la
imagen, donde se desnuda una interioridad dura como la tierra
o como el carozo, que sin embargo ha sido roída y es expuesta.
La autofagia, que exhibe el texto de Mellado, reescribe en clave
erótica el mito con que Occidente expulsa lo otro americano
desde 1492: el canibalismo.
En la dicotomía entre devorarse o ser devorado, Mellado elige
el lugar del “comensal exquisito”:

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La huella de la clepsidra

Antropofagias
La boca se acercó a la fruta dormida. Se enredó con voracidad de
caníbal en las distintas capas. La devoró, desde la cáscara hostil
hasta la pulpa rosada, siguiendo una rutina sin razonamientos ni
explicaciones mecánicas.
El fruto fagocitado, entonces, comenzó a salpicar ahogados
gemidos de euforia y suspiros de goce mientras las vecinas, que aún
a esa hora no lograban dormirse, imaginaron mil modos distintos de
sentarse a la mesa del comensal exquisito. (Silvia Mellado 2009b)

Reescrito en clave satírico-erótica, el concepto metáfora del


caníbal adquiere una densidad semántica que dispara los senti-
dos cambiando las valencias: si como en el texto de Blasco cita-
do más arriba “la oscuridad se los traga de un bocado” a los
desavisados viajeros, así también el escritor patagónico debe
devorarse, asimilar al otro, tragarse las distancias. La poeta
roquense Clara Vouillat lo señala en un epígrafe de su volumen
Agorafagia: “Agora: espacio abierto. Fagia: comer. En estas lati-
tudes, si lo-gras que no te trague la distancia deberás devorarte
los caminos para llegar hasta el otro.” Agorafagia, como los
microrrelatos que vengo mencionando, asimila el espacio al
sujeto y lo vuelve sustancia nutricia de la escritura. El título se
acerca, por homofonía y sentido, a otro. Como una heredera de
Oswald de Andrade, Clara Vouillat retoma y transmuta un tér-
mino y una práctica del vanguardista brasileño: Antropofagia; el
antropófago es una metáfora del sujeto (el brasileño, el ameri-
cano) que asimila críticamente de manera ritual y simbólica la
cultura europea y produce la cultura propia. Esta vez se devora
el territorio, el ágora, el espacio abierto. El microrrelato se apro-
pia de un mito de la Conquista y canibaliza su poder explicati-
vo y lo transmuta, y lo vuelve sustancia nutricia de su letra.
Por un lado, la Patagonia es obligada a demostrar y producir
una unidad: montañas, ríos, desierto, costa, algunos centros ur-
banos como islas en medio de la nada; por otro, un conjunto de
hombres y mujeres establecen relaciones particulares con este
espacio compartido, y producen actos de apropiación real y sim-
bólica de ese espacio que parecería siempre estar sometido a la
incursión de lo otro. Occidente despliega sus mapas cognitivos

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Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

sobre Patagonia y emplea todos los modos posibles para neu-


tralizarla. En tanto esté en el lugar de la utopía o de la nada, no
representa ninguna amenaza: Locus Amoenus o Locus Terribilis,
cualquiera de los dos despliega su poder corrosivo. Toda la dis-
cursividad de la Conquista en torno a América parece haber sido
empujada hacia la Patagonia, reducto del confín en que prácti-
cas hegemónicas de apropiación real y simbólica despliegan su
eficacia. Sin embargo, ella esgrime sus propios modos de defen-
sa. La Patagonia es un lugar de enunciación a contrapelo de las
utopías de Occidente y aunque se insista en instalar en ella una
reserva de otredad maravilllosa, su mirada está obligada a de-
construir los aparatos y los modos en los que Occidente lee el
mundo.

Los dos nacimientos


Sus habitantes no siempre han nacido en ella, buena parte pro-
vienen de otras latitudes del país y del mundo. Sin embargo, se
sienten patagónicos. Y patagónica es la lucha por establecer en
la Patagonia un espacio de habla donde poder comunicarse a
través de las distancias, tragándose las distancias y, parafrasean-
do a Gonzalo Rojas: “No transando, escribiendo en el viento”.
María Cristina Ramos publica, en 2003, La secreta sílaba del
beso. Poco o nada que tematice su lugar de enunciación.
Consigna en su biografía que nació en Mendoza en 1952 y en
Neuquén en 1978. Esta doble datación que marca su vida y
rodea sus textos, es más que un dato en los habitanes de la
región: muchos provienen de otras latitudes. En Ramos, el valle
se filtra en la observación minuciosa de los árboles:

Genealogía
Los abedules nacen de semillas de álamos que han bebido agua
caída durante un eclipse de luna. Disueltos en agua, los pedazos de
luna vuelven en el follaje, impulsados por el deseo de flotar, otra
vez, en los brazos azules del aire.

Decir “álamo” en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén es decir


chacras, producción, frutos, y mucho más. Clara Vouillat lo ex-
presa así:

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La huella de la clepsidra

Si hay un álamo hay agua.


Si hay agua, hay casa.
nadie se cuestiona cuánto
se tardará en llegar,
sólo se sabe que hay una meta.
Aquí el tiempo es otra cosa:
un pacto entre el hombre
Y la eternidad.

Mientras Ramos lee con profundo lirismo un relato de origen en


el movimiento de las hojas, Vouillat acosa las distancias para lle-
gar hacia el otro y lee su presencia en el mínimo dato del árbol
distante.
En 2007, Eduardo Gotthelf publica Cuentos pendientes. Nació
en Buenos Aires, pero ha barrido la geografía argentina como
ingeniero en petróleo, hasta afincarse en 1974 en la Patagonia.
A modo casi de epígrafe, el volumen se abre con

ADN
Escribir minificción es dar vida a un ser completo a partir de un solo
hueso. Arte de las primeras escrituras, la mujer fue creada así.

Por un proceso de economías y latrocinios, al Adán de este


texto se le ha fugado la “A”, y en esa ausencia se lee el proceso
de transmutación de la minificción a lo largo de todo el siglo
XX. La genética entreteje los modelos explicativos del origen, el
religioso y el científico, y nos entrega un proceso de escritura
donde los datos de la realidad se transmutan hasta casi desapa-
racer. Toda la cultura urbana descansa en la “A” que le falta a
este Adán, y toda la ciencia.
Tanto Ramos como Gotthelf dan acabada muestra de lo que
es ser escritor en la Patagonia. Ramos tiene una importante tra-
yectoria como autora de literatura infantil y ha obtenido premios
nacionales e internacionales. Fundó su propia editorial en Neu-
quén, Ruedamares, donde publica su obra y la de otros. En esta
editorial también ha publicado Gotthelf, a quien se le agotó la
primera edición de su volumen porque fue comprada por una
empresa internacional ligada al petróleo, para ser entregada

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Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

como regalo empresarial de fin de año. Estos datos forman parte


de una industria cultural que comienza a pujar en el mapa
argentino desde un espacio alternativo, y que se presenta con
una oferta identitaria, de cara al extranjero, casi mayor que la de
la Argentina misma. Esto también es Patagonia.
En el campo de las negociaciones de identidad, los patagóni-
cos heredan de manera casi compulsiva un cuerpo de significa-
dos, generados desde luchas políticas y espacios de poder de los
que, en gran medida, permanecen ajenos: el escritor afincado en
la Patagonia queda atrapado entre el congelamiento que produ-
ce la mirada de la Medusa —Buenos Aires— sobre las regiones
del interior, y las campañas políticas de apropiación del territo-
rio generadas por los diversos gobiernos de turno. Desde el
principio de los ochenta, con Malvinas, las disputas sobre el
Beagle, la capitalización y el debate argentino-chileno por los
hielos continentales, se reedita desde la política la saga del terri-
torio nacional a la que permanecen ajenos los intelectuales del
centro.9 Mientras en la zona metropolitana de la Argentina se iba
abasteciendo una cierta forma de ruptura referida a los modos
de autocomprensión de la figura del intelectual y de los círculos
donde se armaba el entramado cultural argentino, en la Patago-
nia se iba acentuando la necesidad de reelaborar la construcción
social de un sujeto regional a partir de una reapropiación dis-
cursiva del espacio: se activan, en definitiva, los sentidos de per-

9
“Esta variación en los parámetros de acción del intelectual produce efectos de trans-
formación y redistribución de las discursividades, se trastornan los límites y formas de
decibilidad y otros ejes se constituyen como dominio de discurso: gradualmente pasa a
un segundo plano la reflexión en torno al sesentista tópico del intelectual revoluciona-
rio y comienzan a predominar los planteamientos sobre el papel del intelectual “orgá-
nico” a la democracia; la agenda nacionalista-antiimperialista cae en crisis, en parte por-
que su retórica es desplegada en sustento de una gesta dolorosamente impostada –la
recuperación de las Islas Malvinas–, en parte por el debilitamiento del concepto de
lucha antiimperialista a partir de la caída de la Unión Soviética y por el paulatino tra-
siego del equipaje teórico posmoderno con su cuestionamiento a las identidades natu-
ralizadas y su reformulación de la reflexión sobre las relaciones entre centro y perife-
ria”. Alejandra Minelli (2006: 77).

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La huella de la clepsidra

tenencia frente a las tensiones que —desde fuera de la región—


podrían desestabilizarlos.
El gentilicio —patagónico— definiría un sentido de perte-
nencia y marca un acto de nominación que diría más que el
nombre propio y que el lugar de origen, muchos de los autode-
finidos como patagónicos sufrieron el desarraigo, no nacieron
allí sino que llegaron, y esta maldición de Ulises los obliga a
remontar una identidad rota.
Se reedita, entonces, una apelación a la argentinidad primero
y a una renovada latinoamericanidad, después, pero convocadas
desde un espacio regional que se absolutiza. Esto se lee en la
editorial del primer número de la revista cultural Coirón, del
Centro de Escritores Patagónicos que editó tres números entre
mayo y octubre de 1983:10

Patagonia también quiere decir Argentina. Estamos conscientes


de nuestra soledad. Sabemos que últimamente sólo somos noticia
cuando se ciernen sobre nuestras cabezas los negros nubarrones de
la guerra. Queremos que se nos conozca verdaderamente y de una
manera mucho más feliz. (Coirón, núm. 1: 3)

Esta actitud parecería encontrar su justificación en los entonces


recientes acontecimientos en torno a las Islas Malvinas; sin
embargo, se arma un cuerpo colectivo, un nosotros, que pervi-
ve en el discurso en el siglo XXI:

En estas extensas tierras, parece que se imponen el placer y la


necesidad de reunirse, del trabajo en común y este libro es otra
prueba de ello: fue imaginado durante el Encuentro de Culturas del
Sur del Mundo de poetas argentinos y chilenos australes, junto con
estudiantes, agrupaciones aborígenes, antropólogos, investigadores,
otros artistas. Fue en Trelew, en mayo de 1999; allí soñamos esta
reunión impresa de poetas de la Patagonia y de la isla de Chiloé.
(Correas 2000: 5)
10
El poeta y docente Ricardo Costa nos relata la experiencia editorial: “[Era] una edi-
ción ‘cultural’ que contaba en su diagramación con varias secciones y que dedicaba
gran parte de ellas a la producción literaria. Su Consejo Editorial estaba conformado
por periodistas y escritores de distintas localidades patagónicas, los cuales, a su vez ofi-
ciaban de corresponsales, logrando así que la revista alcanzara efectiva distribución”.
Costa (1999).

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Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

En este caso, a lo patagónico se le hilvana lo austral; a lo indi-


vidual, lo colectivo. A modo de espejo, parecería devolverse el
gesto a los prohombres argentinos del siglo XIX: ya no es Bue-
nos Aires quien se define mirando a Europa de espaldas al inte-
rior, sino el interior mirando hacia afuera de espaldas a Buenos
Aires. Por otro lado, es llamativo y efectivo el impacto de mar-
keting del nombre de este encuentro que culmina con la edición
de un volumen antológico titulado Abrazo austral (2000) donde
se reúnen escritores de Chiloé y de la Patagonia.
Imaginemos a un escritor en una ciudad del Alto Valle del Río
Negro —Juan Raúl Rithner, por ejemplo— frente a su computa-
dora, escribiendo un ensayo, “Amanecer en la norpatagonia”, y
enviándolo por e-mail, a más de mil kilómetros de distancia, a
una impecable revista on line de Comodoro Rivadavia, cabe a-
clarar que es la misma distancia que media entre General Roca
y Buenos Aires, aunque los sistemas de religación se tienden
hacia el sur y no hacia la ciudad porteña. Esto pone en eviden-
cia el doble movimiento de diferenciación respecto del centro y
de homogeneización hacia lo austral; más allá de que esta uni-
dad Patagónica solo se sostenga en función del manejo de los
recursos comunicacionales producidos en el mundo globalizado:
solo se pueden sortear los cientos de kilómetros que separan las
ciudades patagónicas gracias a los recursos más actualizados en
materia de informática y de comunicaciones; en definitiva, gra-
cias al despliegue de una técnica de última hora.
De este modo, no es ni casual ni gratuito que estos escritores
deseen una nueva “fundación”: “para nosotros, quienes escribi-
mos desde la Patagonia, es tentador y nos entusiasma especular
con la idea de que estamos en este fin de siglo ante la presen-
cia de una poética fundacional, o al menos de una actitud fun-
dacional” (Ricardo Costa, 1999) afirmaba Ricardo Costa en 1999.
Esto les permite crear un horizonte de legiblilidad y decibilidad.
En el mundo globalizado, la Patagonia adquiere una identidad
más definida que la Argentina: tiene una oferta simbólica mayor.
Quienes se sienten “fundadores” de una literatura, asumen y se
valen de aparatos de legitimación y redes de circulación conso-
lidados: hacen escuchar su voz en foros del país y del extranje-

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La huella de la clepsidra

ro, publican sus obras en Último Reino, Ediciones del Dock, han
sido legitimados en concursos nacionales e internacionales.
Nuestro colega, Alejandro Finzi —nacido en Buenos Aires y radi-
cado en Neuquén capital—, es uno de los dramaturgos más des-
tacados del país y ha obtenido por sus piezas teatrales numero-
sos premios nacionales e internacionales; Juan Raúl Rithner en
el año 2000 era el dramaturgo argentino con mayor número de
obras en escena; el poeta Ricardo Costa obtuvo ese mismo año
el tercer premio en el concurso Pablo Neruda, Cristian Aliaga
capitaneó durante años Revuelto Magallanes, una publicación
en Internet. Es evidente que no desdeñan los recursos de la hora
para competir y negociar en las redes de circulación metropoli-
tana.
Estos patagónicos asumen la identidad como un constructo,
no como algo dado sino como algo en permanente fabricación,
y a la vez como una batalla que organiza estrategias materiales,
simbólicas y sociales con el objeto de ocupar un espacio cultu-
ral: frente a una cómoda circulación de la producción literaria
de las grandes urbes, otras zonas de nuestro territorio producen
gestos de inserción grupal en el campo cultural a través de
diversas estrategias que apuntan a relocalizar el mapa de las
densidades más o menos culturales de la Argentina. Tal unidad
se traza en una comprensión del mundo como un sistema de co-
municación. Hay una fusión de elementos típicamente latinoa-
mericana: fundación, negociación de los espacios de preserva-
ción identitaria, acomodación y resistencia cultural. En definiti-
va se asume la identidad (regional) de patagónicos, y las diver-
sas formas de mediación (Internet), como una forma de nego-
ciar su lugar en el mundo.
Fundar o refundar una literatura entre el fin y el comienzo
del milenio, en el fin del mundo satisface una doble necesidad:
convocar la mirada de los otros y sortear la indiferencia metro-
politana. Con esos relatos, fuera de los textos literarios, se está
escribiendo la novela patagónica que se organiza, parafraseando
las palabras de Ortega acerca de la novela latinoamericana,
como un gran espacio “del habla, del recuento, del coloquio con
que construimos espacios de comunicación que son un derecho

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Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

de ciudad, un acta de fundación, una vía de acceso al lugar, si


no central, decisivo para ocupar, en el discurso de nuestro tiem-
po, el sitio de las articulaciones, de las identificaciones, del auto-
rreconocimiento” (Ortega 1997: 50).

Decir sur
Hay un texto que —así como “A Circe” de Julio Torri, 1917, es la
piedra fundamental del microrrelato mexicano, y de alguna
manera, latinoamericano— marca el principio del microrrelato
argentino contemporáneo: “Leyenda policial” de Jorge Luis
Borges. Uno y otro instalan el mito como base en la escritura del
microrrelato, pero mientras Torri acude al mito clásico, Borges
funda la mitología del margen y la orilla, del borde y el arrabal.11
En 1927, en el momento en el que las vanguardias están pug-
nando por construir la argentinidad en la literatura, Borges
publica “Leyenda policial” en la revista Martín Fierro y este
gesto se vuelve una encrucijada en la que convergen los diver-
sos rumbos futuros de su programa narrativo.12 El comienzo de
“Leyenda” es un inventario de la patria pequeña, de una Argen-
tina escrita desde el código menor: norte, sur, milonga, patria
chica y arrabal.13
11
En su magnífico trabajo Con el aura en el margen (Cultura argentina en lo ’80/‘90),
Alejandra Minelli señala, referido a autores del 80 y 90 como Copi, Puig, Aira, pero apli-
cable al microrrelato: “De todo el programa narrativo borgiano, la postulación explíci-
ta de lo que es la tradición argentina y el arte narrativo, y la construcción —implícita—
de una literatura menor borgiana —que la academia y la tradición tornó mayor— son,
previsiblemente, los aspectos privilegiados en el diálogo de las escrituras que nos ocu-
pan con el legado de Jorge Luis Borges. La reinvindicación de toda la tradición occi-
dental como propia, la impugnación del color local, el proceso causal mágico —donde
todo episodio profetiza los posteriores— la reivindicación de géneros o autores “meno-
res” y la utilización de a lengua hablada resuenan en el diálogo de Puig, Copi, Aira con
la ‘sombra borgiana’.” (Minelli 2006: 24) Es también este linaje el que adoptan los micro-
rrelatistas argentinos.
12
Beatriz Sarlo sostiene, en “Sobre la vanguardia, Borges y el criollismo”. “El ‘antigau-
chismo’ de Borges, su elección de lo suburbano frente a lo rural, la condescendencia
con que anilquila el ‘bandidismo’ para fundar un mito del coraje, pueden leerse en esta
perspectiva. Y “Leyenda policial”, publicada en el número 38 de Martín Fierro, sería su
primer texto de ficción. Evaristo Carriego, su teoría.” (Sarlo 1981: 7)
13
Sobre la influencia del programa borgiano en los microrrelatistas argentinos, véase
mi “El microrrelato en la literatura argentina: el magisterio borgiano” en Actas del III

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La huella de la clepsidra

Como cerrando y abriendo un ciclo simultáneamente, el texto


que leo a continuación de Carlos Blasco contesta y continúa el
de Borges:

Un cuerpo apuñala a otro en los suburbios del pueblo dormido.


Luego se escurre por entre el caserío describiendo una trama de
baldíos oscuros hasta desembocar en las vías del ferrocarril, su
mano está manchada con sangre y la respiración agitada silba en la
madrugada hasta estallar en tos y flema. Se detiene junto a un viejo
vagón de madera, temblando y jadeando, luego escarba desespera-
damente detrás de una de las ruedas de acero, desentierra una caja
de vino y la muerde ferozmente con un gruñido animal… la abre
con dos dentelladas y bebe ansiosamente. No muy lejos de allí una
mujer joven se desvela hasta la desesperación mientras sus hijos
duermen. Toma mate y mira la puerta, no sabe que ha enviudado.
(Microfilm)

Mientras Borges funda el “criollismo urbano de vanguardia” (Cf.


Sarlo 1981) con el suyo, el microrrelato de Blasco retoma aquel
comienzo y lo empuja hacia otros destinos: antimítico, antiépi-
co, antiutópico. En la contienda borgiana “se enfrentaron coraje
en menesteres de cuchillo el Norte y el Sur”. El sur de Borges es
el suburbio: “Nadie dijo arrabal en esos antaños. La zona circu-
lar de pobreza que no era ‘el centro’, era ‘las orillas’: palabra de
orientación más despreciativa que topográfica. De las orillas
pues, y aún de las orillas del Sur fue el Chileno”. Ese sur que es
orilla, borde, pobreza, enfrenta a dos seres sin nombre pero con
apelativo: “el chileno” y “el Mentao” para fundar un mito, y tra-
zar una frontera, seres que se vuelven en el texto de Blasco “Un
cuerpo que apuñala a otro”. Aquí no hay un proceso de mitifi-
cación, al sur no se lo dice sino que es un lugar de enunciación
donde ‘vías de ferrocarril’, ‘suburbio’ y ‘baldío’ adquieren otras
resonancias. No hay creación de un topos, ni heroísmo: simple-
mente queda la orfandad de una viuda desvelada, emblema de
la tierra y del lugar, que espera en la noche y en la que, como

Congreso Internacional CELEHIS de literatura. Literatura española, latinoamericana y


argentina, Mar del Plata: Centro de Letras Hispanoamericanas-Universidad Nacional de
Mar del Plata, CD ROM, ISBN 978-987-544-282-5.

454
Laura Pollastri. El desierto letrado: Patagonia, escritura y microrrelato

en el hermoso poema de José Martí, “Dos patrias”, el sur “cual


viuda triste me aparece”.
A la autosatisfacción de la ciudad, el sur contrapone otros
modos de entender el mundo, como el de este fragmento del
poema, de la poeta chubutense Liliana Ancalao, escrito original-
mente en lengua mapuche: “Feichi lali müllen ñi nontual katrü-
tuleufün” [Cuando me muera deberé cruzar el río], un fragmen-
to del cual reproduzco:

sabré de una vez


qué es ser un guerrero que corre libre hacia la muerte
qué visiones lo ardían
Regresaremos al mallín
y habrá la gente alrededor del fuego
Entonces me recordaré
de ellos tan lejos
y moriré de nuevo
de los barrios planes de vivienda
creciendo en vértigo
en la ciudad con horizonte
las bolsas de nylon y las estrellas allí
entre los cables del alumbrado público.14

Marcar un límite, trazar una frontera, decir sur es España para


Europa, África para España, América Latina para Estados Unidos.
La Patagonia es el sur para Buenos Aires y para la Argentina
toda también. Decir sur es mirarnos con los ojos de los otros,
como lo advierte Roberto Fernández Retamar en Todo Caliban:
“La caída del muro de Berlín es también una imagen, pero para
disfrute de Próspero quien está entregado ahora a levantar otros
muros nada imaginarios […] esta vez no para separar el este del
oeste sino el norte del sur” (Fernández Retamar, 2004: 9). Y en
tanto sur, Patagonia es condenada al fin del mundo, y será el
confín de la tierra mientras la rodeemos de ignorancia y de un
ruido que la envuelve y no deja escuchar sus voces: discursos
del pasado, intereses políticos y económicos; la Patagonia está

14
Liliana Ancalao nació en Comodoro Rivadavia (Chubut), en 1962. El poema ha sido
extraído de la revista El Camarote núm. 5, marzo-mayo 2005, Viedma (Río Negro).

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La huella de la clepsidra

poblada de letras, actas de fundación, títulos de propiedad, li-


bros y más libros. Pero ella es un enorme espacio de habla en
donde las voces de sus habitantes pugnan por ser escuchadas,
con o sin regionalismos, al margen de leyendas oscuras y locas
utopías. Por eso, decir sur es a veces condenarnos al margen del
mundo, como afirma Graciela Scheines en un libro de 1993, de
título muy sugestivo, Las metáforas del fracaso. Desencuentros y
utopías en la cultura argentina: “basta cruzar el Atlántico y
caminar hacia el sur para encontrar en la Patagonia inhóspita el
tiempo primordial, prehistórico y pretecnológico que deviene la
utopía del fin de la historia” (1993: 39). La Patagonia no es
inhóspita, es extensa; no estamos en la pretecnología ni habita-
mos la utopía; tenemos nuestros problemas y compartimos los
del país y el mundo. Aquí habitamos nosotros, como afirma un
poema de una de las grandes poetas neuquinas, Irma Cuña:

Nosotros amamos la tierra sin flor,


La tierra sin pájaros
El desesperado espejo de la meseta
(Irma Cuña, El extraño)

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