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The Guardian

http://www.theguardian.com/stage/2014/jun/18/theatre-reality-adler-and-gibb-tim-crouch-playwright#start-of-
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Miércoles 18 de Junio 2014
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El teatro de la realidad… y evitar el beso de la muerte en el escenario
Tim Crouch
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¿Qué tienen en común los relojes, el agua corriendo, el fuego y los besos? Ellos matan al teatro. El dramaturgo de
Adler & Gibb - que inventa las vidas pasadas de dos artistas - en peligro de tener demasiada realidad.

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Denise Gough en Adler & Gibb de Tim Crouch. Fotografía: Johan Persson

El viejo dogma del mundo del espectáculo de nunca trabajar con niños o con animales no es porque son
incontrolables. Es porque son demasiado reales. No realistas, sino reales. Y cuando tú eres un actor entregando tu
todo realista, no hay nada más debilitante que actuar en escena al lado de algo real. La escenografía
cayéndose es real. Tu compañero actor en la escena olvidando su texto es real. Sugeriría que la desnudez
completa supera la escala de lo real. El sexo real está casi ahí, tal como sucede con la violencia real. Incluso un
beso. En un montaje del Rey Lear que hice para audiencia joven, cuando Edmundo besaba a Goneril la obra
momentáneamente se detuvo porque la audiencia solo podía ver lo que era real.
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En su libro de teatro, Great reckoning in Little Roons, Bert O States, suma a esta lista un reloj funcionando, agua
corriendo y fuego - todas cosas que describe como “sucesos que toman lugar dentro del mundo estético.”
Cosas que “resisten ser bien signos o imágenes.” Con el agua corriendo, él dice, “algo indiscutiblemente real se
filtra fuera de la ilusión.” El teatro no puede hacer lo real. Tan pronto como pones algo real en el escenario, el
teatro se detiene - o, más probablemente, la cosa por sí misma deja de ser real. En el escenario, dice el escritor
austríaco Peter Handke, “La luz es un resplandor pretendiendo ser otro resplandor; una silla es una silla
pretendiendo ser otra silla.”
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En Adler & Gibb, mi nueva obra para el Royal Court, he inventado las vidas “reales” de dos artistas ficticios: Janet
Adler y Margaret Gibb. Sus biografías están escritas con fastidioso detalle al rededor de las paredes de nuestra
sala de ensayos. Sé cuándo nacieron, cuándo murieron, cuándo vivieron, y qué pensaban. He registrado un
detallado cuerpo de trabajo para ellas, ninguna existe. (Incluso les creé una página web:
ww.adlerandgibb.com). Quiero que creas que quizás existieron, pero son reales solo en la medida que son la
idea de algo real contenido en otra cosa. Esta es la raíz de todo viaje que realiza un actor; una búsqueda por lo
“real” en su personaje, incluso si el personaje nunca ha visto la luz de un día real. La mayor parte de mi escritura
intenta desempacar los conflictos en este estado. Adler & Gibb equilibra las vidas de mis artistas inventadas con
la historia de un actriz que llega a extremos no éticos para convencer a su audiencia que ella es otra y no ella
misma.
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Mira el trailer de Adler & Gibb aquí: https://www.youtube.com/watch?v=392eE8ByzAY
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David Shields comienza su libro del año 2010 Reality Hunger diciendo: “Cada movimiento artístico desde el inicio
de los tiempos es un intento por descubrir un modo de contrabandear, más de lo que el artista cree que es la
realidad, en su trabajo en el arte.” En Londres, este verano, Marina Abramovic está en residencia por 512 horas
en la galería Serpentine. Sus únicos materiales serán “ella misma, la audiencia y una selección de objetos
comunes que ella utilizará en una secuencia constantemente cambiante de eventos.” Abramovic es una gran
fan de lo real. Hace cuatro años, dijo: “Para ser un artista de performance, debes odiar el teatro. El teatro es
falso… El cuchillo no es real, la sangre no es real, y las emociones no son reales. La performance es exactamente
lo opuesto: el cuchillo es real, la sangre es real y las emociones son reales.”
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Existe un peligro cuando, como artistas, intentamos anexar lo real y ponerlo en nuestro trabajo, pensando que al
hacerlo, la experiencia que entregaremos a nuestra audiencia será más auténtica, más honesta, más
profundamente sentida o percibida. Una obsesión con lo real puede algunas veces sentirse como un acto
materialista o incluso capitalista: un deseo por poseer la realidad de alguien más. Pienso en Daniel Day-Lewis que
ahora posee a Abraham Lincoln, o en Meryl Streep poseyendo a Margaret Thatcher, ahora que la verdadera
Margaret Thatcher está muerta.
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Las artes visuales dejaron en el pasado esta dependencia figurativa años atrás. Existe una historia sobre alguien
visitando el estudio de Matisse y quejándose porque se equivocó en el brazo de una figura femenina en que
estaba trabajando. “Ah,” se ha dicho que dijo, “pero si no es una mujer. Es una pintura.” En el teatro, de todos
modos, aún corremos el riesgo de juzgar la calidad por cuán cercana a una representación figurativa de lo real
conseguimos. Esto reduce nuestra campo de profundidad crítica. El poder del arte es la capacidad para
contener la idea de una cosa dentro de algo más. Si trabajamos demasiado duro para lograr que todo parezca
como la cosa que decimos que es, entonces, también estamos eliminando todo sentido en el juego del arte. Un
juego que es jugado sin nada de esfuerzo por los niños pequeños que no necesitan apoyo figurativo para hacer
su obra real.
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Quizás, en el teatro, el juego es más grande, más libre y más complaciente de lo que imaginamos. En mi obra
hay niños como niños y hay niños como animales. Hay un animal como un animal. Hay objetos que pretenden ser
otros objetos, luz que pretender ser otra luz, una escenografía que pretende ser otro lugar, un actor que pretende
ser otro actor. Y un beso. Un beso real.
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Adler & Gibb está en el Royal Court, Londres SW1, del 13 de junio al 5 de julio. Boletería: 020-7565 5000

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