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LA LEY 2004-C, 1227 – Colección de Análisis Jurisprudencial Derecho Constitucional – Director:

Alberto Ricardo Dalla Via, Editorial LA LEY 2002, 84

SUMARIO: I. Introducción. – II. Breve repaso histórico. – III. El caso “Dred Scott”. – IV. Las
Enmiendas Constitucionales de la post guerra. – V. El caso “Plessy v. Ferguson”. – VI. El caso
“Brown v. Board of Education of Topeka”. – VII. La “Ley de Derechos Civiles”. – VIII. El debate
entre “originalistas” e “intepretacionistas” (o “no interpretativistas”). – IX. La interpretación dinámica
en la Argentina. Dos ejemplos. – X. Reflexión final.

Introducción

Este año se cumplen cincuenta años de uno de los fallos más trascendentes de la historia judicial
norteamericana. Me refiero al caso “Brown v. Board of Education of Topeka”, fallado en su primera
oportunidad el 17/5/54 por la Corte Suprema, y que desde entonces es el principal objeto de
estudio y de intensos debates en todas las universidades de EE.UU. Los clásicos problemas del
derecho constitucional son analizados a través de su discusión: el alcance del control judicial de
constitucionalidad, el rol del Poder Judicial frente a problemas de naturaleza eminentemente
socioeconómica y política, la legitimidad de las jueces para dirimir este tipo de conflictos, la
limitación de las competencias reservadas de los Estados en un sistema federal, la cuestión de los
valores fundamentales, el principio de igualdad y la no discriminación, y los métodos de
interpretación constitucional.

Pero no es meramente un interés académico lo que motiva el debate. El caso “Brown” moviliza las
fibras más íntimas del ser norteamericano. Trae a la memoria la tremenda contradicción que vivió
la gran nación del norte desde su nacimiento. De adelantarse a la revolución francesa,
proclamando a la libertad y la igualdad como derechos inalienables del hombre con la célebre
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de Virginia de 1776 (1), a mantener en gran
parte de sus Estados la esclavitud hasta 1865, y luego la segregación racial en muchos de ellos
hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX cuando se sanciona la Ley de Derechos Civiles
(1964), y la costosa y compleja resolución del problema de la integración de las minorías en las
décadas siguientes.

“Brown v. Board of Education” es el caso paradigmático de ese conflicto que atraviesa toda la
historia norteamericana. Casi noventa años después de la desgarradora Guerra de Secesión, cuyo
causa principal fue la división entre esclavistas y antiesclavistas, y de la sanción de la XIV
Enmienda a la Constitución, como producto de la imposición de los Estados vencedores del Norte
a los derrotados del Sur de la obligación de todo Estado de garantizar a todo ciudadano la “igual
protección de la ley”, en la mayor parte de éstos la segregación racial era una realidad en casi
todos los órdenes de la vida (el trabajo, el transporte, los lugares de entretenimiento, la educación),
y pocos resultados parecían arrojar las largas y pacientes luchas de las organizaciones de los
hombres de color para terminar con ella. Nada podía poner más en tela de juicio los cimientos de la
sociedad norteamericana, basada -como retratara Alexis de Tocqueville en el siglo XIX-, en la
natural igualdad de oportunidades de cualquier hombre que llegara a poblar sus tierras.

Por ello, el caso “Brown” puede estudiarse desde la historia, la sociología, la economía y desde
diversos ángulos jurídicos, y el debate puede ramificarse en distintas facetas porque encierra una
problemática riquísima. En las Facultades de Derecho normalmente se lo analiza como
ejemplificación del tema “igualdad y no discriminación”. A mi juicio no es ello necesariamente lo
más jugoso que puede extraerse del caso para el estudio y enseñanza del derecho constitucional.
En efecto, me parece que es el mejor ejemplo que puede encontrarse sobre el dilema acerca de
los métodos de interpretación constitucional. ¿Cuándo la interpretación literal no alcanza para

1
resolver un problema, debemos quedarnos con la interpretación histórica de la Constitución, o sea
aquella que desentraña la voluntad del autor de la norma? ¿Qué ocurre cuando ésta conduce en el
tiempo presente a una solución manifiestamente injusta? Las Constituciones son sancionadas con
vocación de perdurabilidad, para regir la vida de los pueblos por varias generaciones, pero ¿tienen
derecho sus autores a imponer sus creencias y valores eternamente a sus descendientes? Si las
circunstancias económicas, sociales y culturales han cambiado, y por ende las valoraciones
sociales, ¿por qué habría que ajustarse a las concepciones del constituyente originario? ¿Es válido
quedarse con una interpretación estática de la Constitución, como una fotografía que petrifica el
tiempo y el espacio?

Responder a estas preguntas a través del caso “Brown” es el objeto de este trabajo, y luego lo
vincularemos con otros de nuestra historia judicial, que nos abrirá la mirada de la trascendencia del
tema. Pero primero hagamos un poco de historia.

Breve repaso histórico

Desde el siglo XVI, comenzaron a poblarse las tierras de las colonias de América del Norte con
contingentes de esclavos traídos de Africa a un ritmo vertiginoso a poco que se advirtió que las
plantaciones de algodón requerían mano de obra intensiva. La esclavitud estaba enraizada así en
el modo de producción de las colonias inglesas cuando estalló el conflicto que derivó en su
independencia. Las grandes extensiones territoriales vírgenes, la facilidad para ocupar tierras y
trabajarlas y sacarles provecho sin necesidad de ayuda alguna de por parte del imperio
desarrollaron un tipo de hombre libre, poco propenso a aceptar con docilidad imposiciones por el
mero hecho de la dominación. Por ello, la revolución se originó en la resistencia a pagar nuevos
impuestos decididos arbitrariamente por la Corona. Ello, unido a la influencia de los filósofos de la
ilustración francesa y de precursores vernáculos como Thomas Paine, condujo a la declaración de
la independencia de 1776, y a las primeras declaraciones de derechos de los nuevos Estados, que
se nuclearían como confederación en los “Artículos de la Confederación y Unión Perpetua entre los
Estados” de 1777.

La Declaración de la Independencia proclamó a los cuatro vientos como “verdad evidente” que
todos los hombres nacían iguales y que a todos les confería el “Creador” ciertos derechos
inalienables entre los cuales estaban la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Pero nada
dijo de la esclavitud, que ciertamente era la principal fuente de producción. Luego vino la guerra de
la independencia y concluida la misma, los patriotas más lúcidos, como Hamilton y Madison,
advirtieron que debían superar el endeble y frágil estado confederal para organizarse como Nación
con poderes federales, que pudieran hacer valer su imperium sobre los Estados. En trabajosas
jornadas desarrolladas entre mayo y septiembre de 1787, delegados de las ex trece colonias
discutieron en Filadelfia la forma institucional que se darían. Se alcanzó un acuerdo sobre la
organización y atribuciones de los tres poderes del Estado federal, y de ahí los siete artículos con
sus respectivos parágrafos de la Constitución de 1787, pero no ocurrió lo mismo con la declaración
de derechos, pese a que el tema fue motivo de discusión. Debiendo ser ratificada por los Estados
para su plena vigencia, muchos de ellos pusieron como condición que se le adicionara la omitida
declaración. Así nacieron luego las diez primeras enmiendas, sancionadas por el Congreso federal
reunido en Nueva York, y ratificadas por los Estados entre 1789 y 1791. (de acuerdo al
procedimiento de reforma previsto en el texto constitucional).

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Aún antes de 1787, muchos Estados abolieron la esclavitud (Pensilvania, Massachussets, Nueva
Jersey, entre otros), pero el tema fue “tabú” en las reuniones de Filadelfia. Ello no impidió que
cuando se discutió la composición de la Cámara de Representantes, los Estados esclavistas
quisieran contrarrestar el peso político de los del norte con su mayor población, compuesta en gran
parte por esclavos, pero naturalmente no podían reconocerle a éstos derecho al voto. De ahí
surgió la “regla de los tres quintos” del 3° párr. de la sec. 2ª del art. I de la Constitución: cada
Estado tendría representación en función del número total de personas libres (incluidos los
obligados al servicio y excluidos los indios que no pagaban impuestos), añadiéndosele las tres
quintas partes “de todas las demás personas”. O sea, los negros no votarían, pero serían
contabilizados a razón de tres por cada cinco blancos, a los efectos del número de diputados.

Las diez primeras enmiendas proclamaron los derechos fundamentales que históricamente más
habían preocupado a los habitantes de las colonias (la libertad religiosa y de expresión – Enmienda
I) y el debido proceso judicial (Enmienda V), fundamentalmente), pero quedó subsistente la plena
autonomía de organización interna y de legislación de derecho común por parte de cada Estado.
Nació así Estados Unidos como un Estado federal (verdadera novedad en relación a las formas
organizacionales conocidas hasta el momento), cuyos poderes debían estar limitados lo máximo
posible para no inmiscuirse en los asuntos internos de los Estados.

El problema de la esclavitud, no obstante, estaba latente, y uno de sus máximos “Padres


Fundadores”, Thomas Jefferson, no dejó de advertirlo y de condenarlo públicamente, circunstancia
que no le impidió a él mismo ser propietario de esclavos en sus plantaciones hasta su muerte. Los
Estados del norte, que tempranamente desarrollaron industrias manufactureras, dejaron de lado la
esclavitud y en sus tierras crecieron fervientes partidarios de la causa abolicionista para toda la
Unión.

A contramano, en el sur sobraron motivos económicos para que la esclavitud lejos de extinguirse,
se propagara. En efecto, a mediados del silgo XVIII se produjo la gran revolución de la
indumentaria. Hasta ese momento, la ropa era de telas pesadas, calurosas y difíciles de lavar. El
descubrimiento de la máquina de hilar a vapor hizo que pronto se la reemplazara por ropa de
algodón, más liviana, fresca y lavable, indumentaria que se extendió en su uso por todo el viejo y
nuevo continente. Así, la manufactura del algodón fue la gran revolución industrial de fines del siglo
XVIII y del XIX, y las tierras donde se producía el demandado vegetal se multiplicaron
vertiginosamente, convirtiéndose en el principal producto de exportación de la joven nación. La
demanda de esclavos se hizo constante y así su población creció desmesuradamente (2).

La expansión hacia el sur y hacia el oeste de la primera mitad del siglo XIX fue acompañada del
constante enfrentamiento por el carácter esclavista o no esclavista de todo nuevo Estado que se
incorporaba (3). La cuestión no era menor. Por el art. I, sec. 3 de la Constitución, todos los Estados
tenían igual representación en el Senado, cuerpo este que, no sólo participaba en la formación y
sanción de las leyes, sino en las más importantes decisiones del Poder Ejecutivo, como la
designación de los jueces federales (y en especial de los de la Corte Suprema), quienes, dado el
poder de control de constitucionalidad que se habían arrogado desde el comienzo de la vida
institucional (recuérdese “Marbury v. Madison” de 1803), debían cumplir un papel fundamental en
la resolución de la disputa por la esclavitud.

Durante las décadas del cuarenta y del cincuenta del siglo XIX se discutió acaloradamente en el
Congreso Federal sobre la esclavitud, y la argumentación repetida de los representantes del sur
era que ese cuerpo no tenía facultad alguna para inmiscuirse en la vida interna de los Estados.
Quedan en las páginas de la historia los discursos de un gran defensor de la esclavitud, el senador
por Carolina del Sur, John Calhoum, quien decía, por ejemplo, que los esclavos eran una
“propiedad legítima según el derecho consuetudinario” (4).

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La cuestión dividía a los partidos y hacía nacer nuevas agrupaciones políticas como el Partido
“Free Soil” (tierra libre de esclavos). Se convertía en el tema central de las disputas electorales,
pero el tema no era fácil porque votaban, naturalmente, sólo los blancos, y ningún candidato podía
desdeñar los votos del sur, hasta que un hombre excepcional, oriundo de Illinois y del Partido
Republicano, Abraham Lincoln, no hizo concesión alguna, y logró vencer a sus dos contrincantes
en las elecciones de 1860 (no obteniendo un solo voto en diez de los Estados del sur). La
respuesta no se hizo esperar. El 20 de diciembre de 1860, una convención de Carolina del Sur
declaró la secesión de la Unión, actitud que fue seguida por Mississipi, Georgia, Luisiana y otros
Estados. La secesión precipitó la guerra entre la Unión y la autodenominada Confederación, que
terminó cuando el General Robert Lee, jefe de las tropas de esta última se rindió ante el General
Ulises Grant en Appotomac, Virginia, en abril de 1865.

III. El caso “Dred Scott”

En 1820 se celebró el “Compromiso Missouri”, por el cual se estableció que en los territorios y
Estados al norte de los 36,3 grados de latitud estaba prohibida la esclavitud. El acuerdo fue el eje
de la disputa del caso “Dred Scott v. Sanford” que la Corte federal resolvió en 1857, que conmovió
a la nación y que mucho tuvo que ver con la precipitación de la guerra de secesión.

Dred Scott había sido esclavo de un habitante de Missouri, quien lo llevó con él transitoriamente al
territorio de Wisconsin y al Estado de Ilinois, ambos al norte de la “línea Missouri”. Poco después
de regresar, el “amo” murió y Dred Scott inició un reclamo judicial (1847), para que se reconociera
que él, su esposa y sus hijos eran libres por aplicación de la máxima “once free, always free”. La
Suprema Corte de Missouri rechazó el pedido, lo mismo que los tribunales federales inferiores,
aunque quedó planteada la cuestión de la “diversidad de ciudadanía” alegada por los abogados de
Scott por haber éste vivido en los territorios del norte. El caso llegó a la Corte federal en 1854 en el
momento en que la cuestión de la esclavitud dominaba toda la política nacional. El tema tenía una
gran trascendencia porque casualmente la disputa del momento era si el Congreso tenía
atribuciones para prohibir la esclavitud en los nuevos territorios que se incorporaban con la
expansión hacia el oeste, y por ello era crucial la interpretación que la Corte hiciera de la Sección 3
del Art. IV de la Constitución que establecía: “El Congreso podrá disponer del territorio u otra
propiedad que pertenezca a los Estados Unidos, y podrá promulgar todas las leyes y reglamentos
necesarios”.

Las principales cuestiones que la Corte sometió a votación fueron: 1) ¿podía un negro de raza
africana ser ciudadano de los EE.UU?; 2) ¿tenía el Congreso poder para dictar el Compromiso
Missouri y prohibir la esclavitud en los territorios?; 3) ¿las leyes de Missouri permitían la “reversión”
de Dred Scott a la esclavitud después de haber vivido en Illinois?

El fallo recién se dictó en 1857 y el voto mayoritario de la Corte (siete contra dos disidencias) -
redactado por el Chief Justice Roger Taney- fue un golpe durísimo a la prédica de los
abolicionistas. Al igual que lo harían luego los jueces en otros casos trascendentes sobre
discriminación racial y sostendrían sus defensores, buscó la justificación de la esclavitud en la
interpretación histórica de la Constitución de 1787; es decir indagando en las creencias de los
“Padres Fundadores” y en la opinión pública de la época (por supuesto la de los blancos). Así
sostuvo que al dictarse la “Declaración de la Independencia”, los negros eran considerados “seres
de una orden inferior” e inapropiados para asociarse a la raza blanca en cuestiones sociales o
políticas, y que debían ser sometidos a la esclavitud “por su propio beneficio”. Para Taney estaba
claro que los de origen africano no habían estado incluidos entre los ciudadanos de la Nación que
se pretendía crear; sólo habían sido considerados como objeto de propiedad (lo cual no era cierto
dado que varios de los nuevos Estados habían abolido la esclavitud antes de la sanción de la
Constitución) (5).

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Pese a que negar la categoría de “persona” a todo negro -libre o esclavo- era suficiente para
rechazar la demanda, Taney se metió con el “Compromiso Missouri”, y sostuvo que el Art. IV, Sec.
3 de la Constitución no daba al Congreso poder alguno para legislar sobre el gobierno de los
territorios. El Compromiso, entonces, era inconstitucional, y la residencia de Scott en el territorio de
Wisconsin y en el Estado de Illinois no lo había liberado y convertido en ciudadano de los EE.UU.
Careciendo de este carácter, no tenía legitimación para hacer reclamo alguno ante los tribunales,
estaduales o federales.

En el norte llovieron duras reacciones contra el fallo. Abraham Lincoln -por entonces candidato a
senador por Illinois- acusó a la Corte de pretender “nacionalizar” la esclavitud en toda la Unión, y
de pretender arrogarse facultades de los poderes políticos del Estado. A riesgo de perder los votos
del sur, mantuvo una posición intransigente y por estrecho margen ganó la Presidencia en las
elecciones de 1860, lo cual desencadenó la guerra civil.

Las Enmiendas Constitucionales de la post – guerra

Como consecuencia del triunfo del norte sobre el sur, se sancionaron dos importantes tres
Enmiendas a la Constitución. La XIII que abolió la esclavitud en todo el territorio de la Nación, la
XIV que con el tiempo se transformó en la cláusula más importante de la ley fundamental
norteamericana, y la XV que prohibió a los Estados denegar el derecho al sufragio por razones de
raza, color o previa condición de servidumbre (ratificadas en 1865, 1868 y 1870 respectivamente).

Dice la Enmienda XIV: “Todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos y
sujetas a la jurisdicción de éstos son ciudadanos de los Estados Unidos y del Estado en el cual
residan. Ningún Estado podrá hacer o poner en vigor ley alguna que menoscabe las prerrogativas
o las inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos; ningún Estado podrá tampoco privar a
persona alguna de la vida, la libertad o la propiedad sin el debido proceso legal, ni podrá negarle a
ninguna persona que se encuentre dentro de su jurisdicción la protección igual de las leyes”.

Como se advierte, además de establecer la doble ciudadanía (federal y estadual) para todos los
habitantes, se trató de una imposición del Gobierno Federal a todos los Estados de que no debían
privar a “persona alguna” del debido proceso legal (que ya consagraba la Enmienda V), ni de la
“protección igual de las leyes”.

La interpretación y alcance de esta disposición dominó el debate de los siguientes cien años de la
historia judicial estadounidense. Hubo un uso maleable y elástico de la cláusula. A partir de su
aplicación, nació la doctrina del debido proceso sustantivo (“due process of law”), que en breve
síntesis significa que no basta con que las leyes sean formalmente válidas, sino que deben ser
sustancialmente válidas, y de esta manera los jueces están habilitados para juzgar sobre si su
contenido se ajusta a los principios constitucionales. El problema siempre radicó en definir cuáles
eran éstos y cuál era el fundamento de la garantía, y por eso según las épocas los tribunales y la
Corte esgrimieron distintas teorías (6). Pero en lo que aquí interesa, en relación al tratamiento que
debía darse a los hombres de raza negra, los poderes políticos y los tribunales estaduales hicieron
una lectura estrecha de la Enmienda XIV, de manera de poder sostener que de ninguna manera
prohibía la segregación.

Terminada la guerra hubo un primer período llamado “Reconstrucción” en que el Norte intentó
imponer su dominio al Sur, pero bien pronto se abandonó, y a fines de la década de 1870 los
Estados de esta zona quedaron con plena autonomía para decidir no sólo su forma de gobierno
sino también su forma de organización social (7), y así los hombres de origen africano dejaron de

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ser esclavos para ser sirvientes, en una situación de inferioridad, y discriminación en todos los
órdenes (8).

1. El caso “Plessy v. Ferguson”

La segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX fue una época de gran expansión
económica de EE.UU., que la Corte acompañó con una defensa estricta de la libertad de mercado
y de la no aceptación de la injerencia de las regulaciones estatales en el ámbito contractual. La
expresión máxima de ello fue el fallo “Lochner” de 1905, en que declaró inconstitucional una ley
estadual que limitaba la jornada de trabajo en las panaderías. Y esta visión conservadora se
trasladó también al tratamiento de las cuestiones sociales.

En 1896 la Corte dictó otro fallo de gran trascendencia en relación a la cuestión racial: el caso
“Plessy v. Fergusson”, que había comenzado cuatro años antes en Louisiana. En este Estado, una
ley de 1890 referida al transporte ferroviario disponía vagones separados para los hombres
blancos y para los de color, bajo el lema “equal but separate facilities”. Se trató de uno de los
primeros casos promovidos por grupos organizados que tanta importancia han tenido en la lucha
por la igualdad de derechos en el país del norte (en el caso, atrás del reclamante estaba la “New
Orleans Citizens Comittee”). Homer Plessy había sacado un boleto en los vagones reservados a
los blancos y al pretender viajar fue arrestado, lo cual ocasionó el juicio.

Rechazada la queja de Plessy en los tribunales locales, llegó a la Corte Federal, quien con el voto
del justice Henry Brown por mayoría (siete votos y una disidencia del juez John Harlan), consagró
lo que luego se conoció como la doctrina “separados pero iguales”. En los fundamentos se sostuvo
que la XIV Enmienda reconocía la distinción entre las razas, que siempre existiría mientras unos
fueran distinguidos por el color, y que una cosa era la “political equalitiy” y otra la “social equality”;
la primera protegida por la Constitución y la segunda no. Al igual que en “Dred Scott” se justificó la
tesis en la interpretación histórica de la Enmienda. Pero lo más curioso es que se invocó el poder
de policía de los Estados en materia de salud, seguridad bienestar y moralidad para avalar las
leyes estaduales de segregación, que sólo si no eran razonables podían ser sometidas al
escrutinio judicial.

El precedente de “Plessy” fue la regla para resolver cuanto caso de segregación racial se presentó
en los tribunales en la primera mitad del siglo XX, y se aplicó no sólo para la raza negra sino
también para otras minorías (9). La doctrina, por lo demás, tuvo una ligera actualización en el caso
“Mc. Cabe v. Atchison” de 1914, en que la Corte sostuvo que las ubicaciones separadas debían ser
“iguales de hecho” (10).

1. El caso “Brown v. Board of Education of Topeka”

Llegamos así al caso “Brown”, que fue en realidad uno de cinco que llegaron en 1952 a la Corte
sobre segregación racial en las escuelas públicas. El primero -“Breggs v. Elliot”- había comenzado
en 1947 en Carolina del Sur, promovido por un activo abogado de la NAACP (National Asociation

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for the Advancement of Colour People) -organización fundada en 1909 que motorizó la mayoría de
estas causas-, Thurgood Marshall.

Ya en este juicio, los reclamantes hicieron declarar a un psicólogo social de Nueva York, Kenneth
Clark, para demostrar que el tratamiento legal desigual infligía un estigma de sentimiento de
inferioridad en los niños de raza negra, que los precondicionaba en forma negativa para el
desarrollo educativo (11), prueba que el tribunal federal no tomó en serio, pero que luego tendría
una importancia decisiva para la resolución decisiva del caso “Brown” en la Corte. El tribunal
rechazó la petición citando el voto de Oliver W. Holmes en “Lochner”: “Los jueces no tienen mayor
derecho a leer sus ideas de sociología en la Constitución que sus ideas de economía” (12).

Luego, en febrero de 1951 comenzó en Topeka, Kansas, el caso “Brown”. La estrategia de los
abogados de la NAACP fue asumir que las escuelas eran “iguales en igualdad”, e insistieron en
producir prueba para demostrar que la segregación condicionaba a una situación de inferioridad a
los niños negros para la educación. Como veremos, esto fue clave para el triunfo final de la causa.
De ninguna manera había una igualdad material de las escuelas de un lado y del otro (13), pero si
los abogados se quedaban en este problema, corrían el peligro -como ocurría (14)- de que los
tribunales se limitaran a conceder un plazo a los Departamentos de Educación para solucionar las
“desigualdades tangibles”, sin encarar el problema de fondo de la discriminación.

Como era de prever el rechazo del tribunal federal en “Brown” se fundó en el precedente de
“Plessy”, y llegó a la Corte junto con “Briggs” y otros tres casos procedentes de Delaware, Virginia
y Columbia District (15).

Hubo dos rondas de audiencias, ya que en la primera el juez Frankfurter ordenó a los abogados
de las partes que a la próxima comparecieran con la contestación a cinco preguntas. La más
importante de éstas -y que nos interesa a los efectos de este trabajo- fue: ¿tuvieron los redactores
(“framers”) de la Enmienda XIV intención de ilegalizar la segregación escolar?, y si no fue así,
¿tenía la Corte poder para hacerlo?

En la segunda ronda, opinaron sobre la pregunta tanto abogados como historiadores, y la


conclusión fue que, en el mejor de los casos, la respuesta era equívoca. El 17 de mayo de 1954 el
Chief Justicie Earl Warren leyó el fallo. En los fundamentos se dijo que la historia y los precedentes
-incluido “Plessy” porque había versado sobre un tema de transporte- no “iluminaban” el caso. A la
época de la sanción de la Enmienda, en el sur la educación de los niños blancos estaba en manos
de grupos privados, y la de los negros era casi inexistente; prácticamente toda la raza era
analfabeta. En el norte, la situación no era muy distinta: escuelas sin grados, asistencia no
obligatoria, período lectivo de tres meses. Por lo tanto, no era sorprendente que nada se
encontrara sobre la intención de los propulsores de la Enmienda en materia de educación.

A continuación, se produce el giro más importante del fallo: “we cannot turn back the clock to the
19th. century”. Es nada más ni nada menos que el salto cualitativo en la argumentación que venía
esgrimiéndose desde el siglo anterior. No se trata de interpretar las cláusulas de la Constitución
según la intención que tuvieron en cuenta sus redactores, sino de interpretarla para el tiempo
presente, según los valores y principios que rigen los nuevos tiempos. Y en esto -en el caso-,
jugaba un papel principal cómo se concebía a la educación y cuáles eran sus fines. Poca
importancia podían tener los factores tangibles, o sea que el Estado gastara lo mismo en las
escuelas para blancos que para negros (que los sueldos docentes fueran iguales, lo mismo que los
pizarrones o los pupitres), si la segregación impuesta por la ley infligía un sentimiento de

7
inferioridad en los niños negros, que condicionaba el aprendizaje y su aptitud educativa. Lo
decisivo era el impacto psicológico que ella producía, reconociendo así la importancia de los
testimonios de los psicólogos sociales que los tribunales inferiores habían desechado. “En el
terreno de la educación pública la doctrina ‘separados pero iguales’ no tiene lugar”, concluyó el
fallo (16).

Entre la primera y la segunda ronda murió el Chief Justice Vinson, y el Presidente Einsenhower lo
fue reemplazó por Earl Warren, un hábil político y jurista que, dada la trascendencia del caso y la
resistencia que generaría cualquier decisión que se adoptara, procuró que el fallo saliera por
unanimidad, para lo cual encontró una salida que no fuera extremadamente conflictiva: sentar en el
primer pronunciamiento el principio constitucional -el alcance de la Enmienda XIV en relación a la
educación-, y, dada la gran variedad de condiciones locales en lo Estados involucrados, que se
presentaran en una audiencia argumentos adicionales sobre la implementación de la decisión.

Como era de esperar, gobernadores y senadores del sur denunciaron acerbamente el principio
sentado (“the ruling”). Rescatando el viejo argumento que se usara para defender la esclavitud,
invocaron el federalismo, que se atacaban los derechos de los Estados a autorregularse y que se
trataba de una “decisión legislativa por una Corte política”.

La resistencia fue feroz en varios Estados. En Little Rock, Arkansas, en septiembre de 1954, una
manifestación de estudiantes blancos impidió el ingreso a un colegio secundario de once
estudiantes negros, el juez federal falló a favor de éstos, el gobernador se resistió, y el conflicto
sólo se resolvió cuando el Presidente Eisenhower mandó tropas para hacer cumplir la decisión del
juez (17). En algunos Estados (Delaware, Kentucky) comenzó el proceso de integración, pero en
otros debieron actuar los jueces federales ante la resistencia de las autoridades estaduales de
permitir la inscripción de niños negros.

Luego del plazo que la Corte diera para que se hicieran las propuestas acerca de la
implementación del principio sentado, en mayo de 1955 el tribunal dictó lo que se conoce como
“Brown II”, por el cual le dio instrucciones a los jueces federales de distrito para llevar adelante las
medidas necesarias para que se admitiera “a los actores en las escuelas públicas sobre bases
racialmente no discriminatorias y con toda la celeridad posible”.

Sin embargo, la resistencia estadual continuó. Los miembros del Congreso de los Estados del sur
firmaron el “Southern Manifesto”, que denunció a la Corte de imponer el poder desnudo por sobre
la ley establecida. “La decisión torturó la Constitución, el Sur va a torturar la decisión”, amenazaron
algunos legisladores.

VII. La “Ley de Derechos Civiles”

El caso “Brown” marcó un punto de inflexión en la historia judicial norteamericana (18). Ha sido
seguramente la decisión de la Corte de mayores consecuencias políticas, institucionales y sociales,
desde que fallara “Dred Scott”. Pero sería ingenuo y una falta a la verdad histórica creer que fue
decisiva para el fin de la segregación racial. Esto se debió, sobre todo, a la expansión del
movimiento de lucha por los derechos civiles de los hombres de color por toda el país, liderado por
el Rev. Martin Luther King de la Iglesia Baptista de Montgomery, Alabama.

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En esta ciudad, en diciembre de 1955, una pequeña mujer negra, Rosa Parks, provocó una
eclosión del movimiento cuando se resistió a abandonar el asiento reservado a los blancos que
había ocupado en un transporte público. Luego vino el boicot al transporte y la claudicación final de
la empresa. En varias ciudades, estudiantes negros comenzaron a hacer “sentadas” cuando se los
impelía a dejar un bar donde sólo se admitían blancos, lo que obligaba a intervenir a la policía. El
28 de agosto de 1963, 250.000 marcharon sobre Washington DC, que terminó en una inmensa
concentración, donde Martin Luther King pronuncia una célebre plegaria.

Presionado por este intenso movimiento de resistencia pacífica, que recibió además adhesiones
de todo el mundo, en 1964 el Congreso Federal sancionó la Ley de Derechos Civiles, que, entre
otras cosas, estableció el acceso sin restricciones a las estaciones de servicio, restaurantes,
alojamientos y servicios públicos, prohibió la discriminación en todos los programas que recibieran
fondos federales, y declaró ilegal toda discriminación laboral.

A partir de su sanción, comenzó un nuevo capítulo en la lucha por la igualdad real de trato y de
oportunidades, que se caracterizó por lo que pasó a denominarse la “acción afirmativa”. La Ley de
Derechos Civiles creó la Comisión de Igualdad de Oportunidades, que no se limitó a recibir quejas
de discriminaciones, sino que comenzó a imponer “cuotas” que aseguraran a las minorías el
ingreso a las escuelas, las universidades y los empleos, política también llamada de
“discriminación inversa”, ya que discrimina a favor de los sectores históricamente segregados y
postergados, y que ha suscitado algunos fervientes detractores (19), pero su consideración ya
escapa al objeto de este trabajo.

VIII. El debate entre “originalistas” e “intepretacionistas” (o “no interpretativistas”)

Como hemos visto en el tratamiento judicial del problema más importante de la historia de
los EE.UU. siempre los defensores de esclavitud primero y los de la discriminación racial luego,
recurrieron a la interpretación histórica de la Constitución. O sea, remontarse en el tiempo para
encontrar su justificación en la intención presunta de los constituyentes y en los valores sociales
predominantes a la época de sanción del texto original o de las enmiendas, posición esta sólo
superada por vía de la interpretación dinámica en “Brown”.

El reflejo doctrinario de esta divergencia histórica ha sido la división de la doctrina entre


“originalistas” e “interpretacionistas” (20). A estos últimos también se los denomina, por las razones
que luego explicaré, “no interpretativistas”.

Para los primeros, la fidelidad estricta a la intención original de los autores del texto constitucional
proporciona la única base justificable para la interpretación de la Constitución. Es una posición
eminentemente conservadora; a sus sostenedores se los llama “strict constructionists”, o también
“textualistas” o “preservacionistas”.

Para los segundos, la intención original es una guía poco útil y difícil de desentrañar; la
interpretación, por el contrario, debe derivarse de los “valores fundamentales” de la cultura
estadounidense revelados por los jueces. Propician la ruptura con el texto y la voluntad de los
constituyentes; el juez debe manejarse con juicios de valor, con palabras cuyo sentido ahora es
otro, con preceptos a veces opuestos a los del constituyente histórico. De ahí que también se los
denomine “no interpretativistas” o “board constructionists” (21).

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Para esta corriente, el juez debe descubrir los valores consensuados existentes en el medio
social, y proyectarlos en la tarea interpretativa. El sustento es el derecho de cada generación a vivir
a su modo la Constitución. La revisión judicial implica una labor ética, y como tal legítima. Ello
justifica el activismo judicial, que hace que los jueces tengan un protagonismo decisivo en los
cambios sociales y en la incorporación de nuevos derechos constitucionales. De 1954 a 1970 la
Corte Suprema de EE.UU. “literalmente cambió la Constitución”, dice Sagüés, citando al jurista
español Alonso García (22). Es decir, la era que nace con el caso “Brown” y numerosos
pronunciamientos posteriores que coadyuvaron a la integración racial, al respeto de las minorías
(23).

Explica Robert Burt que la posición que se asuma respecto del fallo “Brown” se ha convertido en el
norte que guía a los políticos contemporáneos, y ha cumplido un papel decisivo en las
nominaciones de los jueces para la Suprema Corte. En efecto, cuando el juez Bork fue propuesto
para integrarla, intentó justificar el fallo con argumentos “originalistas”, que no convencieron a los
senadores y no le dieron el acuerdo. Posteriormente, propuesto William Rehnquist debió hacer
malabarismos para convencer al Senado de que la opinión expuesta en un borrador cuando se
trataba el caso “Brown” en la Corte era la de uno de los jueces y no la suya, quien sólo se
desempeñaba como relator en ese momento.

1. La interpretación dinámica en la Argentina. Dos ejemplos

En la Argentina, desde la restauración democrática la interpretación dinámica de la Constitución ha


adquirido una trascendencia inusitada, si bien en los fallos históricos de la Corte encuentra
sustento.

Escapa al objeto de este trabajo hacer un repaso de los fallos en que se ha recurrido a una
interpretación de ese tipo. Por ello voy a limitarme a dos casos -uno de la Corte y el otro de un
tribunal inferior- que son suficientemente ilustrativos por su trascendencia.

El primero es el caso “Sejean c. Saks de Sejean”de 1986 (24), en que la Corte (por mayoría)
declaró inconstitucional el art. 64 de la ley 2393, que establecía que el divorcio no vincular, norma
que llevaba casi cien años de vigencia (con la corta interrupción de 1954 a 1955), y que era uno de
los pilares del tradicional derecho de familia argentino.

Para así decidirlo, el tribunal hizo una interpretación extensiva del art. 33 de la CN, comprendiendo
entre los derechos no enumerados al derecho a la dignidad humana, como asimismo del derecho a
casarse (art. 20, extensible a todos los habitantes), que no era razonable que se pudiera ejercer
una sola vez. Sostuvo también que no posibilitar a los divorciados volver a casarse contrariaba el
principio de igualdad (art. 16).

Pero lo más importante fue la justificación de la interpretación dinámica de la Constitución. Dijo al


respecto: “Que el control judicial de constitucionalidad no puede desentenderse de las
transformaciones históricas y sociales. La realidad viviente de cada época perfecciona el espíritu
de las instituciones de cada país, o descubre aspectos no contemplados antes, sin que pueda
oponérsele el concepto medio de una época en que la sociedad actuaba de distinta manera… Esta
regla de hermenéutica no implica destruir las bases del orden interno preestablecido, sino defender
la Constitución Nacional en el plano superior de perdurabilidad y la de la Nación misma para cuyo

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gobierno pacífico ha sido instituida…, puesto que su interpretación auténtica no puede olvidar los
antecedentes que hicieron de ella una creación viva, impregnada de realidad argentina, a fin de
que dentro de su elasticidad y generalidad siga siendo el instrumento de la ordenación política y
moral de la Nación…”. Y a continuación remató con dos ejemplos contundentes: “Esta Corte que
no rechazó el desconocimiento de los derechos electorales de la mujer, ¿mantendría esa postura
si todavía hoy el legislador no los hubiera reconocido? Cuestiones que no hieren la sensibilidad de
una época pueden ofender profundamente a las de las que siguen; los tormentos y azotes que
proscribió la Constitución de 1853 fueron detalladamente previstos en legislaciones anteriores, y
constituyeron una práctica judicial corriente universalmente no por uno sino por muchísimos siglos”.

El voto del Dr. Petracchi fue más allá. Luego de destacar el rol fundamental del Poder Judicial
para precisar el contenido de los derechos fundamentales (25), cuestionó los argumentos del juez
que había desestimado el planteo de inconstitucionalidad apelando a la interpretación histórica, o
sea a la intención de los constituyentes de 1853/60 y a la ideología imperante al sancionarse la ley
2393 (Adla, 1881-1888, 497). Dijo al respecto: “Frente a este modo de encarar el problema cabe
recordar que, como principio de interpretación de la Constitución Nacional, no es adecuada una
exégesis estática de ésta y de sus leyes reglamentarias inmediatas que esté restringida por las
circunstancias de su sanción. Las normas de la Constitución están destinadas a perdurar
regulando la evolución de la vida nacional, a la que han de acompañar en la discreta y razonable
interpretación de la intención de sus creadores… Si las normas jurídicas, en general, y las
constitucionales, en especial, pueden superar el horizonte histórico en el que nacen, ello es porque
el contenido que tienen en el momento de la sanción se distingue de las ideas rectoras que las
impregnan, ya que éstas poseen una capacidad abarcadora relativamente desligada de las
situaciones particulares que les dieron origen…”.

Evidentemente, no podría darse un ejemplo más claro de “interpretación histórica vs.


interpretación dinámica”. El fallo “Sejean” fue criticado por muchos que lo consideraron un avance
desmesurado del Poder Judicial sobre el Legislativo, que a la sazón estaba considerando la
modificación de la histórica legislación para incorporar el divorcio vincular (siete meses después se
sancionó la ley 23.515 -Adla, XLVII-B, 1535-). Pero lo cierto es que la vieja ley 2393 había
devenido inconstitucional de acuerdo a los nuevos valores sociales de las postrimerías del siglo
XX. Como dijo el Dr. Bacqué en su voto, la realidad social había cambiado inclusive en lo referente
a las relaciones familiares y no parecía razonable que “la realidad jurídica y la social se encuentren
separadas por la distancia que hoy es constatable en nuestra sociedad”. “Es así como el
empecinamiento legal en la reglamentación desnaturalizante del derecho implicada en la
indisolubilidad del vínculo por divorcio -dijo el distinguido magistrado- terminó regulando en forma
irracional las relaciones sexuales entre adultos que por haber estado casados se vieron obligados
a optar entre la soledad y la castidad o el adulterio”.

El otro fallo al que hemos hecho referencia es el del Juez Federal en lo Criminal y Correccional Dr.
Gabriel Cavallo respecto de la interpretación del art. 118 de la Constitución, que hizo en su
meduloso y exhaustivo fallo en la causa “Simón, Julio, y otros s/ sustracción de menores de diez
años” (26).

Esta norma (art. 102 antes de la ref. de 1994) establece, en principio, un reparto de competencia
entre los delitos cometidos dentro de los límites territoriales de la Nación, y los cometidos fuera de
ellos; en este caso, el Congreso debe determinar por una ley especial el lugar en que ha de
seguirse el juicio. Lo importante es que habla de los cometidos fuera de los límites de la Nación
“contra el derecho de gentes”.

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Un primer intento interpretativo lleva a tratar de desentrañar qué tuvieron en mente los
constituyentes de 1853 al redactar el art. 102. Dejando de lado sus fuentes normativas (27), fácil es
imaginar que los delitos de carácter internacional que se tenían en cuenta en esa época eran
fundamentalmente, el tráfico de esclavos, la piratería y la “trata de blancas”. Es decir, no se tenían
en cuenta los tormentos (legales en muchos países), y los que hoy se conocen como “delitos de
lesa humanidad” a partir de los tratados internacionales celebrados luego de la segunda guerra
mundial. El tema, no obstante, ofrece sus aristas, toda vez que, como recordó el juez Cavallo en su
resolución, el padre de nuestra Constitución, Juan Bautista Alberdi, en su adelantada obra “El
crimen de la guerra” destacó el carácter evolutivo del derecho de gentes, calificó a la guerra como
“crimen de lesa humanidad” y hasta consideró que el hombre individualmente considerado podía
exigir, aun contra el gobierno de su país, que se respetara el derecho internacional.

Pero lo interesante es que el juez Cavallo expresó que era irrelevante detenerse en una
investigación histórica sobre las intenciones de los constituyentes, ya que, citando a Sagüés (28),
el art. 118 era de las llamadas “cláusulas abiertas”, que debían interpretarse de modo dinámico, o
sea, conforme a la evolución de los conceptos contenidos en las mismas. En este sentido, dijo -
siguiendo a este autor-, que los delitos del “derecho de gentes” no tenían contornos precisos, su
listado era esencialmente mutable en función de los cambios operados en la conciencia jurídica
prevaleciente; el art. 118 “resulta, pues, una norma de avanzada y de insospechada actualidad”
(29). También se apoyó en la opinión de Bidart Campos (30) y de Colautti (31). Para el primero, al
no haber enumerado los delitos contra el derecho de gentes el constituyente de 1853, la
interpretación dinámica de la Constitución permite (u obliga) tomar en cuenta las valoraciones
progresivas que históricamente han acrecido la tipología delictual comprendida en ellos; hay que
rechazar toda “esclerosis interpretativa” que ignore o desvirtúe el sentido actual del art. 118. Para
el segundo, fundamental importancia en la materia es la evolución interpretativa de los principios
generales del derecho internacional que hiciera el Tribunal de Distrito de EE.UU. que fallara en el
caso “Filartiga”.

El juez Cavallo citó fallos de la Corte argentina donde, a su juicio, se hizo una interpretación
dinámica del art. 118 de la Constitución. Entre otros, el controvertido fallo “Merck Química
Argentina” (32), en especial el voto del Dr. Tomás Casares. Pero el más importante, sin duda, el
contemporáneo caso “Priebke, Eric s/ extradición” (33), en que el alto tribunal sostuvo que nuestro
país se hallaba obligado frente a la comunidad internacional, en virtud de los tratados
internacionales con jerarquía constitucional (art. 75, inc. 22) y de “la aplicación del derecho de
gentes que prevé el art. 118 de la Ley Fundamental”, para cuya aplicación tuvo en cuenta la
evolución paulatina que esa rama del derecho había tenido, y consideró incluidos a los crímenes
contra la humanidad, al genocidio y a los crímenes de guerra, y sobre esa base entendió que los
mismos eran imprescriptibles.

Sobre esa base, el magistrado citado consideró que los hechos investigados en la causa
configuraban crímenes contra la humanidad y como tal debían ser juzgados. Luego de sostener
que eran imprescriptibles, consideró que las leyes 23.492 (Adla, XLVII-A, 192) y 23.521 (Adla,
XLVII-B, 1548) (conocidas como “de punto final” y “de obediencia debida”), en la medida que eran
normas “de impunidad” para esos crímenes, eran inconstitucionales, y así lo declaró, apartándose
del precedente de la Corte que en el año 1987 había entendido lo contrario (34).

Con este ejemplo, entonces, huelga explayarse sobre la importancia de la interpretación dinámica
de la Constitución. Permite, nada más ni nada menos, que enlazar una norma de mediados del
siglo XIX con el moderno derecho penal internacional humanitario de las últimas décadas del siglo
XX, que aún está en plena etapa de definición conceptual.

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1. Reflexión final

Bien ha ubicado Sagüés la confrontación de la interpretación dinámica con la interpretación


histórica de la Constitución dentro de la más genérica “Poder Judicial vs. Poder constituyente” (35).
Y no es para menos, mientras las interpretaciones sistemáticas, equilibradas o armónicas no
ofrecen reparos, la interpretación dinámica mueve los cimientos del derecho constitucional. Como
hemos visto, parte de la base de un especial reconocimiento al rol de los jueces -y en especial de
la Corte Suprema- como intérpretes finales de la Constitución. Ellos están habilitados para
“aggiornar” los textos constitucionales, para adaptarlos a los tiempos, para que la Constitución no
sea un “cadáver embalsamado” (36), que no deba pensarse “hacia atrás”, sino “hacia delante”.
Permite que el cambio de sentido de los términos constitucionales sea cubierto mediante el
procedimiento de la “integración” constitucional; requiere la búsqueda de datos y valoraciones de la
realidad actual y de las exigencias contemporáneas del bien común; subraya la presencia de las
“cláusulas abiertas” en los textos constitucionales.

No obstante, el excesivo activismo judicial no deja de merecer reparos. No podría tener más
actualidad la famosa frase de Charles Evans Hughes “Vivimos bajo una Constitución, pero la
Constitución es lo que los jueces dicen que es”. No en vano en EE.UU. adquirió tanta
trascendencia la tesis de John Hart Ely (37) en el sentido de que la Constitución no era un sistema
de conceptos y valores cerrados y sustantivos, sino un conjunto de procedimientos formales
dirigido a asegurar que la toma de decisiones estuviera abierta a todos en forma igualitaria, por lo
que la tarea del juez no era descubrir valores fundamentales, lo que en una democracia le
correspondía a los representantes del pueblo en las legislaturas, sino reforzar el proceso de
representación política de manera que comprendiera a las minorías (38). No fue ajena al
surgimiento de esta tesis, naturalmente, la ácida crítica de Alexander Bickel al Poder Judicial como
el menos democrático de los tres poderes (39). El libro de Robert Burt que hemos citado en este
trabajo -“Constitución y Conflicto”- también se inscribe en este cuestionamiento al Poder Judicial
como “único” intérprete de la Constitución.

Pese a todo, el análisis histórico que hemos pretendido hacer en este trabajo a través del
problema con que se enfrentó la democracia norteamericana desde sus orígenes, y su valiente
tratamiento por la Suprema Corte, ante la pasividad del órgano que constitucionalmente debía
encararlo con carácter general, más los ejemplos que hemos dado de la jurisprudencia argentina,
nos arroja un balance netamente positivo de la interpretación dinámica de la Constitución. Como
dice Sagüés, termina con la “tiranía de los muertos” sobre las generaciones presentes y futuras. Si
la Corte estadounidense en el caso “Brown” se hubiera guiado por una interpretación histórica
(“originalista”) de la Constitución, quién sabe cuántos años más la segregación racial hubiese
continuado siendo legal en los Estados del sur. El mismo Congreso que había aprobado la XIV
Enmienda, casi inmediatamente después había sancionado leyes que establecían escuelas
segregadas por razones raciales en el Distrito de Columbia (40), y, según algunos historiadores, el
mismísimo Lincoln llegó a decir que lo mejor que podían hacer las personas de raza negra era
volver a Africa (41).

Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723)

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Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723)

(*) El presente trabajo fue publicado en el año 2002 por Editorial La Ley en “Derecho
Constitucional. Colección de análisis jurisprudencial” dirigida por el Dr. Alberto R. Dalla Vía, titular
de Derecho Constitucional de la U.B.A. Solamente se han cambiado las palabras “En el año 2004
se cumplirán…” por “Este año se cumplen…”.

(1) “Art. 1°: “Que todos los hombres son por su naturaleza libres e independientes, y tienen ciertos
derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en estado de sociedad, no pueden por ningún
contrato, privar o despojar a su posteridad; especialmente el goce de la vida y de la libertad, con
los medios de adquirir y poseer la propiedad y de perseguir y obtener la felicidad y la seguridad”.

(2) JOHNSON, Paul, “Estados Unidos. La historia”, p. 293, Javier Vergara Editor, Barcelona, 2001.

(3) La más clara expresión de ello fue la pequeña “guerra civil” entre esclavistas y antiesclavistas
que se produjo al incorporarse Kansas en 1855, conf. Johnson, ob. cit., p. 403.

(4) JOHNSON, ob. cit., p. 372.

(5) IRONS, Peter, “A people’s history of the Supreme Court”, p. 173, Pengüin Books, New York,
2000.

(6) Ver el magnífico libro de LINARES, Juan Francisco, “Razonabilidad de las leyes”, Ed. Astrea,
Buenos Aires, 1970.

(7) Según BURT, Robert, (“Constitución y conflicto”, p. 40, Eudeba, Buenos Aires, 2000), hubo un
“acuerdo implícito” que se alcanzó en 1877 cuando fueron retiradas las tropas del norte: que los
blancos del sur serían libres para subordinar a los negros.

(8) Se prohibieron los matrimonios entre blancos y negros; se legislaron delitos especiales que sólo
se aplicaban a los negros; se dictaron leyes de vagancia a los negros a hacer trabajos serviles, que
se denominaron “códigos negros”, conf. JOHNSON, ob. cit., p. 471.

(9) IRONS, Peter, ob. cit., p. 231.

(10) BURT, Robert, ob. cit., p. 350.

(11) Clark basó su testimonio en la “prueba de las muñecas” que había realizado en escuelas de
niños negros. Entre una muñeca blanca y otra negra, las niñas elegían la primera, lo que sólo
podía explicarse por la estima de inferioridad que tenían de sí mismas; IRONS, Peter, ob. cit., p.
388.

(12) IRONS, Peter, ob. cit, p. 389.

(13) IRONS, Peter, ob. cit., p. 388.

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(14) En ello se fundó el rechazo de otro de los casos que llegaron a la Corte, “Davis v. Prince
Eduard County”.

(15) “Gebhart v. Belton”, “Davis v. Prince Edward Conty” y “Bollin v. Sharpe” respectivamente.

(16) La frase denota la extrema prudencia en que la Corte debió manejarse. Al decir “En el terreno
de la educación pública…” no descartaba expresamente que en “otros terrenos” pudiera ser válida.

(17) El conflicto, de Little Rock dio lugar a otro importante fallo de la Corte sobre segregación racial,
“Cooper v. Aarón” de 1958; conf. IRONS, ob. cit, p. 404.

(18) Para Vanossi fue la Corte en “Brown” la que permtió la integración racial, ya que ni Kennedy,
ni Johnson ni el Congreso hubieran podido sancionar la Ley de Derechos Civiles, sin ese
antecedente; v. “Teoría Constitucional”, p. 95, T. II, Ed. Depalma, 1976.

(19) Ver JOHNSON, Paul, ob. cit., p. 788 y sigtes.

(20) Sigo en este tema a BURT, Robert, ob. cit., p. 27 y sigtes., SAGÜES, Néstor, “La
interpretación judicial”, p. 100, Ed. Depalma, 1998; y a DALLA VIA, Ricardo, “Derecho
Constitucional Económico”, p. 135, Ed. Abeledo Perrot, 1999.

(21) SAGÜES, ob. cit., p. 102.

(22) Ob. cit., p. 102.

(23) Fundamental importancia, tuvo en cuanto a la profundización democrática el fallo “Baker v.


Carr” de 1962, que apuntó a que el principio “un ciudadano igual un voto” fuera una realidad y no
una mera declamación, superando nuevamente los argumentos basados en la autonomía de los
Estados para regular su régimen político.

(24) Fallos: 308, v. 2, p. 2268.

(25) Posición de “activismo judicial” o “poder contramayoritario”, que en la misma época se puso de
manifiesto en los casos “Bazterrica” (Fallos: 308:1412) y “Portillo” (ED 133-372), entre otros.

(26) LA LEY, 2001-C, 508.

(27) Las mismas han sido tratadas por COLAUTTI, Carlos, en “La jurisdicción extraterritorial y los
delitos contra el derecho de gentes”, LA LEY, 1999-E, 996, y “El artículo 118 de la constitución y la
jurisdicción extraterritorial”, en LA LEY, 1998-F, 1101, o Boletín N° 174, año XVI de la A.A.D.C.

(28) “La interpretación judicial de la Constitución” cit., p. 36/7.

15
(29) SAGÜES, “Los delitos ‘contra el derecho de gentes’ en la Constitución Argentina”, ED 146-
936).

(30) “La persecución penal universal de los delitos de lesa humanidad”, La Ley del 23/8/00.

(31) Trabajos citados.

(32) Fallos: 211:161.

(33) JA, 1966-I-324.

(34) Fallos: 310:1162, “causa 44”.

(35) “La interpretación judicial…” cit., p. 83.

(36) Expresión de SAGÜES, ob. cit., p. 105.

(37) “Democracy and Distrust: A Theory of Judicial Review”, 1980.

(38) Ver DALLA VIA, ob. cit., p. 147; y MILLER, Jonathan, “Control de constitucionalidad: el poder
político del poder judicial y sus límites en una democracia”, en MILLER, CAYUSO y GELLY,
“Constitución y poder político”, T. I, p. 49, Ed Astrea, 1987.

(39) “The Least Dangerous Branch”, publicado en 1962.

(40) BURT, ob. cit., p. 30.

(41) JOHNSON, ob. cit., p. 467.

Autor: Ibarlucía, Emilio A.

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