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Artículo 35.- Libertad de emisión del pensamiento.

Es libre la emisión del


pensamiento
por cualesquiera medios de difusión, sin censura ni licencia previa. Este derecho
constitucional no podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental
alguna. Quien
en uso de esta libertad faltare al respeto a la vida privada o a la moral, será
responsable
conforme a la ley. Quienes se creyeren ofendidos tienen derecho a la publicación
de sus
defensas, aclaraciones y rectificaciones.
No constituyen delito o falta las publicaciones que contengan denuncias, críticas o
imputaciones contra funcionarios o empleados públicos por actos efectuados en el
ejercicio de sus cargos.
Los funcionarios y empleados públicos podrán exigir que un tribunal de honor,
integrado en la forma que determine la ley, declare que la publicación que los
afecta se
basa en hechos inexactos o que los cargos que se les hacen son infundados. El fallo
que
reivindique al ofendido, deberá publicarse en el mismo medio de comunicación
social
donde apareció la imputación.
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La actividad de los medios de comunicación social es de interés público y éstos en
ningún caso podrán ser expropiados. Por faltas o delitos en la emisión del
pensamiento no
podrán ser clausurados, embargados, intervenidos, confiscados o decomisados, ni
interrumpidos en su funcionamiento las empresas, los talleres, equipo, maquinaria
y
enseres de los medios de comunicación social.
Es libre el acceso a las fuentes de información y ninguna autoridad podrá limitar
ese derecho.
La autorización, limitación o cancelación de las concesiones otorgadas por el
Estado a las personas, no pueden utilizarse como elementos de presión o coacción
para
limitar el ejercicio de la libre emisión del pensamiento.
Un jurado conocerá privativamente de los delitos o faltas a que se refiere este
artículo.
Todo lo relativo a este derecho constitucional se regula en la Ley Constitucional de
Emisión del Pensamiento.
Los propietarios de los medios de comunicación social, deberán proporcionar
cobertura socioeconómica a sus reporteros, a través de la contratación de seguros
de
vida.
“...esta Corte advierte que la libertad de emisión del pensamiento que
proclama la Constitución en su artículo 35 es válida, según el propio texto,
ejercerla por cualquier medio de difusión y sin censura ni licencia previa.
Esta disposición debe preservarse a ultranza en cuanto garantiza la difusión
de las ideas y no puede ser objeto de ninguna matización que implique
limitarla, por cuanto cualquier habitante tiene derecho a exteriorizar su
pensamiento de la misma manera que otro tiene el de recibirlo libremente.
Por ello, debe entenderse que la difusión de ideas que la Constitución
garantiza plenamente es la que entra a la percepción del público de manera
voluntaria, puesto que no podría permitirse la intromisión forzada de
mensajes con fines crematísticos que no pueda la sociedad misma regular
por razones de orden público o bien común. La difusión de ideas por
distintos medios es normalmente autoregulada por el propio público, que
tiene la libertad de leer, oír o ver los medios de comunicación o abstenerse
de ello, por lo que, frente a la libertad de uno de sugerir sus conceptos y
opiniones, se encuentra la del público de recibirlos, compartirlos o
rechazarlos. Excepcionalmente, cuando se trata de ideas que no implican
comercio o aprovechamiento prosaico, como sería con los mensajes
políticos, religiosos, éticos, cívicos, altruistas, u otros de valor semejante,
puede utilizarse medios directos de publicidad que no quedan sujetos a
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ningún control ideológico, y, como tal, sin necesidad de obtener licencia
previa para exponerlos, porque en este caso tales mensajes siempre estarán
sujetos al contralor de la alternativa que otros sectores pudieran ofrecer al
público para que éste pueda seleccionar con toda libertad su opción moral.
No ocurre lo mismo cuando se trata de la regulación de medios que
divulguen productos o servicios de naturaleza onerosa y que significan un
procedimiento para obtener ingresos, cuando se hacen por sistemas en los
que el público no tiene libertad para omitir su lectura o dejar de oírlos, como
ocurre, como caso típicos, con los anuncios o rótulos en calles y carreteras o
por medio de altoparlantes. En estos supuestos puede ocurrir que tales
medios, impulsados por el lucro, afecten el sentido moral y estético de la
sociedad, por lo que su razonable regulación no implica, como en el caso
analizado, contravención a la libertad proclamada en el citado artículo 35
constitucional...” Gaceta No. 47, expediente No. 1270-96, página No. 23,
sentencia: 17-02-98.
“...Dentro de los derechos que la Constitución reconoce como inherentes a
la persona, se encuentra la libertad de emisión del pensamiento, por medio
del cual se consagra la facultad de expresarlo por cualesquiera medios de
difusión, sin censura ni licencia previas. Pero la misma Constitución señala
también que no ha de abusarse de este Derecho, sino que debe ejercerse
con responsabilidad, garantizando a la vez que quienes se creyeran
ofendidos tiene derecho a la publicación de sus defensas, aclaraciones y
rectificaciones... La libertad de emisión del pensamiento es de importancia
trascendental, a tal punto que se le considera una de las libertades que
constituyen signo positivo de un verdadero Estado Constitucional de
Derecho. Conforme al rango privilegiado de este derecho, por mandato de la
Constitución se dispone que el mismo se regula en una Ley constitucional
específica. En este cuerpo legal se contemplan las faltas y delitos en este
ámbito y se regula el procedimiento especial en que puede determinarse su
comisión, así como las sanciones a aplicarse. Desarrolla también los
derechos de aclaración y rectificación, pues la libertad de emisión del
pensamiento es garantía general, de observancia obligatoria para
gobernantes y gobernados, y tanto protege a los medios de comunicación
social, como les impone a éstos el respeto a la expresión del pensamiento
de quienes no tienen acceso inmediato a los mismos, de manera que
establece que `Los periódicos están obligados a publicar las aclaraciones,
rectificaciones o refutaciones que les sean enviados por cualquier persona,
individual o jurídica, a la que se atribuyan hechos inexactos, se hagan
imputaciones o en otra forma sean directa y personalmente aludidas’ y
contiene además la forma en que puede compelerse al obligado a la
publicación, cuando se hubiere negado a hacerla. Al estudiar esta ley en su
conjunto, se advierte la intención del legislador constituyente de normar el
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ejercicio responsable de este derecho, pues tanto las autoridades como
aquéllos que desenvuelven su actividad en los medios de difusión, son los
directamente responsables de velar por la majestuosidad de la ley y de
rechazar tanto los abusos en las publicaciones y el libertinaje, como la
utilización de prácticas, ya sea que provengan de entidades privadas o
públicas, que tiendan en cualquier forma a restringir la eficacia de la libre
expresión del pensamiento, y de los derechos de aclaración y rectificación
como contrapartida de aquélla...” Gaceta No. 10, expediente 271-88, página
No. 55, sentencia: 06-10-88.

Mucho se habla sobre la libertad de emisión del pensamiento, principalmente


sobre el hecho que esta libertad no debe de ser limitada, ya que es un derecho
constitucional, que permite manifestar opinión sobre determinado asunto. Siendo
la norma constitucional la que protege este derecho, puede llegarse a creer que
dicha libertad no tiene límite, lo cual es un terrible error.
Partiendo de lo general a lo particular, podemos iniciar diciendo que el ejercicio de
la libertad es un derecho y a la vez una obligación ya que una libertad sin límite es
libertinaje, para ejemplificarlo de mejor forma, todos somos libres de pensar lo que
queramos y esta libertad no tiene límite, el conflicto nace cuando exteriorizamos
esos pensamientos en el uso de la libertad de expresión.
Partiendo de esa idea general, pasamos a lo particular, la Constitución Política de la
República de Guatemala regula esa libertad en su Artículo 35. Libertad de emisión
del pensamiento, al indicar: “Es libre la emisión del pensamiento por cualesquiera
medios de difusión, sin censura ni licencia previa. Este derecho constitucional no
podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental alguna.” La primera
parte del norma reafirma nuestro derecho, pero la segunda parte nos impone una
obligación al decir: Quien en uso de esta libertad faltare al respeto a la vida privada
o a la moral, será responsable conforme a la ley.” La Constitución claramente nos
dice, que esta libertad tiene un límite.

Mucha de la confusión en cuanto a los límites de este derecho surge cuando en


mismo artículo 35 de la Constitución indica: “No constituyen delito o falta las
publicaciones que contengan denuncias, críticas o imputaciones contra
funcionarios o empleados públicos por actos efectuados en el ejercicio de sus
cargos.”, lo anterior pareciera una licencia para decir lo que se nos dé la gana lo
cual tampoco es cierto, el error más común se da al confundir lo que es un
funcionarios público, con un personaje público, como por ejemplo: un ministro de
culto, un aspirante a funcionario público, un deportista, etc.
Quiero abordar esta problemática desde el punto de vista de las redes sociales, y
quiero iniciar diciendo que nadie tiene derecho a señalar a una persona en el
ciberespacio, solo porque le da gana, aunque parezca difícil de creerlo se expone a
ser demandado por difamación (Art. 164 Código Penal), ahora bien si yo tengo
pruebas lo correcto sería presentar una denuncia, ya que es una obligación legal el
hacerlo, si me constan los hechos, el problema es el siguiente, para poner una
denuncia no es así no más, tengo realmente que tener pruebas que presentar a la
hora de ser llamado a ratificar mi denuncia, no basta con tener sospechas, ya que si
esta resulta no teniendo sustento, también es delito, ya que se considera denuncia
falsa (Art. 453 Código penal).

Hay quienes creen que las redes sociales están exentas del delito de difamación, la
ley dice Art. 164 Código Penal: “Hay delito de difamación, cuando las imputaciones
constitutivas
de calumnia o injuria se hicieren en forma o por medios de divulgación que puedan
provocar odio o descrédito, o que menoscaben el honor, la dignidad o el decoro del
ofendido, ante la sociedad. Al responsable de difamación se le sancionará con
prisión de dos a cinco años. “, ¿será que las redes sociales pueden ser catalogadas
como medio de divulgación? Claro que lo son y tiene alcances a nivel mundial.

Otros creen que con darle “me gusta” a una publicación injuriosa no pasa nada y se
les olvida que al hacerlo reenvían ese mensaje a todos sus contactos, lo cual, los
hace pensar que no son responsable de nada, porque no son los autores de la
difamación, pero la ley dice en el Articulo 165 Código Penal: “Quien, a sabiendas
reprodujere por cualquier medio, injurias o calumnias inferidas por otro, será
sancionado como autor de las mismas de dos a cinco años.”

Esta situación se da a todo nivel y contra todo tipo de gente, sin importar nada,
parece que se volvió una forma de liberar tensiones o frustraciones, dejo de ser
algo para compartir y convirtió en algo para atacar, saliendo del plano
legal, quiero terminar diciendo que es necesario aprender a convivir en esta nueva
era de las comunicaciones, sabiendo que soy igualmente responsable por mis
actos en el ciberespacio, a criterio del que les escribe, siempre he pensado que la
gente inteligente no es aquella que más habla, sino aquella que habla solo lo que
sabe.

Como dijo Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, aprendamos todos
a no hacer dela confrontación una forma de vida.

Los límites a la libertad de expresión y al derecho a la información


Yolanda Rodriguez y Carlos Berbell
6 agosto, 2017
Hoy en día cualquiera puede verse lesionado por los medios de comunicación,
sobretodo por la llamada “prensa rosa” o “prensa del corazón”. Por ello, parece
adecuado que tanto los medios de comunicación como los periodistas no
utilicemos la libertad de expresión y el derecho a la información de forma
ilimitada e irresponsablemente, deformando la verdad e inclusive mintiendo, o
entrometiéndose ilegítimamente en vidas privadas ajenas.
Dicho esto, el único criterio legal directo que nos sirve a los periodistas como
delimitador de la libertad de expresión e información lo encontramos en
el párrafo 4, del artículo 20 de la Constitución, donde se exponen las fronteras y
los límites de la libertad de expresión y de información. Se refiere
expresamente derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen.
Sin embargo, este párrafo no fija claramente hasta qué punto se pueden ejercer
estas libertades ni, cuáles son los límites del derecho al honor, a la intimidad y la
propia imagen en aras de la libertad de expresión o información.
La frontera es muy difusa, casi imperceptible.
No hay una línea clara que separe el derecho a la información y el derecho a la
intimidad. Y cuando ambos chocan se produce el conflicto.
Algo más clara es la Ley Orgánica de protección civil del derecho al honor, a la
intimidad personal y familiar y a la propia imagen, de 1982. Con cuya
aplicación se empiezan a utilizar, cada vez más, las vías civiles para castigar este
tipo de delitos. Y no como antes, donde la vía más utilizada era la penal.
Ya en el ámbito de autorregulación periodística está el Código Deontológico
Europeo de la Profesión Periodística, aprobado en Estrasburgo, 1 de Julio de
1993, que dice: “Se respetará el derecho de las personas a su propia vida íntima.
Las personas que tienen funciones en la vida pública tienen el derecho a
la protección de su vida privada, salvo en los casos en que ello pueda tener
incidencias sobre la vida pública. El hecho de que una persona ocupe un puesto en
la función pública, no le priva del derecho al respeto de su vida privada”.

Portada » Divulgación » Los límites a la libertad de expresión y al derecho a la información


La libertad de expresión y el derecho a la información son dos piedras angulares
de la democracia. EP.

Los límites a la libertad de expresión


y al derecho a la información
Yolanda Rodriguez y Carlos Berbell
6 agosto, 2017
Hoy en día cualquiera puede verse lesionado por los medios de comunicación,

sobretodo por la llamada “prensa rosa” o “prensa del corazón”. Por ello, parece

adecuado que tanto los medios de comunicación como los periodistas no utilicemos

la libertad de expresión y el derecho a la información de forma ilimitada e


irresponsablemente, deformando la verdad e inclusive mintiendo, o entrometiéndose
ilegítimamente en vidas privadas ajenas.

Dicho esto, el único criterio legal directo que nos sirve a los periodistas como

delimitador de la libertad de expresión e información lo encontramos en el párrafo 4,

del artículo 20 de la Constitución, donde se exponen las fronteras y los límites de la


libertad de expresión y de información. Se refiere expresamente derecho al honor, a la
intimidad y a la propia imagen.

Sin embargo, este párrafo no fija claramente hasta qué punto se pueden ejercer estas

libertades ni, cuáles son los límites del derecho al honor, a la intimidad y la propia
imagen en aras de la libertad de expresión o información.

La frontera es muy difusa, casi imperceptible.

No hay una línea clara que separe el derecho a la información y el derecho a la intimidad. Y

cuando ambos chocan se produce el conflicto.

Algo más clara es la Ley Orgánica de protección civil del derecho al honor, a la

intimidad personal y familiar y a la propia imagen, de 1982. Con cuya aplicación se

empiezan a utilizar, cada vez más, las vías civiles para castigar este tipo de delitos. Y no
como antes, donde la vía más utilizada era la penal.

Ya en el ámbito de autorregulación periodística está el Código Deontológico Europeo

de la Profesión Periodística, aprobado en Estrasburgo, 1 de Julio de 1993, que dice:


“Se respetará el derecho de las personas a su propia vida íntima. Las personas que

tienen funciones en la vida pública tienen el derecho a la protección de su vida privada,


salvo en los casos en que ello pueda tener incidencias sobre la vida pública. El hecho de

que una persona ocupe un puesto en la función pública, no le priva del derecho al
respeto de su vida privada”.

New York Times vs. Sullivan, un referente sobre


libertad de expresión y libertad de prensa

Como es lógico, todo este cambio de orientación ya se había producido muchos años

antes, en Estados Unidos, concretamente en el año 1964, cuando el Tribunal Supremo

de ese país estableció una referencia mundial para el tratamiento de este tipo de

supuestos delitos. Se produjo con la sentencia New York Times vs. Sullivan, la cual
recoge los principios de la Primera Enmienda.

De acuerdo con la citada sentencia, “quien reproduce en forma fiel y exacta los actos

y procedimientos públicos de todo tipo … atribuyendo la información a esa fuente, está

exento de todo tipo de consecuencias y tiene inmunidad absoluta”. Y también establece


que la vía para sancionar este tipo de delitos es la Civil.

Algo que veríamos años más tarde (1981) perfectamente reflejado en la

película “Ausencia de Malicia”, de Sydney Pollack y protagonizada por Paul Newman


y Sally Field.
Imagen de la Película “Ausencia de Malicia”.

El hecho de que nuestra Ley sobre protección civil del derecho al honor, a la

intimidad personal y familiar y a la propia imagen, tenga ese nombre y recoja los
tres derechos juntos induce a pensar que son como una naranja, que por dentro están
divididos en gajos, pero por fuera son una unidad.

Y mucha gente se cree que son tres derechos en uno.

Honor, intimidad y propia imagen, derechos


vinculados a la libertad de expresión

Y no es así. Los tres derechos van unidos, no como una naranja, sino como un

ramillete de cerezas porque están claramente diferenciados. Aquí, en nuestro país, el


derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, son derechos
autónomos.

Y el demandante tiene que precisar qué derecho, cuál de los tres, considera que se

ha visto lesionado. Se trata, dicho con otras palabras, de derechos autónomos, de

modo que, al tener cada uno de ellos su propia sustantividad, la apreciación de la

vulneración de uno no conlleva necesariamente la vulneración de los demás (SSTC


81/2001, de 26 de marzo, FJ 2; 156/2001, de 2 de julio, FJ 3).

Ya hemos visto como la relación entre la libertad de información y el derecho al honor,

a la intimidad y a la propia imagen son cuestiones complejas que se plantean en todo


sistema democrático.

La promulgación del Código Penal de 1995 modificó de forma sustancial la regulación de los

de los citados derechos, introduciendo algunos elementos que, hasta ese momento, no se

encontraban recogidos.

Por ejemplo, estableció que la libertad de comunicación es central para que los

ciudadanos podamos valorar la gestión de la cosa pública por aquellos a los que hemos
votado con el fin de decidir nuestro voto en cada una de las elecciones.

Rompió definitivamente la equiparación personaje público-personaje privado, lo mismo


que asunto público-asunto privado.

Y estableció que la información si es de un personaje o un asunto público interesa a la

colectividad. Por ello, cuando el asunto es de carácter público, los límites no son tan

rígidos. Es más perdonable el error o más admisible la trasgresión. Aunque existen


excepciones, como la que acabamos de comentar.

Así, nuestro Código Penal, en su título X, reconoce varios delitos relacionados con la

intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del domicilio, como son


el descubrir los secretos o vulnerar la intimidad de otro sin su consentimiento.
Honor, intimidad y propia imagen, derechos
vinculados a la libertad de expresión

Y no es así. Los tres derechos van unidos, no como una naranja, sino como un

ramillete de cerezas porque están claramente diferenciados. Aquí, en nuestro país, el

derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, son derechos


autónomos.

Y el demandante tiene que precisar qué derecho, cuál de los tres, considera que se

ha visto lesionado. Se trata, dicho con otras palabras, de derechos autónomos, de


modo que, al tener cada uno de ellos su propia sustantividad, la apreciación de la

vulneración de uno no conlleva necesariamente la vulneración de los demás (SSTC


81/2001, de 26 de marzo, FJ 2; 156/2001, de 2 de julio, FJ 3).

Ya hemos visto como la relación entre la libertad de información y el derecho al honor,

a la intimidad y a la propia imagen son cuestiones complejas que se plantean en todo


sistema democrático.

La promulgación del Código Penal de 1995 modificó de forma sustancial la regulación de los

de los citados derechos, introduciendo algunos elementos que, hasta ese momento, no se

encontraban recogidos.

Por ejemplo, estableció que la libertad de comunicación es central para que los

ciudadanos podamos valorar la gestión de la cosa pública por aquellos a los que hemos
votado con el fin de decidir nuestro voto en cada una de las elecciones.

Rompió definitivamente la equiparación personaje público-personaje privado, lo mismo


que asunto público-asunto privado.

Y estableció que la información si es de un personaje o un asunto público interesa a la


colectividad. Por ello, cuando el asunto es de carácter público, los límites no son tan
rígidos. Es más perdonable el error o más admisible la trasgresión. Aunque existen
excepciones, como la que acabamos de comentar.

Así, nuestro Código Penal, en su título X, reconoce varios delitos relacionados con la

intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del domicilio, como son


el descubrir los secretos o vulnerar la intimidad de otro sin su consentimiento.

El derecho al Honor y los límites de la libertad de


expresión

La lesión se refiere a las informaciones que pudieran afectar a la consideración

social que se tiene de un sujeto. En relación al derecho al honor hay que precisar: la

libertad de expresión alcanza a la opinión y ésta es libre; el derecho a la información

implica la veracidad y el interés general; pero en ningún caso, se permiten las


expresiones insultantes, vejatorias y difamatorias.

Y también establece, en su título XI, dos delitos relacionados con el derecho al honor
como son:

1. La injuria (art. 208 del Código Penal) o lo que es lo mismo, “la acción o

expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o

atentando contra su propia estimación”

2. La calumnia (art. 205 del Código Penal), que es “la imputación de un delito

hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad”).

En las calumnias la falsedad es un elemento constitutivo del tipo (con conocimiento

de su falsedad o temerario desprecio a la verdad) y, por tanto, la veracidad no es sino un

límite, de tal modo que el art. 207 reconoce la exceptio veritatis (la excepción a la

verdad) haciendo recaer la carga de la prueba en el acusado por delito de calumnia. Si se


puede probar lo dicho, no hay delito de calumnias.
Injurias
Solamente serán constitutivas de delito las injurias que, por su naturaleza, efectos y

circunstancias, sean tenidas en el concepto público por graves. No se consideraran

injurias graves aquellas que no se hayan producido con conocimiento de su falsedad o


temerario desprecio hacia la verdad.

La comisión se puede articular a través de la palabra, escrito, caricaturas, gestos,

imágenes y actitudes desdeñosas; para su clasificación, nuestro legislador penal ha

optado por acudir al mecanismo de difusión: injurias con publicidad (art 209 y 211

CP) y sin publicidad (art 208 ), según se propaguen o no por medio de la imprenta, la
radiodifusión o por cualquier otro medio de eficacia semejante.

Calumnias
El menoscabo a la dignidad de otra persona se produce con la imputación de un

delito, sea perseguible de oficio o a instancia de parte, de tal modo que si lo que se

imputa es una falta podríamos hablar de una injuria, pero nunca del tipo del artículo 205
del Código Penal.

Aquí también debemos matizar que no podremos hablar de calumnia si lo que existe

es, en vez de un animus iniuriandi, un animus iocandi, (es decir, la imputación del delito
se produce dentro de un ámbito de amistad o broma).

Si alguien ha sido ofendido por una calumnia o injuria y desea que se castigue a los

responsables y obtener una reparación por la ofensa, es necesario que presente la

correspondiente querella contra el presunto autor, dado que estos delitos son privados y

no se persiguen de oficio (a iniciativa de las autoridades). Puedes hacerlo en la policía o


ante un juez de lo penal.

La querella, a diferencia de la denuncia, debe tener forma escrita.

Cuando la ofensa se dirige contra un funcionario público, una autoridad o un agente, y

se refiere a hechos relacionados con el ejercicio de sus cargos, será suficiente presentar
una denuncia.
Código penal. Libro II: Delitos y sus penas

La condena por calumnias de María Teresa Campos a los Aznar


Por ejemplo, la periodista María Teresa Campos fue condenada a abonar 60.000 euros

por daños morales al matrimonio Aznar, así como las costas causadas por los recursos,
de acuerdo con una sentencia del Supremo.

De acuerdo con este fallo, la periodista se hizo eco el 23 de noviembre de 2007, en el

programa ‘Protagonistas’ de Punto Radio, de una noticia divulgada el día anterior por

Telecinco en el programa «Aquí hay tomate» dando por buena la versión de

una presunta separación matrimonial por culpa de una relación extramatrimonial


del señor Aznar.

La sentencia reafirma un fallo anterior y establece que «la libertad de información no

puede en este caso prevalecer sobre el derecho al honor y a la intimidad personal y

familiar de los demandantes, pues el grado de afectación del primero es inexistente y el


grado de afectación de los segundos es de gran intensidad».

Pese a que los demandantes eran personajes públicos, el magistrado considera que “la

información se refería a aspectos de su vida privada que no habían consentido que


fueran de conocimiento público, y porque en todo caso se trató de una información
falsa” al no ser verificada.

Derecho a la intimidad y derecho a la propia


imagen

Por otro lado está el Derecho a la Intimidad. Es el derecho a que a uno le dejen

solo. Mientras que el Derecho a la Propia imagen es el derecho a dominar, como


mínimo, la reproducción que se pudiera hacer de la imagen de uno mismo

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