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(287) XI 364.

- DE BIANOR Este donnadie, este memo, este simple criado, sí, éste, miradlo [bien,
es señor de un alma, la de otro.

(281) XI 272.- ANÓNIMO. «A invertidos» A ser hombres se han negado, aunque no se han
convertido [en mujeres. Ni han dado en ser hombres, porque padecen los sufrimientos [de las
mujeres, ni son tampoco del todo mujeres, porque participan de la [naturaleza de los
hombres. Hombres son para las mujeres y para los hombres son [mujeres.

(271) XI 53.- ANÓNIMO La rosa florece un breve tiempo; cuando pasa, si la buscas, no
encontrarás una rosa, sino espinas.

(269) XI 51.- ANÓNIMO Disfruta tu momento: todo se marchita rápidamente. Un solo verano
hace, de un cabritillo, una barbuda cabra.

251.- DEL MISMO251 En otro tiempo besos cara a cara y toqueteos previos compartíamos:
eras aún, Dífilo, un muchachito. Pero ahora por lo de detrás te suplico, pues no podremos
después: hay que aprovecharlo todo en su momento.

234.- DE ESTRATÓN234 Si de tu belleza te jactas, piensa que también la rosa florece, pero se
marchita repentinamente y con el estiércol se [desecha. Flor y belleza, pues, el mismo tiempo
obtienen por destino: a éstas por igual las marchita el envidioso tiempo.

235.- DEL MISMO235 Si envejece la belleza, entrégamela antes de que se esfume. Pero si se
queda, ¿por qué temes lo que queda darme?

211.- DEL MISMO211 Si no estuvieras iniciado todavía en lo que yo te solicito, en verdad


podrías tener miedo, al pensar quizá que es [algo terrible. Pero si la cama de tu amo te ha
hecho un artista, ¿por qué rechazas entregarte a otro para recibir lo [mismo? Pues éste
llamándote al deber, después de descargar, 5 se duerme, como señor que es, sin intercambiar
palabra. Otro placer tendrías aquí: juguetearás lo mismo y [conmigo hablarás y lo demás se te
pedirá y no se te ordenará.

205.- DEL MISMO205 Un muchacho del vecino, por completo tierno, no poco me provoca. Para
incitar mi deseo, como si no lo supiera, [sonríe. No más de doce años tiene. Ahora nadie vigila
la uva verde; cuando madure, habrá fortalezas y [empalizadas

201.- < DEL MISMO>201 Si ahora Cleónico no viene, nunca más lo recibiré yo bajo mi techo,
no, por... No lo voy a jurar. Si por haberse dormido no vino, aún puede que aparezca mañana;
por un día no me voy a morir.

196.- DEL MISMO196 Tus ojos como centellas son, divino Licino, mejor, querido, como rayos
que fuego arrojan. De frente mirarte un breve instante no puedo, pues así me fulminas con tus
dos ojos.

191.- DEL MISMO191 ¿No eras ayer un muchacho? Ni en sueños esta barba te crecía. ¿Cómo
te aconteció este fenómeno y de pelos entera se cubrió tu anterior belleza? ¡Ay, qué
[sorpresa! Si ayer eras Troilo, ¿cómo te has convertido en [Príamo?

192.- DEL MISMO192 No me gustan las melenas muy recargadas ni rizadas, que producto del
artificio y no de la naturaleza reflejan; pero sí la suciedad polvorienta del muchacho ejercitado
[en la palestra y su piel por la carne de sus miembros cubierta de grasa. Dulce sin ornamentos
es mi deseo. La engañosa belleza el artificio tiene de la femenina Pafia.
177.- DEL MISMO177 Ayer tarde Meris, a la hora en que nos despedíamos, no sé si de verdad o
en sueños, me besó. Ya los otros detalles con exactitud fui recordando, tanto lo que me había
dicho como lo que me había [preguntado. Si también me besó, no estoy seguro; pero si fue
verdad, 5 ¿cómo convertido en dios me arrastro sobre la tierra?

176.- DEL MISMO176 ¿Por qué triste, Menipo, vas cubierto hasta los pies, tú que antes por
encima de los muslos tu vestido [levantabas? ¿Por qué con la cabeza gacha has pasado
corriendo sin [saludarme? Sé que algo me ocultas: han llegado los que te decía.

171.- DEL MISMO171 Igual que te lo llevaste, devuélveme al bello peregrino Eufrágoras, Céfiro,
el más tranquilo de los vientos, y al mínimo acorta la duración de los meses. Pues hasta [una
hora en un siglo se convierte para el amante.

Los epigramas del libro XII parecen estar ordenados por topoi de la poesía pederástica y por
autores, aunque sin demasiado rigor. Algunos de estos tópicos ya eran conocidos33; otros, a
partir del epigrama helenístico, se renuevan e influirán con más fuerza en la literatura. De esta
forma la materia literaria erótica se va renovando y pervive sin agotarse hasta nuestros días.
Salvo pocas excepciones, estos tópicos son comunes con los del libro V: se atiende a la
temática erótica sin importar el destinatario (mujer o efebo) del epigrama. . Así, los suspiros,
enfados, juramentos... son semejantes y las actitudes ante el amor (el gusto por contemplar la
belleza, el goce del amor físico, el horror por el paso del tiempo...) responden a un mismo
modo de sentir tanto humano como literario.

Los tópicos eróticos del libro XII se relacionan con los comportamientos, sentimientos y
reacciones de unos erómenoi que parecen responder a seres reales más que ficticios (el
Diodoro, el Ulíades, el Heráclito, el Dión o, especialmente, el Miísco de Meleagro, o el Ciris, el
Diodoro, el Meris, el Dífilo o el Teodoro de Estratón), aunque el poeta se ponga en la piel de
otros erastés, tal como confiesa Estratón en XII 258. Algunos tópicos aparecen indicados en las
anotaciones a los epigramas, pero, de modo general, hablaremos de ellos a continuación. El
tempus fugit de la adolescencia (por ejemplo XII 32) y el disfrute inmediato o carpe diem (por
ejemplo en XII 21, 50...) aparecen asociados en varios epigramas (así en XII 16, 29, 30, 31...): la
exhortación al goce ante la brevedad de la existencia o, especialmente, ante la pérdida de la
belleza, es un tópico literario que se remonta a épocas y civilizaciones muy antiguas. Ya la lírica
griega arcaica ofrecía buenos ejemplos en la obra de Anacreonte o Teognis, y en el libro XII es
un tó- pico muy recurrente. La salida del vello en el joven, en la cara o en las piernas, indica el
ocaso de la belleza del erómenos, poniendo fin a la relación pederástica, para desconsuelo del
erastés35. También la decadencia de la belleza está plasmada en el tópico de la rosa (XII 195,
234), inspirándose, creemos, en los epigramas heterosexuales, aunque el tópico más frecuente
en los homoeróticos es el de eijsi trivce"36, es decir, la aparición del vello en el muchacho.
Junto a este tópico es frecuente ver el de la venganza de la edad sobre el altivo joven (tempus
fugit). El agón entre la pederastia y el amor heterosexual se plasma en varios epigramas del
libro XII, como 41 y 86, ambos de Meleagro. Si en el primero dice preferir el amor por las
mujeres, en el segundo, al contrario, vence el amor por los muchachos (aunque bien es verdad
que en el primer caso está enfadado por la aparición del vello en sus erómenoi). Para Estratón
(XII 245) la homosexualidad es superior a la heterosexualidad37: se basa en el predominio de
la cultura sobre la naturaleza y ofrece una visión negativa de la mujer en un momento en que
empieza a reconocérsele una importancia intelectual, económica y social. También esta
dicotomía aparece en el libro V, como, por ejemplo, 19 (Rufino), aunque en este libro la
balanza se inclina a favor de las mujeres en tanto que en el XII se produce a favor de los
efebos. Muchos ciudadanos consideraban el amor homosexual como el verdadero amor, pues
el heterosexual tenía como fin básico la reproducción y la pervivencia de la pólis. El varón
llegaba a amar a otro convencido de que para un hombre no hay mejor compañía que otro
hombre. Además, el amor a los iguales era también una virtud militar: un amante prefería la
muerte antes que mostrar cobardía ante el enemigo frente a su amigo. El motivo no es
exclusivo del género epigramático. También aparece en otras obras como, por ejemplo, en el
Erótico de Plutarco (caps. 3-9) o en la novela Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio, donde
leemos, a propósito del rapto de Ganímedes por Zeus, una interesante disertación sobre los
dos tipos de amores, defendiendo el homoerótico (II 36, 4 y 38, 2-5):

Sin embargo nunca subió ninguna mujer a los cielos a causa de su belleza (aunque Zeus haya
mantenido relaciones sexuales con mujeres), sino que a Alcmena la posee la aflicción y el
destierro; a Dánae un arca y el mar; y Sémele se convirtió en pasto de las llamas. Pero cuando
se enamora del joven frigio, le da el cielo, no sólo para que conviva con él, sino también para
que tenga la crátera del néctar; pero la anterior servidora fue privada de ese honor; pues era,
creo, una mujer. [...] En una mujer, en efecto, todo es fingido, no sólo las palabras, sino
también las apariencias externas: aunque parezca ser hermosa, es el ingenio de los indiscretos
ungüentos. Y su belleza es propia de sus bálsamos, o del tinte de sus cabellos, o, incluso, de sus
potingues. Pero, si la desnudas de la mayoría de estos engaños, se parece al grajo desplumado
de la fábula. | Pero la belleza del jovencito no está regada con los olores de las esencias, ni
siquiera por falsos y ajenos aromas, y el sudor de los niños produce un olor más grato que
cualquier perfume de las mujeres. |Y es posible, no sólo antes de la unión amorosa, sino
también en la palestra reunirse y abrazarse a todas luces, y los abrazos no dan vergüenza; y no
ablanda los abrazos amorosos con la delicadeza de sus carnes, sino que los cuerpos se resisten
fuertemente unos a otros y luchan por el placer. | Y los besos no tienen la sabiduría femenina,
ni siquiera embrujan con sus labios una dañosa estratagema; sino que él besa como sabe, y los
besos no son propios de la técnica, sino de la naturaleza. Ésta es la imagen del beso de un
chiquillo: si se solidificara el néctar y se transformara en labios, lograrías besos tales. Pero no
tendrías saciedad al besar, sino que en la medida en que satisface, tendrás aún sed de besarlo,
y apartarías la boca hasta que por placer evitaras los besos.

En la falta de correspondencia erótica, es decir, el duvserw", hay algo de súplica, pero también
de recriminación al dios Eros, cuyas travesuras y malas mañas ocasionan el sufrimiento del
poeta. El carácter pernicioso de Eros es, en definitiva, el del amor40. En este sentido, hay
numerosos epigramas en los que se conjugan los antónimos amor-odio, sin llegar a la idea del
Odi et amo de Catulo

La belleza hiperbolizada del joven es otro tópico literario frecuente. A menudo aparece el
amado como segundo Eros (XII 54, 75-78, 105...): a través de la confusión del joven con el dios
se exalta la belleza del humano. El erómenos se confunde con Eros como también, en relación
con este topos, con otros bellos erómenoi divinos (Ganímedes, Jacinto, Ampelo), e incluso con
los mismos dioses. De manera general, el poeta adopta el papel de un erastés que elogia la
belleza de un erómenos. La contemplación de la belleza provoca el enamoramiento hacia los
muchachos, a los que considera deseables porque son hermosos. El arte los retrata bien:
efebos desnudos, lampiños, proporcionados y bellos. Una variación del tópico es que el amado
puede suplir al dios en la iconografía (XII 75, Asclepíades). Los erómenoi aprovechan sus
cualidades (en la palestra, en los banquetes, pero también en la calle) para influir sobre los
amantes a través de la belleza de su cuerpo, explotando:

– su mirada41, que desencadena normalmente la pasión amorosa (por ejemplo, XII 68,
Meleagro; 93, Riano);

– su boca (bien por sus labios, por sus deseados besos o por su lenguaje) (por ejemplo, XII 22,
Escitino);

– su sonrisa (XII 125 Meleagro; 205, Estratón);

– su piel (por su color, por su brillo...) (por ejemplo, XII 7, Estratón; 94, 125, Meleagro);

– su cabello (rubios, morenos, castaños...) (por ejemplo, XII 5, Estratón);

– sus muslos (por ejemplo, XII 37, Dioscórides);

– su culo (por ejemplo, XII 6, 15 Estratón; 37 Dioscórides);

– su olor (por ejemplo, XII 7, Estratón);

– su atuendo (coronas, vestidos...) (por ejemplo, XII 176 Estratón);

– el movimiento de su cuerpo (por ejemplo, XII 93, Riano; 206, Estratón);

– su pudor (por ejemplo, XII 8 Estratón; 96, 99, anónimos), etcétera. Sin embargo, hay otros
elementos que pretenden ocultar cuando ven que su «edad florida» está llegando a su fin: el
temido vello, especialmente cuando aparece en muslos y mejillas, que implica que el joven ha
de pasar a ser el elemento activo de la relación (tanto con hombres como con mujeres). El
deseo sigue a la contemplación de la belleza, incluso los objetos inanimados se proponen
alcanzarla (por ejemplo XII 15, 208, Estratón). El amante goza y se siente afortunado (como en
XII 190, 254, Estratón), pero la mayoría de las veces sufre por la persona amada. Los efectos de
Eros sobre el enamorado se reflejan muy bien en el primer verso de XII 22 de Escitino: «Vino
sobre mí un gran azote, una gran guerra, un gran fuego», y el temor del poeta a lo que sucede,
pues en el verso 7 se pregunta «¿Qué me va a pasar?». El poeta vive su amor con conciencia
de riesgo.

. El carácter pernicioso y destructivo del amor es otro tópico erótico: es normal que en Eros se
dé una mezcla de elementos positivos y negativos, como señala su epíteto glukuvpikro"
(«dulce amargo») que representa muy bien el placer y el dolor que provoca. Este topos que
aparece en XII 153 (Asclepíades), XII 81, 109, 154 (Meleagro), también lo hace en V 134
(Posidipo) y su antigüedad puede rastrearse ya en Safo (fr. 130 L-P), Teognis (1353) o Eurípides
(Hipólito 348). Si analizamos los efectos de Eros sobre los amantes en el libro XII percibimos
una serie de recursos que acabarán convirtiéndose en tópicos literarios:

– el amor, como ya hemos señalado, es una atracción irrefrenable por la belleza, un arrebato,
un impulso arrasador (furia amoris) (comparado con el viento en XII 167, Meleagro);

– el amor es una herida punzante y dolorosa, un dardo de fuego que abrasa provocado por las
flechas y antorchas (flamma amoris) del cruel, caprichoso y juguetón Eros (como apreciamos
en XII 76, Meleagro);
– en relación con lo anterior, la herida de amor provoca una auténtica enfermedad (volnus
amoris) en la víctima: insomnio, delirios, falta de apetito, aspecto demacrado... El más
característico puede ser la fiebre, es la flamma amoris (ya en V 88 Eros aparece con el epíteto
purfovro" «incendiario») en la que también apreciamos el topos del amor como pasión, como
fuego (las brasas reticentes entre la ceniza que el poeta teme vuelvan a encenderse (así en XII
80, 82, 83, Meleagro) y que muestran el contraste entre el fuego real y el figurado a través de
la metáfora del fuego en el pecho. A menudo esas antorchas de Eros parecen identificarse con
los ojos del amante, cuya mirada «enciende» e inflama al amante como rayos del sol (por
ejemplo en XII 91, Polístrato; 93, Riano; 127, Meleagro; 161, Asclepíades; etc.); el dolor que
provoca la herida puede conducir al llanto, a renunciar al amor (ejemplos de renuntiatio
amoris aparecen en XII 90, anó- nimo; 237, Meleagro) pero las lágrimas no son capaces de
extinguir esas llamas provocadas por Eros (por ejemplo en XII 92, Meleagro); – si la
enfermedad no se cura, el amor puede producir locura (ejrotikh; maniva): impulsos
irracionales, sentimientos inexplicables, éxtasis... (así en XII 31, Fanias; 115, anónimo); los
sufrimientos amorosos no tienen fin y propician el acercamiento de Eros con la muerte (XII 73,
Calímaco; 84, Meleagro); – el amor como juego (tabas, dados...) al que siempre gana Eros
porque es invencible y no hay posibilidad de resistirse a él. Aparece también como cazador o
pescador de sus presas. El poeta se muestra impotente ante la superioridad divina y tiene que
aceptar su derrota, porque, en caso contrario, pecaría de hybris y el castigo del dios sería peor.
Por lo tanto, es vano rehuir a Eros (como se aprecia en XII 82, Meleagro).

En el terreno poético Eros se muestra como un ser irracional que no respeta la actividad
intelectual del hombre y atenta contra su modelo de comportamiento habitual. En este
sentido, puede provocar el abandono total de las obligaciones sociales e intelectuales del
poeta, pues éste no puede concentrarse, obsesionado en dedicarse al amor (así por ejemplo
XII 99, anónimo; 117, Meleagro). Ya para Posidipo (XII 98) sabiINTRODUCCIÓN 35 01:01
28/4/11 13:52 Página 35 duría y amor eran incompatibles, pues su unión provoca una
sensación de pérdida de libertad, de esclavitud (XII 84, Meleagro). La contradicción entre
pasión y razón constituye así un nuevo topos erótico. Encontramos también en el libro XII
ejemplos de «canción de alba» (la llegada del día pone fin al encuentro de los amantes y se
lanzan improperios contra la aurora42, como vemos en XII 114, 136, 137, Meleagro) y de
paraklausivquron (el amante vela ante la puerta cerrada del amado, como vemos en XII 118,
Calímaco; 252, Estratón). En estos tópicos encontramos también el del amante impaciente que
espera la llegada de otro encuentro con el amado.

Junto a los tópicos eróticos aparecen también temas sexuales, aunque éstos se muestran bajo
metáforas, juegos de palabras, equívocos eróticos o anfibologías y nunca manifestados de
forma directa. En este sentido, los epigramas son modelo de esa concisión de la que tanto
gustaban los poetas helenísticos, y de ironía. Así, en el libro XII encontramos ejemplos de: –
masturbación: XII 3, 7, 13, 22, etc. – coito anal: XII 4, 22, 33, etc. – coito intermuslar: XII 208,
etc. – felaciones: XII 190, 208, 243. – ménage à trois o sexo en grupo: XII 13, 210 (Estratón) (en
ningún momento se relaciona el erómenos con esta práctica: el primero es un encuentro
casual y el segundo un epigrama a modo de adivinanza). – prostitución masculina: XII 6, 8, 42,
43, etc. – impotencia: XII 232 (Escitino), 11, 216, 240 (Estratón) (tema en la Antología bastante
recurrente43).

EL AMOR PEDERASTA La pederastia fue una institución arraigada en diversos ámbitos de la


sociedad griega y su rasgo definitorio fundamental era la «pedagogía» del joven amado
(erómenos) por parte del amante (erastés) adulto49. La filosofía griega (Sócrates, Platón, los
estoicos) evoca una imagen idealizada de la pederastia, como un impulso puro y benéfico, libre
de contacto sexual. Plutarco, que rechaza las relaciones homosexuales (Mor. 768 e-f), acepta
la pederastia («El Amor que ha prendido en un alma bien dotada y joven culmina en la virtud a
través de la amistad», Mor. 750 d) sólo en esa faceta espiritual y filosófica de la amistad, como
una caza de jóvenes (peri; qhvran nevwn, 751 a) para guiar sus almas hacia la virtud (ajrethv)
por medio de la amistad (filiva). En su Erótico, los defensores de la pederastia disocian a Eros,
que representaría el amor puro, de Afrodita, diosa de los placeres sexuales (como también
percibimos en nuestros epigramas). Por su parte los detractores denuncian que tales
propósitos educativos, en gimnasios, palestras y reuniones filosóficas, constituían una excusa
para ocultar inconfesables deseos, aludiendo a una realidad en la que se iba más allá de los
propósitos pedagógicos. Los niños iban a la escuela desde los siete años: un fiel esclavo de la
casa los acompañaba y el pedadogo debía proteger y ayudar a su pupilo. Pero a partir de los
doce años frecuentaba los gimnasios para ejercitar su cuerpo a las órdenes del pedó- tribo. Los
hijos de los pobres salían pronto de la escuela para ayudar en el trabajo a sus padres, por lo
que la educación de los aristócratas terminaba más tarde (la pederastia se correspondería con
este momento). La propia pólis construía los gimnasios con la finalidad de que los jóvenes
estuviesen en forma y preparados en tiempos de guerra. Los pedagogos acompañaban a los
muchachos al gimnasio y se les encargaba su protección ante el acoso de los adultos, pues los
esclavos y extranjeros tenían prohibida la entrada. Aprovechando la desnudez de los cuerpos
(de gumnov", «desnudo»), tenían lugar los primeros acercamientos entre hombres adultos y
muchachos. En Grecia el desnudo se veía bien y no causaba extrañeza. Un buen ejemplo es
que en los Juegos Olímpicos, a partir del 720 a.C., se despojó a los atletas del taparrabos que
hasta entonces llevaban. La desnudez era cosa cotidiana e, incluso, elegante, que giraba en
torno al androcéntrico culto a la belleza física que imperaba en la tradición estética griega. El
cuerpo perfecto era el masculino, pero sobre todo las estilizadas formas de los llamados
efebos50. Así, los entrenamientos de jóvenes en los gimnasios eran un espectáculo erótico que
atraía a muchos mirones, el culmen del culto al cuerpo: los tersos y hermosos jóvenes
ejercitaban su sugestiva musculatura entre jardines y fuentes. La desnudez de los cuerpos más
afortunados era alabada en los frecuentes concursos de belleza y el ganador recibía como
premio un reputado puesto de trabajo en templos, además de ser invitado de honor en algún
simposio o banquete privado, al que sólo asistían hombres que hablaban y se embriagaban de
vino, atendidos por bellos esclavos que les servían las bebidas. Por el contrario, los atenienses,
que no dejaban a sus mujeres presenciar los Juegos Olímpicos, se escandalizaban porque en la
disciplinada Esparta las muchachas ejercitaban también su cuerpo desnudo junto a los efebos
en los gimnasios. La pederastia formaba, por tanto, parte de la educación, como una
costumbre que ponía al joven bajo la tutela de un adulto, y se veía favorecida por la separación
entre sexos y por la escasa consideración de la mujer. Los orígenes de esta institución se
remontan a las bélicas estirpes dorias: el guerrero maduro transmitía a su joven amante un
conjunto de virtudes militares (nobleza, lealtad, valor, compañerismo...) que consiguieron
crear unos ejércitos sólidos y valerosos (el ejemplo más célebre fue el batallón sagrado de
Tebas, organizado por el célebre Epaminondas, con trescientos soldados de elite en que
amante y amado luchaban juntos51). Era una peculiar relación de amistad y amor que vigilaba
el Estado aunque, terminado ese periodo juvenil, el muchacho debía cumplir con sus deberes
para la pólis (la procreación) para más tarde ser él el adulto erastés que inicie a un nuevo joven
erómenos. Al muchacho que no tenía un erastés se le consideraba, incluso, como asocial. El
llamado «amor dorio» es, por tanto, la encarnación sentimental de la fratría guerrera, aunque
este tipo de relación no era considerada «pederástica». Sin embargo, en sociedades que no
eran tan guerreras, como Atenas, la enseñanza de esas virtudes pasó de lo militar a lo civil, por
eso su «amor por los muchachos» o e[rw" paidikov" es esencialmente pedagógico. Si el poeta
Tirteo cantó los ideales guerreros dorios, ya Teognis de Mégara, en una elegía que dirige a su
erómenos Cirno, refiere los dos elementos básicos de la pederastia, la pedagogía y el placer:
Amar a los jóvenes es una cosa placentera, pues también el hijo de Crono, rey de los
inmortales, se enamoró en otro tiempo de Ganímedes y raptándolo se lo llevó al cielo y le
convirtió en dios, adornado como estaba con la amable flor de la juventud. Por ello no te
extrañes, Simónides, de que se me haya visto caer también a mí bajo el yugo de un bello joven.
Oh, joven, no vayas de parranda y presta más bien oído a un viejo: los jolgorios no son
convenientes para un joven52. Como ningún otro pueblo, los griegos elevaron al máximo
rango moral y social la pederastia, que se convirtió en toda una institución, sobre todo bajo el
dictamen de Solón. En Atenas el muchacho que entraba en relación con un adulto aprendía las
virtudes y los deberes del ciudadano. Un joven era susceptible de convertirse en erómenos
cuando frecuentaba la palestra y recibía una educación intelectual (retórica, leyes y filosofía) y
física (gimnasia). Este estatuto social, aunque reconocido y codificado, era propio de la
aristocracia y no un uso general. Así, era de muy buen gusto y de alto valor ético que un
erastés (así se le consideraba a partir de los veinticinco años), con su reglamentaria barba en
pico, se encaprichase de un erómenos o efebo, que según la legalidad vigente había de estar
entre los doce y dieciocho años (cfr. XII 4). El mayor se hacía cargo de la educación y de la
orientación en la vida del joven y, entre tanto, intercambiarían ambos amor y goces carnales
como ritos de paso preparatorios para la edad adulta. Se consideraba que la aparición de la
barba en el mentón del joven ponía fin a este estatuto social; entonces vendrían los deberes
conyugales del muchacho para después su renovación erótica, es decir, convertirse en erastés.
La pederastia fue, por tanto, una relación educativa entre hombres libres que terminará
convirtiéndose en un ideal estético: la belleza del joven se convierte en un alto valor, y prueba
de ello es que el amor platónico53 no es más que una sublimación filosófica del eros
pedagógico ateniense: la belleza y el trato con el erómenos es el vehículo para que el alma
retorne a la primera morada en el cortejo de los inmortales. La trascendencia de la pederastia
queda patente en las artes decorativas, con frecuentes representaciones de este tema.

El erastés era generalmente un ciudadano influyente, comprometido en la vida social y política


de la polis, a menudo casado y padre de familia, que gozaba de cierta fortuna. Asumir la carga
de una relación pederástica era costoso, especialmente en el curso de las fiestas que
clausuraban el periodo de probación, que suponía no sólo un banquete, sino también una
determinada serie de regalos como un buey (para sacrificar a Zeus), un equipo militar (como
rito de paso significaría que el muchacho se convierte en guerrero y puede defender su ciudad)
y una copa (como símbolo de que el joven puede participar del simposium). Además, el
erómenos decente sólo acepta regalos, nunca dinero, y éstos solían ser animales (gallos,
perros, liebres, pájaros...) y a veces coronas y diademas54. Los héroes más señalados en la
memoria de los griegos practicaban la pederastia: sirvan de ejemplo los tiranicidas amantes, el
joven Hermodio y el viejo Aristogitón, que salvaron Atenas de la tiranía, más que por amor a la
democracia, por un asunto de celos pasionales. La imaginación popular los convirtió en héroes,
pero ellos sólo habían querido salvar la intromisión de Hiparco, hijo del dictador Pisístrato, en
sus amores55. Debemos tener presente que en la Antigüedad las normas sexuales son
diferentes a las de hoy día. En primer lugar, éstas varían según el estatus social de cada uno
(libre / esclavo; ciudadano / extranjero; joven / viejo; hombre / mujer; rico / pobre) que, en
definitiva, no son más que relaciones de poder, pues el sistema se basaba en la dicotomía
activo / pasivo, más que en la oposición heterosexualidad / homosexualidad56. Por eso
preferimos hablar de «homoerotismo» en la Antigüedad, más que de «homosexualidad» o
«bisexualidad». La parte activa de la pareja mantenía incluso cierta consideración, pues
eyacular dentro de un hombre se suponía que otorgaba mayor virilidad. Pero el penetrado o
pasivo fue objeto de mofa y de desprecio. Sin embargo, la relación erastés / erómenos se
caracterizaría por la igualdad de estatus social y por el respeto del uno hacia el otro. Debemos
tener en cuenta que en Atenas se privaba de derechos civiles a quienes practicaban o
solicitaban la homosexualidad paciente, aunque la opinión pública la toleraba. La pederastia
admitía el coito intercrural, es decir, entre los muslos del joven, pero no el anal; sin embargo
contamos con abundantes referencias literarias e iconográficas de ambos coitos (el papel
pasivo es reprobable, por ejemplo en XII 4 y V 208, aunque parece defenderse en XII 238)57.
También la práctica del sexo oral, bastante atestiguada en el libro XII de la Antología, como
también en otras referencias literarias y numerosas pinturas vasculares, era considerada
degradante para quien la realizaba, fuera hombre o mujer. Popularmente se asignaba este
vicio a las mujeres de Lesbos (incluso se acu- ñó para esta práctica el verbo lesbiavzein)58. Por
otro lado, el travestismo parece no haber tenido mucha relevancia en una sociedad rendida al
look masculino y los homosexuales que se prostituían pasivamente, los kivnaido", eran
fácilmente identificables: iban por las calles maquillados en busca de clientes, oliendo a
perfume y untados con aceite. Evidentemente no podían ser ciudadanos. En una sociedad que
adora la belleza masculina, la oferta de prostitución fue amplia59. La frecuentaban ciudadanos
de todas las clases sociales, pues también los menos pudientes, que no tenían ni tiempo ni
dinero para los «rituales» pederásticos (acudir a la palestra, comprar regalos...), saciaban sus
gustos pederásticos recurriendo a ella60. Frente a la prostitución femenina, que alcanza a
mujeres de todas las edades, la masculina estaba básicamente reservada a los esclavos
adolescentes, pues los muchachos eran deseados antes de que les saliese el vello. Los
mercaderes importaban hermosos adolescentes de todos los rincones del mundo griego y los
subastaban en los puertos. Primero eran utilizados como compañeros de cama y luego como
esclavos para todo. Otros eran adquiridos para prostituirlos. Un célebre chapero fue Fedón de
Elis, reducido a la esclavitud tras la toma de su ciudad y que fue prostituido hasta que Sócrates
lo rescató, destacando después entre sus discípulos. Hasta tal punto estaba la prostitución
masculina tan integrada en la sociedad griega que las ciudades instauraron un impuesto, al
igual que sobre las prostitutas, sobre los chaperos y éstos, como aquéllas, eran protegidos por
la ley contra todo ataque físico. Esquines, en su discurso Contra Timarco (I 74), describe un
burdel masculino en el tribunal: si bien el cliente de una casa tal no era reprobado ni por la ley,
ni por la opinión pública, el ejercicio de la prostitución sí era socialmente vergonzoso. Por ello
se recurría a los esclavos o a los no ciudadanos, pues en Atenas si un ciudadano la practicaba
(tanto el adolescente como el adulto que le ofrecía dinero a cambio de favores sexuales) corría
el peligro de la atimía, es decir, la pérdida de los derechos cívicos públicos61. Así, se recurría a
chaperos pasivos para practicar tabúes sexuales como el coito anal o la felación, actos
degradantes para un polivth" griego y que en una relación pederástica el erastés no podía
pedir a su erómenos, futuro ciudadano. Pero la historia de la antigua Grecia se extiende a
través de varios siglos en los que las cosas fueron evolucionando y cambiando. Si en la Atenas
clásica la contemplación de la belleza propiciaba el «vuelo» filosófico, en el helenismo la
belleza va a ser un complemento del sexo. En aras de la pederastia se busca sobre todo la
belleza efímera y espléndida del muchacho. La filosofía del alma se hace más terrestre y
vulgar. El mundo helenístico trajo consigo la nueva urbe cosmopolita y la belleza se integra en
ella: adultos que contemplan a jóvenes bellos por la calle o en la palestra, hombres que
intentan «cazar» a muchachos, jó- venes interesados que buscan regalos o dinero... Ya no hay
institucionalidad, aunque el erotismo paídico fuera tolerado, cuando no elogiado. En este
sentido, los valores estatales que cimentaban la pederastia como institución caerán junto a la
pólis, cuando Alejandro Magno somete toda Grecia, dando origen a su imperio y al mundo
helenístico. La relación pederástica, aunque prestigiosa, dejó de regularse por estar asociada a
un elitismo ciudadano. Comienza así la decadencia tanto del amor dorio como del amor
ateniense. El primero es herido de muerte cuando Filipo de Macedonia destruyó en Queronea,
en 338 a.C. el batallón sagrado de Tebas. Sin embargo, no se condena la pederastia pues, por
ejemplo, Alejandro Magno besaba en público a su eunuco Bagoas o lloró desconsolado la
muerte de Hefestión, según nos cuentan Ateneo y Plutarco. De los poetas helenísticos heredan
los romanos los temas pederastas: Catulo, Tibulo, Adriano... Sin embargo, con la llegada de la
segunda sofística, aparece en las ciudades un tipo de sofista que tratará de seducir a los
muchachos, y el eros paí- dico pierde con ellos todo elemento dignificador dejando paso, con
frecuencia, a alguna forma de corrupción. Sin embargo, la pederastia comenzará a verse como
algo contra natura con la llegada del cristianismo, que vio en la decadencia de esta práctica un
buen alegato contra el paganismo. Según Brioso (1999) la pederastia entra en crisis en los
testimonios literarios en el siglo IV d.C. Nos parece interesante cerrar este apartado revisando
las referencias mitológicas de amor pederasta que aparecen en el libro XII, algo nada extraño,
si tenemos en cuenta el amplio abanico de prácticas sexuales que refleja la mitología griega. El
mito no hace más que reflejar una práctica habitual en el mundo griego especialmente si,
como diría Schiller, «en aquella época no era sagrado más que lo bello».

https://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/mayo_16/09052016.htm

http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0011437.pdf

http://www.bibliotecanacionaldigital.cl/bnd/628/w3-article-200107.html

https://www.researchgate.net/publication/261473520_Mito_y_tragedia_griega_en_la_literat
ura_iberoamericana

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