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EQUIPANDO SIERVOS

Simeón Y El Principio Del Balance1

Calvino y otros reformadores – Museo de la reforma, Ginebra


MÓDULO II
Al escribir este capítulo, varios títulos pasaron por mi mente, como ser Simeon y el Calvinismo, o
Simeon y Dónde se Debe Encontrar la Verdad, o Simeon y la Unidad del Pueblo de Dios. He optado por
Simeon y el Principio del Balance porque detrás de cada uno de estos posibles títulos, existe una
convicción fundamental que lo motivó en relación a cada una, y que también ha tenido un gran
impacto en mi forma de pensar.
CALVINISMO Y ARMINIANISMO
El asunto que dividió a muchos cristianos a fines del siglo dieciocho y a principios del siglo
diecinueve fue el debate entre el Calvinismo y el Arminianismo. Simeon vivió durante esa época, justo
cuando dos personajes sobresalientes, y guías espirituales, representaron estas posiciones aparentemente
oponentes. George Whitefield había muerto en 1779, cuando Simeon tenía 18 años y Juan Wesley en
1791, cuando Simeon tenía 32. El entendimiento de Whitefield y Wesley sobre la soberanía de Dios no
solo los separaba a ellos, sino a aquellos que - de muchas maneras - eran sus discípulos.
LA SOBERANÍA DE DIOS
Las convicciones claras y seguras de Simeon acerca de la soberanía de Dios fueron expresadas
frecuentemente a lo largo de su exposición de las Escrituras. Él no era enemigo de la esencia del
Calvinismo. En la universidad se le atacó por causa de su Calvinismo y sus convicciones Evangélicas.
Nadie dudaba que él predicara dos verdades evangélicas esenciales – la corrupción total de la
naturaleza humana y la justificación solamente por medio de la fe. En 1825 y 1816, escribió cartas
acerca de “dos de los jóvenes más excelentes” a quienes se les había “negado la ordenación por
inclinarse al Calvinismo.” Siendo siempre respetuoso a la autoridad Episcopal, escribió, “El obispo ha
actuado de forma injustificable ante ellos; pero estoy convencido de que tenía intenciones de hacer lo
correcto. ¿Cuál es el problema?” Después describió la acción del obispo como “la persecución más
cruel”.
UNA CONVERSACIÓN MEMORABLE
A pesar de ser más Calvinista que Arminiano, tampoco era un enemigo feroz del segundo. Esto se
demostró en la conversación que tuvo con Juan Wesley, la cual fue registrada por Wesley en su diario el
20 de Diciembre, 1784, la cual se cita frecuentemente. Simeon había viajado a Hinxworth, al pueblo de
Hertfordshire, a treinta millas de Cambridge, donde Wesley llevaba a cabo sus reuniones.

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Traducción: Andrew y Ángela James

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Wesley escribió, “tuve el placer de conocer al señor Simeon, un sujeto de la Universidad King en
Cambridge. Él había pasado un tiempo con el Señor Fletcher de Madeley; ambos seres muy apreciados,
que demostraban similitudes en cuando al fervor de su espíritu y la honestidad de su preocupación. Él
me dio la agradable noticia de que habían tres iglesia parroquiales en Cambridge (es decir, La Santa
Trinidad, St. Edward‟s, y la Iglesia Redonda), lideradas por varios gozosos hombres jóvenes, quienes
predican la religión bíblica.”
Tanto en el Prefacio de su Horae Homileticae como en Memoria, Simeon registró la conversación que
habían tenido, aunque de forma anónima. Esta conversación influenció muy claramente la forma en
que enfrentó las controversias entre creyentes posteriormente. “Un ministro joven, como unos tres o
cuatro años después de ser ordenado, tuvo la oportunidad de conversar de manera familiar con el gran
y venerable líder de los Arminianos; y, deseando aprovechar la ocasión al máximo, se dirigió a él de la
siguiente manera”:
“Señor,” dijo Simeon, “entiendo que a usted se le llama Arminiano; a mí a veces se me ha llamado
Calvinista; y por ende, supongo que deberíamos desenvainar nuestras espadas. Pero antes de que acepte
comenzar el combate, con su permiso, le haré algunas preguntas, no por vana curiosidad, sino por
causa de la instrucción verdadera… Ruego, Señor, ¿Se considera una criatura depravada, tan depravada
que nunca hubiera considerado volver a Dios si Dios no lo hubiera puesto en su corazón?”
“Si, ciertamente lo hago,” respondió Wesley.
“Y detesta la idea de recomendarse y jactarse ante Dios por cualquier cosa que usted pueda hacer; y
busca la salvación solamente por medio de la sangre y la justicia de Cristo.”
„Si, solamente por Cristo.”
“Pero, Señor, suponiendo que primeramente fue salvado por Cristo, ¿acaso no debe posteriormente
salvarse a sí mismo de alguna manera u otra, por medio de sus propias obras?”
“No; debo ser salvado por Cristo de principio a fin.”
“Suponiendo, entonces, que inicialmente volvió a Dios por su gracia, ¿acaso no debe mantenerse en
Dios por su propio poder?‟
“No.”
“Entonces, ¿es usted sostenido durante cada hora y cada momento por Dios, de la misma forma que
un infante en los brazos de su madre?”
“Si, completamente.”
“¿Y toda su esperanza en la misericordia y gracia de Dios han de preservarle hasta llegar a su reino
celestial?”
“Así es, no tengo esperanza fuera de él.”
“Entonces, Señor, con su permiso, volveré a envainar mi espada; porque todo eso es mi calvinismo; es
mi elección, mi justificación, mi perseverancia final; es, en esencia, lo único a lo que me aferro, y por
ende, si no le molesta, en lugar de buscar términos y frases que sirvan como base de pleito y contención
entre nosotros, nos uniremos cordialmente en aquellas cosas en las que estamos de acuerdo”.
La providencia de Dios en los cristianos que vamos conociendo, y la influencia que tales encuentros
tienen en nuestras vidas tal vez no sean tan obvias a primera instancia, sin embargo, son profundamente
importantes y ciertamente ese fue el caso aquí.
LA DISTORSIÓN DE LA VERDAD A TRAVÉS DE LOS EXTREMOS
Los extremos que distorsionaban la verdad molestaban de manera particular a Simeon. Él mantenía
que el Calvinismo y el Arminianismo eran “igualmente saludables o perniciosos, conforme a cuan bien o
cuan mal sean aplicados.” Fue este debate el que le llevó a la convicción de que, en cuestiones que
dividen a los cristianos, o en las que debaten, la verdad frecuentemente existe en ambos extremos y no
necesariamente en un punto medio.

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Él usó la ilustración de un reloj, la cual fue especialmente relevante antes de la invención de los
relojes digitales y las baterías. Si observamos la maquinaria interna de un reloj antiguo o un viejo reloj
de bolsillo, vemos ruedas moviéndose en diferentes direcciones. No necesitamos entender el mecanismo
de funcionamiento para poder beneficiarnos de que el reloj nos indique la hora correcta. “¿No sabías,
mi querido hermano,” le dijo a un amigo, “que las ruedas de tu reloj se mueven en direcciones
opuestas? ¿Y aun así trabajan en coordinación para obtener un mismo resultado?”
Expresó su convicción más profundamente en el prefacio de Horae Homileticae: “‟Él no tiene duda
alguna de que existe un sistema en las santas escrituras (porque la verdad no puede ser inconsistente
consigo misma;) pero está persuadido de que ni los Calvinistas ni los Arminianos tienen posesión
exclusiva de ese sistema. Él está dispuesto a pensar que el sistema de las escrituras, sea este cual sea, es
de carácter más amplio y exhaustivo del que algunos teólogos exactos y dogmáticos tienen la inclinación
de permitir: y estos, al igual que las ruedas de una compleja maquinaria, se mueven en direcciones
opuestas, y aun así persiguen un mismo fin. Así también las verdades aparentemente opuestas pueden
ser perfectamente compatibles la una con la otra, y perseguir el mismo propósito de Dios para lograr la
salvación de los hombres.” Entender este principio, afirmó Simeon, traerá a su fin las muchas
controversias y la “amargura polémica”, y dará lugar a “harmonía de fe y doctrina”.
APLICACIONES DEL PRINCIPIO
Los sermones y los escritos de Simeon proveen un gran número de ilustraciones acerca de la
existencia de la verdad que se encuentra en ambos extremos y no en un punto medio. La primera y
principal aplicación, como hemos visto, fue para el debate Calvinista y Arminiano, ya que él estaba
convencido de que los diferentes énfasis, tanto de los Calvinistas como de los Arminianos, al rechazar
este principio, no les permitía ver el hecho de que en realidad estaban en harmonía.
Usando nuevamente la ilustración de las ruedas de la maquinaria que van en in direcciones opuestas,
declaró, “Un partido ha usado todos los pasajes que representan a un Dios soberano, otorgando sus
bendiciones de acuerdo a su propia voluntad y placer, y ha hecho que toda la escritura se doblegue ante
ellas: el otro partido ha hecho lo mismo en relación a los pasajes que hablan de la libertad de la voluntad
humana, y de los que hablan del hombre como el único autor de su propia condenación. Ningún
partido parece captar en sus mentes que los pasajes que usan en oposición al otro grupo, podrían, al
igual que las ruedas moviéndose en direcciones opuestas, estar en perfecta harmonía el uno con el otro;
y que podrían ser una subordinación, donde ellos no ven nada más que oposición directa. Si se les
llevara a considerar esto, serían más sinceros en su interpretación de las opiniones de los demás, y más
cautelosos de lucha en contra del simple y obvio significado de pasajes que no pueden encajar en su
propio sistema exclusivo”.
En 2 Timoteo 2:15, Pablo anhelaba que todos puedan “usar bien la palabra de verdad.” Simeon
expresó sus ideas más claramente en el prefacio al Horae Homileticae: “Muchos suponen que las
doctrinas de la gracia son incompatibles con las doctrinas del libre albedrío del hombre; y que por lo
tanto, una de las dos debe ser falsa. Pero ¿Por qué? ¿Puede algún hombre dudar por un momento si es
libre o no? Esto significaría dudar de su propia existencia. Por el otro lado, ¿podría algún hombre, con
la más pequeña chispa de humildad, afirmar que „él se distingue de los demás por su propia capacidad,
y que posee algo que no ha recibido‟ de un poder superior? (1 Corintios 4:7) ¿Sería alguien capaz de
rehusarse a decir con el apóstol, „por la gracia de Dios soy lo que soy‟? (1 Corintios 15:10)”.
“En la misma medida en que los hombres difieren con respecto al origen de la obra de la gracia, lo
hacen también con respecto a la manera en la que debe llevarse a cabo; algunos afirman que Dios se ha
unido a nosotros para “perfeccionarnos;” y otros, que incluso San Pablo tenía razón para temer “a fin de
que él mismo no sea desechado.” ¿Pero porque deberían estas cosas ser consideradas incompatibles?
¿Acaso no siente todo hombre dentro de sí mismo una debilidad, una tendencia a caer? ¿Acaso no siente
todo hombre que hay suficiente corrupción dentro de sí mismo para llevarlo a realizar las más grandes

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perversidades, y destruir su alma eternamente? El que niega esto tiene poco conocimiento de su propio
corazón. Por otro lado, ¿quién que se atiene a los caminos de la piedad, no reconoce que su fidelidad se
debe a la influencia de la gracia, la cual recibió de Dios; y busca diariamente a Dios para obtener más
gracia, para que él sea “guardado por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación?” (1
Pedro 1:5). Ningún hombre podrá parecerse a los santos de las Escrituras, de ninguna manera, al
menos de que tenga esta disposición. Entonces, ¿Por qué están estas cosas en oposición la una de la otra,
para que cualquiera que proponga uno de estos puntos tenga la necesidad de convertir y explotar al
otro? Solo deje que cualquier persona piadosa, ya sea Calvinista o Arminiana, examine el lenguaje de
sus oraciones después de haber derramado su corazón ante Dios devotamente, y encontrará que sus
propias palabras van casi en perfecta consonancia con la precedente afirmación. El Calvinista estará
confesando la extrema depravación de su naturaleza, junto con su debilidad y tendencia a caer; y el
Arminiano estará glorificando a Dios por todo lo que es bueno dentro de sí, y encomendará su alma a
Dios, para que el que ha establecido el cimiento de su propio templo espiritual, pueda también
terminarlo.”
Simeon argumentaba que las verdades del evangelio deben ser sostenidas en un equilibrio, un
balance claramente demostrado en la misma Biblia. Convencido de la perfecta concordancia que existe
entre las obras de Dios de providencia y gracia, estaba interesado en que sean declaradas de tal forma
que beneficien los espíritus de hombres y mujeres en lugar de complicarlos. Él escribió, “Parece haber
una perfecta concordancia entre las obras providenciales de Dios y la gracia: en la primera, “él hace
que todas las cosas salgan de acuerdo al consejo de su propia voluntad,” sin embargo, deja a los
hombres como personas completamente libres en todo lo que hacen; para que a través de la segunda
obra, él lleve a cabo su propio propósito eterno, tanto en el llamado, como en el sustento de sus elegidos;
sin embargo, nunca restringe a ninguno de ellos, lo cual no es perfectamente compatible con las
operaciones más libres de sus voluntades”.
EXPRESIONES DE BALANCE EN LAS PRÉDICAS DE SIMEON
La ilustración más poderosa que dio Simeon en cuanto al encontrar la verdad en ambos extremos, en
lugar de buscar reconciliarlos en un punto medio, fue la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo. En Juan
5:40, Jesús dice, “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”, y en Juan 6:44 dice, “ninguno puede
venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Al predicar sobre Juan 5, Simeon no dudó en “echarle
toda la culpa por la condenación del hombre a la obstinación de su propia voluntad depravada” y no
“consideró necesario suavizar el tema con lindas distinciones, simplemente para apoyar a cierto
sistema.” “Por el contrario,” cuando predicó sobre Juan 6:44, no dudó en declarar en la manera más
completa posible, “que no tenemos poder para hacer buenas obras que le sean agradables y aceptables a
Dios, sin la gracia de Dios” – una verdad importante que no quiso “suavizar, ni mitigar, ni
desperdiciar.” En lugar de poner las dos verdades en oposición, quería deleitarse en ambas “con el
mismo placer”.
Su introducción a un sermón sobre 1 Timoteo 2:3 y 4: „Dios nuestro salvador… quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” resume su convicción en cuanto al asunto,
“Es lamentable ver cómo los hombres, en cada época, han luchado y combatido contra las Santas
Escrituras, para hacerlas hablar el idioma de sus propios credos particulares. Algunos, opuestos a la idea
de que Dios debería expresar su buena voluntad a todos los pecadores de la humanidad, limitan la
palabra “todos,” y hacen que no signifique nada más que algunos en todas las descripciones y
personajes; mientras que otros corren a un extremo contrario , y a partir de esta expresión deducen que
nadie jamás perecerá. Sería mejor, si, en lugar de luchar por los sistemas humanos, y especialmente por
los de Calvino y Arminianismo, nos contentáramos con recibir las Escrituras con la simplicidad de
niños: porque después de que todo se haya escrito y dicho en defensa de esos dos sistemas prominentes,
es imposible reducir a las Santas Escrituras a una o a la otra: ya que en ambas hipótesis, hay dificultades

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que jamás serán superadas, y contrariedades que el hombre nunca podrá reconciliar. Es al tratar de ser
sabios, por encima de lo que está escrito, que nos involucramos en todas estas dificultades.
“Si nos contentáramos con aceptar las Escrituras como están, y dejar el reconciliarlas en manos de
Dios, por la inspiración de quién están escritas, las encontraríamos admirablemente calculadas para
producir los fines para los cuales fueron diseñadas. ¡Qué delicia es esta verdad revelada! ¡Y cuán
extraño es, que, en lugar de disfrutarlo, y adorar a Dios por ello, los hombres lo toman y lo único que
hacen es convertirlo en la base de una contención mordaz! Doy gracias a Dios de que todas las
Escrituras, sin importar su alineamiento, son igualmente aceptables para mí; y que, sin importar que
delineen la soberanía o la misericordia de Dios, estoy igualmente preparado para ir en pos de ellas,
conforme con su plan y significado obvio. Al acudir al original, con frecuencia logramos aclarar nuestro
entendimiento, pues la traducción pocas veces comunica la idea precisa. El pasaje ante nosotros, por
ejemplo, no comunica en el original de ninguna manera una determinación secreta en Dios, sino solo
una disponibilidad, de que todos deberían ser salvos: es precisamente una idea paralela con la que fue
comunicada por San Pedro, cuando dice, “Dios es paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Y esta es la razón asignada a nosotros
por la cual Dios quiere que oremos por todas las personas. Nuestras intercesiones para ellos son
agradables y aceptables a él, porque “él quiere salvar a todos,” sin excepción y sin reserva.”
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
Otra aplicación de este principio es el balance que se relaciona a: la perseverancia de los santos y la
posibilidad de naufragar en la fe. “Digamos que una persona dijera,” imaginaba Simeon, “‟No necesito
tener cuidado con mi conducta; porque Dios ha empezado una buena obra en mí, y se ha comprometido
a perfeccionarla hasta el día de Jesucristo:‟ Si empezáramos a exaltar el pacto de la gracia, y a presentar
la verdad de Dios en sus promesas, reconoceríamos el error de este hombre en el momento que empezó
a convertir la gracia de Dios en libertinaje. Pero si nosotros le advirtiéramos del peligro de ser entregado
a una mente reprobada, y de perecer bajo una carga acumulada de culpa, deberíamos contrarrestar su
disposición pecaminosa y estimularlo a huir de la ira venidera. Por otro lado, si una persona humilde se
encuentra caída y abatida bajo el sentimiento de sus propias corrupciones, y nosotros ponemos ante Él
todas nuestras amonestaciones y advertencias, terminaríamos por “Quebrar la caña cascada, y apagar el
pábilo que humea:” pero si nosotros le revelamos la plenitud y estabilidad del pacto de Dios; si nosotros
nos enfocamos en los intereses que Cristo toma en su pueblo, y el compromiso de que nadie los
arrebatará de su mano; es obvio, que nosotros deberíamos tener una actitud cordial con su espíritu
desvaneciente, o (como Dios requiere de nosotros) deberíamos „fortalecer las manos débiles, y confirmar
las rodillas tambaleantes, y confortar el corazón temeroso.‟”
EL GOBIERNO DE LA IGLESIA
El principio del balance, y de que la verdad se encuentra en ambos extremos, se aplica al gobierno de
la iglesia. Tristemente, con frecuencia los cristianos se encuentran más dominados por sus puntos de
vista del gobierno de la iglesia que por su lealtad a nuestro Señor Jesucristo. Por ejemplo, se nos etiqueta
como episcopales, presbiterianos, congregacionales e independientes, según cómo consideramos que los
cristianos deberían gobernar su vida corporativa. Si bien el Nuevo Testamento establece principios, no
nos provee de un patrón dogmático del gobierno de la iglesia, tal vez porque el propósito de Dios es el
de dar flexibilidad de acuerdo a los tiempos y las circunstancias. Como Simeón decía, “No hay una línea
precisa en las escrituras con respecto al gobierno de la iglesia: sin embargo la iglesia cristiana está llena
disensiones y animosidades, porque todos dogmatizan por otros, en lugar de concederse el uno a otro
libertad para juzgar por ellos mismos, y contentarse con esa dogma apostólica, „deja que todas las cosas
sean hechas decentemente y en orden‟.”

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EL PRINCIPIO DEL SÁBADO
El principio se aplica de igual manera a nuestra actitud hacia el domingo y guardar un día especial;
un asunto común en la época de Simeón, como también en la nuestra - aunque en un contexto
diferente. Algunos enfatizan un principio de cumplimiento estricto del sábado, mientras que otros
argumentan que el cumplimiento del domingo no tiene carácter obligatorio para el individuo ni para la
iglesia, así desafían la teología que ha sido desarrollada para justificarla. La cantidad de literatura es
vasta y compleja, frecuentemente confundiendo al cristiano ordinario.
El balance de Simeon, expresado en una carta que le escribió a una persona que se preocupaba por el
asunto, es uno que debemos imitar. “Mis puntos de vista son los siguientes: que el cumplimiento
espiritual del sábado debe ser igualmente estricto que siempre: pero que el cumplimiento ritual no.
Juan vino sin comer ni beber: Cristo vino comiendo y bebiendo; lo cual le llevó a realizar su primer
milagro en el banquete de la boda: ¿Y por qué? Para mostrar el carácter de su dispensación, contrastado
con la que debía sustituir. (Por supuesto entenderás que me refiero al espíritu liberal de éste, en
oposición al espíritu servil del otro.) La ocasión en la que cenó en un sábado con un gran grupo de
personas demostró lo mismo.”
“Mi perspectiva definitiva sobre la pregunta es la siguiente: en mi propio hábito personal soy tan
estricto como la mayoría: pero en mi juicio, como ante Dios, creo que muchos personajes religiosos –
ministros como también otros- están en error. Creo que muchos judaízan demasiado y, si vivieran en los
tiempos de Jesús, en muchas ocasiones se hubieran unido a los fariseos que condenaron a nuestro Señor.
Nótese bien, no creo que su error se relacione al actuar según sus propios principios, (en esto están en lo
correcto;) Sino que su error es hacer que su propio estándar sea un estándar para todos los demás. Este
es un mal prevalente entre personas religiosas. En términos prácticos, los argumentos son los siguientes:
yo no salgo a caminar el sábado; por lo tanto un artesano no puede salir a caminar a sus campos por
una hora en ese día. Ellos se olvidan que el pobre hombre está encerrado todo el resto de la semana, al
contrario de ellos; y que ellos mismos caminarán en sus propios jardines, mientras que los pobres no
tienen ningún jardín para caminar. En esto, no creo que actúen contra otros como ellos esperarían que
otros actúen hacia ellos si la circunstancia fuera diferente: y si tu hermano limitara su descanso a la
cantidad necesaria para su salud, o al que materialmente conduce a esta, estaría de acuerdo con él y
clasificaría sus obras de necesidad o de caridad.”
“Una vez más, no estoy preparado para pronunciar anatemas o lamentaciones si, en épocas de
mucha presión, los ministros de estado ocasionalmente - y de manera callada - disponen de una o dos
horas para realizar reuniones durante el día Domingo. No lo recomiendo; pero tampoco no lo condeno.
Ellos no tienen control sobre su tiempo. Las relaciones públicas pueden producir mucha presión y
pueden demandar reuniones inmediatas con la misma urgencia que un buey o un asno necesitan
rescate de un hoyo en el que pueden haber caído; y creo que el amor hacia el país de uno mismo puede
justificar un alejamiento temporal del cumplimiento ritual del sábado, al igual que el amor o la
misericordia por una bestia. De hecho, si los más escrupulosos examinan sus propias mentes, y la
verdadera espiritualidad de sus propias conversaciones por dos o tres horas durante alguna parte del
sábado, encontrarán que no tienen base, sin importar cuál sea su disposición, de lanzar una piedra al
pobre con su familia, o al ministro de estado con sus colegas. Una vez más, puede ser que ellos estén en
lo correcto: pero eso no significa necesariamente que los otros, que piensan y actúan de diferente
manera, están en lo incorrecto. Aquellos que comieron carnes ofrecidas a ídolos, y los que se rehúsan a
comer, ambos estaban en lo correcto si actuaban conforme al Señor; así como aquellos que observaban
ciertos días, y aquellos que no lo hacían, los cuales bajo la dispensación judía fueron prescritos.”
“Le diré lo que considero la regla perfecta: deja que todos juzguen por si mismos en relación al
cumplimiento ritual de tales asuntos; los fuertes no aborrezcan a los débiles, y los débiles sean pacientes
al ser juzgados por los fuertes. Este será el mejor y más seguro cumplimiento de las responsabilidades de

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cada grupo, ya sea a Dios o a los hombres: a Dios, quien ha dicho tendré misericordia y no sacrificio. Y
al hombre, el cual debería ser dejado para aprobación o reprobación de su propio amo.”
“Cualquiera que descuide las responsabilidades espirituales del día ciertamente esta en lo
equivocado; así como cualquiera que considera el cumplimiento ritual como una carga. Pero el judaizar
con exigencias fariséicas no está bien; y tampoco el condenar a otros por no actuar según ese estándar,
yo pienso que esto es muy indeseable.” Si mantenemos el balance de Simeon, no lo inundaremos con lo
mundano ni lo paralizaremos con lo prohibido. Veremos el domingo como una oportunidad para
demostrar nuestro amor por Dios y como un día de mercado para el alma, no como una carga tediosa,
sino como un medio de gracia, haciendo lo especial sin caer en el legalismo.
VIVIENDO EN EL MUNDO SIN SER DEL MUNDO
Otra área de la vida para aplicar el principio del balance es la de estar muertos al mundo, por un
lado, y el no separarnos del mundo, por el otro, donde no tenemos ningún impacto para el bien sobre las
personas del mundo. Teniendo en cuenta la amonestación de Pablo en Romanos 12:2 de ya no
conformarnos al patrón de este mundo, Simeon preguntó, “¿Quién determinará un límite preciso en
todo, y dirá „hasta este punto puedes llegar, pero no más allá‟? ¿Quién se encargará de decirle al pobre,
„no debes visitar a tu vecino pobre:‟ o al caballero, „no debes ser cortés con otro caballero:‟ o a tu
prójimo, „no debes mostrar el respeto acostumbrado a tu prójimo?‟ En mi mente, es cuestión de grados
en cuanto a los hechos se refiere; y una cuestión de inclinación en cuanto se refiere a los hábitos.”
“En los hábitos de nuestra mente, deberíamos estar completamente muertos al mundo; pero en
nuestros hechos no estamos llamados a separarnos de todas las personas impías de tal manera que no
tengamos ningún tipo de interacción con ellas; porque entonces, como dice el apóstol, „debemos salir del
mundo;‟ mientras que nuestro bendito Señor oró „no ruego que los quites del mundo, sino que los
guardes del mal.‟ Si pensamos que al salir del mundo nos libraremos de todas las dificultades, estamos
equivocados. Podemos cambiar nuestras dificultades; pero no nos despojaremos de ellas por completo;
ni es un bien incondicional el que lograremos al tener esta conducta. Puede ser que facilitemos nuestro
propio caminar: pero, si ponemos una piedra de tropiezo en el camino de las multitudes, no tendremos
ninguna razón para gloriarnos en la decisión que hemos tomado. En mi opinión, no logramos honrar a
Dios abandonando nuestra situación en la vida, sino siendo ejemplos en medio de ella, y buscando
oportunidades para su gloria. Y, si deseamos buscar su gloria, y oramos sinceramente a Dios para que
nos dé su gracia para hacerlo, podemos esperar que Él nos guiará en todo nuestro camino, y que nos
sostendrá por medio de su poder para que nuestros pasos no resbalen.”
“El aislarnos completamente del mundo, y poner nuestra luz debajo de una mesa, es lo más fácil:
pero el ser „intachables e inocentes como hijos de Dios, irreprensibles en medio de una nación perversa
y depravada, brillando entre ellos como luces en el mundo, y llevando hacia adelante entre ellos la
palabra de vida,‟ (Filipenses 2:15-16) es, en mi opinión, más digno de nuestro testimonio, mas
honorable a nuestro Dios y de mayor beneficio al bienestar de aquellos a quienes estamos buscando.”
Simeón tenía sus propias batallas que debía pelear en cuanto a este asunto, siendo que venía de un
trasfondo donde los placeres del mundo eran importantes y donde había probado la mayoría de ellos.
“Hasta cierto punto sé lo que la bendita palabra de Dios dice en relación a nuestra separación del
mundo, y hasta cierto punto conozco la conducta que define mi propia situación en la vida.” Pero
vacilaba y era tímido en cuanto a definir la conducta de otro. “Mis propios hábitos en lugar de
inspirarme con confianza en relación a otros, solo me hacen más tímido.” La sabiduría y el amor
dictaban su actitud.
MISIONES - SUS MIEMBROS Y LOS COMITÉS QUE LAS DIRIGEN
Una última aplicación de este principio viene de una esfera completamente diferente – la relación de
lo que a veces parece ser la prioridad en competencia de los comités de las sociedades misioneras y de
sus miembros en el campo misionero. Como hemos visto, Simeon estaba muy involucrado en un gran
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número de organizaciones misioneras, especialmente entre los judíos en la India. Inevitablemente tales
esfuerzos requerían de la participación activa del pueblo de Dios en su país natal para apoyar a aquellos
que trabajaban en esas áreas y esto implicaba la organización de comités. Pero siempre se corre el
peligro de que los comités se vuelvan demasiado importantes y se olviden de las necesidades prioritarias
de aquellos a quienes representan. Aplicando este principio de balance, Simeon enfatizaba en que ambos
son de igual importancia en su lugar.
Las sociedades no son nada sin sus representantes y los representantes son dependientes de sus
comités. Por lo tanto no deberían considerarse rivales. Lo expresó de la siguiente manera: “Las
sociedades son como los gabinetes de ministros, quienes envían ejércitos. Ellos se quedan en casa, y
reciben cierta parte del crédito: pero son los ejércitos los que dan el golpe, y los que son instrumentos de
Dios para nuestro bien. Sin embargo los gabinetes son importantes, a pesar de que en algunos casos
puedan equivocarse en sus decisiones… y si todos los comités fueran más fervientes en la oración,
pidiendo la dirección de Dios, les iría mejor. Aun así, los comités deben existir, así como los gabinetes; y
donde hay hombres, habrán equivocaciones, y errores, así como también enfermedades; y si nuestra
expectativa de los hombres refleja nuestro entendimiento de la enfermedad humana, seremos menos
afectados por sus errores… no esperemos demasiado del hombre; pero miremos solamente al Señor,
para actuar a través de ellos, o sin ellos, o en contra de ellos, como a Él le plazca. Estaremos agradecidos
por todo lo bueno que Él hace, ya sea por medio de individuos o sociedades: porque ya sea que Pablo
siembre, o Apolos riegue, es „solamente Dios el que da el crecimiento.‟ Y mientras nuestros deseos sean
engrandecidos a lo máximo, moderaremos nuestras expectativas; (la regla del promedio puede ser
utilizada aquí) y no permitamos que nuestro gozo nos gobierne de tal manera que disipe nuestras penas,
ni que nuestras penas nos gobiernen y así abrumen nuestro gozo.”
UN ENFOQUE APROPIADO Y RAZONABLE
Simeon estaba convencido de que su principio de balance era especialmente apropiado cuando se
trataba de manejar las verdades de las escrituras. En lugar de escoger entre dos perspectivas
aparentemente opuestas, es mejor “fijarse con el mismo agrado en ambas” y afirmar las “verdades
aparentemente opuestas de la manera simple y sencilla de las escrituras, que entrar en sutilezas
escolásticas que han sido inventadas para sostener los sistemas humanos.” Él estaba enterado de que
“aquellos que son apasionados defensores de un sistema u otro de religión estarán preparados para
etiquetarlo como inconsistente: pero, si él habla en conformidad exacta con las escrituras, él descansará
en la vindicación de su conducta simplemente en base a la autoridad y el ejemplo de los escritores
inspirados. Él no tiene ningún deseo de ser sabio por encima de lo que está escrito, ni orgullo para decir
que puede enseñar a los apóstoles a hablar con mayor propiedad y exactitud que lo que ellos han
hablado.” La aplicación de este principio significó que en algunas cosas él aparentaba ser
extremadamente calvinista y en otras fuertemente arminiano.
Además de tener un enfoque apropiado, Simeon creía que era eminentemente razonable. Él
consideraba que estos sentimientos eran confirmados en la práctica clara de Pablo de administrar la
palabra de Dios a creyentes a la luz de su entendimiento de su estado espiritual, dándoles “leche o
alimento sólido,” según su habilidad de digerir y aprovechar.‟ El añadió, “en cuanto a esto podemos
decir, que las doctrinas de la libertad humana, y la debilidad humana, junto con los otros principios
fundamentales del cristianismo, son la leche que aquellos que son „bebes en Cristo,‟ deben recibir: pero
que las doctrinas de la gracia o „las cosas profundas de Dios,‟ son alimento sólido, el cual nadie puede
digerir, al menos de que haya alcanzado cierta estatura en la familia de Cristo. Tienen su sentido
espiritual ejercitado en el discernimiento del bien y el mal: y eso, como alimento sólido, que nutriría a
un adulto, destruiría la vida de un infante; y la leche que nutriría al infante, sería alimento inadecuado
para mantener a un hombre cargado de trabajo duro. Así es con respecto a los puntos que hemos estado
considerando. O, si se nos permite variar levemente la ilustración, un tipo de verdades son alimento

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apropiado para ser administrado a todos; mientras que el otro es complementario para el sustento y
consuelo de aquellos que lo necesitan.”
Convencido de que gran parte de la controversia y polémica amarga que separa a verdaderos
creyentes nace de la sistematización, él sintió que era claramente razonable pensar que nuestro
compromiso no debería ser tanto a posiciones con respecto a doctrinas particulares sino a la totalidad de
las escrituras y que deberíamos argumentar en base a las escrituras en lugar de hacerlo en base a los
argumentos básicos de una posición teológica. Él estaba comprometido con la revelación de Dios sin
importar donde le lleve, siempre volviendo a las escrituras como un niño deseando aprender. Esto
explica por qué trataba lo más que podía de desligarse de nombres y partidos, y la razón por la que
tenía tanto cuidado de ser leal o de unirse a cualquier sistema humano que significaba que no podía
aferrarse a cada parte de la palabra de Dios.
UNIDAD CRISTIANA
Esta determinación y forma de pensar nos da una pauta poderosa sobre la contribución de Simeon en
cuanto a la unidad cristiana. El peligro con los sistemas de teología sistemática es que se vuelven
exclusivos en las mentes de sus proponentes, no permitiendo ninguna otra idea como compatible.
Pueden dar a luz una actitud de infalibilidad cuando presentamos nuestras ideas y un falso juicio de los
demás. Las verdades que deberían edificar a los creyentes, y unirlos, se convierten en una piedra de
tropiezo y una causa de división. Como resultado de nuestro compromiso a los sistemas teológicos en
lugar de a las Escrituras, nos encontramos demasiado prontos a juzgar a otros, al contrario de las
intenciones de Dios que nos dicen que no deberíamos hacer eso, y sobre todo cuando se trata de temas
secundarios. Simeon se entristecía con la desunión entre los creyentes de su época y de la manera
mordaz en la que somos capaces de hablar de otros creyentes.
Su preocupación era la de unir, en lugar de dividir a los creyentes, y como tal, estaba dispuesto a
pasar por alto las menores diferencias de opinión para unirse en reivindicar las grandes doctrinas de la
salvación, por la gracia, por medio de la fe en Cristo. Él afirmaba vigorosamente que concurrir en base a
las Escrituras y no así en base a otra cosa, no tratando de ser sabios por encima de lo que está escrito, es
la forma de evitar muchas de las controversias y argumentos que echan a perder la comunión y
deshonran el testimonio de la Iglesia a la verdad que se encuentra en Cristo Jesús. Él se lamentaba de
que, por medio de las divisiones innecesarias entre el pueblo de Dios, podría aparecer que Cristo había
venido a introducir la división, no accidentalmente, sino intencionalmente; no en cuanto a una
separación de su pueblo del mundo, sino por medio de la alienación del corazón entre ellos mismos.
Pero cuando los puntos de vista de los asuntos secundarios son tomados moderadamente, la unidad se
preserva porque la controversia innecesaria se evita. Parte de su adhesión a la Iglesia de Inglaterra se
explica por la moderación de sus 39 artículos, y su habilidad de incluir tanto a Calvinistas como a
Arminianos. Si nos encontramos en desacuerdo con él, debemos preguntarnos si es a causa de que nos
aferramos a un sistema humano de teología – sin importar cuán bueno sea – o por nuestro lazo a las
Escrituras y su balance.
Tal vez la última verdad subyacente detrás del enfoque de balance de Simeon fue su determinación
de actuar en el espíritu de las últimas palabras de la carta de Pablo a los Efesios: “la gracia sea con todos
los que aman a nuestro Señor con amor inalterable.” Sin importar nuestros puntos de vista, el amor
debe caracterizar nuestra conducta y presentación de la verdad. Él estaba muy consciente del peligro de
juzgar a otros creyentes en lugar de amarlos y de que la prueba de su amor por su Maestro era
reconocer y amar a todos los que le pertenecen.
Al recordar cómo el celo había distorsionado sus juicios cuando era joven, hizo un comentario
interesante en una carta que escribió en Mayo de 1823, a la edad de sesenta y tres: “La diferencia entre
los ministros jóvenes y los ancianos, en general, consiste en esto; que las declaraciones de los primeros
son torpes e inapropiadas, mientras que las del segundo grupo tienen tales limitaciones y características,

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solo a la medida que las Escrituras las autoricen y los temas lo requieran. Las doctrinas de la salvación
por medio de la sola fe y de la predestinación, etc., con frecuencia, son afirmadas como tal, en términos
humanos, y se convierten en una piedra de tropiezo para miles; mientras que, cuando son afirmados
escrituralmente, se aprueban a sí mismas ante aquellos que han tenido la mayor cantidad de prejuicios
contra ellas.”
También resaltó de otra forma que si nos dejamos desviar con los asuntos fundamentales del
evangelio a temas sobre los cuales los creyentes pueden legítimamente tener diferentes perspectivas,
podemos ser alejados de la centralidad de la Cruz y de las doctrinas prácticas que la Biblia nos presenta.
Si nos dejamos distraer de las verdades principales del evangelio, podemos llegar a ser culpables de
dormir mientras hombres y mujeres perecen. Pon al centro la doctrina de la Cruz, y todo lo demás caerá
en su lugar. Debemos recordar que Simeon era un hombre centrado en el evangelio.
MODERACIÓN BÍBLICA
Al momento de su muerte, Daniel Wilson, el Obispo de Calcuta atrajo una atención especial a la
moderación – o balance - de Simeon. Él declaró, “Era caracterizado por su moderación en relación a
cuestiones oscuras y dudosas conectadas a las verdades esenciales.” (Estas verdades esenciales eran las
doctrinas de la Caída y la Recuperación del Hombre, la Expiación de Cristo, las obras del Espíritu, la
Justificación por medio de la fe, la regeneración progresiva, la Santificación por medio de la gracia, el
amor santo a Dios y el hombre, y todas las buenas obras como el fruto de la fe, los cuales le siguen a la
justificación.)
Él tenía “la verdadera moderación escritural, la cual surgía de un entendimiento de la ignorancia
profunda del hombre, y del peligro de intentar ir un paso más allá del dote claro y obvio de la
revelación divina. En este sentido fue moderado.”

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