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Teatro Emocional

El Teatro como herramienta integradora

“A menudo, en el origen de toda marcha creadora hay una herida. Esta herida nos ha alejado de algo que era
vital para nosotros y esto ha marcado a una parte de nosotros que permanece en exilio en lo más profundo de
nuestro interior”.

Eugenio Barba

Desde la creación y consolidación del teatro como una de las grandes artes plásticas, la gente dedicada al oficio,
los autores, directores y esencialmente los actores, han sentido la necesidad de perfeccionar una técnica que les
permita acercarse emocionalmente al público.

La necesidad obvia es la de transmitir mejor el mensaje de la obra representada a la audiencia que los observa.
Se trata, por supuesto, de una labor de comunicación, con la dificultad añadida de que el intérprete “tiene que
hacer suyo” el mensaje que previamente ha escrito o diseñado otra persona.

El actor, como vehículo representante, tiene por tanto dos grandes tareas ante si: hacer suyo un personaje ajeno
y hacer llegar al observador el mensaje de este personaje. Su trabajo va, por tanto, por dos vías: una, interna,
integrando lo mejor posible las características de este personaje; y otra, externa, representando lo que a este
personaje le sucede.

Para profundizar en ambas vías, la gente del teatro ha ido desarrollando a través de la historia diversas formas
de trabajo: ejercicios, dinámicas y maneras de estar en la escena que han ido creando diferentes tradiciones y
enfoques profesionales. En este sentido, se han creado escuelas que atienden más al trabajo “desde dentro”,
desde el mundo emocional del actor (“método” Stanislavsky, Actor’s Studio); otras que prefieren dar prioridad al
trabajo corporal como vía de entrada al personaje (Meyerhold, Grotowski, Eugenio Barba, la commedia
dell’arte); y otros enfoques que trabajan más con lo externo (teatro de sombras, máscaras) o incluso la
incongruencia (teatro del absurdo). Todo para, de alguna manera, llegar a conmover al público.

Todas estas vías, por supuesto, contemplan el trabajo corporal y emocional del actor como algo imprescindible
para desarrollarse como profesional. Este entrenamiento redunda en el desarrollo de la capacidad corporal y
emocional del actor como persona, más allá de la profesión, y es de este matiz del que se han comenzado a
nutrir cada vez más diversas escuelas de crecimiento personal, para incluir el Teatro como herramienta de
trabajo de autoconocimiento.

En este campo, destaca el trabajo del Living Theatre de Julian Beck y Judith Malina; el psicodrama de Jacob Levy
Moreno; la psicomagia de Alejandro Jodorovsky; o la dramatización gestáltica de Ramón Resino; todas ellas vías
de trabajo personal y liberador para el ser humano.

El Teatro, por tanto, posee un cariz liberador e integrador fantástico. Nos permite conocer y desarrollar las
potencialidades de nuestro cuerpo gracias a los ejercicios de consciencia corporal. Nos ayuda a bucear en
nuestro mundo emocional gracias al contacto intenso del drama. Nos da permiso para volar y desarrollar
nuestra fantasía, a la par que ejerce de fuerza integradora, posibilitando la identificación con el otro gracias al
trabajo con personajes que pueden ser totalmente ajenos a nuestra forma de ver la vida. Además, y no menos
importante, el teatro posee la capacidad mágica del ritual, la liberación interior a través de la representación,
del gesto, algo que bien puede servir de catarsis personal.
Teatro Emocional

Teatro Emocional es una técnica de trabajo personal que posibilita la apertura de nuestro mundo interno a
través de ejercicios y técnicas tomados del teatro universal.

Se trata de un proceso en forma de clases-laboratorio (sea de manera continua, sea en forma de monográficos
como éste), en el que el asistente puede llegar a conocerse un poco mejor, trabajar la expresión corporal e
investigar en su modo de relacionarse consigo mismo (a través del contacto con las diversas emociones) y con
los demás.

Se llama Teatro Emocional porque el foco está puesto en las emociones humanas, y la vía de trabajo facilita el
contacto con las mismas. Para ello, el cuerpo estará muy presente, ya que es el gran referente de la realidad que
tenemos (lo que ocurre, ocurre ahora y ocurre a través de nuestro cuerpo), a la par que es el sostén y vía de
expresión de las emociones (la rabia se encuentra en las extremidades, cuello y mandíbula; el miedo en la boca
del estómago y la parte posterior de las rodillas, por ejemplo). Así que un concienzudo trabajo de sensibilización
corporal es necesario.

Sabemos gracias a los estudios de Wilhelm Reich, Alexander Lowen y la bionergética que el cuerpo se estructura
desde niño y a través de las diversas fases de crecimiento en lo que se ha dado en llamar la coraza muscular.
Esto quiere decir que los bloqueos que vamos integrando a medida que vamos creciendo, se mantienen gracias
a bloqueos físicos, alojados en la musculatura estriada y que vienen sirviendo a modo de “contenedor”, evitando
el contacto con aquello que decidimos bloquear, probablemente porque en su momento era muy doloroso o
sencillamente inaprensible. Por tanto, trabajar el cuerpo, sensibilizarlo, nos sirve para comenzar a tocar con
dichos bloqueos y las dificultades que éstos contienen.

Por supuesto, una persona bloqueada no es una persona libre, y se sirve más de automatismos y respuestas
mecánicas que de su propia espontaneidad y libertad de elección. Ahí está en juego el deseo, el “quiero” frente
al “tengo que”.

Una vez sensibilizado el cuerpo, ya tenemos el sostén necesario para el trabajo emocional que se decida realizar.

Las emociones

¿Qué es una emoción? Por definición, una emoción es una reacción psicofisiológica que representa un modo de
adaptación del ser humano ante un cierto estímulo. Esto quiere decir que la emoción es un proceso tan mental
como físico, es decir, un proceso mente-cuerpo, holístico, en el que no existe separación posible entre las partes
implicadas.

Aunque difieren según los autores que consultemos, las emociones básicas del ser humano se suelen resumir en
seis: la rabia, el dolor, la ternura, la alegría, el miedo y el erotismo. Algunos autores añaden a éstas el asco y la
sorpresa, otros hablan del amor como una emoción separada, y otros mencionan la importancia de la
vergüenza.

Sea como sea, en este trabajo nos referiremos a las seis emociones nombradas en primer lugar. Todas ellas, de
hecho, se pueden englobar en dos grandes grupos: las emociones de impulso agresivo y las emociones de
impulso tierno.

Ternura y Agresividad: el Impulso Vital

La energía de vida, aquella por la cual estamos aquí y que vamos gastando y reponiendo día a día, desde nuestro
nacimiento hasta nuestra muerte, lleva el nombre de Impulso Vital. Como tal, esta energía es indivisible y sirve
de soporte para todos los procesos vitales del ser humano.

Esta energía está compuesta por dos sub-impulsos, como digo inseparables y complementarios entre sí, aunque
en este texto las estudiaremos de manera separada.
· El Sub-Impulso Tierno

Es la energía del contacto interno, de uno consigo mismo, con su necesidad y su deseo y, por tanto, es una
energía de carácter materno, por lo de cuidado que tiene para con uno. Cuanto mayor contacto se tenga con el
sub-impulso tierno, mayor capacidad tendrá la persona para darse cuenta de cuál es su necesidad en cada
momento y abrir así la posibilidad de satisfacerla.

Un sub-impulso tierno negado, bloqueado o puesto a la contra de su naturaleza hace que el individuo tenga
poca conciencia de cuales son sus necesidades más inmediatas (de subsistencia: hambre, sed, frío…) y
emocionales (qué siento o necesito en este momento), dificultando así la posibilidad de satisfacción de las
mismas.

· El Sub-Impulso Agresivo

El sub-impulso agresivo es la calidad energética del movimiento que me lleva a satisfacer mi necesidad. Es, por
tanto, una energía de interacción con el medio, expresiva, hacia fuera. Si el sub-impulso tierno me lleva al
contacto interno, al contacto conmigo mismo, el sub-impulso agresivo me lleva al contacto con lo externo, con
el otro y con mi entorno, de manera que puedo llegar a satisfacer la necesidad de que me dio cuenta el contacto
tierno.

Se trata, por tanto, de una energía de calidad paterna, por todo lo que tiene que ver con el permiso que me doy
para actuar en el mundo. Una vez enterado de mi necesidad, el sub-impulso agresivo sostiene la posibilidad de
satisfacción de la misma. Esto es, si gracias al sub-impulso tierno me doy cuenta de que tengo sed, será gracias
al sub-impulso agresivo que me levantaré de mi sofá para ir a por un vaso de agua.

Un sub-impulso agresivo puesto en contra de su dirección natural (la de la satisfacción de mis necesidades, sean
éstas cuales sean), dificultará cualquier interacción con el medio, especialmente todas las que tengan que ver
con el movimiento de “ir hacia” algo, así como las de “tomar” algo del mundo para uno mismo.

Se trata, pues, de dos sub-impulsos imprescindibles para la vida. De la mayor o menor capacidad de contacto
que tengamos con ellos, dependerá la mayor o menor capacidad que tendremos para vivir la vida de una
manera más plena, más sana.

Atendiendo a la calidad del contacto que presentan ambos sub-impulsos, podemos agrupar las seis emociones
básicas en dos grandes grupos: las Emociones de carácter tierno y las Emociones de carácter agresivo.

· Emociones de carácter tierno

El contacto tierno es un contacto interno, hacia dentro de uno mismo, y que tiene que ver con todo lo que es de
cuidado para el individuo, por tanto, las emociones relacionadas con este sub-impulso serán la Ternura, el Dolor
y el Miedo.

Todas estas emociones son de carácter introvertido: nos ponen en contacto con nuestro universo interior y nos
dan cuenta de nuestra necesidad.

· Emociones de carácter agresivo

El contacto agresivo es una energía de carácter expresivo, que va de “dentro hacia fuera”, interactuando con el
medio que nos rodea. Atendiendo a esta cualidad, las emociones relacionadas con el sub-impulso agresivo serán
la Rabia, la Alegría y el Erotismo.

Todas estas emociones están relacionadas con la capacidad de satisfacción de la necesidad del individuo.

Veamos ahora las emociones básicas con un poco más de detalle:


RABIA

Probablemente la más evidente expresión del sub-impulso agresivo, la rabia es una emoción de acción y
movimiento. Se define como “el impulso que nos lleva a confrontar la causa de una frustración puntual para
evitar que lo que nos impide la satisfacción o el bienestar, lo siga haciendo” (Juan José Albert, Ternura y
agresividad). Se trata entonces de un impulso natural de autodefensa, presente en todo ser vivo, y de carácter
puntual: cuando el objeto o situación frustrante desaparece, la rabia debería desaparecer, también.

La rabia no comporta un carácter de destrucción, si no, insisto, de movimiento, la rabia es la energía que me
ayuda a levantarme cada mañana y caminar, ir al trabajo, a la compra, etc. y solucionar aquello que me genere
malestar o displacer, para así volver a la situación de relax original.

Con diferentes matices, y atendiendo al grado destructivo del impulso, se puede hablar de ira (que implica un
deseo de destruir aquello que se interponga ante nuestro deseo), odio (que implica la congelación del
componente tierno y pretende la destrucción del propio objeto de deseo) o cólera (que implica una intensa
frustración y cuyo impulso destructivo va dirigido hacia el exterior en general, en un efecto de gran intensidad
pero de corta duración).

DOLOR

El dolor emocional no es tan distinto del dolor físico: ambos se presentan como reacción a una herida. Se trata
de una emoción “de repliegue”, que invita a la reflexión y que en muchos casos facilita la despedida. Es por esto
que, para hablar de las emociones básicas, prefiero trabajar con el término dolor antes que el de tristeza.

El mecanismo inmediato corporal ante el dolor es el de la contracción: el cuerpo se retrae sobre sí mismo,
contrayendo los músculos asociados en un movimiento de auto-protección, llegando incluso a cortar la
respiración a nivel abdominal, mientras el sistema nervioso da cuenta al cerebro de la causa del dolor y éste se
prepara para reaccionar.

Como una de las emociones relacionadas con el sub-impulso tierno, el dolor nos permite conectar con una
necesidad concreta de cuidado: el sostenerse a uno mismo y atender al cuidado de la herida. Por tanto, el dolor
tiene una cualidad de contacto íntimo, de respeto por la propia herida, un silencio doliente, acompañado de una
cierta calma y alivio.

Una fijación en el dolor causará una depresión física (falta de energía vital) y emocional (patología), pudiendo
devenir en sufrimiento, cualidad del dolor que necesita de la exposición pública para ser reconocido, perdiendo
así el contacto interno.

TERNURA

Si para el sub-impulso agresivo es la Rabia la emoción más carácterística, para el sub-impulso tierno resulta claro
que será la Ternura.

La ternura se define como la capacidad que uno tiene de cuidarse a uno mismo, esto es, de darse a uno mismo
lo que necesita. Unos hablan de amor incondicional o amor duradero, y lo cierto es que en la medida en que nos
damos cuidado, atención y afecto, nos estamos amando. No es casualidad que, tradicionalmente, en el arte se
represente la ternura como a una madre acunando a un bebé, representación gráfica de lo más frágil de
nosotros mismos, algo que evidentemente hay que cuidar y atender para que crezca y se desarrolle.

La medida de nuestra ternura es también la medida que tenemos para la ternura

hacia el otro. Sin un atendernos y un cuidarnos a nosotros mismos, no podremos estar disponibles para cuidar a
los demás. Sin embargo, muchos creen que la abnegación, la resignación y el desatenderse a uno mismo a favor
de atender a otro es un signo de amor. Esto puede ser pero, si no nos cuidamos, ¿durante cuánto tiempo más
podremos estar disponibles?
Por otro lado, a veces uno se olvida tanto de sí, de sus deseos y necesidades, que llega a la confluencia, es decir,
a darle tanto espacio e importancia a los problemas o deseos del otro como para llegar a creer que son los
propios.

ALEGRÍA

La alegría es una de las emociones llamadas básicas, definida como un estado interior luminoso, generador de
bienestar, con altos niveles de energía, y que lleva al contacto, a acercarse a los demás.

Se dice comúnmente que uno lleva la sonrisa puesta, que se nota la alegría en la cara, que la risa es contagiosa, y
es que al parecer cuando el individuo se encuentra en un estado alegre, éste le facilita el querer compartirlo con
los demás. En su etimología original, alegría significa “vivo y animado”, lo que implica un contacto especial con el
impulso vital.

La alegría, por tanto, pertenece al grupo de las emociones relacionadas con el sub-impulso agresivo, dado su
carácter extrovertido y de fácil conexión con el entorno. No se trata, en este caso, de que uno obtenga
necesariamente del medio algo que satisfaga una necesidad, si no que más bien es el individuo el que pone algo
de sí en el medio.

Pero, ¿puede haber dificultades, con la alegría? Quizás no tanto con la alegría en sí, y sí más con el permiso para
disfrutar… También con el autoengaño, y la creencia de que no se tienen problemas, cuando lo que existe es una
dificultad enorme para tocar con el dolor o ser consciente de lo desagradable de la vida.

MIEDO

El miedo es una de las emociones relacionadas con el sub-impulso tierno, y que nos da cuenta de los peligros
con que nos podemos topar y que pueden poner en juego nuestra supervivencia.

Es una emoción primal pues la compartimos con los animales, y se desarrolló para mantener un estado de alerta
ante peligros como depredadores, accidentes o trampas mortales. Ante una situación de miedo, el organismo
reacciona segregando adrenalina, hormona que aumenta el riego sanguíneo y nos prepara para dar una
respuesta al peligro: el enfrentamiento o la huida.

Una relación sana con el miedo lo incluye como una emoción más en el proceso diario, sirviéndose de él como
una herramienta de cuidado, sintiéndolo cuando aparece como reacción a un estímulo tenido como peligroso y
soltándolo cuando la situación amenazante ha terminado.

Problemas asociados al miedo pueden ser la parálisis, el quedarse quieto y no reaccionar ante los peligros
(pudiendo llegar a quedarse quieto ante la vida, tomada como un peligro); de manera contrafóbica uno desoye
la alerta interior y busca el peligro, en un enfrentamiento ciego; o el despiste ante el miedo, es decir, el no llegar
a enterarse de los peligros.

EROTISMO

El erotismo o sentimiento erótico es una de las emociones correspondientes al grupo de las emociones agresivas
ya que atiende a la satisfacción de una necesidad profunda de obtención de placer, bien sea a través del
contacto con otro ser humano, de un objeto o de uno mismo.

Desde el nacimiento y a lo largo de nuestro desarrollo, atendemos a la erotización de diversas zonas erógenas
en el cuerpo: la boca (fase oral), la región perianal y los esfínteres (fase anal), los genitales (fase fálica) y el resto
del cuerpo (fase genital de la personalidad). Algunos autores señalan que la primera sensación erótica en el ser
humano está en la piel lo que, teniendo en cuenta que es el primer órgano en desarrollarse en el ser humano,
incluiría una primerísima y potente sensación erótica desde nuestra fase intrauterina. Posteriormente, y a
medida que se va desarrollando nuestro sistema nervioso y endocrino, entran en juego la racionalización y la
fantasía.

Lo que es evidente es que el sentimiento erótico no se circunscribe exclusivamente a la genitalidad ni a la


relación sexual per se, se trata de algo mucho más amplio y que, más allá de las zonas y reacciones corporales
asociadas, tiene que ver con el deseo en cada uno de nosotros, una función expresiva y creativa de la energía
vital.

Una buena relación con nuestro deseo erótico incluye una sexualidad fluida y natural, que se da permiso cuando
aparece y no se queda fijada cuando se va. Además, está ampliamente demostrado que la buena relación con
nuestro erotismo participa del buen desarrollo de nuestro impulso epistemológico, esto es, nuestra curiosidad
natural y nuestro deseo de conocimiento, con todas las implicaciones que esto tiene para la educación.

Una relación problemática con el impulso erótico puede devenir en fijaciones y tabúes sexuales, dificultades a la
hora de aceptar y permitir la natural sexualidad de nuestros hijos (pudiendo ver malicia y perversión donde
hasta ese momento sólo hay inocencia y sexualidad sana, comprometiendo así seriamente el posterior
desarrollo de la sexualidad infantil), así como una dificultad a la hora de relacionarnos y disfrutar de lo
placentero de la vida, un desarrollo de la represión como función defensiva, o una dificultad para la entrega y el
compromiso con uno mismo y con los demás.

...

Por último, me gustaría señalar que es necesario tener en cuenta que las emociones no se suelen presentar
“puras”, sino asociadas a otros procesos y en conjunción con otras emociones. Por tanto, el trabajo emocional
es una invitación, un “ir hacia” la emoción en cuestión, sin perder de vista el resto de condicionantes.

El propio término, emoción, se refiere en su raíz al movimiento, y las emociones vienen y van en una sucesión
que, de ser natural, aparece, da cuenta de su necesidad, la satisface, y desaparece. Es cuando bloqueamos el
devenir natural de las mismas cuando nos quedamos pegados a un estado emocional concreto, dificultando el
resto de procesos que aparecen en sucesión.

Juego de Roles y Dramatización liberadora

Nos recuerda Eugenio Barba, uno de los grandes antropólogos teatrales del siglo XX, que nuestros ancestros
“acudieron al teatro como se va a un desierto: a meditar sobre ellos mismos” pero “también para crear un lugar
diferente de los demás, [..] en el que instaurar nuevas reglas de vida. Una isla de libertad”. A través del
laboratorio que es Teatro Emocional, uno puede comenzar a conocer y re-conocer en él su tránsito emocional:
cómo es para cada uno tal o cual emoción, cómo la vive, cómo la disfruta o la sufre y, al ensayarla, darle espacio
a nuevas formas, nuevas maneras de vivirlas.

Una de las técnicas teatrales más potentes a la hora de aprender estos “nuevos modos” para gestionar lo que
hasta ahora se ha hecho de manera mecánica o inconsciente, es el trabajo con el personaje, bien sea éste ajeno
a uno, o nuestro propio personaje, es decir, nuestro yo, tomado como un personaje.

Aquí entran en juego los roles, es decir, las diferentes pieles que nos podemos poner en un juego teatral. En el
Juego de Roles uno puede experimentar con papeles completamente opuestos a lo que uno cree que es, a su
carácter o modo habitual de comportarse en la vida. Esto es: si yo me identifico como una persona alegre,
agradable y tierna, puedo experimentar, por ejemplo, cómo sería yo triste, cómo desagradable o cómo rabioso.
Darme permiso para explorar partes desconocidas o no permitidas me ayuda a liberar bloqueos y, por tanto, a
expandirme, ampliar mi modo de ver y relacionarme en el mundo.

En cuanto a la dramatización, se trata de trabajar con escenas, bien tomadas del teatro universal, bien de la vida
del propio individuo, y trabajadas a modo de escena teatral. Trabajarlas en modo teatral nos aporta el beneficio
de la distancia, un cierto desapego de lo que ocurre y en el que podemos observar la situación ganando
perspectiva, al modo de la observación interior que ocurre con la meditación.

Así pues, el trabajo con el personaje permite la integración de modos nuevos o poco explorados en mi vida.
Gracias a la distancia con esta nueva piel que me estoy poniendo, puedo arriesgarme y probar, al tiempo que
desarrollo mi empatía y comprensión con el otro y conmigo mismo. Es lo que tiene ponerse en la piel de otro.

¿Y en la educación?

Como hemos visto, las sesiones de Teatro Emocional son experiencias vivenciales. Esto quiere decir que, más
que un aprendizaje teórico, uno se lleva una experiencia que puede luego integrar a su vida, a su día a día.

A la hora de aplicar los ejercicios de Teatro Emocional a la práctica, con los alumnos, uno no cuenta con un
manual que le diga qué es recomendable hacer en tal o cual ocasión. Con lo que se cuenta es con nuestro guía
interno, una referencia incontestable que nos dará la respuesta a seguir ante la situación que nos encontremos.
Claro que este guía interno necesita de un entrenamiento y una confianza, que precisamente se irá
desarrollando y alimentando a medida que se entrene.

Ante un alumno con un problema emocional, lo que cuenta como educador es mi actitud, antes que la eficiencia
de la respuesta que le pueda dar. Esto quiere decir que si yo tengo una dificultad a la hora de expresar mi
miedo, y precisamente me encuentro con un alumno con la misma dificultad, probablemente mi propio bloqueo
dificulte todavía más el proceso.

Por eso es imprescindible mi experiencia personal, mi propia travesía a través de las emociones, y el atender a
mis necesidades con la mayor falta de prejuicio posible. Este camino recorrido facilitará que yo pueda
acompañar al otro en su propio camino, más como un apoyo que como un “solucionador”. El solo hecho de
estar disponible, abierto y sin prejuicio ante lo que me puedan exponer, ya es un apoyo sustancial a aquél que
tengo enfrente.

Una vez tengo este registro, puedo proponer los ejercicios y dinámicas que crea convenientes: movilizaciones
corporales para trabajar la rabia, ejercicios grupales para fomentar la integración, dramatizaciones para liberar
complejos o juegos de roles que sirvan para ir atravesando la vergüenza poco a poco, todo dependerá de las
necesidades de aquellos con quienes se trabaje, así como de mi propia disponibilidad e imaginación.

Bibliografía

Teoría e práctica da interpretación, Alison Hodge (Ed.). Editorial Galaxia, 2003.

Os camiños do actor, Josette Féral. Editorial Galaxia, 2004.

Terapia Gestalt, la vía del vacío fértil, Francisco Peñarrubia. Alianza Editorial, 2010.

Ternura y agresividad, Juan José Albert. Mandala Ediciones, 2009.

Carácter y neurosis, Claudio Naranjo. Ediciones La Llave, 2010.

La locura lo cura, Guillermo Borja. Ediciones La Llave, 2006.

Infancia, la edad sagrada, Evânia Reichert. Ediciones La Llave, 2011.

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