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El fraude histórico de la ‘bandera indígena

El Ayuntamiento de Madrid gobernado por Manuela Carmena colgó la semana pasada una ‘bandera indígena’ de un balcón de la
Junta de Distrito de Centro. ¿Su objetivo? Restar protagonismo a la enseña española en la víspera de la Fiesta Nacional y, de paso,
alinearse con la reinterpretación del Día de la Hispanidad como ‘Día de la Resistencia Indígena’, promovida por Hugo Chávez en
2002 y que sólo se celebra en Venezuela y Nicaragua.

Los defensores de la susodicha bandera indígena, que recibe el nombre de wiphala y se compone de 49 cuadros con los colores del
arcoiris agrupados en diagonal, la exhiben como un símbolo étnico ancestral de los indígenas andinos y, por ello, como emblema de
la lucha contra los españoles en el siglo XVI. Sin embargo, basta con arañar un poco en la historia para descubrir que el trozo de tela
exhibido por el consistorio de Ahora Madrid no es más que un fraude histórico bastante reciente.

La bandera inexistente

“Es momento de hacer un deslinde y rectificar, porque está tomando cuerpo una cosa que no es histórica. Y la Historia hay que
defenderla”. (María Rostworowski, historiadora peruana)

En su obra ‘Breve historia real de la wiphala’, el militante indigenista boliviano Franco Limber reconoce que las referencias históricas
de la misma “son contadas, incluso muchas de ellas son de imposible comprobación” y que por ello “los intelectuales indios
recurrieron a la imaginación para llenar un vacío”. De hecho, el primer vacío que se vieron obligados a rellenar fue la misma
inexistencia del concepto de ‘bandera’ en la América precolombina.

Según declaró la Academia Nacional de Historia del Perú sobre otra supuesta bandera ancestral indígena, llamada ‘ bandera del
Tahuantinsuyo’ y convertida oficialmente en bandera de Cuzco hace 40 años, “su uso es equívoco e indebido, en el mundo
prehispánico andino no se vivió el concepto de bandera, que no corresponde a su contexto histórico”.

Lo que sí existía, según explica Bernabé Cobo en ‘Historia del Nuevo Mundo’ (1609) era el unancha, el estandarte real en el que cada
gobernante inca exhibía en batalla sus propios símbolos distintivos (de modo que se trataba de una enseña personal, y no nacional).

Dado el supuesto origen aymara de la wiphala, parece poco posible que los incas (que conquistaron los reinos aymaras 90 años antes
de la llegada de Pizarro) asumieran como propio el símbolo de un pueblo sometido. Pero ¿por qué hablamos del ‘supuesto origen
aymara’ de la bandera? Fundamentalmente porque su existencia fue meramente deducida a partir de una palabra de significado
incierto.

En 1945 el especialista en cultura aymara Hugo Lanza señaló al resto de asistentes al I Congreso Indigenista Boliviano que se
celebraba en La Paz la existencia del término ‘wiphala’. Recurriendo a una conjetura tras otra, Lanza dedujo que la palabra se
componía de la unión de ‘wiphai’ (‘triunfo) y de ‘lapks-lapks’ (una onomatopeya del viento); que por ello podría ser traducida como
‘triunfo ondeante’; y que de ahí cabía concluir que los aymaras habían contando con un símbolo nacional en forma de bandera.

Pero, claro, una vez ‘establecida’ su existencia, faltaba ‘deducir’ su aspecto. Ahí fue cuando Germán Monroy, cofundador del
Movimiento Nacionalista Revolucionario, propuso recurrir a un patrón de diseño que ya había aparecido en algunas prendas y
complementos (como las chuspas, o bolsas para portar las hojas de coca y cacao) de culturas preincaicas y que gozaba de cierta
popularidad en esos años… por asemejarse al usado en la etiqueta de un refresco con alcohol de producción boliviana, la
‘Champancola’.

Aun dejando de lado el deficiente uso del método científico de Hugo Lanza y el cuestionable criterio gráfico de Germán Monroy, y
aunque se alegue que la aparición del patrón de la wiphala en las chuspas evidenciaría su vinculación ancestral con los pueblos
andinos, aún cabe señalar que el ‘patrón’ tenía únicamente unos fines decorativos no muy diferentes de nuestros cuadros de
mantel (y, como éstos, diferían enormemente entre sí en el número de cuadros y en la disposición y selección de colores).
Como comparación, podríamos decir que elegir un diseño totalmente aleatorio de tartán como bandera de Escocia hubiera
constituido un sinsentido no menor que el de decantarse por un diseño ajedrezado concreto para dar forma a la wiphala. Pero eso
no supuso impedimento alguno para que los indigenistas siguieran ‘reconstruyendo’ en años sucesivos los ‘símbolos ancestrales’ de
la ‘patria indígena’.

El Sabino Arana indígena (y ‘new age’)

La estandarización y difusión de la forma final de la wiphala, la misma que ha terminado ondeando en la Junta de Distrito de Centro,
tuvo que esperar a la irrupción en los años 70 de Germán Choque Condori, intelectual y diputado indigenista más conocido por su
nombre de guerra, Inka Waskar Chukiwanka.

En un artículo publicado en la web del Real Instituto Elcano, titulado ‘¿Justicia indígena o barbarie?’, se explica que Chukiwanka
clama ser el “‘redescubridor’ de la wiphala y restaurador del ‘año nuevo indio’, además de atribuirse la recuperación de la escritura
del milenario idioma tawa, de inventar el calendario marawata –o calendario indio– y recuperar muchos nombres indígenas que
ahora han vuelto a utilizarse para bautizar niños aimaras”. El mismo artículo también señala un paralelismo obvio de este personaje:
“podría considerarse el Sabino Arana del neonacionalismo étnico andino”.

Chukiwanka ha escrito ya dos libros con su labor de ‘recuperación’ de la wiphala como tema principal : ‘Origen y constitución de la
wiphala’ y ‘Enemigos de la wiphala’. En ellos relata cómo se decidió unificar el diseño de esta bandera con el fin de dotar de un
emblema representativo al Movimiento Indio Tupac Katari (MITKA) en el que él militaba y después tratar de difundir su adopción
como símbolo nacional, en un proceso que no hace más que recordar a la historia de la ikurriña.

El propio Chukiwanka relata que “en un primer momento, incluso nuestros propios hermanos indios lo rechazaban, porque la
escuela les había hecho olvidar nuestros propios símbolos. Pero gracias a la Pachamama y a la perseverancia de los kataristas fue
cobrando vigencia y hoy es conocido a nivel del país y a nivel del mundo”.

La referencia a la Pachamama no es casual. Según recogía hace unos meses el diario boliviano Página Siete, el proceso de invención
de la patria ancestral indígena se ha basado en “el pachamamismo, entendido como la construcción ideológica que instrumentaliza
elementos indígenas, resaltando exotismos y fabricando otredades ficticias, con finalidades políticas y sociales ajenas a estos
pueblos”.

Así, su libro recurre constantemente a mezclar religiosidad indígena y palabrería cercana a lo ‘new age’ para explicar el ‘verdadero
significado’ de las formas y colores elegidos por él mismo para diseñar la wiphala. Tan ajeno resulta esto a la realidad de los
indígenas bolivianos que el ya citado Franco Limber, también katarista como Chukiwanka, llega a denunciar en su obra el abuso del
‘esoterismo folclórico’ por parte del nacionalismo indigenista.

Tal como explica el antropólogo peruano Ramón Pajuelo en su obra ‘Reinventando comunidades imaginadas’, “el testimonio de
Waskar Chukiwanka acerca del redescubrimiento de la wiphala resulta sumamente esclarecedor. Permite comprender que la actual
wiphala usada en Bolivia responde sobre todo al tipo de ‘tradiciones inventadas’ sobre las cuales llaman la atención Eric Hobsbawn
y Terence Ranger en un libro clásico sobre el tema”.

Recordemos que Hobsbawn fue un destacado historiador marxista, fallecido hace cuatro años, que sostuvo que muchas ‘tradiciones’
son realmente invenciones de las élites nacionalistas como justificación de la supuesta existencia e importancia de sus naciones
(así, se entiende que tenga poco predicamento entre los intelectuales de izquierdas de nuestro país).

La bandera cooficial y excluyente

Años después, Chukiwanka llegó a ser miembro de la mesa de la Cámara de Diputados de Bolivia, formando parte de la mayoría
oficialista que respalda a Evo Morales. Y, cuando éste reformó en 2008 la constitución de su país para reconvertirlo en el ‘Estado
Plurinacional de Bolivia’, introdujo la wiphala como uno de los nuevos símbolos nacionales, a la misma altura que la bandera
tradicional de la república.
Ha habido, claro, críticas a esta adopción constitucional de la wiphala, al no ser un símbolo que pueda ser adoptado por el conjunto
del país: de hecho, su intención original era completamente opuesta, pues simbolizaba el rechazo a lo español… pero también
resulta ajena a los grupos indígenas no andinos, como los amazónicos guarayos y moxeños, cuya historia y símbolos poco tienen
que ver con la de los aymaras, etnia a la que pertenece el presidente Morales y sobre cuyo imaginario excluyente se desea dar
forma, paradójicamente, a la nueva “república plurinacional”.

Como diría Íñigo Errejón, para dar forma a una “nueva voluntad colectiva […] necesitamos una nueva cultura, nuevos símbolos,
canciones, representaciones e historias”. Ojo, nuevos, que no recuperados. Y de eso se trata, a un lado y a otro del Atlántico.

12-10-2017

Whipala, de mitos y verdades.

Los pueblos de nuestra tierra, obviamente tenían otra concepción de bandera, este es un concepto indoeuropeo, por lo tanto, esta
interpretación actual, no es correcta, lo que sí es real, que esta imagen es originaria y ancestral. En fin,: se carece de testimonios
fehacientes de su empleo en los pueblos precolombinos antes de la llegada de los europeos. Y no se trata de que se careciera de
divisas, pero éstas no eran banderas; las huestes del ejército Inka acostumbraban identificarse utilizando el «unancha»
(«estandarte», «pendón» o «divisa» cuadrado, pequeño).

En este vaso kero se puede apreciar claramente un guerrero portando una wiphala, lo pueden encontrar en el Museo Arqueológico
del Cusco
«El guion o estandarte real era una banderilla cuadrada y pequeña, de diez o doce palmos de ruedo, hecha de lienzo de algodón o
de lana. Iba puesta en el remate de un asta larga, sin que ondease al aire, tendida y tiesa, y en ella pintaba cada rey sus armas y
divisas, porque cada uno las escogía diferentes, aunque las generales de los incas eran el arco celeste y dos culebras tendidas a lo
largo paralelas con la borda que le servía de corona, a las cuales solía añadir por divisa y blasón cada rey las que le parecía, como un
león, un águila y otras figuras. El dicho estandarte tenía por borla ciertas plumas coloradas y largas puestas a trechos.» Dice Bernabé
Cobo, en su «Historia del Nuevo Mundo.» (1609)

Chuspa coquera del perìodo Tiwanakota , se encuentra en el Museo de Brooklyn.


EEUU.

Las altas culturas, sudamericanas tales como la antiquísima Tiwanaku, Chavín, Nazca, Huari, Paracas, Mochica, Chimú, Aymara,
Queshwa hasta la más reciente y epítome de todas ellas: la Inka, demuestran un elevado grado de cultura visual, a través de
representaciones de exquisita estilización de cosas y sucesos trascendentes o cotidianos, reales o mitológicos, registrados sobre
soportes de diversa naturaleza, desde la piedra hasta los textiles, de la cerámica a la madera, de la corteza a los metales nobles.

En una obra clásica de arqueología de Tiwanaku de largo aliento y profusamente ilustrada, se muestra en una de sus páginas la
imagen de la decoración de un Keru singular. La ilustración desplegada en plano, exhibe una escena doble: en la mitad superior
izquierda, asistimos a un acto ceremonial, en que el Señor –no podría ser el Inka, si se tratara de un soberano de Tiwanaku, pues es
ésta una cultura muy anterior a la inkaica– es transportado en andas, rodeado por su guardia de honor, que presenta a
consideración del soberano un par de cabezas cortadas que aún chorrean sangre. La escena denota pompa y formalidad y se trataría
de alguna victoria obtenida sobre unos enemigos. Debajo de esta escena, se encuentra una serie de signos contenidos en una
estructura geométrica, podríamos especular sin mayores explicaciones, que podría tratarse de una crónica de la escena superior,
redactada en algún tipo no descifrado de escritura jeroglífica tiwanakota.

En la mitad derecha de la imagen, nos sorprende la visión de lo que parece un escudo de armas o blasón indudablemente de
inspiración europea, en el que no falta un insólito yelmo emplumado con un brazo blandiendo una espada también europea, en la
parte superior del blasón. El escudo está dividido en campos, tal cual es costumbre en la heráldica europea, pero con la
particularidad de que los restantes componentes simbológicos.
Completa esta mitad de la composición, quizá lo más sorprendente es la presencia de dos portaestandartes ataviados para la
ocasión, flanqueando el blasón… sosteniendo sendas astas coronadas por «Wiphalas». Así parecen –aunque podrían ser estandartes
rígidos, pues no ondean. Sus diseños tienen cuadrados, pero concéntricos y ostentan sólo tres colores: de adentro hacia fuera
amarillo, blanco y rojo. ¿Significa esto una prueba documental de la presencia precolombina de la «Wiphala» entre las culturas
andinas? Ciertamente, no. Ahora bien acá abajo otros ejemplos de whipala antiguos, aunque en estos podemos decir que hay un
halo de dudosidad. Y esta es la historia moderna de la whipala .

El Primer Congreso Indigenista Boliviano se celebró en La Paz en mayo de 1945. Entre sus organizadores se encontraba Hugo Lanza
Ordóñez, especialista en la cultura aymara, quién advirtió a los otros participantes que la existencia de la palabra aymara «wiphala» –
compuesta por dos palabras: «wiphai» una expresión de triunfo, y «lapks-lapks», algo así como una onomatopeya del viento; cuya
conjunción y contracción podría significar: «triunfo flameante» = «bandera»–1 sugería que esa cultura en particular y las
civilizaciones andinas en general debía haber poseído algún tipo de bandera. A partir de esa conjetura lingüístico-antropológica, y
considerando que ese congreso debía estar representado por algún símbolo de la Identidad indígena, Lanza Ordóñez postuló el
empleo de una bandera blanca, de uso habitual en los acontecimientos y ceremonias comunitarias importantes, que era la única
divisa conocida por entonces. Los congresistas se manifestaron de acuerdo, pero surgieron discrepancias acerca de las características
que debía poseer la bandera propuesta. Germán Monrroy Block propuso una enseña colorida, capaz de identificar con más riqueza
cromática y simbólica a la cultura aymara y decidió poner en práctica su teoría, acudiendo a los especialistas en diseño, actividad que
por aquél entonces –y posiblemente con justa razón–, se atribuía los ilustradores, tipógrafos y letristas que trabajaban en las
imprentas.

En procura de lograr una solución satisfactoria de diseño, que consolidara las aspiraciones de Identidad postuladas, Germán
Monrroy Block acompañado por Hugo Lanza Ordóñez, el ideólogo del asunto, se dirigieron resueltamente a la imprenta de Gastón
Velasco. En la reunión de trabajo , el tema más complejo por resolver parecían seguir siendo el de los colores que debía ostentar la
«wiphala» proyectada. Se decidio por una colorida y pequeña grilla cuadrada compuesta a su vez por cuadrados de varios colores, y
este habría sido la inmediata inspiración de la «Wiphala» que identificó al Primer Congreso Indigenista de Bolivia.

En fin, existe sin dudas algo similar, para filosofar, muestra los colores del arcoíris, una variedad de colores, siendo la comunicación
entre la tierra, y el cielo, que interpretación le daban?, no se, y creo nadie sabe. Los colores a que corresponden, las tinturas que
tendrían, las formas recuerdan a la chakana, la cruz andina, y es plenamente simbología americana. Y ahora saque su conclusión, y
yo diría, como toda leyenda, atrás hay algo de verdad…

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