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Derrumbe del Poder Nacional y Tentativas de

Reconstrucción
Tras la ruptura del orden colonial, las disputas acontecidas durante la década de
1810 entre los representantes de un régimen político centralizado y los que
pretendían crear un república autónoma, confederada, dieron por terminada la
existencia de un gobierno central a comienzos de 1820. La consecuencia directa fue
el surgimiento de nuevas entidades territoriales autónomas, las provincias. Esta
nueva forma de gobierno no renunciaron a unirse bajo un pacto constitucional, pero
comenzaron a organizar sus instituciones según el modelo republicano. Las
experiencias acontecidas en cada provincia fueron desiguales: en tanto algunas
tuvieron un mayor grado de institucionalización política, en otras se observa una
gran inestabilidad institucional o también la presencia de caudillos locales.

Este proceso no solo marca un nuevo camino para la reconstrucción política,


también produce un giro en la orientación económica. Buenos Aires deja de ser un
centro administrativo y mercantil, para volcarse de forma decidida a partir de 1820
en la explotación ganadera, particularmente en el mercado de cueros, remplazando
al Litoral devastado por las guerras de Independencia. Dicha explotación implicó
expansión territorial y el avance hacia las tierras de Indios, aumentando las tierras
fiscales (públicas), para ofrecerlas en enfiteusis: alquiler de tierras a bajo costo (casi
gratuitas) por un tiempo prolongado. Las tierras estaban destinadas tanto para
antiguos hacendados, como para dirigentes políticos y militares. El aumento de
tierras trajo consigo una mayor necesidad de mano de obra, suplida en parte
mediante el reclutamiento de vagos y sin oficio destinados tanto para el servicio
militar en la frontera como para peonaje rural en haciendas privadas.

La revolución trastocó, no solo la política y su economía, también la sociedad. Los


sectores más beneficiados durante el antiguo régimen, comerciantes, eclesiásticos y
funcionarios de la ciudad, debieron entregar sus riquezas y espacios de poder frente
a la presión del gobierno revolucionario que los necesitaba para la guerra. En tanto
los sectores rurales, si bien la guerra les impone sacrificios económicos por las
contribuciones forzadas, también resultan las más poderosas. La misma guerra
obliga al gobierno central a delegar progresivamente poderes en las autoridades
locales rurales, pues de ellos depende el reclutamiento de hombres para la guerra,
como la recolección de ganado y suministros.

En este último aspecto, los voceros de la revolución procurarán terminar con las
desigualdades injustas del antiguo régimen en pos de la libertad e igualdad. En
oposición a los “súbditos” del Rey, a la forma de organización en cuerpos (nobleza,
iglesia, gremios, ejército, etc.), la ciudadanía supone la proclamación del individuo
como sujeto de derecho, esto es, el reconocimiento formal de la igualdad jurídica de
las personas en materia civil y eventualmente en materia política.
Derrumbe del Poder Nacional y Tentativas de
Reconstrucción
Tras la ruptura del orden colonial, las disputas acontecidas durante la década de
1810 entre los representantes de un régimen político centralizado y los que
pretendían crear un república autónoma, confederada, dieron por terminada la
existencia de un gobierno central a comienzos de 1820. La consecuencia directa fue
el surgimiento de nuevas entidades territoriales autónomas, las provincias. Esta
nueva forma de gobierno no renunciaron a unirse bajo un pacto constitucional, pero
comenzaron a organizar sus instituciones según el modelo republicano. Las
experiencias acontecidas en cada provincia fueron desiguales: en tanto algunas
tuvieron un mayor grado de institucionalización política, en otras se observa una
gran inestabilidad institucional o también la presencia de caudillos locales.

Este proceso no solo marca un nuevo camino para la reconstrucción política,


también produce un giro en la orientación económica. Buenos Aires deja de ser un
centro administrativo y mercantil, para volcarse de forma decidida a partir de 1820
en la explotación ganadera, particularmente en el mercado de cueros, remplazando
al Litoral devastado por las guerras de Independencia. Dicha explotación implicó
expansión territorial y el avance hacia las tierras de Indios, aumentando las tierras
fiscales (públicas), para ofrecerlas en enfiteusis: alquiler de tierras a bajo costo (casi
gratuitas) por un tiempo prolongado. Las tierras estaban destinadas tanto para
antiguos hacendados, como para dirigentes políticos y militares. El aumento de
tierras trajo consigo una mayor necesidad de mano de obra, suplida en parte
mediante el reclutamiento de vagos y sin oficio destinados tanto para el servicio
militar en la frontera como para peonaje rural en haciendas privadas.

La revolución trastocó, no solo la política y su economía, también la sociedad. Los


sectores más beneficiados durante el antiguo régimen, comerciantes, eclesiásticos y
funcionarios de la ciudad, debieron entregar sus riquezas y espacios de poder frente
a la presión del gobierno revolucionario que los necesitaba para la guerra. En tanto
los sectores rurales, si bien la guerra les impone sacrificios económicos por las
contribuciones forzadas, también resultan las más poderosas. La misma guerra
obliga al gobierno central a delegar progresivamente poderes en las autoridades
locales rurales, pues de ellos depende el reclutamiento de hombres para la guerra,
como la recolección de ganado y suministros.

En este último aspecto, los voceros de la revolución procurarán terminar con las
desigualdades injustas del antiguo régimen en pos de la libertad e igualdad. En
oposición a los “súbditos” del Rey, a la forma de organización en cuerpos (nobleza,
iglesia, gremios, ejército, etc.), la ciudadanía supone la proclamación del individuo
como sujeto de derecho, esto es, el reconocimiento formal de la igualdad jurídica de
las personas en materia civil y eventualmente en materia política.

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